Capítulo 14

JW se convirtió rápidamente en un chico de moda. La voz se corrió después de la fiesta en Lövhälla Gård, los comentarios sobre la juerga duraron semanas. Lo loco que había estado Nippe, lo divertido que había sido ver a Jet-set Carl de farra, las bromas tan divertidas que había hecho Lollo, lo salido que Nippe estaba siempre. Los cotilleos exageraron lo que se bebió, los bailes, los escándalos y el subidón para beneficio de JW.

Las semanas siguientes trajeron buenos ingresos. Abdulkarim le adoraba. Vaticinó brillantes planes de futuro juntos, tenía la visión de que se adueñarían de la ciudad. JW no sabía si tomar a Abdul en serio o si era una broma. El árabe hablaba muchísimo.

JW dejó el taxi y se encargó de que otro chico le sustituyera. Primero se aseguró de que Abdulkarim lo aprobara.

JW se veía a sí mismo con nuevos ojos: el hombre de éxito, el hombre de nieve, el hombre ligón: se llevó a casa tres chicas en dos semanas. Récord para él. Se sentía como un mini-Nippe.

Durante el día arrasaba en cuestiones de compras. Se hizo con dos pares nuevos de zapatos: mocasines de Gucci con la hebilla dorada y botines de Helmut Lang para el invierno. Se compró un traje, un Acne con las costuras visibles en las solapas. Era moderno, posiblemente demasiado formal. Quizá no en el estilo estricto correcto. Se dio un atracón de camisas con puños dobles: Stenströms, Hugo Boss, Pal Zieri. Compró vaqueros, pantalones, calcetines, cinturones, camisetas y gemelos. La mejor compra de todas fue un abrigo Dior de cachemira, para el invierno. El precio era de doce mil coronas. Caro, por supuesto, pero cuesta estar en la cumbre. Lo colgó delante de su cama para que fuera lo primero que veía cuando se despertaba. Era bonito del copón.

JW disfrutaba de cada minuto. No ahorraba ni un céntimo.

En cuanto al Ferrari, se repetía: en ese año había dos coches en Suecia. No podía ser imposible encontrar a alguien relacionado con ellos, alguien que hubiera conocido a Camilla o que en cualquier caso supiera más que la policía. Peter Holbeck, el dueño de uno de los coches, apenas había utilizado el suyo. En ese caso no parecía probable que Camilla hubiera tenido que ver con él, el tío no estaba nunca en Suecia. Quedaba la compañía de leasing, Dolphin Finans AB. La compañía había quebrado hacía un año; era patentemente sospechoso.

JW buscó información sobre la compañía de leasing en el registro de empresas. Se trataba de una empresa ya constituida y sin actividad que se había comprado, Grundstenen AB, pero habían cambiado el nombre directamente a Leasingfinans AB. Medio año después cambiaron el nombre por Finansieringsakuten i Stockholm AB. Un año más tarde volvieron a cambiar el nombre por Dolphin Finans AB. Tres cambios de nombre en menos de tres años. Fishy[34]. Durante todo el tiempo, desde la compra de la compañía original, una y única persona había sido el administrador, un tal Lennart Nilsson, nacido el 14 de mayo de 1954. JW comprobó los datos del hombre en el registro civil.

Lennart Nilsson estaba muerto.

JW solicitó la información de la declaración de quiebra.

Curiosa información la de los documentos: Lennart Nilsson era un adicto conocido de Nacka[35] que había fallecido de cirrosis. Según la información obligatoria del síndico de la quiebra sobre posibles irregularidades, el hombre era probablemente un testaferro.

JW se encontraba en un callejón sin salida. El Ferrari era de leasing de una empresa que había quebrado y cuyo único representante físico había fallecido. ¿Cómo iba a continuar?

