CAPÍTULO XII

LA FISONOMÍA

b | Casi todas nuestras opiniones las aceptamos por autoridad y creencia. No es nada malo. En un siglo tan débil no podríamos elegir peor que por nuestra cuenta. La imagen de los discursos de Sócrates que nos han legado sus amigos, la aprobamos únicamente por reverencia a la aprobación pública. No lo hacemos por nuestro conocimiento: no son acordes a nuestro uso. Si surgiera en este momento alguna cosa parecida, pocos hombres la apreciarían.

Sólo advertimos las gracias que son agudas, huecas e hinchadas de artificio. Las que se deslizan bajo la naturalidad y la simplicidad tienden a escapar a una mirada grosera como la nuestra. Su belleza es delicada y oculta; se requiere una mirada limpia y muy purgada para descubrir esa luz secreta. ¿Acaso la naturalidad no es, a nuestro entender, hermana de la simpleza y característica digna de reproche? Sócrates mueve su alma con un movimiento natural y común. Así habla un campesino, así habla una mujer. c | Nunca tiene en la boca otra cosa que cocheros, carpinteros, zapateros y albañiles.[1] b | Se trata de inducciones y similitudes extraídas de las más vulgares y conocidas acciones humanas;[2] todo el mundo le entiende. Bajo una forma tan vil, nosotros nunca habríamos distinguido la nobleza y el esplendor de sus admirables concepciones, nosotros c | que consideramos chatas y bajas todas aquellas que la ciencia no realza, b | que sólo nos percatamos de la riqueza cuando se hace gala y ostentación de ella. Nuestro mundo sólo está habituado a la pompa. Los hombres no se llenan sino de viento, y rebotan como las pelotas. Éste no se propone vanas fantasías. Su fin fue brindarnos cosas y preceptos que de manera real y más cercana sirvan a la vida:

seruare modum, finemque tenere,

naturamque sequi.[3]

[observar la mesura, contenerse en el límite, seguir la naturaleza].

Fue además siempre uno y el mismo, y ascendió, no por arrebatos sino por temperamento, al punto supremo del vigor. O, para decirlo mejor, no ascendió a ningún sitio, sino que más bien descendió y regresó a su punto original y natural, y le sometió el vigor, las asperezas y las dificultades. Porque en Catón vemos muy a las claras que tiene un aire tenso, muy por encima del común. En las heroicas hazañas de su vida, y en su muerte, le percibimos siempre muy encumbrado. Éste vuelve al suelo, y con unos andares tranquilos y comunes trata las cuestiones más útiles; y avanza, frente a la muerte y frente a los contratiempos más espinosos que puedan presentarse, con el paso de la vida humana.

Es una suerte que el hombre más digno de ser conocido y de ser presentado al mundo como ejemplo sea aquel del cual tenemos un conocimiento más seguro. Le sacaron a la luz los hombres más clarividentes que nunca han existido. Los testigos que tenemos sobre él son admirables en fidelidad y en aptitud.[4]

Es cosa notable haber podido dar tal orden a las meras figuraciones de un niño que, sin alterarlas ni extenderlas, produjera con ellas los más hermosos efectos de nuestra alma.[5] No la representa ni elevada ni rica; la representa tan sólo sana, pero ciertamente con una salud muy vivaz y neta. Mediante estos elementos vulgares y naturales, mediante estas fantasías ordinarias y comunes, sin turbarse ni dejarse llevar, fraguó no sólo las más ordenadas, sino las más altas y vigorosas creencias, acciones y costumbres que jamás hayan existido. c | Es él quien hizo volver del cielo a la sabiduría humana, donde perdía el tiempo, para restituirla al hombre, en el cual radica su tarea más justa y más laboriosa.[6] b | Vedle litigar ante sus jueces, ved con qué razones aviva su valor en los azares de la guerra, qué argumentos refuerzan su resistencia contra la calumnia, la tiranía, la muerte, y contra el mal genio de su mujer. Nada de ello procede del arte y de las ciencias. Los más simples reconocen sus medios y su fuerza; no es posible ir más atrás ni más abajo. Le hizo el gran favor a la naturaleza humana de mostrar hasta qué punto llegan sus fuerzas.

Todos somos más ricos de lo que pensamos. Pero nos educan para el préstamo y la mendicidad; nos acostumbran a servirnos más de lo ajeno que de lo nuestro. En nada sabe el hombre detenerse en el límite de su necesidad. Abarca más placer, riqueza o poder de lo que puede estrechar; su avidez no es capaz de moderación. Me parece que sucede lo mismo en la curiosidad por saber. Se arroga una tarea mucho mayor de la que puede y debe hacer, c | extendiendo la utilidad del saber hasta donde se extiende su materia. Vt omnium rerum, sic literarum quoque intemperantia laboramus[7] [Como en las demás cosas, también en las letras caemos en la intemperancia]. Y Tácito tiene razón cuando elogia a la madre de Agrícola por haber atajado, en su hijo, un ansia demasiado fervorosa de ciencia.[8] Se trata de un bien, si lo miramos con la mirada firme, que, como los restantes bienes humanos, posee mucho de vanidad y de flaqueza propia y natural, y que cuesta caro.

Su adquisición es[9] mucho más arriesgada que la de cualquier otro manjar o bebida. Porque, en las demás cosas, lo que hemos comprado nos lo llevamos a casa en un recipiente; y allí tenemos ocasión de examinar su valor, en qué medida y a qué hora lo tomaremos. Pero, en cuanto a las ciencias, desde el principio no podemos ponerlas en otro recipiente que en nuestra propia alma. Las engullimos al comprarlas, y salimos del mercado o bien ya infectados o bien corregidos. Hay algunas que no hacen más que estorbarnos y cargarnos en vez de nutrirnos, y otras, incluso, que con el pretexto de curarnos nos envenenan.[10]

b | Me ha complacido ver en algún sitio a hombres que, por devoción, hacen voto de ignorancia como de castidad, pobreza o penitencia. Embotar la avidez que nos incita al estudio de los libros es también castrar nuestros apetitos desordenados; y privar al alma de la voluptuosa complacencia que nos halaga por medio de la opinión de saber. c | Y es cumplir opulentamente el voto de pobreza añadirle además la del espíritu.[11] b | No necesitamos mucha ciencia para vivir a nuestras anchas. Y Sócrates nos enseña que reside en nosotros, y la manera de descubrirla y de ayudarse con ella. Toda la capacidad que poseemos más allá de la natural es poco menos que vana y superflua. Ya es mucho si no nos carga y confunde más de lo que nos sirve. c | Paucis opus est litteris ad mentem bonam[12] [Una mente sana requiere pocas letras]. b | Son excesos febriles de nuestro espíritu, que es un instrumento turbador e inquieto.

