Capítulo 32

El problema de lujo de JW: había ahorrado trescientas ochenta mil en cuatro meses y aun así había gastado como un jeque del petróleo; ¿qué iba a hacer con el dinero?

Pronto llegaría el momento del BMW: quizá dentro de un mes. Quizá dentro de dos. Pese a todo, sería probablemente uno de segunda mano. Las alternativas que barajaba era un estupendo BMW 330 Ci M-Sportpaket del 2003. Un aún más estupendo BMW 330 Cabriolet con navegador del 2004. Y el modelo más estupendo de todos: un BMW Z4 2,5. Este último coche lo miró en la web Blocket. Era una pasada, plateado con tapicería de cuero, de cero a cien en seis segundos. Un coche de pijo. Era taaan de su estilo…

Era un problema típico de los chicos malos. Sobre el papel JW no ganaba dinero y según el registro del gran hermano vivía del préstamo del CSN[59] y de becas, en total siete mil quinientas coronas al mes. El coche tenía que registrarse y asegurarse. En consecuencia, el gran hermano vería que había comprado un coche de trescientas mil pese a que no declaraba ingresos ni patrimonio. El gran hermano empezaría a hacerse preguntas. En el peor de los casos el gran hermano sospecharía, empezaría a investigar a JW en general.

La solución estándar para los chicos malos consistía en blanquear el dinero negro.

JW estudió más. No era de lo que más se había escrito en relación con estructuras económicas. Difícil encontrar información. Preguntó a Abdulkarim sobre maneras inteligentes. El árabe contestó:

—JW, tío, mira, yo economista, no. Yo, un patero normal. Suecia no se fía de mí para nada. Yo no necesito dinero limpio. Yo estoy fuera de esto.

JW intentó explicar las ventajas de estar a buenas con el sistema.

Abdulkarim, con una sonrisa torcida:

—Tú vienes a Londres porque tú eres mi economista. Tú tienes que pensar. Si encuentras la forma, tú me lo dices. Entonces yo blanqueo el diez por ciento.

El árabe tenía razón en una cosa: mantenerse al margen era una alternativa. No registrar los coches, no asegurarlos, no comprar viviendas, funcionar siempre con metálico.

Pero no era el estilo de JW, él iba a ir en serio.

Tres días después de su vuelta de Robertsfors, JW se preguntó: ¿Qué tengo de allí? La simple respuesta: nada. Pero de todas formas, muy en el fondo, sabía que había sido agradable ir allí. Agradable sentirse seguro. No tener que jugar. Poder volver a hablar con su dialecto normal. Poder ir por ahí vestido de cualquier manera. Poder tumbarse en la cama todo el día sin tener que necesitar llamar a la gente para saber qué iban a hacer por la noche.

Al mismo tiempo sentía desprecio. Sus padres no controlaban nada. Su pasado no encajaba.

Además se había traído de allí una nueva pista: el chico de Camilla era yugoslavo. ¿Qué significaba eso? En principio era información que debería pasar a la policía.

¿Pero la policía avanzaba algo? JW les había proporcionado la historia de Jan Brunéus, el profesor que evidentemente había utilizado a su hermana. ¿Por qué no se ponían en contacto? ¿Pasaban de la preocupación y el dolor de la familia Westlund?

Al mismo tiempo era muy agradable haber pasado el testigo a la policía. Podía dedicarse a otras cosas. Camilla no podía quitarle demasiada concentración de su carrera.

JW aprendió sobre el blanqueo de dinero. La clave para el éxito era el traspaso de un sistema económico a otro. El traspaso desde zonas sucias a zonas limpias. Un ciclo de traspasos. Un traspaso en tres pasos vitales: colocación, ocultación, blanqueo. Sin ellos no se cerraba el círculo.

La colocación era imprescindible porque se vendía al contado. Por muy exclusiva que fuera la gente que compra, no se vende coca usando otros medios de pago. Una frase ocurrente: Cash is king for cocaine consumers[60]. La ventaja del dinero en metálico: no dejaba rastro. El inconveniente: resultaba sospechoso. A la gente le extrañaban los fajos de billetes de quinientas. El metálico había que traspasarlo. Colocarlo. Convertirlo. A otra divisa, en unos y ceros electrónicos en una cuenta bancaria, en acciones, opciones u otros instrumentos. En algo que no llamara la atención, que fuera fácil de manejar, que estuviera un paso más allá de tu fuente de ingresos ilegales.

