[1] En todas las ediciones de Los ensayos publicadas en vida de Montaigne, y también en el Ejemplar de Burdeos, este capítulo es el número 14 del primer libro. Ignoramos las razones por las cuales es desplazado al número 40 en la edición póstuma de 1595. Se ha especulado que Montaigne, o acaso la editora Marie de Gournay, quiso corroborar que el capítulo «Ventinueve sonetos de La Boétie», mantenido después de 1588, pero con la omisión de los poemas, dejaba de ocupar la plaza central del primer libro (véase el proyecto anunciado al inicio de «La amistad», I, 27). El hecho es, por otra parte, que acaso por error involuntario, tal capítulo nunca había sido numerado como el 29, según le correspondía por su ubicación, sino como el 28. <<
[2] Epicteto, Manual, 5 (Montaigne hizo pintar esta sentencia, que tomó de Estobeo, Sermo 117, en una viga del techo de su biblioteca). Se trata de un principio fundamental en el antiguo estoicismo y también en Séneca (cfr., por ejemplo, Cartas a Lucilio, 71, 21-26). <<
[3] (a-b) a nuestra merced y devoción <<
[4] Aristóteles, Ética a Nicómaco, III, 6, 1115a 26. <<
[5] Cfr. Cicerón, Tusculanas, 49, 118; La vejez, 19, 71. <<
[6] Plinio, VII, 190. <<
[7] Cfr. Séneca, Cartas a Lucilio, 26, 10. <<
[8] (a-b) ¿no la acogen otros con muy distinto semblante? <<
[9] (b) su vileza y facilidad <<
[10] Lucano, IV, 580-581. <<
[11] Cfr. Cicerón, Tusculanas, V, 40, 117; idem, La vejez, 19, 71; Séneca, Cartas a Lucilio, 70, 3. <<
[12] Todos estos ejemplos proceden de Henri Estienne, Apologie pour Hérodote, I, 15. <<
[13] (a-b) a apartarse de sus opiniones, cualesquiera que fueran. <<
[14] Jean Bouchet, Annales d’Aquitaine, IV, 9. <<
[15] (a-b) a renunciar a su oficio <<
[16] Cfr. Bonaventure des Périers, Nouvelles récréations et joyeux devis, «Prefacio». <<
[17] (c1) quemadas vivas <<
[18] Jerónimo Osorio, Historia de Portugal, IV, 12. <<
[19] Plutarco, Bruto, 31, 1-6. <<
[20] Diodoro de Sicilia, XI, 7. <<
[21] El edicto de expulsión de los judíos de Castilla y Aragón se promulgó el 31 de marzo de 1492. Muchos de ellos se dirigieron a Portugal, donde no había aún Inquisición. Sin embargo, en 1497 se les ordenó convertirse al cristianismo (era una condición para el matrimonio entre el rey Manuel e Isabel, hija de los Reyes Católicos). El relato que efectúa aquí Montaigne debe quizá vincularse con el hecho de que su madre, Antoinette de Louppes (López de Villanueva), fue al parecer descendiente de una familia judía originaria de Calatayud (se ha hablado de la familia Paçagon), expulsada primero de España y después de Portugal, y con alguna víctima de la Inquisición entre sus miembros. <<
[22] Variante c1 tachada: «si se obstinaban en no querer ser cristianos». <<
[23] (c1) el mejor historiador latino de nuestros siglos [Jerónimo Osorio, Historia de Portugal, I, 4. Montaigne sigue la versión latina, de 1574, y no la traducción francesa del protestante Simón Goulart, de 1584]. <<
[24] (c1) Dicen [¿Acaso Montaigne utiliza otra fuente además de Osorio?]. <<
[25] Muy distinta es la conclusión de Osorio, que celebra el éxito de la política real: «Los hijos de aquellos, que muchos sospechaban que fingían criminalmente la fe [cristiana], con el uso, la costumbre y la disciplina, y con el olvido del crimen paterno, cultivan santamente la religión de Cristo, y ordenan su vida de acuerdo con sus enseñanzas». <<
[26] Cfr. Bernard du Haillan, Histoire de France, París, 1576, X, p. 511 (Du Haillan estaba emparentado con Montaigne). Las hogueras de cátaros o albigenses fueron frecuentes entre 1210 y 1212. Puede mencionarse la quema de sesenta de ellos por Simón de Montfort en Les Cassès, cerca de Castelnaudary, en 1211. <<
