[708] Cicerón, La adivinación, II, 58, 119. <<
[709] Diógenes Laercio, III, 67; J. L. Vives, «Comentario» a San Agustín, Ciudad de Dios, XIV, 19; Guy de Bruès, Dialogues contre les nouveaux Académiciens, 1557, p. 79. Cfr. Platón, Timeo, 45a-b, 70a-72e. <<
[710] Guy de Bruès, Dialogues contre les nouveaux Académiciens, p. 79. <<
[711] Claudiano, De sexto consulatu Honorii, V, 411-412 (citado por Justo Lipsio, Políticas, IV, 9). <<
[712] Lucrecio, III, 143-144. <<
[713] Cfr. Guy de Bruès, Dialogues contre les nouveaux Académiciens, 1557, p. 116. <<
[714] Virgilio, Geórgicas, IV, 221-226. <<
[715] Cfr. Odisea, II, 271. <<
[716] Horacio, Odas, IV, 4, 29. <<
[717] Lucrecio, III, 741-743 y 746-747. <<
[718] Cfr. Plutarco, La tardanza de la divinidad en castigar, 13, 558b-c; 14, 558f; 16, 559d, etc. Pero parece también una alusión al Dios veterotestamentario, que castiga las iniquidades de los padres en sus descendientes (cfr. Éxodo 20, 5 y 34, 7), e incluso al dogma cristiano de la transmisión del pecado original. <<
[719] Lucrecio, III, 671-673. Sibiuda utiliza una argumentación semejante, pero para demostrar que el alma es creada por Dios (Libro de las criaturas, 217). <<
[720] Cfr., por ejemplo, Platón, Menón, 81c-d; Fedón, 72; para la crítica, cfr. Guy de Bruès, Dialogues contre les nouveaux académiciens, 1557, pp. 104 y 110. <<
[721] Lucrecio, III, 674-676. <<
[722] San Agustín recoge y refuta cumplidamente esta objeción a la doctrina cristiana en Ciudad de Dios, XXI, 11. <<
[723] Platón, República, X, 615a-b. <<
[724] Cfr. san Agustín, Ciudad de Dios, XXI, 17, que se refiere sobre todo a Orígenes. <<
[725] Lucrecio, III, 445-458. <<
[726] Ibidem, 445-446. <<
[727] Cfr. ibidem, 459-473. <<
[728] Ibidem, 510-511. <<
[729] Ibidem, 476-483. <<
[730] Ibidem, 175-176. <<
[731] Ibidem, 499-501. <<
[732] El horror al agua es uno de los síntomas más característicos de la rabia. <<
[733] Lucrecio, III, 492-494. <<
[734] Es el mismo planteamiento del final de I, 40. <<
[735] Lucrecio, III, 463-466. <<
[736] Plantean este dilema Sócrates en Platón, Apología, 40c - 41c; Cicerón, Tusculanas, 1, 11, 25; La vejez, 19, 66-67; Séneca, Cartas a Lucilio, 24, 18. Sobre los castigos ultraterrenales, la crítica es habitual a partir de Epicuro; cfr. Cicerón, Tusculanas, I, 5, 10 - 6, 11; Séneca, Cartas a Lucilio, 24, 18. <<
[737] (a-c1) el gusto <<
[738] Lucrecio, III, 800-805. <<
[739] Ibidem, 458. <<
[740] Cicerón, La adivinación, II, 58, 119. <<
[741] Ibidem. <<
[742] Lucrecio, III, 110-111. <<
[743] Cfr. Aristóteles, Metafísica, II, 993b, 9-10 (el Estagirita se refiere al murciélago). <<
[744] Cicerón, Tusculanas, I, 16, 38. <<
[745] Diógenes Laercio, I, 24. <<
[746] (a-b) en este punto a refugiarse <<
[747] Es decir, en la filosofía o en los mitos platónicos; cfr. Pomponazzi, De incantationibus, 10, que habla del «modo platónico de filosofar por enigmas, metáforas y ficciones». <<
[748] Cfr. C. Agrippa, De incertitudine, 52. <<
[749] Séneca, Cartas morales, 102, 2. <<
[750] Era habitual la crítica de que Aristóteles parece esconderse tras una nube de tinta, como el calamar (cfr. Ático, en Eusebio, Preparación evangélica, XV, 9). <<
[751] Cfr. Platón, Fedón, 107c-d; Leyes, X, 904e-905b. <<
[752] Cicerón, Académicas, II, 38, 121 (en referencia al atomismo de Demócrito). <<
[753] Cfr. Génesis 11, 1-9. <<
[754] Para el vínculo entre Nemrod y la torre de Babel, cfr. san Agustín, Ciudad de Dios, XVI, 4 (y el «Comentario» de Vives). <<
[755] San Pablo, 1 Corintios 1, 19. <<
[756] San Agustín, Ciudad de Dios, XI, 22 (san Agustín sostiene que en la creación todo es útil aunque tal utilidad a veces se nos oculte). <<
[757] Montaigne se aparta del platonismo y coincide con pensadores cristianos, como Justino, Taciano y Arnobio, que sostuvieron que, por su misma naturaleza, el alma era mortal. Ahora bien, desde el V Concilio de Letrán (1513) la Iglesia impelía a los filósofos cristianos a demostrar racionalmente la inmortalidad. El punto de vista de Montaigne puede confundirse fácilmente con el de un aristotélico radical como Pomponazzi, que en su obra De immortalitate animae (1516) niega que la inmortalidad sea demostrable filosóficamente. <<
[758] Séneca, Cartas a Lucilio, 117, 6. <<
[759] Cicerón, Tusculanas, I, 31, 77 (a las cornejas se les atribuía una vida muy larga). <<
[760] (a-c1) en distintos lugares <<
[761] C. Agrippa, De incertitudine, 52, ad finem. <<
[762] (a-b) Sócrates, Platón y casi todos los que han querido creer en la inmortalidad de las almas se han dejado arrastrar hacia esta invención, y muchas naciones, como, entre otras, la nuestra. <<
[763] Diógenes Laercio, VIII, 4-5. <<
[764] Virgilio, Eneida, VI, 719-721. San Agustín comenta estos versos en Ciudad de Dios, XIV, 5, y vuelve a evocarlos en XXI, 3. <<
[765] San Agustín, Ciudad de Dios, XXI, 17. <<
[766] La opinión correspondería a ciertos astrólogos (ibidem, XXII, 28). <<
