Capítulo 11

JW volvió a contar los billetes. Veintidós mil coronas limpias y encima había estado de fiesta como París Hilton, cuatro fines de semana seguidos, y además se había podido comprar una chaqueta de Canali.

Sopesó los cuarenta y cuatro billetes de quinientos rodeados por una goma. Normalmente, estaban escondidos en un par de calcetines en el ropero. La venta de coca daba buenos resultados. En un mes había ganado dinero. Había devuelto lo que le debía a Abdulkarim y además había aprobado el examen de financiación.

Abdulkarim le elogió, quería que se dedicara a la coca a jornada completa. Los cumplidos le animaron. Los cumplidos generaron confianza y estupendos sueños de futuro. Pero JW lo rechazó; tenía decidido hacerlo todo al mismo tiempo: ir de fiesta, la venta, la universidad.

Los chicos habían aceptado que él se encargara del suministro. Eran unos chicos estupendos. Les parecía bien que se les entregara la mercancía sin tener que ensuciarse las manos. El único que reaccionó fue Nippe, que se metió con él en broma:

—¿Estás corto de pasta o qué? Eso parece, cuando tienes que colocar farla todo el tiempo. Dímelo y mi padre te puede hacer un préstamo.

JW no le hizo caso. Pensó: pronto puedo comprar al padre de Nippe y hacer que eche el cierre para siempre.

JW se miró en el espejo. La melena de león estaba favorecedoramente engominada con dos toques de cera para pelo Dax recién aplicada, incluyendo todas las aplicaciones previas, que en realidad nunca desaparecen del todo con el lavado. Antes se cortaba el pelo él mismo. Ahora se abrían nuevas posibilidades, quizá podría ir a los mismos peluqueros que los chicos: Sachajuan, Toni & Guy, Hårgänget. Un grato pensamiento.

Toda su ropa era de segunda mano: los vaqueros de Gucci, la camisa de Paul Smith y los zapatos Tod’s con la característica suela de goma granulosa. Precisamente por eso fue tan agradable ponerse la chaqueta de Canali. Sin arrugas, buena caída, tacto crujiente. Incluso olía a nueva.

Medía un metro y ochenta y dos, rubio, con cara delgada. Muñecas finas. Cuello fino. Todo fino. Dedos de pianista. Mandíbula prominente. JW cambió de pose ante el espejo: Soy guapo, pero quizá necesitaría hacer un poco de músculo. Tarjeta anual de SATS, here I come[28].

Era sábado. Iba a acompañar a Nippe a la casa de campo de los padres de uno de sus amigos. Lövhalla Gård, en la región de Sörmland. Anteriormente, JW había tratado con el chico, Gustaf, algunas veces en la discoteca Laroy. El plan era cena, fiesta y pasar allí la noche. Estarían algunas personas que no conocía. Lo mejor de todo: Jet-set Carl también estaría.

Con un poco de suerte quizá pudiera conseguir algo con Sophie. Con más suerte podría causar buena impresión a Jet-set Carl. Decididamente, una puerta abierta para la venta de coca.

Eran las tres de la tarde. JW se sentía desmotivado y espeso, aunque ni siquiera había salido de fiesta la noche anterior. Se sentó en la cama, dobló las piernas y volvió a contar el fajo de billetes.

Disfrutó, jugueteó con los billetes de quinientos. Esperó a que Nippe le llamara con el claxon desde la calle.

La curva de ventas se disparaba hacia arriba. El fin de semana siguiente a haber invitado a Sophie y Anna en Humlan, su primer buen negocio. Empezó invitando otra vez. Pero nunca más en Humlan. Decidió que era algo que no podía repetirse. Demasiado clase B.

