[1] Platón, Leyes, XI, 934a; cfr. Séneca, La ira, I, 19, 7; Castiglione, El cortesano, IV, 12. <<
[2] Horacio, Sátiras, I, 4, 109-111. <<
[3] Plutarco, Catón el Viejo, 9, 4. <<
[4] Cfr. idem, Demetrio, 1, 6. <<
[5] (b) La visión ordinaria del robo, de la perfidia, ha ordenado y contenido mis costumbres. <<
[6] El tema es tratado en el capítulo I, 26. <<
[7] Cicerón, El bien y el mal supremos, I, 8, 28. <<
[8] (c1) respaldo las reprensiones que se hacen a mis escritos; y a menudo los he cambiado más por cortesía que por enmienda. <<
[9] (c1) incluso a costa mía. <<
[10] Plutarco, La falsa vergüenza, 18, 536b. <<
[11] Platón, República, VII, 539b-d. <<
[12] En el original: «una querella de Alemania». <<
[13] Séneca, Cartas a Lucilio, 59, 15. <<
[14] Cicerón, El bien y el mal supremos, I, 19, 63 (es la opinión de Epicuro sobre la dialéctica). <<
[15] Es decir, a un profesor de filosofía. <<
[16] Séneca, Cartas a Lucilio, 33, 8. <<
[17] (b-c1) rara vez las almas. <<
[18] Cfr. Francisco Sánchez, Que nada se sabe, «Al lector»: «Mas no esperes atraparla [la verdad] nunca ni poseerla a sabiendas; bástete lo mismo que a mí acosarla» (trad. F. A. Palacios, Madrid, 1991). <<
[19] Lactancio, Instituciones divinas, III, 28. <<
[20] Cfr. Platón, Banquete, 215d. <<
[21] Una variante tachada del Ejemplar de Burdeos alude aquí a Plinio el Viejo y a Quintiliano. <<
[22] Heráclito, según la tradición muy proclive a las lágrimas; véase el capítulo I, 50. <<
[23] Diógenes Laercio, I, 108. Timón fue un célebre misántropo ateniense; Demócrito, al parecer, se reía de todo. <<
[24] Cfr. Plutarco, Cómo se debe escuchar, 6, 40d; Cómo sacar provecho de los enemigos, 5, 88d-e; Consejos para conservar la salud, 15, 129d; El refrenamiento de la ira, 16, 463e. <<
[25] Erasmo, Adagios, III, 4, 2; Erasmo usa la palabra «crepitus» [‘pedo’]. <<
[26] (c1) y noble personaje. <<
[27] Terencio, Andria, IV, 2, 9, 693. <<
[28] Cfr. Juan 8, 7. <<
[29] Platón, Gorgias, 480c. <<
[30] Sobre la importancia de las ceremonias religiosas, véase Maquiavelo, Discursos sobre la primera década de Tito Livio, I, 12; Ronsard, «Responce aux injures et calomnies, de je ne sçay quels predicans et ministres de Geneve», 1563, 417-422. <<
[31] La alusión es, con toda probabilidad, a la Reforma protestante y a su versión depurada y espiritualista del cristianismo. <<
[32] Juvenal, VIII, 73-74. <<
[33] Platón, República, VI, 495c. <<
[34] Claudiano, Contra Eutropio, I, 303-306. <<
[35] Plutarco, Cómo distinguir a un adulador de un amigo, 15, 58d; La paz del alma, 12, 471f - 472a. <<
[36] Marcial, VIII, 15, 8. <<
[37] Montaigne resume aquí la reflexión muy similar que comunicó al ex canciller Michel de L’Hospital en una carta datada en abril de 1570 (y publicada en una compilación de obras y traducciones de La Boétie que editó): «Señor, opino que vosotros, a quienes la fortuna y la razón han entregado el gobierno de los asuntos del mundo, no perseguís otra cosa con más ahínco que la manera en la cual podríais alcanzar el conocimiento de los hombres que desempeñan vuestros cargos. En efecto, apenas existe comunidad tan miserable que no posea bastantes hombres para proveer convenientemente a cada uno de sus oficios, con tal de que la distribución y la elección pudiera realizarse con justicia. Y, ganado este punto, nada faltaría para alcanzar la perfecta composición del Estado. Ahora bien, en la misma medida en que esto es lo más deseable, es también lo más difícil. Porque ni vuestra mirada puede extenderse a tal distancia, para distinguir y escoger entre una multitud tan grande y tan dispersa, ni puede penetrar hasta el fondo de los corazones para ver en ellos las intenciones y la conciencia, elementos principales a tomar en consideración. De manera que no ha existido ningún Estado tan bien instituido que a menudo no observemos en él la ausencia de esta distribución y elección. Y, en aquellos en los que mandan la ignorancia y la malicia, el disimulo, los favores, las intrigas y la violencia, si se efectúa alguna elección meritoria y ordenada, la debemos sin duda a la fortuna, que, dada la inconstancia de su variado movimiento, se ha encontrado por una vez en el camino de la razón» (esto último corresponde al tema del capítulo I, 33). <<