Recógete; encontrarás en ti mismo los argumentos de la naturaleza contra la muerte, verdaderos y los más apropiados para utilizarlos en caso de necesidad. Son los que hacen morir al campesino, y a pueblos enteros, con la entereza de un filósofo. c | ¿Acaso habría muerto con menos alegría antes de ver las Tusculanas?[13] Creo que no. Y, cuando llega el momento crítico, siento que mi lengua se ha enriquecido, mi ánimo poco.[14] Éste es tal y como la naturaleza me lo forjó, y no se escuda frente al conflicto sino con una disposición popular y común. Los libros me han servido menos de instrucción que de ejercicio. ¿Qué decir si b | la ciencia, intentando armarnos con nuevas defensas contra las adversidades naturales, nos ha impreso en la fantasía más su magnitud y gravedad que sus razones y sutilezas para protegernos de ellas?

c | En verdad son sutilezas; con ellas nos despierta a menudo muy inútilmente. Incluso los autores más precisos y más sabios, fijaos, en torno a un buen argumento, cuántos otros esparcen, leves y, para quien los mire de cerca, sin cuerpo alguno. No son más que argucias verbales que nos engañan. Pero, en la medida que pueda ser con utilidad, no quiero escrutarlos más. Aquí mismo hay bastantes de esta condición en varios lugares, ya sea tomados en préstamo, ya sea imitados. Por lo tanto, es necesario ir con un poco de cuidado para no llamar «fuerza» a lo que no es más que elegancia, ni «sólido» a lo que no es sino agudo, ni «bueno» a lo que sólo es bello. Quae magis gustata quam potata delectant[15] [Cosas que deleitan más degustadas que bebidas]. No todo lo que agrada alimenta. Vbi non ingenii sed animi negotium agitur[16] [Donde no se trata del negocio del ingenio sino del alma].

b | Al ver los esfuerzos que Séneca realiza para prepararse contra la muerte, al verlo sudar jadeante para endurecerse y para infundirse confianza, y debatirse tanto tiempo en esa posición incierta, yo habría puesto su reputación en entredicho, de no haberla defendido con gran valor en el momento de morir. Su agitación, tan ardorosa, tan frecuente, c | muestra que era por sí mismo acalorado e impetuoso. Magnus animus remissius loquitur et securius[17] [Un alma grande habla con más sosiego y más calma]. Non est alius ingenio, alius animo color[18] [No es uno el color del ingenio y otro el del alma]. Hay que acusarlo a su propia costa.[19] Y b | muestra, en cierto modo, que su adversario le acosaba. La manera de Plutarco, por ser más desdeñosa y más distendida, es a mi juicio tanto más viril y persuasiva. Me inclinaría a creer que los movimientos de su alma eran más seguros y más ordenados. El uno, más agudo, nos provoca y eleva de improviso; afecta más al espíritu. El otro, más sólido, nos da forma, asienta y refuerza constantemente; afecta más al entendimiento. c | Aquél nos arrebata el juicio; éste lo gana.[20]

He visto igualmente en otros escritos, todavía más venerados, que, en la descripción del combate que sostienen contra los aguijones de la carne, los representan tan punzantes, tan poderosos e invencibles, que aun nosotros, que formamos parte del desecho del pueblo, tenemos que admirarnos tanto de la extrañeza y del vigor desconocidos de su tentación como de su resistencia.[21]

b | ¿Para qué nos armamos con estos esfuerzos de la ciencia? Miremos al suelo, a la pobre gente que vemos esparcida por él, con la cabeza inclinada hacia el trabajo, que no conocen ni a Aristóteles ni a Catón, ni ejemplo ni precepto alguno. De ellos extrae la naturaleza todos los días actos de firmeza y de resistencia más puros y más vigorosos que los que estudiamos con tanto esmero en la escuela. ¿A cuántos veo de ordinario que no reparan en la pobreza?, ¿a cuántos que anhelan la muerte o que la sufren sin alarma ni aflicción? El que cava mi huerto ha enterrado esta mañana a su padre o a su hijo. Incluso los nombres con que denominan las enfermedades dulcifican y ablandan su violencia. La tisis es para ellos la tos; la disentería, una desviación de estómago; la pleuresía, es un catarro; y con la misma suavidad que las nombran, las soportan también. Son muy graves cuando interrumpen su trabajo ordinario; no guardan cama sino para morir. c | Simplex illa et aperta uirtus in obscuram et solertem scientiam uersa est[22] [Aquella virtud sencilla y abierta se ha convertido en una ciencia oscura y sutil].

b | Escribía esto aproximadamente cuando una fuerte acometida de nuestros tumultos se estancó, durante muchos meses, con todo su peso, justo sobre mí. Por un lado, tenía a los enemigos a mis puertas; por otro lado, a los merodeadores, peores enemigos[23] c | —non armis sed uitiis certatur[24] [no se combate con las armas sino con los vicios]—; b | y sufría toda suerte de abusos militares a la vez:

Hostis adest dextra laeuaque a parte timendus,

uicinoque malo terret utrumque latus.[25]

[Tengo un enemigo terrible a mi derecha y a mi izquierda;

ambos flancos amenazan con un mal inminente].

¡Monstruosa guerra! Las demás actúan hacia fuera; ésta, incluso contra sí misma. Se corroe y destruye con su propio veneno. Es por naturaleza tan maligna y destructiva que se arruina a sí misma al mismo tiempo que arruina lo demás, y se desgarra y destroza por su propia rabia. La vemos más veces disolverse por sí misma que por carencia de algo necesario, o debido a la fuerza enemiga. Toda disciplina la rehúye. Viene a curar la sedición y rebosa de ella. Pretende castigar la desobediencia y da ejemplo de ella; y, entregada a la defensa de las leyes, representa su papel de rebelión en contra de las suyas propias.[26] ¿A qué punto hemos llegado? Nuestra medicina conlleva infección:

Emponzoñamos nuestro mal

con la ayuda que le procuramos.

Exuperat magis aegrescitque medendo.[27]

[Prevalece más y se irrita al curarlo].

