LA EXPERIENCIA
b | Ningún deseo es más natural que el deseo de conocimiento.[1] Probamos todos los medios que nos pueden llevar hasta él. Cuando la razón nos falla, empleamos la experiencia,
c | Ver uarios usus artem experientia fecit:
exemplo monstrante uiam,[2]
[A través de prácticas diversas, la experiencia produjo
el arte, con el ejemplo mostrándonos el camino],
b | que es un medio mucho más débil y más vil. Pero la verdad es una cosa tan grande, que no debemos desdeñar intermediario alguno que pueda conducirnos hasta ella. La razón posee una variedad tal de formas, que no sabemos con cuál quedarnos; la experiencia no posee menos. La consecuencia que pretendemos inferir de la comparación entre acontecimientos es incierta, pues éstos son siempre diferentes. En esta imagen de las cosas ninguna cualidad es tan universal como la diversidad y variedad.[3] Griegos y latinos, y también nosotros, utilizamos, como ejemplo más claro de similitud, el de los huevos. Sin embargo, ha habido hombres, y en particular uno en Delfos, que reconocía signos de diferencia entre los huevos, de suerte que jamás los confundía; c | y, aunque hubiera muchas gallinas, era capaz de juzgar de cuál era el huevo.[4] b | La diferencia se inmiscuye por sí misma en nuestras obras; ningún arte puede alcanzar la similitud. Ni Perrozet ni nadie puede pulir y blanquear con tanto esmero el dorso de sus cartas que no haya jugadores que las distingan sólo con verlas deslizarse por las manos de otro. La semejanza no iguala tanto como la diferencia distingue.[5] c | La naturaleza se ha obligado a no hacer ninguna cosa distinta que no sea diferente.[6]
b | Por eso, no me gusta mucho la opinión de aquel que creía contener la autoridad de los jueces con una multitud de leyes, prescribiéndoles lo que debían hacer.[7] No reparaba en que es tanta la libertad y la amplitud que hay al interpretar las leyes como la que hay al elaborarlas. Y están de broma quienes piensan reducir y atajar nuestros debates remitiéndonos a la expresa palabra de la Biblia.[8] Nuestro espíritu, en efecto, no encuentra un campo menos espacioso al examinar un sentido ajeno que al representar el propio; y como si hubiera menos animosidad y acritud en glosar que en inventar. Vemos cuán grande era su error. Porque en Francia tenemos más leyes que en todo el resto del mundo a la vez, y más de las que se precisarían para regir todos los mundos de Epicuro c | —ut olim flagitiis, sic nunc legibus laboramus[9] [como antes por los crímenes, ahora sufrimos por las leyes]—; b | y, sin embargo, les hemos dejado a los jueces tanto campo para opinar y decidir, que jamás existió libertad tan poderosa y desenfrenada.[10] ¿Qué han conseguido nuestros legisladores distinguiendo cien mil casos y hechos particulares, y asociándoles cien mil leyes? Ese número no guarda proporción alguna con la infinita variedad de las acciones humanas. La multiplicación de nuestras invenciones no alcanzará la variación de los ejemplos.[11] Añadidle cien veces más: aun así, no habrá ningún acontecimiento futuro que encuentre, en ese gran número de miles de casos distinguidos y registrados, ni uno al que pueda unirse y asociarse con tanta exactitud que no reste alguna circunstancia y variación que requiera una distinta consideración al juzgar. La correlación entre nuestras acciones, siempre en perpetuo cambio, y las leyes fijas e inmóviles, es escasa. Las leyes más deseables son las menos numerosas, las más simples y generales; y creo incluso que sería mejor no tener ninguna que tenerlas en el número que nosotros las tenemos.
La naturaleza las otorga siempre más venturosas que las que nos otorgamos nosotros. Así lo atestigua la descripción de la edad de oro de los poetas, y el estado en que vemos vivir a las naciones que no poseen otras.[12] En algunas emplean como únicos jueces de sus causas al primer viajero que cruza sus montañas. Y en otras, el día de mercado, eligen a cualquiera de entre ellos para que resuelva en el acto todos sus procesos.[13] ¿Qué peligro habría en que los más sabios liquidaran así los nuestros, a medida que se presentaran y a ojo, sin obligación de ejemplo ni de consecuencia? Para cada pie, su zapato. El rey Fernando, al enviar colonias a las Indias, proveyó sabiamente que no se llevaran a ningún docto en jurisprudencia, no fuese que los procesos proliferaran en el nuevo mundo, pues se trata de una ciencia que, por naturaleza, genera disputas y división; pensaba, como Platón, que jurisconsultos y médicos son una mala provisión para un país.[14]
¿Por qué nuestro lenguaje común, tan cómodo para cualquier otro uso, deviene oscuro e ininteligible en los contratos y testamentos?, ¿y por qué quien se expresa con tanta claridad, en todo lo que dice y escribe, no encuentra en este terreno manera alguna de declararse que no incurra en la duda y en la contradicción? Sólo porque los príncipes de este arte, aplicándose con particular atención a distinguir palabras solemnes y a formar frases artificiosas, han sopesado tanto cada sílaba, han escrutado tan minuciosamente cada tipo de enlace, que ahí los tenemos enfrascados y enmarañados en una infinidad de figuras, y en divisiones tan menudas que ya no pueden caer bajo ninguna ordenación ni prescripción, ni bajo ninguna comprensión segura. c | Confusum est quidquid usque in puluerem sectum est[15] [Cualquier cosa que se haya dividido hasta reducirla a polvo es confusa]. b | ¿Quién no ha visto a niños que tratan de dividir en cierto número de partes una masa de mercurio? Cuanto más la aprietan y la amasan, y cuanto más se empeñan en someterla a su ley, más irritan la libertad del noble metal: huye de su arte y se desmenuza y desparrama más allá de toda cuenta. Sucede lo mismo; porque, al subdividir estas sutilezas, se enseña a los hombres a acrecentar las dudas; se nos anima a extender y a diversificar las dificultades; se las prolonga, se las esparce. Sembrando las cuestiones y recortándolas, se logra que el mundo fructifique y prolifere en incerteza y en querellas, c | igual que la tierra se hace tanto más fértil cuanto más se desmenuza y cuanto más profundamente se remueve. Difficultatem facit doctrina[16] [La doctrina crea la dificultad]. b | Dudamos sobre Ulpiano, volvemos todavía a dudar sobre Bartolo y Baldo.[17] Había que borrar las trazas de esta innumerable variedad de opiniones, no engalanarse ni llenar la cabeza de la posteridad con ellas.
No sé qué decir al respecto, pero se percibe por experiencia que tantas interpretaciones disipan y quebrantan la verdad. Aristóteles escribió para ser entendido; si no lo consiguió, menos lo conseguirá uno menos hábil y un tercero, que el que se ocupa de su propio pensamiento. Abrimos la materia y la esparcimos, y de este modo la destemplamos; de un asunto hacemos mil, y recaemos, multiplicando y subdividiendo, en los infinitos átomos de Epicuro. Jamás dos hombres juzgaron lo mismo de la misma cosa, y es imposible ver dos opiniones exactamente similares, no ya en hombres distintos, sino en el mismo hombre en momentos distintos. Por lo general, encuentro dudoso aquello que el comentario no se ha dignado tocar. Suelo tropezar más en las partes llanas, como ciertos caballos que conozco, que tropiezan más a menudo cuando el camino es liso.
¿Quién no dirá que las glosas aumentan las dudas y la ignorancia cuando no se ve libro alguno, humano o divino, del que el mundo se ocupe, cuya interpretación ponga fin a las dificultades? El centésimo comentario le remite al siguiente, más arduo y más escabroso de lo que había encontrado el primero. ¿Cuándo se decide entre nosotros: este libro tiene bastante, ya no queda nada que decir? Esto se ve mejor en los pleitos. Se atribuye autoridad de ley a infinitos doctores, a infinitas sentencias y a otras tantas interpretaciones. ¿Encontramos, sin embargo, algún término en la necesidad de interpretar?, ¿se observa algún progreso y avance hacia el reposo?, ¿precisamos menos abogados y jueces que cuando esta masa de derecho se hallaba todavía en su primera infancia? Al contrario, oscurecemos y sepultamos la comprensión; ya no la descubrimos sino a la merced de todas estas cercas y barreras. Los hombres ignoran la enfermedad natural de su espíritu; éste no hace más que huronear y buscar, y se dedica a dar vueltas, a edificar y a enmarañarse incesantemente en su tarea, como nuestros gusanos de seda, y se ahoga en ella. Mus in pice[18] [Un ratón en la pez]. Cree observar de lejos no sé qué apariencia de claridad y de verdad imaginaria; pero, mientras corre, se le cruzan en el camino tantas dificultades, tantos obstáculos y tantas nuevas indagaciones, que lo extravían y embriagan. No de manera muy distinta a lo que les sucedió a los perros de Esopo, que, al descubrir lo que parecía un cuerpo flotando en el mar, como no podían acercarlo, se propusieron beber el agua, secar el paso, y se ahogaron.[19] c | Coincide con esto lo que Crates decía de los escritos de Heráclito: que requerían un lector buen nadador, para que la profundidad y el peso de su doctrina no lo englutieran y ahogaran.[20]
b | Sólo una flaqueza particular nos hace estar contentos con aquello que otros o nosotros mismos hemos encontrado en esta caza de conocimiento; otro más hábil no se dará por satisfecho. Siempre hay sitio para el siguiente, c | incluso para nosotros mismos, b | y camino por otro sitio. Nuestras indagaciones no tienen fin; nuestro fin está en el otro mundo. c | Es un signo propio de espíritu encogido, o de fatiga, que se dé por satisfecho. Ningún espíritu noble se detiene en sí mismo. Nunca deja de pretender, y va más allá de sus fuerzas. Sus impulsos sobrepasan sus actos. Si no se avanza y no se apresura, si no queda acorralado y no sufre un golpe, si no da vueltas, no está vivo más que a medias. b | Sus persecuciones carecen de término y de forma; su alimento es c | la admiración, la caza, b | la ambigüedad. De sobra lo manifestaba Apolo hablándonos siempre de una manera doble, oscura y oblicua, sin darnos alimento, brindándonos sólo ocupación y tarea.[21] Es un movimiento irregular, perpetuo, sin modelo ni objetivo. Sus invenciones se inflaman, se siguen y se producen mutuamente unas a otras.
Ainsi voit-on en un ruisseau coulant,
sans fin l’une eau, après l’autre roulant,
et tout de rang, d’un éternel conduit,
l’une suit l’autre, et l’une l’autre fuit.
Par cette-ci, celle-là est poussée,
et cette-ci, par l’autre est devancée:
toujours l’eau va dans l’eau, et toujours est-ce
même ruisseau, et toujours eau diverse.[22]
[Así vemos en el arroyo que fluye que un agua corre sin tregua tras otra, y sucesivamente, por una dirección eterna, que una sigue a la otra, y una huye de la otra. Ésta empuja a aquélla, y ésta es adelantada por aquélla: el agua va siempre al agua, y el arroyo es siempre el mismo, y el agua es siempre distinta].
Se invierte más trabajo en interpretar las interpretaciones que en interpretar las cosas, y hay más libros sobre libros que sobre cualquier otro asunto. No hacemos sino glosarnos los unos a los otros. c | Por todas partes prolíferan los comentarios; de autores, hay gran escasez. El saber más importante y más famoso de nuestros siglos, ¿no consiste en saber entender a los doctos? ¿No es éste el fin general y último de todos los estudios? Nuestras opiniones se injertan unas en otras. La primera sirve de tronco a la segunda, la segunda a la tercera. De este modo vamos ascendiendo de escalón en escalón. Y eso ocasiona que muchas veces el que más arriba ha ascendido tiene más honor que mérito; en efecto, está subido apenas un grano sobre la espalda del penúltimo.
b | ¡Cuán a menudo, y qué neciamente acaso, he extendido mi libro para hablar de él! c | Neciamente, aunque sólo sea porque debería acordarme de cuanto digo de los demás que hacen esto mismo: que esas miradas tan frecuentes a sus obras prueban que tienen el corazón estremecido por su amor, y que hasta los desdeñosos maltratos con que la golpean no son sino mimos y coqueterías de favor maternal, en conformidad con Aristóteles, para quien el preciarse y el despreciarse surgen a menudo de un similar aire arrogante.[23] Porque mi excusa —que debo tener en esto más libertad que los otros, dado que precisamente escribo sobre mí, y sobre mis escritos, lo mismo que sobre mis restantes acciones; que mi tema se vuelve sobre sí mismo— no sé si todo el mundo la admitirá.
b | He visto en Alemania que Lutero ha dejado tantas o más divisiones y disputas por las dudas sobre sus opiniones de las que concitó acerca de las Sagradas Escrituras.[24] Nuestra discusión es verbal. Pregunto qué es la naturaleza, el placer, el círculo y la sustitución.[25] La pregunta versa sobre palabras, y se responde con lo mismo. Una piedra es un cuerpo. Pero si alguien insiste: «Y ¿cuerpo, qué es?». «Una sustancia». «Y sustancia, ¿qué es?», y así sucesivamente, al final empujaría al que respondiera hasta el extremo de su calepino.[26] Se trueca una palabra por otra palabra distinta, y con frecuencia más desconocida. Sé mejor qué es un hombre de lo que sé qué es un animal, o qué es mortal, o qué es razonable. Para satisfacer una duda, me dan tres; es la cabeza de Hidra.[27] Sócrates preguntó a Menón qué era la virtud: «Hay», replicó Menón, «la virtud del hombre y la de la mujer, la del magistrado y la del particular, la del niño y la del anciano». «¡Éste va bien!», exclamó Sócrates; «buscábamos una virtud, y nos proporcionas un enjambre de ellas».[28] Formulamos una pregunta, nos responden con una colmena.
Así como ningún caso y ninguna forma se parecen del todo a otro, ninguno difiere del otro por entero. c | Ingeniosa mezcla de la naturaleza. Si nuestras caras no fueran similares, no podría distinguirse al hombre del animal; si no fuesen diferentes, no podría distinguirse al hombre del hombre.[29] b | Todas las cosas están unidas por alguna semejanza, todo ejemplo cojea. Y cualquier relación fundada en la experiencia es siempre defectuosa e imperfecta; sin embargo, las comparaciones se unen por algún extremo. Así sirven las leyes, y así se asocian a cada uno de nuestros asuntos, por alguna interpretación desviada, forzada y sesgada.
Dado que las leyes éticas, que miran al deber particular de cada cual en sí mismo, son tan difíciles de fijar, como vemos que lo son, no es extraordinario que las que gobiernan a tantos particulares lo sean aún más. Examinemos la forma de la justicia que nos rige; es una verdadera prueba de la flaqueza humana: hasta tal punto llegan sus contradicciones y sus errores. Lo que nos parece favor y severidad de la justicia, y hay tantas cosas que nos lo parecen que no sé si lo intermedio se encuentra tan a menudo, son partes enfermizas y elementos injustos del cuerpo mismo y de la esencia de la justicia. Unos campesinos acaban de advertirme a toda prisa de que han dejado ahora mismo en un bosque de mi posesión a un hombre magullado por cien golpes, que todavía respira, y que les ha pedido agua por piedad, y ayuda para levantarse. Dicen que no se han atrevido a acercarse a él, y que se han escapado, por miedo a que los alguaciles los atrapen, y, como suele hacerse con quienes son encontrados junto a un hombre asesinado, tengan que rendir cuentas del suceso para su total ruina, al no tener ni capacidad ni dinero para defender su inocencia. ¿Qué podía decirles? No cabe duda de que el deber humanitario los habría puesto en un aprieto.
