[1] Platón, Banquete, 221e; se trata de un pasaje que aparece dentro de la célebre comparación, efectuada por Alcibíades, entre Sócrates y los silenos, ridículos por fuera, divinos por dentro; cfr. 221d: «También sus discursos [de Sócrates] son muy semejantes a los silenos» (trad. M. Martínez Hernández, Madrid, 1986); lo cita asimismo Erasmo en su adagio «Los silenos de Alcibíades» (III, 3, 1): «Ninguna preocupación por su apariencia, un lenguaje simple y a ras de suelo, el del pueblo y el de un hombre que hablaba incesantemente de cocheros, de modestos trabajadores, de bataneros, de artesanos». <<
[2] Erasmo, «Los silenos de Alcibíades»: «Por regla general, [Sócrates] introducía los argumentos [similia et inductiones] a partir de estos ejemplos, que le servían para impulsar sus ventajas en la discusión». <<
[3] Lucano, II, 381-382 (se trata de las reglas morales del estoico Catón). <<
[4] (b) aptitud, sea para juzgar, sea para narrar. [Montaigne se refiere a Platón y a Jenofonte]. <<
[5] Cfr. Platón, Menón, 82a y ss. <<
[6] (c1) y más útil. [Cfr. Cicerón, Tusculanas, V, 4, 10]. <<
[7] Séneca, Cartas a Lucilio, 106, 12. <<
[8] Tácito, Agrícola, 4, 5. <<
[9] (c1) Su empleo es <<
[10] Montaigne recuerda, tal vez, el uso de la metáfora del veneno que realiza Averroes, interesado en advertir sobre los peligros de la divulgación del conocimiento (In libros Physicorum Aristotelis, I, com. 60, y Destructio destructionum, «Disputatio sexta»), <<
[11] De acuerdo con el pasaje evangélico (Mateo 5, 3). <<
[12] Séneca, Cartas a Lucilio, 106, 12. <<
[13] Cfr. Cicerón, Disputas Tusculanas, cuya primera parte está dedicada al tema de la preparación frente a la muerte. <<
[14] (c1) mi ánimo nada. <<
[15] Idem, Tusculanas, V, 5, 13 (en referencia a los argumentos estoicos). <<
[16] Cfr. Séneca, Cartas a Lucilio, 75, 5-6. <<
[17] Ibidem, 115, 2. <<
[18] Ibidem, 114, 3. <<
[19] Es decir, fundándose en sus propias máximas, recién citadas, que se vuelven contra él. <<
[20] Cfr. Séneca, Cartas a Lucilio, 100, 4. <<
[21] Montaigne piensa, con toda probabilidad, en las tentaciones sufridas por ciertos santos; quizá en alguna página de la Ciudad de Dios de san Agustín, por ejemplo, XIV, 16, o incluso en pasajes de san Pablo como 2 Corintios 12, 7: «Para que yo no me engría, fueme dado un aguijón de carne, un ángel de Satanás, que me abofetea…» (trad. Nácar-Colunga). <<
[22] Séneca, Cartas a Lucilio, 95, 13. <<
[23] Montaigne parece referirse al verano de 1586, período en que Castillon, en manos de los protestantes, sufrió el ataque de la Liga. <<
[24] Tito Livio, XIX, 8, 7. <<
[25] Ovidio, Pónticos, I, 3, 57-58. <<
[26] Montaigne se refiere a los católicos intransigentes de la Liga. <<
[27] Virgilio, Eneida, XII, 46. <<
[28] Catulo, 64, 405-406. <<
[29] Es decir, mediante mercenarios extranjeros. <<
[30] Sobre el concepto castrense de «discreción», Juan Luis Vives escribe ya en 1529: «Se necesitaría un libro entero y bien repleto que intentara exponer una mínima parte de lo que los soldados designan con esta palabra, discreción: maldades, perversidades, insolencias, crímenes» (De la concordia y de la discordia, III, trad. E. Rivera, Madrid, 1978, p. 163). <<
[31] Virgilio, Geórgicas, I, 500-501 (el poeta romano se refiere a Octavio Augusto; Montaigne aplica el verso, con toda probabilidad, a Enrique de Navarra, futuro Enrique IV de Francia). <<