Omnia fanda, nefanda, malo permista furore,

iustificam nobis mentem auertere Deorum.[28]

[La mezcla de todo lo bueno y de todo lo malo, por culpa de un

maligno furor, ha apartado de nosotros el espíritu justo de los dioses].

En estas epidemias, al principio puede distinguirse a los sanos de los enfermos. Pero, cuando se prolongan, como la nuestra, todo el cuerpo se resiente, de la cabeza a los pies; ninguna parte se libra de la corrupción. Porque no hay otro aire que se inhale tan vorazmente, que se difunda y penetre, como sucede con la licencia. Nuestros ejércitos sólo se unen y mantienen gracias al cemento extranjero;[29] con franceses no puede formarse ya un cuerpo de ejército constante y regular. Es vergonzoso. No hay otra disciplina que la que nos muestran los mercenarios. Por nuestra parte, nos conducimos a discreción, y no a la del jefe, sino cada cual según la suya. Tiene más trabajo dentro que fuera.[30] Al comandante le toca seguir, cortejar y ceder, sólo a él obedecer; todo los demás son libres y disolutos. Me complace ver cuánta cobardía y pusilanimidad hay en la ambición, con cuánta abyección y servidumbre tiene que alcanzar su objetivo. Pero me desagrada ver cómo naturalezas bondadosas y capaces de justicia se corrompen todos los días en el manejo y mando de esta confusión. El padecimiento prolongado engendra la costumbre; la costumbre, el acuerdo y la imitación. Teníamos bastantes almas mal nacidas sin echar a perder las buenas y nobles. Hasta tal punto que, de continuar así, a duras penas quedará nadie a quien confiar la salud del Estado, en el supuesto de que la fortuna nos la devuelva:

Hunc saltem euerso iuuenem succurrere saeclo

ne prohibite.[31]

[Por lo menos no impidáis que este joven socorra

a nuestro trastornado siglo].

c | ¿Qué ha sido del viejo precepto según el cual los soldados han de temer más a su jefe que al enemigo?[32] ¿Y de este extraordinario ejemplo: un manzano quedó encerrado dentro del recinto del campamento del ejército romano; al partir al día siguiente, dejó al propietario intactas todas sus manzanas maduras y deliciosas?[33] Me gustaría mucho que nuestra juventud dedicara la mitad del tiempo que emplea en peregrinaciones menos útiles y en aprendizajes menos honorables a ver la guerra en el mar, bajo el mando de algún buen capitán comendador de Rodas, y la otra mitad a examinar la disciplina de los ejércitos turcos. Ésta, en efecto, ofrece muchas diferencias y ventajas con respecto a la nuestra. El hecho es que nuestros soldados se vuelven más licenciosos en las campañas; allí, más contenidos y temerosos. Porque los ataques o robos al pueblo humilde, que se castigan con una tunda de palos en tiempos de paz, son castigados con la muerte en tiempos de guerra. Por un huevo cogido sin pagar, son, según una cuenta prefijada, cincuenta bastonazos. Por cualquier otra cosa, aunque sea pequeña, no necesaria para la alimentación, los empalan o decapitan sin demora.[34] Me ha asombrado ver, en la historia de Selim, el más cruel conquistador que jamás haya existido, que, cuando subyugó Egipto, los hermosos jardines que rodean la ciudad de Damasco, abiertos de par en par y en una tierra de conquista, con su ejército acampado allí mismo, salieron indemnes de las manos de los soldados, porque éstos no habían recibido la orden de saquear.[35]

b | Pero ¿acaso hay alguna enfermedad en un Estado que merezca ser combatida con una droga tan mortífera? Ni siquiera, decía Favonio, la usurpación del dominio tiránico de un Estado.[36] c | Igualmente, Platón no aprueba que se violente el reposo de su país para curarlo, y no acepta la mejora que lo trastorna todo, y lo pone todo en peligro,[37] y que se hace a costa de la sangre y de la ruina de los ciudadanos. En tal caso, le fija la obligación, al hombre de bien, de dejarlo todo como está; de limitarse a pedir a Dios una acción extraordinaria.[38] Y parece que no le complació que Dión, su gran amigo, procediera de forma un poco distinta.[39] Yo era platónico en este aspecto antes de saber que existió un Platón en el mundo. Y si este personaje debe sin más ser rechazado de nuestra comunidad[40] —él que, por la integridad de su conciencia, mereció ante el favor divino penetrar tan lejos en la luz cristiana, a través de las tinieblas generales del mundo de su tiempo—, no creo que nos resulte decoroso dejarnos instruir por un pagano. ¡Cuánta impiedad hay en no esperar de Dios ninguna ayuda simplemente suya y ajena a nuestra cooperación! Dudo con frecuencia si, entre tanta gente que se lanza a la acción, ha habido nadie con el juicio tan débil para dejarse persuadir seriamente de que avanzaba hacia la reforma merced a la deformación más extrema, de que se acercaba a la salvación por medio de las causas más claras que tenemos de certísima condena, de que, derribando el gobierno, el magistrado y las leyes bajo cuya tutela Dios le puso,[41] llenando de odios parricidas los ánimos fraternales, invocando en su auxilio a los diablos y a las furias, podía prestar ayuda a la sacrosanta benevolencia y justicia de la ley divina.[42] b | La ambición, la avaricia, la crueldad, la venganza carecen de suficiente ímpetu propio y natural; encendámoslas y aticémoslas nosotros con el glorioso pretexto de la justicia y de la devoción. No cabe imaginar peor estado de las cosas que aquel en el cual la maldad deviene legítima y adopta, con la venia del magistrado, el manto de la virtud.[43] c | Nihil in speciem fallacius quam praua religio, ubi deorum numen praetenditur sceleribus[44] [Ninguna apariencia es más engañosa que la religión depravada, en la cual se encubren los crímenes bajo la majestad de los dioses]. La forma suprema de injusticia, según Platón, es que lo injusto sea considerado justo.[45]

b | El pueblo sufrió entonces, con gran amplitud, no sólo los daños presentes,

undique totis

usque adeo turbatur agris,[46]

[la turbación es grande por doquier, incluso por los campos],

sino también los futuros. A los vivos les tocó padecer; también a quienes aún no habían nacido. Le saquearon, y por lo tanto a mí, hasta la esperanza; le arrebataron todo lo que tenía para proveer a su vida por muchos años:

Quae nequeunt secum ferre aut abducere perdunt,

et cremat insontes turba scelesta casas.[47]

[Lo que no pueden llevarse consigo o robar, lo destruyen,

y la horda criminal quema las casas inocentes].

