Capítulo 23

JW, con la angustia del día siguiente. Se sentía como una patata asada con una gorra de plomo. Se había despertado a las ocho y media. Se arrastró de casa de Sophie a la suya. Se sentó en el suelo junto a la cama y tuvo náuseas durante veinte minutos. Luego se tomó cuatro vasos de agua en un intento desesperado por reducir la resaca. Después del agua vomitó en el inodoro, y se sintió claramente mejor. Se durmió.

Se había vuelto a despertar, tras sólo dos horas de sueño. Se sentía como se merecía. No podía dormirse otra vez. Los ataques de resaca venían en oleadas. Todo había sido tan raro con Sophie… Se sentía como la definición de la palabra «penoso». Por otra parte, había hecho su mayor entrega de farlopa. Así que la noche podía considerarse como una especie de éxito.

Se prometió a sí mismo tomar sólo refrescos de cola en el futuro. Jamás alcohol.

Se prometió arreglar las cosas con S.

Se quedó en la cama pese a que no podía dormir. No tenía fuerzas para levantarse.

Se prometió por enésima vez: en el futuro, sólo refrescos de cola.

JW se despertó un rato más tarde. Se acordó de por qué no debía dormir más. El día incluía dos proyectos que llevar a cabo. Por un lado iba a averiguar si la historia de Jan Brunéus cuadraba. Por otro necesitaba encontrar a ese tal Jorge. Se lo había tomado con un poco de calma en ese frente. Los planes de expansión de Abdulkarim requerían acción.

Se saltó una clase por la mañana en la universidad. En lugar de eso, volvió al Instituto de Sveaplan. Subió a la secretaría. La secretaria le reconoció y le saludó alegre. Llevaba la misma falda que el día anterior.

JW dijo:

—Tengo para usted una solicitud quizá poco habitual.

La mujer sonrió. JW había hecho un buen trabajo siendo amable cuando estuvo la vez anterior.

—Quería ver las notas de una persona que estudió aquí hace cuatro años, Camilla Westlund.

La mujer siguió sonriendo pero hizo una de sus muecas, frunció el ceño. Giró la cabeza, miró a JW de lado con los ojos entornados. Significado: esta vez has ido demasiado lejos.

—Lamentablemente, no las proporcionamos.

JW había hablado con la Administración de Educación de la Ciudad de Estocolmo. Había contado con una respuesta negativa de la secretaría. Estaba preparado. Había estudiado, pulido sus argumentos. Se sentía seguro. Recurrió a la arrogancia directamente. No tenía sentido ser blando con la vieja.

—Verá, las notas son documentos oficiales que han de proporcionarse salvo que por algún motivo se hayan calificado de confidenciales. Si no puede demostrar que se han calificado como tal e indica el motivo para esto, serán entonces públicos y por lo tanto me los proporcionará inmediatamente. Si se niega a proporcionármelos estaría cometiendo prevaricación, lo cual es punible.

La mujer hizo una nueva mueca pero todo el tiempo con la misma sonrisa en los labios. Sus ojos miraban fijamente hacia abajo y a la izquierda. Inseguridad.

JW siguió como si estuviera leyendo:

—Incluso otros documentos que emitan aquí en la Komvux son oficiales y muy probablemente sean públicos. De acuerdo con la ley de confidencialidad no hay base para no proporcionarlos. Así pues, le ruego que sea tan amable de traerme las notas de Camilla Westlund en todas las asignaturas que estudió aquí. Gracias.

La mujer se dio la vuelta. Entró en una sala contigua. JW la oyó hablar con alguien.

Janne Josefsson[48], puedes retirarte.

La secretaria volvió.

Nuevo gesto, una sonrisa aún más falsa. Los ojos centelleaban en una expresión facial servil.

—Tengo que ir a buscarlos al archivo. ¿Puedes esperar? —No dijo nada sobre que se había equivocado.

No importaba; JW había ganado el primer punto.

La secretaria desapareció.

Estuvo fuera veinte minutos.

JW se puso nervioso. Mandó SMS, miró su agenda en el móvil, los pensamientos oscilaban entre las estrategias de venta de cocaína, las actitudes insustanciales de Abdulkarim, los paseos en Ferrari de Camilla y el chileno que tenía que encontrar. Todo a la vez. Sin estructura.

Volvió la mujer. En la mano llevaba una funda de plástico que le entregó.

JW estudió los documentos: copias de notas. Educación para Adultos Municipal de Estocolmo. Instituto de Sveaplan. Las notas de Camilla Westlund estaban rellenadas a mano.

Sueco: cursos a, b: Sobresaliente,

Inglés: cursos a, b: Sobresaliente.

Matemáticas: curso a: Bien.

Historia: cursos a, b: Insuficiente.

Ciencias Sociales: curso a: Sobresaliente,

Francés: cursos a, b: Bien.

JW se quedó en la oficina. Su mirada fija en las notas. Algo estaba mal. Tenía que averiguar qué. Jan Brunéus le había dado a Camilla clase de sueco, inglés y sociales. Cuadraba con lo que le había dicho, que tenía sobresaliente en todo. En las otras asignaturas había sacado sólo bien y un insuficiente. Pero Susanne le había dicho que hacían muchas pellas. No era de extrañar que Camilla sólo hubiera sacado bien e insuficiente en algunas asignaturas. La cuestión era cómo había sacado sobresalientes con Jan.

