Capítulo 6

Noche de sábado en Estocolmo: colas, tarjetas de crédito, minifaldas. Los de diecisiete años, borrachos. Los de veinticinco años, borrachos. Los de cuarenta y tres años, borrachos. Todos borrachos.

Los porteros con chaquetas de cuero y tono chulesco: Que no, que no, que no. Algunos no lo cogían: buscar tu tipo de garito o que te nieguen la entrada, no intentes entrar ahí donde no pegas.

A lo largo de la calle Kungsgatan los suequitos medios iban en caravana. Por Birger Jarlsgatan desfilaban los pijines. Todo era como siempre.

Mrado, Patrik y Ratko iban de incursión. Se tomaron una cerveza en Sturehof antes de empezar. Esa noche tocaba Södermalm.

Los guardarropas eran minas de oro. Cálculo para un garito medio: obligar a todos los que lleven algún tipo de chaqueta o similar a que la dejen. Veinte coronas por cabeza. Otro tanto en el caso de los bolsos. Pasaba una media de cuatrocientas personas. Total: al menos ocho mil por noche. Del noventa por ciento no quedaba constancia. Todo el dinero al contado. Imposible que el gran hermano estatal controlara los ingresos. Y los únicos gastos eran una chica mona de pie que se encargaba del asunto.

La organización del reparto: los yugoslavos se llevaban una cantidad fija de tres mil pavos por cada noche de fin de semana. Nada por los días de diario. El garito y los encargados de los guardarropas tenían sus propios acuerdos sobre cómo distribuir el resto. Ganancia asegurada: un buen negocio para todos.

La estrategia para esa noche: Mrado y Ratko se colocaban detrás. Patrik delante, se encargaba de la charla.

Se trataba de llevar bien el asunto. Si se jodía algo, eso significaba que Mrado tendría problemas. La lucha por el favor de Radovan se había recrudecido. Mrado en competencia con los otros hombres que había justo debajo de R: Goran, Nenad, Stefanovic. Otra cosa había sido cuando Jokso estaba al mando: entonces funcionaban como un equipo. Los serbios, juntos.

Había tres categorías de guardarropas en Estocolmo: los que controlaba Radovan, los que controlaban otros, como los Ángeles del Infierno o el rey de los garitos, Göran Boman, y finalmente los que intentaban ser independientes. Esto último no era bueno. Se arriesgaban a ir por libre.

Empezaron en Tivoli en la calle Hornsgatan. El sitio lo controlaba Radovan. Patrik se dirigió a la chica que trabajaba en el guardarropa. Mrado asintió con la cabeza. La conocía de antiguo. Le puso la mano a Patrik en el hombro.

—De esto me puedo encargar yo. La conozco.

Todo iba bien. Ella sacó la ficha número 162. La noche estaba empezando. El echó un vistazo a la caja. Parecía cuadrar. No había nada guardado aparte.

Siguieron adelante. El sitio de enfrente, Marie Laveau, lo controlaba Göran Boman. Ya le llegaría la hora algún día, pero de momento había que dejar las cosas tal cual.

Continuaron hacia Slussen. La noche era fresca. Ratko contó cómo planeaba aumentar el volumen de la parte superior del cuerpo. Comer proteína sin grasa: atún y pollo. Meterse anabolizantes. Hacer sesiones dobles. Ideas nuevas sobre cómo planificar su entrenamiento.

Mrado le miró. Ratko estaba cachas, pero le faltaban muchas horas de gimnasio para llegar a jugar en la categoría de Mrado.

Patrik confesó que había comido helado sólo dos veces en el último año. Lo único que tomaba que no fuera sano era cerveza.