¿A cuántos inocentes hemos descubierto que han sufrido castigo, quiero decir sin culpa por parte de los jueces?, ¿y a cuántos no hemos descubierto? Esto ha sucedido en mis tiempos. Ciertos hombres son condenados a muerte por un homicidio, con la sentencia, si no pronunciada, al menos decidida y fallada. En ese punto, los oficiales de una corte subalterna vecina advierten a los jueces de que tienen a ciertos prisioneros que confiesan claramente el homicidio y aportan a todo el caso una luz indubitable. Se delibera si, aun así, debe interrumpirse y aplazarse la ejecución de la sentencia fallada contra los primeros. Se considera la novedad del ejemplo, y sus consecuencias, para suspender los juicios; que la condena ha sido aprobada jurídicamente, que los jueces no tienen derecho a arrepentirse. En suma, esos pobres diablos son sacrificados a las fórmulas de la justicia. Filipo o algún otro proveyó a un incoveniente similar de este modo. Había condenado a un hombre a pagarle unas grandes multas a otro, con un juicio pronunciado. Al descubrise la verdad cierto tiempo después, se encontró que había juzgado de manera injusta. La razón de la causa estaba de un lado; la razón de las formas judiciales, del otro. Dio satisfacción en alguna medida a las dos dejando la sentencia como estaba, y compensando con su bolsa el perjuicio sufrido por el condenado.[30] Pero se trataba de una desgracia reparable; los míos fueron irreparablemente colgados. c | ¡Cuántas condenas he visto más criminales que el crimen!
b | Todo esto me hace acordar de estas opiniones antiguas: que quien pretende actuar rectamente en conjunto, se ve obligado a causar daños de detalle, y que quien pretende conseguir hacer justicia en las cosas grandes, debe cometer injusticias en las pequeñas;[31] que la justicia humana está formada con arreglo al modelo de la medicina, según la cual todo lo que es útil es también justo y honesto;[32] y de lo que sostienen los estoicos: que la naturaleza misma vulnera la justicia en la mayor parte de sus obras;[33] c | y de lo que sostienen los cirenaicos: que nada es justo de suyo, que las costumbres y las leyes forman la justicia;[34] y los teodorianos, que consideran justo para el sabio el robo, el sacrilegio, toda suerte de lujuria, si sabe que le resultará provechoso.[35]
b | No hay remedio. Me ocurre como a Alcibíades: si pudiera, jamás me presentaría ante nadie que decida sobre mi cabeza, de suerte que mi honor y mi vida dependieran de la habilidad y del empeño de mi procurador, más que de mi inocencia.[36] Me arriesgaría ante una justicia que me examinara por lo bien hecho, igual que por lo mal hecho, donde tuviera tanto que esperar como que temer. Salir indemne no es pago suficiente para un hombre que hace algo mejor que no cometer falta alguna. Nuestra justicia sólo nos presenta una de sus manos, y más bien la izquierda. No hay nadie que no salga perdiendo.
c | En la China, el gobierno y las artes de cuyo reino, sin tener relación con los nuestros ni conocerlos, superan nuestros ejemplos en muchas cualidades excelentes, y cuya historia me enseña hasta qué punto el mundo es más amplío y más variado de lo que los antiguos y nosotros comprendemos, los magistrados a quienes el príncipe envía a supervisar la situación de sus provincias, tal y como castigan a quienes cometen malversaciones en su cargo, remuneran también con plena generosidad a quienes han hecho una buena gestión, más allá del uso común, y más allá de la necesidad de su deber. Se presentan ante ellos no sólo para protegerse, sino también para adquirir, y no simplemente para ser pagados, sino también para recibir dádivas.[37]
b | A Dios gracias, hasta ahora ningún juez se ha dirigido a mí como juez por causa alguna, ni mía ni ajena, ni criminal ni civil. Ninguna prisión me ha acogido, ni siquiera para pasearme por ella.[38] La imaginación hace que las vea, incluso desde fuera, desagradables. Ansío tanto la libertad que si alguien me prohibiera el acceso a algún rincón de las Indias, viviría de algún modo más infeliz. Y mientras encuentre una tierra o un aire abiertos en otro lugar, no me pudriré en un sitio donde haya de esconderme. ¡Dios mío, qué mal sobrellevaría la condición en la cual veo a tanta gente, clavada en una región de este reino, privada de poder entrar en las principales ciudades y en las cortes, y de usar los caminos públicos, por haber tenido disputas sobre nuestras leyes! Si aquellas a las que sirvo me amenazaran siquiera con la punta de un dedo, me iría en el acto a buscar otras, a cualquier sitio. Toda mi pequeña prudencia en las guerras civiles en las que nos hallamos se aplica a que no interrumpan mi libertad de ir y venir.
Ahora bien, las leyes mantienen su crédito no porque sean justas, sino porque son leyes. Éste es el fundamento místico de su autoridad; no tienen otro. c | Lo cual les conviene mucho. A menudo están hechas por necios, las más de las veces por gente que, por odio a la igualdad, carece de equidad, pero siempre por hombres, autores vanos e inciertos. Nada es tan grave, extensa y habitualmente falible como las leyes. b | Quien las obedezca porque son justas, no las obedece justamente por el motivo correcto. Las francesas ayudan un poco, por su desarreglo y deformidad, al desorden y corrupción que se ve en su aplicación y ejecución. El mandato es tan confuso e incierto, que en cierto modo excusa la desobediencia, y los defectos en la interpretación, la administración y la observancia.
Así pues, por grande que sea el fruto que podemos sacar de la experiencia, difícilmente le será muy útil a nuestra formación la que extraemos de los ejemplos ajenos, si nos aprovechamos tan mal de la nuestra, que nos resulta más familiar, y que sin duda nos basta para instruirnos en lo que necesitamos. Me estudio a mí mismo más que cualquier otro asunto. Ésta es mi metafísica, ésta es mi física:
Qua Deus hanc mundi temperet arte domum,
qua uenit exoriens, qua deficit, unde coactis
cornibus in plenum menstrua luna redit;
unde salo superant uenti, quid flamine captet
Eurus, et in nubes unde perennis aqua.[39]
[Con qué arte gobierna Dios esta residencia del mundo, cómo aparece la luna, cómo desaparece, y cómo se explica que, cada mes, reuniendo sus crecientes, retorne en plenitud; cómo se explica que los vientos dominen el mar, por qué el Euro sorprende con su soplo, y por qué hay agua perenne en las nubes].
c | Sit uentura dies mundi quae subruat arces.[40]
[Si ha de llegar un día que destruya la ciudadela del mundo].
b | Quaerite quos agitat mundi labor.[41]
[Indagad vosotros, que os inquietáis por el trabajo del mundo].
c | En este Universo, me dejo llevar, de manera ignorante y negligente, por la ley general del mundo. La conoceré bastante mientras la sienta. Mi ciencia no puede hacerle cambiar de ruta. No va a variar por mí. Es una locura esperarlo, y una mayor locura inquietarse por ello, puesto que necesariamente es uniforme, general y común. La bondad y la capacidad del gobernante deben librarnos por completo de toda preocupación por el gobierno. Las indagaciones y especulaciones filosóficas sólo sirven para alimentar nuestra curiosidad. Los filósofos, con gran razón, nos remiten a las reglas de la naturaleza, pero éstas nada tienen que ver con tan sublime conocimiento. Las falsifican, y nos presentan su semblante pintado con colores demasiado subidos y sofisticados, de donde surgen tantos retratos diferentes de un objeto tan uniforme. Así como nos ha proveído de pies para andar, también nos ha brindado prudencia para guiarnos en la vida. Prudencia no tan ingeniosa, robusta y pomposa como la inventada por ellos, pero, en proporción, fácil, tranquila y saludable; y que hace muy bien lo que la otra dice, en aquel que tiene la dicha de saber emplearla de modo genuino y ordenado, es decir, natural. Cuanto más simplemente se confía en la naturaleza, más sabiamente se confía en ella. ¡Oh qué dulce y blanda almohada, y qué sana, la ignorancia y la falta de curiosidad, para reposar una cabeza bien formada!
b | Preferiría ser un entendido en mí mismo a serlo c | en Cicerón.[42] b | Con mi experiencia sobre mí me basta para hacerme sabio, si fuese buen estudiante. Quien confía a su memoria el exceso de su cólera pasada, y hasta qué extremo le arrebató esa fiebre, ve la fealdad de tal pasión mejor que en Aristóteles, y concibe un odio más justo por ella. Quien se acuerda de los males que ha sufrido, de aquellos que le han amenazado, de los leves motivos que le han empujado de una situación a otra, se prepara de este modo para los cambios futuros, y para el reconocimiento de su condición. La vida de César no nos ofrece más ejemplo que la nuestra; imperial o común, sigue siendo una vida a la que afectan todos los accidentes humanos. Limitémonos a escuchar nuestra experiencia: nos decimos todo aquello de lo que tenemos necesidad fundamental. Quien recuerda haberse equivocado tantas y tantas veces por culpa de su propio juicio, ¿no es un necio si no empieza a desconfiar de él para siempre? Cuando la razón de otro me demuestra la falsedad de una opinión, más que aprender lo nuevo que me ha dicho, y esta ignorancia particular —sería una escasa adquisición—, aprendo en general mi debilidad y la traición de mi entendimiento; y extraigo de ahí la reforma de todo el conjunto. En todos mis demás errores, hago lo mismo, y experimento con esta regla un gran beneficio para la vida. No miro la especie y el individuo como una piedra en la que hubiera tropezado; aprendo a temer mi andadura en todo, y me aplico a ordenarla. c | Aprender que se ha dicho o cometido una necedad, no es más que eso. Debe aprenderse que uno es sólo un necio, instrucción mucho más amplia e importante. b | Los pasos en falso que mi memoria con tanta frecuencia ha dado, en el momento mismo en que más segura está, no se han perdido inútilmente: por más que ahora me jure y me dé seguridades, me echo a reír; la primera objeción que se opone a su testimonio me deja en suspenso, y no osaría fiarme de ella en una materia grave, ni avalarla en algo que afecte a otro. Y, si no fuera porque lo que yo hago por falta de memoria, los demás lo hacen todavía más a menudo por falta de palabra, en cuestiones de hecho adoptaría siempre la verdad de la boca de otro antes que de la mía. Si cada cual espiara de cerca los efectos y las circunstancias de aquellas pasiones que le dominan, como yo lo he hecho con aquella a la que caí en suerte, las vería venir y atenuaría un poco su ímpetu y su carrera. No siempre nos saltan al cuello de improviso; hay en ellas amenazas y grados:
Fluctus uti primo coepit cum albescere ponto,
paulatim sese tollit mare, et altius undas
erigit, inde imo consurgit ad aethera fundo.[43]
[Así el flujo empieza a blanquearse en la superficie, y poco a poco el mar se hincha, alza las olas cada vez más arriba, y de inmediato se eleva desde el fondo del abismo hasta el éter].
El juicio ocupa en mí un asiento magistral, al menos se esfuerza con todo empeño; deja que mis deseos sigan su curso, el odio como la amistad, incluso la que me profeso a mí mismo, sin alterarse ni corromperse. Si no puede reformar las demás partes según su criterio, al menos no se deja deformar por ellas. Representa su papel por separado.
La advertencia de que todo el mundo se conozca a sí mismo debe tener una gran importancia, puesto que el dios de la ciencia y de la luz la hizo grabar al frente de su templo, como si abarcara todo aquello que había de aconsejarnos.[44] c | Platón dice también que la prudencia no es otra cosa que la ejecución de dicho mandato,[45] y Sócrates lo demuestra detalladamente en Jenofonte.[46] b | Sólo quienes han penetrado en una ciencia determinada perciben sus dificultades y su oscuridad. Porque, también para poder darse cuenta de que se ignora, se requiere cierto grado de inteligencia, y hay que empujar la puerta para saber que la tenemos cerrada. c | Éste es el origen de la sutileza platónica de que nada pueden investigar ni quienes saben, pues ya saben, ni quienes no saben, pues para investigar debe saberse qué se investiga.[47] b | Así, en la de conocerse a sí mismo, el hecho de que todo el mundo se vea tan firme y satisfecho, el hecho de que todo el mundo crea ya ser lo bastante entendido, significa que nadie entiende nada en absoluto, c | como Sócrates enseña a Eutidemo.[48] b | Yo, que no profeso otra cosa, encuentro en ella una profundidad y variedad tan infinita, que mi aprendizaje no saca otro provecho que hacerme sentir cuánto me queda por aprender. Debo a mi flaqueza, tantas veces reconocida, mi inclinación a la modestia, a la obediencia de las creencias que me están prescritas, a una constante frialdad y moderación de opiniones; y el odio a la arrogancia importuna y pendenciera, que se cree y se fía plenamente de sí misma, enemiga mortal de la enseñanza y de la verdad.
Oídles dictar lecciones: presentan cualquier necedad con el mismo estilo con el cual se establecen las religiones y las leyes. c | Nil hoc est turpius quam cognitioni et perceptioni assertionem approbationemque praecurrere[49] [Nada es más torpe que el hecho de que la aserción y la aprobación precedan al conocimiento y a la percepción]. b | Decía Aristarco que antiguamente apenas encontraron a siete sabios en el mundo, y que en sus tiempos apenas encontraban a siete ignorantes.[50] ¿No nos asistiría mayor razón que a él si lo dijéramos en nuestra época? La afirmación y la obstinación son signos claros de estupidez. Éste se habrá dado con la nariz en el suelo cien veces en un día: aquí está con sus espolones, tan decidido y firme como antes. Dirías que después le han infundido un alma nueva, y vigor de entendimiento, y que le ocurre como a ese antiguo hijo de la Tierra que cobraba una nueva entereza y se fortalecía con su caída:
cui, cum tetigere parentem,
iam defecta uigent renouato robore membra.[51]
[cuyos miembros desfallecidos, al contacto con
su madre, cobran fuerza con renovado vigor].
¿Ese testarudo indócil piensa asumir un nuevo espíritu porque asuma una nueva disputa? Acuso a la humana ignorancia por propia experiencia. A mi juicio, es el más seguro partido de la escuela del mundo. Aquellos que no quieran concluirla en ellos por un ejemplo tan vano como el mío o el suyo, que la reconozcan por Sócrates, c | el maestro de los maestros.[52] El filósofo Antístenes decía, en efecto, a sus discípulos: «Vamos, vosotros y yo, a escuchar a Sócrates; ahí seré discípulo con vosotros».[53] Y añadía, defendiendo la opinión de su escuela estoica de que la virtud bastaba para lograr una vida plenamente feliz, y sin necesidad de cosa alguna: «Salvo de la fuerza de Sócrates».[54]
b | La prolongada atención que dedico a examinarme a mí mismo me habitúa a juzgar también a los demás de manera aceptable, y hay pocas cosas de las que hable con más acierto y excusa. Me sucede a menudo que veo y distingo con mayor exactitud las cualidades de mis amigos que ellos mismos. He asombrado a alguno por la pertinencia de mi descripción, y le he dado a conocer a sí mismo. Como me he habituado desde la niñez a mirar mi vida en la ajena, he adquirido una disposición estudiosa en la materia. Y, cuando pienso en ello, dejo escapar pocas cosas a mi alrededor que sean útiles: disposiciones, humores, razonamientos. Lo estudio todo: lo que he de evitar, lo que he de seguir. Así, a mis amigos, les descubro sus tendencias internas por sus manifestaciones; no para reducir la infinita variedad de acciones, tan diversas y tan desligadas, a ciertos géneros y capítulos, ni para distribuir nítidamente mis particiones y divisiones en clases y regiones conocidas:
Sed neque quam multae species, et nomina quae sint,
est numerus.[55]
[Pero no pueden enumerarse las múltiples especies
y los nombres que tienen].
c | Los doctos dividen y denotan sus fantasías de una manera más específica y detallada. Yo, que no veo sino en la medida en que el uso me informa, sin regla, presento las mías en general y a tientas. Como en esto: b | declaro mi opinión con artículos sueltos; es cosa que no puede decirse a la vez y en bloque. La correlación y la conformidad no pueden encontrarse en almas como las nuestras, bajas y comunes. La sabiduría es un edificio sólido y completo, en el cual cada pieza ocupa su rango y lleva su marca. c | Sola sapientia in se tota conuersa est[56] [Sólo la sabiduría está toda encerrada en sí misma]. b | Dejo a los maestros en artes,[57] y no sé si lo consiguen en cosa tan confusa, tan menuda y fortuita, reducir a grupos la infinita variedad de aspectos, y fijar y poner en orden nuestra inconstancia. No sólo me parece difícil asociar nuestras acciones entre sí; también me parece difícil designarlas propiamente, a cada una de ellas, por alguna característica principal, a tal punto son dobles y están formadas por un abigarramiento de colores diversos.
c | Aquello que se señala como raro en el rey Perseo de Macedonia, el hecho de que su espíritu, sin adherirse a condición alguna, errara por todos los géneros de vida, y representara comportamientos tan extremos y tan cambiantes que nadie, ni él mismo ni nadie, sabía qué tipo de hombre era,[58] me parece que conviene poco más o menos a todo el mundo. Y, por encima de todos, he visto a alguno de su estilo a quien esta conclusión se aplicaría todavía más propiamente, creo yo: ninguna posición media, pues se arrastra siempre de un extremo a otro por motivos impredecibles, ninguna especie de camino sin obstáculos y contrariedades extraordinarias, ninguna facultad simple. Hasta tal punto que lo más verosímil que cabrá imaginar un día de él, será que pretendía darse a conocer, y se esforzaba en ello, por ser irreconocible.
b | Se necesitan oídos muy fuertes para oírse juzgar con toda franqueza. Y, dado que son pocos los capaces de soportarlo sin comezón, quienes se arriesgan a intentarlo con nosotros nos muestran un singular acto de amistad. Atreverse a herir y a ofender para aprovechar es, en efecto, amar sanamente. Me parece duro juzgar a alguien en quien las características malas sobrepasan a las buenas. c | Platón prescribe tres cosas a quien quiere examinar el alma de otro: ciencia, benevolencia y audacia.[59]
b | En cierta ocasión me preguntaron para qué habría creído ser bueno si a alguien se le hubiese ocurrido servirse de mí mientras tuve la edad:
Dum melior uires sanguis dabat, aemula necdum
temporibus geminis canebat sparsa senectus.[60]
[Mientras una sangre mejor me daba fuerzas, y la
celosa vejez no me sembraba de blanco ambas sienes].