[32] Valerio Máximo, II, 7, «Sobre la disciplina militar entre los extranjeros», 2; citado por Justo Lipsio, Políticas, V, 13. <<
[33] Frontino, Estratagemas, IV, 3; citado por Justo Lipsio, Políticas, V, 13. <<
[34] Guillaume Postel, La Tierce Partie des orientales histoires, Poítiers, 1560, pp. 31-32, 44 y ss. <<
[35] Paolo Giovio, Historia de su tiempo, 17. <<
[36] Cfr. Plutarco, Bruto, 12, 3 (para Favonio, en efecto, la guerra civil es peor que la monarquía ilegal, razón por la cual Bruto no le invita a participar en la conjura contra César). <<
[37] (c1) que se hace a costa de la sangre. <<
[38] Platón, Carta VII, 331d. Cfr., además, el pasaje clave que pone fin a República IX: «“[El hombre provisto de inteligencia] ciertamente actuará en su propio Estado, aun cuando no en su patria, salvo que se presente algún azar divino”. “Comprendo: hablas del Estado cuya fundación acabamos de describir, y que se halla sólo en las palabras, ya que no creo que exista en ningún lugar de la tierra”» (592a-b; trad. C. Eggers Lan, Madrid, 1986). <<
[39] Cfr. Idem, Carta VII, 327b-c: «Después de este suceso [la muerte de Dionisio I], [Dión] se propuso no guardar sólo para él esta manera de pensar que había adquirido gracias a rectas enseñanzas, y al ver que estos ideales también estaban arraigados en otras personas, no en muchas, desde luego, pero sí en algunas, pensó que uno de ellos podría ser Dionisio [Dionisio II], con la colaboración de los dioses, y consideró que, si ello ocurría, tanto su vida como la del resto de los siracusanos llegaría a ser el colmo de la felicidad» (trad. J. Zaragoza, Madrid, 1992). <<
[40] Es decir, de la comunidad cristiana. <<
[41] (c1) desmembrando a su madre y dándoles los pedazos a sus antiguos enemigos, para que los roan [Es decir, dividiendo la patria y entregando partes de ella a enemigos seculares como los españoles, muy activos en su apoyo al partido ultracatólico]. <<
[42] (c1) de la palabra divina. <<
[43] Por ejemplo, el 16 de diciembre de 1587 la Sorbona decretó que era legítimo deponer a los malos reyes. <<
[44] Tito Livio, XXXIX, 16, 6-7. <<
[45] Platón, República, II, 361a. <<
[46] Virgilio, Bucólicas, I, 11-12. <<
[47] Ovidio, Tristes, III, 10, 65-66. <<
[48] Claudiano, Contra Eutropio, I, 244. <<
[49] En las luchas que tuvieron lugar en las ciudades italianas después del siglo XII, los gibelinos eran partidarios del emperador; los güelfos, del Papa. Étienne Pasquier compara estos términos con hugonote y papista en una carta fechada en 1560. <<
[50] Montaigne vivía como un católico, pero en una zona predominantemente protestante o al menos favorable a Enrique de Navarra. <<
[51] Cicerón, La naturaleza de los dioses, III, 4, 9. <<
[52] El Diario de viaje de Montaigne ofrece quizá un ejemplo de esta actitud ante una acusación, en este caso la del Santo Oficio romano: «El Maestro del Sacro Palazzo sólo había podido juzgar [Los ensayos] por el informe de algún frater francés, pues no entendía en absoluto nuestra lengua; y se contentaba a tal punto con las excusas que yo daba sobre cada artículo de censura que le había dejado este francés, que remitió a mi conciencia enmendar lo que yo viera que era de mal gusto. Yo le suplicaba, por el contrario, que siguiera la opinión de quien lo había juzgado…» (20 de marzo de 1581). <<