El paso número dos se trataba de la ocultación. Dar la cara con actividades empresariales u otros mecanismos que ocultaran las fuentes de ingresos: cuentas de bancos en países con un buen nivel de confidencialidad. Se trataba de romper la cadena. Crear capas de transacciones. Que no pudiera verse de dónde había venido el dinero. Utilizar testaferros. Utilizar cuentas numeradas. Utilizar sistemas que cortaran tu conexión con esas maravillosas coronas.

El último traspaso era el más importante, se trataba del blanqueo en sí, de la reintegración del dinero en tu economía. Cuando el metálico se había colocado, ingresado en cuentas, el dinero se había ocultado y no podía seguírsele el rastro hasta ti, tendría lugar la última fase: centrarse en de dónde había venido, la creación de una quimera de fuentes legítimas. Con frecuencia, fuentes que pagaban impuestos. Fuentes normales.

El blanqueo conseguía que te vieras obligado a jugar de acuerdo con las reglas del Estado. Perdía la deliciosa flexibilidad del metálico. Lo introducía en el sistema financiero, en el que todo está meticulosamente regulado. Toda la información se guardaba. Todos los activos se contabilizaban. Cada traspaso se registraba. Ningún activo viene de la nada. Pero se podía fingir.

Quieres blanquear. Quieres romper la cadena. Al mismo tiempo quieres conseguir una bonita cadena para mostrársela a las autoridades. Había dos alternativas. O bien meter el dinero en algún lugar donde la confidencialidad pusiera fin a las investigaciones del gran hermano. La respuesta a las preguntas indiscretas: hay una transacción registrada pero lamentablemente no hay autorización para mostrarla. O bien utilizar el sistema para crear una pista. La respuesta para el gran hermano: claro que hay transacciones registradas, mira aquí.

Todo el asunto requería preparativos. JW iba a tener un BMW, sin más. Registrado y asegurado.

Había prisa. Quería ponerse en marcha lo antes posible.

Una semana más tarde había comprado en la Red tres empresas sin actividad por seis mil coronas cada una. Se inscribió como miembro del consejo de administración. La actividad de una era eventos-marketing; el de las otras dos, comercio de antigüedades. Perfecto. Arregló lo del capital social de cada compañía, cien mil coronas, con un pagaré. Él se convirtió en deudor de las compañías; una manera de evitar tener que meter coronas de verdad a nombre de las compañías. Se hizo un contrato a sí mismo en la compañía de eventos y marketing. Finalmente dio nombre a las compañías. Se llamaron JW Empire Antik AB, JW Empire Antik 2 AB y JW Consulting AB. Sonaba suficientemente profesional.

Se puso en contacto con gente en Londres, amigos de Fredrik y Putte que estudiaban en la London School of Economics. Niños bien con padres que pagaban cien mil al semestre por una buena formación. Conocían a otros allí que ya trabajaban, banqueros de inversión. JW hizo varias llamadas. Al otro lado del auricular, voces nasales de clase alta. Chicos que trabajaban día y noche e intentaban legitimar su propia opinión de sí mismos. Él siempre se refería a los chicos que le habían dado sus nombres. Abría puertas. Daba nuevos nombres. Británicos, indios, italianos. Medio mundo trabajaba en Londres.

Al final, tras cuatro días de llamadas a Londres, la factura telefónica estaba seguro por encima de las tres mil coronas, consiguió hablar con un hombre de Central Union Bank, Isla de Man. Un paraíso fiscal con una enorme ventaja: secreto bancario. Perfecto.

Acordaron reunirse la misma semana que JW estaría en Londres con Abdulkarim.

JW había quedado con Sophie por la noche para cenar en Aubergine, en Linnégatan.

Estaba en casa sentado en la habitación navegando. Babeando por objetos que comprar. Coches alucinantes. Calculó con Excel su histórico de compras. Nuevos métodos de ventas. Análisis de cash flow. Beneficios del blanqueo.

Apagó el ordenador.

Se levantó. Era hora de ir a ver a Sophie. JW con el vestuario habitual: vaqueros de Gucci, mocasines, camisa azul de rayas de Pal Zieri con puños dobles. Se puso el abrigo de cachemira.

Fue andando a Aubergine. Las aceras estaban bordeadas de nieve sucia. Los zapatos eran más resbaladizos que una cáscara de plátano sobre lubricante. Vio a Sophie a través de la ventana. Siempre estaba guapa, siempre. Pero uno no lo notaba al ciento por ciento cuando estaba sentada. Cuando llegó, ella se levantó. La belleza le golpeó con un duro derechazo. Joder, qué rica estaba.