[38] Cfr. los capítulos I, 1 y I, 23. <<
[39] Tito Livio, XXXVIII, 48; la misma anécdota en Valerio Máximo, II, 7, ext. 1 (citado a su vez por Justo Lipsio, Políticas, V, 16). <<
[40] Plutarco, Máximas de reyes y generales, 172d. <<
[41] Virgilio, Eneida, III, 395. <<
[42] Horacio, Odas, I, 9, 9. <<
[43] Tema ya tratado al final de I, 47. <<
[44] Virgilio, Geórgicas, I, 420-422. <<
[45] Tucídides, III, 37, citado en Justo Lipsio, Políticas, III, 4. Montaigne toca este mismo tema en II, 20. <<
[46] Plauto, Pséudolo, II, 3, 15-16, citado en Justo Lipsio, Políticas, IV, 9, hacia el final. <<
[47] Plutarco, Cómo se debe escuchar, 7, 41c (el autor aludido es Diógenes, no Dionisio). <<
[48] Diógenes Laercio, VI, 8. <<
[49] Por «canonizar» al rey entiéndase divinizarlo. El tema está ya presente en La servidumbre voluntaria de La Boétie: «Los tiranos, para estar seguros, no han dejado nunca de esforzarse en acostumbrar al pueblo a rendirles no sólo obediencia y servidumbre, sino también devoción». <<
[50] F. López de Gómara, Historia de la conquista de México, 213. <<
[51] Plutarco, El demon de Sócrates, I, 575b. <<
[52] Cicerón, Los deberes, I, 41, 147. <<
[53] Diógenes Laercio, II, 95. <<
[54] Jenofonte, Ciropedia, III, 3, 35. <<
[55] Cfr. Plutarco, Licurgo, 19, 1; 25, 3-4. <<
[56] Montaigne se refiere quizá al rey Enrique II, que murió en un torneo en julio de 1559, y, probablemente, al conde de Enghien, muerto en 1546 tras una batalla de bolas de nieve. <<
[57] Ovidio, Tristes, I, 7, 29. <<
[58] Philippe de Commynes, Mémoires, III, 12, año 1474 (Commynes pone en boca de Luis XI una frase parecida a la que cita Montaigne). <<
[59] Tácito, Anales, IV, 18. <<
[60] Séneca, Cartas a Lucilio, 81, 32. <<
[61] Quinto Cicerón, La petición del consulado, 9. <<
[62] Podría tratarse de Louis de Foix, conde de Gurson. <<
[63] Para la opinión de Tácito, véase Anales, IV, 32 y XVI, 16. <<
[64] (b) Y, sin embargo, no ha olvidado lo que debía a la otra parte. <<
[65] Tácito, Historias, II, 38, 1. En la parte final de «La vanidad» (III, 9) dirá Montaigne: «He emprendido cien querellas en defensa de Pompeyo y por la causa de Bruto». <<
[66] El tema de la religiosidad de Tácito y de su rechazo del cristianismo ha sido ya evocado al inicio de «La libertad de conciencia» (II, 19). <<
[67] Tácito, Anales, VI, 6; cfr. Suetonio, Tiberio, 67, 1. Véase también Justo Lipsio, La constancia, II, 14, que recoge la interpretación de Tácito; Montaigne se ha referido ya al tema de los remordimientos en el capítulo III, 2. <<
[68] Tácito, Anales, XI, 11. <<
[69] Cfr. Aristóteles, Ética a Nicómaco, IV, 3, 1123b 8 y ss. (véase también la parte final del capítulo II, 6 de Los ensayos). <<
[70] Cfr., por ejemplo, Dante, Convivio, I, 2, 8, que alega la distorsión producida por el amor propio como una razón para evitar hablar de uno mismo: «No hay nadie que sea verdadero y justo juez de sí mismo, a tal extremo el amor propio [la propria caritate] nos engaña». <<
[71] Tácito, Anales, XIII, 35. <<
[72] Véase el planteamiento expuesto en I, 26. <<
[73] Tácito, Historias, IV, 81; cfr. Suetonio, Vespasiano, 7, 2-3. También La Boétie comenta los prodigios de Vespasiano, en La servidumbre voluntaria. «Son muchos quienes han escrito tales cosas, pero de manera que es fácil ver que las han recogido de los rumores de las ciudades, y de las habladurías del populacho. Cuando Vespasiano, de regreso de Asiría, pasó por Alejandría para ir a Roma a hacerse con el imperio, obró maravillas: enderezó a los cojos, devolvió la vista a los ciegos y muchas otras bellas cosas. A mi juicio, el que no era capaz de ver el fraude, era más ciego que los que él curaba». <<
[74] Quinto Curcio, IX, 1, 34. <<
[75] Tito Livio, V, 21, 9 y VII, 6, 1. <<
[76] Idem, XLIII, 13. <<