Capítulo III

Eran las cuatro y cuarto cuando Della Rogan y Grace Hanscombe aparcaron el jeep que habían estado utilizando en el espacio reservado a los vehículos junto a la caseta del caddie.

—Dieciocho agujeros es demasiado a mi edad, Della —dijo Grace lamentándose al salir del vehículo. Llevaba un pantalón Bermuda de color beige, una blusa amarilla y una cinta también de este color para sostener sus rubios cabellos apartados del rostro mientras jugaba. A los cuarenta y ocho años, Grace se conservaba bien, con este aspecto exterior saludable que muchas inglesas conservan al parecer toda la vida.

—Me alegro de no ser una campeona —añadió—. El trabajo para mantenerme en forma me mataría.

—Extraoficialmente eres una campeona —dijo Della mientras recogía sus palos del jeep.

—Hoy ha sido cuestión de suerte. Ignoro lo que te distrajo de tu juego, Della, pero ha sido algo insólito para mí vencerte. No eres la misma desde que regresaste de aquel torneo en Augus…

—Olvídalo, Grace. —La voz de Della era cortante.

—¡Oye! Sólo estaba… —Más lastimada que ofendida, Grace se detuvo mientras Della se echaba los palos a la espalda y se ponía en camino hacia el campo de juego. Entonces, elevando la voz, exclamó—: Si decides hacer las paces, para junto a mi casa por la mañana para tomar una taza de café. Me he sentido tan horriblemente desgraciada estos últimos días que será un alivio incluso hablar con una gruñona.

Al no obtener respuesta de Della, Grace se volvió hacia la caseta, dejando los palos para que uno de los muchachos los llevara a la taquilla, de donde serían retirados por la doncella. Era una de las prerrogativas de ser la esposa de un directivo del club y además presidente de la comisión más importante de mujeres después de la de golf, que presidía Della Rogan.

Mientras se dirigía al bar a tomar un trago, pensó que ser la esposa del primer especialista de medicina interna de la ciudad tenía ciertas ventajas y también desventajas y que además había una gran diferencia de lo primero a ser una camarera.