[346] Eclesiástico 10, 9 (la sentencia está pintada, en latín, en la biblioteca de Montaigne). <<

[347] Montaigne parece seguir una glosa de Clarius a Eclesiastés 7, 1 (igualmente, es una sentencia que figura, pintada en latín, en la biblioteca de Montaigne). <<

[348] Cfr. Tertuliano, La carne de Cristo, 5, 4, o el célebre dictum de san Gregorio Magno: «Las operaciones divinas, si llegan a ser comprensibles por la razón, dejan de ser maravillosas; tampoco tiene mérito la fe cuando la razón humana la comprueba con la experiencia» (Homilías sobre los Evangelios, 26); cfr. también Sibiuda, Libro de las criaturas, 213. <<

[349] San Agustín, De ordine, 11, 16, 44 (tomado de Justo Lipsio, Políticas, I, 2). <<

[350] Tácito, Germania, 34, 4 (Justo Lipsio, Políticas, I, 2). <<

[351] Platón, Leyes, VII, 821a (pero, en realidad, Platón se opone a este planteamiento). <<

[352] En su traducción del Timeo platónico (28c). <<

[353] Lucrecio, V, 121 (el poeta romano parafrasea a quienes creen que los astros son dioses). <<

[354] Cfr. Cicerón, La naturaleza de los dioses, III, 15, 38; de hecho, Cicerón escribe: «para llegar a las cosas oscuras por medio de las visibles» (¿es un lapsus de Montaigne?). <<

[355] Ibidem. <<

[356] Aristóteles, Ética a Nicómaco, VII, 1, 1145a 25-26: «En efecto, lo mismo que ni el vicio ni la virtud son propios del animal, tampoco lo son de un dios…» (trad. M. Araujo y J. Marías, Madrid, 1994). <<

[357] Cicerón, La naturaleza de los dioses, I, 17, 45 (se trata de la conocida concepción epicúrea de la divinidad). <<

[358] En referencia a los apóstoles; cfr. C. Agrippa, De incertitudine, 101. <<

[359] San Pablo, 1 Corintios 1, 19-21. Este pasaje paulino es una fuente fundamental del escepticismo cristiano. <<

[360] Cfr. Plutarco, Cómo percibir los propios progresos en la virtud, 10, 81a-b. <<

[361] Cfr. Cicerón, La naturaleza de los dioses, 1, 7, 17. Veleyo era epicúreo; Filón, académico, y tuvo a Cicerón como alumno. <<

[362] Diógenes Laercio, I, 122. <<

[363] Se trata de Sócrates; cfr. Platón, Apología de Sócrates, 21d; Cicerón, Académicas, II, 23, 74. <<

[364] Es una conocida sentencia aristotélica, recogida en una compilación de Beda el Venerable (éste remite a Temistio). <<

[365] Platón, Político, 277d. <<

[366] Cicerón, Académicas, I, 12, 44. <<

[367] Cfr. Valerio Máximo, II, 1 (Montaigne toma la noticia de Agrippa, De incertitudine, I, que comprende mal al autor romano). <<

[368] Cicerón, La adivinación, II, 3, 8. <<

[369] Lucrecio, III, 1048 y 1046. Montaigne compone con estos versos una imagen, la del pueblo ignorante formado por muertos en vida, que coincide con un tema de raigambre aristotélica y averroísta: el de la enorme distancia que separaría al indocto del filósofo. Dado que sólo este último actualiza plenamente su capacidad intelectual y, por tanto, su humanidad, la diferencia entre ambos sería comparable a la que media entre el hombre vivo y el muerto, dos realidades muy distintas aunque admitan la misma denominación (véase Diógenes Laercio, V, 19; Averroes, «Proemio» al Comentario a la Física; cfr., por ejemplo, Dante, Convivio, IV, 7, 10, y Giordano Bruno, Del infinito: el universo y los mundos, «Epístola proemial», al inicio). <<

[370] Montaigne sigue en estas líneas a Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos, I, 1, 1-3. Los Esbozos son la principal fuente sobre la filosofía escéptica de Pirrón, y tienen una notable presencia en la «Apología», ya en el bestiario, pero sobre todo a partir de esta página. El protestante Henri Estienne, que los traduce al latín en 1562, en su dedicatoria presenta el pirronismo como una cura para los filósofos dogmáticos que se deslizan hacía el ateísmo «arrastrados por la temeridad de su propio juicio». Gentian Hervet, polemista católico, tradujo unos años después la otra obra de Sexto Empírico, Contra los profesores, que editó en 1569 junto a la versión de los Esbozos de Estienne; en su dedicatoria propone, por su parte, valerse del pirronismo «contra los herejes de nuestro tiempo, que, al medir con razones naturales lo que está por encima de la naturaleza, no comprenden, porque no creen, lo que sólo puede ser percibido y entendido por la fe». Contra los profesores, sin embargo, no parece haber sido utilizado por Montaigne. <<

[371] De epejo, que significa ‘suspendo el juicio’. <<

[372] Diógenes Laercio, IX, 71-72. <<

[373] Lucrecio, IV, 469-470 (Lucrecio critica el escepticismo). <<

[374] Plutarco, Contra Colotes, 26, 1122b-c. <<

[375] Cicerón, Académicas, II, 47, 145. <<

[376] Cfr. Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos, I, 12, 25-28. <<

[377] La imagen de la tormenta procede probablemente de Cicerón, Académicas, II, 3, 8 (citado enseguida). Pero la alusión a la costumbre y a la educación, que no se encuentra en el pasaje del romano, podría ser una reminiscencia de un viejo tema aristotélico (cfr. Aristóteles, Metafísica, II, 3, 995 a 3-6; véase también Maimónides, Guía de los perplejos, I, 31). <<

[378] Cicerón, Académicas, II, 3, 8. <<

[379] Ibidem. <<

[380] Según algunos (pensemos sobre todo en el influyente Pomponazzi) Aristóteles negaba la inmortalidad del alma individual. Montaigne escribe más adelante, en este mismo capítulo: «Nadie sabe lo que Aristóteles estableció sobre el asunto…». <<