Muris nulla fides, squallent populatibus agri.[48]

[No hay ninguna seguridad en las murallas,

los campos están desolados por los saqueos].

Además de esta sacudida, sufrí otras. Caí en las desgracias que la moderación acarrea en tales enfermedades. Me zurraron por todas partes. Para el gibelino, yo era güelfo; para el güelfo, era gibelino[49] —alguno de mis poetas dice esto, pero no sé dónde—. La situación de mi casa, y el trato con los hombres de mi vecindad, me presentaban con una apariencia; mi vida y mis acciones, con otra.[50] No me lanzaban acusaciones formales, pues no había por dónde atacarme —jamás me aparto de las leyes—; y si alguien me hubiera investigado, me habría tenido que dar explicaciones él. Eran sospechas mudas que circulaban bajo mano, en las cuales nunca falta verosimilitud en una mezcolanza tan confusa —como tampoco faltan espíritus envidiosos o ineptos—. c | Suelo secundar las presunciones injuriosas que la fortuna esparce contra mí, por una tendencia, que tengo desde siempre, a eludir justificarme, excusarme e interpretarme. Considero que pleitear por mi conciencia es comprometerla. Perspicuitas enim argumentatione eleuatur[51] [Pues la evidencia mengua con la argumentación]. Y como si todo el mundo viera en mí tan claro como yo mismo, en lugar de separarme de la acusación, me acerco a ella, y más bien la rebaso con una confesión irónica y burlona;[52] salvo que me calle por completo, como ante cosa que no merece respuesta. Pero quienes entienden esto como una confianza demasiado altiva apenas me desean algo mejor que quienes lo entienden como la debilidad de una causa indefendible. En especial los grandes, para quienes la falta de sumisión es la falta suprema, esquivos a toda justicia que se reconozca, que se sienta, no desamparada, humilde y suplicante. He chocado a menudo con este pilar. En cualquier caso, con lo que me sucedió entonces, b | un ambicioso se habría colgado; un avaricioso habría hecho lo mismo.

No tengo ningún afán de adquisición:

Sit mihi quod nunc est, etiam minus, ut mihi uiuam

quod superest aeui, si quid superesse uolent dii.[53]

[Que conserve lo que ahora tengo, menos incluso, de modo que viva para

mí lo que me reste de tiempo, si los dioses quieren que me reste algo].

Pero las pérdidas que sufro por la injusticia de otro, sea robo, sea violencia, me hieren más o menos como a un hombre enfermo de avaricia y torturado por ella. La acritud de la ofensa es infinitamente mayor que la de la pérdida.

Mil formas diferentes de infortunios se precipitaron sobre mí uno tras otro. Los habría soportado con más gallardía en tropel. Pensaba ya a cuál de mis amigos podría confiar una vejez indigente y caída en desgracia. Tras volver la mirada en todas direcciones, me vi desamparado. Para dejarse caer a plomo, y desde tan arriba, hay que contar con los brazos de un afecto sólido, vigoroso y provisto de fortuna. Son raros, si hay alguno. Al cabo, advertí que lo más seguro era encargarme yo mismo de mí y de mi necesidad. Y si la gracia de la fortuna se me mostraba fría, encomendarme con más fuerza a la mía, adherirme a ella, mirarme de más cerca a mí mismo. c | En cualquier asunto los hombres se abalanzan en busca de apoyos ajenos para ahorrarse los propios, los únicos seguros y los únicos poderosos para quien sabe armarse con ellos. Todo el mundo corre hacia otra parte, y hacia el futuro, porque nadie ha llegado hasta sí mismo.

b | Y resolví que eran desgracias útiles. En primer lugar porque a los malos discípulos, cuando la razón no posee fuerza suficiente, hay que advertirles a latigazos, c | igual que volvemos a poner recta una madera torcida por medio del fuego y de la violencia de las cuñas. b | Hace mucho que me predico atenerme a mí mismo, y apartarme de las cosas ajenas. Pese a todo, todavía sigo volviendo la mirada hacia los lados. La inclinación, una frase favorable de un grande, una cara amable, me tientan. ¡Sabe Dios la carestía de tales cosas que se da en estos tiempos, y el significado que tienen! Todavía oigo sin arrugar la frente las seducciones que me dedican para que salga a la plaza pública, y me defiendo con tanta blandura que da la impresión de que soportaría de más buena gana ser vencido. Ahora bien, un espíritu tan indócil necesita que le den de bastonazos; y cuando un tonel se despega, se abre, se escapa y zafa de sí mismo, hay que remacharlo y volverlo a apretar con unos buenos golpes de mazo. En segundo lugar, porque este accidente me servía de ejercicio para prepararme para lo peor. Yo que, merced al favor de la fortuna y a la condición de mis costumbres, esperaba ser de los últimos en verse atrapados por la tormenta, resultaba ser de los primeros. Ello me instruía desde bien temprano a forzar mi vida, y a disponerla para una nueva situación. La verdadera libertad es tener pleno poder sobre uno mismo. c | Potentissimus est qui se habet in potestate[54] [El más poderoso es quien se domina a sí mismo].

b | En un tiempo ordinario y tranquilo, uno se prepara para adversidades moderadas y comunes. Pero, en esta confusión en la cual nos encontramos desde hace treinta años, todo francés, sea en particular, sea en general, se encuentra en todo instante a punto de sufrir un vuelco completo de fortuna. Con más razón debe mantener el ánimo abastecido de provisiones más fuertes y vigorosas. Agradezcamos a la suerte habernos hecho vivir en un siglo que no es delicado, languideciente ni ocioso. Alguno que no lo habría sido de otra manera, se hará famoso por su desgracia.

c | Apenas leo en las historias las turbaciones de los demás Estados sin lamentar no haberlas podido examinar mejor en persona. De igual manera, mi curiosidad hace que me complazca en cierta medida viendo con mis propios ojos el notable espectáculo de nuestra muerte pública, sus síntomas y su forma. Y, dado que no puedo retrasarla, me satisface estar destinado a presenciarla, y a instruirme con ella. También buscamos con avidez reconocer, incluso en la sombra y en la fábula de los teatros, la representación de los juegos trágicos de la fortuna humana. No es que no tengamos compasión por lo que oímos, pero nos complacemos en despertar nuestro disgusto con la rareza de estos acontecimientos lastimosos. Lo que no punza, no deleita.[55] Y los buenos historiadores evitan, como un agua estancada y un mar muerto, las narraciones tranquilas, para volver a las sediciones, a las guerras, donde saben que los reclamamos.

