[1] Cicerón, en Tusculanas, II, 18, 43, hace derivar «uirtus» de «uir» (‘varón’); Boecio, en Consolación de la filosofía, IV, 7, 19, de «uires» (‘fuerzas’); Cfr. B. Castiglione, El cortesano, IV, 17. <<
[2] Cfr. Séneca, Cartas a Lucilio, 95, 36. <<
[3] Cfr. Diógenes Laercio, IV, 43 (que habla de eunucos, no de capones); Arcesilao no era estoico sino académico. <<
[4] Francisco de Quevedo (1580-1645) cita unas líneas de este pasaje en lo que constituye la primera alusión publicada de un autor español a Montaigne. Quevedo señala: «Severo el señor de Montaña, juzga que en lo verdadero, rígido y robusto no cede la doctrina de Epicuro a la estoica» (Defensa de Epicuro contra la común opinión, 1635; véase la edición moderna de E. Acosta Méndez, Madrid, 1986, pp. 30-33). <<
[5] Cicerón, Cartas familiares, XV, 19, 3. <<
[6] Séneca, Cartas a Lucilio, 13, 3. <<
[7] Era pitagórico; cfr. Diógenes Laercio, VIII, 7. <<
[8] Cfr. Plutarco, El demon de Sócrates, 14, 584a-b. <<
[9] Cfr. idem, Cómo sacar provecho de los enemigos, 8, 90d; Séneca, Cartas a Lucilio, 104, 27. <<
[10] Plutarco, Mario, 29, 8. <<
[11] Cfr. idem, Catón el Joven, 70, 8-10. <<
[12] Cicerón, Tusculanas, I, 30, 74. <<
[13] El bandido es, naturalmente, Julio César. <<
[14] Horacio, Odas, I, 37, 29 (pero en referencia a Cleopatra). <<
[15] Cfr. el capítulo «Catón el Joven» (I, 36). <<
[16] Cicerón, Los deberes, I, 31, 112. <<
[17] Platón, Fedón, 60b. <<
[18] Diógenes Laercio, II, 76. <<
[19] Cfr. Séneca, Cartas a Lucilio, 90, 46: «Eran inocentes [los hombres de la Edad de Oro, según Posidonio] a causa de su ignorancia; en efecto hay mucha diferencia entre no querer o no saber cometer una falta. Desconocían la justicia, la templanza y la fortaleza. De todas estas virtudes ofrecía algún remedo su inculta vida…» (trad. I. Roca Meliá, Madrid, 1989). Véase una crítica de la inocencia de la Edad de Oro en Giordano Bruno, Expulsión de la bestia triunfante, III, 1 (ed. M. A. Granada, Madrid, 1989, pp. 222-229, esp. p. 228). <<
[20] Este tipo de consideraciones sobre la inteligencia y el carácter de los pueblos se remontan a Hipócrates, Aires, aguas y lugares, 12-13, y a Aristóteles, Política, VII, 7, 1327b 19 y ss., entre otros autores antiguos. Por otra parte, cfr. Francesco Guicciardini, Ricordi, 96, que comenta el viejo proverbio según el cual los sabios son temerosos porque conocen todos los peligros. El florentino Jacopo Corbinelli, cortesano en París, preparó la primera edición de los Ricordi en 1576. <<
[21] Virgilio, Eneida, XI, 154-155. <<
[22] Horacio, Sátiras, I, 6, 65-67. <<
[23] Idem, Odas, II, 17, 17-20. <<
[24] Cfr. Diógenes Laercio, VI, 7. <<
[25] Idem, II, 67. <<
[26] Idem, II, 77. <<
