[1] Hasta 1582 la Cristiandad usó el calendario juliano, establecido por Julio César, según el cual el año civil tenía 365 días (mientras que el año solar consta de 365 días, 5 horas, 48 minutos y 45 segundos). Cada cuatro años se añadía un día para compensar el desfase, que se calculaba en 6 horas. El resultado fue que en 1582 el año civil duró 10 días más que el año solar. Para resolver la dificultad, el papa Gregorio XIII, aconsejado por el astrónomo Luis Lilio, suprimió esos 10 días: del 4 de octubre se pasó al 15 de octubre. Las potencias católicas aceptaron de inmediato la reforma, pero no así las protestantes (ni las ortodoxas). En Francia el cambio se retrasó al mes de diciembre: se pasó del día 9 al 20. <<

[2] En efecto, Augusto ordenó suprimir los días bisiestos en tres ocasiones, para corregir los desajustes causados por una mala aplicación del calendario juliano. <<

[3] La reforma gregoriana fijó la precesión de los equinoccios desde el año 325 hasta 1582 en 10 días en lugar de los 11 que correspondían. <<

[4] Cfr. Jean Bodin, Methodus, París, 1951, pp. 234-235. <<

[5] Plutarco, Cuestiones romanas, 24, 269d. <<

[6] Cfr. Jean Bodin, Démonomanie (1580), «Prefacio»: «No debemos obstinarnos contra la verdad cuando vemos los hechos y desconocemos la causa. En efecto, hay que detener el juicio en los hechos… cuando el espíritu humano no puede saber la causa… Los ateos y quienes se las dan de sabios no quieren admitir lo que ven cuando no saben decir su causa, para no parecer ignorantes». <<

[7] (c1) los hechos <<

[8] (c1) según nuestra naturaleza <<

[9] (c1) El determinar y el saber, como el dar, corresponden al magisterio y al dominio; a la inferioridad, sujeción y aprendizaje le corresponden el gozar, el aceptar. <<

[10] Persio, V, 20. <<

[11] Cicerón, Académicas, II, 21, 68. <<

[12] Tito Livio, XXVIII, 24, 1. <<

[13] Séneca, Cartas a Lucilio, 81, 29. <<

[14] Cicerón, La adivinación, II, 39, 81. <<

[15] Séneca, citado en san Agustín, Ciudad de Dios, VI, 10, 1. <<

[16] Según anota Florimond de Raemond, se trata al parecer del duque de Nemours, fallecido en 1585, y del cura de Billouet (en Normandía). <<

[17] Séneca, Cartas a Lucilio, 118, 7. <<

[18] Quinto Curcio, IX, 2, 14. <<

[19] Cicerón, Académicas, II, 47, 146. <<

[20] Platón, Teeteto, 155d. <<

[21] El jurista protestante Jean de Coras (c. 1513-1572) publicó en 1561 Arrest memorable du parlement de Toulouse, contenant une histoire memorable de nostre temps, donde narra la historia de Arnaud du Tilh, alias Pansette, que durante tres años usurpó la identidad del soldado Martin Guerre, probablemente muerto en batalla, en su pueblo y hasta en su casa. Coras interpreta el caso como un ejemplo que manifiesta la presencia divina en el mundo. El proceso tuvo lugar en 1560. <<

[22] Aulo Gelio, XII, 7; Valerio Máximo, VIII, 1. <<

[23] Especial repercusión tuvo Jean Bodin con su Démonomanie des sorciers (París, 1580). Pero pueden añadirse autores como Lambert Daneau (De ueneficiis dialogus, 1574), Thomas Erastus (Disputatio de lamiis, 1578), Pierre Massé (De l’imposture et tromperie des diables, devins, enchanteurs, sorciers…, 1579) y Pierre Le Loyer (Quatre livres de spectres ou apparitions et visions d’esprits, anges ou démons se monstrans sensiblement aux hommes, Angers, 1586). Sin olvidar que en 1574 el jesuita Juan de Maldonado, conocido de Montaigne, había enseñado en París De daemoniis et eorum praestigiis. <<

[24] Cfr. Plinio, Historia natural, 29, 8, 17: «Minus credunt quae ad salutem suam pertinunt si intelligunt» [Creen menos en lo que atañe a su salud si lo entienden]. <<

