[1] El Raimond Sebond, Sebón o de Sebonde al que se refiere Montaigne no es otro, al parecer, que el catalán Ramón Sibiuda. De él apenas se sabe sino que, a partir de 1428, fue profesor de artes y de teología y asimismo rector en el Estudio General de Toulouse, ciudad donde murió en 1436. <<
[2] Cfr., por ejemplo, Cicerón, Académicas, II, 42, 129; Diógenes Laercio, VII, 165. <<
[3] En primer lugar, Sócrates con el llamado intelectualismo moral (cfr., por ejemplo, Platón, Leyes, V, 731b y ss.; IX, 860d). <<
[4] Francisco I de Valois-Angulema (1494-1547) accedió al trono en 1515. Protegió, en efecto, a numerosos artistas y literatos, muchos de ellos italianos (cfr. Castiglione, El cortesano, I, 42). <<
[5] Pierre Bunel (1499-1546) fue un humanista exquisitamente ciceroniano —es dudoso que apreciara el latín rudimentario de Sibiuda—, que, en 1530, tras despertar sospechas de herejía, marchó de su Toulouse natal hacia Italia. En Padua fue discípulo de Lazzaro Buonamico, a su vez seguidor del aristotélico radical Pomponazzi. Volvió a Toulouse en 1538 y se convirtió en preceptor de Guy Faur de Pibrac (a quien Montaigne elogia en una página del capítulo III, 9). Pibrac asegura en su poema «Les plaisirs de la vie rustique» que Bunel, además de enseñarle la retórica ciceroniana, le abrió «los secretos del maestro de Alejandro», es decir, de Aristóteles. Charles Estienne publicó sus cartas en 1551; en la más importante de ellas, datada en 1534, y dirigida a Odet y Ambroise de Selve, defiende en apariencia la superioridad de la teología frente a la filosofía, que, según afirma, no puede ir más allá del reconocimiento de su ignorancia. Calvino arremete contra él en su De Scandalis, de 1551, en cuanto paradigma del hombre de letras que, persuadido de su sabiduría, se rebela contra el Evangelio por ostentación y autocomplacencia. <<
[6] (a-b) la Teología natural de Ramón Sibiuda [La obra de Sibiuda se titula, en realidad, Scientia libri creaturarum seu libri naturae et scientia de homine. Sin embargo, Richard Paffroed la editó hacia 1485, en Deventer (Flandes), con el nombre de Theologia naturalis siue liber creaturarum, specialiter de homine. En los últimos años del siglo XV, el cartujo flamenco Pierre Dorlant compuso una versión abreviada, la Viola animae, que gozó de gran circulación por varios países europeos (fue traducida en 1549 al castellano, y en 1551 al francés). Jaume de Puig i Oliver ha efectuado la traducción catalana del texto completo en dos volúmenes: El llibre de les criatures, Barcelona, 1992, y Llibre de l’home caigut i redimit, Barcelona, 1995. La seguimos cuando citamos a Sibiuda]. <<
[7] La actitud de Bunel resulta vagamente maquiavélica; cfr. El Príncipe, 3, que compara al príncipe prudente con el médico previsor: «Lo mismo ocurre en los asuntos de Estado; porque los males que nacen en él se curan pronto si se les reconoce con antelación (lo cual no es dado sino a una persona prudente); pero cuando por no haberlos reconocido se les deja crecer de forma que llegan a ser de dominio público, ya no hay remedio posible» (trad. M. A. Granada, Madrid, 1990). <<
[8] (a-b) El vulgo —y casi todo el mundo es de este género— <<
[9] (a-b) y por la razón <<
[10] Cfr. Maquiavelo, El Príncipe, 18: «El vulgo se deja seducir por las apariencias y por el resultado final de las cosas, y en el mundo no hay más que vulgo». Maquiavelo acaba de decir que «… un príncipe… ha de parecer, al que lo mira y escucha, todo clemencia, todo fe, todo integridad, todo religión. Y no hay cosa más necesaria de aparentar que se tiene que esta última cualidad, pues los hombres en general juzgan más por los ojos que por las manos ya que a todos es dado ver, pero palpar a pocos…» (trad. M. A. Granada, Madrid, 1990). <<
[11] (a-b) los artículos <<
[12] Lucrecio, V, 1140 (el poeta romano se refiere a la caída de los reyes). <<
[13] Juan Maldonado (1534-1583), el jesuita español amigo de Montaigne (véase el Diario de viaje), expone una reflexión bastante similar, aunque más concreta, en el capítulo 26 de su «Comentario» al Evangelio de san Mateo (parte de una obra, los Commentarii in quatuor Evangelistas, sólo publicada en 1596-1597, pero redactada en los últimos años de su vida). Según él, el calvinismo, al sacudir el yugo de la tradición con respecto al dogma de la transubstanciación, brindó a los herejes un método general para rechazar todos los misterios cristianos. Aplicándolo, ciertos calvinistas habrían negado la Trinidad, y otros habrían llegado al punto de no creer en nada. De esta manera, el calvinismo desembocaría necesariamente en ateísmo. Pierre Bayle, al comentar esta reflexión (en el artículo «Vallée, Geoffroi de la» de su Dictionnaire historique et critique), puntualiza que los calvinistas estaban muy lejos de ser racionalistas y, bien al contrario, preconizaban la necesidad de «cautivar el entendimiento en la obediencia de la fe» (cfr. san Pablo, 2 Corintios 10, 5). Sin embargo, lo cierto es que en el asunto fundamental de la Eucaristía su posición aparentaba ser mucho más racionalista que la católica (véase cómo Montaigne aborda el tema más adelante, en esta misma «Apología»). <<
[14] (a-b) con el descuido que se ve, dado el infinito número de faltas que dejó el impresor, que dirigió la tarea en solitario. [La traducción de Montaigne, titulada La Theologie naturelle de Raymond Sebón docteur excellent entre les modernes, en laquelle par l’ordre de Nature, est demonstrée la verité de la Foy Chrestienne et Catholique, traduicte nouvellement de Latin en François, se publicó en París en 1569, con una dedicatoria a su padre, Pierre Eyquem (fallecido en junio de 1568); se reeditó, revisada y corregida por el propio Montaigne, en 1581. Existía ya, sin embargo, otra traducción francesa, editada en Lyon en 1519, con el título de Livre pour l’homme]. <<