La única vía que se le ocurrió fue ponerse en contacto personalmente con el síndico de la quiebra. Llamó, consiguió hablar con una secretaria y solicitó hablar con el abogado. Un montón de obstáculos según la secretaria, que cada vez que JW llamaba decía: «¿Podría volver a llamar? Lo siento, está reunido». JW le pidió que le dijera al abogado que le llamara. Pensó que eso bastaría. El tío no llamó. JW tuvo que insistir mucho. Le llevó más de una semana dar con él.

Al final hablaron; para JW fue un verdadero chasco. El abogado/síndico no tenía más información que la que había en la documentación de la quiebra. La compañía no tenía ninguna contabilidad, ningún empleado, memorias anuales muy escuetas. El interventor no estaba en el país y no estaba claro quién era el dueño de las acciones.

Todas las pistas que llevaban al Ferrari terminaban con una quiebra que decía «delito» a gritos. Estaba más que claro que algo no cuadraba, pero JW abandonó los pensamientos del coche durante unos días. No había mucho que pudiera hacer.

Intentó dejarlo como estaba.

No funcionó. Los pensamientos estaban ahí todo el tiempo. Su hermana había desaparecido y tenía que poder averiguarse más.

Hacía cuatro años, un policía le había dicho las probabilidades a la familia de JW:

—Lamentablemente, lo normal es que si no encontramos a la persona desaparecida en una semana la persona esté muerta. El riesgo es de nueve sobre diez —siguió explicando el policía—. Por lo general, la persona no es víctima de un crimen violento sino que se trata de accidentes como ahogamientos, ataques al corazón, accidentes desgraciados. El cuerpo se suele encontrar. Si no sucede, eso puede indicar que son otras las circunstancias que han causado la muerte.

El recuerdo de la conversación con el policía le dio ideas a JW. Sabía que las últimas noticias que se tenían de Camilla eran de la tarde del 21 de abril del año de su desaparición. Cuando llamó a una amiga, Susanne Pettersson, que por lo demás era la única conocida de Camilla que la policía había localizado en Estocolmo. Le dijo a la policía que no sabía nada. Su único contacto era que estudiaban juntas en la Komvux. Quizá por eso no se había preocupado de ella antes.

Según JW, la policía no podía haber hecho un trabajo muy meticuloso, porque seguro que habían visto las fotos de Camilla en el Ferrari. Sin embargo, no se mencionaba en los informes a los que la familia de JW había tenido acceso. También podían haber pasado otras cosas por alto.

JW se aferró a las escasas probabilidades: uno de cada diez desaparecidos no estaba muerto.

Quizá Camilla vivía.

Estaba obligado a saber más, una obligación hacia su hermana. Una semana después de enterarse de lo del administrador muerto de Dolphin Finans AB, llamó a Susanne Pettersson. Charlaron un rato. No había llegado a terminar en la Komvux. Ahora trabajaba como dependienta en el H & M del centro comercial Kista Galleria. Cuando él sugirió que se vieran, ella le preguntó si no bastaba con esa llamada. Era evidente que no tenía interés en profundizar en la historia de Camilla.

De todas formas, JW fue hasta Kista. Vagó por las calles interiores anchas y bien iluminadas hasta encontrar la tienda de H & M y pudo preguntó quién era Susanne. Se presentó. Se quedaron de pie en medio del local. Había pocos clientes en la tienda a mitad del día. JW se preguntó cómo podía ser rentable.

Susanne tenía el pelo teñido de rubio pero el color oscuro real se le veía en las raíces. Estaba vestida con vaqueros estrechos que llevaba remetidos en un par de botas altas y un top rosa con este texto sobre el pecho: Cleveland Indians. Todo su lenguaje corporal decía: No quiero hablar contigo. Los brazos cruzados, la mirada fija en cualquier sitio salvo en JW.

JW intentó presionarla amablemente:

—¿Qué asignaturas estudiabais juntas?

—Volví a coger casi todas las asignaturas. Matemáticas, sueco, inglés, sociales, historia, francés. Pero el colegio nunca fue lo mío. Yo quería ser abogada.