JW tenía que saberlo.

Volvió a llamar a la secretaria. Le pidió que trajera los demás documentos sobre Camilla.

Esta vez fue más rápida. Sabía dónde tenía que buscar.

La secretaria volvió cinco minutos después con una carpeta de plástico similar en las manos. Otros papeles.

Estaban relacionados con la asistencia de Camilla Westlund. Los mismos cursos que se recogían en las notas. Su asistencia media estaba por debajo del sesenta por ciento. La cabeza le daba vueltas. La oficina de Komvux se encogía a su alrededor, le presionaba. Le sofocaba. La asistencia de Camilla en sueco, inglés y sociales: por debajo del treinta por ciento. Algo estaba mal de narices. Nadie sacaba un sobresaliente con tantas faltas de asistencia. ¿Por qué mentía Jan Brunéus?

Se volvió hacia la mujer de la secretaría:

—¿Sabe dónde se encuentra Jan Brunéus en los descansos? —JW se esforzó por sonreír.

—Seguro que está en la sala de profesores. —Señaló con la mano.

JW se dio media vuelta. Corrió por el pasillo.

La puerta de la sala de profesores estaba abierta. Pasó de llamar. Entró directamente.

Miró a su alrededor. Siete personas sentadas alrededor de una mesa grande de madera clara. Comían galletas danesas y bebían café.

Ninguno de ellos era Jan Brunéus.

JW se esforzó.

—Hola, perdón que les moleste. Quería saber si saben dónde está Jan Brunéus.

Una de las personas a la mesa contestó:

—Ya se ha marchado a casa.

JW se rindió. Se marchó.

Le sonó el móvil de camino a casa desde la Komvux. JW primero pensó en pasar de cogerlo; ya tenía bastante en lo que pensar. Luego cayó en que podía ser Abdulkarim. Cogió el teléfono. Demasiado tarde.

La llamada perdida era de José móvil.

José era uno de los tíos cuyo nombre le había pasado Abdulkarim para buscar a Jorge. El tío era camarero en un garito de la zona de Sollentuna, Mingel Room Bar. JW le había conocido dos días antes y le había invitado a comer en Primo Ciao Ciao, pizzería de verdadero lujo. JW le ofreció dos mil coronas por información sobre Jorge. José controlaba, sabía quién era Jorge, le consideraba un héroe. A principios de la década del 2000 era del mismo grupo que Jorge. JW le contó las cosas más o menos como eran: no quería hacer daño a Jorge, quería ofrecerle oportunidades, quería ayudar a Jorge a ponerse de pie en su nueva y maravillosa vida en libertad. Como un Jesús en miniatura. Pero José no sabía entonces nada del fugitivo.

JW esperó quince minutos para volver a llamar. Caminó por Valhallavägen repasando qué quería saber y para qué tenía fuerzas en ese momento. Los pensamientos sobre Jan Brunéus le perturbaban. Estaba obligado a concentrarse. El asunto de Camilla no podía quitarle toda la energía del negocio de la farla. No en ese momento.

JW diciéndose a sí mismo: Concentración. Suelta ya la angustia por C. Es más emocionante jugar a ser detective en relación con un chileno huido que con Camilla. Jorge, el tío fugado; la posibilidad de JW para poder formar parte de algo grande.

Llamó a José.

JW se dio cuenta directamente de que José tenía información superimportante-tienes-que-actuar-a-toda-leche. Alguien que se parecía a Jorge había sido visto en Sollentuna la noche anterior. El patero había estado de fiesta salvaje con dos otros gánsteres de Sollentuna, Vadim y Ashur. Tíos conocidísimos en el noroeste de Estocolmo. Jorge se fue del garito cuando cerraron, a las tres. José fue a la salida, donde todavía seguían los fiesteros. Estaban acelerados. Hablaban de lo cerca que había estado la pasma de pillarles. El héroe tenía el pelo rizado, parecía más moreno, con más barba. Vadim sólo se reía. No reveló nada pero dijo lo suficiente: «Ah, éste es un chico malo nuevo. Esta noche va a dormir en mi casa porque la pasma siempre le está persiguiendo, la última vez, esta noche». José captó el mensaje.

JW le hizo dos preguntas antes de colgar: ¿Donde vive Vadim? ¿Qué hora es?

José sabía la dirección: Malmvägen 32. Cerca de Sollentuna Centrum. Era la una.

JW se paró en la acera. Levantó la mano para coger un taxi.

Esperó. A esas horas no había muchos coches.

Pensó en el chileno que iba a localizar. ¿Qué le iba a decir?

Pasaron seis minutos. ¿Por qué no había ningún taxi?

La inquietud volvió a apoderarse de él. No había nada peor que esperar un taxi.

Hizo una seña a un taxi que parecía vacío.

Pasó de largo.

Hizo una seña a uno más, Taxi Stockholm.

Paró.

JW subió. El conductor dijo algo en un sueco incomprensible.

JW dijo:

—A Malmvägen 32, por favor.

Fueron hacia Norrtull.

Salieron a la E4, el ritmo era lento.

JW cambió de opinión, había algo peor que esperar un taxi: estar sentado en un taxi y esperar que el tráfico avanzara.