Mrado se quedó absorto en sus pensamientos. Los chicos no se centraban en lo importante. Pensaba en Lovisa, su hija. Su ex, Annika, vivía con ella. Mrado tenía un convenio de régimen de visitas, desde la noche del miércoles hasta la noche del jueves cada dos semanas. No era suficiente, pero así y todo eran los mejores días del mes. El ciclo diurno-nocturno de su trabajo como cobrador-camello-matón le iba perfectamente. Todo el día libre para visitas a Skansen[22], teatro infantil, las últimas películas de Walt Disney. Comían pizza, veían vídeos y leían libros infantiles serbios. Mrado podía decir con sinceridad a los de su entorno: Soy un buen padre. Y sin embargo no podía pasar más tiempo con su hija. El derecho de familia del departamento social, Annika, la sociedad, todos pensaban que un hombre serbio no podía hacerse cargo de un niño. Chorradas.

Debería retirarse. Organizar un régimen de visitas más frecuente. Pasar más tiempo con Lovisa. Dejar de ser un tipo duro.

Subieron por la calle Götgatan. Empezaron a recorrer la lista de garitos. La mayoría de ellos ya estaban controlados, pero había algunos que iban por libre. Patrik trabajaba bien. Entraba. Mrado y Ratko se ponían detrás de él, bien visibles. Los brazos cruzados. Patrik pedía hablar con el responsable del guardarropa. Patrik explicaba las ventajas. Patrik: con vaqueros ajustados, camiseta, chaqueta verde del ejército fina, cráneo rapado con cicatrices. Tatuajes en el cuello que sobresalían.

Siente el miedo.

—Nos encargamos de que os evitéis problemas con grupos y bandas. No querréis que os roben la caja del guardarropa un montón de noches. Nuestro seguro cubre eso. Os podemos ayudar a conseguir más clientes que paguen. Tenemos muchas buenas ideas sobre cómo aumentar la efectividad en el guardarropa. Bla, bla, bla.

La mayoría lo pillaban. Algunos ya habían recibido visita anteriormente. Ni un problema. La gente no quería que los yugoslavos se les echaran encima. Algunos se negaban. Patrik no montaba un numerito. Sólo pedía volver. Sabían que tenían un marrón: aceptar o recurrir a otro.

Avanzaron por Götgatan. Hacia Medborgarplatsen. Era la una. Muchos sitios empezaban a cerrar. Más abajo, en Medborgarplatsen, Snaps, Sante 4, Kvarnen, Gröne Jägaren, Mondo, Göta Källare y más allá Metro y Öst 100 aún estaban abiertos.

Snaps era de Göran Boman. Gröne Jägaren de los Ángeles del Infierno.

Entraron en Mondo, en el edificio Medborgarhuset. Discoteca juvenil. Mucha gente. Patrik hacía su trabajo. Ellos pillaron el planteamiento. Quisieron llegar a un acuerdo. La mayoría de los dueños de garitos contaban con el gasto del guardarropa en su cuenta de resultados. Mrado observó que el ex cabeza rapada trabajaba bien. Durante los años que llevaban trabajando juntos Patrik había moderado su faceta más explosiva, había alcanzado el estilo adecuado: tranquilo, seguro, imponía respeto.

Se fueron de allí a la una y cuarto. Medborgarplatsen bullía de taxis ilegales.

Siguieron hacia uno de los bares y clubes nocturnos más grandes de Söder, Kvarnen. Un antiguo garito de borrachos y lugar de encuentro para los hinchas del Bajen[23]. Kennedy aprisionado por los brazos extendidos de los hinchas cuando el Hammarby ganó el Campeonato de Liga de 2001. La sala antigua había sido una cervecería. Techo alto. Columnas, mesas de madera, friso de madera en la pared, estilo fin de siglo. La decoración de la sala nueva de tema acuático con acuario y gotas azules y estilizadas en las paredes. En el sótano el tema era el fuego, las paredes de color naranja, sin mesas grandes. Sólo taburetes altos y mesas pequeñas fijadas a la pared para apoyar las cervezas.

La cola llegaba hasta Götgatan. Treinta y cinco metros de larga. Bien ordenada. Gente moderna muy peinada y con accesorios. Los alternativos con botas militares, envueltos en pañuelos palestinos. Los capullos poperos, pelo teñido de negro con flequillo. Los hinchas del Bajen, a su aire.