—Aún puedes serlo.

—No, ahora tengo dos niños.

JW puso voz de franca alegría:

—Qué estupendo. ¿Cuántos años tienen?

—Uno y tres años, y no es estupendo, mi chico me dejó cinco meses antes de que naciera el pequeño. Me quedaré en esta tienda hasta que me devore la celulitis.

—Qué pena. No digas eso. Todo es posible.

—Probablemente.

—Lo es, te lo aseguro. ¿No podrías contarme algo más sobre Camilla?

—Pero ¿por qué? La policía me preguntó todo lo que necesitaba saber hace cuatro años. Yo no sé nada.

—No pasa nada. Es sólo que tengo curiosidad. Verás, yo apenas conocía a mi propia hermana. Me preguntaba qué asignaturas estudiasteis juntas y eso.

—Yo habría sido una buena abogada, ¿sabes? Sé argumentar bien si hace falta, y entonces apareció Pierre y lo fastidió todo. Y ahora estoy aquí. ¿Sabes lo que gana una dependienta?

JW pensó: Esta chica jamás podría haber sido una buena abogada. Era incapaz de centrarse.

—¿No recuerdas qué asignaturas estudiaste con Camilla?

—Déjame pensar. Creo que estudiamos juntas sueco e inglés. Solíamos hacer los deberes juntas, estudiar antes de los exámenes. Ella sacó buenas notas, aunque hacíamos bastantes pellas. Yo tuve unas notas de mierda. Nunca terminé de entender cómo lo había conseguido Camilla. Pero tampoco la conocía demasiado bien.

—¿Sabes de alguien con quien se relacionara?

Susanne se quedó callada durante un rato demasiado largo.

—En realidad no.

JW la miró a los ojos.

—Por favor, Susanne. Me preocupo por mi hermana. ¿No tengo derecho a saber lo que le ha pasado? ¿No tengo derecho a hacerte estas preguntas? Sólo quiero saber más sobre la vida de Camilla. Por favor.

Susanne se dio la vuelta, miró hacia las cajas vacías como si tuviera que atender a algún cliente invisible. Claramente molesta.

—No creo que tuviera amigos fuera de las clases de la Komvux. Camilla iba por libre. Pero pregúntale al profesor de sueco, Jan Brunéus. Puede saber algo.

—Genial. ¿Sabes si sigue en la Komvux?

—Ni idea. Algunos lo consiguieron, otros no. Yo nunca terminé. No he vuelto a poner un pie allí desde entonces y tampoco pienso hacerlo. No sé nada de Jan. Pero hay muchas dependientas que han ganado mucho dinero. Han ganado en reality shows y cosas así. Es posible que a Camilla le haya pasado algo así.

Susanne dijo que tenía que seguir trabajando. JW captó la indirecta, se fue a casa. Le daba vueltas al último comentario de Susanne: reality shows y Camilla. ¿Cuál era la conexión?

Pensó que tenía que concentrarse en los estudios y en el negocio de la coca, no podía dedicar más tiempo a jugar a los detectives. La pista de Susanne Pettersson no le había llevado a ningún sitio. Si hubiera sabido algo, la chica se lo habría contado.

JW estaba estudiando en casa cuando le llamó al móvil Abdulkarim. El árabe quería verle, preferentemente ese día. Decidieron comer en el Hotel Anglais, en la calle Sturegatan.