[15] Cfr. Ramón Sibiuda, Libro de las criaturas, «Prólogo»: «Y, por medio de esta ciencia, se conoce infaliblemente toda la fe católica, y se prueba que es verdadera. Y se conoce y se prueba infaliblemente que toda secta contraria a la fe católica es falsa y errónea» (seguimos la traducción de J. de Puig). En efecto, Sibiuda, siguiendo en esto a Ramón Llull, extiende la argumentación racional hasta los artículos de la fe (y no sólo hasta sus preámbulos). Téngase en cuenta, sin embargo, que este prólogo figuró ya en 1564 en el Indice tridentino, y que la traducción de Montaigne atenúa considerablemente su racionalismo. <<
[16] Adrien Turnèbe (1512-1565), elogiado por Montaigne en «La pedantería» (I, 24), fue miembro del Collège Royal desde 1547 hasta su muerte, primero como profesor de literatura griega y latina, después de filosofía griega (véase también «La presunción», II, 17). El hecho de que Turnèbe muriese en 1565 prueba que Montaigne tuvo interés en el libro de Sibiuda ya unos años antes del fallecimiento de su padre. <<
[17] En realidad, Sibiuda se aparta del Aquinate en un asunto decisivo. Según él la razón puede demostrar no sólo los preámbulos de la fe, sino también sus artículos mismos. <<
[18] Montaigne se desmarca no sólo de los protestantes sino también del evangelismo de Erasmo, que, fundándose en Juan 4, 24 («Dios es espíritu, y quienes le adoran han de adorarle en espíritu y en verdad»), preconiza la primacía y casi exclusividad del culto espiritual (véase, por ejemplo, Enquiridión, 8, «Regla V», y Elogio de la locura, 53). <<
[19] Versos anónimos (tal vez de Jean Dorat) aparecidos en 1563 en una obra de Ronsard contra los protestantes; cfr. Virgilio, Eneida, VII, 587-589. <<
[20] Jean de Joinville, Vie de Saint Louis, 29; Paulo Emilio, Histoire de France, traducción francesa de 1598, p. 399. <<
[21] La historia aparece en Bocaccio, Decamerón, I, 2 (referida a un judío llamado Abraham); cfr. Heinrich Bebel, Facetiae (1506). <<
[22] Mateo 17, 19. <<
[23] Quintiliano, XII, 11, 12 (en el original no se trata, obviamente, de fe religiosa). <<
[24] Montaigne ofrece otra versión de este asunto en I, 31. <<
[25] Tras las matanzas de Saint-Barthélemy, en el verano del 1572, los protestantes defendieron el derecho de los súbditos a deponer a su príncipe. Un tiempo después, bajo Enrique III, fueron los ligueurs ultracatólicos quienes asumieron ideas semejantes. <<
[26] La posición mencionada parece ser la de Maquiavelo; cfr. Discursos, III, 41: «Porque, cuando se decide la entera salvación de la patria, no debe cederse a ninguna consideración ni de lo justo ni de lo injusto, ni de lo piadoso ni de lo cruel, ni de lo loable ni de lo ignominioso; al contrario, pospuesta cualquier otra consideración, hay que seguir enteramente el partido que le salve la vida y mantenga su libertad». Montaigne alude probablemente a la actitud de los politiques, que, preconizando la tolerancia, sometían la verdad religiosa a las necesidades políticas (véanse las últimas páginas de I, 22, donde Montaigne defiende una tesis semejante). <<
[27] (a-c1) y moderado [Es decir, en el ejército real, con una posición intermedia entre protestantes y extremistas católicos]. <<
[28] Innocent Gentillet usa una expresión equivalente para criticar el precepto maquiavélico de que hay que fingirse devoto sin serlo (Anti-Machiavel, II, 1, 172). <<
[29] Diógenes Laercio, VI, 4. <<
[30] Ibidem, 39. <<
[31] Lucrecio, III, 613-615. El poeta romano acaba de plantear: «Si mi alma fuese inmortal…». <<
[32] Cfr. san Pablo, Filipenses I, 23 (la misma frase se ha citado ya en el capítulo II, 3). <<
[33] Caso, ya mencionado en II, 3, de Cleómbroto de Ambracia, que se suicidó tras leer el Fedón platónico; cfr. Cicerón, Tusculanas, I, 34, 84, y san Agustín, Ciudad de Dios, I, 22. <<
[34] Platón, Leyes, X, 909e-910a. <<
[35] Platón; cfr. República, I, 330d-e. <<
[36] Cfr. Platón, República, III, 386a y ss; II, 380a-c. <<
[37] Diógenes Laercio, IV, 54-57. <<
[38] (c1) por amor o a la fuerza. <<
[39] (c1) de Platón <<
[40] Cfr. Platón, República, I, 330d; Leyes, X, 887d-888c. <<
[41] Cfr. san Pablo, Romanos 1, 20. <<
[42] Cfr. Ramón Sibiuda, Libro de las criaturas, 24: «A través del ser del mundo que vemos, pensamos el ser del Dios que no vemos… El ser del mundo es como una sombra a través de la cual podemos intuir y mirar la luz eterna e infinita, es decir, el ser de Dios infinito e inmenso». <<
[43] Plutarco, La paz del alma, 20, 477c-d (y cfr. Platón, Timeo, 92c; Epinomis, 984a). <<
[44] Cfr. san Pablo, Romanos 1, 20. <<
[45] Manilio, Astronómicas, IV, 915-919. Sin embargo, en el planteamiento de Sibiuda, el papel de vía hacia Dios es ejercido por el autoconocimiento humano, y en absoluto por la contemplación del cielo o del cosmos (cfr. Libro de las criaturas, 194). <<
[46] (a-b) leges. / Si a mi impresor le gustaban tanto esos prefacios rebuscados y tomados en préstamo, de los cuales, según la inclinación de la época, todo libro debe tener la frente provista, pues, de lo contrario, no es de buena familia, debería haberse servido de estos versos, que son de mejor y más antigua estirpe que los que él le ha plantado. <<
[47] Cfr. R. Sibiuda, Libro de las criaturas, «Prólogo»: «Esta sabiduría, nadie puede verla ni leerla directamente en el mencionado libro [de la naturaleza], siempre abierto, si no es iluminado por Dios y lavado del pecado original. Por eso, ninguno de los antiguos filósofos paganos pudo leer esta ciencia, porque estaban ofuscados con respecto a la propia salvación». <<
[48] Cfr. san Agustín, Ciudad de Dios, XIX, 25. <<
[49] Para Montaigne, al parecer, los argumentos de Sibiuda cumplen el papel que santo Tomás otorga en general a la razón, que sería completada y llevada a la perfección por la fe. Pero el mismo Sibiuda, pese a su pretensión de demostrar racionalmente los artículos de la fe, subraya el valor fundamentalmente propedéutico de su obra: «El libro de las criaturas es la puerta, el camino, el acceso, la introducción y una suerte de luz para el libro de la Sagrada Escritura…» (Libro de las criaturas, 211, ad finem), «El libro de las criaturas hace de criado y sirve al libro de la Sagrada Escritura, que es el que manda, impera y prescribe» (212, ad finem). <<