[25] Tácito, Historias, I, 22, 3 (en referencia a la astrología). <<

[26] Cicerón, Académicas, II, 27, 87. <<

[27] Según el jurista Bartolo, «In causa criminali … debent esse probationes luce meridiana clariores» [En la causa criminal las pruebas deben ser más claras que la luz del mediodía]. <<

[28] En Éxodo 22, 18 se lee, según la versión de la Vulgata: «Maleficos non patieris uiuere» [No dejarás con vida a los hechiceros]. Johann Weyer (o Wier) acude a la versión griega de la Biblia, que escribe «φαρμάκους», para alegar que la frase se refiere no a los brujos sino a los envenenadores (De praestigiis daemonum et incantationibus ac ueneficiis, 1563, VI, 24). <<

[29] Jean Bodin sostiene en su Démonomanie (IV, 3) que tres testigos irreprochables bastan para establecer una condena a muerte en casos de brujería. <<

[30] Cfr. san Agustín, Ciudad de Dios, XIX, 18 (san Agustín señala la incompatibilidad entre fe cristiana y escepticismo neoacadémico, pero considera disculpable la duda en asuntos que no son ni entendidos por la razón, ni percibidos por los sentidos, ni aclarados por las Escrituras, ni garantizados por testigos). Cfr. J. Bodin, Démonomanie, «Prefacio»: «Ahora bien, los hombres temerosos de Dios, tras haber visto las historias de los brujos, y contemplado las maravillas de Dios en este mundo, y tras haber leído diligentemente su ley y las historias sagradas, no ponen en duda las cosas que le parecen increíbles al juicio humano; piensan que, si muchas cosas naturales son increíbles, y algunas incomprensibles, con mayor razón es incomprensible el poder de las inteligencias sobrenaturales y de las acciones de los espíritus». <<

[31] Quizá el duque Carlos de Lorena, en su viaje a Italia en 1580. <<

[32] La marca del diablo, que se creía encontrar a menudo en brujos y sobre todo brujas, en la espalda, el muslo o en el sexo, bajo la forma de una cicatriz insensible (se solía buscar mediante pinchazos de aguja) que imitaba la pata de una liebre (cfr. Jean Bodin, Démonomanie, IV, 4). <<

[33] Los antiguos empleaban el eléboro contra la locura. Ya Pietro d’Abano, en su Elucidarium necromanticum, preconizaba la misma solución médica para las supuestas brujas; como también Andreas Alciati y Johann Weyer en De lamiis liber (1577). <<

[34] Tito Livio, VIII, 18. <<

[35] Montaigne alude a la célebre anécdota del nudo gordiano; cfr. Plutarco, Alejandro, 18, 2-4. <<

[36] San Agustín, Ciudad de Dios, XVIII, 18, 2. <<

[37] Cicerón, Tusculanas, I, 25, 60. <<

[38] Cfr. Celio Rodigino, Lectiones antiquae, XIV, 5; Erasmo, Adagios, II, 9, 49: «Claudus optime uirum agit». <<

[39] Cfr. Aristóteles, Problemas, X, 25-26, citado por Erasmo en el adagio ya aludido. <<

[40] Celio Rodigino, XIV, 5. <<

[41] Cfr. ibidem, 4, que remite a Aristóteles. <<

[42] Torquato Tasso, Rime e prose, ed. Ferrara, 1585, p. 11. <<

[43] Suetonio, Calígula, 3, 1. <<

[44] Al ateniense Teramenes, debido a su volubilidad política, le llamaron «Coturno», por el nombre de un calzado que se adaptaba igualmente a ambos pies; cfr, Jenofonte, Helénicas, II, 3, 31 y 47, y el adagio de Erasmo «Cothurno uersatilior» (I, 1, 94). <<

[45] Plutarco, Máximas de reyes y generales, 182e; La falsa vergüenza, 7, 531 e-f. <<

[46] Virgilio, Geórgicas, I, 89-93. <<

[47] Es un proverbio italiano. <<

[48] Cicerón, Académicas, II, 34, 108. <<

[49] Planudio, Esopo, 24-25 (también Francisco Sánchez cita esta anécdota en Que nada se sabe, 2, 2). <<