Llevaba vaqueros estrechos, Sass & Bide, zapatos negros de punta fina y un top negro escotado, probablemente de la tienda de Nathalie Schuterman de Birger Jarlsgatan. Sophie era cliente habitual.

Él guiñó un ojo, fingió flirtear con ella.

Ella sonrió. Se abrazaron. Se dieron un beso rápido.

JW se sentó. Pidió una cerveza. Sophie ya tenía una copa de vino tinto ante sí.

El restaurante estaba en un local en forma de L. Las ventanas eran grandes. Las mesas lacadas de negro, discretas. En el ángulo de la L estaba la zona de bar. Unas intrincadas estructuras de hierro hacían de lámparas de techo de luz suave. La clientela consistía en abogados y chicos de finanzas tomándose la cerveza-de-después-del-trabajo, pibones tomándose la primera y parejas de Ostermalm cenando tête-à-tête.

Pidieron la cena.

JW rodeó a Sophie con un brazo.

Ella tomó un pequeño sorbo del vino.

—Pareces cansado.

A veces ella actuaba de una manera que le ponía nervioso. Cuando fijaba la mirada no la retiraba nunca.

—Creo que estoy durmiendo demasiado poco.

—Pero la semana pasada me dijiste que estabas cansado porque habías dormido demasiado. Dormiste hasta las tres de la tarde. ¿Es tu récord?

JW pasó el dedo por el borde del vaso de cerveza.

—No creo. Eso fue el fin de semana que fui a casa de mis padres. Uno se queda atontado cuando duerme demasiado. Estuve en plan tranquilo en su casa.

—Qué raro. Siempre hay un motivo para el cansancio. Pueden ser cosas contradictorias. En realidad es absurdo. Uno se cansa de dormir demasiado poco o en exceso, por la oscuridad del invierno o por la luz primaveral. Dicen que a uno le da sueño pasarse todo el día vagueando o haber sido demasiado activo.

—Es verdad. Todos quieren tener excusas para estar cansados. Cansado porque se ha entrenado demasiado fuerte en el gimnasio o porque se ha estrujado los sesos en un examen. La gente siempre tiene motivos para estar cansada. Pero yo sé por qué me estoy quedando dormido ahora. Salí anoche.

JW siguió contándole. Sobre su noche de fiesta. Las bromas locas de los amigos. El subidón de la coca. Siguió parloteando. A Sophie se le daba bien escuchar, hacía preguntas relacionadas en las pausas correctas, asentía en los momentos correctos, se reía con las bromas correctas. Sophie conocía parte de la realidad, sabía que JW vendía a los chicos pero no sabía en qué medida. Ni de lejos.

Sophie se inclinó hacia atrás. Se quedaron sentados en silencio un rato. Escucharon a hurtadillas la conversación de la mesa de al lado.

Al final, ella preguntó:

—¿Qué otros amigos tienes además de los chicos?

En la cabeza de JW: proceso de análisis a una estresada velocidad máxima. Rebuscó mentiras preparadas. ¿Qué cojones iba a decir? ¿Que sus únicos amigos eran los chicos, parecer una persona con pocos amigos? ¿Inventarse otros amigos? En plan Mållgan. No, no era capaz de retener más mentiras en la cabeza. La respuesta fue: haz concesiones, cuenta la mitad.

—Me relaciono algo con otro grupo. Te vas a reír.

—¿Por qué me iba a reír?

—Porque son como macarras.

—¿Macarras? —Genuina sorpresa en la voz.

—O sea, por el estilo. Salimos de fiesta, entrenamos. En plan tranquilo. —JW sentía la necesidad de justificarse—. La verdad es que son guais.

—No me lo podía imaginar de ti. A veces me pregunto hasta qué punto nos conocemos bien. ¿Cuándo puedo conocerlos?

Un error de cálculo. JW no pensaba que ella fuera a involucrarse así. Normalmente no se interesaba por la gente fuera de su círculo. Ahora de repente quería conocer a Abdulkarim, Fahdi y Jorge.

¿Era una broma o qué?

JW se esforzó. Tenía que mantener el tipo. Dijo:

—Quizá. En algún momento.

La necesidad de cambiar de tema de conversación pasó a ser desesperada. Empezó a hablar de Sophie. Solía funcionar.

Sacó el asunto de su relación con Anna y otras chicas de Lundsberg. Charla sobre conocidos. El asunto favorito de Sophie. JW se preguntó si sabía lo que había pasado entre él y su amiga Anna, en el fiestón de Lövhälla Gård. Pero por qué iba a importarle, hacía casi medio año.

Sophie le recordaba a Camilla. Daba miedo.