Estaban sentados en casa de Putte, como siempre. Todo el grupo: JW, Putte, Nippe y Fredrik. Además, Sophie, Anna y dos chicas más de Lundberg. Los chicos participaban en el acuerdo. JW pillaba la nieve y todos compartirían el gasto. Esta vez las chicas querían participar. JW soltó la charla en plan generoso, hizo el papel de espléndido y les invitó a todos a una raya. Las dos chicas nuevas, Charlotte y Lollo, no lo habían probado nunca. El ambiente pegó un subidón, no sólo en sentido figurado. Se sentían ardientes, espontáneos, colocados de narices. Todos apreciaban a JW, el chaval que se encargaba de que hubiera fiesta. Después de tres horas se metieron en unos taxis y fueron a Stureplan. JW se llevó cuatro gramos. Entraron en la discoteca Köket. Hicieron lo de siempre: bailaron, se emborracharon, coquetearon. Nippe consiguió que dos tías le hicieran una mamada cada una. Después de media hora una de las chicas, Lollo, se acercó a JW y le dijo que aquello le parecía genial. Le preguntó si tenía más y le aseguró que pagaría encantada. JW pareció preocuparse. Le dijo que no tenía que pagar, pero que le había prometido un poco a otro amigo. Ella dijo:

—Guay, pero yo quiero unas rayas y tengo que pagarlas.

Él dijo:

—De acuerdo, voy a ver si puedo conseguir alguna cosa.

Pensó: Después de todo el que paga es tu padre. Le colocó todo a mil doscientas el gramo. El precio de compra era seiscientas. El beneficio fue de dos mil cuatrocientas coronas. Comparado con el taxi, era demasiado: toda una noche machacándose en el Ford frente a tres minutos de conversación seductora con Köket mientras estaba de pie con una copa en la mano y mirando a una chica guapa todo el tiempo. No estaba mal.

El fin de semana siguiente fue igual, aunque con otras personas. Tomar algo antes de salir, ir a otro sitio, tomar algo después en otro piso. Sacó siete mil coronas limpias pese a que había invitado en total a cinco gramos.

La semana siguiente quedó con Sophie en un café de Sturegallerian. Hablaron de sitios de fiesta guais, ropa bonita, conocidos comunes. Incluso hablaron de cosas serias. Lo que querían hacer cuando acabaran la universidad. Sophie estudiaba Empresariales pero quería entrar en la Escuela de Comercio en el quinto semestre. Tenía que conseguir notable en todos los exámenes, estudiar mucho, disciplinarse. Luego se iría a Londres y prosperaría. JW quería trabajar con valores, se le daban bien los números. Ella entró en lo personal, le preguntó sobre sus padres y sus orígenes. JW tuvo que realizar maniobras de despiste, dijo que habían vivido la mayor parte de su infancia en el extranjero, que ellos vivían en una finca en la región de Dalarna y que seguro que no les conocía. Ella preguntó por qué no vivían en la región de Sörmland o algún otro lugar más cercano a Estocolmo. JW cambió de asunto. Estaba acostumbrado, tenía a qué recurrir. Hablaron de la familia de ella. Funcionó, Sophie dejó de lado el pasado de él y contó el suyo.

Venía del campo, de una finca, y había empezado primero en un colegio normal. No funcionó. Los compañeros de clase no eran buenos con ella. La llamaban esnob, no querían estar en el mismo equipo de gimnasia que ella, pensaban que estaba bien robarle la goma de borrar. Casi sonaba ñoño pero JW lo entendió, de verdad. Después de sexto la cambiaron a Lundsberg. Con los suyos. Le encantó.

JW no podía soltarla. Era su mejor canal de venta y era muy sexi, pero además era verdaderamente una buena persona. Una buena chica. El objetivo, claro: tenía que trabajársela, en ambos sentidos.

El fin de semana siguiente, JW salió con Sophie y su grupo de amigas a una fiesta privada. Lollo adoraba la farla, le gritó a JW:

—Con eso consigo una vida sexual tan fantástica…

A Sophie le encantaba la farla. A Anna le encantaba la farla. A Charlotte le encantaba la farla. A todos los de la fiesta les encantaba JW. Consiguió ocho mil.

El fin de semana siguiente, el anterior a éste, el viernes tomaron algo antes de salir en casa de Nippe, luego Kharma con mesa reservada y tomar algo después en casa de Lollo. El sábado empezó con cena en casa de Putte, luego mesa de socio en Café Ópera. Terminó tomando la penúltima con un montón de gente nueva, otra vez en casa de Lollo.

Día de récord. Ingresó once mil limpias.