«Para nada», dije. Y suelo excusarme por no saber hacer nada que me esclavice a otros. Pero habría dicho sus verdades a mi amo, y habría vigilado su comportamiento, si él lo hubiese querido. No en conjunto, por medio de lecciones escolares, que ignoro —y no veo que de ellas surja ninguna verdadera reforma en quienes las saben—, sino observándolo paso a paso, en cualquier oportunidad, y juzgando a ojo, por partes, de una manera simple y natural, mostrándole cómo es según la opinión común, oponiéndome a sus aduladores.
Cualquiera de nosotros valdría menos que los reyes si fuera continuamente corrompido como ellos lo son por esta chusma. ¡Cómo iba a ser de otro modo si Alejandro, gran rey y gran filósofo, no pudo defenderse de ella![61] A mí no me habría faltado fidelidad, juicio y libertad para esto. Sería un oficio sin nombre; de lo contrario, perdería su efecto y su gracia. Y es un papel que no puede corresponder indistintamente a todos. Porque ni siquiera la verdad goza del privilegio de ser empleada en cualquier momento y de cualquier manera: su uso, por muy noble que sea, tiene sus circunscripciones y sus límites. Sucede con frecuencia, dada la condición del mundo, que la sueltan al oído del príncipe, no sólo sin fruto, sino dañina y hasta injustamente. Y no me convencerán de que una santa advertencia no pueda aplicarse de un modo vicioso, y de que el interés de la sustancia no deba muchas veces ceder al interés de la forma. Para tal oficio yo querría a un hombre contento con su fortuna,
Quod sit esse uelit, nihilque malit,[62]
[Que quiera ser lo que es, y no anhele nada más],
y nacido con una fortuna media. Porque, por una parte, no tendría miedo de tocar viva y hondamente el corazón del amo, para no perder así el progreso de su carrera; y, por otra parte, al ser de condición media, tendría más fácil comunicación con toda suerte de gentes. c | Yo lo querría para un hombre solo, porque esparcir el privilegio de tal libertad e intimidad entre muchos generaría una irreverencia perniciosa.[63] Sí, y de éste requeriría sobre todo la fidelidad del silencio.
b | Un rey no es creíble cuando se jacta de su firmeza para esperar el choque con el enemigo, por su gloria, si no puede soportar, para su provecho y mejora, la libertad de las palabras de un amigo, que no producen otra impresión que pellizcarle el oído, quedando el resto de su efecto en sus manos. Ahora bien, ninguna clase de hombres tiene tan gran necesidad como éstos de advertencias verdaderas y libres. Mantienen una vida pública, y se ven obligados a complacer la opinión de tantos espectadores, que, como la costumbre ha sido callarles todo lo que les aparta de su camino, se encuentran, sin darse cuenta, implicados en el odio y la abominación de sus pueblos, por motivos muchas veces que podrían haber podido evitar, sin perjuicio alguno ni siquiera para sus placeres, si alguien les hubiera aconsejado y corregido a tiempo. Sus favoritos suelen mirar más por sí mismos que por su amo; y les va mejor así, pues en verdad la mayoría de las obligaciones de la verdadera amistad sufre, ante el soberano, una dura y peligrosa prueba. De suerte que se requiere no sólo mucho afecto y franqueza, sino también mucho valor.
A fin de cuentas, todo este guisado que emborrono aquí no es sino un registro de los ensayos de mi vida, que es, para la salud interna, bastante ejemplar, si se toma la enseñanza a contrapelo. Pero, en cuanto a la salud corporal, nadie puede ofrecer una experiencia más útil que yo, que la presento pura, en modo alguno corrompida ni alterada por el arte y por la opinión. La experiencia tiene propiamente todas las de ganar cuando se trata de la medicina, donde la razón le cede todo el sitio. Tiberio decía que cualquiera que hubiese vivido veinte años, debía responder de las cosas que le resultaban dañinas o saludables, y saberse gobernar sin medicina.[64] c | Y podía haberlo aprendido de Sócrates, que, aconsejando a sus discípulos con todo empeño, y como estudio importantísimo, el estudio de su salud, añadía que era difícil que un hombre de entendimiento, si prestaba atención a sus ejercicios, a su bebida y a su comida, no distinguiera mejor que cualquier médico lo que le convenía y lo que no.[65] b | Además, la medicina se jacta de tomar siempre la experiencia como piedra de toque de su actuación. Por tanto, Platón estaba en lo cierto al decir que, para ser un verdadero médico, se requeriría que quien lo osara hubiese pasado por todas las enfermedades que pretendía curar, y por todos los avatares y las circunstancias de que debía juzgar.[66] Es razonable que contraigan la sífilis si pretenden saberla curar. En verdad, yo me fiaría de éste. Porque los demás nos guían como quien pinta los mares, los escollos y los puertos, bien sentado, en su mesa, y hace navegar por ella, sin riesgo alguno, el modelo de un barco.[67] Lanzadlo a la acción: no sabe por dónde empezar. Hacen una descripción de nuestras enfermedades semejante a la que da un pregonero que grita que se ha perdido un caballo o un perro, con tal pelo, con tal altura, con tal oreja. Mostrádselo; no por ello lo reconoce.[68]
¡Por Dios, que la medicina me brinde un día una ayuda buena y perceptible, y veréis cómo grito de buena fe!:
Tandem efficaci do manus scientiae![69]
[¡Al fin me rindo a una ciencia eficaz!].
Las artes que prometen mantenernos con salud cuerpo y alma, nos prometen mucho; pero, por lo demás, no hay quien cumpla menos lo que promete. Y, en estos tiempos, quienes profesan estas artes entre nosotros muestran menos sus efectos que cualquier otro hombre. Puede decirse de ellos, a lo sumo, que venden drogas medicinales; pero no puede decirse que sean médicos.[70]
He vivido lo bastante para tomar en cuenta la costumbre que me ha llevado hasta tan lejos. Para quien quiera probarla, la he puesto a prueba, he sido su escanciador.[71] He aquí algunos artículos, tal y como la memoria me los presenta. c | No tengo una forma que no haya ido variando según las circunstancias; pero registro aquellas que más a menudo he visto en curso, las que hasta ahora han ejercido mayor dominio sobre mí. b | Mi forma de vida es similar en la enfermedad y en la salud: el mismo lecho, las mismas horas, los mismos alimentos me valen, y la misma bebida. No añado nada en absoluto, sino la moderación del más y del menos, en conformidad con mi fuerza y apetito. Mi salud es mantener sin estorbo mi estado habitual. ¿Veo que la enfermedad me desaloja de un lado? Si creo a los médicos, me apartarán del otro: y por la fortuna y por el arte, ya me he salido de mi ruta. Nada creo con más certeza que esto: que el uso de aquellas cosas a las que he estado habituado durante tanto tiempo no puede perjudicarme.
La costumbre tiene la potestad de dar forma a nuestra vida a su antojo; lo puede todo en esto. Es el brebaje de Circe, que diversifica nuestra naturaleza a su arbitrio. ¡Cuántas naciones, y a tres pasos de nosotros, estiman ridículo el temor al relente, que nos perjudica de manera tan manifiesta!; y nuestros barqueros y nuestros campesinos se burlan de ello. A un alemán lo enfermas acostándolo en un colchón, como a un italiano sobre la pluma, y a un francés sin cortina y sin fuego. El estómago de un español no tolera nuestra forma de comer, ni el nuestro beber al estilo suizo.
Un alemán me complació, en Augsburgo, atacando la incomodidad de nuestros hogares, con el mismo argumento del que nos solemos servir para condenar sus estufas.[72] Porque, a decir verdad, este calor estancado, y, además, el olor de la materia recalentada de que están compuestas, marea a la mayoría de quienes no están acostumbrados; a mí, no. Pero, por lo demás, al tratarse de un calor uniforme, constante y general, sin brillo, sin humo, sin el viento que entra por la abertura de nuestras chimeneas, puede compararse muy bien con el nuestro en lo restante. ¿Acaso no imitamos la arquitectura romana? Se dice, en efecto, que antiguamente en las casas sólo se hacía fuego en el exterior y en el suelo: de ahí el calor se infundía a toda la casa, a través de ciertos tubos practicados en el grueso del muro, que iban abarcando los lugares que debían ser caldeados. Lo he visto claramente explicado, no sé dónde, en Séneca.[73] Aquél, tras oírme alabar las ventajas y las bellezas de su ciudad, que ciertamente lo merece, empezó a compadecerme por que tuviera que marcharme de ella. Y uno de los primeros inconvenientes que me alegó, fue la pesadez de cabeza que me producirían las chimeneas en los demás sitios. Había oído formular esta queja a alguien, y nos la atribuía, privado como estaba por la costumbre de percibirla en su casa. Todo calor que venga del fuego me debilita y me entorpece. Sin embargo, decía Eveno que el fuego era el mejor condimento de la vida.[74] Por mi parte, prefiero cualquier otra manera de escapar al frío. Tememos los vinos del fondo del barril; en Portugal este aroma hace las delicias y es bebida de príncipes. En suma, cada nación posee numerosas costumbres y modas que son no sólo desconocidas, sino salvajes y milagrosas para cualquier otra nación.
¿Qué haremos con este pueblo que sólo hace caso de los testimonios impresos, que no cree a los hombres si no aparecen en un libro, ni la verdad si no tiene una edad conveniente? c | Conferimos dignidad a nuestras sandeces cuando las entregamos a la imprenta. b | Para él tiene un peso muy distinto decir «lo he leído», que si dices «lo he oído decir». Pero yo, que no rehúso creer en la boca más que en la mano de los hombres, y que no ignoro que se escribe con la misma insensatez con que se habla, y que considero este siglo igual que otro pasado, alego de tan buena gana a un amigo mío como a Aulo Gelio y a Macrobio, y lo que yo he visto como lo que ellos han escrito. c | Y, lo mismo que sostienen que la virtud no es más grande porque sea más larga,[75] considero que la verdad no es más sabia porque sea más vieja. b | Digo a menudo que es pura necedad lo que nos hace correr tras los ejemplos ajenos y escolares. Su fertilidad es la misma en este momento que en tiempos de Homero y de Platón. Pero ¿no es cierto que buscamos más el honor de la alegación que la verdad del razonamiento? Como si fuese mejor tomar prestadas nuestras pruebas del taller de Vascosan o de Plantino[76] que de aquello que se ve en nuestro pueblo. O bien, ciertamente, acaso carecemos del ingenio suficiente para escrutar y para hacer valer lo que sucede ante nosotros, y para juzgarlo con suficiente viveza de modo que pueda convertirse en ejemplo. Porque, si decimos que nos falta la autoridad para dar fe a nuestro testimonio, incurrimos en un error. Pues, a mi juicio, de las cosas más ordinarias y más comunes y conocidas, si supiéramos encontrarles la luz, pueden formarse los mayores milagros de la naturaleza y los más extraordinarios ejemplos, en particular a propósito de las acciones humanas.
Ahora bien, con respecto a mi asunto, dejando los ejemplos que sé por los libros, c | y lo que dice Aristóteles de Andrón de Argos, que atravesaba los áridos desiertos de Libia sin beber nada,[77] b | un gentilhombre que ha desempeñado dignamente numerosos cargos dijo en mi presencia que en pleno verano había ido de Madrid a Lisboa sin beber.[78] Se encuentra lleno de vigor para su edad, y su manera de vivir no tiene nada de extraordinario, salvo que resiste dos o tres meses, incluso un año, eso me ha dicho, sin beber. Siente sed, pero la deja pasar, y considera que es un deseo que languidece fácilmente por sí mismo; y bebe más por capricho que por necesidad o por placer.
He aquí otro ejemplo. No hace mucho me encontré a uno de los hombres más doctos de Francia, entre aquellos que no son de mediocre fortuna, estudiando en el rincón de una sala que le habían cerrado con tapicería; y, a su alrededor, el alboroto desenfrenado de sus criados. Me dijo, c | y Séneca dice casi lo mismo que él,[79] b | que sacaba partido de este estruendo, como si, golpeado por el ruido, se replegara y encerrara más en sí mismo para la contemplación, y como si la tempestad de voces rechazara sus pensamientos hacia su interior. Siendo alumno en Padua, tuvo durante tanto tiempo su estudio expuesto al impacto de los carruajes y del tumulto de la plaza, que se acostumbró no sólo a despreciarlo, sino incluso a aprovecharse del ruido para sus estudios. c | Sócrates respondió a Alcibíades, asombrado de que pudiera soportar el continuo estrépito del genio de su mujer: «Como los que están acostumbrados al sonido ordinario de las norias al subir el agua».[80] b | Yo soy del todo contrario: tengo el espíritu tierno y propenso a echar a volar. Cuando está ocupado en sí mismo, el mínimo zumbido de mosca lo mata.
c | En su juventud, Séneca, que se había aficionado con vehemencia, según el ejemplo de Sextio, a no comer nada que hubiera sufrido muerte, se abstenía durante un año entero con placer, según dice. Y lo dejó solamente para que nadie sospechase que adoptaba tal regla de ciertas nuevas religiones que la difundían. Al mismo tiempo, asumió los preceptos de Átalo de no acostarse sobre colchones que se hundieran, y siguió utilizando hasta la vejez los que no cedían al peso del cuerpo.[81] Lo que la costumbre de su época le lleva a tomar por dureza, la nuestra nos lo hace considerar blandura.
b | Fijaos en la diferencia de vida entre mis peones y yo: nada hay en los escitas y en los indios más alejado de mi capacidad y de mi forma. Tengo la experiencia de haber retirado niños de la mendicidad, para emplearlos, que me han dejado al poco tiempo, y mi cocina y su librea, simplemente para volver a su vida anterior. Y encontré a uno, que estaba después cogiendo caracoles en medio de las inmundicias para comer, al que ni con ruegos ni con amenazas pude apartar del sabor y de la dulzura que hallaba en la indigencia. Los mendigos tienen sus magnificencias y sus placeres, como los ricos, y, según se dice, sus dignidades y órdenes políticos. Son efectos de la costumbre. Ésta puede llevarnos no sólo a la forma que se le antoje —por eso, dicen los sabios, hemos de adherirnos a la mejor, que ella nos facilitará de inmediato—,[82] sino también al cambio y a la variación, lo cual es el más noble y el más útil de sus aprendizajes. La mejor de mis disposiciones corporales es ser dúctil y poco obstinado. Poseo inclinaciones más propias y ordinarias, y más agradables que otras. Pero, con muy poco esfuerzo, me aparto de ellas, y me deslizo fácilmente hacía la forma contraria. Un joven debe confundir sus reglas para despertar su vigor, evitar que éste se enmohezca y acobarde. Y no existe forma de vida tan necia y tan débil como aquella que se gobierna por mandato y disciplina:
Ad primum lapidem uectari cum placet, hora
sumitur ex libro; si prurit frictus ocelli
angulus, inspecta genesi collyria quaerit.[83]
[Si tiene ganas de desplazarse hasta el primer miliario, consulta la hora en el libro; si le pica el rabillo del ojo que se ha frotado, pide colirios tras mirar su horóscopo].
De creerme a mí, se entregará con frecuencia incluso a los excesos. De lo contrario, el menor desenfreno lo echa a perder; se vuelve incómodo y desagradable en el trato social. La característica más contraria a un hombre honesto es la delicadeza y la obligación a cierta manera particular. Y es particular si no es flexible y dúctil. Es vergonzoso dejar de hacer por impotencia, o no atreverse a hacer, aquello que se ve hacer a los compañeros. Que tales gentes guarden su cocina. En todos los demás casos es indecoroso; pero, en un militar, que, como decía Filopemen, debe acostumbrarse a toda variedad y diferencia de vida,[84] es vicioso e insoportable.