[50] Horacio, Cartas, I, 5, 6. <<
[51] (a-b) primeros. Por otra parte, si alguien está imbuido de una creencia, acoge con mucha mayor facilidad los razonamientos que le sirven que si está embebido de una opinión contraria, como sucede con esta gente. Éstos… <<
[52] (c1) Se suele interpretar el sentido de los escritos de otros <<
[53] Al intentar demostrar los artículos de la fe mediante razones necesarias, Sibiuda lleva el debate filosófico hasta ese terreno. En el planteamiento de santo Tomás, que separa razón y fe, esta última no queda expuesta al examen filosófico. <<
[54] Parece que este pasaje retuvo la atención de Giordano Bruno, que en la «Declamación» contenida en su Cabala del caballo Pegaso (Londres, 1585), escribe con sarcasmo: «Por la autoridad de ésta [un asna: ¿la Sagrada Escritura?], por su boca, voz y palabras se ve domada, vencida y pisoteada la vanidosa, soberbia y temeraria ciencia secular y se ve reducida al nivel del suelo toda altura que se atreva a levantar la cabeza hacia el cielo…» (trad. M. A. Granada, Madrid, 1990). <<
[55] Heródoto, VII, 10, 5 (la sentencia, lugar clásico sobre la envidia de los dioses, está tomada de Estobeo, «De superbia», 2, y aparece pintada en la biblioteca de Montaigne). El pasaje de Montaigne constituye quizá una réplica a una célebre página de Aristóteles (Metafísica, I, 2, 982b 28 - 983a 5), donde éste evoca la idea del poeta Simónides de que «sólo un dios puede tener tal privilegio [el de poseer la sabiduría]», pero la rebate aduciendo que la divinidad no puede ser envidiosa y que «los poetas mienten mucho». <<
[56] Variante tachada del Ejemplar de Burdeos: «del diablo». <<
[57] Santiago 4, 6; 1 san Pedro 5, 5 (san Agustín da un valor clave a este pasaje bíblico en el prólogo a la Ciudad de Dios). <<
[58] (c1) dice Platón, y en muy pocos hombres [Cfr. Timeo, 51e]. <<
[59] San Agustín, Ciudad de Dios, XXI, 5; san Agustín se enfrenta a los filósofos paganos. <<
[60] Montaigne tiene quizá en cuenta un texto que Juan Luis Vives atribuye a Aristóteles en su «Comentario» al capítulo XXI, 4 de la Ciudad de Dios de san Agustín: «No sólo no aprehendemos los secretos y misterios de la naturaleza, sino que incluso nos quedamos a oscuras y nos equivocamos con lo que de manifiesto esa naturaleza nos ha presentado a las claras. De modo que no parece haber errado Sócrates al decir que nada sabemos» («Comentarios» a Ciudad de Dios, XXI, 4; trad. R. Cabrera Petit, Valencia, 2000). <<
[61] Cfr. san Pablo, Colosenses 2, 8. <<
[62] Idem, 1 Corintios 3, 19. <<
[63] Cfr. Eclesiastés 1, 2-3. <<
[64] San Pablo, 1 Corintios 8, 2 (sentencia pintada en la biblioteca de Montaigne). <<
[65] Idem, Gálatas 6, 3 (sentencia pintada en la biblioteca de Montaigne). <<
[66] Montaigne choca frontalmente, en este punto esencial, con el planteamiento del propio Sibiuda, que escribe: «Dios, creador de todas las cosas, no ha hecho las criaturas inferiores para sí mismas, ni para su propio bien, sino que las ha hecho y ordenado para el hombre y para el bien del hombre, su utilidad, servicio, necesidad, solaz y alegría, o para su enseñanza… Por tanto, todas las cosas forman una corporación, una sociedad y un reino en el que el hombre es el dueño y el rey»; «Todo lo que hay en el mundo es para el hombre, día y noche trabaja para el hombre y le sirve sin parar. El universo es por el hombre y para el hombre, y ha sido ordenado de manera tan admirable para su bien… Todas las criaturas trabajan bajo tu obediencia para estar al servicio de tu utilidad, y te sirven en tus necesidades y pasatiempos, con una afluencia inacabable: el cielo, la tierra, el aire, el mar con todo lo que contienen no paran nunca de proveerte. Te sirve también el ciclo del año a través de las cuatro estaciones anuales, que todo lo renuevan cada año continuamente» (Libro de las criaturas, 96 y 97). <<
[67] Montaigne cuestiona un viejo tópico que parece tener su origen en los textos herméticos (cfr. Asclepio, 2, 8), y que fue asimilado y difundido por la Patrística; cfr. Lactancio, Instituciones divinas, VII, 4, 16-17: «Así pues, grandes, rectos y admirables son la fuerza, la razón y el poder del hombre, en función del cual hizo Dios el mundo y todo lo que existe; y le concedió [al hombre] el gran honor de ponerle al frente de todo para que él solo pudiera admirar las obras de Dios»; VII, 5, 4: «Para que hubiese alguien que entendiera sus obras, que pudiera admirar con sus sentidos y proclamar con su voz su providencia a la hora de ordenar las cosas» (trad. E. Sánchez Salor, Madrid, 1990). Durante el Renacimiento fue revitalizado por los neoplatónicos florentinos; cfr. Pico della Mirandola, Discurso sobre la dignidad del hombre (hacia el inicio): «Pero consumada la obra [de la creación del mundo], deseaba el artífice que hubiese alguien que comprendiera la razón de una obra tan grande, amara su belleza y admirara la vastedad inmensa. Por ello, cumplido ya todo… pensó por último en producir al hombre» (trad. A. Ruiz Díaz, Buenos Aires, 1978). Pero, además, cfr. de nuevo Sibiuda: «Unicamente el hombre en todo el universo ha recibido y tiene la facultad de conocer que lo tiene y que lo ha recibido [el ser que Dios le ha dado], de quién lo tiene y cómo darle las gracias» (Libro de las criaturas, 96). <<
[68] Cicerón, La naturaleza de los dioses, I, 9, 23 (habla Veleyo, portavoz del epicureismo, contra la idea estoica de providencia). <<
[69] Ibidem, II, 53, 133 (habla el portavoz estoico). <<
[70] Lucrecio, V, 1203-1205. <<
[71] Manilio, III, 58. <<
[72] Idem, I, 60-63 (la versión habitual es aeterna ratione en lugar de alterna ratione). <<
[73] Idem, I, 55 y IV, 93. <<
[74] Idem, IV, 79-85 y 118. <<