[27] Cicerón, Tusculanas, I, 37, 89. <<
[28] Según nota de Florimond de Raemond en su ejemplar de Los ensayos, Montaigne se refiere al capitán hugonote René de Valzargues, muerto en 1577. <<
[29] Parece tratarse de Séneca; cfr. Cartas a Lucilio, 4, 4; 24, 9 y 11; 70, 19. Véase un pasaje paralelo al final del capítulo. <<
[30] Plutarco, Cómo percibir los propios progresos en la virtud, 11, 82e-f; Diógenes Laercio, IX, 68. <<
[31] Cfr. Ramón Sibiuda, Libro de las criaturas, 66 y 67: «El hombre forma parte del número de las cosas… tiene el deber, por derecho natural, de utilizar todo lo que posee y todo lo que le ha sido otorgado para su utilidad y para su bien, para crecer y mejorar en la medida de lo posible. Y en absoluto ha de utilizarlo en contra de sí mismo… de lo contrario, se opondría a todo el orden del universo y de todas las criaturas…»; «El hombre no ha de emplear su inteligencia para su tristeza y perjuicio, sino para su gozo y consuelo, y para su bien, como lo hacen todas las demás criaturas» (sigo la traducción catalana de J. de Puig i Oliver, Barcelona, 1992). <<
[32] Cicerón, Tusculanas, II, 6, 15. <<
[33] Ibidem, II, 25, 61. <<
[34] Lucrecio, IV, 485. <<
[35] La Boétie, Ad Michaelem Montanum, 273 (el amigo de Montaigne se refiere, sin embargo, al placer carnal). <<
[36] Ovidio, Heroidas, X, 82. <<
[37] (a-b) lo que los sabios temen principalmente en la muerte <<
[38] San Agustín, Ciudad de Dios, I, 11. <<
[39] Séneca, Providencia, 4, 4. <<
[40] Cicerón, El bien y el mal supremos, II, 20, 65. <<
[41] Lucano, IX, 404. <<
[42] Cicerón, El bien y el mal supremos, II, 29, 95 (es una opinión epicúrea). <<
[43] Ibidem, I, 15, 49 (punto de vista epicúreo). <<
[44] (a-b) porque hemos tenido demasiado trato con el cuerpo [cfr. Séneca, Cartas a Lucilio, 78, 10]. <<
[45] Variante c1 tachada: «saca provecho de la mentira y de la verdad indistintamente». <<
[46] Platón, Fedón, 83d. <<
[47] Cfr. Séneca, Cartas a Lucilio, 78, 15 y 17. <<
[48] Cicerón, Tusculanas, II, 23, 54. <<
[49] San Agustín, Ciudad de Dios, I, 10, 2. <<
[50] Cfr. Génesis 3, 16: «A la mujer le dijo [Dios]: “Multiplicaré los trabajos de tus preñeces. Parirás con dolor los hijos…”» (trad. Nácar-Colunga). El tema ya ha surgido en I, 22. <<
[51] Cfr. Plutarco, Licurgo, 14, 3; Máximas de espartanos, 227d. <<
[52] Las falsas egipcias son las gitanas. <<
[53] Plutarco, El amor, 25, 771b. <<
[54] (a-b) porque el robo era un acto de virtud, pero de tal suerte que era más deshonroso que entre nosotros ser sorprendido. <<
[55] Plutarco, Licurgo, 18, 1; cfr. 17, 5. Montaigne retoma el ejemplo en II, 32. <<
[56] Valerio Máximo, III, 3, 1 (pero se trata de un joven macedonio). <<
[57] Cicerón, Tusculanas, II, 14, 34; Plutarco, Licurgo, 18, 2. <<
[58] Cicerón, Tusculanas, V, 27, 77. <<
[59] Ibidem, V, 27, 78. <<
[60] Plutarco, Publícola, 17, 2-6; Tito Livio, II, 12-13; cfr. Séneca, Cartas a Lucilio, 24, 5. <<
[61] Séneca, Cartas a Lucilio, 78, 18. <<
[62] Ibidem. <<
[63] Aulo Gelio, XII, 5, 13. <<
[64] Cicerón, Tusculanas, II, 17, 41. <<
[65] (a) y la apodaban «la señora Despellejada». <<
[66] Cfr. Tibulo, I, 8, 45-46. <<
[67] Es decir, delgado. <<
[68] Cfr. Jacques-Auguste de Thou, Historia, año 1574. Enrique III reinó en Polonia antes que en Francia, entre 1573 y 1574. <<
[69] Los Estados generales de Blois se celebraron en el otoño de 1588. Montaigne estuvo en la Picardía acompañando a Marie de Gournay, a la que había conocido poco antes en París. <<
[70] Guillaume Postel, Histoires des Turcs, París, 1575, p. 228. <<
[71] (a-b) más que suficientes <<
[72] Jean de Joinville, L’histoire et chronique du treschrestien roy S. Loys, 94. <<