[767] Juan Luis Vives, «Comentario» a ibidem, XXII, 28. <<
[768] Cfr. Platón, Menón, 81a-d. <<
[769] Idem, Timeo, 42b-d. <<
[770] Cfr. Lucrecio, III, 778-780. <<
[771] Ibidem, 776-780. <<
[772] Cfr. ibidem, 713-721. <<
[773] Cfr. Agrippa, De incertitudine, 52. <<
[774] Cfr. Tertuliano, De anima, 5. <<
[775] San Agustín, Ciudad de Dios, IX, 11, y Juan Luis Vives, «Comentario» (en referencia a Apuleyo, Orígenes y Porfirio). Cfr. Orígenes, Los principios, I, 8; II, 9, 6; III, 5, 4. <<
[776] Plutarco, Rómulo, 28, 10. <<
[777] Montaigne se refiere a los tratados La cara visible de la luna y El demonio de Sócrates. <<
[778] Diógenes Laercio, II, 19; II, 17. <<
[779] La enumeración de opiniones que sigue procede de C. Agrippa, De incertitudine, 82. <<
[780] Cfr. Jean Fernel, Physiologie, VII. <<
[781] Como Aristóteles e Hipócrates. <<
[782] Plinio, II, 1, 4. <<
[783] Cfr. Platón, Cratilo, 386a; Teeteto, 152a. <<
[784] Diógenes Laercio, I, 36. <<
[785] Al parecer, se trata de Margarita de Valois, hija de Catalina de Médicis y esposa de Enrique de Borbón, rey de Navarra, llegada a la Gascuña en 1578, famosa por su belleza y por su cultura, que convirtió la corte de Nérac en un importante centro cultural. Sólo en 1578 le dedicaron varias obras: Guy Le Févre de la Boderie, su traducción del Comentario al Banquete de Platón de Marsilio Ficino; el poeta protestante Guillaume Bartas, su primera Semaine; y François de Foix-Candale, su traducción y comentario del Pimandro hermético. Sus Memorias (2), contienen un pasaje, correspondiente a 1576, que suele relacionarse con el libro de Sibiuda: «[La lectura] también era para mí una vía hacia la devoción, al leer en este bello libro universal de la naturaleza tantas maravillas de su Creador; pues toda alma bien nacida, convirtiendo este conocimiento en una escala cuyo último y más alto escalón es Dios, arrebatada, se dirige a la adoración de la maravillosa luz y esplendor de esta incomprensible esencia, y, trazando un círculo perfecto, ya no se complace en nada sino en seguir esta cadena de Homero, esta agradable enciclopedia, que parte de Dios mismo y regresa a Dios mismo, principio y fin de todas las cosas». Cfr., en efecto, Sibiuda, Libro de las criaturas, 128: «Empezando primero desde las criaturas más pequeñas y subiendo a partir del primer e inferior escalón de la escala de la naturaleza, poco a poco hemos llegado al conocimiento verdadero de un Dios invisible, sumamente poderoso, sabio y bueno… Después, desde las alturas del Supremo Creador hemos bajado hacia las criaturas… Y, por tanto, hay un ascenso y un descenso. Primero ascendemos de las criaturas hacia el Creador, y luego descendemos desde el Creador hacia todas las criaturas». Pero nótese que el fragmento escrito por Margarita coincide también, de manera ostensible, con una página de la República de Jean Bodin (I, 1, ad finem). El mismo Bodin dice en otra parte que pretende exponer unas razones que obliguen al impío que no acepta la autoridad de la ley divina y de los profetas, como si se tratara de una máquina de tortura, a la adoración del verdadero Dios (véase su Theatrum naturae, «Dedicatoria»), pero se muestra convencido de que la razón excluye dogmas cristianos fundamentales como la Trinidad o la Encarnación. Podría ser uno de los críticos racionalistas de Sibiuda aludidos por Montaigne. <<
[786] Plutarco, Cómo distinguir a un adulador de un amigo, 4, 50f; cfr. Heródoto, III, 78. <<
[787] (c1) He visto condenar, cuando han sido ofrecidas, armas y condiciones de combate tan desesperadas que era inverosímil que uno u otro pudiera salvarse. <<
[788] Jerónimo Osorio, Historia de Portugal, XII, 23. <<
[789] La virtud excesiva es el tema del capítulo «La moderación» (I, 29). <<
[790] Petrarca, Canzoniere, 105, 48. <<
[791] (a-b) y que se habría valido, para efectuar su compilación, de otros autores aparte de nuestro Plutarco. <<
[792] Plutarco, Contra Colotes, 30, 1124d (ya citado más arriba); pero Plutarco recoge esta opinión del epicúreo Colotes para rechazarla a continuación: «Aunque alguien eliminara las leyes, si dejara las enseñanzas de Parménides, de Sócrates, de Heráclito y de Platón, estaríamos muy lejos de devorarnos los unos a los otros y de vivir una vida de bestias salvajes…» (trad. J. F. Martos Montiel, Madrid, 2004). <<
[793] (c1) Y Platón, a dos dedos de distancia, que sin leyes viviríamos como animales salvajes; y trata de probarlo. [Platón, Leyes, IX, 874e-875a]. <<