[75] En este punto, Montaigne va más lejos que santo Tomás de Aquino, que acepta los influjos astrales, pero sustrayéndoles el libre albedrío y el intelecto (por cuanto la virtud del cielo, siendo corpórea, no podría tener potestad sobre facultades espirituales), y, por supuesto, que Giovanni Pico, autor de una importante Disputa adversus astrologiam diuinatricem (1496), que rechaza toda influencia astral sobre la conducta humana. Parece coincidir con el aristotélico radical Pietro Pomponazzi, que se opone ásperamente a la diatriba de Pico, y sostiene que todos los hechos del mundo sublunar son gobernados por los cuerpos celestes. <<
[76] Cicerón, La naturaleza de los dioses, I, 8, 19 (habla Veleyo, el portavoz epicúreo, contra Platón). <<
[77] Para Epicuro los astros no son más que masas compactas de fuego (cfr. Diógenes Laercio, X, 77); para Lucrecio, cuerpos privados de sensibilidad y de movimiento vital (V, 122-125). Pero la oposición a la vida e inteligencia de los astros proviene también del cristianismo: «No debe concederse, en efecto, sin más, que estos globos luminosos o pequeñas esferas que fulgen con luz corpórea sobre la tierra de día y de noche, vivan con sus propias almas y que sean intelectuales y felices» (san Agustín, Ciudad de Dios, XIII, 16, trad. S. Santamaría y M. Fuertes, Valencia, 2000). Sibiuda considera los cuerpos celestes parte del primer escalón de la naturaleza, el de todo aquello que tiene ser pero carece de vida, sensibilidad e inteligencia: «En este grado [el primero] están además los cielos y todos los cuerpos celestes, todos los planetas, todas las estrellas…» (Libro de las criaturas, cap. 1; véase también cap. 61). <<
[78] Cfr. Cicerón, La naturaleza de los dioses, I, 31, 87 (es un argumento epicúreo refutado por Cota, pontífice máximo y seguidor de la Nueva Academia). <<
[79] Cfr. ibidem, 31, 87-88. <<
[80] Ibidem, 31, 88. <<
[81] Cfr. idem, Académicas, II, 39, 123 (la opinión es atribuida a Jenófanes). <<
[82] Diógenes Laercio, II, 8; Plutarco, Segundo libro de opiniones de los filósofos, 25-26. <<
[83] Cfr. Plutarco, La cara visible de la luna, 24, 937d-e. <<
[84] Séneca, La ira, II, 10, 1. <<
[85] Sabiduría, 9, 15; cfr. san Agustín, Ciudad de Dios, XII, 15; XIII, 16. <<
[86] (a-b) y al mismo tiempo, dice Plinio, la más orgullosa. [Historia natural, 11, 7, 25; Montaigne da la cita original, que también figuraba pintada en las vigas de su biblioteca, al final del capítulo II, 14]. <<
[87] Es decir, junto a los animales terrestres, inferiores a los acuáticos y aéreos. <<
[88] Empieza aquí una larga comparación entre los seres humanos y los restantes animales. La primacía humana a la que se opone Montaigne es un lugar común presente en varias tendencias de la filosofía clásica (cfr. Jenofonte, Recuerdos de Sócrates, IV, 3, 10; Aristóteles, Política, I, 8, 1256b 15-22), pero, sobre todo, en el estoicismo (cfr. Cicerón, La naturaleza de los dioses, II, 63, 158; El bien y el mal supremos, II, 20, 67). También desempeña un papel importante en la tradición judeo-cristiana (cfr., por ejemplo, Génesis 1, 26; 9, 2-3; Salmos 8, 6-9). De hecho, es un punto crucial en Sibiuda: «Las bestias y los animales son para el hombre y no para ellos mismos…» (Libro de las criaturas, 97). Sobre la necedad de los animales, dice Sibiuda: «Los brutos no conocen lo que han recibido de más, en cuanto a dignidad, que los árboles… Sólo el hombre tiene esto de especial, y lo ha recibido de su creador: que no sólo posee una excelencia y dignidad superior a todas las demás cosas, sino que ha recibido también lo que le permite conocer que posee esta dignidad» (Libro de las criaturas, 93). Entre los críticos antiguos de la supremacía humana sobre los animales, además de los textos de Plutarco a los que Montaigne, como veremos en las notas sucesivas, se remite constantemente, hay que mencionar a Celso (conocido por el Contra Celso de Orígenes) y a Porfirio (La abstinencia), probablemente no del todo ajenos a estas páginas de Los ensayos. <<
[89] Platón, Político, 272b-c. <<
[90] Idem, Timeo, 72a. <<
[91] Cfr. Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos, I, 14, 74; cfr. Porfirio, La abstinencia, III, 3, 4-5. <<
[92] Benedetto Varchi, Hercolano, Florencia, 1570, f. 74; C. Rodigino, Lectiones antiquae, XVII, 13; cfr. Porfirio, La abstinencia, III, 3, 6. <<
[93] Plinio, VI, 30, 192; Plutarco, Las nociones comunes, II, 1064b. <<
[94] Cfr. Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos, I, 14, 74. <<
[95] Lucrecio, V, 1059-1061. <<
[96] Ibidem, 1030-1031. <<
[97] Torquato Tasso, Aminta, II, Coro, 34-35. <<
[98] Plinio, VI, 30. <<
[99] Plutarco, Máximas de espartanos, 215e-f. <<
[100] Es un argumento estoico que los animales no están dotados de razón, sino de cierta disposición natural que sería un destello de la razón universal que rige la naturaleza. Orígenes lo usa, al refutar a Celso, a propósito precisamente de la organización social de las abejas: «Tampoco aquí vio Celso la diferencia que va de lo que se ejecuta por razón y cálculo a lo que procede de la naturaleza irracional y de la mera habilidad del instinto» (Contra Celso, IV, 81, trad. D. Ruiz Bueno, Madrid, 2001). <<
[101] Virgilio, Geórgicas, IV, 219-221. <<
[102] Cfr. Plutarco, La inteligencia de los animales, 10, 966d-f. Pero, sobre el ejemplo de la tela de araña, y la idea de que se realiza por disposición natural, sin deliberación alguna, véase Séneca, Cartas a Lucilio, 121, 22-23. <<
[103] Montaigne parece oponerse aquí, ante todo, al planteamiento de Séneca, Cartas a Lucilio, 121, 21-23. Defiende un punto de vista coincidente con el de Plutarco, Grilo, 9, 991f. <<
[104] Cfr. Plinio, VII, «Prefacio», 1. El tópico del ser humano al que la naturaleza habría dejado desnudo e inerme se encuentra ya en Platón, Protágoras, 321c. <<
[105] Plinio, VII, «Prefacio», 2-4. <<
[106] Lucrecio, V, 222-234. <<
[107] En este punto Montaigne coincide con Séneca, Cartas a Lucilio, 90, 18. <<
[108] (a-b) La debilidad de nuestro nacimiento se ve, poco más o menos, en el nacimiento de las demás criaturas. <<
[109] Cfr. el capítulo I, 35. <<
[110] (a-c1) soportarlo: cara, pies, manos, piernas, hombros, cabeza, según la incitación del uso. <<