Aunque me hayan educado, en la medida de lo posible, para la libertad y la indiferencia, con todo, por descuido, dado que, con la vejez, me he adherido más a ciertas formas —mi edad no es susceptible de educación, y desde ahora no tiene otro objetivo que conservarse—, la costumbre ha impreso ya en mí, sin que me dé cuenta, hasta tal punto su carácter en ciertas cosas, que llamo excesos a apartarme de ellas. Y no puedo, sin ponerme a prueba, ni dormir de día, ni probar bocado entre comidas, ni desayunar, ni acostarme sin dejar pasar un gran intervalo, c | como de unas tres horas, b | después de la cena, ni engendrar niños sino antes del sueño, ni engendrarlos de pie, ni soportar mi sudor, ni beber agua pura o vino puro, ni permanecer durante mucho tiempo con la cabeza desnuda, ni hacerme cortar el pelo después de comer. Y me costaría tanto prescindir de mis guantes como de mi camisa, y de lavarme al dejar la mesa y al levantarme, y de dosel y de cortinas en mi lecho, como si se tratara de cosas muy necesarias. Comería sin mantel, pero al estilo alemán, sin servilleta blanca, muy incómodamente. Las ensucio más que ellos y que los italianos; y me ayudo poco de la cuchara y del tenedor.[85] Lamento que no se haya seguido una costumbre que he visto empezar por el ejemplo de los reyes: que nos cambiaran la servilleta en cada servicio, como el plato. Sabemos que el rudo soldado Mario, al envejecer, se volvió delicado para la bebida, y no la tomaba más que en su copa particular.[86] Yo me entrego también a cierta clase de vasos, y no me gusta beber en un vaso común, como tampoco de una mano común. Ningún metal me agrada en comparación con una materia clara y transparente. c | Que mis ojos saboreen también, en la medida de sus posibilidades.
b | Debo muchas de tales delicadezas a la costumbre. La naturaleza me ha brindado también, por otra parte, las suyas: como la de no resistir más de dos comidas completas en un día sin sobrecargar mi estómago; ni la absoluta abstinencia de una de las comidas sin llenarme de flatos, secar mi boca, trastornar mi apetito; sufrir cuando estoy mucho rato al relente. En efecto, desde hace algunos años, en las obligaciones militares, cuando toda la noche transcurre en ellas, como suele suceder, al cabo de cinco o seis horas el estómago empieza a molestarme, junto a un violento dolor de cabeza, y no se me hace de día sin vomitar. Así como los demás se van a desayunar, yo me voy a dormir; y, después, estoy tan alegre como antes. Siempre había oído que el relente sólo caía al principio de la noche; pero, al frecuentar estos años pasados, con familiaridad y durante mucho tiempo, a un señor imbuido de la creencia de que el relente es más violento y peligroso cuando el sol declina, una hora o dos antes del ocaso, al cual evita con todo empeño, mientras que desprecia el de la noche, ha estado a punto de infundirme no tanto su razonamiento como su sentimiento.
¿Qué decir del hecho de que hasta la duda y la indagación afectan a nuestra imaginación, y nos cambian? Quienes ceden de inmediato a estas inclinaciones atraen la completa ruina sobre ellos. Y compadezco a muchos gentilhombres que, por la necedad de sus médicos, se han encerrado en plena juventud y firmeza. Sería mejor incluso padecer un catarro que perder para siempre, por falta de costumbre, el trato con la vida común en una acción tan usual.[87] c | ¡Fastidiosa ciencia, que nos prohíbe las horas más dulces del día! b | Extendamos nuestro dominio hasta emplear los últimos medios. Las más de las veces, uno se endurece obstinándose, y corrige su disposición, como hizo César con la epilepsia, a fuerza de despreciarla y de forzarla.[88] Debemos entregarnos a las mejores reglas, pero no someternos a ellas, salvo a aquellas, si hay alguna, en las cuales la obligación y la servidumbre sean útiles.
Y los reyes y los filósofos defecan, y también las damas.[89] Las vidas públicas se deben a la ceremonia; la mía, oscura y privada, goza de toda la dispensa de la naturaleza —soldado y gascón son, además, cualidades un poco proclives a la indiscreción—. Por lo tanto diré de este acto que debe remitirse a ciertas horas prescritas y nocturnas, y que uno ha de forzarse y obligarse, por costumbre, como yo lo he hecho; pero no someterse, como lo he hecho al envejecer, a la preocupación por un sitio y un asiento particularmente cómodo para tal servicio, ni volverlo molesto por su duración y su blandura. Con todo, en los servicios más sucios, ¿no es en cierta medida excusable requerir más cuidado y limpieza? c | Natura homo mundum et elegans animal est[90] [El hombre es por naturaleza un animal limpio y elegante]. De todos los actos naturales es aquel en el cual tolero peor las interrupciones. b | He visto a muchos hombres de guerra incomodados por el desarreglo de su vientre. En cambio, el mío y yo nunca faltamos a la hora de nuestra cita, que es al levantarme, salvo que una violenta ocupación o una enfermedad nos turbe.
Así pues, tal como decía, no se me ocurre de qué otro modo los enfermos pueden estar más seguros que manteniéndose tranquilos en el curso de vida en el cual se han formado y criado. Cualquier cambio aturde y daña. ¿Cómo creer que las castañas puedan perjudicar a un perigordino o a un luquense, y la leche y el queso a los montañeses? Se les prescribe una forma de vida no ya nueva sino contraria: un cambio tal que ni uno sano podría soportar. Ordenadle a un bretón de setenta años que tome agua, encerrad a un marinero en una habitación caliente, prohibid pasear a un lacayo vasco; se les priva de movimiento y, al cabo, de aire y de luz:
An uiuere tanti est?
Cogimur a suetis animum suspendere rebus,
atque, ut uiuamus, uiuere desinimus.
Hos superesse reor, quibus et spirabilis aer,
et lux qua regimur redditur ipsa grauis?[91]
[¿Tanto valor tiene la vida? Nos vemos obligados a mantener el alma lejos de lo acostumbrado, y, para vivir, dejamos de vivir. ¿Debo decir que están aún vivos aquellos a quienes les pesa el aire que respiramos y la luz por la que nos regimos?]
Si no en otra cosa, benefician a los pacientes al menos en esto: los preparan desde bien temprano para la muerte, minándolos poco a poco y recortándoles el uso de la vida.
Sano o enfermo, me he entregado gustosamente a los deseos que me apremiaban. Atribuyo una gran autoridad a mis deseos e inclinaciones. No me agrada curar el mal mediante el mal; detesto aquellos remedios que importunan más que la propia enfermedad. Estar sometido al cólico y haber de abstenerme del placer de comer ostras son dos males a cambio de uno. La enfermedad nos hiere por un lado, la prescripción por el otro. Ya que corremos el riesgo de equivocarnos, mejor que nos arriesguemos en busca del placer. La gente hace todo lo contrario, y no piensa en nada útil que no sea penoso: la facilidad le resulta sospechosa. Mi apetito en muchas cosas se ha acomodado bastante felizmente por sí mismo, y se ha ajustado a la salud de mi estómago. Las salsas amargas y picantes me gustaron mientras fui joven; después, mi estómago se hartó de ellas y el gusto le siguió de inmediato. c | El vino daña a los enfermos: es lo primero de lo que mi boca se harta, y con un hartazgo invencible. b | Cualquier cosa que acojo con desagrado me perjudica, y nada me perjudica de lo que hago con ganas y alegría; jamás me ha infligido daño ninguna acción que me haya sido grata. Y, sin embargo, he relegado a mi placer, muy ampliamente, todo dictamen médico. Y, mientras fui joven,
Quem circumcursans huc atque huc saepe Cupido
fulgebat, crocina splendidus in tunica,[92]
[Cuando muchas veces Cupido, girando en torno
a mí, refulgía espléndido en su túnica amarilla],
me entregué tan licenciosa e irreflexivamente como el que más al deseo que me invadía,
Et militaui non sine gloria,[93]
[Y milité no sin gloria],
más, con todo, en continuidad y en duración que en ímpetu:
Sex me uix memini sustinuisse uices.[94]
[Apenas recuerdo haber llegado a seis].
Tiene algo de infortunado, ciertamente, y de milagroso confesar a qué tierna edad me encontré por primera vez sometido a él. Fue una pura casualidad, pues sucedió mucho antes de tener edad de elegir y de conocer. Mis recuerdos no llegan tan lejos. Y mi fortuna puede ligarse a la de Quartilla, que no recordaba haber sido doncella:[95]
Inde tragus celeresque pili, mirandaque matri
barba meae.[96]
[De ahí los sobacos de macho cabrío, el vello
precoz y la barba que sorprendió a mi madre].
Los médicos suelen someter útilmente sus prescripciones a la violencia de los rudos deseos que les sobrevienen a los enfermos. El gran deseo no puede imaginarse ni tan extraño ni tan vicioso que la naturaleza no se aplique a él. Y, además, ¡cómo cuenta satisfacer a la fantasía! En mi opinión, este elemento es importante en todo, al menos por encima de cualquier otro. Los males más graves y ordinarios son aquellos con que nos carga la fantasía.[97] Esta sentencia española me complace en muchos sentidos: «Defiéndame Dios de mí».[98] Cuando estoy enfermo, me aflige no tener ningún deseo que me proporcione la satisfacción de saciarlo; difícilmente me apartaría de él la medicina. Me ocurre lo mismo cuando estoy sano: apenas veo ya nada que esperar y querer. Es lastimoso estar lánguido y débil hasta para desear.[99]
El arte de la medicina no es tan seguro que nos encontremos sin autoridad, hagamos lo que hagamos. Cambia según los climas y según las lunas, según Fernel y según La Escala.[100] Si a tu médico no le parece bien que duermas, que tomes vino o determinada comida, no te preocupes. Te encontraré otro con una opinión distinta. La variedad de las argumentaciones y de las opiniones médicas abarca toda suerte de formas. He visto a un pobre enfermo reventar y desfallecer de agitación por curarse, y sufrir después las burlas de otro médico que condenaba esta decisión como perniciosa. ¿Acaso no había empleado bien su esfuerzo? Ha muerto hace poco un hombre de este oficio que había empleado una abstinencia extrema para enfrentarse a su dolencia; sus compañeros dicen, por el contrario, que el ayuno le había secado y cocido la arenilla de los riñones.
He observado que, cuando estoy herido o enfermo, el hablar me altera y me daña más que cualquier otro abuso que pueda cometer. Hablar me cuesta y me fatiga, pues tengo una voz potente y forzada; de suerte que, cuando he tenido ocasión de que los grandes me escuchen sobre asuntos graves, he logrado a menudo que se preocuparan de hacérmela moderar. Este relato merece que me desvíe. Alguien, en cierta escuela griega, hablaba fuerte, como yo; el maestro de ceremonias le hizo comunicar que debía bajar la voz: «Que me haga saber el tono», dijo, «en el que quiere que hable». El otro le respondió que tomara el tono de los oídos de aquel a quien hablaba.[101] No le faltaba razón si se entiende: «Habla según la relación que tengas con el oyente». Porque si quiere decir: «Conténtate con que te oiga», o: «Regúlate según él», no me parece que fuera razonable. El tono y la oscilación de la voz expresan y significan de algún modo mi sentido; me corresponde a mí dirigirlos para que me representen. Hay una voz para instruir, otra voz para halagar o para reñir. No quiero sólo que mi voz le alcance, sino acaso que le golpee y que le penetre. Cuando riño a mi lacayo con un tono agrio e hiriente, estaría bien que me dijera: «Amo, habla más bajo, te oigo perfectamente». c | Est quaedam uox ad auditum accommodata, non magnitudine, sed proprietate[102] [Existe un tipo de voz adaptada al oído, no por su volumen, sino por su característica]. b | La mitad de la palabra pertenece a quien habla, la otra mitad a quien la escucha. Éste debe prepararse para recibirla según el impulso que coge. Así, entre los que juegan a pelota, el que la recibe se echa atrás y se prepara según cómo ve moverse al que se la lanza y según la manera en que la golpea.[103]
La experiencia me ha enseñado también que nos perdemos por nuestra falta de paciencia. Las enfermedades tienen su vida y sus límites, c | sus dolencias y su salud. La constitución de las enfermedades se ajusta al modelo de la constitución de los animales. Tienen su fortuna y sus días asignados desde que nacen. El que intenta acortarlas imperiosamente a la fuerza, cuando están siguiendo su curso, las alarga y multiplica, y, en vez de apaciguarlas, las irrita.[104] Yo opino, como Crantor, que uno no debe oponerse obstinada y atolondradamente a los males, ni sucumbir a ellos por blandura, sino ceder de manera natural, con arreglo a su condición y a la nuestra.[105] b | Debe cederse el paso a las enfermedades; y me parece que en mí, que las dejo hacer, se detienen menos. Y he perdido algunas de las que se consideran más obstinadas y tenaces por su propia declinación, sin ayuda y sin arte, y en contra de sus prescripciones. Dejemos hacer un poco a la naturaleza: ella entiende mejor sus asuntos que nosotros. «Pero Fulano murió de esto». «También tú morirás, si no de ese mal, de otro». Y ¿cuántos no han dejado de morir de lo mismo con tres médicos pegados al trasero? El ejemplo es un espejo vago, universal y que admite cualquier sentido. Si es una medicina placentera, acéptala; siempre será un beneficio presente. c | No me detendré ni en el nombre ni en el color, si es deliciosa y apetecible. El placer es una de las principales especies del provecho.
b | He dejado envejecer y morir en mí de muerte natural catarros, accesos de gota, diarreas, palpitaciones del corazón, migrañas y otras dolencias, que he perdido cuando me había medio acostumbrado a vivir con ellas. Se las conjura mejor por medio de la cortesía que retándolas. Hemos de soportar suavemente las leyes de nuestra condición. Estamos hechos para envejecer, para perder fuerzas, para enfermar, pese a toda la medicina. Ésta es la primera lección que los mexicanos dan a sus hijos; al salir del seno de las madres, los saludan así: «Hijo, has venido al mundo para padecer; padece, sufre y cállate».[106]
Es injusto quejarse porque le haya sucedido a alguien lo que puede sucederle a cualquiera. c | Indignare si quid in te inique proprie constitutum est[107] [Indígnate si se ha fijado algo injusto expresamente contra ti]. b | Ved a un anciano que pide a Dios que le conserve la salud íntegra y vigorosa, es decir, que le devuelva a la juventud:
Stulte, quid haec frustra uotis puerilibus optas?[108]
[¡Necio!, ¿para qué formas estos vanos deseos pueriles?].
¿No es una locura? Su condición no lo comporta. c | La gota, la piedra, la indigestión son síntomas de largos años, como el calor, las lluvias y los vientos lo son de largos viajes. Platón no cree que Esculapio se preocupara de tratar mediante regímenes de alargar la vida en un cuerpo estragado y débil, inútil para su país, inútil para su profesión y para producir hijos sanos y robustos, y no encuentra esta preocupación conforme a la justicia y a la prudencia divina, que debe guiarlo todo hacia la utilidad.[109] b | Buen hombre, está hecho: no hay manera de restablecerte; a lo sumo, te harán un revoque y te apuntalarán un poco, c | y alargarán alguna hora tu miseria:
b | Non secus instantem cupiens fulcire ruinam,
diuersis contra nititur obicibus,
donec certa dies, omni compage soluta,
ipsum cum rebus subruat auxilium.[110]
[Así, quien quiere sostener un edificio que amenaza ruina, lo sostiene por medio de varios puntales; hasta el día determinado en que, al descomponerse toda la estructura, los mismos puntales se derrumban con la construcción].
Hemos de aprender a sobrellevar lo que no puede evitarse. Nuestra vida está compuesta, como la armonía del mundo, de elementos contrarios, también de tonos distintos, suaves y duros, agudos y bajos, blandos y graves. ¿Qué pretensión tendría el músico que sólo amara unos? Ha de saber servirse de todos ellos y mezclarlos. Y lo mismo nosotros, con los bienes y los males, que son consustanciales a nuestra vida. Nuestro ser no puede subsistir sin esta mezcla, y un lado es tan necesario como el otro.[111] Tratar de forcejear contra la necesidad natural es remedar la locura de Ctesifonte, que intentó luchar a coces con su mula.[112]
Apenas pido consejo sobre las alteraciones que siento, porque esta gente se vuelve presuntuosa cuando te tiene a su merced. Te hinchan los oídos con sus pronósticos; y si alguna vez me han sorprendido débil por la enfermedad, me han tratado de una manera injusta con sus dogmas y su máscara magistral, amenazándome a veces con grandes dolores, a veces con una muerte inminente. No por ello me sentía abatido ni desquiciado, pero sí golpeado y oprimido; si mi juicio no cambiaba ni se turbaba, al menos se sentía concernido. Lo cual no deja de ser agitación y lucha.
Pero trato a mi imaginación con toda la suavidad de que soy capaz, y la descargaría, si pudiera, de cualquier esfuerzo y conflicto. Hay que ayudarla y halagarla, y engañarla, si se puede. Mi espíritu se acomoda a este servicio. No le faltan razones plausibles en todo. Si persuadiera como predica, me ayudaría felizmente. ¿Os apetece conocer un ejemplo? Asegura que tener cálculos es lo mejor para mí; que a los edificios de mi edad les toca por naturaleza sufrir alguna gotera —es hora de que empiecen a ceder y a resquebrajarse; es una necesidad común, y no se iba a hacer un nuevo milagro por mí; pago de este modo el arriendo debido a la vejez, y no podría tener mejor trato—; que la compañía debe consolarme, pues he caído en el infortunio más habitual entre los hombres de mi tiempo —por todos lados los veo afligidos por la misma especie de mal, y su sociedad me resulta honorable, pues suele atacar más a los grandes: su esencia tiene nobleza y dignidad—; que, entre los hombres que sufren su azote, pocos son los que salen librados con mejor trato, y además pagan el precio de soportar un régimen fastidioso, y la enojosa y diaria administración de las drogas medicinales, mientras que yo sólo lo debo a mi buena fortuna —pues ciertos caldos comunes de eringe[113] y de hierba herniaria, que dos o tres veces he engullido en honor de las damas, que, con más generosidad que acritud tiene mi mal, me ofrecían la mitad del suyo, me han parecido tan fáciles de tomar como inútiles en cuanto a efecto—. Se ven obligados a pagarle mil votos a Esculapio, y otros tantos escudos a su médico por la evacuación de arenilla fácil y abundante que yo consigo a menudo al favor de la naturaleza. c | Ni siquiera el decoro de mi compostura en la compañía usual sufre alteración, y retengo mi orina diez horas, y tanto tiempo como uno sano. b | El temor a esta dolencia, dice, te espantaba mucho más cuando te era desconocida: los gritos y la desesperación de quienes la agrían con su impaciencia te hicieron sentir horror por ella. Es una enfermedad que te golpea los miembros con los que más faltas has cometido; eres un hombre de conciencia:
Quae uenit indigne poena, dolenda uenit.[114]
[Sólo el castigo inmerecido debe dolernos].