[794] Se suele identificar a estos «nuevos doctores» con los teólogos protestantes. Ronsard llama a éstos «los doctores de las nuevas sectas» (Remonstrance au peuple de France, 167), y la imagen de la peste contagiosa solía utilizarse para estigmatizar la herejía. Sin embargo, Margarita de Valois, en sus Memorias, 3, asegura: «Pero de la diferencia de religión no se oía hablar [en la corte de Nérac]: el rey, mi marido [Enrique de Navarra], y su hermana, la princesa, iban por un lado a la prédica, y yo y mi séquito a misa en una capilla que se encuentra en el parque…, y el resto del día lo dedicábamos a toda suerte de placeres honestos…». También se ha sugerido que Montaigne puede referirse a ciertos espíritus libertinos (o a protestantes y libertinos a la vez), o que puede tratarse simplemente de una figura inventada. En cualquier caso, en aquel momento los doctores por antonomasia eran los teólogos de la Sorbona, guardianes de la ortodoxia católica. Las líneas que siguen sugieren, por lo demás, que los «nuevos doctores» pueden ser innovadores filosóficos que se apartaban de las corrientes intelectuales dominantes. <<
[795] (a-b) La libertad y la vivacidad <<
[796] Cicerón, Tusculanas, II, 2, 5 (el Arpinate defiende la libertad de controversia y de refutación). <<
[797] Las artes son los estudios liberales (en especial, filosofía), propedéutica para los estudios superiores (derecho, medicina o teología). Variante abandonada del Ejemplar de Burdeos: «y que, por la costumbre y por la prescripción de las leyes, las escuelas sólo pueden seguir un camino, ut omnia quae prescripta et imputata sunt defendamus necessitate cogimur [de manera que la necesidad nos obliga a defender todas las cosas prescritas e imputadas]» (Cicerón, Académicas, II, 3, 8; la sentencia, en una forma un poco distinta, aparece citada finalmente en un añadido tardío al capítulo I, 25). <<
[798] Variante abandonada del Ejemplar de Burdeos: «y el mismo magistrado». <<
[799] Maleficios que, según se suponía, causaban impotencia sexual (véase I, 20). <<
[800] El cielo se dividía en doce casas, cada una con sus influencias; véase, por ejemplo, Cornelio Agrippa, Filosofía oculta, I, 22. <<
[801] Se dedicaba a ello, por ejemplo, un docto vecino de Montaigne, François de la Foix Candale, al que Montaigne alude probablemente hacia el final del capítulo. <<
[802] Guy de Bruès, Dialogues contre les nouveaux Académiciens, 1557, P. 94. <<
[803] C. Agrippa, De incertitudine, I (cfr. Teofrasto, Algunas cuestiones de metafísica, 25). <<
[804] Cfr., por ejemplo, Plutarco, El amor a la prole, 2, 494c; Ovidio, Metamorfosis, XV, 379-381; Aulo Gelio, Noches áticas, XVII, 10. <<
[805] Ovidio, Metamorfosis, X, 284-286 (en referencia a la estatua de Pigmalión). <<
[806] Cfr. Cicerón, Académicas, II, 41, 128. <<
[807] Ovidio, Tristes, I, 2, 5. <<
[808] Cfr. Cicerón, Académicas, II, 10, 32; 11, 31, 99-100. <<
[809] (a-b) y, al mismo tiempo, mucho más verdadero y más firme <<
[810] Cicerón, Académicas, II, 28, 90. <<
[811] Cfr. Boecio, Consolación de la filosofía, V, 4, 24-25 (Montaigne recupera este argumento unas páginas más adelante). <<
[812] Es decir, la opinión de los pirrónicos, que dudan de todo, y la de los neoacadémicos, que niegan nuestra capacidad de comprender cosa alguna. <<
[813] Cfr. Erasmo, Elogio de la locura, 29: «El necio se instruye a sus expensas» (tomado de la Ilíada, 17, 32). <<
[814] Lucrecio, V, 1414-1415 (pero el poeta romano habla de un «descubrimiento posterior y mejor», de manera que indica la existencia de un progreso). <<
[815] Plutarco, Máximas de espartanos, 223e. <<
[816] Alejandro de Alejandro, Geniales dies, III, 5. <<
[817] Cfr. san Agustín, Ciudad de Dios, V, 8 (los versos son de la Odisea, XVIII, 136-137; Montaigne los ha citado ya en II, 1). <<
[818] La fiebre terciana es intermitente, se reproduce cada tres días. <<
[819] Horacio, Odas, I, 26, 3-6. <<
[820] Catulo, 25, 12-13. <<
[821] Cfr. Plutarco, La virtud moral, 12, 452a. <<
[822] Cfr. Cicerón, Tusculanas, IV, 19, 43. <<
[823] Ibidem, 23, 52. <<
[824] Cfr. ibidem, 19, 43. <<
[825] Cfr. ibidem, 19, 44. <<
[826] Cfr. ibidem, 20, 45. <<
[827] (a) a la generosidad y la justicia <<
[828] (a-b) Al menos sabemos muy bien que las pasiones producen infinitas y perpetuas mutaciones en el alma, y que la tiranizan extraordinariamente. El juicio de un hombre enfurecido, o de uno atemorizado, ¿es el juicio que tendrá luego, cuando esté sereno? <<
[829] Cicerón, Tusculanas, V, 6, 16. <<
[830] Recuérdese la teoría platónica de la locura divina (Fedro, 244a), tan prestigiosa y difundida en el siglo XVI a partir del neoplatónico Marsilio Ficino. El tema ha surgido ya al final del capítulo II, 2. <<
[831] Cfr. Platón, Timeo, 71d; Cicerón, La adivinación, I, 57, 129. <<
[832] Es decir, por el sueño. <<
[833] Parece haber una alusión a los célebres pasajes paulinos donde, según Montaigne dice muy al inicio de la «Apología», «… la verdad… nos inculca tan a menudo que nuestra sabiduría no es más que locura ante Dios» (cfr. 1 Corintios 3, 19). Erasmo había subrayado la coincidencia entre platónicos y cristianos en este punto (Elogio de la locura, 66). <<
[834] (c1) del espíritu que es parte del hombre terrestre <<
