PRÓLOGO

Se la llevaron con vida porque se negaba a morir. Quizá por eso la quisieron aún más. Porque estuvo ahí todo el tiempo, porque se notaba que era auténtica.

Pero también fue lo que ellos no entendieron, lo que se convertiría en su error. Que ella estaba viva, que pensaba, que estaba presente. Que planeaba derrotarlos.

Se le cayó un auricular de la oreja. Se le resbaló por el sudor. Se lo volvió a poner torcido, pensó que así se quedaría encajado, en su sitio, y podría seguir poniendo música.

El mini-iPod se bamboleaba en el bolsillo. Esperaba que estuviera seguro. No podía caérsele, era su pertenencia favorita y no quería ni pensar en los arañazos que le haría la gravilla del camino.

Lo tocó con la mano. No había peligro, los bolsillos eran lo suficientemente profundos, el iPod estaba en una posición segura.

Se había podido permitir regalarse el reproductor por su cumpleaños y le metió todos los mp3 que le cupieron. El diseño minimalista en verde metalizado mate la había decidido a comprarlo. Pero ahora tenía otro significado para ella, más grande. Le daba paz. Cada vez que cogía el iPod le recordaba estos momentos de soledad, las ocasiones en las que el mundo se quedaba al margen, cuando podía estar consigo misma.

Estaba sonando Madonna. Era su manera de olvidar, correr con música y sentir cómo la tensión aflojaba. Por supuesto, que al mismo tiempo además quemara grasa lo convertía en la combinación perfecta.

Flotaba con el ritmo. Corría casi al ritmo de la música. Levantó el brazo izquierdo un poco más y comprobó sus tiempos en el reloj. Cada vez que corría hacía nuevos intentos por batir su propio récord. Con la tenacidad de los que compiten, tomaba los tiempos, los memorizaba y luego escribía los resultados. El recorrido en total era de siete kilómetros. Su mejor tiempo estaba en treinta y tres minutos. En los meses fríos del año sólo entrenaba en interiores, en el gimnasio de SATS. Máquinas de musculación, cinta de correr y máquinas de step. En los meses cálidos seguía yendo al gimnasio pero cambiaba la cinta de correr por caminos pequeños y senderos de grava.

Se dirigió hacia el puente de Lilla Sjötull, al final de Djurgården[1]. El agua despedía frío. Eran las ocho, y la tarde primaveral se disolvía en el ocaso. Las farolas del sendero aún no se habían encendido. El sol le daba en la espalada sin proporcionar ya ningún calor. Perseguía su propia sombra alargada ante ella y pensó que pronto ya no sería visible. Pero en un rato, cuando las farolas empezaran a iluminar el sendero, su sombra empezaría a cambiar de dirección según fuera dejando atrás los focos bajo los que había corrido.

En los árboles empezaban a brotar las hojas. Las anémonas de bosque, con los capullos cerrados, se alineaban junto al sendero en la hierba. A lo largo del canal había carrizo seco y viejo que había sobrevivido al invierno. Las hermosas villas se elevaban a la izquierda. La embajada turca con las ventanas enrejadas. La embajada china, un poco más arriba en la colina, rodeada de altas vallas de acero, cámaras de vigilancia y carteles de advertencia. Junto al club de remo había un pequeño palacete, rodeado por una cerca de madera amarilla. Cincuenta metros más allá había una villa alargada con un cenador al lado y un garaje que parecía estar construido justamente en el interior de la montaña.

A lo largo de todo el recorrido de la carrera se extendían lujosas viviendas sin vigilancia. Cada vez que corría las observaba, gigantescas villas ocultas, protegidas por setos y vallas. Se preguntaba por qué intentaban parecer sencillos cuando todo el mundo sabía que en Djurgården no vivía nadie que no fuera importante.

Adelantó a dos chicas que caminaban a ritmo rápido. En Kungliga Djurgården[2] hacían ejercicio con el típico estilo de power walk de Östermalm[3]. Chaleco de plumas sobre un jersey de manga larga, pantalones de gimnasia y sobre todo una gorra bien calada. La ropa que llevaba ella era más seria. Cortavientos negro de Nike Clima-Fit y mallas. Ropa que respiraba. Sonaba a cliché, pero funcionaba.

Los recuerdos de hacía tres fines de semana volvieron otra vez. Intentó reprimirlos, y en su lugar pensar en la música o concentrarse en la carrera. Si se centraba en el tiempo que hacía para la mitad del recorrido alrededor del canal y en los gansos canadienses que tenía que esquivar, quizá podría olvidar.

