Las vacaciones habían empezado hacía una semana. Su hija estaba por fin a salvo; Lovisa y Annika se habían ido a España tres semanas. Mrado pagó el chárter. También les había alquilado una casa de verano en Bergshamra, quince minutos al sur de Norrtälje. Una casa con ambiente genuino, paredes de madera rojas con esquinas blancas. Una gran superficie de césped para que Lovisa diera volteretas. Y la puta de Annika y sus amigos podrían divertirse como desearan, jugar al crocket, kubb, badminton. Debería ser el paraíso.
Mrado esperaba que se mantuvieran lejos de Gröndal todo lo posible.
Debería funcionar. La casa estaba bien equipada, había lavadora, lavavajillas, televisión y vídeo. Lovisa y Annika pasarían un buen verano, lejos de la ciudad. Era una solución temporal pero servía perfectamente por el momento.
Mrado se sentía relativamente seguro. Apenas hacía dos meses que había conseguido un nuevo piso. Había instalado alarma. Había comprado un coche nuevo. Se había hecho con un apartado de correos, había dejado de entrenar en Fitness Club, había cambiado de móvil.
Había contratado a Ratko como guardaespaldas: el antiguo colega contratado para encontrarse cerca de Mrado en los momentos delicados. Descubrir posibles subordinados de R antes de que les diera tiempo a actuar. Cubrir las ráfagas de bala con su chaleco kevlar. Ratko cobraba, pero lo valía. Lo importante era causar impresión a Radovan; Mrado bien protegido y jugando al mismo nivel que Don R.
Mrado había comprobado en quiénes podía confiar. Estaban informados: Ratko, Bobban y unos tíos del gimnasio. En unos días Mrado y Nenad saldrían a la luz. Le darían a Radovan su visión del concepto de camaradería serbia.
Riesgo de confrontación. Riesgo de paliza brutal. Riesgo de daños. Pero Mrado estaba seguro: cuando interceptaran el gran cargamento de coca, Nenad y él serían los nuevos reyes.
La división del mercado funcionaba perfectamente en principio. Los Ángeles del Infierno y Bandidos MC habían enterrado el hacha de guerra. Sólo que era un logro de Mrado. Bandidos habían dejado parte de la venta de cocaína en el centro de la ciudad y su actividad de chantaje en los guardarropas. Por el contrario, habían aumentado su actividad de protección en las poblaciones del extrarradio sur. Los Ángeles del Infierno habían aumentado el contrabando de alcohol en toda la parte central de Suecia, pero habían disminuido la actividad de protección en Estocolmo. Original Gangsters seguía adelante con los robos de valores en transportes blindados. Habían reducido el negocio de la farla en el extrarradio. Vendían mucho en los municipios más alejados del norte. Los únicos que pasaban de todo eran la banda Naser, difíciles de influenciar.
En general, los grupos podían concentrarse. Consolidarse. Desarrollar áreas. Aumentar los márgenes. Aumentar los ingresos. Sobre todo, podían protegerse de los infiltrados del proyecto Nova.
Tras la degradación de Mrado y las complicaciones con los videoclubes, los problemas de sueño alcanzaron proporciones absurdas. Se metía pastillas como un jubilado con tensión alta. No estaba bien. Esperaba mejorar cuando hubiera plantado cara a Radovan.
Tres deudas gordas con Hacienda. En total, más de doscientas mil coronas.
La solución: sacrificar las compañías. El testaferro Christer Lindberg, vikingo elevado a la décima potencia, se llevaría el golpe. Era para eso para lo que le pagaban.
Y nada apuntaba a Mrado.
El problema que no había manera de solucionar era que Mrado necesitaba dinero fresco para financiar la protección de Lovisa en el futuro, sobre todo la posible compra de un nuevo piso para ella y Annika.
Sopesó la idea de Nenad: utilizar al genio del blanqueo de dinero, su chico, JW. Aparentemente, el pijo quiero y no puedo creaba fantásticas estructuras para el blanqueo de grandes cantidades. De todas todas, iba a hacer falta tras la venta del gran cargamento.
Mrado y Nenad de planificación intensiva. Faltaban dos días para hacer patente su deserción al jefe yugoslavo.