[111] Plutarco, Licurgo, 16, 4. <<
[112] Lucrecio, V, 1033. <<
[113] Idem, II, 1157-1161. <<
[114] El tópico de la indefensión natural del ser humano es particularmente subrayado por Erasmo en sus obras pacifistas, por ejemplo, en el famoso adagio IV, 1, 1, «Dulce bellum inexpertis» [La guerra es dulce para quienes no la han experimentado]. <<
[115] Cfr. Plutarco, La inteligencia de los animales, 10, 966c-d. <<
[116] Plantea la misma situación el médico Laurent Joubert, Erreurs populaires, Burdeos, 1579, p. 580; cfr. también Pedro Mexía, Silva de varia lección, I, 25 (que evoca a Heródoto, II, 2, 2-5). <<
[117] Cfr. Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos, I, 14, 75. <<
[118] Dante, Purgatorio, 26, 34-36 (la cita está tomada de Benedetto-Varchi, Hercolano, f. 96). <<
[119] Cfr. Lactancio, Instituciones divinas, III, 10 (alusión tomada también del Hercolano de Varchi, f. 96). <<
[120] Aristóteles, Historia de los animales, IV, 9, 536b (cfr. L. Joubert, Erreurs, p. 580). <<
[121] Lucrecio, V, 1078, 1081, 1083-1084. <<
[122] El sabio es Salomón; cfr, Eclesiastés 9, 3 y, sobre todo, 3, 19: «Porque una misma es la suerte de los hijos de los hombres y la suerte de las bestias… y no tiene el hombre ventaja sobre la bestia, pues todo es vanidad» (trad. Nácar-Colunga). El Eclesiastés, como se ve, parece contradecir otros pasajes bíblicos (cfr. Génesis 1, 26). Montaigne ya ha citado esta sentencia en I, 35; además la había hecho pintar, en latín, en su biblioteca). <<
[123] Lucrecio, V, 876. <<
[124] Ibidem, 923-924. <<
[125] Plutarco, La inteligencia de los animales, 13, 968f - 969a. <<
[126] Cfr. Orígenes, Contra Celso, IV, 79: «Luego [Celso] se dirige contra la raza de los hombres que se dan cuenta de su propia superioridad sobre los animales irracionales: “A lo que vosotros [los cristianos] decís, que Dios nos ha dado capacidad para cazar a las fieras y para aprovecharnos de ellas a discreción…”» (trad. D. Ruiz Bueno, ligeramente modificada, Madrid, 2001). Celso piensa probablemente en Génesis 1, 26: «Hagamos al hombre… para que domine sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados y sobre todas las bestias de la tierra y sobre cuantos animales se mueven en ella» (cfr. también 9, 2-3). Luego prosigue aduciendo que, en situación natural, son más bien los animales los que apresan y devoran a los seres humanos. <<
[127] Plutarco, Cómo distinguir a un adulador de un amigo, 3, 50d; «climácidas» significaba ‘escaleras’. <<
[128] Está aquí sin duda presente la idea de servidumbre voluntaria expuesta por La Boétie, quien, además, había subrayado el apego de los animales a la libertad: «Los animales, válgame Dios, si los hombres no se hacen demasiado los sordos, les gritan: “¡Viva la libertad!”. Muchos de ellos mueren tan pronto son apresados… Los demás, desde los más grandes hasta los más pequeños, cuando los capturan, se resisten de tal modo con uñas, cuernos, pico y patas, que manifiestan de sobra hasta qué punto estiman lo que pierden…» (La servidumbre voluntaria). <<
[129] Heródoto, V, 5. <<
[130] Justo Lipsio, Saturnalium sermonum libri duo, II, 5 (Lipsio sigue a Petronio, Satiricón, 117). <<
[131] Tibulo, I, 9, 21-22 (cfr. Lipsio, Saturnalium sermonum libri duo, II, 5). <<
[132] Heródoto, IV, 71, 4; IV, 72. <<
[133] Diógenes Laercio, VI, 75. <<
[134] Plutarco, Grilo, 4, 987d. <<
[135] Juvenal, XIV, 74-75, 81-82. <<
[136] Plinio, X, 8, 23. <<
[137] Ibidem; la anécdota tiene lugar en el mar de Azov. <<
[138] Plutarco, La inteligencia de los animales, 27, 978d; cfr. Aristóteles, Historia de los animales, IV, 1, 620b 11 y ss. <<
[139] Cfr. Porfirio, La abstinencia, III, 20, 6, que alude a cocodrilos, ballenas y serpientes. <<
[140] Cfr. Plutarco, Sila, 36, 3-4. <<
[141] Se trata de hierbas curativas. <<
[142] Cfr. Plutarco, La inteligencia de los animales, 20, 974a-d; 14, 970c-d; Grilo, 9, 991f. <<
[143] Idem, La inteligencia de los animales, 13, 969b, y Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos, I, 14, 69; cfr. Porfirio, La abstinencia, III, 6, 3. Para Crisipo, sin embargo, se trata de una mera acción instintiva. <<
[144] El bizantino Jorge Trapezuntio o de Trebisonda (1395-1484) fue un aristotélico que participó en la renovación de la enseñanza de la lógica. <<
[145] Plutarco, La inteligencia de los animales, 19, 972f - 973a. <<
[146] Ibidem, 19, 973e - 974a. <<
[147] Ibidem, 21, 974e. <<
[148] Ibidem, 19, 973a. <<
[149] Ibidem, 20, 974a-b. <<
[150] Ibidem, 19, 973 b; Grilo, 9, 992b-c. Cfr. Aristóteles, Historia de los animales, IV, 9, 536b 17 y ss. <<
[151] Arriano, Historia índica, 14. <<
[152] Plutarco, La inteligencia de los animales, 12, 968b-c. <<
[153] Ibidem, 19, 973b-d. <<
[154] Ibidem, 10, 967a. <<
[155] Ibidem, 10, 967a. <<
[156] Ibidem, 17, 972b. <<
[157] Cfr. el inicio del capítulo 1, 42 (que parte de un pasaje de Plutarco, Grilo, 9, 992e). <<
[158] Plutarco, La inteligencia de los animales, 12, 968d. <<
[159] Ibidem. <<
[160] Montaigne discute el valor militar de la artillería en el capítulo I, 48. <<
[161] Juvenal, XII, 107-110. <<
[162] Francisco López de Gómara, Historia general de las Indias, 44. <<
[163] (a-b) Vivimos, ellos y nosotros, bajo el mismo techo, y respiramos el mismo aire. Existe entre nosotros, salvo el más y el menos, una permanente semejanza. En cierta ocasión <<
[164] El postulado de la uniformidad de la naturaleza a lo largo del tiempo es común a muchos pensadores naturalistas. Véase, por ejemplo, Maquiavelo, Discursos sobre la primera década de Tito Livio, I, «Proemio»; II, «Proemio». Pero aquí Montaigne parece acercarse de modo particular a un pasaje del estoico Marco Aurelio: «Quien ha visto el presente, todo lo ha visto: a saber, cuántas cosas han surgido desde la eternidad y cuántas cosas permanecerán hasta el infinito. Pues todo tiene un mismo origen y un mismo aspecto» (Meditaciones, VI, 37, trad. R. Bach Pellicer, Madrid, 1983). <<