En los auriculares sonaba Madonna.

En el camino de gravilla había heces de caballo.

Se creían que la podían usar de cualquier manera. Pero era ella la que los utilizaba. Esa postura era lo que la protegía. Era ella la que elegía lo que hacía y lo que sentía. En el mundo oficial eran hombres de éxito, ricos, poderosos. Sus nombres estaban en las portadas de los suplementos de economía, en los titulares de las noticias bursátiles y en los primeros lugares de la lista de Hacienda de contribuyentes por patrimonio. En realidad eran una panda de perdedores patéticos y lamentables, personas a las que les faltaba algo, personas que evidentemente la necesitaban. El futuro de ella estaba decidido. Representaría su papel en la función hasta que le conviniera dejar de hacerlo y desenmascararlos. Y si no querían ser desenmascarados tendrían que pagar. Se había preparado, había acumulado información durante meses. Había conseguido confesiones, había escondido grabadoras debajo de las camas, incluso había filmado a algunos de ellos. Se sentía como una auténtica agente del FBI pero con una diferencia. Tenía mucho más miedo.

Era jugar a lo grande. Conocía las reglas, si salía mal significaría su final. Pero funcionaría. Su plan era dejarlo cuando cumpliera veintitrés. Largarse de Estocolmo a un sitio mejor, más grande. Mejor.

Dos chicas jóvenes, las espaldas bien rectas, se acercaban a caballo por el primer puente, junto a la hostería de Djurgårdsbrunn. Aún no habían sido expuestas al lado marginal de la vida. Como había sido ella misma antes de marcharse de casa. Se corrigió, porque aún era su objetivo. Ir con la cabeza bien alta en la vida. Lo iba a conseguir.

Junto al puente había un hombre con un perro. Hablaba por el móvil mientras la seguía con la mirada. Estaba acostumbrada a ser el centro de atención desde el principio de la pubertad y después del aumento de pecho a los veinte años fue la invasión total de miradas masculinas. Le gustaba y le daba asco al mismo tiempo.

El hombre era de constitución fuerte. Llevaba una chaqueta de cuero y vaqueros y en la cabeza una gorra redondeada. Pero había algo raro en él. Sus ojos no mostraban la típica mirada babosa. Al contrario, se le notaba equilibrado, concentrado, centrado. Como si hablara de ella por el móvil.

Se acabó la gravilla. Hasta el último puente, Lilla Sjötullsbron, el camino estaba asfaltado pero con largas grietas en varios lugares. Se planteó correr por el sendero abierto en la hierba a base de pisadas. Pero ahí había demasiados gansos. Sus enemigos.

Apenas veía el puente más adelante. ¿Por qué no encendían las farolas? ¿No se solían encender automáticamente cuando oscurecía? Aparentemente, no esa noche.

Había un furgón aparcado con la parte trasera hacia el puente.

No se veía a nadie.

Veinte metros más adelante había una lujosa villa que daba al lago. Conocía al dueño que había construido la casa sin licencia de obra dentro de un enorme y viejo granero que ya había en el lugar. Un hombre poderoso.

Antes de llegar a girar hacia el puente notó que el furgón estaba extrañamente cerca del camino de grava, a dos metros de ella cuando torció hacia la derecha.

Se abrieron las puertas del furgón. Salieron dos hombres. No llegó a darse cuenta de lo que pasaba. Un tercer hombre llegó corriendo hacia ella desde atrás. ¿De dónde había salido? ¿Era el del perro que la había observado? Los hombres del furgón la agarraron. Le pusieron algo sobre la boca. Intentó gritar, arañar, pegar. Cogió una bocanada de aire con fuerza y se mareó. Había algo en el trapo que sujetaban contra su boca. Se revolvió, les dio tirones en los brazos. No sirvió de nada. Eran demasiado grandes, rápidos, fuertes.

Los hombres la metieron a empujones en el furgón.

Lo último que pensó es que se arrepentía de haberse mudado a Estocolmo.

Una mierda de ciudad.

* * *

Causa: B 4537-04

Cinta 1237. Cara A: 0,0. Cara B: 9,2

TRANSCRIPCIÓN

Ésta es la causa B 4537-04 contra Jorge Salinas Barrio, punto número uno de los cargos, y éste es el interrogatorio al acusado, Jorge Salinas Barrio:

JUEZ: ¿Nos puede contar con sus palabras lo sucedido?