El Kvarnen atraía a muchos.

Mrado, Patrik y Ratko se saltaron la cola. La gente les miró con mala cara. Pero, sin embargo, ni una queja. Lo captaban. Veían la evidente aura de respeto.

El portero dijo no.

—Aquí nadie se cuela.

Esto es el democrático Söder. Imbécil. Patrik se lo tomó con tranquilidad. Explicó que sólo quería hablar con el del guardarropa. El portero no controlaba. Se negaba a dejarlos pasar. Mrado se preguntó quién sería ese cretino. Miró fijamente. Patrik volvió a intentarlo. Explicó que no querían colarse, sólo iban a tratar unos asuntos con el del guardarropa. El portero giró la cabeza. Vio a Mrado. Pareció entender. Les dejó entrar.

El guardarropa lo llevaban los propios porteros. Poco habitual. Significaba problemas.

Los porteros responsables del guardarropa: tres chicos grandes. Las camisetas abultadas, las placas de los chalecos de seguridad se notaban a través de la tela. Dirigían la masa humana con chulería. Hablaban con la jerga de Söder. Inflexibles con la exigencia de pagar el guardarropa pese a que muchos sólo llevaban chaquetas finas. Esos chicos trabajaban para SWEsecurity, una empresa vikinga para chicos vikingos en el sentido literal de la palabra. Gilipollas.

El que estaba al cargo pilló a la primera con quien estaba tratando. Quizá había oído la discusión del exterior por el auricular.

—¿Qué tal? Bienvenidos al Kvarnen. Lamentablemente no estamos interesados en vuestros servicios, pero pasad a tomar una copa.

Patrik se había rebotado con la provocación en la entrada: su lado explosivo había vuelto.

—¿Eres el responsable del guardarropa esta noche? ¿Podemos entrar a hablar un momento? Tengo una propuesta.

Mrado y Ratko se mantuvieron entre bastidores. Mrado, totalmente pendiente. Intentaba escuchar.

El portero dijo:

—Soy el responsable aquí, pero no tengo tiempo para charlar ahora. Podéis pasar o marcharos. Lo siento.

—No nos han tratado muy bien en la puerta. Quiero hablar contigo ahora, ¿lo entiendes? Tus otros dos chicos seguro que pueden apañárselas solos diez minutos.

Actitud. Los otros dos porteros miraban de reojo. Comprobando que no había bronca. El que estaba al cargo dijo:

—Disculpadme, quizá no me he explicado antes con suficiente claridad. No estamos interesados en vuestros servicios. Tenemos nuestro propio sistema. No quiero ser desagradable pero tenéis que entender que nos arreglamos por nuestra cuenta. Sin vosotros.

El lenguaje corporal de Patrik gritaba: quiero partirle la cara a este tío.

Los puños cerrados; los nudillos, blancos. Los tatuajes hinchados.

Mrado se adelantó, puso la mano en el hombro de Patrik. Le tranquilizó. Se giró hacia el que estaba al cargo:

—De acuerdo, entramos. Nos sentamos y te esperamos. Ven cuando tengas tiempo para hablar.

Tensión al máximo.

Mrado tiró de Patrik. Ratko les acompañó.

Patrik cedió. Entró con ellos.

Anticlímax.

Los porteros habían ganado.

Mrado pidió unas cervezas. Se sentaron a una mesa.

El ruido de fondo en la cervecería era muy alto.

Patrik se inclinó hacia Mrado.

—¿Qué coño ha sido eso? No podemos tolerarlo. ¿Por qué me has agarrado para apartarme?

—Patrik, ahora tranquilo. Te entiendo muy bien. Vamos a hablar con él, pero no delante de todos los clientes. No delante de los otros porteros. Habría problemas. Escúchame. Nos sentamos aquí y nos lo tomamos con calma. Quizá venga a hablar con nosotros. Quizá no. Pero no lo olvidamos, esperamos y cuando el cabrón ese vaya al servicio o se vaya a casa o lo que sea, entonces tenemos una charlita con él. Le explicamos cómo son las cosas.