Mira este castigo; es muy suave en comparación con otros, y propio de un favor paternal. Mira su tardanza: sólo incomoda y ocupa la estación de tu vida que, en cualquier caso, ya está perdida y es estéril, tras haber permitido la licencia y los deleites de tu juventud, como por transacción. El temor y la piedad que el pueblo experimenta hacia esta enfermedad te sirve como motivo de gloria; cualidad, de la que, si bien tienes el juicio purgado y has curado tu razón, tus amigos, con todo, reconocen aún cierta tintura en tu temperamento. Es agradable oír decir de uno: «¡Vaya fuerza, vaya resistencia!». Te ven sudar por el esfuerzo, palidecer, enrojecer, temblar, vomitar hasta la sangre, sufrir contracciones y convulsiones extrañas, a veces derramar gruesas lágrimas de los ojos, verter unas orinas espesas, negras y pavorosas, o tenerlas detenidas por culpa de una piedra espinosa y erizada que te hiere y araña cruelmente el cuello de la verga, mientras charlas con los presentes con una compostura común, a ratos bufoneas con tus criados, defiendes tu punto de vista en una tensa discusión, mientras excusas de palabra tu dolor y rebajas tu sufrimiento. ¿Te acuerdas de aquella gente de tiempos pasados que perseguía los males con tanto afán para mantener su virtud en vilo y activa? Supón que la naturaleza te conduzca y te empuje hacia esa gloriosa escuela, en la cual jamás habrías entrado por propio gusto.
Si me dices que es una enfermedad peligrosa y mortal, ¿cuáles no lo son? Es, en efecto, un engaño de médicos exceptuar algunas, que, según dicen, no conducen directamente a la muerte. ¿Qué importa si conducen a ella por accidente, y si se deslizan y se desvían fácilmente hacia la vía que nos lleva hasta ella? c | Pero no te mueres porque estés enfermo; te mueres porque estás vivo. La muerte te mata sin ayuda de la enfermedad.[115] Y a algunos las enfermedades los han alejado de la muerte: han vivido más porque les parecía que se estaban muriendo. Además, hay enfermedades, igual que heridas, que son medicinales y saludables. b | A menudo el mal de piedra no es menos vivaz que tú; hay hombres en quienes ha persistido desde la infancia hasta la extrema vejez, y, si éstos no le hubieran abandonado, estaba dispuesto a acompañarlos más allá. Más veces lo matas que te mata él. Y, aunque te presente la imagen de una muerte cercana, ¿no es acaso un buen servicio, para un hombre de esta edad, conducirlo a los pensamientos de su fin? c | Y, lo que es peor, ya no tienes motivo por el que curarte.[116] En cualquier caso, al primer día la necesidad común te llama.
b | Considera con qué habilidad y dulzura te disgusta de la vida y te desprende del mundo: no lo hace forzándote con una sujeción tiránica, como tantas otras dolencias que ves en los viejos, que los mantienen continuamente atrapados, y sin tregua de desfallecimientos y dolores, sino con advertencias y enseñanzas retomadas a intervalos, combinando largas pausas de descanso, como para darte ocasión de meditar y de repetir su lección a tus anchas. Para darte ocasión de juzgar sanamente y de tomar partido como hombre valeroso, te presenta el estado de tu condición íntegra, tanto lo bueno como lo malo, y, el mismo día, una vida a veces muy alegre, a veces insoportable. Si no abrazas la muerte, al menos le tocas la mano una vez al mes. c | Así, tienes más motivos para esperar que te atrape un día sin aviso; y que, dado que te conduce tan a menudo hasta el puerto, confiando en seguir en los términos habituales, una mañana tú y tu confianza crucéis el río inopinadamente. b | No hay por qué lamentarse de las enfermedades que comparten el tiempo lealmente con la salud.
Estoy agradecido a la fortuna por atacarme tan a menudo con la misma clase de armas: me prepara y me instruye con la costumbre, me endurece y me habitúa; en adelante sé más o menos de qué debo librarme. c | A falta de memoria natural forjo una de papel, y cuando le sobreviene un nuevo síntoma a mi enfermedad, lo escribo. Por eso, ahora, tras haber pasado por casi toda suerte de ejemplos, si me amenaza alguna turbación, hojeando estas breves notas, descosidas como hojas sibilinas,[117] no dejo de encontrar consuelo en algún pronóstico favorable de mi experiencia pasada. b | Me sirve también la costumbre para esperar algo mejor en el futuro. En efecto, como el proceso de la evacuación ha sido tan largo, es verosímil que la naturaleza no cambie de curso y no se presente un infortunio peor que el que sufro. Además, la condición de esta enfermedad no se aviene mal con mi temperamento rápido y vivaz. Cuando me ataca con blandura, me da miedo, porque es para mucho tiempo. Pero tiene por naturaleza excesos vigorosos y vivaces. Me zarandea a ultranza por un día o dos. Mis riñones han durado una vida[118] sin alteración; pronto hará otra[119] que han cambiado de estado. Los males tienen su período como los bienes; acaso esta dolencia haya llegado a su fin. La edad debilita el calor de mi estómago; al ser su digestión menos perfecta, remite la materia cruda a mis riñones. ¿Por qué no puede suceder que en alguna revolución se debilite asimismo el calor de mis riñones, y ya no puedan seguir petrificando mi flema, y que la naturaleza se encamine a seguir otra vía de purgación? Los años me han hecho, evidentemente, secar algunas fluxiones. ¿Por qué no las excrecencias que proporcionan la materia a los cálculos?
Además, ¿hay algo que pueda compararse en dulzura a este cambio súbito, cuando paso de un dolor extremo, al evacuar la piedra, a recobrar como si se produjera un relámpago la hermosa luz de la salud, tan libre y tan plena, como sucede en nuestros cólicos repentinos y más violentos? ¿Hay algo en el dolor sufrido que pueda equipararse al placer de una mejora tan rápida? ¡A qué punto la salud me parece más bella tras la enfermedad, tan cercana y tan contigua que las puedo reconocer una en presencia de la otra con su mejor acompañamiento, rivalizando como para hacerse frente y contrarrestarse! Así como los estoicos dicen que los vicios son útilmente introducidos para dar realce a la virtud y respaldarla,[120] nosotros podemos decir, con más razón y con una conjetura menos osada, que la naturaleza nos ha prestado el dolor en honor del placer y de la indolencia y a su servicio. Cuando Sócrates, nada más librarle de los grilletes, sintió la delicia de la comezón que su pesadez le había producido en las piernas, se alegró al considerar la estrecha alianza entre dolor y placer, porque están asociados con un lazo necesario, de manera que se van alternando, y el uno genera el otro; y le proclamaba al buen Esopo que debería haber tomado materia para una bella fábula de esta consideración.[121]
Lo peor que veo en las demás enfermedades es que no son tan graves por su efecto como lo son por sus secuelas. Se necesita un año para recobrarse, siempre lleno de debilidad y de temor. Es tanto el riesgo y son tantos los grados en la vuelta a la salud, que nunca se termina. Antes que te hayan librado del sombrero, y después del gorro, antes que te hayan devuelto el uso del aire, y del vino, y de tu esposa, y de los melones, eres muy afortunado si no has recaído en alguna nueva desgracia. Ésta tiene el privilegio de que se elimina por entero, mientras que las demás dejan siempre alguna huella y alteración que vuelve el cuerpo susceptible de un nuevo mal, y se dan la mano unos a otros. Son excusables los que se contentan con dominarnos, sin extender su dominio ni introducir sus secuelas. Pero, corteses y generosos, lo son aquellos cuyo sufrimiento nos aporta alguna consecuencia útil. Tras mi cólico, me encuentro libre de otras dolencias, más, me parece, de lo que lo estaba antes, y después no he padecido fiebre alguna. Yo argumento que los vómitos extremos y frecuentes que sufro me purgan, y, por otro lado, mis inapetencias y los extraordinarios ayunos que paso digieren mis humores malignos, y la naturaleza evacua en estas piedras lo que tiene de superfluo y nocivo. Que no me digan que es una medicina vendida demasiado cara. En efecto, ¿qué decir de todos esos brebajes apestosos, cauterios, incisiones, sudores, sedales, dietas, y de todas esas formas de curación que a menudo nos traen la muerte porque no podemos resistir su violencia e importunidad? Así, cuando me ataca, la tomo como una medicina; cuando estoy libre, la tomo como una liberación constante y completa.
Éste es otro favor, particular, de mi enfermedad: que, más o menos, representa su papel por su cuenta y me deja representar el mío, o, si no es así, depende sólo de la falta de valor; en su mayor agitación, la he resistido durante diez horas a caballo. Limítate a soportar, no necesitas otro régimen; juega, come, corre, haz esto y haz también aquello, si puedes; tu desenfreno será más útil que nocivo. Dile lo mismo a un sifilítico, a un gotoso, a un herniado. Las demás enfermedades comportan obligaciones más generales, estorban mucho más nuestros actos, alteran todo nuestro orden y hacen estar pendientes de ellas a todo el estado de la vida. Ésta sólo pellizca la piel; te deja el entendimiento y la voluntad a tu disposición, y la lengua, y los pies, y las manos. Te despierta en vez de adormecerte. El ardor de la fiebre golpea el alma, y la epilepsia la abate, y una violenta migraña la descompone, y, en suma, todas las enfermedades que hieren el fondo y las partes más nobles, la aturden. Ésta no la ataca. Si le va mal, ella tiene la culpa; se traiciona a sí misma, se abandona y se desarma. Sólo los insensatos se dejan persuadir de que el cuerpo duro y macizo que se cuece en nuestros riñones pueda disolverse por medio de brebajes; por eso, una vez que se pone en movimiento, no queda sino darle paso; en cualquier caso, lo tomará. Observo, además, la especial ventaja de que es una enfermedad en la que hay poco que adivinar. Nos libramos de la agitación a la que nos precipitan las demás dolencias por la incerteza de sus causas y de sus condiciones y procesos —agitación infinitamente penosa—. No necesitamos consultas ni interpretaciones doctorales: los sentidos nos muestran lo que es, y dónde está.
Con tales argumentos, fuertes y débiles, intento adormecer y entretener mi imaginación, y vendar sus heridas, como hacía Cicerón con el mal de su vejez.[122] Si mañana empeoran, mañana le procuraremos otras escapatorias. c | Como prueba de que es verdad, he aquí después, de nuevo, que los más leves movimientos exprimen la sangre pura de mis riñones. ¿Y qué? No por eso dejo de moverme como antes, ni de galopar tras mis perros con un ardor juvenil e insolente. Y me parece que hago caso omiso de una dolencia tan importante, que no me cuesta sino una sorda pesadez y alteración en esa parte. Es alguna gruesa piedra que comprime y consume la sustancia de mis riñones, y mi vida, que evacúo poco a poco, no sin cierta dulzura natural, como un excremento ya superfluo y molesto. b | Ahora bien, ¿siento que alguna cosa se derrumba? No esperéis que me ponga a examinarme el pulso y las orinas para tener alguna previsión fastidiosa. Me sobrará tiempo para sentir el mal, sin alargarlo con el mal del miedo. c | Quien teme sufrir, sufre ya porque teme. Además, la vacilación y la ignorancia de quienes se dedican a explicar los mecanismos de la naturaleza y sus procesos internos, y tantos falsos pronósticos de su arte, deben avisarnos de que sus medios son infinitamente desconocidos. Hay una gran incertidumbre, variedad y oscuridad en aquello que nos promete o amenaza. Salvo la vejez, que es un signo indubitable de la cercanía de la muerte, de todos los demás infortunios veo pocos signos del futuro en los que podamos fundamentar nuestra adivinación.
b | Sólo me juzgo por lo que siento de verdad, no por lo que razono. ¿Para qué, si no pretendo aportar otra cosa que espera y resistencia? ¿Queréis saber qué gano con esto? Mirad a los que actúan de otro modo y dependen de tantas persuasiones y consejos diferentes: ¡qué a menudo los oprime la imaginación sin el cuerpo! Me he deleitado muchas veces, encontrándome a salvo y libre de estas peligrosas dolencias, en comunicarlas a los médicos como si estuvieran surgiendo en ese momento en mí. Soportaba la sentencia de sus horribles conclusiones con gran facilidad, y quedaba tanto más agradecido a Dios por su generosidad, y más instruido sobre la vanidad de tal arte.
Nada debemos recomendar tanto a la juventud como la actividad y la vigilia. Nuestra vida no es sino movimiento. Me cuesta ponerme en marcha y soy tardío en todo: para levantarme, para acostarme y para las comidas. Por lo que a mí respecta, la mañana no empieza hasta las siete, y, allí donde gobierno yo, no almuerzo antes de las once, ni ceno hasta pasadas las seis. Alguna vez he atribuido la causa de las fiebres y de las enfermedades en que he caído a la pesadez y el entumecimiento que el largo sueño me había producido; y siempre me he arrepentido de volverme a dormir por la mañana. c | Platón aborrece más el dormir en exceso que el beber en exceso.[123] b | Me gusta dormir duro y solo, incluso sin mujer, al estilo real, con bastante abrigo. Nunca me calientan la cama, pero, desde que me he hecho viejo, cuando lo necesito, me dan unos paños para calentar los pies y el estómago. Al gran Escipión le reprocharon que dormía demasiado, no por otra razón, a mi juicio, que a la gente le fastidiaba que fuera el único en quien no había nada digno de reproche.[124] Si me tratan con algún esmero, es antes en el dormir que en ninguna otra cosa; pero cedo c | y me acomodo b | en general, como cualquier otro, a la necesidad. El dormir ha ocupado gran parte de mi vida, y continúa ocupando, a mi edad, ocho o nueve horas de un tirón. Me es útil sustraerme a esta inclinación perezosa, y me va evidentemente mejor. Siento un poco el impacto del cambio, pero termina en tres días. Y apenas veo a nadie que viva con menos cuando es preciso, y que se ejercite con más firmeza, ni a quien los trabajos de la guerra pesen menos. Mi cuerpo es apropiado para una agitación firme, pero no vehemente y súbita. Ahora rehuyo los ejercicios violentos y que me hacen sudar: mis miembros se cansan antes de calentarse. Aguanto de pie un día entero y no me canso de pasear; pero por la calle, c | desde niño, b | sólo me ha gustado montar a caballo; a pie me lleno de barro hasta las nalgas; y la gente pequeña se expone, por las calles, a ser atropellada c | y golpeada con los codos b | por falta de presencia. Y me ha gustado descansar, acostado o sentado, con las piernas tan altas o más que el asiento.
No existe ninguna ocupación tan agradable como la militar. Es una ocupación noble en la ejecución —pues la más fuerte, ilustre y soberbia de todas las virtudes es la valentía— y noble en su causa. No existe servicio ni más justo ni más universal que amparar el reposo y la grandeza del propio país. Nos agrada la compañía de tantos hombres, nobles, jóvenes, activos, la visión habitual de tantos espectáculos trágicos, la libertad del trato sin artificio, y una forma de vida viril y exenta de ceremonia, la variedad de mil acciones diversas, la valerosa armonía de la música militar, que nos alienta y enardece los oídos y el alma, el honor del ejercicio, incluso su rudeza y su dificultad, c | que Platón estima tan leves que en su república hace partícipes de ellas a mujeres y a niños.[125] b | Nos invitamos a los papeles y a los riesgos particulares según como juzgamos su brillo y su importancia, c | soldados voluntarios, b | y vemos cuándo es excusable emplear la vida misma:
pulchrumque mori succurrit in armis.[126]
[y morir con las armas me parece hermoso].
Temer los riesgos generales que afectan a tan gran multitud, no osar lo que tantas clases de almas osan, c | y todo un pueblo, b | es propio de un ánimo desmedidamente blando y vil. La compañía da seguridad hasta a los niños. Si otros nos superan en ciencia, en gracia, en fuerza, en fortuna, tenemos terceras causas a las que echar la culpa; pero si les cedemos en firmeza de ánimo, no podemos sino reprochárnoslo a nosotros mismos. La muerte es más abyecta, más lánguida y penosa en el lecho que en el combate, las fiebres y los catarros tan dolorosos y mortales como un arcabuzazo. Quien esté acostumbrado a soportar valerosamente los infortunios de la vida común, no tendrá que aumentar su valentía para hacerse soldado. c | Viuere, mi Lucili, militare est[127] [Vivir, Lucilio, es servir como soldado].