[381] Cicerón, Académicas, II, 33, 107. <<

[382] Cfr. Francisco Sánchez, Que nada se sabe (1581; pero el prólogo está fechado en 1576), «Introducción»: «Si supiera probarla [la proposición “Nada se sabe”], concluiré con razón que nada se sabe; si no supiera, tanto mejor, pues esto era lo que afirmaba» (F. A. Palacios, Madrid, 1991). <<

[383] Cicerón, Académicas, I, 12, 45. <<

[384] Cfr. Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos, I, 18-28. <<

[385] Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos, I, 11, 23. <<

[386] Cicerón, La adivinación, I, 18, 35 (en defensa de la adivinación por inspiración divina). <<

[387] (a-b) lo que Laercio dice de la vida de Pirrón, y aquello a lo que Luciano, Aulio Gelio y otros parecen inclinarse, pues lo describen. [Cfr. Diógenes Laercio, IX, 62; Montaigne vuelve a suscitar este asunto hacia el inicio de II, 29, pero allí parece aceptar la descripción de Laercio]. <<

[388] (a-c1) y establecer la verdad. <<

[389] Cicerón, Académicas, II, 31, 100. <<

[390] Ibidem, 31, 101; cfr. La naturaleza de los dioses, I, 5, 12. <<

[391] Cicerón, Académicas, II, 33, 107. <<

[392] (a-b) tan verosímil y tan razonable. <<

[393] (a-b) la enseñanza y creencia divina <<

[394] (a-b) por las otras sectas. <<

[395] Para san Agustín con tal nombre se designa al Espíritu Santo (cfr. La Trinidad, II, 15, 26). <<

[396] Montaigne parafrasea aquí una de las sentencias latinas que hizo pintar en su biblioteca: «Fruere iucunde praesentibus, caetera extra te»; cfr. Eclesiastés 3, 22. <<

[397] Salmos 94 (93), 11. <<

[398] Tito Livio, XXVI, 22, 14. <<

[399] Platón, Timeo, 29c-d. <<

[400] Cicerón, Tusculanas, I, 9, 17. <<

[401] Idem, traducción del Timeo de Platón, 29c-d. <<

[402] Diógenes Laercio, X, 26. <<

[403] Cfr. Plutarco, Conversaciones de sobremesa, 8, 10, 734d. <<

[404] (a-b) como, por ejemplo, a propósito de la inmortalidad del alma [El tema es tratado más adelante]. <<

[405] Sobre la oscuridad atribuida a Aristóteles, cfr. Plutarco, Alejandro, 7; Aulo Gelio, XX, 5. <<

[406] Cicerón, La naturaleza de los dioses, I, 5, 10-12. <<

[407] En contraste con el hueso con médula (es decir, con un contenido rico y sustancioso) del que habla Rabelais en el «Prólogo» de su Gargantúa para referirse al mensaje de su obra. <<

[408] Cfr. Cicerón, Académicas, II, 45, 139. <<

[409] (b) Por ese motivo Epicuro temió que le entendieran [Cfr. Cicerón, El bien y el mal supremos, II, 5, 15]. <<

[410] Cicerón, El bien y el mal supremos, II, 5, 15; cfr. Diógenes Laercio, IX, 6. <<

[411] Lucrecio, I, 639 y 641-642 (en referencia a Heráclito). <<

[412] Cfr. Cicerón, Los deberes, I, 6, 19. <<

[413] Diógenes Laercio, II, 92. <<

[414] Idem, VII, 32. <<

[415] Cfr. Plutarco, Contradicciones de los estoicos, 24, 1045f-1046a. <<

[416] Ibidem, 24, 1046a-b. <<

[417] Cfr. Cicerón, El bien y el mal supremos, I, 19, 63-64. <<

[418] Cfr., por ejemplo, Jenofonte, Recuerdos de Sócrates, I, 1, 16. <<

[419] Salustio, Guerra de Yugurta, 85, 32 (tomado de Justo Lipsio, Políticas, I, 10). <<

[420] (c1) y recrear <<

[421] Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos, I, 33, 221. <<

[422] Cfr. Séneca, Cartas a Lucilio, 88, 5. <<

[423] Diógenes Laercio, II, 47. <<

[424] (c1) envolverla y circunscribirla <<

[425] Cfr. Platón, Teeteto, 149b, 150b-150c. <<

[426] Cfr. Cicerón, Académicas, II, 5, 14; II, 23, 72-74. <<

[427] (a-b) ¿En quién puede esto verse más claramente que en nuestro Plutarco?, ¿con qué variaciones razona sobre lo mismo?, ¿cuántas veces nos presenta dos o tres causas contrarias sobre el mismo asunto, y razones distintas, sin elegir cuál es la que debemos seguir? [Véase el final del capítulo III, 12]. <<

[428] (a-b) este estribillo suyo [de Plutarco]. <<

[429] Plutarco, La desaparición de los oráculos, 38, 431a. <<

[430] Cicerón, Académicas, II, 5, 14. <<

[431] Sabiduría, 9, 14. <<

[432] Montaigne parece responder a la acusación que san Agustín había lanzado contra los escépticos, la de caer en la desesperación de encontrar la verdad (cfr. Contra los académicos, I, 4, 10; II, 1, 1; el tema está ya bosquejado en Cicerón, Académicas, II, 10, 32). Una acusación también vigente en la época de Montaigne (véase, por ejemplo, Giordano Bruno, Cábala del Caballo Pegaso, II, 3). Ahora bien, al subrayar el placer de la indagación misma, se aparta del pirronismo antiguo, que entendía que el estudio tiene como objeto poder contraponer a cada proposición otra de igual validez para conseguir así la serenidad espiritual (cfr. Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos, I, 9, 18) <<

[433] Séneca, Cartas a Lucilio, 88, 36. <<

[434] Plutarco, Conversaciones de sobremesa, I, 10. <<

[435] Véase el capítulo «Los cojos» (III, 11). <<

[436] Plutarco, Conversaciones de sobremesa,I, 10, 628a <<

[437] Séneca, Cartas a Lucilio, 88, 45. <<

[438] Cfr. Cicerón, Académicas, II, 41, 127-128 (Cicerón defiende la investigación física desde el punto de vista de la Nueva Academia). <<

[439] (b) como le sucedió a Faetón. [Plutarco, La imposibilidad de vivir placenteramente según Epicuro, II, 1094b]. <<