ACUSADO: No hay mucho que decir. El almacén en realidad no lo uso yo. Mi nombre sólo está en el contrato por hacerle un favor a un amigo. Ya saben, a veces uno tiene que echar una mano. En realidad sí he guardado cosas ahí en algunas ocasiones, pero está a mi nombre sólo en los papeles. El almacén no es mío. La verdad es que esto es más o menos todo lo que tengo que decir.

JUEZ: Bien, si es todo, el fiscal puede hacer sus preguntas.

FISCAL: ¿Con almacén se refiere al trastero de Shurgard Self-Storage de Kungens kurva?

ACUSADO: Sí, claro.

FISCAL: ¿Y dice que no es usted el que lo utiliza?

ACUSADO: Eso es. El contrato lo firmé yo para ayudar a un colega que no puede alquilar locales y eso. Tiene demasiadas reclamaciones como moroso. No tenía ni idea de que ahí tenían tanta mierda.

FISCAL: Entonces, ¿de quién es el trastero?

ACUSADO: No puedo decirlo.

FISCAL: En ese caso solicito remitirme a la página veinticuatro del informe de la instrucción. Es un interrogatorio con usted, Jorge Salinas Barrio, que tuvo lugar el 4 de abril de este año. Leo la cuarta sección, en la que dice lo siguiente: «El trastero lo alquila un hombre que se llama Mrado, creo. Trabaja con los peces gordos, ya me entiende. Yo he firmado el contrato pero en realidad es suyo». ¿Es correcto que usted declaró esto?

ACUSADO: No, no. Está mal. Habrá sido algún malentendido. Yo nunca he dicho eso.

FISCAL: Pero es lo que pone aquí. Pone que el interrogatorio lo leyó usted y lo aprobó. ¿Por qué no dijo nada si le entendieron mal?

ACUSADO: Bueno, estaba asustado. No es fácil explicarlo todo bien cuando uno está en un interrogatorio. Fue un malentendido. Los policías me presionaron. Yo me puse nervioso. Dije eso sólo para evitar que me siguieran interrogando. No conozco a nadie que se llame Mrado. Lo juro.

FISCAL: ¿Ah, no? Mrado dice en un interrogatorio que sabe quién es usted. Y usted ha dicho hace un momento que no sabía que hubiera tanta mierda en el trastero. ¿A qué se refería con «mierda»?

ACUSADO: A drogas. Lo único que yo guardé ahí fue alrededor de diez gramos para uso propio. Soy consumidor desde hace varios años, pero usaba el trastero para guardar muebles y ropa porque me cambio mucho de casa. Las otras cantidades no eran mías y no sabía que estaban ahí.

FISCAL: ¿Así que a quién pertenece la droga?

ACUSADO: No puedo hablar de eso. Ya saben, pueden tomar represalias. Creo que quien ha puesto ahí la cocaína es la persona a la que le suelo comprar droga. Tiene llave del trastero. Pero la báscula es mía. La uso para medir mis dosis. Para mi uso personal. Pero no vendo nada. Tengo un trabajo, no me hace falta trapichear.

FISCAL: ¿Y a qué se dedica?

ACUSADO: Soy conductor en una mensajería. Muchas veces en fin de semana, está bien pagado. Sin papeles, ya saben.

FISCAL: Así que, si le entiendo bien, dice usted que el trastero no pertenecía a alguien llamado Mrado sino a otra persona. ¿Y esta otra persona es su camello? Pero ¿cómo han acabado ahí tres kilos de cocaína? Es mucho. ¿Sabe el valor que alcanzaría en la calle?

ACUSADO: Exactamente no lo sé, yo no vendo de eso. Pero es mucho, quizá un millón de coronas. Al que le compro la droga la deja en el trastero después de que yo le pague; así evitamos tener contacto directo y que nos vean juntos. A mí me parece un buen sistema. Pero ahora parece que me la ha jugado. Ha metido esa mierda en el trastero para que me encierren a mí.

FISCAL: ¿Podemos repasar esto otra vez? Dice que el trastero no es de una persona que se llama Mrado. En realidad tampoco es de usted. Tampoco es de su camello, pero él lo usa a veces para las transacciones entre ustedes. Y ahora usted cree que es él quien guarda toda esa cocaína ahí. Jorge, ¿piensa que le vamos creer? ¿Por qué iba a querer guardar su camello tres kilos de cocaína en un trastero al que usted tiene acceso? Además, está cambiando usted los datos todo el tiempo y no quiere dar nombres. No tiene credibilidad.

ACUSADO: Venga ya. No es tan difícil pero estoy confuso. La cosa es así: utilizo el trastero muy poco. Mi camello no lo utiliza casi nunca. No sé a quién pertenece la cocaína. Pero parece probable que sea la mierda de mi camello.