Dudo si puedo confesar sin excesiva vergüenza con qué escaso perjuicio para el reposo y la tranquilidad de mi vida he pasado más de la mitad de ella en medio de la destrucción de mi país. Tengo una facilidad un poco excesiva para soportar los infortunios que no me afectan en persona, y, para lamentarme por mí, miro no tanto aquello que me arrebatan como aquello que me resta intacto, por dentro y por fuera. Es consolador esquivar a veces uno, a veces otro de los males que nos acechan sin tregua, y que golpean en otros sitios a nuestro alrededor. Además, en materia de daños públicos, mi afecto se debilita a medida que se extiende de manera más universal. Añádase esta verdad a medias: Tantum ex publicis malis sentimus, quantum ad priuatas res pertinet[56] [Sólo sentimos los males públicos en la medida que afectan a nuestros intereses privados]. Y que la salud de la que partimos era tal que por sí misma alivia la añoranza que deberíamos sentir. Era salud, pero sólo en comparación con la enfermedad que la ha seguido. No hemos caído de muy arriba. La corrupción y el bandidaje que gozan de dignidad, y que forman parte del deber, me parecen los menos soportables. Nos roban con menos injusticia en un bosque que en un lugar de asilo. Era una unión universal de miembros corrompidos en particular, a cuál más unos y otros, y la mayor parte con úlceras envejecidas que ya no admitían ni pedían curación.

b | Este hundimiento, pues, me animó ciertamente más de lo que me abatió, con la ayuda de mi conciencia, que se mantenía no ya apacible, sino orgullosa; y yo no encontraba nada en lo cual quejarme de mí. Además, como Dios no envía nunca ni los males ni los bienes del todo puros a los hombres, mi salud resistió aquel tiempo mejor de lo habitual. Y así como sin ella nada puedo, hay pocas cosas que no pueda con ella. Ella me procuró la manera de despertar todas mis reservas, y de protegerme con la mano de una herida que habría sido seguramente más profunda. Y experimenté, al resistir, que tenía cierto aguante frente a la fortuna, y que, para derribarme del caballo, era preciso un gran golpe. No lo digo para incitarla a atacarme con más fuerza. Soy su servidor, le tiendo las manos. Ojalá se dé por satisfecha. ¿Si siento sus asaltos? Sí los siento. Quienes están abrumados y embargados de tristeza, aun así dejan por momentos que algún placer les halague, y se les escapa una sonrisa. De la misma manera, yo tengo suficiente dominio sobre mí mismo para hacer que mi estado habitual sea apacible y esté libre de penosas imaginaciones. Pero a intervalos me dejo, sin embargo, sorprender por las mordeduras de estos pensamientos desagradables, que me golpean cuando estoy armándome para rechazarlos, o para luchar contra ellos.

He aquí otra desgracia peor, que cayó sobre mí a continuación de las demás. Tanto en casa como fuera, me asaltó la más virulenta de las pestes. Porque, así como los cuerpos sanos están expuestos a enfermedades más graves, pues sólo éstas pueden forzarlos, mi aire salubérrimo, donde nadie recordaba que el contagio, aunque se acercara, hubiera podido tomar pie, al envenenarse, produjo efectos extremos:

Mista senum et iuuenum densantur funera, nullum

saeua caput Proserpina fugit.[57]

[Los cadáveres de viejos y jóvenes, confundidos, se

acumulan; ninguna cabeza escapa a la cruel Proserpina].

Tuve que soportar la graciosa circunstancia de que la visión de mi casa me resultara terrible. Todo lo que había en ella estaba sin vigilancia y a la merced de quien lo deseara. Yo, que soy tan hospitalario, me vi forzado a una búsqueda muy penosa de refugio para mi familia. Una familia extraviada, que daba miedo a sus amigos, y se lo daba a sí misma, y que causaba horror allí donde intentaba instalarse, obligada a cambiar de residencia en cuanto alguien del grupo empezaba a dolerse de la punta del dedo. Todas las enfermedades se consideran entonces peste; no se da tiempo para reconocerlas. Y lo bueno es que, de acuerdo con las reglas del arte, al acercarse uno a cualquier peligro, debe permanecer cuarenta días angustiado por la enfermedad, con la imaginación poniéndote mientras tanto a prueba a su antojo, y causando fiebre incluso a tu salud.

Todo esto me habría afectado mucho menos si no hubiera tenido que sufrir por el dolor de otros, y servir seis meses miserablemente de guía a esta caravana. Porque yo llevo conmigo mis preservativos, que son resolución y paciencia. La aprensión, a la cual se teme de modo particular en esta enfermedad, no me oprime mucho. Y si, viéndome solo, hubiera querido huir, mi huida habría sido mucho más airosa y más lejana. Es una muerte que no me parece de las peores. Suele ser rápida, aturdida, sin dolor, consolada por su carácter público, sin ceremonia, sin duelo, sin muchedumbre. Pero, en cuanto a la gente de los alrededores, la centésima parte de las almas no pudo salvarse:

uideas desertaque regna

pastorum, et longe saltus lateque uacantes.[58]

[y verás desiertos dominios de pastores, y

pastizales vacíos a lo largo y a lo ancho].

En este lugar mis mejores ingresos proceden del trabajo manual. Lo que cien hombres trabajaban para mí estuvo parado mucho tiempo.

Ahora bien, entonces ¿qué ejemplo de resolución no vimos en la simplicidad de todo este pueblo? En general, todo el mundo renunciaba a preocuparse por la vida. Las uvas permanecieron colgadas en las viñas, el bien principal del país, pues todos sin distinción se preparaban para la muerte y la esperaban aquella noche, o al día siguiente. Con un semblante y una voz tan poco espantados que parecía que se hubieran encomendado a esa necesidad, y que se tratara de una condena universal e inevitable. Lo es siempre. Pero ¡de qué poco depende la resolución de morir! La distancia y diferencia de unas cuantas horas, la mera consideración de la compañía cambian nuestra aprehensión. Ved a éstos. Como mueren el mismo mes, niños, jóvenes, ancianos, ya no se afligen, ya no se lloran. Vi a algunos que temían quedarse rezagados, como en una horrible soledad. Y en general no advertí otra preocupación que la de las sepulturas. Les enojaba ver los cadáveres esparcidos en medio de los campos, a la merced de los animales, que proliferaron de inmediato. c | ¡Cómo varían las fantasías humanas! Los neoritas, una nación que Alejandro subyugó, arrojan los cadáveres en lo más hondo de sus bosques para que se los coman. Es la única sepultura que entre ellos se considera dichosa.[59] b | Alguno, sano, cavaba ya su fosa; otros se echaban en ella todavía vivos. Y uno de mis peones, con sus propias manos y pies, acarreó sobre sí la tierra mientras se moría. ¿No era esto taparse para dormir más a gusto? c | Con una empresa de altura semejante en cierto modo a aquella de los soldados romanos a los que encontraron, tras la batalla de Cannas, con la cabeza hundida en agujeros que habían cavado y llenado con sus propias manos, para ahogarse en ellos.[60] b | En suma, la experiencia puso de inmediato a una nación entera en un grado que no cede en dureza a ninguna resolución estudiada y deliberada.