JW siguió estudiando. No podía quedarse atrás en los estudios. Se lo había prometido a sí mismo: encantado de meterse, vender, ganar millones y ser feliz, pero no debía dejar la universidad. Lo veía con los chicos. Había dos tipos de personas a las que pagan sus padres. La certeza de que nunca iban a tener que preocuparse económicamente convertía a uno de los tipos en vagos, faltos de compromiso, caprichosos, memos. Pasaban de los estudios, cateaban los exámenes, se metían con los que eran ambiciosos. Querían establecerse por su cuenta, fingían ser empresarios, visionarios. De todas formas, al final todo se solucionaba. Para el otro tipo, la certeza de que jamás tendrían que levantar un dedo para conseguirse el sustento les causaba angustia. Querían demostrárselo a sí mismos, tenían que demostrárselo a sí mismos, para conseguir éxitos propios, hacerse merecedores de las fortunas que de todas formas iban a heredar. Estudiaban en la Escuela de Comercio, derecho, en Londres. Se quedaban hasta la una de la madrugada haciendo trabajos en grupo cuando iban a tener parciales, exámenes, pruebas orales. Si tenían tiempo trabajaban además en bufetes de abogados, bancos o con papá. Obtenían logros, llegaban a algo por su cuenta.

JW no era del todo amante de los atajos. Sin duda podría vivir de la coca algunos años, pero de todas formas quería asegurarse su situación: estudiar bien, no abandonar la carrera.

Guardó los libros. Se desnudó y se metió en la ducha.

Cogió el teléfono de la ducha con la acostumbrada meticulosidad, el chorro en dirección opuesta a él, e intentó conseguir la temperatura adecuada. ¿Cómo era posible que independientemente de lo que uno manipulara el grifo fuera tan difícil acertar? Demasiado caliente. Un nanomilímetro hacia la izquierda: demasiado fría.

Empezó echándose agua por las piernas. El vello rubio en la misma dirección que el chorro de agua que lo mojaba. Puso la alcachofa en el soporte, dejó que el agua le mojara el pelo, la cabeza y el cuerpo. Abrió más el agua caliente.

Intentó dejar a Camilla a un lado. Se puso a pensar en Sophie. ¿Qué estaba haciendo mal? En la fiesta de Lövhälla Gård pensó que lo iba a conseguir. En cambio fue Anna, su mejor amiga. Anna estaba bien pero le faltaba ese algo especial. Qué torpeza había sido tirarse a Anna. El cotilleo sobre la fiesta fue tan grande que casi escriben sobre el evento en Se & Hör[36]. Sophie podría haberse enterado. Quizá se había rebotado.

Sophie a ojos de JW: guapa de la hostia, cuerpo de modelo de trajes de baño, sexi como una tía de Playboy, encantadora como una presentadora de televisión inteligente. Además tenía cerebro. Luchaba verbalmente con él cada vez que conversaban. Destacaba con razonamientos inteligentes cada vez que abría la boca. Superaba sus chistes con brillo en los ojos. Pero no era sólo eso; también parecía buena persona, pese a haber pasado de él como una chica de Lundsberg cualquiera. Tenía la nota máxima, diez sobre diez. Tenía que quedar con ella pero sin los chicos, solo.

JW abrió aún más el agua caliente. Pensó en mearse en la ducha pero optó por no hacerlo. No era su estilo.

Quizá no estaba jugando lo suficientemente bien. Quizá debería pasar de Sophie. No estar tan evidentemente colgado. No parecer tan contento cuando se veían. Hablar menos con ella y ligar más con sus amigas. JW odiaba ese juego con las chicas. Sin embargo era un experto en su propio juego delante de los chicos. Pero cuando se trataba de Sophie, cuando estaba cerca sólo quería estrecharla en sus brazos. Abrazarla, besarla y todo eso. ¿Cómo iba a poder ser frío? Se las arreglaba para traerse a casa ligues del bar. Soltar algunas frases. Llevárselas a la cama. Follar. Presumir delante de los chicos. Pero lo serio era más complicado. El juego en serio era complicado.

Abrió más el agua caliente. Siempre lo hacía así, empezaba con una temperatura difícil de conseguir que resultaba agradable, pero tras unos minutos estaba demasiado fría. Abría el agua caliente. Al final el agua estaba casi hirviendo. El espejo se empañaba, el baño se convertía en una sauna.

