Capítulo 22

Lo primero que quería hacer Jorge era comer. McDonald’s, Sollentuna Centrum: McTasty, hamburguesa de queso, patatas fritas grandes y kétchup servido en esos vasitos blancos. Jorge disfrutó. Al mismo tiempo: angustia de tamaño grande; se le había acabado el dinero y faltaban dos días para llamar a Mrado. Las palabras necesidad de pasta retumbaban.

Había llegado desde la casa. Se había traído una botella de whisky del mueble bar. Se había dormido en el autobús. Joder, qué gusto; uno de los sitios más tranquilos de la ciudad. Relajación a lo grande. Se fue directamente a Sollentuna. No se atrevía a ponerse en contacto con Sergio o Eddie. La bofia quizá los vigilara. En lugar de eso llamó a unos amigos de antes, Vadim y Ashur, con los que solía vender coca en los buenos viejos tiempos.

No debería haberlo hecho pero no pudo contenerse; el deseo de contacto humano, demasiado grande.

Le dieron la bienvenida como a un rey. J-boy: el fugitivo de leyenda. El mito de la coca. El latino con potra. Le dejaron dinero para McDonald’s. Le recordaron tiempos más felices, los colegas del asfalto, las tías de Sollentuna.

De puta madre.

Vadim y Ashur: amigos internacionales. Vadim llegó a Suecia desde Rusia en 1992. Ashur: sirio de Turquía.

Según Jorge, Vadim podría haber llegado lejos. El tío tenía determinación, era ambicioso, listo, tenía familia que ganaba pasta; tenían tiendas de informática en cada centro comercial a lo largo de media línea de cercanías en dirección a Märsta. Pero el gusto por el estilo de vida gangsta le perdió. Se pensó que vender un poco de coca le convertiría en el rey de la calle. De acuerdo, se había apañado bien, había estado preso sólo periodos cortos, no como Jorge. Pero ¿qué aspecto tenía en la actualidad? Castigado como un borrachuzo vikingo. Trágico. El tío debería moderar un poco sus hábitos.

Ashur: siempre con una gran cruz de plata colgada del cuello. No se metía en movidas. Trabajaba de peluquero. Tenía controladas a las tías del barrio. Durante el día les hacía mechas, por la noche se acostaba con ellas. Encantaba a las tías al ciento diez por ciento con su charla sobre cortes de pelo y reflejos.

Jorge debería estar seguro. Pese a todo: su aspecto, bastante cambiado. Vadim ni siquiera le reconoció al principio.

Después de las hamburguesas fueron a casa de Vadim. El tío vivía en un tugurio en la calle Malmvägen: colillas, tubos para esnifar, botes de cerveza y papel de fumar por todo el suelo. Encendedores, cartones de pizza, botellas de alcohol vacías y cucharillas quemadas por la mesa del salón. ¿Qué vicio no tenía Vadim?

Abrieron el whisky. Lo tomaron con agua templada como sibaritas. Y cerveza. Luego quemaron chinas gordas. Pusieron a Beenie Man a todo volumen. Jorge adoraba la compañía. Eso era estar libre.

Se emborracharon. Se colocaron. Se aceleraron. Vadim soltaba ideas para conseguir pasta: uno tenía que hacerse chulo, uno debería hacerse una página web y vender maría por correo, uno debería espolvorear los bocadillos de los alumnos de básica con farlopa, para que fueran adictos a una edad temprana. Cambiar sus golosinas por pasta de coca. Jorge le seguía el juego. Se excitaba. Conseguir pasta. Conseguir pasta.

Vadim tenía un aspecto taimado, sacó una caja de cerillas. Desdobló una bolsa casera hecha con plástico de cocina. Vertió dos gramos de coca en un espejo.

—Jorge, esto es para celebrar que estás en la ciudad —dijo Vadim mientras hacía tres rayas.

Menuda fiesta.

Jorge no había imaginado ni en sueños que fuera a probar perico esa noche.

Quizá no fuera el tubo para esnifar más elegante; cada chico tenía su propia pajita, que Vadim había quitado de tres tetra-bricks.