[835] Cfr. Séneca, La tranquilidad del ánimo, 17, 11 (la obra culmina con unas páginas en elogio de la embriaguez y de la locura divina): «No puede decir algo grandioso por encima del resto más que una mente desquiciada. Cuando ha despreciado lo vulgar y corriente y con instinto divino se ha elevado a las alturas, entonces, por fin, entona un canto más grandioso que el de un mortal. No puede alcanzar nada sublime, nada situado en lo más alto, mientras está en su juicio» (trad. C. Codoñer, Madrid, 1986). <<
[836] Ovidio, Los remedios del amor, 137. <<
[837] Virgilio, Eneida, XI, 624-628. <<
[838] (a-a2) hace alrededor de mil quinientos [(b) mil ochocientos] años, a alguien <<
[839] Cfr. Plutarco, La cara visible de la luna, 6, 923a (de hecho Plutarco se refiere a Aristarco de Samos, a quien el estoico Cleantes de Aso habría pretendido juzgar por impiedad). <<
[840] Cfr. Cicerón, Académicas, II, 39, 123 (en realidad, se trata de Hicetas; la misma transcripción errónea se halla en Copérnico, De reuolutionibus, I, 5). <<
[841] Montaigne alaba los cálculos matemáticos de Copérnico, lo cual no implica aceptar la realidad física de la tesis heliocéntrica. En algunos ambientes franceses, más o menos platónicos, el copernicanismo había encontrado cierta recepción. En particular, el poeta y filósofo Pontus de Tyard (c. 1521-1605), el erudito por excelencia del grupo de la Pléiade, lo había planteado en su obra L’univers (1557), reeditada en 1578 con el título de Deux discours de la nature du monde et de ses parties. <<
[842] (a-b) ¿Qué sacaremos de ahí sino que apenas hay seguridad ni en uno ni en otro? <<
[843] Lucrecio, V, 1276-1280 (en referencia al valor que se otorga durante un tiempo al bronce y durante otro tiempo al oro). <<
[844] Cfr. Maquiavelo, El príncipe, 18 (después de 1588 Montaigne desplaza hasta aquí esta frase, que antes había utilizado en la primera página de la «Apología»), <<
[845] Montaigne ha usado una imagen muy semejante al inicio de I, 26. <<
[846] Es decir, la práctica del derecho. <<
[847] En efecto, el médico suizo Paracelso (1493-1541) rechazó la autoridad de Galeno y Aristóteles y dio importancia a la observación empírica. Su obra médica fundamental es Opus paramirum. <<
[848] Cicerón, Filípicas, I, 13, 33. <<
[849] Teofrasto es el autor de Sobre los vientos, obra de referencia en la materia durante el Renacimiento. <<
[850] Podría tratarse del ya mencionado Pontus de Tyard, que en L’Univers (1557) defiende una nueva teoría de los vientos frente a la concepción tradicional. <<
[851] Jacques Peletier du Mans (1517-1582) fue un poeta y hombre de ciencia que, al parecer, vivió en Burdeos entre 1573 y 1578. Su estancia en Montaigne es aludida también en el capítulo I, 20. Fue autor de varias obras matemáticas, y también de una refutación, perdida, del pirronismo. El descubrimiento geométrico que aquí se le atribuye es el de las líneas asíntotas. <<
[852] La existencia de los antípodas, afirmada entre otros por Platón, Aristóteles y Ptolomeo, fue rechazada rotundamente por importantes autores como san Agustín (Ciudad de Dios, XVI, 9) y Lactancio (Instituciones divinas, III, 23-24). <<
[853] Cfr. Francisco Sánchez, Que nada se sabe, 3, 3: «Decías ayer con esa tu ciencia perfecta, y así desde hace muchos siglos, que toda la tierra está rodeada por el océano, y la dividías en tres partes que abarcaban su totalidad: Asia, África y Europa. ¿Qué vas a decir ahora? Se ha descubierto un nuevo mundo…» (trad. F. A. Palacios, Madrid, 1991). <<
[854] Cfr. Lucrecio, V, 1412-1413. <<
[855] (a-b) Aristóteles dice que todas las opiniones humanas han existido en el pasado y existirán en el futuro infinitas veces más; Platón, que se renuevan y vuelven a la existencia tras treinta y seis mil años. [Montaigne sigue a Benedetto Varchi, Hercolano (1570; ed. 1979, I, p. 40); cfr., para Aristóteles, Meteorológicos, I, 3, 339b 27-29 y El cielo, 1, 3, 270b 19; y, para Platón, Timeo, 39d; 36.000 años es la supuesta duración del llamado «Gran año cósmico»]. <<
[856] Platón, Político, 269-270. <<
[857] Cfr. Heródoto, II, 142-143. Recuérdese que los autores cristianos solían atribuir al mundo una antigüedad de no más de seis mil años (cfr. san Agustín, Ciudad de Dios, XII, 10, 2; Lactancio, Instituciones divinas, VII, 14, 5-6, 9). <<
[858] Cfr. J. L. Vives, «Comentario» a san Agustín, Ciudad de Dios, XII, 10. <<
[859] El pensador cristiano aludido es Orígenes (en Los principios, III, 5, 3); véase san Agustín, Ciudad de Dios, XII, 13 y 17 (importantes capítulos donde se defiende la escatología cristiana frente a la concepción cíclica del tiempo), y el «Comentario» de J. L. Vives al cap. 13; cfr. Isaías 65, 17 y Eclesiastés 1, 9-10. <<
[860] Cfr. Platón, Timeo, 34-40. <<
[861] J. L. Vives, «Comentario» a san Agustín, Ciudad de Dios, XII, 11 (cfr. Diógenes Laercio, IX, 8). <<
[862] Apuleyo, El demonio de Sócrates, 4, 127, citado en san Agustín, Ciudad de Dios, XII, 10, 1. <<
[863] San Agustín, Ciudad de Dios, XII, 10, 2. Pero el santo no ve ninguna certeza en estos escritos, que considera, por el contrario, «plagados de mentiras», «siendo así que por la Sagrada Escritura no contamos siquiera seis milenios completos desde la creación del hombre» (trad. S. Santamaría y M. Fuentes, Valencia, 2000). <<