No recuerdo haber padecido nunca sarna. Con todo, rascarse es una de las gratificaciones más dulces y más asequibles que nos da la naturaleza. Pero tiene la penitencia demasiado importunamente cercana. Yo la ejerzo más en las orejas, que a temporadas me pican por dentro.
b | Nací con todos los sentidos íntegros casi hasta la perfección. Mi estómago es bueno a conveniencia, como lo es mi cabeza, y las más de las veces se mantienen a través de mis fiebres, y también mi aliento. He rebasado c | la edad[128] b | en la cual algunas naciones, no sin motivo, habían prescrito un final tan justo a la vida que no permitían que nadie lo excediera. Con todo, todavía tengo demoras, aunque inconstantes y breves, tan netas que se distinguen poco de la salud y de la ausencia de dolor de mi juventud. No hablo de vigor ni de vitalidad; no es razonable que me sigan más allá de sus límites:
Non haec amplius est liminis, aut aquae
caelestis, patiens latus.[129]
[Ya no puede soportar la espera en los umbrales ni las aguas del cielo].
Mi cara me descubre al instante, c | y mis ojos. b | Todos mis cambios empiezan por ahí, y un poco más agrios de lo que son de hecho; a menudo doy lástima a mis amigos antes de que yo sienta la causa. Mi espejo no me sorprende, pues, incluso siendo joven, me ha sucedido más de una vez haber presentado una tez y un aire turbios y de mal pronóstico sin gran contratiempo; de manera que los médicos, que no encontraban en mi interior causa alguna que correspondiera a esta alteración externa, la atribuían al espíritu y a alguna pasión secreta que me roía por dentro. Se equivocaban. Si el cuerpo se gobernara, tanto como lo hace el alma, de acuerdo conmigo mismo, andaríamos un poco más contentos. Entonces la tenía no sólo libre de turbación, sino también llena de satisfacción y de fiesta, como lo está las más de las veces, a medias por su constitución, a medias a propósito:
Nec uitiant artus aegre contagia mentis.[130]
[Y el contagio de mi mente enferma no afecta al cuerpo].
Creo que este equilibrio suyo ha levantado muchas veces al cuerpo de sus caídas —él está a menudo abatido—; que si no se encuentra alegre, se halla cuando menos en un estado tranquilo y reposado. Durante cuatro o cinco meses padecí una fiebre cuartana que me había desfigurado por completo; mi espíritu se mantuvo siempre no apacible sino placenteramente. Si no me duele nada, la debilidad y la languidez no me entristecen mucho. Veo un buen número de flaquezas corporales, que producen horror sólo con nombrarlas, que yo temería menos que mil pasiones y agitaciones de espíritu que, según veo, son habituales. Me decido a no correr más, hago bastante arrastrándome; y no lamento la declinación natural que se ha adueñado de mí:
Quis tumidum guttur miratur in Alpibus?[131]
[¿Quién se sorprenderá en los Alpes del bocio?]
Tampoco lamento que mi duración no sea tan larga e integra como la de un roble. No puedo en absoluto quejarme de mi imaginación: a lo largo de mi vida he tenido pocos pensamientos que hayan interrumpido ni siquiera el curso de mi sueño, salvo aquellos que eran por el deseo, que me despertaba sin afligirme. Sueño con poca frecuencia; y, cuando lo hago, es acerca de cosas fantásticas y de quimeras producidas en general por pensamientos agradables, más ridículas que tristes. Y creo cierto que los sueños son leales intérpretes de nuestras inclinaciones;[132] pero se requiere arte para ordenarlos y entenderlos:
c | Res quae in uita usurpant homines, cogitant, curant, uident,
quaeque agunt uigilantes, agitantque, ea si cui in somno accidunt,
minus mirandum est.[133]
[No hay que extrañarse de que las cosas que los hombres utilizan en la vida, lo que piensan, lo que los inquieta, lo que ven, y lo que hacen despiertos, y lo que mueven, les ocurra también en sueños].
Platón dice, además, que la prudencia tiene la función de extraer de ellos enseñanzas adivinatorias para el futuro.[134] Nada veo en esta materia sino las extraordinarias experiencias que refieren Sócrates, Jenofonte, Aristóteles, personajes de autoridad irreprochable.[135] Cuentan los libros de historia que los atlantes nunca sueñan, que tampoco comen nada que haya muerto[136] —cosa que añado porque acaso sea éste el motivo por el cual no sueñan—. En efecto, Pitágoras prescribía cierta preparación alimenticia para producir sueños a propósito.[137] Los míos son tiernos y no me aportan ninguna agitación de espíritu ni expresión de voz. He visto a muchos en estos tiempos que son extraordinariamente agitados por ellos. El filósofo Teón se paseaba en sueños, y el criado de Pericles hasta sobre las tejas y la techumbre de la casa.[138]
b | En la mesa apenas elijo, y me dedico a cualquier cosa y a la que tengo más cerca, y no me gusta cambiar de un sabor a otro. La abundancia de platos y de servicios me desagrada, como cualquier otra abundancia. No me cuesta contentarme con pocos platos; y detesto la opinión de Favorino, que dice que en un banquete han de retirarnos el plato que nos apetece y han de sustituírnoslo siempre por uno nuevo, y que es miserable la cena que no sacia a los asistentes con rabadillas de aves distintas, y que sólo el papafigo merece ser comido entero.[139] Consumo habitualmente las comidas saladas; sin embargo, prefiero el pan sin sal, y en mi casa mi panadero no sirve otro en mi mesa, en contra de la costumbre del país. Siendo niño tuvieron que corregir sobre todo mi rechazo a las cosas que se suelen preferir a esta edad: azúcares, confituras, pastas. Mi tutor se opuso a este odio de los manjares delicados como a una especie de delicadeza. Además, ésta no es otra cosa que dificultad de gusto, dondequiera que se aplique. Quien priva a un niño de cierta afición particular y obstinada al pan moreno y al lardo o al ajo, le priva de la glotonería. Los hay que se las dan de esforzados y de pacientes por abstenerse de la carne de vaca y del jamón entre perdices. Lo tienen fácil: es la delicadeza de los delicados; es el gusto de una blanda fortuna que se asquea de las cosas comunes y acostumbradas, c | per quae luxuria diuitiarum taedio ludit[140] [con las cuales se divierte el lujo por hastío de sus riquezas]. b | Dejar de darse un banquete con aquello que otro se lo da, tener un desvelo rebuscado por su tratamiento, es la esencia de este vicio:
Si modica coenare times olus omne patella.[141]
[Si temes cenar únicamente un frugal plato de legumbres].
En verdad hay esta diferencia: que es mejor forzar el deseo a las cosas más fáciles de lograr; pero forzarse no deja de ser un vicio. En otros tiempos llamaba delicado a un pariente mío que había olvidado en nuestras galeras servirse de los lechos y desvestirse para acostarse.
Si tuviera hijos varones, les desearía de buena gana mi suerte. El buen padre que Dios me otorgó —que de mí no tiene sino agradecimiento por su bondad, pero ciertamente muy vivo— me mandó desde la cuna a criarme en una pobre aldea de las suyas,[142] y me tuvo allí durante toda mi crianza, y todavía más, acostumbrándome a la forma más vil y más común de vida. c | Magna pars libertatis est bene moratus uenter[143] [Una gran parte de la libertad radica en un vientre bien acostumbrado]. b | Nunca asumáis, y menos aún atribuyáis a vuestras esposas, la responsabilidad de su crianza; dejádselos formar a la fortuna bajo leyes populares y naturales, dejad a la costumbre que los habitúe a la sobriedad y a la austeridad, que deban descender de la dureza más que remontar hacia ella. Su inclinación perseguía además otro objetivo: el de unirme al pueblo y a la clase de hombres que necesita de nuestra ayuda; y consideraba preferible que me viese obligado a mirar hacia quien me tiende los brazos que hacia quien me da la espalda. Y, por la misma razón, hizo que en la pila de bautismo me sostuvieran personas de la más abyecta fortuna, para unirme y apegarme a ellas.[144]
Su propósito no ha fracasado del todo: me entrego de buena gana a los pequeños, ya por ser más glorioso, ya por compasión natural, cuyo poder en mí es infinito. El partido que condenaría en nuestras guerras, lo condenaría con más violencia floreciente y próspero; podré conciliarme en alguna medida con él cuando lo vea miserable y abatido. ¡Con qué agrado considero la hermosa disposición de Quelonis, hija y esposa de reyes de Esparta! En los tumultos de su ciudad, mientras Cleómbroto, su marido, llevó las de ganar sobre Leónidas, su padre, actuó como una buena hija, se reunió con su padre en el exilio, en la miseria, enfrentándose al vencedor. ¿La suerte dio un giro?: cambió de voluntad con la fortuna, y se alineó valerosamente con su marido, al que siguió allí donde le condujo su ruina, sin otra preferencia, según parece, que la de lanzarse al partido donde más falta hacía y donde demostraba más compasión.[145] Yo sigo de forma más natural el ejemplo de Flaminino, entregado a quienes tenían necesidad de él más que a quienes podían beneficiarle,[146] que el de Pirro, dispuesto a humillarse bajo los grandes y a enorgullecerse sobre los pequeños.[147]
Las comidas largas me c | aburren y me b | sientan mal. En efecto, quizá por haberme acostumbrado así desde niño, a falta de mejor compostura, como todo el rato. Por eso, en mi casa, c | aunque sean cortas, b | suelo empezar un poco más tarde que los demás, a la manera de Augusto; pero no lo imito en irme también antes que los otros.[148] Al contrario, me gusta descansar mucho tiempo después, y oír lo que se cuenta, a condición de no verme inmiscuido, pues me canso y me perjudico hablando con el estómago lleno, en la misma medida que encuentro el ejercicio de gritar y de discutir antes de la comida muy saludable y grato. c | Los antiguos griegos y romanos eran más razonables que nosotros al asignar a la alimentación, que es una acción fundamental de la vida, si alguna tarea extraordinaria no los distraía, muchas horas y la mayor parte de la noche, al comer y beber con menos prisa que nosotros, que despachamos rápidamente todos nuestros actos, y al extender este placer natural a más tiempo y más uso, entremezclando con él diversas funciones sociales útiles y agradables.
b | Los que tienen la obligación de cuidarme podrían privarme fácilmente de aquello que piensan que me perjudica. En tales cosas, en efecto, nunca deseo ni echo en falta lo que no veo; pero, por otro lado, pierden el tiempo predicándome que me abstenga de lo que se ofrece. Hasta tal extremo que, cuando quiero ayunar, debo separarme de quienes están cenando y hacer que me presenten exactamente lo preciso para una comida adecuada; pues, si me siento a la mesa, olvido mi determinación. Cuando ordeno que cambien el condimento de algún manjar, mis criados saben que eso significa que ando escaso de apetito, y que no tocaré nada. Todos los que pueden tolerarlo, me gustan poco cocidos; y me gustan muy macerados, y muchos hasta la alteración del olor. Sólo la dureza me fastidia por regla general —en cuanto a las demás cualidades, no conozco a nadie tan despreocupado y sufrido—, de manera que, en contra de la inclinación común, hasta los pescados los encuentro a veces demasiado frescos y demasiado firmes. No es culpa de mis dientes, que he tenido siempre buenos hasta la excelencia, y que la edad no empieza a amenazar sino ahora. He aprendido desde la niñez a frotarlos con la servilleta por la mañana, y a la entrada y a la salida de la mesa.
Dios es generoso con aquellos a quienes sustrae la vida poco a poco. Éste es el único beneficio de la vejez. La última muerte será tanto menos completa y nociva: no matará sino a una mitad o a un cuarto de hombre. Acaba de caérseme un diente, sin dolor, sin esfuerzo; éste era el término natural de su duración. Y esta parte de mi ser, y muchas más, están ya muertas; otras medio muertas, entre las más activas y las que ocupaban el primer rango en mi época más vigorosa. Me disuelvo y escapo a mí mismo de este modo. ¿Qué estupidez no será, a mi juicio, sentir el salto de esta caída, ya tan avanzada, como si fuese completa? No lo espero.
c | A decir verdad, me da un gran consuelo, cuando pienso en mi muerte, que sea justa y natural, y que a partir de ahora ya no pueda requerir ni esperar del destino ningún favor que no sea ilegítimo. Los hombres se hacen la ilusión de que en otros tiempos tuvieron, como la estatura, también la vida más extensa. Pero se equivocan, y Solón, que pertenece a esos viejos tiempos, reduce su duración máxima, sin embargo, a setenta años.[149] Yo, que he adorado tanto, y tan universalmente, el ἄριστον μέτρον[150] [la medida es lo mejor] del pasado, y que tanto he adoptado la mediana como la medida más perfecta, ¿pretenderé acaso una vejez desmesurada y monstruosa? Todo lo que se opone al curso de la naturaleza puede ser doloroso, pero lo que se acomoda a ella debe ser siempre agradable.[151] Omnia quae secundum naturam fiunt, sunt habenda in bonis[152] [Todo lo que sucede con arreglo a la naturaleza, debe considerarse bueno]. Así, dice Platón, la muerte ocasionada por las heridas o por las enfermedades puede ser violenta, pero la que nos sorprende porque la vejez nos conduce hacia ella es la más leve de todas, y es de algún modo deliciosa.[153] Vitam adolescentibus uis aufert, senibus maturitas[154] [La violencia sustrae la vida a los adolescentes, la madurez a los viejos].
b | La muerte se mezcla y se confunde en todo con nuestra vida; la declinación anticipa su hora y se injiere hasta en el curso de nuestro progreso. Poseo retratos con mi figura a los veinticinco y a los treinta y cinco años; los comparo con el de ahora: ¡hasta qué extremo ya no soy yo!, ¡hasta qué extremo mi imagen actual está más alejada de aquéllas que de la de mi muerte! Se abusa en exceso de la naturaleza atormentándola al punto que se vea obligada a dejarnos y entregarnos la conducta, los ojos, los dientes, las piernas y el resto a la merced de un auxilio ajeno y mendigado, y a entregarnos en manos del artificio, cansada de seguirnos.
No me apetecen demasiado ni las ensaladas ni las frutas, salvo los melones. Mi padre detestaba toda clase de salsas; a mí me gustan todas. El comer demasiado me sienta mal; pero no sé todavía con seguridad de ningún alimento que me perjudique por sus características; tampoco noto ni la luna llena ni la menguante, ni la diferencia entre otoño y primavera. En nosotros se producen movimientos inconstantes y desconocidos; en efecto, los rábanos negros, por ejemplo, primero los encontré agradables, después molestos, ahora de nuevo agradables. En muchas cosas siento que mi estómago y mi gusto van variando de este modo: he cambiado del blanco al clarete, y después del clarete al blanco. Me encanta el pescado, y para mí los días de ayuno son los de grosura, y los de vigilia, las fiestas. Creo en lo que dicen algunos: que es más fácil de digerir que la carne. Así como tengo escrúpulos en comer carne el día de pescado, mi gusto los tiene en mezclar pescado con carne: el contraste me parece excesivamente acusado.
Desde joven, me saltaba de vez en cuando alguna comida. A veces para avivar mi apetito al día siguiente, pues, así como Epicuro ayunaba y comía frugalmente para acostumbrar a su placer a privarse de la abundancia,[155] yo, por el contrario, lo hacía con vistas a preparar mí placer para aprovecharse mejor y servirse con más alegría de la abundancia. O a veces ayunaba para preservar mi vigor al servicio de alguna acción del cuerpo o del espíritu, pues el uno y el otro se me vuelven cruelmente perezosos por efecto de la saciedad —y sobre todo detesto la necia asociación de una diosa tan sana y tan alegre con ese diosecillo indigesto y eructador, hinchado por los vapores de su licor—.[156] O a veces para curar mi estómago enfermo; o por carecer de buena compañía, pues sostengo, como el mismo Epicuro, que no debe mirarse tanto lo que se come, cuanto con quién se come,[157] y alabo a Quilón por no haber querido prometer asistir al banquete de Periandro antes de informarse de quiénes eran los demás invitados.[158] Para mí no existe condimento tan dulce ni salsa tan apetitosa como los que se obtienen de la compañía.
Creo que es más sano comer más despacio y menos, y hacerlo más a menudo. Pero quiero hacer valer el apetito y el hambre: no me daría placer alguno arrastrar, de forma medicinal, tres o cuatro miserables comidas al día forzadas de este modo. c | ¿Quién me aseguraría que el gusto dispuesto que tengo esta mañana lo reencontrase todavía para cenar? Aprovechemos, sobre todo los viejos, aprovechemos el primer momento oportuno que nos surja. Dejemos las esperanzas y los pronósticos para quienes hacen los almanaques.[159] b | El fruto supremo de mi salud es el placer; atengámonos al primero que se presente y sea conocido. Evito la constancia en estas leyes del ayuno. Quien pretenda que una forma le sirva, que evite continuarla; nos acostumbramos a ella, nuestras fuerzas se adormecen; seis meses después, tu estómago se habrá familiarizado tanto con ella que tu provecho no será otro que haber perdido la libertad de usar de él de otra manera sin daño.