[165] Cfr. «Los caníbales» (I, 30) ad finem, donde Montaigne evoca la presencia en Rouen, ante el rey Carlos IX, en 1562, de un grupo de nativos americanos. <<
[166] Porfirio, La abstinencia, III, 5, 1; cfr. Plutarco, La inteligencia de los animales, 23, 976a. <<
[167] Marcial, IV, 30, 6-7. <<
[168] Plutarco, La inteligencia de los animales, 17, 972b. La religiosidad es privativa del ser humano según Cicerón (Las leyes, I, 8, 24) y según destacados pensadores cristianos como, por ejemplo, Lactancio (Instituciones divinas, III, 10, 1-7; La ira de Dios, VII, 529) o el florentino Marsilio Ficino (De christiana religione, 2; Theologia platonica, XIV, 9). <<
[169] Plutarco, La inteligencia de los animales, II, 967e-f. <<
[170] (a-b) —aunque a su juicio los animales sean incapaces de razón— <<
[171] Cfr. Orígenes, Contra Celso, IV, 84. Celso concede a las hormigas razón y voz para comunicarse; Orígenes se las niega. <<
[172] Plinio, XXXII, 1, 2-5. <<
[173] Plutarco, La inteligencia de los animales, 16, 972a. <<
[174] Ibidem, 27, 978e-f. <<
[175] Cfr. ibidem, 22, 975a; véase también Orígenes, Contra Celso, IV, 88-92, que atribuye la capacidad mántica de las aves a la influencia de ciertos demones malignos. <<
[176] Plutarco, La inteligencia de los animales, 27, 978b-d. <<
[177] Cfr. Orígenes, Contra Celso, IV, 90, que niega que las aves tengan conocimiento de los hechos futuros que les conciernen. <<
[178] (a-b) Pues, en cuanto a nuestros hijos, es muy cierto que, a edad muy temprana, no descubrimos nada de ellos, salvo la forma corporal, que nos permita seleccionarlos. [La anécdota de los perros, en Nemesiano, Cinegéticas, 145-157. Sobre la incertidumbre de los pronósticos hechos sobre los niños, véase I, 25, hacia el inicio]. <<
[179] Un proverbio muy similar se encuentra en la compilación de Gruter (1610-1612). <<
[180] Lucrecio, IV, 1264-1267. <<
[181] Ibidem, 1269-1273. <<
[182] Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos, I, 14, 67-68 (en referencia a los perros). <<
[183] Plutarco, La inteligencia de los animales, 14, 970c. <<
[184] Ibidem; en realidad, la anécdota se refiere a un águila. <<
[185] Idem, Grilo, 6, 989b-c. La división de los deseos es epicúrea (cfr. Diógenes Laercio, X, 127). <<
[186] Plutarco atribuye esta opinión a Epiménides (La cara visible de la luna, 25, 940c). <<
[187] Horacio, Sátiras, I, 2, 69-70. <<
[188] Cfr. Plutarco, Grilo, 6, 989c. <<
[189] Ibidem, 7, 990f. <<
[190] Ibidem, 7, 990f-991a; pero Plutarco niega expresamente que los animales sientan atracción sexual por los humanos. <<
[191] Idem, La inteligencia de los animales, 18, 972d. <<
[192] Ibidem, 18, 972e-f. <<
[193] Cfr. idem, Grilo, 7, 990d; Plutarco niega la existencia de la homosexualidad entre los animales. <<
[194] Opiano, La caza, I, 236-239. Opiano alega el ejemplo de un caballo que se habría suicidado al apercibirse de que, engañado por su amo, había cometido incesto. <<
[195] Ovidio, Metamorfosis, X, 325-328. <<
[196] Plutarco, La inteligencia de los animales, 16, 971a-c. <<
[197] Ibidem, 11, 967f. <<
[198] Ibidem, 11, 968a; cfr. Celso, en Orígenes, Contra Celso, IV, 83. <<
[199] Juvenal, XV, 160-162. <<
[200] Montaigne llama príncipes a las abejas reinas. De los enfrentamientos entre los «reyes» de las abejas habla Virgilio en Geórgicas, IV, 80 y ss. <<
[201] Virgilio, Geórgicas, IV, 67-70 (en referencia a las guerras entre abejas). <<
[202] Lucrecio, II, 325-328. <<
[203] Horacio, Cartas, I, 2, 6-7. <<
[204] Versos atribuidos al emperador Augusto y conservados por Marcial, XI, 21, 3-8. <<
[205] Sólo en dos ocasiones —ésta es la primera— Montaigne se dirige de forma expresa a la persona a la que dedica la «Apología», verosímilmente la cultivada y hermosa Margarita de Valois (1553-1615), a la sazón reina de Navarra. <<
[206] Virgilio, Eneida, VII, 718-722. <<
[207] Ibidem, IV, 404; citado en Séneca, Cuestiones naturales, I, «Prefacio», 10. <<
[208] Cfr. Virgilio, Geórgicas, IV, 86-87, citado enseguida. <<
[209] Cfr. Plutarco, Sertorio, 16, 5-13; en realidad fueron los caracitanos quienes sufrieron la estratagema de Sertorio. <<
[210] Cfr. idem, Eumenes, 16, 10-11 (pero fue Antígono el que sacó provecho de la polvareda levantada); Craso, 25, 5. <<
[211] Virgilio, Geórgicas, IV, 86-87. <<
[212] Jerónimo Osorío, Historia de Portugal, VIII, 19. <<
[213] Plutarco, La inteligencia de los animales, 13, 969c-d <<
[214] Ibidem, 13, 969e. <<
[215] Ibidem, 13, 969e-970b. <<
[216] «Ingratitude» era palabra habitual en el francés de la época; «gratitude», en cambio, era más bien rara. Lo común era hablar de «reconnaissance» (‘reconocimiento’), con un significado más externo y formal. <<
[217] Aulo Gelio, V, 14 (el nombre del esclavo era Androclo). <<
[218] Virgilio, Eneida, XI, 89-90. <<
[219] Plutarco, La inteligencia de los animales, 25, 977c. <<
[220] Ibidem, 31, 980e-981b. <<
[221] Ibidem, 31, 980d-e. <<
[222] Ibidem, 30, 980b. <<
[223] La matemática antigua se solía dividir en cuatro partes: las tres mencionadas en el texto y la música. Para los ejemplos alegados, cfr. ibidem, 29, 979c (y Aristóteles, Historia de los animales, 598b 25); 29, 979f-980a. <<
[224] Plutarco, La inteligencia de los animales, 15, 970f-971a. <<
[225] Arriano, Historia índica, 14. <<
[226] Plutarco, La inteligencia de los animales, 20, 974c-d. <<
[227] En Plutarco, Dios. <<
[228] El dios Apolo. <<
[229] Plutarco, La inteligencia de los animales, 35, 982f-983e. <<
[230] Cfr. santo Tomás de Aquino: «Cognitum est in cognoscente secundum modo cognoscentis» [Lo conocido está en quien conoce según el modo de quien conoce] (Suma teológica, 1, q. 12, art. 4). Pero Montaigne parece parafrasear al propio Sibiuda, que presenta esta concepción en el capítulo 217 de su libro como un argumento para demostrar la naturaleza espiritual del alma humana, y que lo evoca de nuevo en el capítulo 293, en apoyo del dogma de la presencia real del cuerpo de Cristo en el pan consagrado (aquí usando también el ejemplo de la imagen de una gran ciudad). <<
[231] Lucrecio, IV, 987-989. <<