¿Por qué lo hacían antes de la llegada del cargamento? ¿No era innecesario? Mrado discutió el asunto con Nenad; no podía ser de otra forma. Era la manera serbia: haz saber a tu enemigo que es tu enemigo. Mrado y Nenad iban a hacerlo bien.
Además, Abdulkarim había sido informado hacía tiempo de que Nenad había sido apartado de la farla. El árabe también había sido informado de quién era su verdadero jefe. El tío seguro que llevaba tiempo sospechándolo. El cabrón del árabe había tomado claramente partido por R. Se negaba siquiera a hablar con Nenad, eso enviaba una señal clara: eres un pringado, yo estoy en ascenso. Con otras palabras, no importaba que Radovan supiera que Nenad iba a ir por su cuenta. Oficialmente, Nenad no había recibido ninguna información durante los últimos tres meses. Rado y Abdulkarim pensaban que estaba fuera de juego. Su error: no tenían ni idea de la filtración en sus filas, JW.
El cargamento llegaría al aeropuerto de Arlanda el 23 de junio, en seis días.
El plan de Mrado y Nenad era sencillo. JW se encargaba de todo. Dos camiones de Schenker Vegetables contratados para recoger los contenedores. JW había hablado con los conductores. Sabían el destino final de los contenedores, no era los almacenes o las tiendas de ICA, Coops o Hemköps, sino las naves de almacenaje refrigeradas de Västberga. JW y algunos tíos más de Abdulkarim vigilarían el cargamento todo el camino desde Arlanda. Recogerían la mierda en la nave. Abdulkarim y unos operarios recogerían los repollos de farla. Y ahí era donde Mrado y Nenad entraban en escena. JW les había descrito todo lo que sabía. El chaval esperaría en las naves de almacenaje refrigeradas. Se encargaría de que Mrado y Nenad entraran. Luego era asunto de ellos reducir a la gente, probablemente Abdulkarim con su perenne acompañante Fahdi, más los tíos que ayudaran a vigilar el transporte. En el caso de JW, tenía que haber una maniobra fingida de algún tipo, tendrían que atarle o algo así. Si hacían falta armas no había problema.
Mrado estaba deseando que llegara el ataque.
Era el momento de salir del armario: presentarle a Radovan el hecho de que él era el enemigo número uno. Mrado y Nenad quedaron en el exterior del centro comercial Ringen, como siempre. Eran las doce de la noche. Cogieron el coche nuevo de Mrado, un Porsche Carrera. Tenía un aspecto divertido; Mrado tuvo que apretujarse para ponerse al volante. Nenad se sentó en el asiento del copiloto.
Se dirigieron a Näsbypark, la casa de Radovan. Irían sin avisar.
Mrado se sentía desnudo sin Ratko.
Nenad y él discutían todo el tiempo sobre lo que pensaban.
Nenad acababa de hablar con JW.
—Tenemos todo preparado, pero existe el riesgo de que Rado se eche para atrás cuando le contemos lo que vamos a decirle. Que opte por hacer cambios en parte de la planificación del cargamento. No hay mucho que podamos hacer al respecto, salvo ser flexibles.
Mrado se frotaba los nudillos de una mano. Conducía en silencio. Nenad dijo.
—¿Por qué estás tan callado? No vamos a un puto entierro. Hoy es un día grande, un día de celebración.
—Nenad, eres mi amigo. Me conoces. He trabajado más de diez años para Radovan. Antes de eso él y yo estábamos a las órdenes de Jokso. He luchado en la misma unidad que Radovan. Hemos vivido en el mismo búnker en las afueras de Srebrenica durante cinco semanas bajo un bombardeo masivo. Hoy le voy a comunicar mi traición. ¿Crees que estoy contento?
—Te entiendo. Pero no eres tú el que ha empezado. Radovan te humilló primero. Sin motivo. Así no se trata a un compañero de armas. Después de todo lo que hemos hecho por él. Todos estos años, sacrificios, riesgos.
—No me ha tratado como a un compañero de armas.
—Exactamente. No te ha tratado con la dignidad que te mereces. Mi abuelo me contó una historia de la guerra, de la Segunda Guerra Mundial. ¿Te he contado lo del ayuno?
Mrado negó con la cabeza.