En las semanas siguientes intentó estudiar. Se sentía como una persona nueva. La venta de coca había hecho maravillas en su economía, en su confianza en sí mismo y en su guardarropa. Sin embargo no se sentía en paz. Los pensamientos sobre el Ferrari amarillo le perturbaban. La noche en la que el árabe le sugirió que vendiera coca fue la primera vez que preguntó por Camilla. Había albergado la esperanza de que quizá alguien supiera algo, pero en el fondo no creía que pudiera llegar a nada. Sin embargo, ahora tenía el Ferrari, a una velocidad loca por la calle Sturegatan, como una imagen constante en su mente. Tenía que saber más.

Llamó a Tráfico. Lamentablemente, JW no recordaba la matrícula del coche pero de todas formas la cosa funcionó: el registro de vehículos era una institución pública maravillosa. Cualquiera podía averiguar quién era el dueño de todos los coches con matrícula sueca. Si la marca del coche era poco común se podía obtener información incluso sin el número de matrícula. Según el funcionario de Tráfico, el año en que desapareció Camilla había dos Ferraris amarillos en Suecia. Uno era propiedad del millonario de la informática Peter Holbeck y el otro de una compañía de leasing, Dolphin Finans, S. A. La empresa estaba especializada en coches deportivos y yates.

JW empezó investigando a Peter Holbeck. Había ganado su fortuna con una consultoría de Internet. A JW le parecía tan evidente a posteriori. ¿Cómo hostias podían pensar que cada consultor iba a facturar cinco millones por cabeza por crear páginas web que podía hacer cualquier quinceañero al que le gustara la informática? Pero eso no había sido inconveniente para el empresario y visionario de mentira Peter Holbeck. Vendió a tiempo. La empresa de Internet tenía ciento cincuenta empleados. Medio año después de la venta cerró la empresa. Ciento veinte empleados se quedaron sin trabajo. Peter Holbeck se sacó trescientos sesenta millones. En la actualidad se dedicaba a esquiar ochenta días al año y el resto del tiempo lo pasaba con sus hijos en Tailandia u otros lugares de clima cálido.

La pregunta de JW: ¿Qué había hecho el millonario de la informática durante la primavera en la que desapareció Camilla?

Se inclinaba por respuestas sencillas; intentó llamar a Holbeck. Le llevó tres días dar con él. Al final tuvo suerte. Holbeck tenía el aliento entrecortado cuando contestó:

—Al habla Peter.

—Hola, me llamo Johan. —No era habitual que JW se presentara con su verdadero nombre—. Tengo algunas preguntas para usted; espero que mi llamada no le moleste.

—¿Es periodista? No soporto hablar con ustedes.

—No, no lo soy. Es sobre un asunto privado.

Holbeck pareció sorprenderse:

—Adelante.

—Estoy buscando a una mujer, Camilla Westlund. Desapareció hace unos cuatro años. No se sabe adónde fue. Antes de su desaparición sabemos que se la vio a veces en un Ferrari amarillo. Usted tenía uno ese año. Pensaba que quizá supiera algo. ¿Quizá prestó el coche a alguien o algo así?

—¿Llama de la policía o es periodista?

—Periodista ya le he dicho que no. Tampoco policía. Un particular.

—Da lo mismo. No sé de qué leches me habla. ¿Qué está insinuando?

—Disculpe si parece raro. Sólo quería saber si recordaba algo.

—Whatever[29]. La mitad del año estuve en las Montañas Rocosas. Esquiando. El resto del tiempo lo pasé en Österlen y en Florida. Con mis hijos. El coche estaba en un garaje en Estocolmo.

JW se dio cuenta: no tenía sentido presionar más. Holbeck había contado suficiente. Finalizó la llamada.

Al día siguiente buscó durante horas información sobre Holbeck en Google. Al final acabó en las páginas del archivo del periódico Aftonbladet. Holbeck era mencionado en los artículos como turista de lujo. Era correcto, tenía casas en Österlen y en Florida y había estado esquiando en Estados Unidos el mismo año que desapareció Camilla. Quizá el millonario de la informática no estuviera involucrado.

Además, había otro Ferrari amarillo.