[232] Ibidem, 999 y 991-996. <<
[233] Ibidem, 997, 998 y 1004 (el segundo verso citado es una conjetura del editor Denis Lambin). <<
[234] Sibiuda apunta la superioridad humana en lo que concierne a la belleza en Libro de las criaturas, 99. <<
[235] Propercio, II, 18, 26. <<
[236] F. López de Gómara, Historia de la Conquista de México, 39. <<
[237] Idem, Historia general de las Indias, 119. <<
[238] Gasparo Balbi, Viaggio dell’Indie Orientale, 1590, p. 76. <<
[239] F. López de Gómara, Historia general de las Indias, 79, 93, 94. <<
[240] Plinio, VI, 13, 35. <<
[241] F. López de Gómara, Historia de la Conquista de México, 223. <<
[242] Cfr. Cicerón, La naturaleza de los dioses, I, 10, 24; II, 17, 46; II, 18, 47 (cfr. Platón, Timeo, 33b). El rechazo de los epicúreos a un dios redondo está en los referidos fragmentos de Cicerón: «[Epicuro dice que] no puede entender cómo es un Dios que gira y de figura esférica» (II, 17, 46; trad. Á. Escobar, Madrid, 1999). Pero el término «tragar» (avaler) usado por Montaigne sugiere una posible alusión eucarística. Téngase en cuenta que la sátira protestante contra la presencia corporal de Cristo en el pan consagrado hablaba a veces de la «rodaja» (rondeau) o del «dios redondito» (dieu rondelet). <<
[243] Séneca, Cartas a Lucilio, 124, 22. <<
[244] Ovidio, Metamorfosis, I, 84-86. <<
[245] Se trata, en todo caso, de una prerrogativa que han hecho valer buen número de filósofos hasta llegar a los humanistas del Renacimiento; por ejemplo: Platón, Timeo, 90a-b; Cicerón, La naturaleza de los dioses, II, 56, 140 y Las leyes, I, 9, 26; Lactancio, Instituciones divinas, VII, 9, II; y también Sibiuda, Libro de las criaturas, 99. <<
[246] Cfr. Platón, Timeo, 72e-79a; Cicerón, La naturaleza de los dioses, II, 54-58. <<
[247] Ennio, citado en Cicerón, La naturaleza de los dioses, I, 35, 97. <<
[248] (a-b) es, según dicen los médicos, el cerdo. [Es, al parecer, la opinión de Galeno]. <<
[249] (a-b) Y, dado que el hombre no tenía con qué presentarse desnudo a la vista del mundo, con razón se escondió <<
[250] Ovidio, Los remedios del amor, 429-430. <<
[251] Lucrecio, IV, 1185-1187. <<
[252] Es quizá una referencia a la destinataria del capítulo, seguramente Margarita de Valois, famosa por su belleza y, por otra parte, muy apegada al neoplatonismo. <<
[253] Plutarco, Nociones comunes contra los estoicos, II, 1064a; Plutarco se refiere a la idea estoica de que, para el sabio, es legítimo quitarse la vida para poner fin al sufrimiento que comporta una grave enfermedad. <<
[254] Ibidem, II, 1064a-b; cfr. Odisea, X, 210-243. <<
[255] (a-b) Ser hombres es por tanto toda nuestra perfección. <<
[256] Montaigne remite probablemente a una página muy posterior de este capítulo donde recoge la idea epicúrea de que los dioses tienen forma humana. Puede haber una alusión al dogma cristiano de la Encarnación. <<
[257] Cfr. Cicerón, La naturaleza de los dioses, III, 26, 66; 27, 70. <<
[258] (a-b) como lo hace la filosofía <<
[259] Jenofonte, Recuerdos de Sócrates, I, 4, 12. <<
[260] Cicerón, La naturaleza de los dioses, III, 27, 69. <<
[261] Cfr. Cornelio Agrippa, De incertitudine et uanitate scientiarum declamatio inuectiua, 54 (en referencia al proceso por impiedad que estuvo a punto de sufrir Aristóteles y a su huida de Atenas; cfr. Diógenes Laercio, V, 5). Esta obra de carácter escéptico del célebre Agrippa de Nettesheim (1486-1535), publicada por primera vez en 1526, es una fuente importante de la «Apología». <<
[262] Horacio, Épodos, 8, 17. <<
[263] Juvenal, XIV, 156-158. <<
[264] (b) El saber es aún menos necesario al servicio de la vida que la gloria… <<
[265] (c1) como la belleza <<
[266] Véase una idea semejante en Sibiuda, Libro de las criaturas, 66 y 67. <<
[267] (a-b) nada salvo la obediencia <<
[268] Cfr. Plutarco, Contra Colotes, 30, 1124d (para Plutarco, sin embargo, la filosofía basta para evitar caer en este extremo); la misma alegación vuelve a aparecer más adelante en este mismo capítulo. <<
[269] Cfr. Génesis 2, 15-17: «Tomó, pues, Yavé Dios al hombre, y le puso en el jardín de Edén para que lo cultivase y guardase, y le dio este mandato: “De todos los árboles del paraíso puedes comer, pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comas, porque el día que de él comieres, ciertamente morirás”» (trad. Nácar-Colunga). <<
[270] Para Sibiuda, en cambio, la principal obligación del hombre para con Dios es el amor (Libro de las criaturas, 109). <<
[271] Génesis 3, 5 (citado por C. Agrippa en De incertitudine, I). <<
[272] Cicerón, El bien y el mal supremos, V, 18, 49 (cfr. Homero, Odisea, XII, 184 y ss.). <<
[273] Cfr. san Pablo, Colosenses 2, 8. <<
[274] Horacio, Cartas, I, 1, 106-108. <<
[275] Epicteto, Manual, 6 (tomado de Estobeo, «De cognoscendo seipso»). <<
[276] Plutarco, Nociones comunes contra los estoicos, 18, 1067c. <<
[277] Cicerón, Tusculanas, V, 36, 105 <<
[278] Cfr. ibidem, I, 26, 64 (en referencia a la filosofía). <<
[279] Lucrecio, V, 8-12 (el fragmento forma parte de un famoso elogio dedicado a Epicuro). <<
[280] Según una tradición, Lucrecio habría enloquecido tras beberse un filtro de amor (véase el capítulo II, 2). <<
[281] Cicerón, Académicas, II, 23, 73. <<
[282] Idem, El bien y el mal supremos, II, 13, 40. <<
[283] Plutarco, Nociones comunes contra los estoicos, 33, 1076a. <<
[284] Cfr. Pierre de La Primaudaye, L’Académie française, París, 1579, p. 5, donde aparecen juntas las alusiones a Crisipo y a Séneca. <<
[285] Cicerón, La naturaleza de los dioses, III, 36, 87. <<
[286] Séneca, Cartas a Lucilio, 53, 11-12. <<
[287] Cicerón, Tusculanas, II, 25, 61 (el ejemplo aparece ya en I, 40). <<
[288] (a-b) Esto no es más que viento y palabras. <<
[289] Cicerón, Tusculanas, II, 13, 30. <<
[290] Idem, El bien y el mal supremos, V, 31, 94. <<
[291] Ibidem. <<
[292] Cfr. Diógenes Laercio, IX, 68. Montaigne ya ha referido esta anécdota en I, 40. <<
[293] (a-b) El conocimiento no alivia nuestro sentimiento de los males; nos lo agudiza. <<