No me cubro las piernas y los muslos más en invierno que en verano: una simple media de seda. He condescendido, en auxilio de mis catarros, a mantener la cabeza más caliente, y el vientre, por mi cólico. Mis dolencias se habituaron en pocos días y desdeñaron mis precauciones ordinarias. Había ido pasando de un pañuelo a una capucha, y de un gorro a un sombrero doble. Los forros de mi jubón no me sirven más que de adorno: éste no es nada, si no le añado una piel de liebre o de buitre, un casquete para mi cabeza. Si sigues esta gradación, irás a toda marcha. No haría nada, y me desdiría de buena gana del comienzo que le he dado, si me atreviera. ¿Caes en algún contratiempo nuevo? Esta reforma ya no te sirve: te has acostumbrado a ella; busca otra. Así se arruinan quienes se dejan atrapar por regímenes estrictos y se someten a ellos con todo escrúpulo: necesitan más, y después otras más; nunca se acaba.
Para nuestras ocupaciones y para el placer, es mucho más cómodo, al estilo de los antiguos, perder la comida y aplazar los banquetes a la hora del retiro y del reposo, sin interrumpir la jornada. Así lo hacía yo en otros tiempos. Para la salud, me parece después por experiencia, en cambio, que es mejor comer, y que la digestión se hace mejor despierto.
No soy muy propenso al deseo de beber, ni sano ni enfermo. Me suele suceder, entonces, que tengo la boca seca, pero sin sed. Y, en general, sólo bebo por las ganas que me surgen al comer, y muy al comienzo de la comida. Bebo bastante bien para un hombre de tipo común; en verano y en una comida apetitosa, no sobrepaso siquiera los límites de Augusto, que no bebía sino tres veces exactamente;[160] pero, para no vulnerar la regla de Demócrito, que prohibía detenerse en cuatro, como si se tratase de un número infausto, me deslizo si es necesario hasta cinco, en torno a tres medios sextarios.[161] Los vasos pequeños son, en efecto, mis predilectos, y me gusta vaciarlos, cosa que los demás evitan como inconveniente. Por regla general echo la mitad de agua en el vino, a veces un tercio de agua. Y, cuando estoy en casa, por un antiguo proceder que su médico prescribía a mi padre y a sí mismo, mezclan el que necesito ya en la bodega, dos o tres horas antes de servirlo.[162] c | Cuentan que Cranao, rey de los atenienses, inventó la costumbre de aguar el vino;[163] útilmente o no, he visto debatirlo. Me parece más decente y más sano que los niños no lo tomen hasta después de los dieciséis o dieciocho años. b | La forma de vivir más habitual y común es la más bella. Me parece que debe evitarse cualquier particularidad, y detestaría tanto a un alemán que echara agua en el vino como a un francés que lo bebiera puro. El uso público legisla sobre tales cosas.
Temo el aire denso y huyo mortalmente del humo —la primera reparación a la que me apresuré en mi casa fue en las chimeneas y en los retretes, defecto común e insoportable de los viejos edificios—, y cuento entre las dificultades de la guerra las espesas polvaredas en las cuales nos mantienen enterrados en pleno calor, a lo largo de una jornada entera. Mi respiración es libre y fácil, y mis catarros pasan casi siempre sin dañar el pulmón, y sin tos.
La dureza del verano me resulta más hostil que la del invierno; pues, aparte de la incomodidad del calor, menos remediable que la del frío, y aparte del golpe que los rayos del sol asentan en la cabeza, cualquier luz resplandeciente daña mis ojos. Ahora mismo no podría comer sentado frente a un fuego ardiente y luminoso. Para mitigar la blancura del papel, cuando acostumbraba a leer más, ponía una pieza de vidrio sobre el libro, y me sentía muy aliviado. Hasta el momento[164] ignoro el uso de las gafas, y veo de lejos tan bien como siempre y como el que más. Es cierto que cuando atardece empiezo a notar confusión y debilidad en la lectura, cuyo ejercicio siempre ha fatigado mis ojos, pero sobre todo de noche. c | Esto constituye un paso atrás, a duras penas sensible. Retrocederé otro más, del segundo al tercero, del tercero al cuarto, tan despacio que deberé quedarme completamente ciego antes de sentir la declinación y la vejez de mi vista. Hasta este punto las Parcas tienen arte para deshacer nuestra vida. Aun así, albergo dudas de que mi oído se esté quedando sordo, y veréis que habré perdido la mitad y todavía echaré la culpa a la voz de quienes me hablan. Hay que poner el alma en perfecta tensión para hacerle notar cómo se escapa.
b | Mi manera de andar es viva y firme; y no sé cuál de los dos, el espíritu o el cuerpo, lo fijo más difícilmente en el mismo punto. El predicador que capta mi atención durante todo un sermón es un buen amigo. En los lugares de ceremonia, donde todo el mundo adopta una compostura tan rígida, donde he visto a las damas mantener hasta los ojos tan quietos, jamás he conseguido que alguna de mis partes no esté todo el rato desviándose. Aunque esté sentado en un sitio, estoy poco asentado en él.[165] c | La criada del filósofo Crisipo decía de su amo que sólo se emborrachaba por las piernas —pues tenía la costumbre de moverlas fuese cual fuese la posición en que se hallaba, y ella le decía entonces que el vino que agitaba a sus compañeros a él no le producía alteración alguna—.[166] Asimismo, se ha podido decir desde mi niñez que yo tenía locura, o mercurio, en los pies, hasta tal extremo sufren de agitación e inconstancia, los ponga donde los ponga.
b | Es indecoroso, aparte de que daña a la salud, e incluso al placer, comer vorazmente como lo hago yo. Con frecuencia me muerdo la lengua, a veces los dedos, por culpa de la prisa. Cuando Diógenes se encontró con un niño que comía así, dio una bofetada a su preceptor.[167] c | En Roma había gente que enseñaba a masticar, como a andar, con gracia.[168] b | Pierdo por este motivo la ocasión de hablar, que es un condimento tan dulce de las mesas, a condición de que sean conversaciones acordes, agradables y breves.
Entre nuestros placeres se producen celos y envidias; se oponen y estorban mutuamente. Alcibíades, hombre muy entendido en la preparación de banquetes, excluía incluso la música de las mesas, para que no turbara la dulzura de las charlas, c | por el motivo, dice Platón, de que es una costumbre propia de plebeyos llamar a instrumentistas y a cantantes a los festines, a falta de buenos discursos y gratas conversaciones, cosas con las cuales la gente de entendimiento sabe festejarse entre sí.[169] b | Varrón pide esto en un banquete: que se reúnan personas de buena presencia y agradable conversación, ni mudos ni charlatanes, que los víveres y el lugar sean limpios y delicados, y que el tiempo esté despejado.[170] c | Un buen trato en la mesa no es una fiesta carente de arte ni de placer. Ni los grandes jefes militares, ni los grandes filósofos han desdeñado su uso y su conocimiento. Mi imaginación ha guardado tres en mi memoria, que la fortuna me deparó supremamente dulces en diversos momentos de mi edad más floreciente. Mi actual situación me excluye de ellas. Porque cada cual por sí mismo aporta gracia principal y sabor según la firmeza de cuerpo y de alma en que se halla.
b | Yo, que no me muevo sino a ras de tierra, detesto la inhumana sabiduría que nos quiere volver desdeñosos y hostiles hacia el cuidado del cuerpo.[171] Me parece tan injusto acoger de mala gana los placeres naturales como tomárselos demasiado a pecho. c | Jerjes, que, envuelto en todos los placeres humanos, ofrecía premios a quien le encontrase otros distintos,[172] era un necio. Pero apenas lo es menos quien reduce los que le ha encontrado la naturaleza. b | No debemos seguirlos ni evitarlos; debemos aceptarlos. Yo los acepto con un poco más de generosidad y de gracia, y me entrego con más gusto a la inclinación natural. c | No es necesario exagerar su inanidad; se deja sentir y se manifiesta de sobra. Gracias a nuestro espíritu enfermizo, aguafiestas, que nos hastía de ellos como de sí mismo. Se trata a sí mismo, y trata todo lo que recibe, ya sea por delante o por detrás, según su ser insaciable, vagabundo y veleidoso:
Sincerum est nisi uas, quodcunque infundis, acessit.[173]
[Si el vaso no es puro, todo lo que se vierte en él se agría].
Yo, que me jacto de abrazar con tanto afán, y de manera tan particular, los placeres de la vida, no encuentro en ellos, cuando los miro con esta sutileza, apenas nada sino viento. Pero, ¡vaya!, somos viento en todo. Y el viento, aun así, más sabiamente que nosotros, se complace zumbando, agitándose; y se contenta con sus propias funciones, sin desear la estabilidad ni la solidez, cualidades que no son suyas.
Dicen algunos que los puros placeres de la imaginación, lo mismo que los sufrimientos, son los mayores, como lo expresaba la balanza de Critolao.[174] No es nada extraordinario. Ella los compone a su antojo, y tiene paño de que cortar. Todos los días veo ejemplos insignes de esto, y acaso deseables. Pero yo, de condición mixta, burdo, no puedo apegarme de manera tan completa a este único objeto, tan simple que no me entregue con toda pesadez a los placeres presentes de la ley humana y general. Intelectualmente sensibles, sensiblemente intelectuales. Los filósofos cirenaicos pretenden que los placeres corporales, como los sufrimientos, son más poderosos, por ser dobles y por ser más justos.[175]
b | Hay algunos, c | como dice Aristóteles, que, por una brutal insensibilidad, b | se las dan de desganados.[176] Conozco a otros que lo hacen por ambición. ¿Acaso no renuncian incluso a respirar?, ¿no viven sólo de lo suyo?, c | ¿y no rechazan la luz por el hecho de ser gratuita, pues no les cuesta ni invención ni esfuerzo?[177] b | Que Marte, o Palas, o Mercurio los sustenten, a ver qué ocurre, en vez de Venus, de Ceres y de Baco.[178] c | ¿No buscarán la cuadratura del círculo encaramados sobre sus esposas? b | Detesto que nos prescriban tener el espíritu en las nubes mientras nuestro cuerpo se encuentra en la mesa. No quiero que el espíritu se fije o se revuelque en ella; pero quiero que se aplique, c | que se siente en ella, no que se recueste. Aristipo sólo defendía el cuerpo, como si no tuviésemos alma; Zenón sólo abrazaba el alma, como si no tuviésemos cuerpo.[179] Ambos, viciosamente. Pitágoras, dicen, siguió una filosofía enteramente contemplativa; Sócrates, una que consistía toda ella en comportamiento y en acción; Platón encontró el equilibrio entre los dos.[180] Pero lo dicen por decir. Y el verdadero equilibrio se encuentra en Sócrates, y Platón es más socrático que pitagórico, y le cuadra mejor.
b | Cuando bailo, bailo; cuando duermo, duermo. Incluso, cuando me paseo en solitario por un hermoso vergel, si mis pensamientos se han ocupado de circunstancias extrañas cierta parte del tiempo, otra parte de él los devuelvo al paseo, al vergel, a la dulzura de la soledad y a mí. La naturaleza ha observado maternalmente que las acciones que nos ha impuesto por nuestra necesidad nos resultaran también placenteras. Y nos induce a ellas no sólo por medio de la razón, sino también mediante el deseo. Es injusto corromper sus reglas.
Cuando veo que César y Alejandro, en medio de su gran tarea, gozan con tanta plenitud de los placeres c | humanos y corporales,[181] b | no digo que eso sea relajar el alma, digo que es endurecerla, sometiendo, merced a un ánimo vigoroso, esas violentas ocupaciones y esos pensamientos laboriosos a la práctica de la vida ordinaria. c | ¡Qué sabios, si hubieran creído que ése era su quehacer ordinario, y el otro, el extraordinario! Somos grandes insensatos: «Ha pasado su vida en el ocio», decimos; «hoy no he hecho nada». «¡Cómo!, ¿no has vivido? Ésta es no sólo la fundamental, sino la más ilustre de tus ocupaciones». «Si me hubiesen dado la oportunidad de manejar grandes asuntos, habría mostrado de qué era capaz». «¿Has sido capaz de meditar y de regir tu vida?: has realizado la tarea más grande de todas». Para mostrarse y dar fruto, la naturaleza no necesita de la fortuna. Se muestra igualmente en todos los estratos, y detrás, como sin cortinaje. ¿Has sabido componer tu comportamiento?: has hecho mucho más que el que ha compuesto libros. ¿Has sabido reposar?: has hecho más que quien ha conquistado imperios y ciudades. La grande y gloriosa obra maestra del hombre es vivir de modo conveniente. Todo lo demás, reinar, atesorar, edificar, no son más que pequeños apéndices y adminículos a lo sumo. b | Me complace ver a un general de ejército al pie de una brecha que pretende atacar de inmediato, entregándose por entero y con plena libertad a la comida, a la charla, entre sus amigos. c | Y a Bruto, cuando el cielo y la tierra han conspirado contra él y contra la libertad romana, hurtar alguna hora de la noche a sus rondas para leer y anotar a Polibio con perfecta calma.[182] b | Son las almas pequeñas, sepultadas por la carga de los problemas, las que no son capaces de librarse del todo de ellos, las que no son capaces de dejarlos y retomarlos:
o fortes peioraque passi
mecum saepe uiri, nunc uino pellite curas;
cras ingens iterabimus aequor.[183]
[oh hombres valientes que a menudo habéis compartido conmigo lo peor, ahora expulsad con el vino las preocupaciones; mañana surcaremos el mar inmenso].
Ya sea en burla, ya sea en serio que el vino teologal y sorbónico se ha convertido en proverbio, como sus festines,[184] me parece razonable que coman tanto más placentera y gratamente cuanto más útil y severamente han empleado la mañana en el ejercicio de su escuela. La conciencia de haber hecho buen uso de las demás horas es un justo y sabroso condimento de las mesas. Así han vivido los sabios. Y la inimitable tensión para alcanzar la virtud que nos asombra en los dos Catones, ese talante severo hasta la importunidad, así se sometió y plegó blandamente a las leyes de la condición humana y de Venus y de Baco. c | De acuerdo con los preceptos de su escuela, que exigen que el sabio perfecto sea tan experto y entendido en la práctica de los placeres naturales como en cualquier otro deber de la vida. Cui cor sapiat, ei et sapiat palatus[185] [Que su juicio sepa, y que el paladar le saboree].
b | Parece que el relajamiento y la facilidad honran a las mil maravillas, y convienen más, al alma fuerte y noble. Epaminondas no consideraba que ponerse a bailar con los muchachos de su ciudad, c | a cantar, a tocar música, b | y aplicarse a estas tareas con atención, fuesen cosas que vulnerasen el honor de sus gloriosas victorias y la perfecta reforma del comportamiento que le era propia.[186] Y, entre tantas acciones admirables de Escipión c | el Viejo, personaje digno de ser creído de origen celeste,[187] b | nada le confiere más gracia que ver cómo se distraía descuidada y puerilmente recogiendo y clasificando conchas, y cómo jugaba a tonto el último en la playa con Lelio.[188] Y, si hacía mal tiempo, cómo se divertía y deleitaba representando por escrito en comedias[189] las más plebeyas y bajas acciones de los hombres. c | Y, con la cabeza llena de la extraordinaria empresa de Aníbal y de África, cómo visitaba las escuelas de Sicilia, y asistía a las lecciones filosóficas hasta afilar los dientes de la ciega envidia de sus enemigos en Roma.[190] b | Ni hay cosa más notable en Sócrates que, ya viejo, encuentre el tiempo de hacerse enseñar a bailar y a tocar instrumentos, y lo dé por bien empleado.[191]
Éste permaneció en éxtasis, de pie, un día entero y una noche en presencia de todo el ejército griego, sorprendido y arrebatado por algún profundo pensamiento.[192] c | Fue el primero, entre tantos valerosos soldados, en correr en auxilio de Alcibíades, abrumado por los enemigos, en protegerlo con su cuerpo y en librarlo de la multitud con la viva fuerza de las armas.[193] En la batalla de Delión, se le vio levantar y salvar a Jenofonte, derribado del caballo.[194] Y, entre todo el pueblo de Atenas, exasperado como él por un espectáculo tan indigno, fue el primero en presentarse a ayudar a Teramenes, al que los treinta tiranos hacían conducir a la muerte por medio de sus esbirros; y no desistió de esta audaz empresa sino ante la advertencia del mismo Teramenes, aunque no le siguieron en todo más que otros dos.[195] Se le vio, perseguido por una beldad de la cual estaba prendado, mantener cuando fue preciso una severa abstinencia.[196] Se le vio b | continuamente marchar en la guerra, c | y pisar el hielo, b | con los pies desnudos, llevar la misma ropa en invierno y en verano, superar a todos sus compañeros en resistencia al esfuerzo, no comer otra cosa en los banquetes que de ordinario.[197] c | Se le vio, durante veintisiete años, con el mismo semblante, soportar el hambre, la pobreza, la indocilidad de sus hijos, la rapacidad de su esposa. Y, finalmente, la calumnia, la tiranía, la prisión, las cadenas y el veneno. b | Pero ¿invitaban acaso a este hombre a rivalizar en la bebida por deber de sociabilidad? Era también el que salía vencedor de toda la tropa.[198] Y no rehusaba ni jugar a las avellanas con los niños, ni correr con ellos con un caballo de madera; y se le daba bien. En efecto, todas las acciones, dice la filosofía, convienen igualmente y honran igualmente al sabio. Tenemos manera de hacerlo y jamás debemos cansarnos de presentar la imagen de este personaje en todos los modelos y las formas de perfección. c | Hay muy pocos ejemplos de vida plenos y puros. Y se causa un perjuicio a nuestra instrucción al proponernos todos los días otros que son débiles y defectuosos, apenas buenos para un solo hábito, que más bien nos echan atrás, corruptores más bien que correctores.