[864] J. L. Vives, «Comentario» a san Agustín, Ciudad de Dios, XII, 10 (cfr. Cicerón, La adivinación, 1, 19, 36; Diodoro de Sicilia, II, 31). <<
[865] J. L. Vives, «Comentario» a san Agustín, Ciudad de Dios, XII, 10 (cfr. Plinio, XXX, 2, 3). <<
[866] J. L. Vives, «Comentario» a san Agustín, Ciudad de Dios, XII, 10 (cfr. Platón, Timeo, 23c). <<
[867] Pueden ser iguales o diferentes, asegura Epicuro; cfr. Diógenes Laercio, X, 45 (y san Agustín, Ciudad de Dios, XII, 11, para una mera referencia a la tesis de la pluralidad de los mundos). <<
[868] (c1) opiniones populares monstruosas <<
[869] Casi idéntica frase, pero aplicada a Platón y considerada «injuriosa», aparece también hacia el final del capítulo II, 16. <<
[870] Cfr. Francisco López de Gómara, Historia general de las Indias, 83. <<
[871] Ibidem, 82. <<
[872] Idem, Historia de la conquista de México, 15. <<
[873] Idem, Historia general de las Indias, 121; Historia de la conquista de México, 229. <<
[874] Idem, Historia general de las Indias, 121. <<
[875] Cfr. ibidem, 121. <<
[876] Ibidem, 122. <<
[877] Ibidem, 124; cfr. Jean de Léry, Histoire d’un voyage faict en la terre du Brésil, 16, p. 389. Ambos autores presentan esta información como prueba de la creencia en la resurrección de los muertos. <<
[878] F. López de Gómara, Historia general de las Indias, 68; Historia de la conquista de México, 79. <<
[879] Idem, Historia de la conquista de México, 67. <<
[880] Ibidem, 73. <<
[881] Ibidem, 77. <<
[882] Ibidem, 75. <<
[883] Ibidem, 67. <<
[884] Ibidem, 71. <<
[885] Ibidem, 43, 69. <<
[886] Idem, Historia general de las Indias, 28, 43, 83. <<
[887] Idem, Historia de la conquista de México, 200. <<
[888] Ibidem, 209. El dios en cuestión es Quetzalcóatl. <<
[889] Idem, Historia general de las Indias, 43, 82. <<
[890] Ibidem, 206. <<
[891] Idem, Historia de la conquista de México, 218; cfr. Génesis 3, 19. <<
[892] Idem, Historia general de las Indias, II, 41 y 43. Deben recordarse las divergencias entre católicos y reformados a propósito del purgatorio. <<
[893] Ibidem, 79. <<
[894] Montaigne parece entender que también las religiones están incluidas en el ciclo natural, y sometidas, por tanto, a cambio, a generación y corrupción (y a determinación astrológica). Coincidiría en ello con pensadores radicalmente naturalistas como Maquiavelo y el aristotélico Pomponazzi. Así, el primero sostiene: «Es cosa certísima que todas las cosas del mundo tienen un término en su vida… Y… hablo de cuerpos mixtos, como son las repúblicas y las sectas…» (Discursos sobre la primera década de Tito Livio, III, 1). El segundo, por su parte, escribe más explícitamente aún: «Todo aquello que nace, crece y muere, no sólo los individuos, sino las cosas, los ríos, las ciudades, los Estados, las religiones [leges]»; «Porque la religión tiene su crecimiento y su equilibrio, como las demás cosas que nacen y mueren» (De incantationibus, 12). <<
[895] Hipócrates (Aires, aguas y lugares, 12-13) y Aristóteles (Política, VII, 7, 1327b 19 y ss.), entre otros autores antiguos, recurrieron al determinismo mesológico, esto es, a la teoría de que el terreno y el clima determinan el carácter de los pueblos. Jean Bodin la sistematiza en la época de Montaigne (Método de la historia, 5; République, V, 1). <<
[896] Vegecio, I, 2, citado por Justo Lipsio, Políticas, V, 10. <<
[897] Platón, Timeo, 24c-d. <<
[898] Cicerón, El hado, 4, 7. <<
[899] Plutarco, Máximas de reyes y generales, 172f; cfr. Heródoto, IX, 122. <<
[900] (b-c1) una opinión <<
[901] Cfr. Platón, Alcibíades II, 143b. <<
[902] Juvenal, X, 4-6. <<
[903] (a-b) Por ello, el cristiano, más humilde y más sabio, y reconociendo mejor lo que es, se remite a su creador para que elija y ordene lo que precisa. <<
[904] Jenofonte, Recuerdos de Sócrates, I, 3, 2. Cfr. Platón, Alcibíades, II, 142e-143a-b, que es el pasaje alegado por Pomponazzi, De incantationibus, 12, en una página sobre las oraciones paralelas a ésta de Montaigne. <<
[905] (c1) a la discreción divina <<
[906] Platón, Alcibíades, II, 148c. <<
[907] Juvenal, X, 352-353. <<
[908] Se alude al padrenuestro (sobre su importancia, véase el capítulo «Las oraciones», I, 56). <<
[909] Ovidio, Metamorfosis, XI, 100 y ss. <<
[910] Ibidem, 127-128. <<
[911] Creada en 1469 como distintivo muy especial, a partir de 1560 los reyes la distribuyeron con gran liberalidad, hasta el punto de que algunos la llamaron «le collier à toutes bestes» [el collar para todas las bestias]. Otra referencia en II, 7. <<
[912] Cicerón, Tusculanas, I, 47, 113-114; Plutarco, Consolación a Apolonio, 14, 108e-109a. <<
[913] Salmos 23 (22), 4. <<
[914] Juvenal, X, 346-348 y 350. <<
[915] Jenofonte, Recuerdos de Sócrates, I, 3, 2. <<
[916] (c1) doscientas ochenta y ocho escuelas [San Agustín, Ciudad de Dios, XIX, 1, 1]. <<
