[1] Cicerón, La adivinación, II, 57, 117. En esta página Cicerón atribuye la decadencia del oráculo de Delfos a la disminución de la credulidad humana, y sugiere que su funcionamiento se debió simplemente al artificio de los sacerdotes. <<

[2] Platón, Timeo, 72b. <<

[3] El tripudium era el auspicio que se obtenía por el picoteo de ciertos pollos sagrados (cfr. Cicerón, La adivinación, I, 15, 28; II, 34, 72). <<

[4] Idem, La naturaleza de los dioses, II, 64, 160. <<

[5] Ibidem, 65, 163. <<

[6] Lucano, II, 4-6, 14-15. <<

[7] Cicerón, La naturaleza de los dioses, III, 6, 14. <<

[8] Es decir, en Italia. <<

[9] G. y M. du Bellay, Mémoires, VI, ed. 1569, f. 185. <<

[10] Horacio, Odas, III, 29, 29-32 y 41-45; II, 16, 25-26. <<

[11] Cicerón, La adivinación, I, 6, 10 (es un planteamiento estoico). <<

[12] Pacuvio, Crises, citado en Cicerón, La adivinación, I, 57, 131. <<

[13] Cicerón, La adivinación, II, 23, 50. <<

[14] Platón, República, V, 460a-b; III, 415b-c. <<

[15] Cicerón, La adivinación, II, 59, 121. <<

[16] Idem, La naturaleza de los dioses, III, 37, 89; «que son mucho más numerosos» es un añadido de Montaigne. <<

[17] Idem, La adivinación, I, 3, 5. <<

[18] (b) que yo haya visto <<

[19] Era conocida la afición de Catalina de Médicis a la astrología. El astrólogo Cósimo Ruggieri y el célebre profeta Nostradamus trabajaron para ella. <<

[20] De Joaquín de Fiore (c. 1130 - c. 1201), apodado «el Profeta». <<

[21] Nicolás Calcóndila, Historia de la decadencia del Imperio griego, I, 8. <<

[22] Sobre el recurso de la oscuridad en las profecías, cfr. Cicerón, La adivinación, II, 54, 111. <<

[23] Sobre el demonio de Sócrates, véase por ejemplo Platón, Fedro, 242b-c; Cicerón, La adivinación, I, 54, 122-124 (alegato a favor de la adivinación); y, sobre todo, Plutarco, El demonio de Sócrates, 558c-f. Se solía aducir el ejemplo socrático para confirmar la existencia de demonios, creencia extendidísima en el siglo XVI (baste mencionar la Demonomanía de Jean Bodin, publicada en 1580). Montaigne, como se ve, ofrece una explicación puramente natural del hecho. En la página final de Los ensayos, se lee: «Y nada me resulta más fastidioso para digerir en la vida de Sócrates que sus éxtasis y sus demonerías…». Es curioso, por otra parte, que Diego de Cisneros, que emprendió la traducción castellana de Los ensayos en el siglo XVII, relacione este fragmento con las creencias de los alumbrados. <<