—Mi abuelo había luchado con los partisanos. El invierno de 1942 le capturaron en Ustasa. Le metieron en un campo de prisioneros alemán en las afueras de Kragujevac. Las condiciones eran lamentables, no les daban comida, les pegaban a diario, no veían a sus familias. Sufrían enfermedades, pulmonía, tifus y tuberculosis y caían como chinches. Pero mi abuelo era duro. Se negaba a rendirse. Llegó la primavera y se aproximaba la pascua. Mi abuelo y algunos otros presos decidieron celebrar la pascua como Dios manda. Ya sabes, como los ortodoxos serbios, con ayuno. Trabajaban en algún tipo de factoría que fabricaba llantas. Desde las siete de la mañana hasta las doce de la noche, normalmente con una pequeña comida al día. Un carcelero alemán se enteró de que ayunaban y no comían carne, huevos o leche ese día para recordar el sufrimiento de Cristo. Habló con el jefe del campo y obtuvo permiso para encargar comida extra. En el suelo, en la fábrica donde mi abuelo trabajaba como un esclavo, el carcelero dispuso una mesa de festín, jamón, salchichas, chuletas, hígado, pescado, quesos, huevos. Mi abuelo estaba en los huesos y muerto de hambre ya antes del día de ayuno. Tenía escorbuto, los dientes se le caían como a un crío de seis años. El carcelero les gritó: ¡El que coma se evita trabajar toda la semana! Imagínate la tentación, atiborrarte de comida una única vez. Poder descansar. Pero habían prometido cumplir el ayuno ortodoxo. El guardia intentó arrastrarlos a la mesa y obligarlos a comer. Un hombre no tuvo fuerzas para resistirse. El carcelero consiguió tirarle. Le sujetó las manos de alguna manera y le obligó a abrir la boca. Entonces intervino mi abuelo. Golpeó al alemán con una barra de hierro en la cabeza.
Mrado interrumpió el relato de Nenad:
—Bien hecho.
—Sí, el carcelero cayó a plomo. Cuando era niño siempre le preguntaba a mi abuelo cómo se había atrevido. ¿Sabes lo que decía?
—No. No he oído esta historia antes.
—Decía: No soy creyente ni religioso. Pero la dignidad, Nenad, la dignidad serbia… El carcelero estaba pisoteando el honor de ese hombre y por lo tanto también el mío. No hice eso por Jesús, sino por el honor. Mi abuelo acabó mal por lo que hizo. Recuerdo sus brazos arqueados cuando yo era pequeño. Pero nada podía con él. Sabía que conservaba su dignidad.
Mrado comprendió. Sabía que Nenad tenía razón. La dignidad estaba por encima de todo. Radovan había pisoteado la de Mrado.
Mrado debía devolver la patada. No había marcha atrás. Iban a la guerra.
Sólo uno de ellos resultaría vencedor. Mrado volvió a palpar una vez más. El revólver estaba en el bolsillo interior.
Dejaron atrás Djursholm. Pronto llegarían.
Näsbypark, tan tranquilo como siempre.
Aparcó el Porsche lejos de la casa de Radovan.
Se ajustaron los cierres de velcro de los chalecos antibalas. Comprobaron dos veces la munición de sus armas.
Se dirigieron serios hacia la casa.
El exterior estaba todo lo oscuro que puede estar en julio.
Radovan debería estar en casa. Conocían a su antiguo jefe. Cada dos jueves, el tipo jugaba al póquer por las noches con sus colegas de juego. Goran, Berra K y algunos otros tíos más mayores. Mrado pensó: a él nunca le habían invitado.
La partida solía terminar a las doce de la noche. Después, Rado se iba a casa.
Ya estaría en casa.
Mrado y Nenad subieron por el camino de gravilla hasta el acceso de la casa. Se encendió un foco automáticamente.
La puerta se abrió antes de que llegaran a llamar al timbre.
Stefanovic estaba en el hueco de la puerta con una mano dentro de la chaqueta.
Dijo con voz lenta, pronunciando claramente en serbio:
—¿Qué hacéis vosotros aquí a estas horas?
Mrado contestó:
—Venimos a ver a Rado. Suele estar en casa a estas horas. Es importante.