[294] Cfr. Hipócrates, Aforismos, I, 3. Montaigne recupera este tema al inicio de II, 23. <<
[295] Cfr. Séneca, Cartas a Lucilio, 13, 10. <<
[296] (a1) Los hombres empeñados en el servicio de las Musas sabrían bien qué decirme. [Sobre los riesgos para la salud del estudio de las letras, véase Marsilio Ficino, Tres libros sobre la vida, I]. <<
[297] Cfr. Jerónimo Osorio, Historia de Portugal, II, 15; una opinión parecida a la de Montaigne, en Jean de Léry, Histoire d’un voyage fait en la terre du Brésil, 8. <<
[298] Sobre la ausencia de religión en los nativos del Brasil, cfr. Jean de Léry, Histoire d’un voyage fait en la terre du Brésil, 16. <<
[299] Cfr. Marsilio Fiemo, Tres libros sobre la vida, 1, 5: «Platón [sostiene] que todos los hombres geniales han solido ser bastante excitables y sometidos al poder del furor… Demócrito, Platón y Aristóteles afirman que algunos melancólicos superan a veces en ingenio a todos los demás hombres en un grado tal que más parecen divinos que humanos» (trad. M. Villanueva Salas, Madrid, 2.006). Ficino remite a Platón, Teeteto, 144a-b. <<
[300] Montaigne se refiere a Torquato Tasso (1544-1595), autor entre otras obras de Aminta (1573) y de Jerusalén liberada (1581). Permaneció encerrado en el Hospital de Santa Ana de Ferrara entre 1579 y 1586 por orden del duque Alfonso II. Montaigne debió de verlo durante su estancia en Ferrara, que tuvo lugar entre el 15 y el 17 de noviembre de 1580 (pero el Diario de viaje no menciona el hecho). <<
[301] Cfr. san Pablo, 1 Corintios 3, 18: «Si alguno entre vosotros cree que es sabio según este siglo, hágase necio para llegar a ser sabio» (trad. Nácar-Colunga). Montaigne utiliza palabras casi idénticas («Y para volvernos sensatos, se nos ha de atontar. Y para aconsejarnos, se nos ha de cegar. Y para mejorarnos, se nos ha de entorpecer») en una variante finalmente descartada del Ejemplar de Burdeos que se encuentra en las primeras páginas del capítulo III, 10, pero allí en un contexto que se refiere a la necesidad de engañar al pueblo por su propio bien: «A menudo es preciso engañar al pueblo para que no se engañe a sí mismo». <<
[302] Una reflexión semejante en el poema latino de Étienne de La Boétie «Ad Michaelem Montanum» (la «sátira latina» mencionada en I, 27), 295-296. <<
[303] Tito Livio, XXX, 21, 6. <<
[304] Étienne de La Boétie, «Ad Michaelem Montanum», 296-300. <<
[305] Es decir, la escuela epicúrea; cfr. Diógenes Laercio, X, 128. <<
[306] Citado por Cicerón, El bien y el mal supremos, 11, 13, 41. <<
[307] La ausencia de dolor. <<
[308] Cicerón, Tusculanas, III, 6, 12. El platónico Crantor defendía no la completa insensibilidad ante el dolor, sino la moderación. <<
[309] Ibidem. <<
[310] Es un principio epicúreo; cfr., por ejemplo, Cicerón, El bien y el mal supremos, I, 17, 57; II, 32, 104-105. <<
[311] Cicerón, Tusculanas, III, 15, 33 (en referencia a Epicuro). <<
[312] Cfr. Dante, Inferno, V, 121-123: «Nessun maggior dolore / che ricordarsi del tempo felice/nella miseria». La idea, que procede de Boecio [Consolación de la filosofía, II, 4, 2), es común; cfr., por ejemplo, Ausiás March, 90, 3-5; edición de Ferraté 2x3: «Tant com major part d’aquell [delit, i. e. deleite] jo sentí, / com és passat, se dobla ma dolor»; cfr. también Torquato Tasso, Aminta, II, 2, 105: «Il ben passato è la presente noia». <<
[313] Cfr. Cicerón, El bien y el mal supremos, II, 32, 104; Tusculanas, III, 16, 35. <<
[314] Verso de Eurípides (de la tragedia perdida Andrómeda) traducido al latín por Cicerón, El bien y el mal supremos, II, 32, 105. <<
[315] Cfr. ibidem, II, 32, 104. <<
[316] Ibidem, I, 17, 57. <<
[317] Ibidem, II, 32, 104. <<
[318] Ibidem, II, 3, 7 (en referencia a Epicuro). <<
[319] Lucrecio, III, 1043-1044. <<
[320] Séneca, Edipo, III, 7, 512 (tomado de J. Lipsio, Políticas, V, 18). <<
[321] Horacio, Cartas, I, 5, 14-15. <<
[322] Cfr. ibidem, II, 2, 128-140; Erasmo recoge la anécdota en el adagio «In nihil sapiendo iucundissima uita» (II, 10, 81) y en Elogio de la locura, 38 (el nombre de Licas parece proceder, sin embargo, del pseudo-aristotélico De mirabilibus auscultanionibus, 31). <<
[323] Horacio, Cartas, II, 2, 138-140, citado en Erasmo, «In nihil sapiendo iucundissima vita» y en Elogio de la locura, 38. <<
[324] Erasmo, «In nihil sapiendo iucundissima vita». <<
[325] Sófocles, Ayax, 554 (citado en Erasmo, «In nihil sapiendo iucundissima vita»; Elogio de la locura, 12) <<
[326] Eclesiastés 1, 18 (también alegado por Erasmo, «In nihil sapiendo iucundissima vita»). <<
[327] (a-b) toda la filosofía consiente <<
[328] Séneca, Cartas a Lucilio, 91, 15. <<
[329] Cicerón, Tusculanas, II, 14, 33. <<
[330] Ibidem, V, 41, 118. <<
[331] «Bibat» se transformaría, con la pronunciación gascona, en «uiuat», de modo que habría que entender: «‘vive’ o ‘vete’». Cfr. Erasmo, Elogio de la locura, 29, y Adagios, I, 10, 47 (el propio Erasmo, justo al final del Elogio, juega con las dos palabras casi homófonas «uiuite, bibite»). <<
[332] Horacio, Cartas, II, 2, 213-216. <<
[333] Lucrecio, III, 1039-1041. <<
[334] Plutarco, Las contradicciones de los estoicos, 14, 1039e (Montaigne cita el verso de Tirteo según la traducción francesa de Amyot). <<
[335] Diógenes Laercio, VI, 86. <<
[336] Cfr. Plutarco, Cómo percibir los propios progresos en la virtud, 5, 77d-e; Séneca, Cartas a Lucilio, 59, 7; 64, 2 y ss. <<
[337] Cfr. Cicerón, Tusculanas, V, 40, 117 (y para el término «ley», V, 41, 118). <<
[338] Montaigne toma la cita de Cornelio Agrippa, De incertitudine, I, p. 5 (pero, en realidad, no corresponde a san Pablo sino a san Agustín, Confesiones, VIII, 8, 19). <<
[339] C. Agrippa, De incertitudine, I, p. 6. <<
[340] Cfr. Plutarco, Licurgo, 16, 10. <<
[341] Ariosto, Orlando furioso, XIV, estancia 84. <<
[342] (a-b) y que no presuma nada de sí misma. <<
[343] Cfr. Génesis 3, 5-6. <<
[344] Estobeo, Sermo «De superbia» (atribuida a Sócrates, es una de las sentencias pintadas en la biblioteca de Montaigne). <<
[345] Platón, Apología de Sócrates, 21-22. <<