[917] Cicerón, El bien y el mal supremos, V, 5, 14. <<
[918] Horacio, Cartas, II, 2, 61-64. <<
[919] Cfr. Plutarco, Cómo se debe escuchar, 13, 44b. <<
[920] Horacio, Cartas, I, 6, 1-2. El no maravillarse por nada es también un tema estoico; cfr. Diógenes Laercio, VII, 123; Cicerón, Tusculanas, III, 14, 30; Séneca, La felicidad, 3, 3. <<
[921] Aristóteles, Ética a Nicómaco, IV, 3, 1125a 2. <<
[922] Cfr. Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos, I, 33, 233. <<
[923] Justo Lipsio o Joost Lips (1547-1606), gran humanista flamenco, importante difusor del estoicismo, fue admirador y corresponsal de Montaigne, quien, a su vez, utilizó prolijamente sus Políticas (1589) en sus añadidos tardíos a Los ensayos. Sobre Adrien Turnèbe, véase, entre otros lugares, II, 17, hacia el final. <<
[924] Jenofonte, Recuerdos de Sócrates, I, 3, 1; IV, 3, 16. <<
[925] Enrique VIII había instaurado el anglicanismo en 1534; María Tudor restableció el catolicismo en 1553; en 1559 Isabel I volvió al protestantismo. <<
[926] La Guyena fue dominio inglés hasta el final de la Guerra de los Cien Años, en 1453. <<
[927] Montaigne piensa acaso en hechos como el siguiente: en enero de 1589 (tras el asesinato de los Guisa) la Sorbona exime al pueblo de obedecer al rey, considerado como un tirano. <<
[928] (c1) que la religión <<
[929] El dios antiguo es Apolo; cfr. Jenofonte, Recuerdos de Sócrates, I, 3, 1; IV, 3, 16. Montaigne parece evocar la concepción de la religión expuesta por Maquiavelo: «Deben, pues, los príncipes de una república o de un reino conservar los fundamentos de la religión que ellos tienen y una vez hecho esto les será fácil conservar a su comunidad religiosa y, por consiguiente, buena y unida» (Discursos sobre la primera década de Tito Livio, I, 12, trad. M. A. Granada, Barcelona, 1987). <<
[930] Sin embargo, ya Sibiuda advierte, en el «Prólogo» de su Libro de las criaturas, que la Escritura «puede ser falsificada, mal interpretada y mal entendida». Y Montaigne subraya, en este mismo capítulo, unas páginas más adelante, la pluralidad de interpretaciones a que suele dar lugar «la palabra más neta, pura y perfecta que pueda existir». Casi al inicio de «La experiencia» (III, 13) se lee: «Y se burlan quienes piensan reducir y detener nuestros debates remitiéndonos a la expresa palabra de la Biblia». <<
[931] Cfr. Erasmo, Querela pacis (372, 72): «Una escuela está en lucha con otra, como si la verdad de lo que es variara según el sitio. De este modo, ciertas verdades aprobadas aquí no atraviesan el mar, otras no rebasan los Alpes, otras en suma no superan el Rin». <<
[932] Cfr. Platón, Teeteto, 172a-b. <<
[933] Idem, República, I, 338c. <<
[934] Cfr. Plutarco, Licurgo, 17, 5-6; Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos, III, 24, 215. <<
[935] Ovidio, Metamorfosis, 10, 331-333. <<
[936] Cfr. Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos, III, 24, 198 y ss. <<
[937] Cicerón, El bien y el mal supremos, V, 21, 59-60. <<
[938] (a-b) Todo lo que hay en el mundo, todos los asuntos tienen <<
[939] Alejandro de Alejandro, Geniales dies, III, 2. <<
[940] Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos, III, 24, 204; Diógenes Laercio, II, 78. <<
[941] Diógenes Laercio, II, 67. <<
[942] Ibidem, 68. <<
[943] Virgilio, Eneida, III, 539-543. <<
[944] Diógenes Laercio, I, 63. <<
[945] Idem, II, 35. <<
[946] (a-b) Se desprende de esta variedad de aspectos que los juicios se aplican diversamente a la elección de las cosas. Llevamos <<
[947] Cfr. Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos, III, 24, 203 (Sexto atribuye la costumbre de llevar pendientes a ciertos bárbaros), 200 y 208. <<
[948] Juvenal, XV, 36-38. <<
[949] Se trata de dos grandes autoridades de la glosa jurídica que vivieron en el siglo XIV. <<
[950] Plutarco, Consejos para conservar la salud, 7, 126a; Conversaciones de sobremesa, VII, 5, 3, 705e; cfr. Aulo Gelio, III, 5. <<
[951] Cicerón, Tusculanas, V, 33, 94. <<
[952] Idem, El bien y el mal supremos, III, 20, 68. <<
[953] Séneca, Cartas a Lucilio, 123, 15. <<
[954] Cfr. Cicerón, Tusculanas, IV, 34, 71. <<
[955] (a-b) Todo el mundo ha oído hablar de la desvergonzada manera de vivir de los filósofos cínicos <<
[956] Plutarco, Contradicciones de los estoicos, 30, 1047f. <<
[957] Heródoto, VI, 129, 4. <<
[958] Diógenes Laercio, VI, 94. <<
[959] (a-b) Y esta honestidad y reverencia, como la denominamos, de cubrir y ocultar algunas de nuestras acciones naturales y legítimas, de no osar llamar las cosas por su nombre, de temer decir lo que nos está permitido hacer, ¿no habría podido decirse con razón que es más bien afectación y delicadeza, inventada en los gabinetes mismos de Venus para proporcionar valor y agudeza a sus juegos? ¿No es una golosina, un cebo y un aguijón para el placer? En efecto, el uso nos hace sentir de manera evidente que la ceremonia, la vergüenza y la dificultad son aguzamientos y atizadores para estas fiebres. <<