JW comprobó además la compañía de leasing, Dolphin Finans, S. A. Sólo el nombre sonaba sospechoso. Se puso en contacto con el registro de empresas. El funcionario fue muy amable, comprobó que la empresa había quebrado un año antes. Todos los activos, coches y barcos, habían sido adquiridos por una compañía alemana. No había mucho más que JW pudiera hacer. Casi era un alivio, podría dejar el asunto del Ferrari. ¿O no?

Sonó un claxon en la calle. JW miró hacia el exterior y vio a Nippe en el nuevo Golf que le habían regalado sus padres por su veintiún cumpleaños.

Fueron hacia el sur por la E4; de camino a la cena, fiesta, posibilidades. En la radio sonaba un clásico de Petter[30]. JW no era un gran fan del hip-hop pero a pesar de ello no podía evitar disfrutar de la letra: «Soplan nuevos vientos».

Trataba sobre él. Big time[31]. Ahora le tocaba a él dejar de vivir una doble vida, ser como ellos, de verdad. Más forrado que ellos. Comérselos para desayunar.

Siguieron charlando. JW escuchaba. A Nippe le ponía Lollo. Nippe pensaba que Jet-set Carl había sido muy chulesco el fin de semana anterior. ¿Se pensaba que era alguien o qué? Nippe dedicó cumplidos a la chaqueta de Canali de JW. Nippe discutió el último reality. Nippe parloteaba sin parar.

—Creo que ya no me voy a especializar en financiación. Me estoy planteando marketing.

JW estaba medianamente interesado.

—El marketing es lo más, sobre todo el branding. Vendes cualquier producto, fabricado todo lo barato que quieras, al precio que quieras. Siempre que se hagan el branding y marketing adecuados. Ahí hay un potencial de la hostia.

—Sí, pero al final lo que cuenta es la actividad principal y el apalancamiento del capital invertido, la financiación. Si tu marketing cuesta demasiado y no consigues llegar a tener ganancias de verdad, te mueres.

—Claro, pero se gana dinero. Mira Gucci y Louis Vuitton. La ropa, las tiendas en Estocolmo, las colecciones de moda, todo eso no es más que una excusa. Lo que hace ganar pasta de verdad son los accesorios de marca. Gafas de sol, perfumes, cinturones, bolsos. Mierda fabricada en China, cosas secundarias. Cuestión de branding.

Para JW, Nippe no era el chico más listo del mundo, y ese día parecía haberse emperrado en una palabra concreta.

Siguieron charlando.

J W disfrutaba de la vida. Para el mes siguiente pensaba triplicar la venta. Hacía cálculos mentales, multiplicaba, planificaba, estructuraba. Veía las curvas de venta, crecimiento, metálico. Se veía a sí mismo en alza.

Llegaron al cabo de una hora. Nippe le contó que era una antigua casa solariega donde vivían los padres de Gustaf. Los padres: ambos buenos amigos de Su Majestad el Rey.

Les recibió Gustaf. JW hizo el mismo análisis del chico que las otras veces que le había visto: era la esencia del pijerío. Vestido con chaqueta de tweed, chinos blancos, corbata roja, camisa de cuadros con puños de doble botón y mocasines de Marc Jacobs. El pelo firmemente engominado hacia atrás; lucía una auténtica melena de león.

El edificio principal tenía por lo menos dos mil metros cuadrados. Dos enormes arañas de cristal colgaban entre las columnas del vestíbulo y en las paredes había cuadros de paisajes nevados. Una escalera en curva ascendía hasta el piso superior. Gustaf les presentó a Gunn, la gobernanta de la casa, como él dijo.

—Es ella quien me cuida cuando mis padres están fuera.

JW contestó:

—Esta noche va a hacer falta.

Gunn se rió. JW se partió. Nippe soltó risitas. Gustaf soltó más carcajadas que nadie.

Las vibraciones eran claramente buenas. Parecía caerle bien a Gustaf.

Gunn se llevó a Nippe y JW y se instalaron en una habitación de invitados en una de las alas del edificio.

JW jugueteó con la papelina que llevaba en el bolsillo. Catorce gramos, por si acaso.