Hora de almorzar con Abdulkarim. JW salió de la ducha y se arregló en el baño. Se puso Happy de Clinique en las axilas e hidratante Biotherm en la cara. La cera del pelo era lo último que se ponía; el pringue era difícil de quitar de los dedos. Se miró en el espejo y pensó: Soy guapo.

Salió. Tiritaba. Se vistió. Se puso el abrigo de cachemira; un chaval con clase. Se metió en el bolsillo su mp3 recién comprado, un Sony minúsculo, y se puso los auriculares en las orejas. No encajaban demasiado bien y tenían tendencia a caérsele. Puso una canción de Coldplay y se dirigió hacia Sturegatan. Era un día claro. Ya eran las tres y veinte.

El Hotel Anglais estaba medio vacío. En una mesa había dos camareras sentadas doblando servilletas para la noche. Detrás de la barra había un chico con vaqueros y camiseta colocando las botellas de alcohol. En los altavoces ocultos sonaba Sly and the Family Stone. Los únicos dos clientes estaban sentados en una mesa. Abdulkarim no parecía haber llegado aún.

Una de las chicas que doblaban servilletas le recibió.

Él dijo: «Hola».

Ella contestó: «Baberiba». Ocurrente.

JW se sentó en una mesa junto a la ventana, lejos de los otros clientes, y pidió un café. Miró por la ventana, que iba del suelo al techo. Daba a Sturegatan, Humlegården estaba justamente enfrente. Pensó en la primera vez que invitó a Sophie y Anna a un tirito en el parque. La puerta de entrada a la red de contactos. Apenas habían pasado cinco semanas. Había conocido a más personas nuevas en ese tiempo que en toda su vida. Grupos de colegas controlados por la cocaína.

Casi no había gente en la calle a las tres y media de un día de diario. Algunos agentes de Bolsa estresados con trajes azul oscuro pasaban de largo medio corriendo. Dos madres, cada una con su cochecito en una mano y el móvil en la otra iban paseando hacia Humlegården. Una estaba embarazada, otra vez. JW pensó en Susanne Pettersson. Él también estaría amargado en su situación. Pasó una señora con un perrito con correa. JW se inclinó hacia atrás en la silla y sacó su móvil. Escribió un SMS a Nippe preguntándole lo que iban a hacer esa noche: «¿Quizá una copa en el Plaza[37]?».

Salam aleicum. ¿Qué tal los estudios? —la voz suave de Ab-dulkarim, casi sin acento. JW levantó la mirada del SMS.

Abdul estaba junto a su mesa. Por lo menos la misma cantidad de cera en el pelo que JW pero con otro corte. Un peinado a lo paje. Abdulkarim siempre llevaba un traje con el cuello de la camisa por fuera de la chaqueta. Como si fuera un honrado trabajador de la Bolsa o un abogado. Lo que le delataba eran los pantalones. Eran como tres veces más anchos que la moda actual, con pinzas en la parte superior. En 1996 el mundo de los pantalones había continuado adelante sin que Abdulkarim lo siguiera. Lo único que conseguía llevar bien era un bonito pañuelo de seda que le sobresalía del bolsillo de la chaqueta. Abdulkarim caminaba con movimientos estudiados, tenía siempre en la cara una sombra de barba sin afeitar y ojos oscuros y brillantes.

JW contestó:

—Los estudios van bien.

—¿No es un poco gay eso de estudiar? ¿Cuándo vas a ver que hay caminos más rápidos al éxito, amiguete? Yo creí que ya lo habías comprendido.

JW se rió. Abdulkarim se sentó. Hizo una seña con todo el brazo para llamar a la camarera. Abdul en estado puro. Hacía gestos demasiado exagerados, un descaro nada sueco.

Abdulkarim pidió tiras de solomillo de buey marinado en sésamo y tallarines. Moderno. Le dio tiempo a decir que quería el número de teléfono de la camarera, que debería cambiar la música que sonaba en el local y que quería saber si el buey lo habían colgado bien. Se partió de risa con esto último.

JW pidió sopa de pescado con alioli.