[440] Séneca el Rétor, Suasorias, IV, 3. <<

[441] Cfr. Diógenes Laercio, VI, 64 (de acuerdo con la traducción latina de A. Traversari que maneja Montaigne, Diógenes de Sínope habría dicho: «Aunque simule la filosofía, esto mismo es filosofar»). <<

[442] (a-b) las escribieron por la utilidad pública, como las religiones. En efecto, no está prohibido que saquemos provecho de la mentira misma, si es necesario <<

[443] (a-b) muchas opiniones que carecían de plausibilidad <<

[444] Entiéndase «misterio» en el sentido de arcano o secreto político, esto es, ardid útil para asegurar el poder (cfr. el concepto «arcanum imperii», manejado por Tácito en Anales, II, 36). <<

[445] Cfr. Platón, Leyes, II, 659c-664b. <<

[446] Idem, República, V, 459c; cfr. III, 389b. Sobre este tema, véase también la página final de II, 16, y III, 10, hacia el inicio. <<

[447] Una reflexión semejante, formulada en términos más concretos, se encuentra en el aristotélico radical Pietro Pomponazzi, De incantationibus, 10. Según él, Platón fue un médico de almas que enseñó la existencia de ángeles y demonios «no porque creyera que existían, sino porque su proposito era instruir a hombres rudos»; el fundador de la Academia se habría preocupado menos por la verdad científica que Aristóteles, motivo por el cual «no es extraño que Platón fuese exaltado por el vulgo y los sacerdotes» y, en cambio, el Estagirita, perseguido y desacreditado. <<

[448] Quintiliano, II, 17, 4. <<

[449] (a-b) que pretender regular a Dios y el mundo <<

[450] (a-b) bajo cualquier rostro y de la manera que fuese. En efecto, las deidades a las cuales el hombre ha querido dar una forma por su propia invención, son injuriosas, llenas de error e impiedad. Por eso, entre todas las que san Pablo… [En este fragmento, juzgado «hereje y muy peligroso» por un pío lector de primera hora como Antoine de Laval (1550-1632), Montaigne parece aproximarse a ciertos planteamientos paganos de tolerancia religiosa universal; cfr., por ejemplo, la célebre sentencia de Símaco, Relaciones, III, 10: «Non uno itinere perueniri potest ad tam grande secretum» (No puede llegarse a tan gran secreto por un solo camino)]. <<

[451] Es un fragmento de Valerio Sorano, recogido por san Agustín (Ciudad de Dios, VII, 9 y 11) de uno de los libros de Varrón. <<

[452] Véase Tito Livio, V, 51, 5, reproducido por Justo Lipsio en Políticas, I, 3: «A los que sirven a Dios todas las cosas les suceden bien y a medida de sus deseos; y al revés a los que le desprecian y de hacerlo se descuidan» (trad. Bernardino de Mendoza, Madrid, 1997). Cfr. Maquiavelo, Discursos sobre la primera década de Tito Livio, I, 11 y 12: «Y así como la obediencia del culto divino es causa de la grandeza de las repúblicas, de la misma manera el desprecio del mismo es causa de su ruina… Porque así como donde hay religión se presupone todo bien, allí donde ella falta se presupone lo contrario» (trad. M. A. Granada, Barcelona, 1987). También Ronsard, en su célebre Remonstrance au peuple de France (1562), subrayaNla importancia política del mantenimiento de la religión establecida: «Todo cetro y todo imperio, y todas las regiones / florecen en grandeza por las religiones /… porque [la religión] es el verdadero cemento que une entre sí a los hombres» (397-398 y 400). <<

[453] (c1) nos ha otorgado… de nuestros sueños. <<

[454] Cfr. Hechos de los apóstoles 17, 23; pero el término «oculta» no procede de este pasaje sino, con toda probabilidad, de Isaías 45, 15, donde se habla del «Deus absconditus» [Dios escondido]. <<

[455] Cfr. Plutarco, Numa, 8, 12-13. <<

[456] Ibidem, 8, 13-14. <<

[457] (a-b) lo requería para la concepción del pueblo <<

[458] Ronsard, Remonstrance au peuple de France (1563), 64-78. <<

[459] Debe tenerse en cuenta el planteamiento de Ronsard en los versos que anteceden a los que cita Montaigne: «Ciertamente, si yo no tuviera determinada fe / que Dios me ha infundido por su espíritu de gracia, / al ver que la Cristiandad no es más que irrisión, / me avergonzaría de tener la cabeza bautizada, / me arrepentiría de haber sido cristiano / y, como los primeros, me haría pagano» (57-62). <<

[460] El culto al Sol, muy difundido en la Antigüedad (y también, por otra parte, en la América recién descubierta), estuvo vigente en Roma sobre todo durante buena parte de la época imperial. El emperador Juliano, autor de un Himno al rey Sol, le confirió singular importancia. En el Renacimiento el De sole de Marsilio Ficino le había devuelto cierta actualidad. <<

[461] Montaigne sigue casi siempre, en la larga enumeración de opiniones filosóficas sobre la divinidad que se inicia aquí, a Cicerón, La naturaleza de los dioses, I, 10, 25; 15, 39. Antes de la referencia a Tales, el Ejemplar de Burdeos contiene una variante (finalmente tachada) que insiste en el culto al Sol: «Cleantes —Solem dominari et rerum potiri putat [Piensa que el Sol es el dominador y el superior de las cosas]— atribuyó al Sol la suprema autoridad» (Cicerón, Académicas, II, 41, 126). <<

[462] Platón, Timeo, 28c; Leyes, VII, 821; y cfr. Timeo, 40a-e; Leyes, X, 886d. <<

[463] Cicerón dice en realidad «el aire» («aer» en vez de «aetas»). <<

[464] Diógenes Laercio, IX, 19. <<

[465] Cicerón, La naturaleza de los dioses, I, 23, 63. <<

[466] Idem, La adivinación, II, 17, 40; el original latino dice «lucos» (‘bosques sagrados’), pero Montaigne lee «locos» y lo interpreta como «forts» (‘fortines’). <<

[467] Ennio, citado por Cicerón, La adivinación, II, 50, 104; en el original se lee «dixi» en vez de «duxi». <<