[73] Jean Bouchet, Annales d’Aquitaine, III, 2. <<
[74] Cfr., por ejemplo, Paulo Emilio, De rebus gestis Francorum, París, 1550, f. 66c. <<
[75] Montaigne se refiere, en su Diario de viaje (Roma, 23 de marzo de 1581), a los flagelantes como «un enigma que todavía no entiendo bien»: «No sólo no muestran ningún apuro o esfuerzo en esta acción, sino que la hacen con alegría o, por lo menos, con tal despreocupación que los ves charlar de otras cosas, reír, gritar en la calle, correr, saltar…»; «Viendo sus zapatos y pantalones, da la impresión de que son personas de escaso nivel y que se venden por este servicio, al menos la mayoría». <<
[76] Cicerón, Tusculanas, III, 28, 70. <<
[77] La anécdota se refiere, según nota de Florimond de Raemond, al marqués de Trans, Germain-Gaston de Foix (c. 1508-1591), poderoso vecino y protector de Montaigne cuyos tres hijos perecieron al servicio de Enrique de Navarra en la batalla de Moncrabeau, librada en julio de 1587. <<
[78] Cicerón, Tusculanas, III, 28, 71. <<
[79] Plutarco, Máximas de reyes y generales, 174d. <<
[80] Ibidem. <<
[81] Tito Livio, XXXIV, 17, 6. <<
[82] Carlo Borromeo (1538-1584), arzobispo de Milán y cardenal, canonizado en 1610. <<
[83] Probable alusión a Demócrito; cfr. Cicerón, El bien y el mal supremos, V, 29, 87; Aulo Gelio, X, 17, 2-4. <<
[84] Diógenes Laercio, I, 26. <<
[85] Aristipo; cfr. ibidem, II, 77. <<
[86] Séneca, Cartas a Lucilio, 17, 11. <<
[87] Plutarco, César, 5, 8-9. <<
[88] Catulo, IV, 18. <<
[89] Séneca, Los beneficios, VI, 6, 33. <<
[90] Publilio Siro, Mimos, 284 (citado por Justo Lipsio, Políticas, V, 18). <<
[91] Verso de Apio citado en Salustio, Epistula ad Caesarem de república ordinanda, I, 1. <<
[92] Séneca, Cartas a Lucilio, 74, 4. <<
[93] Cfr. idem, La tranquilidad del ánimo, 8, 3. <<
[94] Idem, Cartas a Lucilio, 23, 6. <<
[95] Cfr. Platón, Leyes, I, 631c. <<
[96] Plutarco, Máximas de reyes y generales, 176b-c (en realidad, la anécdota se refiere a Dionisio el Viejo). <<
[97] (b) cuatro o cinco años <<
[98] (b) qué buena fortuna <<
[99] Cicerón, Paradojas de los estoicos, VI, 3, 51. <<
[100] Ibidem, 2, 47. <<
[101] (b) que siempre he considerado la menos excusable <<
[102] Jenofonte, Ciropedia, VIII, 3, 35-50. <<
[103] Según anota Florimond de Raemond, en su ejemplar de Los ensayos, se trata de Antoine Prévost, arzobispo de Burdeos entre 1560 y 1591. <<
[104] Cfr. Séneca, Cartas a Lucilio, 98, 2. <<
[105] Plutarco, La virtud y el vicio, I, 100b-c. <<
[106] Séneca, Cartas a Lucilio, 71, 23. <<
[107] (a-b) no son de suyo ni dolorosas ni difíciles <<
[108] Séneca, Cartas a Lucilio, 71, 24. <<
[109] Cicerón, Tusculanas, II, 22, 52 y 53. <<
[110] (a-b) a darnos esto como respuesta <<
[111] Epicuro, citado por Séneca, Cartas a Lucilio, 12, 10. <<
[112] Quintiliano, VI, 13. Cfr. Séneca, Cartas a Lucilio, 70, 15: «Nadie es desgraciado sino por su culpa. ¿Te agrada? Sigue viviendo. ¿No te agrada? Puedes regresar a tu lugar de origen» (trad. I. Roca, Madrid, 1994). <<
[113] La alternativa entre resistir los males o huir de ellos mediante el suicidio es clásica. Cfr. Cicerón, Tusculanas, V, 41, 118; Idem, El bien y el mal supremos, I, 15, 49; o Séneca, La providencia, 6, 7, que escribe: «La salida está a la vista: si no queréis luchar, podéis huir» (trad. C. Codoñer, Madrid, 1986). Lo que Montaigne plantea aquí no parece muy distinto de las rotundas palabras que anotará en su Diario de viaje, el 24 de agosto de 1581: «No hay otra medicina, otra regla y otra ciencia, para esquivar todos los males que amenazan al hombre por todos lados y a todas horas, sean cuales fueren, que resolverse a soportarlos humanamente o ponerles fin con valentía y rapidez». <<