[53] Horacio, Cartas, I, 18, 107-108. <<
[54] Séneca, Cartas a Lucilio, 90, 34. <<
[55] Cfr. Justo Lipsio, La constancia, I, 9. <<
[56] Tito Livio, XXX, 44. Es éste un argumento subrayado por Justo Lipsio, La constancia, 1, 8-9. <<
[57] Horacio, Odas, I, 28, 19-20. <<
[58] Virgilio, Geórgicas, III, 476-477. <<
[59] Diodoro de Sicilia, XVII, 105, 2. <<
[60] Tito Livio, XXII, 51. <<
[61] Cfr. Plutarco, El amor a la prole, I, 493b-c. <<
[62] Ibidem, I, 493d-e. <<
[63] Ibidem, I, 493c. <<
[64] Ibidem, I, 493d. <<
[65] Séneca, Cartas a Lucilio, 91, 8. <<
[66] Ibidem, 107, 4. <<
[67] Ibidem, 74, 4. <<
[68] Cfr. idem, 74, 5. <<
[69] Séneca, de la escuela estoica. <<
[70] Séneca, Cartas a Lucilio, 13, 10; 24, 1. <<
[71] Virgilio, Geórgicas, I, 123. <<
[72] Quintiliano, I, 12, 11. <<
[73] Séneca, Cartas a Lucilio, 30, 8. <<
[74] Cfr. Propercio, II, 27, 1-2. <<
[75] Maximiano, Elegías, I, 277-278. <<
[76] Cicerón, Tusculanas, I, 30, 74; Montaigne se ha referido ya a esta máxima al inicio del capítulo I, 19. <<
[77] Horacio, Cartas, I, 1, 15. <<
[78] Suetonio, César, 87. <<
[79] Séneca, Cartas a Lucilio, 98, 8. <<
[80] Cfr. Platón, Apología de Sócrates, 18b-c; 29a. <<
[81] Ibidem, 29a. <<
[82] Ibidem, 40c-41c. <<
[83] (b) por lo tanto, las ordenaréis a vuestro antojo [ibidem, 29b]. <<
[84] Ibidem, 42a. <<
[85] Ibidem, 36d-e. <<
[86] Ibidem, 34d - 35b; cfr. Odisea, XIX, 163. <<
[87] Platón, Apología de Sócrates, 28d. <<
[88] Ibidem, 35c-d. <<
[89] Ibidem, 41c-d. <<
[90] (b) ¿No es éste un alegato (c1) seco y sano, pero, al mismo tiempo, natural y bajo, de una altura inimaginable, verdadero, franco y justo más allá de cualquier ejemplo? <<
[91] Diógenes Laercio, II, 40-41. <<
[92] Plutarco, La envidia y el odio, 6, 538a. <<
[93] Lucrecio, II, 75. <<
[94] Ovidio, Fastos, I, 380. <<
[95] Cfr. Plinio, VIII, 5, 12. <<
[96] (c1) del siglo y de los consejos ajenos. <<
[97] Es decir, este capítulo, titulado «La fisonomía». <<
[98] Probable alusión a Conrad Lycosthenes, autor de unos Apophtegmata. <<
[99] Cfr. Jenofonte, Recuerdos de Sócrates, IV, 2. <<
[100] (c1) en conciencia <<
[101] Montaigne se refiere, probablemente, a un presidente del Parlamento de Burdeos, en el cual fue consejero. <<
[102] (b) Yo oculto mis robos y los disfrazo. [Variantes tachadas del Ejemplar de Burdeos: «Y si declaro alguno es para ocultar el doble… Y a veces los mezclo y oculto en mi camino con tanta propiedad que se requiere buena vista, y haberlos manejado a menudo, para distinguirlos»]. <<
[103] (b) Como hacen quienes roban caballos, les pinto la crin y la cola, y a veces los dejo tuertos; si el primer amo se servía de ellos como bestias de ambladura, yo los pongo al trote, y les pongo con basto, si servían con silla. <<
[104] Variante tachada del Ejemplar de Burdeos: «Es una inclinación escolar (pueril) tener más afán por el honor de la alegación que por el de la invención, y que nosotros, naturalistas, condenamos en extremo». <<
[105] Montaigne se refiere, con toda probabilidad, al hecho de haber conocido a Marie de Gournay en 1588 (véase también II, 17, hacia el final). <<