b | El pueblo se equivoca. Es mucho más fácil andar por los extremos, donde la extremidad sirve de límite, de freno y de guía, que por la vía del medio, ancha y abierta, y según el arte, que según la naturaleza; pero es también mucho menos noble y menos digno de elogio. c | La grandeza del alma no consiste tanto en ascender y avanzar como en saber mantenerse en orden y circunscribirse. Tiene por grande todo aquello que es suficiente. Y muestra su elevación prefiriendo las cosas medianas a las eminentes.[199] b | Nada es tan hermoso y legítimo como hacer bien de hombre, y tal como es debido. Ni hay ciencia tan ardua como saber vivir bien[200] esta vida. Y, entre nuestras enfermedades, la más salvaje es despreciar nuestro ser. Quien pretenda apartar el alma, que lo haga sin temor, si puede, cuando el cuerpo se comporte mal, para librarla de este contagio. En lo demás, por el contrario, que la asista y ayude, y que no rehúse participar en sus placeres naturales, y deleitarse en ellos conyugalmente, aportando, si ella es más sabia, la moderación, no sea que por falta de sensatez se confundan con el sufrimiento. c | La intemperancia es la peste del placer, pero la templanza no es su azote: es su aliño. Eudoxo, que fijaba el bien supremo en él, y sus compañeros, que lo elevaron a un valor tan alto, lo saborearon en su más graciosa dulzura gracias a la templanza, que en ellos fue singular y ejemplar.[201]
b | Ordeno a mi alma que mire el dolor y el placer con una mirada igualmente c | ordenada —eodem enim uitio est effusio animi in laetitia quo in dolore contractio[202] [pues cuando el alma se expande alegre cae en el mismo vicio que cuando se deprime dolorida]— e igualmente b | firme. Pero a uno con alegría, al otro con severidad; y, en la medida en que ella pueda contribuir, con tanto empeño para extinguir uno como para extender el otro. c | Ver sanamente los bienes trae consigo ver sanamente los males. Y el dolor tiene algo que no puede evitarse en su tierno inicio, y el placer algo que puede evitarse en su extremo fin. Platón los acopla,[203] y pretende que la función de la valentía sea tanto luchar contra el dolor como hacerlo contra los inmoderados y cautivadores atractivos del placer.[204] Son dos fuentes en las cuales, el que bebe donde, cuando y como es preciso, sea una ciudad, sea un hombre, sea un animal, es muy feliz. La primera debe tomarse como medicina y por necesidad, más frugalmente; la otra, por sed, pero sin llegar hasta la embriaguez. El dolor, el placer, el amor, el odio son las primeras cosas que siente un niño; si, al aparecer la razón, se acomodan a ella, eso es la virtud.
b | Yo tengo mi propio y exclusivo diccionario: «paso el tiempo» cuando es malo y desagradable; cuando es bueno, no lo quiero pasar, lo degusto, me fijo en él. Hay que pasar corriendo lo malo, y detenerse en lo bueno. Las expresiones comunes «pasatiempo» y «pasar el tiempo» representan la costumbre de esas personas prudentes que no creen poder sacar mejor provecho de su vida que derramarla y rehuirla, pasarla, esquivarla y, en la medida de lo posible, ignorarla y evitarla, como una cosa de carácter molesto y desdeñable. Pero yo la sé distinta, y la encuentro valiosa y grata, incluso en su último tramo, en que yo la poseo. Y la naturaleza nos la ha entregado provista de tales circunstancias, y tan favorables, que no debemos quejarnos sino a nosotros mismos si nos pesa y si se nos escapa inútilmente. c | Stulti uita ingrata est, trepida est, tota in futurum fertur[205] [La vida del necio es ingrata, es agitada, toda ella está dirigida hacia el futuro].
b | Me preparo, sin embargo, a perderla sin lamentos, como algo que ha de perderse habida cuenta su condición, no como cosa molesta e importuna. c | Además, no disgustarse por la muerte sólo conviene propiamente a quienes se complacen en la vida. b | Es necesario administrarla para gozar de ella; yo la gozo el doble que los demás, pues la medida del goce depende de la mayor o menor aplicación que ponemos en ella. Sobre todo en este momento, cuando percibo la mía tan breve de duración, quiero aumentar su peso; quiero frenar la rapidez de su huida mediante la rapidez de mi aprovechamiento, y compensar la celeridad de su disipación con el vigor del uso que hago de ella. A medida que la posesión de la vida sea más breve, tengo que volverla más honda y más plena.
Los demás sienten la dulzura de una alegría, y de la prosperidad; yo la siento tanto como ellos, pero no de paso y fugazmente. Ciertamente, hay que estudiarla, saborearla y rumiarla para darle las gracias debidas a quien nos la otorga. Gozan de los otros placeres como gozan del sueño, sin darse cuenta. Para que ni siquiera el dormir se me escapara de manera tan insensible, en otros tiempos me pareció conveniente que me lo turbaran para poder entreverlo. Reflexiono conmigo mismo sobre una alegría, no me limito a coger su espuma; la examino, y obligo a mi razón a aprovecharla, ahora que se ha vuelto triste y difícil. ¿Me encuentro acaso en un estado tranquilo?, ¿hay algún placer que me deleita? No dejo que los sentidos se lo apropien: le asocio el alma. No para que se implique en él, sino para que se complazca; no para que se pierda en él, sino para que se encuentre. Y la dedico por su parte a mirarse en ese próspero estado, a sopesar y estimar la dicha, y a ampliarla. Ella mide hasta qué punto debe a Dios tener la conciencia y las restantes pasiones internas en reposo, tener el cuerpo en su disposición natural, gozando de manera ordenada y conveniente de las funciones suaves y halagüeñas con las cuales le place compensar por su gracia los dolores con que su justicia nos golpea en su momento. Mide lo que vale encontrarse en un punto tal que, allí donde dirija la vista, el cielo está despejado en torno suyo: ningún deseo, ningún temor o duda que le enturbie el aire, ninguna dificultad, c | pasada, presente o futura, b | por encima de la cual su imaginación no pase sin daño. Esta consideración cobra un gran brillo al compararla con condiciones diferentes. Así, me ofrezco bajo mil aspectos a aquellos a quienes la fortuna o su propio error arrastran y abaten. Y también a aquellos, más cercanos a mí, que acogen con tanta blandura y despreocupación su buena fortuna. Son gentes que en verdad pasan el tiempo; van más allá del presente y de cuanto poseen por servir a la esperanza, y por las sombras y vanas imágenes que la fantasía les pone delante,
Morte obita quales fama est uolitare figuras,
aut quae sopitos deludunt somnia sensus,[206]
[Tal como las figuras que, según se cuenta, aletean tras la muerte,
o como esos sueños que engañan a nuestros sentidos adormilados],
gentes que apresuran y prolongan su huida a medida que son seguidos. El fruto y objeto de su persecución es perseguir, como Alejandro decía que el fin de su trabajo era trabajar:[207]
Nil actum credens cum quid superesset agendum.[208]
[Creyendo que nada está hecho cuando resta algo por hacer].
Por mi parte, pues, amo la vida y la cultivo tal como Dios ha tenido a bien otorgárnosla. No albergo el deseo de que estuviera exenta de la necesidad de beber y de comer, c | y me parecería un error no menos excusable desear que ésta fuese doble[209] —Sapiens diuitiarum naturalium quaesitor acerrimus[210] [El sabio es un buscador acérrimo de las riquezas naturales]—, ni b | que nos sustentásemos sólo con poner en la boca una pizca de la droga con la cual Epiménides se privaba de apetito y se mantenía,[211] ni que produjéramos insensiblemente los hijos por los dedos o por los talones c | —sino, hablando con reverencia, más bien que los produjéramos también voluptuosamente por los dedos y por los talones—, b | ni que el cuerpo se viera libre de deseo y de excitación.[212] Son quejas ingratas c | e injustas. b | Yo acepto de buena gana, c | y con gratitud, b | todo lo que la naturaleza ha hecho por mí, y me complazco y me felicito por ello. Se comete una injusticia con este grande y todopoderoso donador rehusando su don, anulándolo y desfigurándolo. c | Todo bueno, lo ha hecho todo bueno. Omnia quae secundum naturam sunt aestimatione digna sunt[213] [Todo cuanto es conforme a la naturaleza es digno de estima].
b | Entre las opiniones de la filosofía, prefiero abrazar las que son más sólidas, es decir, las más humanas y nuestras. Mis razonamientos son, de acuerdo con mi conducta, bajos y humildes. c | A mi juicio, se comporta como un niño cuando gallea para predicarnos que maridar lo divino con lo terrestre, lo razonable con lo que no lo es, lo severo con lo indulgente, lo honesto con lo deshonesto, es una alianza violenta, que el placer es una cualidad brutal, indigna de que la pruebe el sabio;[214] que el único placer que obtiene cuando posee a una bella joven esposa es el placer de su conciencia de que realiza una acción conforme al orden, como si se calzara las botas para una útil cabalgada. Que sus adeptos no tengan más derecho ni nervios ni sustancia al desvirgar a sus mujeres que en su lección. No es eso lo que dice Sócrates, preceptor suyo y nuestro. Él aprecia como debe el goce corporal, pero prefiere el del espíritu, porque posee más fuerza, firmeza, variedad, dignidad. En modo alguno es éste el único, según él —no es tan quimérico—, sino tan sólo el primero. Para él, la templanza modera los placeres, no se opone a ellos.[215]
b | La naturaleza es un guía dulce, pero no más dulce que prudente y justo. c | Intrandum est in rerum naturam et penitus quid ea postulet peruidendum[216] [Debemos penetrar en la naturaleza de las cosas y ver exactamente qué exige]. b | Yo busco por todas partes su rastro: la hemos confundido con huellas artificiales; c | y por ese motivo el supremo bien académico y peripatético, que es vivir de acuerdo con ella, deviene difícil de delimitar y de explicar; y lo mismo el de los estoicos, próximo a éste, que consiste en adherirse a la naturaleza. b | ¿No es un error considerar que algunas acciones son menos dignas por el hecho de ser necesarias? Ciertamente, no me sacarán de la cabeza que no sea muy conveniente el matrimonio entre placer y necesidad, c | de la cual, dice un antiguo, los dioses son siempre cómplices.[217] b | ¿Para qué desmembramos en divorcio un edificio tejido con una correspondencia tan estrecha y fraternal? Al contrario, reconciliémoslo por medio de servicios mutuos. Que el espíritu despierte y vivifique la pesadez del cuerpo, que el cuerpo detenga y fije la ligereza del espíritu. c | Qui uelut summum bonum laudat animae naturam, et tanquam malum naturam carnis accusat, profecto et animam carnaliter appetit et carnem carnaliter fugit, quoniam id uanitate sentit humana, non ueritate diuina[218] [Aquel que loa la naturaleza del alma como bien supremo, y acusa a la naturaleza de la carne como un mal, sin duda apetece carnalmente el alma y huye carnalmente de la carne, pues juzga según la vanidad humana, no según la verdad divina]. b | No hay elemento alguno en el don que Dios nos ha concedido que sea indigno de nuestro cuidado; hemos de rendir cuentas hasta de un simple cabello.[219] Y el encargo hecho al hombre de que conduzca al hombre según su condición no es un formalismo.[220] Es expreso, genuino, c | y muy importante, b | y el creador nos lo ha dado seria y severamente.[221] c | Sólo la autoridad tiene fuerza ante los entendimientos comunes, y pesa más en lengua extranjera. Recarguemos en este pasaje:[222] «Stultitiae proprium quis non dixerit, ignaue et contumaciter facere quae facienda sunt, et alio corpus impellere, alio animum, distrahique inter diversissimos motus»[223] [¿Quién no diría que es propio de la necedad hacer con indolencia y contumacia aquellas cosas que deben hacerse, y empujar el cuerpo y el alma en direcciones diferentes, y disociarse entre movimientos tan distintos?].
b | Pero, además, para verlo, haz que algún día te cuenten las ocupaciones y las fantasías que aquél se mete en la cabeza, y por las cuales aparta el pensamiento de una buena comida y se lamenta de la hora que emplea en alimentarse. Descubrirás que nada hay tan insípido en ninguno de los platos de tu mesa como ese bonito quehacer de su alma —la mayoría de las veces más nos valdría estar completamente dormidos que velar por lo que velamos—, y descubrirás que su razonamiento y sus intenciones no valen tu guisado. Aunque se tratara de los arrebatos del mismo Arquímedes,[224] ¿qué importaría? No me refiero aquí, y no mezclo, con la chiquillería de hombres que somos nosotros, y con los vanos deseos y pensamientos que nos distraen, esas almas venerables, elevadas por ardor devoto y religioso a una constante y concienzuda meditación de las cosas divinas, c | que, anticipando con la fuerza de una viva y vehemente esperanza, el uso del alimento eterno, objetivo final y última estación de los deseos cristianos, único placer firme e incorruptible, desdeñan prestar atención a nuestros indigentes bienes, pasajeros y ambiguos, y abandonan fácilmente al cuerpo el cuidado y el uso del alimento sensible y temporal. b | Éste es un estudio privilegiado.[225] c | Entre nosotros,[226] son cosas que siempre he visto en singular acuerdo: las opiniones supracelestes y el comportamiento subterráneo.
b | Esopo, c | un gran hombre, b | vio que su amo hacía aguas mientras andaba: «¿Pues qué?», dijo, «¿tendremos que cagar mientras corremos?».[227] Administremos el tiempo; todavía nos queda mucho ocioso y mal empleado. Nuestro espíritu no tiene, a buen seguro, otras horas suficientes para hacer sus tareas sin que se separe del cuerpo el breve intervalo que precisa para su necesidad. Pretenden salirse fuera de sí mismos y escapar al hombre. Es una locura: en vez de transformarse en ángeles, se transforman en bestias;[228] en vez de elevarse, se despeñan. c | Me espantan los humores trascendentes, tanto como los sitios altos e inaccesibles; y nada me resulta difícil de digerir en la vida de Sócrates sino sus éxtasis y sus demonerías,[229] nada tan humano en Platón como aquello por lo cual, según dicen, le llaman divino. b | Y, entre nuestras ciencias, me parecen más terrenales y viles aquellas que han ascendido más arriba. Y nada encuentro tan humilde y tan mortal en la vida de Alejandro como sus fantasías en torno a su inmortalización. Filotas le reprendió jocosamente al responderle; él se había congratulado en una carta del oráculo de Júpiter Ammón que le ponía entre los dioses: «En cuanto a ti, me alegro mucho, pero hay motivos para compadecer a los hombres que hayan de vivir con un hombre, y obedecer a un hombre, que sobrepasa la medida del hombre c | y no se contenta con ella».[230] Diis te minorem quod geris, imperas[231] [Mandarás si te comportas como inferior a los dioses].
b | La noble inscripción con que los atenienses honraron la llegada de Pompeyo a su ciudad, se conforma a mi parecer:
Eres Dios en la medida
que te reconoces hombre.[232]
Es una perfección absoluta, y como divina, saber gozar lealmente del propio ser. Perseguimos otras condiciones porque no entendemos el uso de las nuestras, y salimos fuera de nosotros porque no sabemos qué hay dentro. c | Con todo, podemos muy bien montarnos sobre zancos, pues aun sobre zancos hemos de andar con nuestras piernas. Y en el más elevado trono del mundo, estamos sentados sobre nuestro trasero. b | Las vidas más hermosas son, a mi juicio, aquellas que se acomodan al modelo común c | y humano, con orden, pero b | sin milagro, sin extravagancia. Ahora bien, la vejez necesita ser tratada con un poco más de delicadeza. Encomendémosla al dios protector de la salud y de la sabiduría, pero alegre y sociable:
Frui paratis et ualido mihi,
Latoe, dones, et, precor, integra
cum mente, nec turpem senectam
degere, nec cythara carentem.[233]
[Concédeme, Latona, gozar con salud de aquello que esté a mi alcance, y, te lo ruego, con la mente incólume; evítame una vejez ignominiosa y privada de cítaras].