[27] Idem, X, 11. Cfr. Cicerón, que se refiere ya a la aparente disparidad entre las opiniones y la conducta en Epicuro y los epicúreos: «¿Acaso no ves el triunfo de la naturaleza en el hecho de que vosotros mismos [los epicúreos], que todo lo referís a vuestro interés y, según decís, al placer, sin embargo realizáis acciones de las que se deduce claramente que no obedecéis al placer, sino al deber, y que es más fuerte la rectitud natural que una doctrina perversa?»; «De tal manera [Epicuro] se refuta a sí mismo y sus escritos son desmentidos por su honradez y su carácter. Pues esa recomendación en favor de los niños, ese recuerdo afectuoso de la amistad, ese apego a los más altos deberes en los últimos momentos, demuestran que es innata en el hombre una probidad desinteresada, no estimulada por los placeres ni provocada por las recompensas de los premios» (El bien y el mal supremos, II, 18, 58 y II, 31, 99; trad. V.-J. Herrero Lorente). Pierre Bayle apoyará precisamente en Epicuro su célebre concepción del ateo virtuoso: «Epicuro, que negaba la providencia y la inmortalidad del alma, es uno de los filósofos antiguos que vivió más ejemplarmente» (Pensées diverses sur la comète, 174; pero cfr. ya, en el siglo XVI, P. Pomponazzi, De immortalitate animae, 14, 64, y G. Cardano, De animorum immortalitate, 2, «Argumenta pro animi immortalitate»). <<
[28] Variante c1 tachada: «como por una inexplicable quintaesencia de nuestro ser natural». <<
[29] Cfr. Juvenal, VIII, 164-165. <<
[30] Cfr. Plutarco, Contradicciones de los estoicos, 27, 1046e; Diógenes Laercio, VII, 125. <<
[31] Cfr. Plutarco, Contradicciones de los estoicos, 27, 1047a. <<
[32] Diógenes Laercio, V, 31; Aristóteles, Ética a Nicómaco, VI, 1, 1144b, 30 y ss. <<
[33] (a-b) merced a la filosofía. [El fisonomista Zopiro habría dictaminado, en efecto, que Sócrates poseía una naturaleza viciosa; el filósofo ateniense lo habría admitido, aunque alegando haberse corregido por medio de la razón (cfr. Cicerón, Tusculanas, IV, 37, 80; El hado, 5, 10). Montaigne vuelve a este asunto en la parte final del capítulo «La fisonomía» (III, 12)]. <<
[34] Cicerón, El hado, 5, 10. <<
[35] Lucrecio, IV, 1106-1107. <<
[36] Cfr. san Agustín, Ciudad de Dios, XIV, 16 (y la nota de Vives, que remite a Cicerón, La vejez, 12, 41). <<
[37] (c1) y más castos que yo <<
[38] Margarita de Navarra, Heptamerón, II, 8. <<
[39] Horacio, Épodos, II, 37-38. <<
[40] (a-b) Esto es un hatajo de piezas sueltas. Me he desviado de mi camino para decir estas cosas sobre la caza. Pero, para regresar a mi asunto [Cfr. el inicio de II, 37]. <<
[41] Sobre el canibalismo que practicaban algunos indígenas americanos, véase el capítulo I, 30. <<
[42] Suetonio, César, 74. <<
[43] (a-b) es fácil adivinar que no pertenecía a la época de la mejor Roma, y que juzga según los ejemplos [Cfr. Suetonio, Vespasiano, 15]. <<
[44] Esta idea, que Montaigne repite en el capítulo II, 27, es una de las que suscitó la atención de la censura del Santo Oficio romano en 1581 (cfr. Diario de viaje, 20 de marzo de 1581). <<
[45] Lucas 12, 4. Jesucristo dirige estas palabras a sus discípulos: «No temáis a los que matan el cuerpo y después de esto no tienen ya más que hacer. Yo os mostraré a quién habéis de temer; temed al que, después de haber dado la muerte, tiene poder para echar en la gehenna» (Lucas 12, 4-5; trad. Nácar-Colunga). <<