FISCAL: ¿Y a quién pertenecen las bolsitas de plástico con cierre?

ACUSADO: Deben de ser de mi camello.

FISCAL: ¿Y cómo se llama?

ACUSADO: No puedo decirlo.

FISCAL: ¿Por qué sigue diciendo que el trastero en realidad no es suyo ni tampoco la droga de su interior? Todo indica que es así.

ACUSADO: Yo no podría permitirme comprar tanta droga. Además ya he dicho que yo no trapicheo. ¿Qué más voy a decir? La droga no es mía, ya está.

FISCAL: Otros testigos de esta causa han mencionado también otro nombre. ¿Puede ser que la droga pertenezca a un amigo de Mrado que se llama Radovan? Radovan Kranjic.

ACUSADO: No, no lo creo. No tengo ni idea de quién es.

FISCAL: Sí, yo creo que sí lo sabe. Usted ha mencionado al ser interrogado que conoce al jefe de Mrado. ¿No se refiere a Radovan?

ACUSADO: Yo jamás he dicho nada de ningún Mrado, eso no es así, de modo que ¿cómo voy a saber de lo que habla usted? ¿Me lo puede explicar?

FISCAL: Aquí el que pregunta soy yo, no usted. ¿Quién es Radovan?

ACUSADO: Ya he dicho que no lo sé.

FISCAL: Inténtelo…

ACUSADO: ¡Joder, que no lo sé! ¿Es que no lo pilla?

FISCAL: Evidentemente, es un punto delicado. No tengo más preguntas. Gracias. El abogado puede preguntar ahora.

* * *

Ésta es la causa B 4537-04, la fiscalía contra Jorge Salinas Barrio, punto número uno de los cargos. A continuación se incluye el interrogatorio con el testigo Mrado Slovovic en relación con la droga de un local de almacenaje en Kungens kurva. El testigo ha prestado juramento y se le ha recordado lo vinculante de éste. Es el fiscal quien ha solicitado el interrogatorio y comienza con sus preguntas:

FISCAL: En la investigación previa en relación con el acusado, Jorge Salinas Barrio, se le ha mencionado como la persona que alquila un almacén en Shurgard Self-Storage en Kungens kurva, en el barrio de Skärholmen[4]. ¿Qué relación hay entre Jorge y usted?

TESTIGO: Conozco a Jorge, pero yo no tengo alquilado ningún trastero. Nos conocíamos de antes. Yo también he andado metido en drogas, pero lo dejé hace un par de años. De vez en cuando me encuentro casualmente con Jorge. La última vez fue en el centro comercial de Solna[5]. Me contó que ahora lleva sus asuntos de droga desde un trastero en el otro extremo de la ciudad. Me dijo que había subido de nivel y que había empezado a vender mucha cocaína.

FISCAL: Él dice que no le conoce.

TESTIGO: No es así. No es que seamos colegas, pero nos conocemos.

FISCAL: Bien. ¿Se acuerda de cuándo se lo encontró? ¿Puede contar más en detalle lo que le dijo?

TESTIGO: Fue en algún momento de la primavera pasada. En abril, me parece. Fui a Solna a visitar a unos antiguos colegas. Si no, no suelo ir mucho por allí. De camino a casa entré en el centro comercial para echar unos boletos de las carreras de caballos. Me encontré con Jorge dentro de la oficina de apuestas. Iba muy bien vestido y apenas le reconocí. Ya me entiende, cuando éramos colegas se metía mierda.

FISCAL: ¿Y qué le dijo?

TESTIGO: Me contó que le iba bien. Le pregunté que qué hacía. Dijo que estaba haciendo buenos negocios con la farla. Se refería a la cocaína. Como yo ya no estoy en eso no quise oír más. Pero él alardeaba. Me contó que guardaba todo en un trastero al sur de la ciudad. Creo que dijo que en Skärholmen. Entonces le pedí que parara porque no quería saber nada de toda esa porquería que se traía entre manos. Se enfadó conmigo. Me dijo más o menos que me fuera a la mierda.

FISCAL: ¿Así que se molestó?

TESTIGO: Sí, se rebotó cuando le dije que me parecía que estaba diciendo chorradas. Quizá por eso se ha inventado que yo tengo algo que ver con ese trastero.

FISCAL: ¿Dijo algo más sobre el trastero?

TESTIGO: No, sólo dijo que guardaba la cocaína ahí. Y que estaba en Skärholmen.

FISCAL: Bien, gracias. No tengo más preguntas. Gracias por su comparecencia.