[1] Montaigne parece dar la réplica a unas palabras pronunciadas por La Boétie en su lecho de muerte: «Me interrumpió para rogarme que actuara así, y que mostrara en los hechos que los razonamientos que habíamos sostenido juntos, mientras estábamos sanos, no los teníamos sólo en la boca, sino grabados bien adentro en el corazón y en el alma, para ponerlos en práctica a la primera ocasión que se presentara. Agregó que ésa era la verdadera práctica de nuestros estudios y de la filosofía» (Carta sobre la muerte de La Boétie). <<
[2] Es el caso, por ejemplo, del cínico Crates (Diógenes Laercio, VI, 87). <<
[3] Como el estoico Cleantes; cfr. Diógenes Laercio, VII, 168. <<
[4] Según se decía, Demócríto se sacó los ojos; cfr. Cicerón, El bien y el mal supremos, V, 29, 87; Aulo Gelio, X, 17, 2-4. <<
[5] Es lo que se atribuía al cristiano Orígenes; cfr. Eusebio, Historia eclesiástica, VI, 8. <<
[6] Lucrecio, III, 929-930. <<
[7] Séneca, La tranquilidad del ánimo, 14, 4-10. <<
[8] Lucano, VIII, 636. <<
[9] La hermandad entre sueño y muerte es un viejo tópico; véase, por ejemplo, Lucrecio, III, 904 y ss.; Cicerón, Tusculanas, I, 38, 92. <<
[10] Cfr. Lucrecio, III, 904 y ss. Obsérvese que el «eterno estado» del que habla aquí Montaigne parece excluir la perspectiva de la inmortalidad del alma o de la resurrección de los cuerpos. <<
[11] Es decir, durante la segunda (1567-1568) o tercera guerra religiosa (1568-1570) que sufrió Francia en la segunda mitad del siglo XVI. El suceso que narra Montaigne tuvo lugar probablemente durante la tercera guerra (pues Montaigne parece ser ya el máximo responsable de su dominio, y no lo fue hasta 1568, fecha de la muerte de su padre). <<
[12] Es decir, unos dos kilómetros. <<
[13] Torquato Tasso, Jerusalén liberada, XII, 74, 5-6. <<
[14] Ibidem, VIII, 26, 3-4. <<
[15] Cfr. Lucrecio, III, 445 y ss. En su ejemplar de Lucrecio Montaigne anota así este pasaje: «Progreso del alma como del cuerpo». <<
[16] Se solía suponer que el alma abandonaba el cuerpo por la boca; cfr. Séneca, Cartas a Lucilio, 30, 14; 76, 33; 104, 3 (pero ya en Ilíada, IX, 409). <<
[17] Lucrecio, III, 487-491; se trata de una descripción de la epilepsia. <<
[18] En la Carta sobre la muerte de La Boétie, Montaigne pone en boca de su amigo fraternal palabras de un marcado espiritualismo; por ejemplo, éstas dirigidas a su esposa: «Lo cierto es que más de la mitad de mi sufrimiento me lo produce no mi dolor sino el tuyo, y con razón. El dolor que sentimos en nuestro interior, no lo sentimos propiamente nosotros, sino ciertos sentidos que Dios nos ha infundido; en cambio, lo que sentimos por los demás, lo sentimos a través del juicio y del razonamiento». En cualquier caso, la posición de Montaigne parece basarse en la del epicúreo Lucrecio (cfr. III, 463-469). <<
[19] Ovidio, Tristes, I, 3, 12. <<
[20] Virgilio, Eneida, IV, 702-703; Juno, compadecida de la larga agonía de Dido, le envía a Iris para que acelere su muerte. <<
[21] Ibidem, X, 396. <<
[22] Lucrecio, III, 642 y 644-646. <<
[23] Cfr. ibidem, 647-663. <<
[24] (a-b) tan grata como ésta. <<
[25] Ovidio, Tristes, I, 3, 14. <<
[26] (a-a2) cuatro años después <<
[27] Cfr. Plinio, XXII, 51, III. <<
[28] Cfr. II, 17, al inicio, donde se habla de los romanos Lucilio, Rutilio y Escauro (de acuerdo con Horacio, Sátiras, II, 1, 30 y ss; Tácito, Agrícola, I). <<
[29] Montaigne alude también a esta prohibición en la primera página de II, 17. Dante (en Convivio, I, 2), recogiendo una vieja tradición, establece que hablar de uno mismo sólo es lícito en caso de necesidad, sobre todo para defenderse de la infamia o el peligro (como Boecio en La consolación de la filosofía), o para ser útil a los demás (como san Agustín en las Confesiones). Como vemos, Montaigne alega la utilidad de su empresa para los demás. <<
[30] Horacio, Arte poética, 31. <<
[31] Cfr. Plutarco, Cómo debe el joven escuchar la poesía, I, 15d-e; La virtud moral, 12, 451c. <<
[32] A los terneros, como se sabe, no se les ponen bridas; la expresión significa: «razones ridículas e impertinentes». <<
[33] En cuanto a los santos, Montaigne piensa quizá en las Confesiones de san Agustín. <<
[34] Los vecinos son los protestantes, que practican no la confesión privada y auricular sino la confesión pública (la cuestión vuelve a aparecer en III, 5). <<
[35] Cfr. Cicerón, Bruto, 93-94. <<
[36] (c1) por bueno y sabio o casi <<
[37] Aristóteles, Ética a Nicómaco, IV, 3, 1123b 10-12. <<
[38] Ibidem, 3, 1123b 2-4. <<
[39] (c1) Puede ser. Pero… <<
[40] En el original, «castillos en España». <<
[41] (c1) las vidas de los dos Escipiones. <<