La cena era a las siete y media. Sophie y JW jugaron un partido de dobles contra Nippe y Anna: siete-cinco; seis-cuatro; cuatro-seis; siete-cinco. El ánimo a tope en los ganadores. Nippe era un mal perdedor, tiró la raqueta al suelo. Anna se mantuvo tranquila. En realidad, JW no había crecido jugando al tenis y estaba agradecido por su habilidad para los deportes de pelota, que le permitía salir airoso; parecía que había jugado al tenis toda la vida.

Se ducharon. JW durmió media hora en la habitación. Nippe pasó.

Se pusieron el esmoquin. JW llevaba un Cerruti de segunda mano que dijo que le había costado doce mil pavos. El precio real había sido de dos mil quinientos. Nippe preguntó si JW había traído mercancía.

—Últimamente parece que siempre se puede contar contigo.

JW no supo si era un comentario bueno o malo. ¿Había sido demasiado directo?

Se rió.

—Tengo un poco. ¿Quieres una raya?

Compartieron treinta miligramos, lo suficiente para una ligera subida.

La farla hizo efecto inmediatamente.

El ataque de risa les asaltó sorprendentemente rápido.

Bajaron la escalera para tomar el aperitivo en el salón. JW se sentía la persona más inteligente del mundo.

Los otros catorce invitados esperaban con copas de champán en la mano. JW observó al grupo.

Los chicos: JW, Fredrik, Nippe, Jet-set Carl, Gustaf y tres chavales más.

Las chicas: Sophie, Anna, Lollo y cinco tías que JW no conocía de antes. Todas eran niñas bien. Chicas con buenos genes. Unos padres ricos significaban madres guapas, o viceversa. Sabían cómo maquillarse. Se ponían el colorete adecuado, la mejor sombra de ojos, la base uniforme. Sobre todo, cómo ponerse la crema autobronceadora para dar una imagen de frescura. Se vestían bien, escondían lo que no estaba tan bien: un estómago caído, cintura demasiado ancha, pecho demasiado pequeño, espalda demasiado plana. Resaltaban sus puntos fuertes: cuello bonito, labios carnosos, piernas largas. Chicas en forma, delgadas. Las probabilidades de que tuvieran tarjeta de SATS eran muy bajas.

Gustaf era selectivo a la hora de invitar. Era un honor para JW que le hubiera invitado aunque sólo se hubieran visto tres veces antes de esa noche.

Todos daban sorbos a sus bebidas, charlaban de cosas intrascendentes, se lo tomaban con calma. JW se tuvo que obligar a contenerse, estaba tan a tope… Sentía que con cada frase que se pronunciaba podría hacer la broma más divertida del mundo. Nippe le guiñó un ojo: Tú y yo, JW, en pleno subidón de coca.

Se sentaron a la mesa.

JW estaba entre Anna, a quien le vendía con frecuencia, y una chica que se llamaba Carro. Funcionó, era fácil hablar con ambas.

El entrante ya estaba en la mesa. JW lo vio al momento, no era de este mundo. Tosta con caviar de corégono marca Kalix, nata agria y cebolla roja picada. La idea en sí no era muy original pero lo que causaba el efecto era la gran fuente de cristal de la mesa: al menos cinco kilos de caviar extra Kalix. Gula. JW se sirvió abundantemente en su plato, al menos por un valor de cuatrocientas coronas.

Gunn trajo el plato principal, falda de ciervo con salsa de rebozuelos y patatas en gajos. A JW le encantaba la caza. Tomaron un Burdeos. Anna habló de la bodega de sus padres. Para postre, sorbete de moras y frambuesas. JW se prometió a sí mismo: en diez años tendría su propia Gunn. Maravillas gastronómicas tremendamente deliciosas.

El ambiente se aligeraba al ritmo de las botellas que traía Gunn. Después del postre, Gustaf pasó con una botella helada de vodka Grey Goose y sirvió copas generosas. El calor aumentó aún más.

Las chicas miraban a Jet-set Carl y a Nippe. Siempre Nippe.

JW miraba a Sophie.

Ella pasaba de él.