[468] (a-b) Porque adorar a las de nuestra especie, enfermizas, corruptibles y mortales, como hacía toda la Antigüedad, a hombres a los cuales había visto vivir y morir, y agitarse con todas nuestras pasiones… <<

[469] Cfr. Plutarco, Isis y Osiris, 29, 362b; 44, 368e-f; 50, 371c-d. <<

[470] Así, se atribuía la existencia de un sepulcro de Zeus en Creta (cfr. Cicerón, La naturaleza de los dioses, III, 21, 53). Los apologistas cristianos de la Antigüedad solían aludir a él (véase, por ejemplo, Lactancio, Instituciones divinas, I, 11, 46). Ahora bien, un crítico del cristianismo como Celso lo relaciona con la sepultura de Cristo (cfr. Orígenes, Contra Celso, III, 43). <<

[471] Lucrecio, V, 122-123. <<

[472] Cicerón, La naturaleza de los dioses, II, 28, 70, citado por san Agustín, Ciudad de Dios, IV, 30. <<

[473] Cicerón, La naturaleza de los dioses, II, 23, 61. <<

[474] Ibidem, III, 17, 44. <<

[475] Cfr. ibidem, III, 25, 63 (y Plinio, II, 7, 16). <<

[476] Persio, II, 62 y 61. <<

[477] San Agustín, Ciudad de Dios, XVIII, 5. <<

[478] Ibidem, XVIII, 5; orden «misteriosa» quizá por constituir un arcano político. <<

[479] Cicerón, Tusculanas, I, 26, 65, citado por san Agustín, Ciudad de Dios, IV, 26. <<

[480] Posible referencia a Varrón fundada en san Agustín, Ciudad de Dios, IV, 22. San Agustín explica más adelante, en un pasaje que Montaigne recoge en este mismo capítulo, que a Varrón le parecía conveniente engañar al pueblo en materia de religión (Ciudad de Dios, IV, 31). <<

[481] Véase, sobre todo, Pseudo-Platón, Axíoco, 371a-372a (cfr. Platón, Gorgias, 523a-524a; República, X, 614a-616b). <<

[482] Virgilio, Eneida, VI, 443-444; Montaigne escribe «colles» (‘colinas’, ‘montañas’) en vez del término «calles» que figura en el poema original. <<

[483] La fuente de este pasaje, y de la reflexión que sigue sobre la inconmensurabilidad del más allá con este mundo, podría ser Maimónides, Libro del conocimiento, «La conversión a Dios», 8, 6-7. <<

[484] Cfr. Averroes, que pondera, casi al final de su célebre Destructio destructionum, las ventajas de una concepción materialista del paraíso para incitar a los hombres a la práctica de la virtud. En cuanto a Platón, recuérdese su teoría de la mentira útil, evocada por Montaigne unas páginas más arriba. <<

[485] La versión sensualista del más allá fue defendida, entre los cristianos, de manera particular, por Papias (cfr. Ireneo, Contra los herejes, V, 33, 3 y ss., que evoca Isaías 11, 6-9; y Eusebio, Historia eclesiástica, 3, 39, 12; véase también Clemente, Stromata, 7, 69, 8). <<

[486] Como se sabe, Platón es apodado con frecuencia «el divino» (cfr. el capítulo I, 51). <<

[487] Cfr., por ejemplo, Platón, República, X, 614e; Séneca, Consolación a Marcia, 25, 2. <<

[488] San Pablo, 1 Corintios 2, 9 (cfr. Isaías 64, 4, que es el pasaje presentado por Maimónides en el lugar al que hemos aludido). <<

[489] Cfr., por ejemplo, Fedón, 67c-d, donde la purificación es presentada como la máxima separación del alma respecto del cuerpo. <<

[490] Ovidio, Tristes, III, 11, 27-28. <<

[491] Lucrecio, III, 756-757. <<

[492] San Agustín, Ciudad de Dios, X, 30; la objeción procede de Porfirio, que excluye que las almas humanas transmigren a cuerpos animales. <<

[493] Los dos ejemplos aparecen también juntos en Francisco Sánchez, Quod nihil scitur [Que nada se sabe], 3, 6, una obra de fuerte impronta escéptica, publicada en Lyon en 1581, pero escrita algunos años atrás, lo cual parece constituir la prueba de que Montaigne conoció la obra de Sánchez (1550-1623) ya antes de su publicación. <<

[494] Lucrecio, III, 847-851. <<

[495] Cfr. Platón, República, X, 611b-612a. <<

[496] Lucrecio, III, 563-564 (para el poeta romano, de la misma manera, el alma sin el cuerpo nada puede). <<

[497] Ibidem, 859-860. <<

[498] Ibidem, 845-846. <<

[499] Cfr. Maimónides, Libro del conocimiento, «La conversión a Dios», 5, 4. <<

[500] Epicuro defendió la libertad humana contra la idea de destino (cfr. Cicerón, El hado, 10, 27). Pero no parece que Platón pueda asociarse a la idea de predestinación divina: «La responsabilidad es del que elige; no hay culpa alguna en la Divinidad» (República, X, 617e; trad. J. M. Pabón y Μ. Fernández-Galiano, Madrid, 1995). Véase, en cambio, san Pablo, Romanos 9, 14-15 y 20-21: «¿Qué diremos, pues? ¿Que hay injusticia en Dios? No, pues a Moisés le dijo: “Tendré misericordia de quien tenga misericordia y tendré compasión de quien tenga compasión”… ¡Oh hombre! ¿Quién eres tú para pedir cuentas a Dios? ¿Acaso dice el vaso al alfarero: Por qué me has hecho así? ¿O es que no puede el alfarero hacer del mismo barro un vaso para usos honorables y otro para usos viles?» (trad. Nácar-Colunga). <<

[501] Cfr. Platón, Timeo, 28c. <<

[502] Plutarco, La tardanza de Dios en castigar, 4, 549e-f. <<

[503] Tito Livio, XLI, 16; XLV, 33. <<

[504] Diodoro de Sicilia, XVII, 104, 7; Arriano, VI, 19. <<

[505] Cfr. Julio César, Guerra de las Galias, VI, 16; Plutarco, La superstición, 13, 171b. <<