Patrik se calmó. Parecía más satisfecho. Ratko se crujió los nudillos.

Se calmaron. Mrado se tomó una cerveza sin alcohol. Observó a las tías. Observó el lugar. Observó al portero disimuladamente. Se sentó de manera que pudiera ver el guardarropa. Pero nada de mirar fijamente hacia allí de manera exagerada. Todo controlado.

Volvieron a hablar del tronco de Ratko. Comentaron preparados de doping. Mrado reveló algunos secretos de Radovan aunque no debía. Patrik habló de que había disparado con una Magnum el fin de semana anterior: el retroceso, la presión, los impactos.

Patrik entró en temas personales. Le preguntó a Mrado:

—¿A cuántos has matado?

Mrado, extremadamente serio.

—Estuve en Yugoslavia en 1995. Tú mismo puedes sacar tus conclusiones.

—Sí, pero ¿aquí, en Suecia?

—Yo no hablo de eso. Hago lo que hace falta para que el negocio funcione bien. Te puedo enseñar una cosa, Patrik, la lealtad hacia R y el negocio lo es todo. A veces uno tiene para tirar para delante y hacer lo que toque. Uno no puede sentarse a darle vueltas y arrepentirse de lo que ha hecho. No estoy orgulloso de todo.

Patrik presionó:

—¿Como qué, por ejemplo?

—Aprende una cosa más. Hacemos más de lo que decimos. A veces tienes que hacer cosas que no son agradables. ¿Qué quieres que te diga? Por ejemplo, me he visto obligado a encargarme de amigos que no han sido de fiar o de algunas mujeres, putas, que han hecho el tonto. No puedo decir que ese tipo de cosas sería lo primero que pondría en mi curriculum.

Patrik se calló. Entendió la situación. De algunas cosas sencillamente no se habla.

Charlaron de otros asuntos.

Pasó una hora.

En la sala del bar crecía el nivel de fiesta.

El chico de la puerta seguía en su sitio. Eran las dos y cuarto. El sitio cerraba a las cuatro. Esperaron. La gente de fiesta iba muy curda. Mrado se tomó un agua con gas Ramlösa. Patrik pidió su sexta cerveza. Empezaba a estar bastante borracho. Ratko tomaba café. Patrik volvió a hablar del tratamiento que les habían dado en la entrada. Se encendió. Los maricones de los porteros iban a cobrar. Los maricones de los porteros acabarían llorando. Gateando. Rogando. Gimiendo. Hechos papilla.

Mrado le tranquilizó. Miró hacia el guardarropa. Los porteros pasaban de ellos. ¿Eran idiotas? ¿No se daban cuenta de con quién estaban tratando?

Pasó una hora más.

Esperaron. Siguieron charlando.

En una ocasión el portero principal se levantó de su sitio.

Patrik apuró su vaso. Se levantó. Mrado vio que estaba bien, no demasiado borracho. Mrado se puso de pie, enfrente de Patrik. Cara a cara.

Los ojos de Patrik estaban abiertos de par en par. El aliento le apestaba. Un encendedor delante de su boca y la explosión del garito habría sido peor que la de una gasolinera.

Mrado le cogió la cara con las manos. El ruido del local molestaba. Gritó:

—¿Estás bien?

Patrik asintió. Señaló en dirección a los baños. Tenía ganas de hacer pis después de tanta cerveza.

Fue hacia allí.

Mrado se sentó. Ratko le miró, se inclinó hacia delante sobre la mesa. Preguntó:

—¿Adónde ha ido?

—Al servicio.

Un pensamiento atravesó a toda velocidad la mente de Mrado: joder, no haberse dado cuenta. El portero seguro que había ido al baño y Patrik iba para allí sin Mrado o Ratko.

Mrado se levantó. Hizo una seña a Ratko.

—Acompáñame. Ahora.

Salieron tras Patrik medio a la carrera.

Entraron en los aseos.