Camilla era como Sophie con una diferencia: de alguna manera Camilla no controlaba tanto.

Y entonces se dio cuenta. Todavía tenía la sensación de que Sophie jugaba con él, se hacía la difícil, mantenía las distancias y quizá fuera sólo su manera de decirle que quería que él le ofreciera cercanía. Que se abriera más. Que la dejara entrar. Que le contara quién era él en realidad. Que le contara lo que él no se atrevía. Igual que Camilla. Dura, manteniendo las distancias con sus padres, especialmente con Bengt, cuando seguro que sólo era una manera de cerrarse porque no había una verdadera cercanía. Ir de dura porque no se atrevía a exponerse. ¿Y era eso, la falta de cercanía, lo que la había seducido de ese capullo de Jan Brunéus? JW no sabía si quería saberlo.

Unos días más tarde, la planificación del viaje a Londres a toda máquina. JW consiguió los billetes de avión. Reservó un hotel de lujo. Se encargó de que los incluyeran en la lista de invitados: Chinawhite, Mayfair Club, Moore’s. Hizo las gestiones para conseguir un guía en Londres, encargó una limusina, reservó mesa en los mejores restaurantes, comprobó los mejores clubes de striptease, se puso en contacto con reventas para conseguir asiento en los partidos del Chelsea, investigó los horarios de apertura y cómo ir a los almacenes de lujo: Harvey Nichols, Harrods, Selfridges.

Abdulkarim tenía que quedarse contento. Lo único que le molestaba a JW era que no sabía a quién iban a conocer ni por qué. La única información que le había dado Abdulkarim: «Se trata de negocios a lo grande».

Iban con frecuencia a casa de Fahdi. Él, Fahdi, Jorge y Abdulkarim a veces. Fahdi veía películas viejas de Van Damme y porno.

Hablaba de tíos a los que les había partido la cara y del Mal con M mayúscula: Estados Unidos. JW y Jorge hacían un organigrama de sus contactos y vendedores. Planificaban los lugares de almacenaje, aseguraban las zonas de venta, estrategias de venta y sobre todo la introducción. En el primer lugar de su lista había un gran envío desde Brasil.

El chileno rezumaba odio y resolución. El chico tenía su proyecto aparte: vengarse de los tíos que le habían machacado.

En general JW se sentía a gusto con ellos. Eran sencillos comparados con sus colegas de Stureplan. Algo más clase B en sus hábitos, pero tenían los mismos valores que los chicos: tías, dinero, vivir la vida.

Una tarde en casa de Fahdi fue consciente de aspectos del negocio de la farla que hasta entonces había pasado por alto.

Jorge, Fahdi y él estaban sentados en los sofás. Llamaron a los camellos y acordaron lugares de encuentro.

El televisor, puesto de fondo. Pasaban las escenas de acción filmadas a cámara lenta de Misión imposible 2.

Patadas y golpes sangrientos y divertidos. Para Fahdi, inspiradores.

Empezó a hablar de un tío al que había disparado hacía dos años.

Al principio JW se partía.

Jorge quiso saber más.

Le preguntó a Fahdi:

—¿No tienes miedo a acabar en el trullo?

Fahdi se rió y dijo con orgullo:

—Yo miedo, nunca. Miedo es para maricas.

—¿Y qué vas a hacer si aparece la pasma?

—¿Has visto Leon?

—¿Qué?*

—¿No entiendes?

—¿Es que tienes armas en casa?

—Claro, habibi. ¿Queréis ver mi arsenal?

JW tenía verdadera curiosidad. Acompañaron a Fahdi a su habitación. La puerta del ropero chirrió. Fahdi rebuscó en la oscuridad. Tiró algo sobre la cama. Al principio, JW no vio lo que era. Luego lo comprendió, ante él, sobre la cama, había una escopeta de postas con los cañones recortados, Winchester. Doble cañón. Dos cajas amarillas con cartuchos de la misma marca que la escopeta. Dos pistolas de la marca Glock. Un machete con cinta aislante en el mango. La cara de Fahdi resplandecía como la de un niño feliz.

—Y vais a ver lo mejor. —Se volvió a inclinar hacia el interior del ropero. Cogió una carabina automática del 5—. Del ejército sueco. Guay, ¿eh?

JW fingió estar tranquilo. En realidad estaba en estado de shock. El hogar de Fahdi era el nido de las águilas. Un bunker de guerra totalmente armado en el extrarradio gris.

Jorge sonrió.

Cuando más tarde JW llegó a casa esa noche no llamó a Sophie.

Le costó dormirse.