[506] Virgilio, Eneida, X, 517-519. <<

[507] Heródoto, IV, 94. <<

[508] Plutarco, La superstición, 13, 17d; Heródoto, VII, 114. <<

[509] Cfr. José de Acosta, Historia natural y moral de las Indias occidentales, V, 19; Themixtitan o Tenochtitlan era la capital del imperio de los mexicas o aztecas (fue destruida por Hernán Cortés en 1521, y, tras su reconstrucción, se la conoció como México). <<

[510] Lucrecio, I, 101. <<

[511] Plutarco, La superstición, 13, 171c. <<

[512] Idem, Antiguas costumbres de los espartanos, 40, 239c-d. <<

[513] Lucrecio, I, 98-99. <<

[514] (a-b) y que Decio, para ganar la simpatía de los dioses hacia los asuntos romanos, se quemara vivo como holocausto a Saturno, entre los dos ejércitos [Cfr. Cicerón, La adivinación, I, 24, 51; La naturaleza de los dioses, III, 6, 15; Séneca, Cartas a Lucilio, 67, 9]. <<

[515] Cicerón, La naturaleza de los dioses, III, 6, 15. <<

[516] Plinio, XXXVII, 3-4; cfr. Heródoto, III, 39-43. <<

[517] San Agustín, Ciudad de Dios, VI, 10 (citando el tratado perdido de Séneca, Las supersticiones). <<

[518] Ibidem (citando a Séneca, Las supersticiones). <<

[519] (a-a2) llenaban la religión <<

[520] Lucrecio, I, 82-83. <<

[521] San Pablo, 1 Corintios 1, 25. <<

[522] Diógenes Laercio, II, 117. La anécdota será recordada a menudo en la literatura libertina del siglo XVII, por ejemplo en Dialogue sur la divinité de La Mothe Le Vayer y en la apertura del anónimo Theophrastus rediuiuus. <<

[523] Montaigne parece referirse a la tesis estoica; cfr., por ejemplo, Cicerón, Académicas, I, 10, 39. <<

[524] Es un conocido razonamiento aristotélico. <<

[525] Se solía distinguir entre la potencia ordenada y la potencia absoluta de Dios; la primera correspondería a la creación efectiva del mundo finito, la segunda, mucho más amplia, sin límite alguno, a la esencia divina. Aquí Montaigne apunta la posibilidad de que Dios haya utilizado, si no toda su potencia, al menos una parte mucho mayor creando una pluralidad de mundos (haberla empleado toda equivaldría a identificar la potencia absoluta divina con el conjunto del universo, que sería su expresión perfecta, como en Giordano Bruno). <<

[526] Lucrecio, VI, 678-679. <<

[527] Cfr. 2 Reyes 2, 11 (ascensión de Elias); Hechos 1, 9-11 (ascensión de Cristo). <<

[528] Cfr. Josué 10, 13 (detención del sol). <<

[529] Cfr. Exodo 14, 21-29 (paso del mar Rojo). <<

[530] Cfr. Mateo 14, 22-33 (Jesús camina sobre las aguas). <<

[531] Cfr. Juan 20, 19-29 (Cristo resucitado se aparece a los apóstoles en recintos cerrados). <<

[532] Cfr. Daniel 3, 19-97 (tres muchachos sobreviven en medio de las llamas de un gran horno). <<

[533] Montaigne se refiere a la transubstanciación, interpretación católica de la Eucaristía. El asunto reaparece un poco más adelante. <<

[534] Cfr. G. Bruno, Del infinito: el universo y los mundos (1584), I: «Por qué queremos o podemos pensar que la divina eficacia esté ociosa?, ¿por qué queremos decir que la divina bondad, que puede comunicarse a infinitas cosas y puede difundirse infinitamente, quiera ser escasa y constreñirse [astrengersi] en nada, dado que cualquier cosa finita es nada en comparación con el infinito?» (trad. M. A. Granada, Madrid, 1993, p. 114). <<

[535] Lucrecio, II, 1085-1086. <<

[536] Entre los paganos, Demócrito y los epicúreos; entre los cristianos, Orígenes (cfr. Los principios, III, 5, 3). <<

[537] Lucrecio, II, 1077-1078. <<

[538] Cfr. ibidem, 1077-1089, y sobre todo Plutarco, La desaparición de los oráculos, 24, 423 d-e: «En efecto, si en la naturaleza nada es único, ni un hombre, ni un caballo, ni una estrella, ni un dios, ni un demon, ¿qué impide a la naturaleza tener no un solo mundo sino más de uno?… De manera que no es verosímil que este mundo flote sin amistad, sin vecindad y sin sociedad, en un vacío infinito, puesto que vemos que la naturaleza encierra cada cosa por sí en géneros y especies…» (trad. M. García Valdés, Madrid, 1987). <<

[539] Lucrecio, II, 1064-1066. <<

[540] San Agustín, Ciudad de Dios, X, 29; cfr. Platón, Timeo, 30 y ss. <<

[541] Platón, Timeo, 41a-b; cfr. san Agustín, Ciudad de Dios, XIII, 16, 1. <<

[542] Diógenes Laercio, X, 45. <<

[543] (c1) En las nuevas tierras <<

[544] Es decir, el vino y el trigo. <<

[545] Cfr. Plinio, VII, 2; Heródoto, III, 97-106; IV, 191. <<

[546] Cfr. Plinio, VIII, 2; san Agustín, Ciudad de Dios, XVI, 8. <<

[547] Cfr. J. Boemus, Omnium gentium mores, Lyon, 1535, p. 91. <<

[548] Plinio, VI, 30, 188. <<

[549] Heródoto, III, 101. <<

[550] Cfr. Plinio, VIII, 22 para las transformaciones en lobos, y san Agustín, Ciudad de Dios, XVIII, 18, 1, para los cambios en bestias de carga. <<

[551] Plutarco, La cara visible de la luna, 24, 938c. <<

[552] Alusión a definiciones tradicionales del ser humano, por su risibilidad o por su naturaleza racional y social. <<

[553] Es el asunto tratado en I, 26. <<

[554] La misma idea en un pasaje de I, 22. Pero véase también la adición final a II, 30, donde Montaigne, repitiendo a Cicerón (La adivinación, II, 28, 60), asegura: «Llamamos contrario a la naturaleza a aquello que sucede contra la costumbre. Nada existe que no esté de acuerdo con ella, sea lo que fuere». <<