La sala no era una sala. La palabra adecuada era un gran salón. O quizá un gran comedor. Enorme, techo altísimo, decoración suntuosa. Del techo colgaban dos arañas de cristal con velas. Papel pintado granate con rayas anchas de dos tonos diferentes. De las paredes colgaban cuadros modernistas, posiblemente algunos eran buenos.

JW había ido con Sophie al Museo de Arte Moderno esa semana. No es que él fuera precisamente un amante del arte pero Sophie dijo que le gustaban las combinaciones de color intensas y por eso le atraía más el arte moderno. JW estuvo leyendo varios días sobre lo que había en el museo, quería impresionarla. Sin darse cuenta, se formó una idea sobre varios artistas. Quizá uno de los cuadros era un Kandinsky. Uno enorme con tres áreas de color apagado que hacía juego con el papel pintado quizá fuera un Mark Rothko.

La mesa estaba puesta con estilo y detalle. Mantel de hilo blanco, servilletas de hilo verde planchadas a rulo y servilleteros de plata. Posavasos antiguos bajo las botellas de vino. Cubertería de reluciente plata y copas de cristal auténtico. Como debe ser.

A JW le encantaba todo eso.

Siguieron charlando. A los chicos les gustaba oír sus propias voces. Jet-set Carl fanfarroneaba, Nippe hacía chistes malos y Fredrik hablaba de ideas de negocios. Como siempre.

Anna habló de su último viaje a St. Moritz. Se ponía brillo de labios cada dos frases. Ella y una amiga habían hecho amistad con un equipo de polo que iba allí todos los años para jugar partidos en el lago helado. Normalmente trabajaban en bancos de Londres, el polo era una pequeña diversión de fin de semana. JW se apuntó, contó su viaje a Chamonix del año anterior. Se inventó la mayor parte, fantaseó y exageró. La única vez que había estado en los Alpes de verdad había sido cinco años antes en la semana blanca, un viaje barato en el que quince chicos de Umeå y Robertslors se apretujaron, durmieron y se tiraron pedos en un Autobús durante veintisiete horas.

Anna era guapa y agradable. Pero gris. Sin brillo. La escuchó, se rió de sus bromas y le hizo preguntas sobre lo que contaba. Hizo todo lo necesario para parecer interesado. Ella seguía charlando, parecía disfrutar de su compañía. JW sólo pensaba en Sophie.

La cena seguía adelante. Estaban un poco borrachos, aunque muy tranquilos. Gunn traía y llevaba cosas. Todos parecían expectantes.

Fredrik pronunció el discurso de agradecimiento.

Se levantaron de la mesa y pasaron a una especie de bar. Contra dos de las paredes había amplios sofás con muchos cojines. Delante de cada sofá había una mesa baja. En las mesas Gunn había puesto portavelas de Ittala de cuatro colores diferentes. En uno de los rincones de la sala había una barra construida con panel de madera clásico. Tras la barra: copas de vermut, vasos altos, vasos de whisky, jarras de cerveza y copas de vino en una vitrina empotrada. En los estantes, alineadas una barbaridad de botellas de alcohol.

Gustaf se puso tras la barra. Gritó que era el camarero de la velada y que era el momento de tomar pedidos. Alguien puso música, Beyoncé. El ambiente subió.

Pimplaron. Bebieron martinis de manzana, gin tonics, cerveza. El padre de Gustaf tenía una batidora de bebidas auténtica. Hicieron bebidas con fruta: daiquiri de fresa, piña colada.

JW cogió una cerveza. Observó a sus amigos.

Nippe ligaba con Carro, Jet-set Carl estaba de pie junto a la barra y hablaba con Gustaf, el resto de los invitados estaban sentados en los sofás y charlaban.

La música sonaba de fondo. JW oía a Gunn hacer ruido en el comedor.

Notó que algo estaba mal.

JW comprendió el error. Faltaba volumen en la sala del bar; nadie bailaba, nadie se reía, nadie gritaba. La conclusión, fácil: no había verdadera marcha, lo que significaba una mala fiesta.

Pasó tras la barra y se dirigió a Gustaf. Escuchó un rato lo que decía Jet-set Carl antes de disculparse. Pidió hablar con Gustaf a solas. Le dijo que fueran a otra habitación.

