[1] Cfr. Séneca, La felicidad, 14, 1 (o 13, 5 en otras ediciones): «En la virtud no hay que temer que haya exceso, porque en ella misma está la mesura; no es bueno lo que padece por su propia magnitud» (trad. J. Marías, Madrid, 1981). <<

[2] Horacio, Cartas, I, 6, 15-16. <<

[3] San Pablo, Romanos 12, 3 (es la versión de la Vulgata; la sentencia aparece pintada en las vigas de la biblioteca de Montaigne, como también otra muy cercana, tomada de Eclesiastés 7, 16). El autor de Los ensayos no interpreta este pasaje como una denuncia de la curiosidad, según era habitual en su tiempo, sino con un sentido muy próximo al que tiene Eclesiastés 7, 16 en el capítulo 3 del «Deot» de Maimónides, segunda parte del célebre Libro del conocimiento. El gran filósofo judío ataca en él los excesos ascéticos (con especial referencia, según parece, a los monjes cristianos), y sostiene que uno no debe imponerse más prohibiciones que las previstas en la Ley. Coincidencias ulteriores dan cierta verosimilitud a la posibilidad de que Montaigne se inspire en este texto. <<

[4] Probable referencia al rey Enrique III, famoso por sus excesos penitenciales (habría participado, por ejemplo, en procesiones de flagelantes). <<

[5] Es decir, la primera piedra para emparedarlo; cfr. Diodoro de Sicilia, XI, 45, 6-7; Cornelio Nepote, Pausanias, V, 3. <<

[6] Diodoro de Sicilia, XII, 64, 3. <<

[7] Cfr. Platón, República, VII, 518a. <<

[8] Platón, Gorgias, 484c-d; 486b-c (Calicles dirige su crítica contra Sócrates); cfr. Aulo Gelio, Noches áticas, X, 22, que justifica la posición de Calicles. <<

[9] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, II, II, 154, art. 9 (cfr. Aristóteles, Política, II, I, 15, 1262 a 37). <<

[10] Cfr. Maimónides, Libro de conocimiento, II («Deot»), 5, 4. En todo caso, Montaigne parece haber llevado a la práctica estas ideas. Su amigo F. de Raemond escribe, en efecto: «He oído decir a menudo al autor [Montaigne] que si bien desposó a su mujer lleno de amor, de ardor y de juventud, y ella era muy hermosa y amable, con todo no había gozado nunca con ella sino con el respeto del honor que una esposa requiere, sin haber visto nunca al descubierto más que las manos y la cara, ni siquiera el seno…». <<

[11] (a-b) Tengo por cierto que es mucho más santo abstenerse. <<

[12] Platón, Leyes, VIII, 838e. <<

[13] Guillaume Postel, Histoires orientales et principalement des Turcs, 1575, 11, 1; 11, 5. <<

[14] Francisco López de Gómara, Historia general de las Indias, 46. <<

[15] Plinio, VII, 15. <<

[16] Cfr., por ejemplo, Antonio de Guevara, Epístolas doradas y familiares, II; Ravisius Textor, Officina, I, «Castissimi». <<

[17] Platón, República, III, 390b-c (el poeta es Homero; cfr. Ilíada, XIV, 292-351). <<

[18] Plutarco, Deberes del matrimonio, 16, 140a-b. <<

[19] Idem, Consejos políticos, 13, 808d-e; Máximas de reyes y generales, 192e. <<

[20] Cicerón, Los deberes, I, 40, 144; Plutarco, Pericles, 8, 8. <<

[21] Elio Esparciano, Elio Vero (en Historia Augusta), 5, 11. <<

[22] Eusebio, Historia eclesiástica, IV, 17; Niceforo Calisto, Historia eclesiástica, III, 33. <<

[23] Propercio, III, 7, 32. <<

[24] ¿Quiénes son «nuestros médicos espirituales»? El contexto sugiere que Montaigne se refiere en buena medida al cristianismo. No olvidemos que el propio Cristo se presenta como médico: «[Jesús] dijo: No tienen los sanos necesidad de médico, sino los enfermos» (Mateo 9, 12; trad. Nácar-Colunga). Cfr. también Ramón Sibiuda, Libro de las criaturas, 294, que explica que Cristo, «médico del alma», instituyó la penitencia, «purga molesta y violenta», como «verdadera medicina espiritual» contra el pecado. <<

[25] Cfr. Tácito, Anales, VI, 3. <<

[26] El ruibarbo es una hierba purgante. <<

[27] Es en efecto un aforismo médico tradicional que «Contraria contrariis curantur»; cfr. Hipócrates, Los flatos, I, 33-34: «En pocas palabras, los contrarios son remedios de los contrarios, pues la medicina consiste en dar y quitar: quitar lo que sobra y dar lo que falta. El que mejor hace esto es el mejor médico, y quien más lejos está de ello, más lejos está de la ciencia» (trad. J. A. López Férez, Madrid, 1986; cfr. también otro escrito hipocrático, Aforismos, II, 22). Por otro lado, para Aristóteles ésa es la manera de evitar los extremos y restablecer el término medio en la virtud moral (Ética a Nicómaco, II, 9, 1109b 4-7). <<

[28] El tema de los sacrificios religiosos es tratado también en II, 12. <<

[29] Se trata del istmo de Corinto, conquistado por el sultán otomano Amurat o Murat en 1446; cfr. Nicolás Calcóndila, Historia de la decadencia del Imperio griego, VII, 4. <<

[30] Cfr., por ejemplo, Francisco López de Gómara, Historia general de las Indias, 206. <<

[31] F. López de Gómara, Historia de la conquista de México, 232. <<

[32] Ibidem, 232. <<

[33] Ibidem, 44 (Montaigne sigue una traducción italiana de esta última obra). <<

[34] Cfr. ibidem, 228. <<

[35] Ibidem, 44. <<

[36] Ibidem. Según Gómara, se trataba exactamente de «aves y pan y cerezas». El historiador oficial de Hernán Cortés añade que éste respondió a los embajadores: «Yo e mis compañeros hombres somos». <<