[555] Cicerón, Académicas, II, 23, 72. <<

[556] Ibidem, 23, 73. <<

[557] Estobeo, 121 (es un verso de Eurípides, pintado en las vigas de la biblioteca de Montaigne; aparece también en Diógenes Laercio, IX, 73 y Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos, III, 24, 229). <<

[558] Una variante abandonada del Ejemplar de Burdeos dice: «la muerte ocupa infinitamente todo lo que antecede y todo lo que sigue…». <<

[559] Diógenes Laercio, IX, 24. <<

[560] Cfr. Platón, Parménides, 138c-d. <<

[561] Séneca, Cartas a Lucilio, 88, 43 y 45. <<

[562] Ibidem, 88, 44 y 45. <<

[563] Cfr. Platón, Parménides, 138a-b. <<

[564] (a-b) Ignoro si la doctrina eclesiástica lo juzga de otra manera, y me someto en todo y para todo a su mandato, pero me ha parecido siempre. <<

[565] Sin embargo, el propio san Pablo asegura que Dios no puede negarse a sí mismo (2 Timoteo 2, 23). Cfr. también el capítulo 40 del libro de Sibiuda: «Si alguien pregunta de qué manera Dios es omnipotente, se responde que puede hacer todo aquello que es del dominio de la potencia. Por ejemplo, poder corromperse, poder ser reducido a la nada, poder ser deficiente son cosas que implican más bien la impotencia y el no poder que el poder». Pero Montaigne piensa quizá en un fragmento extraído de san Agustín, Ciudad de Dios, V, 10: «Tampoco queda disminuido su poder [el de Dios] cuando afirmamos que no puede morir o equivocarse [falli, que admitiría ser traducido con la expresión francesa se dédire que utiliza Montaigne]. Cierto que no lo puede, pero si lo pudiera su poder sería, naturalmente, más reducido. Así que muy bien está que llamemos omnipotente a quien no puede morir ni equivocarse [falli]… Algunas cosas no le son posibles, precisamente por ser omnipotente» (trad. S. Santamaría y M. Fuentes, Valencia, 2000). Vives, en su «Comentario» a este pasaje, evoca un pasaje de Plinio que Montaigne cita un poco más abajo. <<

[566] La interpretación de la frase de Cristo «Hoc est corpus meum» [Esto es mi cuerpo] (Mateo 26, 26; Lucas 22, 19; 1 Corintios 11, 24) se encuentra, en efecto, en la base de la querella en torno al misterio eucarístico. En síntesis, mientras que católicos y luteranos la entienden en sentido realista, los calvinistas y sobre todo los zwinglianos tienden a interpretarla más bien en clave simbólica (para Calvino se trataría de una metonimia). <<

[567] Cicerón, Académicas, II, 30, 96; el segundo ejemplo corresponde a la célebre paradoja del mentiroso. <<

[568] Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos, I, 28, 206; II, 13, 188; Diógenes Laercio, IX, 76. El ruibarbo se empleaba en medicina para purgar los humores colérico y flemático. <<

[569] Es el Que sais-je?, la fórmula más célebre de Los ensayos. Se ha conservado una medalla que perteneció a Montaigne, datada en 1576. En ella figuran una balanza en equilibrio y la inscripción griega EΠΕΧΩ (epejo), la «palabra sacramental» de los escépticos. <<

[570] El dirigente calvinista Théodore de Bèze había sostenido en una célebre declaración en el Coloquio de Poissy (el 9 de septiembre de 1561): «Si consideramos la distancia de los lugares —como debemos hacerlo cuando está en cuestión la presencia corporal de Cristo…—, decimos que su cuerpo está tan alejado del pan y del vino como el más elevado cielo lo está de la tierra, habida cuenta de que nosotros estamos en la tierra y los sacramentos también, y, en cuanto a Él, su carne está en el cielo». Ya Ronsard, que asistió al Coloquio de Poissy, advierte contra el enfoque racionalista que los protestantes parecían aplicar al misterio eucarístico: «Nos quieren mostrar con la razón natural / que tu cuerpo no está nunca sino a la diestra eterna / de tu Padre allí arriba… / Quieren probarnos mediante la filosofía / que un cuerpo no está en dos lugares… / Tú puedes comunicar tu cuerpo a lugares diferentes. / Serías impotente si carecieras del poder/ de realizar todo aquello que piensa tu majestad» (Remonstrance au peuple de France, 113-136). <<

[571] Plinio, II, 7, 27. <<

[572] Horacio, Odas, III, 29, 43-48. <<

[573] Cfr., por ejemplo, R. Sibiuda, Libro de las criaturas, 30: «[Dios] al mismo tiempo y en el mismo acto entiende, conoce y ve… lo que ha sido, es y será y lo que puede ser»; 42: «El entender, el conocer o el saber de Dios y su poder o potencia son lo mismo que su ser». <<

[574] Plinio, II, 7, 23. <<

[575] Cfr. Séneca, Cartas a Lucilio, 92, 27. <<

[576] (a-b) los estoicos han sometido <<

[577] Cfr. Plutarco, Opiniones de los filósofos, I, 884e. Montaigne alude también a la doctrina de la predestinación de los calvinistas; cfr. II, 29, hacia el final. <<

[578] Probable alusión a Tertuliano (cfr. El alma, 9). <<

[579] Montaigne discute en estas líneas el concepto tradicional de providencia particular (el asunto ha sido ya tocado en I, 31). <<

[580] Cicerón, La naturaleza de los dioses, II, 66, 167. <<

[581] De Cicerón, autor de la frase anterior. <<

[582] Cicerón, La naturaleza de los dioses, III, 35, 86. <<

[583] San Agustín, Ciudad de Dios, XI, 22. <<

[584] Cicerón, Académicas, II, 38, 121. <<

[585] Idem, La naturaleza de los dioses, I, 17, 45; la sentencia pertenece a Epicuro. <<

[586] Ibidem, 19, 50; se trata de la teoría epicúrea de la isonomía. <<

[587] Idem, La adivinación, 1, 57, 129. <<

[588] San Pablo, Romanos 1, 22-23. <<

[589] Faustina la Mayor, la «Diva Faustina», fue esposa del emperador Antonino Pío. <<

[590] Lucano, I, 486. <<

[591] San Agustín, Ciudad de Dios, VIII, 23, 2; también la frase que sigue tiene este origen. <<