[106] (b-c1) un cuerpo y un semblante tan viles. [Cfr., por ejemplo, Erasmo, «Los silenos de Alcibíades» (que sintetiza varios pasajes de Platón y Jenofonte): «Tenía la cara de un rústico, los ojos bovinos, la nariz chata con las ventanas mocosas. Uno habría dicho que se trataba de un bufón palurdo y estúpido»]. <<
[107] Lo mismo afirma Séneca de su condiscípulo Clarano, que tenía el cuerpo deforme. Pero el filósofo estoico está convencido de que la virtud puede surgir en cualquier cuerpo: «La naturaleza se comportó injustamente y a semejante alma le deparó un mal cobijo; o quizá pretendió darnos a nosotros esta precisa lección: que el carácter más firme y noble puede ocultarse bajo una piel cualquiera» (Cartas a Lucilio, 66, 1; trad. I. Roca Meliá, Madrid, 1994). <<
[108] (b) No puede creerse que esta disonancia surja salvo accidente que interrumpa el curso ordinario. <<
[109] Cicerón, Tusculanas, I, 33, 80. <<
[110] «Éste» puede ser Sócrates o, más bien, Cicerón. <<
[111] (b-c1) muy imperiosa. [Variante tachada c1: «La Boétie no tenía otra belleza que la del alma; en lo demás a duras penas escapaba de ser feo»]. <<
[112] Montaigne se ha referido ya, en II, 11, a la anécdota según la cual, ante el dictamen del fisonomista Zopiro, que vio en Sócrates una naturaleza viciosa, éste reconoció sus malas tendencias, pero alegó haberlas corregido por medio de la razón (cfr. Cicerón, Tusculanas, IV, 37, 80; El hado, 5, 10). <<
[113] Diógenes Laercio, V, 19. <<
[114] Ibidem. <<
[115] Quintiliano, II, 15, 9. El abogado era el orador ateniense Hipérides. <<
[116] Escipión el primer Africano. <<
[117] El término καλοκάγαθος, compuesto de καλός ('bello’) y άγαθός (‘bueno’). Sócrates se refiere a este término en Jenofonte, Económico, 6, 14-16. <<
[118] Cfr. Génesis 12, 11 y 14 (en la Biblia hebrea). Ofrece este dato Jean Bodin, Le paradoxe (1598), p. 15, que asocia, como Montaigne, el ejemplo griego y el hebreo. A veces se señala, por otra parte, 1 Samuel 9, 2 (en la versión de la Vulgata). <<
[119] Platón, Gorgias, 451e. <<
[120] Cfr. Aristóteles, Política, IV, 4, 1290b 4-6. <<
[121] Diógenes Laercio, V, 20. <<
[122] Puede señalarse el caso de Jenofonte; cfr. idem, II, 48. <<
[123] Cfr. el capítulo «La crueldad» (II, 11). <<
[124] Cfr. Cicerón, Tusculanas, IV, 37, 80. <<
[125] Cfr. ibidem, III, 1, 2, y Erasmo, Adagios, 1, 7, 54 («Cum lacte nutricis»). <<
[126] La ley y la religión positivas quedan subordinadas, como se ve, a la moral natural. Pierre Charron, seguidor de Montaigne, desarrolla este importante punto en los capítulos 3 y 5 del segundo libro de su influyente obra La sagesse (1601); «La religión, que es posterior [a la probidad innata], es una virtud especial y particular, distinta de todas las demás virtudes, que puede existir sin ellas y sin probidad… y ellas sin religión, como sucede en muchos filósofos, buenos y virtuosos, y sin embargo irreligiosos … Ciertamente, aquella probidad causada por el espíritu de religión, además de que no es verdadera ni esencial … es también muy peligrosa, pues a veces produce efectos muy viles y escandalosos … con bellos y especiosos pretextos de piedad» (II, 5). <<