Volvieron al comedor, donde la mesa ya estaba totalmente recogida. Gunn era eficiente. JW acercó una silla a Gustaf.

—Gustaf, es de puta madre estar aquí. Vaya cena de la leche. —JW conocía la regla lingüística básica: decir tacos sólo en frases positivas. Empezó a vender su negocio—. He pensado esta locura. Resulta que he traído unos gramos de farlopa. Tú ya la has probado. ¿Nos metemos un poco? Seguro que la fiesta se pone a tope.

—Sí, llevas razón. ¿Tienes coca? Joder, qué genial. Tenemos que tomar. ¿Cuánto quieres por ella?

La mejor pregunta posible. JW evitaba decir claramente que quería que le pagaran. Gustaf quería que hubiera ambientazo en su reunión. ¿Quién no lo querría? JW podía facilitarlo.

—No suelo vender, pero ahora mismo tengo de sobra. ¿Quieres seis gramos? Te los paso a mil doscientas el gramo. Basta para toda la noche. Las chicas se ponen como locas, ya lo sabes.

Gustaf aceptó de inmediato. No llevaba dinero, pero le prometió pagarle la semana siguiente. JW no tenía inconveniente.

Gustaf se volvió a poner tras la barra. Gritó:

—¡Que aquí hay coca, joder! —JW ya le había prestado un tubo y dos espejos.

Todos salvo dos chicos se metieron un tirito, veinte miligramos cada uno.

La fiesta explotó.

Subieron la música. Tres chicas se subieron a las mesas que había ante los sofás y se pusieron a bailar; oscilaban las caderas. Fredrik berreaba con Call on me de Eric Prydz. Sophie se balanceaba. Nippe se estaba dando el lote a lo bestia con Carro en uno de los sofás. Jet-set Carl seguía el ritmo con Ímpetu. Bailaba al estilo pijo, moviendo una mano en el aire al ritmo de la canción.

El ambiente de fiesta era un hecho. La transformación a fiesteros, máxima. Los dos chicos que no habían tomado coca la primera vez probaron. Causó el efecto deseado. Todos hacían ruido, bailaban, estimulaban los músculos de baile. La música retumbaba. La fiesta a tope. Todos se servían bebidas con generosidad. Gritaban con las canciones, se reían de nada, bailaban, saltaban sin parar como conejos de Duracell. Se sentían superatractivos. A tope. De lujo. Jet-set. Las palabras clave en los cuerpos de todos: energía, inteligencia, empalmados. La fiesta de Gustaf era lo más. Rock on[32].

Cinco horas más tarde se acabó la cocaína. JW aún estaba de subidón. Había observado a Sophie toda la noche. Ella pasaba de él totalmente. Él se sentía engañado.

Sin embargo Anna se le acercó. Le dijo que le parecía muy agradable, le dio las gracias por la compañía durante la cena y empezó a bailar con él. Se agarraban cada vez más. La mitad de la gente se había dormido. El resto estaban tumbados en los sofás y hablaban o se metían mano.

JW y Anna subieron a la habitación de ella.

Eran las cinco y media. JW aún se sentía despejado.

Cerraron la puerta con llave y se sentaron en la cama.

Anna soltaba risitas. Se miraron. Se besaron. Se excitaron. JW le acarició el pecho por encima de la ropa. Ella le abrió la bragueta y le sacó la polla, se inclinó y empezó a chupársela. Le manchó la polla de brillo de labios. Él gimió. Realmente intentó aguantar, no quería correrse aún. Se separó y se puso de pie, le quitó la ropa a ella. Le lamió el pecho. Ella volvió a agarrarle la polla y la introdujo dentro de ella.

Follaron apasionadamente.

Acabó demasiado rápido.

Marcha atrás. Él se corrió en la mano.

Se secó con la sábana.

Se quedaron tumbados inmóviles, se relajaron un rato.

Anna siguió charlando, quería hacer una valoración de la velada.

JW no quería hablar. La cocaína era mejor que la Viagra; tras quince minutos volvió a tener ganas.

Se saltaron los preliminares; follaron directamente.

Se corrió después de como máximo dos minutos. Penoso.

Se sintió vacío.

Durmió fatal.