[592] Es decir, deificado. <<

[593] Plutarco, Máximas de espartanos, 210d. <<

[594] Tomado de san Agustín, Ciudad de Dios, VIII, 24, 1 (cfr. Asclepio, 37). <<

[595] Lucano, I, 452-453 (en alusión a la religión de los druidas galos). <<

[596] Cfr. Philippe du Plessis-Mornay, De la vérité de la religión chrétienne, cap. I, ad finem (que se inspira en Cicerón, La naturaleza de los dioses, III, 13, 32-34). El reformado du Plessis pone estos razonamientos en boca de un ateo, que concluye la imposibilidad de que exista Dios. <<

[597] Cicerón, La naturaleza de los dioses, II, 6, 16 (son razonamientos del estoico Crisipo). <<

[598] Ibidem, II, 6, 17. <<

[599] Ibidem, II, 8, 22. <<

[600] Ibidem, II, 11, 30. <<

[601] Ibidem, II, 16, 43 (en referencia a las estrellas). <<

[602] Cfr. ibidem I, 17, 45 (es una idea epicúrea). <<

[603] Cfr. Séneca, Cartas a Lucilio, 53, 11. <<

[604] Cfr. ibidem, 73, 13. <<

[605] Horacio, Sátiras, II, 3, 318 (se trata de la fábula del buey y la rana). <<

[606] San Agustín, Ciudad de Dios, XII, 17, 2. <<

[607] Su Diario de viaje refiere que Montaigne subió a la cumbre del monte Cenis el 1 de noviembre de 1581, a la vuelta de su viaje a Italia, en parte a caballo y en parte llevado en andas. <<

[608] Flavio Josefo, Antigüedades judaicas, 18, 4. <<

[609] San Agustín, Ciudad de Dios, VI, 7, 2. <<

[610] Diógenes Laercio, III, 1-2. <<

[611] Guillaume Postel, Histoire des Turcs, París, 1575, p. 230. <<

[612] Cicerón, La naturaleza de los dioses, I, 27, 77 (habla Cota, pontífice y neoacadémico, contra el epicureismo). Celso, crítico antiguo del cristianismo, parte probablemente de este pasaje ciceroniano para escribir: «No fue, pues, hecho el universo para el hombre, como tampoco para el león, ni para el águila o el delfín, sino para que este mundo, como obra de Dios, se desarrolle íntegro y perfecto en todas sus partes» (Orígenes, Contra Celso, IV, 99, trad. D. Ruiz Bueno, Madrid, 2001). <<

[613] Cicerón, La naturaleza de los dioses, I, 18, 48. Se trata de un argumento epicúreo. Sin embargo, la expresión «revestido» no aparece en el texto de Cicerón. <<

[614] Ibidem, 27, 76 (el argumento es epicúreo, pero aquí está referido por el neoacadémico Cota). <<

[615] Clemente de Alejandría, Stromata, V, 109, 3; citado por Philippe du Plessis-Mornay, De la vérité de la religión chrétienne, cap. 1, ad finem. <<

[616] Una prosopopeya bastante similar se halla en Celso, pero puesta en boca de gusanos: «Existe Dios, y después de Él venimos nosotros, que fuimos por Él hechos semejantes en todo a Dios. Todo nos está sometido: la tierra, el agua, el aire las estrellas; todo se hizo por causa nuestra y todo está ordenado a nuestro servicio» (Orígenes, Contra Celso, IV, 23, trad. D. Ruiz Bueno, Madrid, 2001). <<

[617] Cicerón, La naturaleza de los dioses, I, 27, 77 (habla Cota contra el epicureismo). <<

[618] Horacio, Odas, II, 12, 6-9; Montaigne asimila aquí a los hijos de la Tierra, es decir, a los Titanes, con los hombres. <<

[619] Virgilio, Eneida, II, 610-613. <<

[620] Heródoto, I, 172, 2. <<

[621] Tito Livio, XXVII, 23, 2. <<

[622] Virgilio, Eneida, I, 16-17 (en referencia a Juno y a su preferencia por Cartago). <<

[623] Citado en Cicerón, La adivinación, II, 56, 115. <<

[624] Ovidio, Fastos, III, 81-85. <<

[625] Ibidem, I, 294. <<

[626] San Agustín, Ciudad de Dios, IV, 8. <<

[627] Ibidem, IV, 8. <<

[628] Ibidem, IV, 11. <<

[629] Ibidem, VI, 3. <<

[630] Ovidio, Metamorfosis, I, 194-195; Júpiter se refiere a semidioses, númenes campestres, ninfas, silvanos y sátiros, pero se ha señalado una posible alusión a futuros santos aún no beatificados. <<

[631] San Agustín, Ciudad de Dios, IV, 27. <<

[632] Puede ser una alusión al culto de dulía, tributado a los ángeles y a los santos, distinto del de latría, reservado sólo a Dios. <<

[633] Plutarco, Nociones comunes contra los estoicos, 31, 1075b, <<

[634] Ovidio, Metamorfosis, VIII, 99. <<

[635] San Agustín, Ciudad de Dios, IV, 31, 1. <<

[636] Ibidem, 27. <<

[637] Cfr. Ovidio, Metamorfosis, II, 19 y ss. El padre de Faetón era Helios (el dios Sol). <<

[638] (c1) el cielo y el sol <<

[639] (c1) de hierro o, con Anaxágoras, de piedra <<

[640] Cicerón, La naturaleza de los dioses, II, 22, 57. <<

[641] Según idem, Académicas, II, 36, 116, Arquímedes pensaba que el sol es un dios; que fuera de hierro candente, era la opinión de Anaxágoras (cfr. Diógenes Laercio, IX, 8). <<

[642] Jenofonte, Recuerdos de Sócrates, IV, 7, 2. <<

[643] Cicerón, Académicas, II, 33, 106. <<

[644] Jenofonte, Recuerdos de Sócrates, IV, 7, 6-7; Montaigne utiliza ya este ejemplo al final de I, 31, en un añadido que finalmente tacha. <<

[645] Jenofonte, Recuerdos de Sócrates, IV, 7, 6-7. Cfr. la célebre sentencia, atribuida a Sócrates, «Quod supra nos nihil ad nos» [Lo que está por encima nuestro, nada es para nosotros] (Erasmo, Adagios, I, 6, 69). <<