—Qué bien vernos aquí. Ya empezaba a cansarme de hablar por teléfono contigo todo el tiempo.

—Tienes razón. Tenemos que vernos para celebrar. Es un momento glorioso, Abdulkarim. Y si puedes conseguirla, necesito más, ya lo sabes.

—Te va muy bien. ¿Has cambiado eso que te he dicho? —Abdulkarim señaló el móvil de JW.

—No, aún no. Perdona. Voy a comprar uno nuevo esta semana. El último de Sony Ericsson. ¿Lo has visto? Tiene una cámara que está a la altura de las cámaras digitales normales. O sea, una pasada.

—O sea, una pasada —Abdulkarim le imitó—. Ya conozco tu historia. Deja de decir «o sea» como si siempre hubieras vivido en Östermalm. Además, quiero que te compres un móvil nuevo hoy. Joder, hay que tener cuidado. Hacemos buenos negocios, tú y yo. Demasiado bueno para joderlo por unos teléfonos malos, ya me entiendes.

El árabe podía parecer ridículo a veces, pero JW sabía que el tío era un profesional. Cuidadoso, nunca mencionaba en público palabras como policía, pasma, riesgo, cocaína, farlopa o droga. Sabía que el personal de los restaurantes y los clientes podían escuchar a hurtadillas mejor que cualquier viejo cotilla con el audífono subido al máximo. Sabía que la policía pinchaba los móviles, rastreaba a los titulares. Las reglas de Abdulkarim, seguras. Llama siempre con móviles de tarjeta, cambia de tarjeta cada semana, casi siempre cambia de teléfono cada dos semanas.

—Sabes, tengo dos chicos más que venden. Funcionan bien. Claro, no tan bien como tú, pero van bien. De las cifras y eso no podemos hablar por teléfono. Los precios bajan. Los proveedores de mi jefe no son perfectos. Yo creo que por lo menos hay dos intermediarios hasta el mayorista.

—¿Por qué no vais directamente al mayorista?

—Por un lado no es asunto mío, porque yo trabajo para el jefe, no voy por mi cuenta. Creí que lo sabías. Por otra parte, creo que el mayorista está en Inglaterra. Difícil de localizar. Difícil negociar con él. Pero hoy no hablamos de precios de compra. Al revés. Quiero contarte que necesitamos vendedores. En el extrarradio. Alguien que conozca el mercado allí. Alguien que venda a otros que también vendan. Alguien que conozca el sector y los trucos, tú me entiendes. Los precios bajan. El artículo se está haciendo popular en el extrarradio de Estocolmo. A principios del año pasado, la proporción era más o menos de veinte el extrarradio, ochenta el centro. A finales del año pasado era cincuenta y cincuenta. ¿Lo entiendes, amiguete? El extrarradio se despierta. Ya no está en esto sólo la gente del centro, tus amigos de clase alta y la gente que sale por la noche. Son todos. Vikingos, panchitos, adolescentes. Son cosas populares. Como Ikea o H & M. Hablamos de un volumen más grande. Hablamos de precios de compra más bajos. Márgenes que aumentan. ¿Me sigues, estudiante?

A JW le encantaba la conversación del árabe. Hablaba mejor sueco de lo que parecía, como un verdadero empresario, negocios serios. Lo único perturbador era que, por algún motivo, Abdul parecía aterrorizado con su jefe. JW se preguntó por qué.

—Suena interesante. Muchísimo. Pero ¿sabes?, el extrarradio no es mi territorio. No puedo vender allí. No conozco a nadie allí. Sencillamente, no soy yo.