La mayoría de las enseñanzas de la ciencia para infundirnos ánimo tienen más de apariencia que de fuerza, y más de ornamento que de fruto. Hemos abandonado la naturaleza, y pretendemos enseñarle su lección, a ella que nos conducía con tanta dicha y seguridad. Y mientras tanto, las trazas de su instrucción, y lo poco de su imagen que, gracias al beneficio de la ignorancia, resta impreso en la vida de la muchedumbre rústica de hombres sin educación, la ciencia se ve obligada todos los días a pedirlo prestado, para que sirva a sus discípulos como modelo de firmeza, de inocencia y de tranquilidad. Es bonito ver que éstos, repletos de tantos hermosos conocimientos, tengan que imitar tal necia simplicidad, e imitarla en las primeras acciones de la virtud. Y que nuestra sabiduría aprenda aun de los animales las enseñanzas más útiles para los más importantes y necesarios asuntos de nuestra vida: cómo debemos vivir y morir, administrar nuestros bienes, amar y criar a nuestros hijos, mantener la justicia. Es éste un singular testimonio de la enfermedad humana.[61] Y que esta razón, que se mueve a nuestro antojo, y que encuentra siempre alguna variación y novedad, no deje en nosotros ninguna huella visible de la naturaleza.[62] Y los hombres han hecho con ella como los perfumistas hacen con el aceite. La han sofisticado con tantas argumentaciones y razones, invocadas desde fuera, que se ha vuelto variable y particular para cada uno, y ha perdido su propio rostro, constante y universal.[63] Y debemos buscar su testimonio, no sometido a favor, ni a corrupción ni a diversidad de opiniones, en los animales. Porque es bien cierto que ni siquiera ellos siguen siempre con total exactitud la ruta de la naturaleza, pero su desviación es tan escasa que siempre puedes percibir el carril. Igual que los caballos llevados de la mano dan brincos y se escapan, pero no más allá de la longitud de sus ronzales, y siempre siguen, pese a todo, los pasos de quien les guía; y como el pájaro se echa a volar, pero atado a su cuerda.[64] c | Exilia, tormenta, bella, morbos, naufragia meditare,[65] ut nullo sis malo tiro[66] [Medita en los exilios, en los tormentos, en las guerras, en los naufragios, para no enfrentarte como un novato a ninguna desgracia].

b | ¿Para qué nos sirve el afán de anticipar todas las adversidades de la naturaleza humana, y de prepararnos con tanto ahínco para el enfrentamiento incluso con aquellas que acaso no van a afectarnos en absoluto? c | Parem passis tristitiam facit, pati posse[67] [La posibilidad de sufrir produce la misma aflicción que haber sufrido]. No sólo nos golpea el golpe; también lo hacen el viento y el ruido.[68] b | O, como en el caso de los más febriles, porque sin duda se trata de fiebre, ¿de qué sirve acudir ya a recibir azotes porque puede suceder que la fortuna nos haga sufrirlos algún día, c | y coger la ropa forrada a partir de san Juan porque la necesitaremos en Navidad? Lánzate a la experiencia de todas las desgracias que pueden ocurrirte, sobre todo de las más extremas; experiméntalas, dicen, asegúrate frente a ellas. Al contrario, lo más fácil y más natural sería librar de ellas aun el pensamiento. Dado que no llegarán bastante pronto, dado que su verdadero ser no nos durará bastante, nuestro espíritu debe extenderlas y prolongarlas, y asumirlas y cultivarlas de antemano, como si no pesaran razonablemente sobre nuestros sentidos. c | Pesarán lo suficiente cuando lleguen, dice uno de los maestros, no de alguna escuela delicada, sino de la más dura.[69] Mientras tanto, favorécete a ti mismo; cree en lo que te guste más. ¿De qué te sirve acoger y prevenir tu mala fortuna, y perder el presente por temor al futuro, y ser miserable desde ahora porque has de serlo con el tiempo? Son sus palabras.[70] b | La ciencia nos hace a buen seguro un buen servicio al instruirnos con suma exactitud sobre las dimensiones de las desgracias:

Curis acuens mortalia corda.[71]

[Acuciando con preocupaciones los corazones de los mortales].

Sería lamentable que una parte de su magnitud escapara a nuestra sensibilidad y a nuestro conocimiento. Es indudable que a la mayoría prepararse para la muerte les ha atormentado más que el hecho de sufrirla. c | En otro tiempo se dijo con razón, y por parte de un autor muy juicioso: «Minus afficit sensus fatigatio quam cogitatio» [El dolor turba menos los sentidos que la idea del dolor].[72]

A veces el sentimiento de la muerte presente nos anima por sí mismo, con pronta resolución, a no evitar ya aquello que es del todo inevitable. En el pasado hubo muchos gladiadores que, tras pelear de un modo cobarde, afrontaron valerosamente la muerte, ofreciendo la garganta al hierro del enemigo, e incitándole. La visión lejana de la muerte requiere una firmeza continua y, por lo tanto, difícil de conseguir.[73] b | Si no sabes morir, no te importe; la naturaleza te informará de inmediato, de manera plena y suficiente; hará exactamente la tarea en tu lugar. No te preocupes por ella:

Incertam frustra, mortales, funeris horam

quaeritis, et qua sit mors aditura uia.[74]

[En vano, mortales, indagáis la hora incierta de

vuestro fin, y por qué camino os llegará la muerte].

Poena minor certam subito perferre ruinam,

quod timeas grauius sustinuisse diu.[75]

[Es menor castigo sufrir de inmediato una destrucción segura

que temer durante mucho tiempo soportar una más grave].