Stefanovic, totalmente vigilante. Delante de él: los dos hombres que Radovan había decidido degradar. Peligrosísimos. Uno, un asesino a sueldo, un mercenario, un extorsionador, una máquina de matar humana. El otro, un magnate de la cocaína, un traficante, rey de los chulos con debilidad por las acciones radicales.
Armados hasta arriba. Un paso en falso y la cosa podía explotar.
—Creo que Radovan ya se ha acostado. Lo siento. Podríais llamar mañana.
—No. Tiene que vernos ahora.
Stefanovic cerró la puerta. Mrado y Nenad se quedaron fuera.
Buscaron con la mirada movimiento tras las ventanas.
Pasaron tres minutos.
Entendieron que Rado había comprendido. Nunca se atrevería a dejarles entrar en su casa. ¿Cómo iba a saber si no habrían ido a cargárselo?
Stefanovic volvió a salir.
—Accede a veros. Acompañadme por aquí.
Stefanovic les guió ante él hacia el garaje; inteligente, él les veía pero ellos tenían que girar la cabeza para verle. Abrió la puerta del garaje. Mrado miró hacia el interior. Estaba a oscuras. Mrado adivinó un Saab y el Lexus de Rado. Además un Jaguar, una moto y el Range Rover que había recogido a Mrado para la reunión en la torre de saltos de esquí hacía tres meses.
Stefanovic les pidió que avanzaran. Posiblemente le diera tiempo a disparar a uno de ellos, pero no a los dos.
—Quedaos aquí. Voy a buscar a Radovan.
Se quedaron solos en el garaje. La puerta aún abierta. Mrado oyó un ruido y supo lo que era; Nenad sacó su pistola del bolsillo interior.
Mrado hizo lo mismo.
Oyó que la puerta de la casa se abría y volvía a cerrar.
No vieron a nadie, sólo oyeron la voz de Stefanovic:
—De acuerdo, queremos que volváis a guardaros las armas. Poned los brazos en cruz. Enseguida, vamos. Hemos decidido que tengáis vuestra conversación con Radovan en el garaje. Ya sabéis, su hija duerme en la casa y no quiere que la molesten.
Mrado siguió sujetando su revólver.
—Olvídalo. Aquí ya no va a pasar nada más incondicionalmente. Radovan tiene que llevar los brazos a la vista y a los lados cuando salga de la oscuridad. La cosa es sencilla. El que no lleve los brazos caídos va a acabar con el careto como un colador.
Mrado oyó que Radovan se reía en la oscuridad.
Al menos el tío conservaba el sentido del humor.
Salió. Los brazos caídos. Valiente.
Radovan, cara a cara con sus antiguos subordinados en rebeldía.
Mrado hizo lo mismo.
A Stefanovic se le veía. Los brazos rectos hacia abajo.
Nenad siguió el ejemplo.
Cuatro hombres en un garaje de lujo. Se miraban fijamente.
Radovan dijo:
—Y bien, ¿qué queréis a estas horas intempestivas de la noche?
—Ya te lo habrás imaginado. Sólo queríamos hacerlo cara a cara.
Radovan se rió.
—Sospechaba que iba a pasar. Nunca se te han dado bien los reveses, Mrado. Otro motivo más por el que no puedes estar en la cumbre. Y, Nenad, tú tienes que aprender humildad. No puedes dejarme sin más en cuanto se te cambian las funciones, ¿verdad?
Mrado pasó de contestar a la provocación de Radovan.
—Se acabó. Hemos estado diez años juntos. Por Jokso, a las órdenes de Arkan, por Serbia. Pero se ha terminado. No sabes lo que es la gratitud, Radovan. No sabes lo que es el honor ni la justicia. Eso te debilita. Y te convierte en un perdedor.
Recuperó el aliento. Continuó:
—Podría haber sido diferente. Podrías haber construido esto sobre las mismas bases que Jokso. Sobre el respeto a los hombres y la humildad. Pero optaste por degradarnos. ¿Te pensabas que nos íbamos a tragar tu mierda? ¿Por quién coño me tomas? ¿Por un vikingo que se inclina y traga con que le den por el culo? Rado, tu tiempo ha llegado a su fin.
Mrado y Nenad salieron del garaje. No escucharon la posible respuesta de Radovan.