—Yo sé que tú quieres que todos piensan eso de ti. A mí me vale, tú tienes tu mercado y trabajas bien. Pero, escucha. —Abdulkarim se inclinó sobre la mesa. JW entendió el gesto, puso el plato a un lado. Cruzó los brazos y acercó el cuerpo. Abdul le miró a los ojos y bajó la voz—: Hay un tío, chileno o algo así, que se ha escapado de la cárcel. Me acuerdo de él de hace unos años, un camello pequeño que no controla mucho. Pero dicen que el tío conoce el extrarradio norte igual de bien que tú los aseos de Kharma. En el trullo ha aprendido mucho más. Es mejor escuela que Botkyrka y Tensta[38] juntos. Conozco a varios amigos suyo de Österåker. Dicen que es la hostia de listo. El chileno hizo una superfuga hace cinco o seis semanas. Trepó el muro o algo así y desapareció en el bosque. Un muro de siete metros, ¿te imaginas? Los guardias se quedaron parados con la boca abierta. Es un buen tío. Pero ahora tiene una presión de la leche. Seguro que aún no se ha ido del país. Tiene eso que necesitamos. Además trabajará gratis si yo me ocupo de él.

—¿Qué quieres que te diga? No me parece que suene muy bien. No entiendo por qué me quieres involucrar con un tío que evidentemente va a atraer a la policía como la mierda a las moscas.

—Ahora al principio yo no me involucraré con él. Tú sí. Quiero que le encuentras. Le haces la pelota. Le pagas. Le cuidas. Luego nos ayudará a hacernos con el extrarradio. Pero no le asustas, piensa que está fugado. De eso se trata. ¿Lo entiendes, amiguete? Como está huido va a depender de que nosotros le demos un medio de vida, un sitio seguro donde vivir, que no le delatamos.

A JW no le gustaba lo que estaba oyendo. Al mismo tiempo le había cogido el gusto, le había picado el gusanillo del negocio del árabe. Al principio había tenido sus dudas pero ahora todo era brillante. La idea del fugitivo chileno quizá no fuera tan mala después de todo.

—¿Por qué no? Vamos a probar. ¿Cómo y dónde encuentro a ese chileno?

Abdulkarim se rió fuerte. Alabó a JW. Alabó a Alá. JW pensó: ¿Es que Abdul se va a volver religioso o qué?

El árabe se inclinó aún más hacia delante y pasó información a JW. Lo poco que sabía. El nombre del fugitivo: Jorge Salinas Barrio. El tío era de Sollentuna y su familia estaba compuesta por una madre, un padrastro y una hermana. El mejor consejo de Abdulkarim: Ve a Sollentuna y habla con la gente de los círculos adecuados. Eso debería dar algún resultado, inshallah, pero deja claro que no eres un inspector de la pasma.

Para terminar, metió una bolsa en el bolsillo de la chaqueta de JW. Este la tocó con la mano: billetes. Miró a Abdul, que abrió las manos estirando los diez dedos:

—Ahí tienes esta cantidad y un papel con seis nombres. Esa es la mejor ayuda que te puedo dar.

JW sacó la nota. Todos los nombres menos uno sonaban a español. El dinero era, como dijo el árabe, «para untar a todos los sin techo de Sollis para que dan información del fugado».

JW se tomó su sopa. Abdul pagó la cuenta.

Salieron. Había refrescado.

JW empezó a pensar. Eso podía convertirse en algo grande. Podría llegar a manejar un pequeño grupo empresarial propio.

Buscaría a ese chileno.

Se fue a casa. Le costaba estudiar. Perdió la concentración. Se tumbó encima de la cama e intentó leer el último número de Café.

Sonó el móvil. JW cayó en la cuenta de que había olvidado cumplir su promesa a Abdulkarim de comprar uno nuevo.

La voz de Jet-set Carl al otro lado del auricular.

De puta madre. ¿Qué querría?

Después de saludar Carl dijo:

—JW, joder qué genial estuvo lo de Lövhälla Gård. De locos.

—Total. Tenemos que repetirlo.

—Claro que sí. Qué genial que vinieras y te encargaras de la fiesta. Creo que todos lo apreciamos de verdad.

—Me alegro. Yo suelo encargarme de que haya un poco de diversión y eso.

—¿Sabes que me cargué uno de los sofás saltando?