[646] Platón, Timeo, 40d-e. <<

[647] Ovidio, Metamorfosis, II, 107-108. <<

[648] Cfr. Platón, República, X, 617b. <<

[649] Varrón, citado por Valerio Probo en sus notas sobre la sexta Égloga de Virgilio. <<

[650] Cfr. Platón, Alcibíades II, 147b; pero, en realidad, lo que afirma Platón es que la poesía es por naturaleza enigmática. <<

[651] Cicerón, Académicas, II, 39, 122. <<

[652] (c1) deshilvanado. Timón le llama, como injuria, gran forjador de milagros. [Diógenes Laercio, III, 26. La frase aparece también hacia el final de II, 16]. <<

[653] Alusión a las fictiones legis o iuris, utilizadas en el derecho romano. <<

[654] Cfr. C. Agrippa, De incertitudine, 30. <<

[655] Platón, Timeo, 72d. <<

[656] Cfr idem, Critias, 107c-d. <<

[657] Cfr. idem, Teeteto, 174a (pero, según Platón, la muchacha era una sirvienta tracia y no hizo otra cosa que burlarse cuando Tales se cayó en un pozo). Cfr. C. Agrippa, De incertitudine, 30. <<

[658] Cicerón, La adivinación, II, 13, 30 (se trata, en realidad, de un verso extraído de la Ifigenia de Ennio; cfr. Cicerón, La república, I, 18, 30. Cornelio Agrippa lo cita en su De incertitudine, 30, tras relatar la anécdota de Tales). <<

[659] Platón, Teeteto, 174a-b. <<

[660] Horacio, Cartas, I, 12, 16-19. <<

[661] Tradicionalmente se relacionaba el bazo con la melancolía. <<

[662] (a-b) como dice Salomón. [Cfr. Eclesiastés 11, 5: «Como no sabes por qué camino entra el espíritu en los huesos, dentro del seno de la mujer encinta, así no conoces la obra de Dios, que es quien todo lo hace», trad. Nácar-Colunga. Una de las sentencias pintadas en la biblioteca de Montaigne rezaba: «Quare ignoras quomodo anima coniungitur corpori, nescis opera Dei»; en ella se sigue en la primera parte no el texto bíblico estricto sino un escolio de Clarius]. <<

[663] Plinio, II, 37, 101. <<

[664] San Agustín, Ciudad de Dios, XXI, 10. <<

[665] (a-b) las opiniones <<

[666] Es decir, se extendiera desde el terreno político y religioso hasta los estudios filosóficos (las artes son los estudios universitarios preparatorios, dedicados a las artes liberales, pero sobre todo a la filosofía). <<

[667] Cfr. Plutarco, Licurgo, 29. <<

[668] Cfr. Cornelio Agrippa, De incertitudine, 50. <<

[669] (a-b) para defender a Aristóteles <<

[670] Es decir, los postulados. Magister noster era el título de los doctores en Teología, el grado supremo del cursus honorum universitario. Erasmo se burla más de una vez de tal apelativo (por ejemplo, en Elogio de la locura, 53, ad finem. <<

[671] En realidad, la fuente de Montaigne en este pasaje, que es De incertitudine, I, de C. Agrippa, atribuye la sentencia a Aristóteles (cfr. Analíticos primeros, I, 30, 46a). <<

[672] Se trata de un célebre principio escolástico, citado por Agrippa en De incertitudine, I (cfr. Aristóteles, Física, I, 2, 185a). <<

[673] Platón, República, V, 480a. <<

[674] Cfr. Cornelio Agrippa, De incertitudine, I. <<

[675] (a1) el nombre de la filosofía <<

[676] Cfr. I, 31, ad finem. <<

[677] Diógenes Laercio, I, 24. <<

[678] Lucrecio, I, 112-116. <<

[679] Para las opiniones que siguen, cfr. Guy de Bruès, Dialogues contre les nouveaux Académiciens, 1557, pp. 74-75; y Agrippa, De incertitudine, 52. <<

[680] Virgilio, Eneida, IX, 349. <<

[681] Ibidem, VI, 730. <<

[682] Lucrecio, III, 99-100. <<

[683] Agrippa, De incertitudine, 52. <<

[684] Cicerón, Tusculanas, I, 11, 23. <<

[685] San Bernanrdo, Liber de anima, I. <<

[686] Diógenes Laercio, IX, 7. <<

[687] Agrippa, De incertitudine, 52. <<

[688] Lucrecio, III, 102-103. <<

[689] Ibidem III, 141-142. <<

[690] Cfr. Levítico 17, 10-11; Deuteronomio 12, 23. <<

[691] Cicerón, Tusculanas, I, 27, 67. <<

[692] Galeno, Opiniones de Hipócrates y de Platón, II, 2; citado en Guy de Bruès, Dialogues contre les nouveaux Académiciens, 1557, p. 78. <<

[693] La frase proverbial se refiere en principio a Homero; cfr. Horacio, Arte poética, 359. <<

[694] Séneca, Cartas a Lucilio, 57, 7. <<

[695] Cfr. san Agustín, Ciudad de Dios, 11, 23 y «Comentario» de J. L. Vives; se trata de una teoría de Orígenes. <<

[696] Plutarco, Teseo, I, 1-2 (así empiezan las Vidas). <<

[697] Pseudo-Platón, Definiciones, 415a. <<

[698] La broma es de Diógenes el Cínico (Diógenes Laercio, VI, 40). <<

[699] Cfr. Cicerón, El bien y el mal supremos, I, 6, 18-20. <<

[700] Idem, La naturaleza de los dioses, II, 37, 93-94. <<

[701] Ibidem, III, 9, 22. <<

[702] Cfr. ibidem, 9, 23. <<

[703] (a-b) como se ven infinitos en Plutarco contra los epicúreos y estoicos, y en Séneca contra los peripatéticos <<

[704] (c1) de no menos útil consideración que las opiniones sanas y moderadas. <<

[705] (a-b) ¡Cuántas veces les vemos decir cosas distintas y contrarias! <<

[706] Cfr. Platón, Alcibíades I, 129e. <<

[707] (a-b) la verdad <<