[1] Montaigne se opone directamente a Innocent Gentillet (Anti-Machiavel, II, 4), que culpa a las invasiones de los godos. Gentillet, a su vez, polemiza con Maquiavelo (cfr. Discursos, II, 5). <<

[2] Montaigne sigue una página de Jean Bodin, Methodus ad facilem historiarum cognitionem (1566), 4, que menciona como críticos de Tácito a Tertuliano, a Orosio y sobre todo a Guillaume Budé. Las «cinco o seis vanas frases», como las llama Montaigne, se encuentran en Anales, XV, 44. En ellas Tácito asegura que el vulgo odiaba a los cristianos «por sus vicios», y añade que se trataba de una «funesta superstición» cuyos adeptos eran acusados de «odio al género humano». <<

[3] Cfr. Jean Bodin, Methodus, 4, que contrapone la objetividad del historiador judío Flavio Josefo al testimoniar sobre Cristo, y también la integridad de Amiano Marcelino al hablar de Juliano, con el odio apasionado con el cual los escritores eclesiásticos tratan a sus adversarios. <<

[4] Cfr. Amiano Marcelino, XVI, 5, 6. <<

[5] Cfr. idem, XXV, 4, 1. <<

[6] Idem, XXIV, 4, 27 (cfr. Plutarco, Alejandro, 21, 6 y 11; Tito Livio, XXVI, 50). <<

[7] Cfr. Amiano Marcelino, XX, 10; XXV, 5. <<

[8] Idem, XXV, 4, 15. <<

[9] Idem, XXII, 10, 7; XXV, 4, 20. <<

[10] Cfr. Juan Zonaras, Historias y crónicas del mundo, traducción francesa, París, 1583, p. 790. <<

[11] Eutropio, X, 8. <<

[12] (a1) Tampoco lo que muchos dicen de él: que, herido de muerte por un flechazo, exclamó: «Has vencido», o como dicen otros: «Alégrate, nazareno», es más verosímil. Quienes estuvieron presentes en su muerte y nos cuentan todas sus circunstancias particulares, incluso los gestos y las palabras, nada dicen de esto, como tampoco de no sé qué milagros que otros introducen. <<

[13] Amiano Marcelino, XXII, 3; XXV, 4, 8 y 19-20. <<

[14] Idem, XXV, 4, 4. <<

[15] Cfr. idem, XVI, 5, 4; XXV, 4, 5-6. <<

[16] Cfr. idem, XVI, 5, 7. <<

[17] Idem, XVI, 5, 4-5. <<

[18] Idem, XXV, 4, 11. <<

[19] Idem, XXV, 3, 6-12. <<

[20] Idem, XXV, 3, 10-14. <<

[21] Idem, XXV, 3, 15 y 18; cfr. XXV, 3, 23. <<

[22] Idem, XXV, 4, 17. <<

[23] Idem, XXII, 12, 7-8. <<

[24] Idem, XXV, 3, 19. <<

[25] Idem, XXI, 2, 2; XXV, 2, 3. Cfr. Plutarco, Bruto, 36, 6-7; 48, 1. <<

[26] (c1) no se habrían olvidado <<

[27] La primera frase se la atribuye Teodoreto, Historia Ecclesiastica, III, 20; la segunda, Juan Zonaras, Historias y crónicas del mundo, traducción francesa, París, 1583, III, p. 792. Como se ha visto dos páginas más arriba, en 1582, a la vuelta de su viaje a Italia y de su contacto con la censura romana, Montaigne había suprimido un comentario similar que figuraba en la primera edición. <<

[28] Cfr. Amiano Marcelino, XXI, 2, 4; XXII, 5, 1-2. <<

[29] Cfr. idem, XXII, 5, 3-4. Como indica a continuación, Montaigne no reproduce las palabras literales de Marcelino, que son algo distintas: «Sabía por experiencia que ninguna fiera es tan peligrosa para los hombres como los propios cristianos entre sí» (trad. M. L. Harto Trujillo, Madrid, 2002). <<

[30] Parece que Montaigne se refiere en particular al edicto de Beaulieu (mayo de 1576), promulgado en un momento de debilidad del rey Enrique III ante el frente unido de los malcontents y de los protestantes, que concedía una amplia libertad de culto a estos últimos. <<

[31] Cfr. Terencio, Andria, IV, 5, 805: «Hagamos lo que podemos cuando no podemos hacer lo que queremos» (véase también II, 1, 306-307; y Erasmo, Adagios, I, 8, 43). Es interesante la comparación de estas últimas líneas con el planteamiento de Justo Lipsio, gran admirador de Montaigne, en sus muy influyentes Políticas (1589). Tras mostrarse fervoroso partidario de la unidad religiosa del Estado, y de su defensa, si es preciso, «con el hierro y el fuego», sin admitir otra disidencia que la secreta, Lipsio recomienda al príncipe adaptarse a las circunstancias, en caso de no tener fuerza suficiente para impedir el desarrollo de una innovación religiosa (cfr. Políticas, IV, 2-4). Véase también el capítulo I, 22, hacia el final. <<