[960] (c1) era envilecerlos <<
[961] Cfr. Cornelio Agrippa, De incertitudine, 64; san Agustín, De ordine, II, 4, 12. <<
[962] Marcial, III, 69. <<
[963] Idem, I, 74. <<
[964] La anécdota se refiere a Diógenes el Cínico, pero no parece tener un origen antiguo; cfr. Diógenes Laercio, VI, 69. <<
[965] (a-b) Solón fue, según dicen, el primero que, mediante sus leyes, otorgó libertad a las mujeres para sacar provecho público de su cuerpo. Y la escuela de filosofía que, entre todas, más ha honrado la virtud no ha puesto en definitiva otro freno al uso de los placeres de todo tipo que la moderación. [Cfr. Plutarco, Solón, 23, 1]. <<
[966] (c1) con una opinión demasiado <<
[967] San Agustín, Ciudad de Dios, XIV, 20. <<
[968] Diógenes Laercio, VI, 46, 69; Plutarco, Las contradicciones de los estoicos, 21, 1044b. <<
[969] Diógenes Laercio, VI, 58. <<
[970] Ibidem, 96-97. <<
[971] (a-b) Y muchos de sus seguidores se tomaron la licencia de escribir y de publicar libros desmedidamente audaces. <<
[972] Cfr. Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos, I, 29, 210-211 y 218. <<
[973] Es decir, en la Biblia. <<
[974] La alusión es probablemente a François de Foix-Candale (1512-1594), vecino de Montaigne, ordenado sacerdote en 1576 para poder suceder a su hermano en el obispado de Aire, que fue entusiasta editor de textos herméticos, y practicante de la alquimia. Montaigne se refiere en una página anterior de la «Apología», tras su dedicatoria a una princesa innominada, a la «ridícula búsqueda de la piedra filosofal». <<
[975] (a-b) pues, al proponernos por astucia un estilo ambiguo y difícil <<
[976] Cfr. Cicerón, La adivinación, II, 54, 110. <<
[977] Con ocasión de la célebre feria del Lendit, que se celebraba en junio cerca de Saint-Dénis, los estudiantes pagaban sus honorarios a los maestros. <<
[978] (a-b) Homero es todo lo grande que se quiera, pero no es posible que pensara en representar tantas formas como se le atribuyen. Los legisladores han adivinado en él enseñanzas infinitas para su causa; otras tantas, los militares; y otras tantas, los que se han ocupado de las artes. <<
[979] Probable alusión a Jean de Sponde (1557-1595), próximo a Enrique de Navarra que publicó en 1583 una brillante edición comentada de Homero. <<
[980] Probable referencia a lo que en el capítulo I, 27 Montaigne llama «licencia griega». <<
[981] Cfr. Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos, I, 30, 213; II, 6, 63. Se trata de la teoría de que las cualidades sensibles no son objetivas sino subjetivas. <<
[982] Cfr. ibidem, I, 30, 213. <<
[983] Cfr. Cicerón, Académicas, II, 24, 76; cfr. II, 7, 20. <<
[984] Ibidem, 46, 142. <<
[985] Cfr. Boecio, Consolación de la filosofía, V, 4, 25; V, 4, 39 (el planteamiento de Boecio se convirtió en un tópico escolástico). <<
[986] Cfr. ibidem, 4, 39. <<
[987] Lucrecio, V, 102-103. <<
[988] Cfr. idem, IV, 513-521. <<
[989] Cfr. Platón, Teeteto, 151e. <<
[990] Lucrecio, IV, 478-479, 482-483. <<
[991] Cicerón, Académicas, II, 27, 87; cfr. Plutarco, Las contradicciones de los estoicos, 10, 1036c. <<
[992] Plutarco, Las contradicciones de los estoicos, 10, 1036b-c; la cita procede de la Ilíada, VI, 407. <<
[993] Cfr. Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos, I, 14, 97. <<
[994] Lucrecio, IV, 486-488. <<
[995] Ibidem, 489-490. <<
[996] Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos, III, 29, 264; Contra los profesores, I, 4, 34. <<
[997] Según F. de Raemond, Louis VI de Rohan (1540-1611), príncipe de Guéméné, ciego desde los cinco años. <<
[998] Cfr. Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos, I, 14, 94-97. <<
[999] Séneca, Cartas a Lucilio, 121, 19. <<
[1000] Cfr. Plinio, VIII, 27. <<
[1001] Cfr. Lucrecio, IV, 486. Cfr. Francisco Sánchez, Que nada se sabe, 4: «Todo conocimiento procede de los sentidos… La mente considera lo captado por los sentidos. Si éstos han sido engañados, también aquélla» (trad. F. A. Palacios, Madrid, 1991). <<
[1002] Cfr. Cicerón, Académicas, II, 26, 82. <<
[1003] Lucrecio, V, 577-578 (en referencia a la luna). <<
[1004] Idem, IV, 379 y 386. <<
[1005] Cfr. ibidem, 500-504. <<
[1006] Cicerón, Académicas, II, 25, 80 (Timágoras era un epicúreo). <<
[1007] Lucrecio, IV, 499-510. <<
[1008] Cfr. Cicerón, Académicas, II, 32, 101. <<
[1009] Lucrecio, IV, 397, 389-390, 420-423. <<
[1010] Los protestantes habían rechazado los órganos de las iglesias. <<
[1011] Diógenes Laercio, VII, 23. <<
[1012] Idem, IV, 36. <<
[1013] Del llamado rojo de España y del blanco de ballena respectivamente, ambos usados en perfumería. <<
[1014] Ovidio, Los remedios del amor, I, 343-346. <<
[1015] Idem, Metamorfosis, III, 424-426. <<
[1016] Ibidem, X, 256-258. <<
[1017] El ejemplo, que procede de Avicena, se encuentra en santo Tomás, Suma contra gentiles, III, 103. <<