[127] Montaigne alude, sin duda, al principio de la Reforma según el cual sólo la fe, sin obras, justifica al hombre ante Dios. El autor de Los ensayos se suma así a otras voces de su época que denuncian los peligros políticos de la divulgación de tal concepción religiosa. Cfr., por ejemplo, Giordano Bruno, La expulsión de la bestia triunfante (1984), II, 1: «Hemos llegado a tal extremo… que debe tenerse especialmente por religión aquella que juzga la realización y acción de buenas obras como algo mínimo y despreciable y como un error, llegando a decir incluso que los dioses no se preocupan por ellas y que los hombres no son justos por ellas, por muy grandes que sus obras puedan ser»; «Esos personajes píos que hacen tan poca estima de las obras realizadas y se estiman reyes del cielo e hijos de los dioses tan sólo en virtud de una enojosa, vil y necia fantasía y que creen y atribuyen más a una vana, bovina y asnal confianza que a una acción útil, real y magnánima» (trad. M. A. Granada, Madrid, 1989, pp. 170-171, 178); o Jean Bodin, en el Colloquium heptaplomeres, VI: «Pero los más abominables de todos son quienes creen que se borran todas las maldades por fuerza de las misas que se ofrecen por dinero, o quienes pusieron la salvación en la sola fe: tal opinión es la ruina y destrucción general de la república» (trad. P. Mariño, Madrid, 1998, p. 348). Pero en la última frase Montaigne parece replicar a lo que escribe Lipsio en el capítulo 5 del primer libro de las Políticas: «La conciencia, como dije, es también hija de la piedad [pietatis suboles], y tiene claramente su origen en la raíz del servicio a Dios: porque donde él está en vigor y florece, también ella; y donde se entibia y marchita, también ésta. La hierba [germen] de la conciencia es muy pequeña y casi ahogada por la mala tierra en el alma de quien no tiene religión ni temor de Dios» (Justo Lipsio, Políticas, I, 5, trad. Bernardino de Mendoza, Madrid, 1997, p. 21). <<
[128] Terencio, Heautontimorúmenos I, 1, 42. <<
[129] Maximiano, I, 238. <<
[130] En su Diario de viaje Montaigne se refiere a algunos favores extraordinarios, por ejemplo la visita de la biblioteca Vaticana o la concesión del título de ciudadano de Roma. <<
[131] (b) pues habían sido acometidos cuando se encontraban en desorden y muy dispersos. <<
[132] (b) y, no obstante el vano intervalo de la guerra en el que entonces nos encontrábamos <<
[133] (c1) Tiene celos [Variante tachada del Ejemplar de Burdeos: «La potencia soberana, celosa…»]. <<
[134] Montaigne recurre de nuevo al viejo tópico de la envidia divina (rechazado, sin embargo, por Platón, Aristóteles y en general por los autores cristianos) como lo ha hecho ya, por ejemplo, en I, 18. <<
[135] (b) enmascarados, bien montados y bien armados <<
[136] Virgilio, Eneida, VI, 261. <<
[137] Catulo, 68, 65. <<
[138] (b) —de buena gana comprobaría, por mi parte, qué cara pondría en una ocasión semejante— <<
[139] Recuérdese que Montaigne ejerció un cargo en el Parlamento de Burdeos, básicamente un tribunal de justicia. <<
[140] Tito Livio, XXIX, 21, 11. <<
[141] Diógenes Laercio, V, 17. <<
[142] (c1) a la venganza <<
[143] (c1) Y el odio <<
[144] Plutarco, Licurgo, 5, 9; Cómo distinguir a un adulador de un amigo, II, 55e; Máximas de espartanos, 218b; La envidia y el odio, 5, 537d. Séneca rechaza una sentencia semejante (que atribuye a Teofrasto) en La ira, I, 14, 1. <<
[145] Montaigne parece fundarse en alguna formulación ambigua de Amyot, traductor de Plutarco al francés. <<