Azulejos blancos y grandes lavabos metálicos. Una de las paredes cubierta por un espejo. Cinco urinarios en la pared opuesta. Más adelante estaban los cubículos de los retretes. Goteaban. Pis en el suelo.

Contacto.

El portero principal estaba de pie ante uno de los urinarios. Había tres chicos de pie que charlaban junto al lavabo. Tenían pinta de idiotas: camisas desabrochadas con camisetas debajo. Más adelante había dos chicos jóvenes haciendo cola para los retretes.

Patrik dirigiéndose hacia el tío.

El portero se dio la vuelta. Todavía tenía la polla en la mano.

Patrik se quedó de pie a cuarenta centímetros de él.

—¿Te acuerdas de mí? Me has despachado sin más. Has rechazado totalmente nuestros servicios. ¿Te pensabas que eso no iba a tener su castigo?

El portero se dio cuenta de la situación. Musitó algo. Intentó tranquilizar a Patrik. El chico tenía experiencia. Con la mano libre empezó a buscar el auricular.

Patrik dio un paso más, conocedor o no de que Mrado y Ratko le habían seguido hasta el aseo.

Le dio al portero un cabezazo en la nariz. La sangre parecía aún más roja en contraste con los azulejos blancos cuando salió despedida contra la pared. El portero llamó a sus compañeros a gritos. Intentó empujar a Patrik. El portero fuerte. Grande. Patrik cabreado. Los idiotas junto al lavabo empezaron a gritar. Los chicos junto a los cubículos salieron corriendo para detener la bronca. Mrado se interpuso. Los alejó de un empujón. No eran precisamente unos tíos difíciles. Ratko se puso junto a la salida. La bloqueó. Patrik agarró al portero por el pelo. Le golpeó la cabeza contra el urinario. Salieron dientes volando. Volvió a golpearle. Salieron más dientes volando. La nariz se rompió por un número indeterminado de sitios. El urinario parecía un cubo de un matadero. Patrik volvió a golpear la cabeza del portero de nuevo. Sonaba a hueco. Le soltó. El portero se desplomó en el suelo. Inconsciente. La cara irreconocible. Los idiotas del lavabo lloraban. Los críos de los cubículos lloraban.

Dos compañeros porteros pasaron corriendo junto a Ratko. Patrik se quitó de encima con un empujón a uno de los porteros. Ratko salió. Mrado agarró con las manos la rodilla del primer portero. Le agarró. Le hizo una llave. Retorció. El chico se cayó como una marioneta cuando se le sueltan los hilos. Mrado agarró el pie del chico desde otra posición. Lo retorció. Patrik arrasaba, gritaba, soltaba tacos. Mrado dijo con voz tranquila:

—Márchate de aquí ahora, Patrik.

El ex cabeza rapada salió. Mrado estaba solo. Vio a Ratko y a Patrik fuera de los aseos. Giró el pie un poco más. El portero ensangrentado tenía convulsiones bajo el urinario. El portero que tenía agarrado Mrado gimoteaba. Quedaba un portero de pie. Dudaba. Parecía calcular las posibilidades. Dos porteros en el suelo. Fuera de juego. Quedaba en el cuadrilátero: él, solo, contra un yugoslavo enorme. Y dos chicos más fuera. ¿Dónde estaban los refuerzos?

Alboroto en el exterior.

Silencio en el interior de los aseos.

Mrado dijo:

—Chicos, esta noche habéis cometido un pequeño error. Os habéis metido con quien no debíais. Pronto nos pondremos en contacto con vosotros en relación con nuestros negocios. Una cosa más, no le deis mayor importancia a esto. Seguro que vosotros solitos entendéis por qué.

Mrado soltó al chico y salió del aseo. Los tres porteros se quedaron dentro. Como gilipollas.

Mrado, Ratko y Patrik se deslizaron entre la masa de gente. En el exterior del Kvarnen brillaban las luces azules de los coches de los maderos. Se subieron a un taxi. Patrik con sangre en la chaqueta y en la camiseta. Mal asunto.

Era un hervidero de policías.