[46] Pacuvio, citado por Cicerón, Tusculanas, I, 44, 106. <<
[47] Véase Diario de viaje, 11 de enero de 1581. <<
[48] Plutarco, Máximas de reyes y generales, 173d. <<
[49] Cfr. Heródoto, II, 47; según Heródoto se sacrificaban cerdos a Selene y Dioniso en determinada ocasión, pero sólo los más pobres recurrían a figuras de pasta. <<
[50] (a-c1) tan monstruosas <<
[51] Séneca, Cartas a Lucilio, 90, 45. <<
[52] Virgilio, Eneida, VII, 501-502. <<
[53] Plutarco, Cómo sacar provecho de los enemigos, 9, 91c; Conversaciones de sobremesa, 729 d. <<
[54] Ovidio, Metamorfosis, XV, 106-107. <<
[55] Cfr. Plutarco, La inteligencia de los animales, 1-2, 959c-e. <<
[56] Cfr. ibidem, 2, 959e, que habla de «lo que hay en nuestra naturaleza de asesino y salvaje» (trad. J. Bergua Cavero, Madrid, 2002). <<
[57] Montaigne alude tal νez al Libro de las criaturas (o Teología natural) de Ramón Sibiuda (véase cap. 59), obra traducida por él en 1569. Sin embargo, Sibiuda, al mismo tiempo que recuerda al hombre su parentesco con las restantes criaturas, enfatiza la excelencia y superioridad humana (véase cap. 96 y 99). <<
[58] Sobre las creencias de los druidas galos, que, sin embargo, sólo admitían la transmigración entre cuerpos humanos, cfr., sobre todo, Julio César, Guerra de las Galias, VI, 14. <<
[59] Ovidio, Metamorfosis, XV, 158-159. <<
[60] Claudiano, Contra Rufino, II, 482-484, 491-493. <<
[61] Ovidio, Metamorfosis, XV, 160-161. <<
[62] Cicerón, La naturaleza de los dioses, I, 36, 101. <<
[63] Juvenal, XV, 2-4, 7-8. <<
[64] Cfr. Plutarco, Isis y Osiris, 73, 380e; y 6, 382a-b. <<
[65] Montaigne parece considerar moderadas las opiniones no teológicas: ¿como las de Plutarco, que, sin embargo, en Comer carne (I, 996b-c; II, 997e y ss.), parece aceptar la metempsicosis?, ¿tal vez como las de Sexto Empírico, en Esbozos pirrónicos (I, 62-78)?, ¿o acaso Montaigne piensa en Teofrasto (autor de «opiniones medias y suaves», según II, 12, «filósofo tan delicado, tan modesto, tan sabio», según III, 9), que es alegado por Porfirio en La abstinencia (III, 25, 1-3)? <<
[66] Celso usa la misma imagen en su crítica del cristianismo, según Orígenes, Contra Celso, IV, 78: «Y si alguien nos llamara [a los humanos] reyes de los animales, por el hecho de que nosotros cazamos a los animales irracionales y nos los comemos…» (trad. D. Ruiz Bueno, Madrid, 2001); cfr. Génesis 1, 26 y 28. <<
[67] El respeto a las plantas es un tema presente en Porfirio, La abstinencia, I, 18; I, 21, 2; III, 18, 2. Pero cfr. también Ramón Sibiuda, Libro de las criaturas, 59. <<
[68] Plutarco, Catón el Viejo, 5, 2. Los estoicos negaban que hubiese vínculos de justicia entre humanos y animales (cfr., por ejemplo, Cicerón, El bien y el mal supremos, III, 20, 67); Plutarco discute en otros lugares esta concepción [Comer carne, II, 999a). <<
[69] Plutarco, Catón el Viejo, 5, 3. <<
[70] Diodoro de Sicilia, XIII, 82, 6. <<
[71] Cfr. Heródoto, II, 66, 4; 67; 69, 2. <<
[72] Plutarco, Catón el Viejo, 5, 4. <<
[73] Ibidem, 5, 4. <<
[74] Ibidem, 5, 6. <<