Turbamos la vida con el desasosiego por la muerte, y la muerte con el desasosiego por la vida. c | Una nos hastía, la otra nos espanta. b | No nos preparamos contra la muerte: es algo demasiado rápido. c | Un cuarto de hora de pasividad sin consecuencias, sin daño, no merece preceptos particulares. b | A decir verdad, nos preparamos contra las preparaciones para la muerte. La filosofía nos prescribe tener siempre la muerte a la vista, preverla y considerarla de antemano, y, después, nos brinda las reglas y las precauciones para asegurar que tal previsión y tal pensamiento no nos hieran. Hacen lo mismo los médicos que nos precipitan en las enfermedades para tener dónde emplear sus drogas y su arte. c | Si no hemos sabido vivir, es injusto que nos enseñen a morir, y que hagan que el final no sea conforme al todo. Si hemos sabido vivir firme y tranquilamente, sabremos morir igual. Se ufanarán todo lo que quieran: «Tota philosophorum uita commentatio mortis est»[76] [La entera vida de los filósofos es una preparación a la muerte]. Pero me parece que ésta es ciertamente el final; sin embargo, no la finalidad de la vida. Es su término, su extremo; pero no su objetivo. La vida debe tenerse a sí misma como punto de mira, como propósito. Su recto afán es ordenarse, dirigirse, sobrellevarse. Dentro del número de los muchos deberes que comprende el general y principal capítulo de saber vivir, figura el artículo de saber morir. Y estaría entre los más fáciles si nuestro temor no lo volviera penoso.

b | De juzgarlas por la utilidad y por la verdad genuina, las lecciones de la simplicidad apenas ceden a aquellas que nos predica la doctrina en sentido contrario. Los hombres difieren en sensibilidad y en fuerza; hay que conducirlos hacia su bien con arreglo a sí mismos y por rutas diferentes. c | Quo me cunque rapit tempestas, deferor hospes[77] [Allí donde me arrastra la tormenta, me acojo como huésped]. b | Jamás vi a ningún campesino de mi vecindad ponerse a reflexionar sobre la disposición y la firmeza con que pasará esta última hora. La naturaleza le enseña a no pensar en la muerte hasta que se muere. Y, llegado el momento, se desenvuelve mejor que Aristóteles, al que la muerte aflige doblemente, por ella y por una larguísima premeditación. Por eso, la opinión de César fue que la muerte menos premeditada era la más dichosa y la más ligera.[78] c | Plus dolet quam necesse est, qui ante dolet quam necesse est[79] [Se duele más de lo necesario quien se duele antes de que sea necesario]. La acritud de esta imaginación surge de nuestra curiosidad. Siempre caemos en estas trabas, por querer adelantarnos y enseñar a las prescripciones naturales. Sólo a los doctores les corresponde comer peor cuando están sanos, y fruncir el ceño por la imagen de la muerte. El pueblo no tiene necesidad ni de remedio ni de consuelo hasta que llegan el choque y el golpe. Y sólo toma en consideración aquello justamente que sufre. b | ¿No es lo que decimos, que la insensibilidad y falta de aprehensión del vulgo le procura la resistencia ante los males presentes, y una profunda despreocupación por las adversidades futuras?, c | ¿que su alma, al ser más tosca y obtusa, es más difícil de penetrar y de agitar? b | Por Dios, si éste es el caso, de ahora en adelante seamos adeptos de la escuela de la necedad. Ésta conduce con toda calma a sus discípulos hasta el fruto supremo que las ciencias nos prometen.

No nos faltarán buenos profesores, intérpretes de la simplicidad natural. Sócrates será uno de ellos. Porque, si no recuerdo mal, habla aproximadamente de este modo a los jueces que deliberan sobre su vida: «Tengo miedo, señores, si os pido que no me condenéis a muerte, de verme atrapado en la denuncia de mis acusadores, según la cual me jacto de ser más entendido que los demás, como si tuviera cierto conocimiento más oculto de las cosas que están por encima y por debajo de nosotros.[80] Sé que no he frecuentado ni reconocido la muerte, ni he visto a nadie que haya comprobado sus características para instruirme al respecto. Quienes la temen, dan por supuesto que la conocen. Por mi parte, no sé ni cómo es, ni qué sucede en el otro mundo. Tal vez la muerte sea una cosa indiferente, tal vez sea deseable.[81] c | —Debe creerse, sin embargo, si se trata de una transmigración de un sitio a otro, que constituye una mejora ir a vivir con tantos grandes personajes difuntos, y quedar libre de seguir tratando con jueces inicuos y corruptos. Si se produce la aniquilación de nuestro ser, es también una mejora ingresar en una larga y apacible noche. Nada de lo que sentimos durante la vida es más dulce que el reposo y el sopor tranquilo y profundo sin sueños—.[82] b | Las cosas que sé que son malas, como ofender al prójimo y desobedecer al superior, sea Dios sea hombre, las evito con todo cuidado. Aquellas que ignoro si son buenas o malas, no puedo temerlas.[83] c | Sin embargo, yo voy a morir y os dejo a vosotros en vida; sólo los dioses ven a quién, a mí o a vosotros, le irá mejor.[84] Por tanto, por lo que a mí respecta, ordenaréis lo que os plazca. Pero, de acuerdo con mi costumbre de aconsejar las cosas justas y útiles, afirmo que, por vuestra conciencia, haréis mejor soltándome, salvo que veáis más allá que yo en mi causa. Y, juzgando según mis acciones pasadas, tanto públicas como privadas, según mis intenciones, y según el provecho que sacan todos los días de mi trato tantos de nuestros conciudadanos, jóvenes y viejos, y el fruto que os proporciono a todos, no podéis satisfacer debidamente mi mérito sino ordenando que me alimenten, habida cuenta mi pobreza, en el Pritaneo a expensas públicas, lo cual a menudo os he visto conceder con menos razón a otros.[85] No toméis por obstinación o por desdén que no siga la costumbre de suplicaros y de moveros a conmiseración. Tengo amigos y parientes —pues tampoco yo he sido, como dice Homero, engendrado ni de madera ni de piedra— capaces de presentarse con lágrimas y duelo, y tengo tres hijos desconsolados con los que moveros a piedad. Pero cometería una infamia contra nuestra ciudad, a la edad que tengo y con tal reputación de sabiduría que me veo aquí acusado por ello, si me abandonara a disposiciones tan cobardes. ¿Qué se diría de los demás atenienses?[86] Siempre he advertido a quienes me han escuchado que no salven la vida con una acción deshonesta. Y en las guerras de mi país, en Anfípolis, en Potidea, en Delion y otras en las que me he encontrado, he mostrado con los hechos qué lejos estaba de garantizar mi seguridad con mi vergüenza.[87] Además, perjudicaría a vuestro deber y os incitaría a cosas ignominiosas. Porque no les corresponde a mis ruegos persuadiros, sino a las razones puras y sólidas de la justicia. Habéis jurado a los dioses cumplirlo así. Parecería que quisiera sospechar de vosotros y recriminaros no creer que existan. Y yo mismo daría testimonio, en contra de mí mismo, de no creer en ellos como debo; desconfiaría de su dirección y no abandonaría mi caso simplemente en sus manos. Yo confío plenamente en ellos, y doy por cierto que obrarán en este asunto según vuestra conveniencia y la mía.[88] La gente de bien, ni viva ni muerta, no tiene nada que temer de los dioses».[89]