[1018] Parecida constatación en el Diario de viaje: «Y después subimos a una alta montaña… El camino era pedregoso y difícil, pero no terrible ni peligroso, pues los precipicios no eran tan abruptos que la vista no tuviera un sitio donde sostenerse» (30 de abril de 1581, en Italia, de camino a Borgo San Sepolcro). <<
[1019] Tito Livio, XLIV, 6, 8. <<
[1020] Se trata de Democrito; cfr. Aulo Gelio, X, 17, 2-4; Cicerón, El bien y el mal supremos, V, 29, 87. <<
[1021] Plutarco, Cómo se debe escuchar, 2, 38a. <<
[1022] Cicerón, La adivinación, I, 36, 80. <<
[1023] Cfr. Pontus de Tyard, Solitaire second (1555), Ginebra, 1980, pp. 190-191. <<
[1024] Plutarco, Tiberio Graco, 2, 6; El refrenamiento de la ira, 6, 456a. <<
[1025] El juicio. <<
[1026] Virgilio, Eneida, IV, 470. <<
[1027] Lucrecio, IV, 1155-1156. <<
[1028] Ibidem, 811-813. <<
[1029] Cfr., por ejemplo, Píndaro, Píticas, 8, 95 y ss.; Esquilo, Prometeo encadenado, 547 y ss.; Platón, República, V, 476c. <<
[1030] Cfr. Cicerón, Académicas, II, 27, 88. <<
[1031] Según Odisea, XI, 11-19, los cimerios pasaban medio año seguido sumidos en la oscuridad. Cfr. el adagio de Erasmo, «Cimmeriae tenebrae» (II, 6, 34). <<
[1032] Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos, I, 14, 64. <<
[1033] Plutarco, Las opiniones de los filósofos, 900a. <<
[1034] Plinio, VII, 2, 15. <<
[1035] Lucrecio, IV, 636-639. <<
[1036] Plinio, XXIII, 1, 8-9. <<
[1037] Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos, I, 14, 44. <<
[1038] Lucrecio, IV, 307-308. <<
[1039] Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos, I, 14, 44. <<
[1040] Ibidem, 14, 47. <<
[1041] Lucrecio, IV, 450 y 452. <<
[1042] Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos, I, 14, 50. <<
[1043] Lucrecio, IV, 75-80. <<
[1044] Cfr. Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos, I, 14, 47. <<
[1045] (a-b) Los enfermos prestan amargor a las cosas dulces; con ello se nos hace evidente que no percibimos las cosas como son, sino distintas. <<
[1046] Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos, I, 14, 91-92. <<
[1047] Hay un juego de palabras entre ‘pennes’ (‘plumas’) y 'peines' (‘penas’); Rabelais se burla de ésta y semejantes homonimias, habituales en las divisas (Gargantúa, 9). <<
[1048] Séneca, Cuestiones naturales, I, 16. <<
[1049] Cfr. Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos, I, 14, 53. Ahora bien, Sexto habla genéricamente del alimento; ¿debe entenderse quizá que Montaigne alude a la Eucaristía al decir «no es más que pan»? (cfr. R. Sibiuda, Libro de las criaturas, 288; véase en Jean Bodin, Coloquio de los siete sabios, VI, trad. P. Mariño, Madrid, 1998, p. 365, una sátira acerba de la Eucaristía católica en este mismo sentido). <<
[1050] Lucrecio, III, 703-704. <<
[1051] Cfr. Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos, I, 14, 53-54. <<
[1052] Cfr. ibidem, 14, 102-104. <<
[1053] Lucrecio, IV, 513-521. <<
[1054] Cfr. Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos, I, 14, 112-113. <<
[1055] Ibidem, I, 14, 114-117. <<
[1056] Ibidem, II, 7, 72-73. <<
[1057] Ibidem, II, 7, 74-75. <<
[1058] Ibidem, II, 7, 77-78. <<
[1059] A partir de aquí, y hasta casi el final del capítulo, Montaigne sigue muy de cerca a Plutarco, La E de Delfos, 18-20, 392a-393b (habla Amonio, un filósofo platónico), aunque con ciertas inserciones procedentes de otras fuentes. <<
[1060] Platón, Teeteto, 152e. <<
[1061] Plutarco, Opiniones de los filósofos, I, 9, 882c. <<
[1062] Idem, Nociones comunes contra los estoicos, 41, 1081c y e. <<
[1063] Idem, La E de Delfos, 18, 392b. <<
[1064] Idem, La tardanza de la divinidad en castigar, 15, 559b. <<
[1065] Lucrecio, V, 828-831. <<
[1066] El tiempo. <<
[1067] Es decir, de Plutarco (en La E de Delfos, 18-20, 392a-393b). <<
[1068] (a-b) No hay sentencia en toda su escuela estoica más verdadera que ésta. Pero hacer [Séneca, Cuestiones naturales, I, «Prefacio», 5; la frase aparece en el contexto de una loa a la filosofía que trata de lo divino. Séneca añade más adelante: «El prestar atención a esto, el aprender esto, el meditar sobre esto, ¿no es acaso dar un salto por encima de la propia naturaleza mortal y pasar a una suerte mejor?» («Prefacio», 17, trad. C. Codoñer, Madrid, 1979)]. <<
[1069] (a-b) levantar por la gracia divina, pero no de otro modo. [Variante c1 tachada: «levantar por la fuerza de la fe, no de su sabiduría, ni de ninguna otra manera»]. <<
[1070] Variante c1 tachada: «Atañe a la escuela cristiana, no a su escuela estoica, enseñarle esta divina y milagrosa metamorfosis». (La transformación del hombre en dios es también un tema hermético [Cfr. Asclepio, 6: «Gran milagro es el hombre… que se transforma en dios como si él mismo fuese dios»], recogido y divulgado por Marsilio Ficino [De amore, VII, 13; Theologia platonica, XIV, 3]. Por su parte, el aristotélico radical Pomponazzi rechaza la posibilidad de tal transformación, que asocia a las fábulas de las Metamorfosis de Ovidio, en De immortalitate animae, 9, 36). <<