Un esnifado rápido. Primero una sensación de cosquilleo en la base de la nariz. Un segundo después: una sensación de cosquilleo en todo el cuerpo. Se convertía en un subidón. Lo máximo. El mundo en el mejor estado. Jorge the man. The return of Jorge[47]. El mundo estaba preparado para hacerse con él.

Ashur hablaba de tías. Había quedado en el Mingel Room Bar de Sollentuna Centrum con dos chicas a las que solía cortar el pelo. Chicas guapas. Aulló:

—Una, bueno, teníais que verle el culo. Una doble de Beyoncé. Un pibón. Si alguno de nosotros pilla cacho esta noche le prometo el mejor corte de pelo gratis.

Claro que iban a tener chicas. Claro que iban a salir.

Jorge esperaba ligar con la doble de Beyoncé.

Repitieron, más whisky y cada uno una raya más.

La cocaína hacía retumbar el ritmo de la música.

Bajaron al coche de Ashur.

Mingel Room Bar: el Kharma de Sollentuna. Pero no del todo. Fíjate en Jorgelito en el exterior del sitio. Hasta arriba de coca, whisky y cerveza. No sentía el frío. Sólo se sentía a él mismo. Sólo sentía crecer las ganas de fiesta. Observaron la cola. Máximo veinte personas obedientemente en línea. Miraron a las tías que se aproximaban hacia la cola desde la estación de cercanías. Ashur las despreció:

—Suecia. En este país las tías no saben caminar bonito. Sólo los tíos caminan bien. Teníais que ver en mi país, se deslizan como gatas.

Jorge miró. Ashur tenía razón: las tías caminaban como tíos. Rectas, decididas. Sin contonearse, sin balanceo del trasero, sin sexo en los pasos. Pasó. Si la tía como Beyoncé estaba ahí dentro iba a ir a por todas.

Vadim dijo que conocía al portero. Fue hasta él. Intercambiaron unas frases en ruso. Todo bien.

En el preciso momento en que Jorge, Vadim y Ashur iban a entrar, el portero levantó la mano. Pasó de la mirada inquisitiva de Vadim. El portero miraba hacia la calzada. La cola se detuvo. Se calló. La gente se giró.

Luces azules.

Un coche de policía aparcó junto a la acera.

Mierda*.

Salieron dos maderos. Fueron hacia la cola.

El cerebro de Jorge, trabajando con la agudeza de la coca: ¿qué estaban buscando? ¿Debería pirarse o confiar en su nuevo aspecto? Una cosa era segura: si salía corriendo le perseguirían porque era sospechoso que se largara.

Se quedó. ¿Cómo había podido ser tan imbécil como para salir de farra?

Vadim cerró los ojos. Parecía que movía los labios pero no emitió ningún sonido.

Jorge se sentía más tenso que un sustituto nuevo en su colegio durante la primera clase. No se movió. No pensó. Hizo lo mismo que Vadim: cerró los ojos.

Miró la cola con ojos entornados. Un madero con una linterna.

Iluminó las caras de todos. Las tías que había al final del todo soltaron risitas.

Como era de esperar, los tíos se pusieron en plan duro. Uno de ellos le dijo al policía de la linterna:

—Si no tenéis tarjeta de socio no vais a entrar.

El madero contestó:

—Tranquilo, chaval.

Una actitud de mierda.

Continuaron a lo largo de la cola. La gente preguntaba qué pasaba. Los policías mascullaron algo incomprensible.

Iluminaron a Ashur. Sonrió. Señaló al madero que tenía la linterna en la mano.

—Hola. Soy el dueño de Saxateket, en el centro comercial. Creo que unas mechas te quedarían muy bien.

De hecho, el policía sonrió.

Continuaron.

Iluminaron a Vadim. Mucho tiempo. Su rostro consumido atrajo la atención de la policía.

—Hola, Vadim —dijo el de la linterna—, ¿qué tal?

—Todo bien. De primera.

—¿Y sin movidas?

—Claro, como siempre.

—Sí, como siempre. —Ironía policial.

Jorge miraba hacia delante. Le parecía todo neblinoso. No podía concentrarse. El tiempo se detuvo.

¿Qué coño iba a hacer?

Paralizado.

Se acercaron a él. Le iluminaron la cara. Intentó relajarse. Sonreír lo justo.