[1] Es decir, sin comentarios; cfr. en «Los libros» (II, 10, hacia el final) el elogio de los historiadores simples, que se limitan a exponer los hechos sin añadir interpretación alguna. <<

[2] En La adivinación, I, 53, 121, Cicerón anota que el nacimiento de una niña con dos cabezas se interpretaba como signo de sedición popular. En 1570 nació en París un niño con dos cabezas; el escritor Jean Dorat (1508-1588) entendió que el prodigio denunciaba el tratado de paz que entonces se negociaba con los protestantes. <<

[3] Ibidem, II, 31, 66. Cicerón acaba de escribir: «Estos géneros de prodigios nada admirable tienen». <<

[4] Aristóteles, Retórica, III, 17, 1418a 24-26. <<

[5] Cfr. san Agustín, Ciudad de Dios, XVI, 8, 2. <<

[6] Cicerón, La adivinación, II, 27, 49. <<

[7] Ibidem, 28, 60. Montaigne resume al Arpinate, que afirma: «En efecto, todo lo que nace, de cualquier suerte que sea, necesariamente tiene su causa en la naturaleza, de modo que, aun cuando haya surgido contra lo habitual, sin embargo no puede surgir contra la naturaleza» (trad. J. Pimentel Alvarez, México, 1988). <<

[8] Ibidem («el error y el aturdimiento» parecen corresponder a la palabra latina «terrorem»). <<