JW tradujo el tono: sin problema, podía reírse.

Carl se tronchaba.

—Era una pieza auténtica de Svenskt Tenn[39].

—¡Venga ya! ¿Qué dijo Gunn?

Hablaron de la excelente cena.

Más risas. O sea, Gunn.

Charlaron sobre la excelente cena, los trucos para ligar de Nippe y que Jet-set Carl había pagado quince mil para que arreglaran el sofá, que Gunn debió de preguntarse por qué todos estornudaban a la vez al día siguiente.

En la mente de JW rondaba una única pregunta durante la conversación: «¿Por qué me llama Jet-set Carl?».

La explicación llegó al momento:

—Este fin de semana es mi cumpleaños y tengo pensado hacer una gran fiesta en casa el viernes. ¿Podrías encargarte de conseguir algo de diversión?

JW estaba acostumbrado a la jerga y a los rodeos. Pese a todo, le llevó un segundo comprenderlo.

—¿Quieres decir coca? Por supuesto. ¿Cuánto necesitas?

—Ciento cincuenta gramos.

A JW casi le da un ataque al corazón.

Dios.

Se esforzó por parecer impasible.

—Es mucho pero creo que puedo conseguirlo. Primero tengo que comprobar que no hay problema con esa cantidad.

—No quiero ser pesado pero tengo que saberlo pronto. Llámame dentro de una hora. Si no lo sabes pregunto a otros. ¿Cuál es tu precio?

JW calculó mentalmente con rapidez. De vértigo; siempre y cuando pudiera conseguir esa cantidad. Quizá pudiera rebajar el precio de compra a quinientos. Podría cobrarle a Carl por lo menos mil. Para él: al menos setenta y cinco mil.

Jesucristo Superstar.

—Voy a hacer todo lo que pueda, Carl. Te llamo en cuanto lo sepa.

Jet-set Carl le dio las gracias. Parecía estar de buen humor.

Colgaron.

JW sentado en la cama; con la erección más grande de todo el norte de Europa.

* * *

DAGENS NYHETER

Octubre

La policía inició una gran operación anoche.

La policía de Estocolmo inició anoche una gran operación contra la delincuencia organizada. El objetivo es neutralizar al menos un tercio de los ciento cincuenta criminales seleccionados que se han seleccionado de entre los más peligrosos del entorno criminal y disuadir a los jóvenes de que cometan delitos graves.

La operación, llamada internamente Nova, en realidad debería haber empezado hace seis meses. Las acciones planificadas debieron ser suspendidas, ya que hubo que dedicar los recursos a una serie de destacadas investigaciones.

Sin embargo, anoche tuvo lugar la primera intervención. Un centenar de policías del área regional, del área especializada en narcóticos en locales de ocio, algunos efectivos especializados en bandas así como otras unidades participaron en una serie de acciones en diversos lugares de Estocolmo y su periferia. El resultado del trabajo no se conoce y el área regional no ha contestado a las preguntas del Dagens Nyheter.

Por medio de Nova, la dirección de policía regional espera combatir la red de criminales más o menos profesionales que está detrás de, entre otros, graves delitos violentos, servicios ilegales de protección, tráfico de drogas, proxenetismo y contrabando de cigarrillos. En el plan de acción del proyecto se constata que los delitos violentos aumentan en la región de Estocolmo y la tendencia a utilizar armas ha cambiado.

La estrategia consiste en atacar en primer lugar a las figuras principales de las redes. Para esta actuación se han elegido ciento cincuenta conocidos criminales de toda la región que se han considerado especialmente destacables. El objetivo es que con al menos cincuenta de ellos «se consiga que dejen de cometer delitos de manera permanente, ya sea impidiendo su actividad o persiguiéndoles legalmente». Ninguna de esas personas está cumpliendo condena en la actualidad ni están imputados por delitos por los que se les pueda condenar a más de dos años de prisión.

El objetivo ha de alcanzarse en un máximo de dos años.