b | ¿No es éste un alegato c | natural, b | de una altura inimaginable?,[90] ¡y empleado en qué trance! c | En verdad fue razonable que lo prefiriera al que le había escrito el gran orador Lisias, excelentemente modelado al estilo judicial, pero indigno de un reo tan noble.[91] ¿Habría podido oírse de labios de Sócrates una voz suplicante? ¿Esta soberbia virtud se habría echado atrás en el momento álgido de su manifestación? ¿Y su rica y poderosa naturaleza, habría confiado al arte su defensa y, en su prueba culminante, renunciado a la verdad y a la naturalidad, ornamentos de su habla, para acicalarse con el afeite de las figuras y ficciones de un discurso aprendido? Obró muy sensatamente, y en consonancia consigo mismo, no corrompiendo un tenor de vida incorruptible y una imagen tan santa de la forma humana por prolongar un año su decrepitud y traicionar la memoria inmortal de este fin glorioso. Debía su vida no a sí mismo sino al ejemplo del mundo. ¿No habría supuesto un perjuicio público terminarla de una manera ociosa y oscura? b | Ciertamente, una consideración tan despreocupada y tranquila de su muerte merecía que la posteridad la considerara tanto más en su honor. Así lo hizo. Y nada hay tan justo en la justicia como lo que la fortuna ordenó en honor suyo. Porque los atenienses aborrecieron en tal medida a quienes la causaron, que los rehuían como a excomulgados. Se tenía por sucio todo lo que habían tocado, nadie en el baño se lavaba con ellos, nadie los saludaba ni abordaba, hasta el punto que, al final, viéndose incapaces de seguir afrontando este odio público, se ahorcaron.[92]

Si alguien considera que, entre tantos otros ejemplos que podía elegir al servicio de mi argumento, en los dichos de Sócrates, me he equivocado al escoger éste, y juzga que este discurso se eleva por encima de las opiniones comunes, lo he hecho adrede. Porque yo soy de otro parecer, y considero que es un discurso que, en rango y en naturalidad, está muy por detrás y por debajo de las opiniones comunes. Representa, c | con una osadía carente de artificio, con una seguridad infantil, b | la pura y primera impresión c | e ignorancia b | de la naturaleza. Es, en efecto, creíble que por naturaleza tengamos miedo al dolor, pero no a la muerte por sí misma. Ésta constituye una parte de nuestro ser no menos esencial que la vida. ¿Con qué objeto la naturaleza habría engendrado en nosotros odio y horror por ella, si ocupa una posición de grandísima utilidad para nutrir la sucesión y la vicisitud de sus obras, y, en esta república universal, sirve más de nacimiento e incremento que de pérdida o destrucción?:

Sic rerum summa nouatur.[93]

[Así se renueva la suma de las cosas].

c | Mille animas una necata dedit.[94]

[Mil almas nacen de una muerte].

b | La declinación de una vida es el paso a otras mil vidas. c | La naturaleza ha impreso en los animales el cuidado de sí mismos y de su conservación. Éstos llegan al extremo de tener miedo de empeorar, de sufrir golpes y heridas, de que los atrapemos y azotemos —accidentes sujetos a sus sentidos y experiencia—. Pero no pueden temer que los matemos, ni poseen la facultad de imaginar e inferir la muerte. Además, se dice también que b | se les ve no sólo afrontarla con alegría —la mayoría de caballos relinchan al morir, los cisnes la cantan—, sino incluso buscarla cuando la necesitan, como indican muchos ejemplos de los elefantes.[95]

Por lo demás, ¿la manera de argumentar de la que aquí se sirve Sócrates no es admirable igualmente por su simplicidad y por su vehemencia? En verdad, es mucho más fácil hablar como Aristóteles y vivir como César que hablar y vivir como Sócrates. Ahí reside el grado supremo de perfección y de dificultad; el arte nada puede añadir. Ahora bien, nuestras facultades no están educadas así. Ni las ponemos a prueba ni las conocemos; nos arrogamos las ajenas, y dejamos las nuestras inactivas. Alguien podría decir lo mismo de mí: que me he limitado aquí a componer un amasijo de flores ajenas, sin aportar de mi cosecha otra cosa que el hilo para atarlas. Ciertamente, he concedido a la opinión pública que estos aderezos prestados me acompañen. Pero no quiero que me tapen ni oculten. Esto es lo contrario de mi propósito, que no pretende mostrar sino lo mío, y lo que es mío por naturaleza. Y, de haber seguido mi propio criterio, sucediera lo que sucediera, habría hablado completamente solo. c | Todos los días los asumo con más fuerza, al margen de mi propósito y de mi forma inicial, de acuerdo con la fantasía del siglo, y por ociosidad.[96] Si tal cosa cuadra mal conmigo, como creo, no importa; le puede ser útil a otro.

b | Hay quien alega a Platón y a Homero sin haberlos leído nunca. También yo he tomado bastantes pasajes de otro sitio que su fuente. Sin esfuerzo ni capacidad, disponiendo de mil volúmenes a mi alrededor, aquí donde escribo, podría ahora mismo, si quisiera, tomar cosas prestadas de una docena de tales remendones, gente que apenas hojeo, para adornar el tratado de la fisonomía.[97] No necesito sino la epístola preliminar de un alemán para llenarme de toda suerte de alegaciones;[98] y nos lanzamos a buscar con esto una gloria lisonjera que engañe al necio mundo. c | Estas misceláneas de lugares comunes, con las cuales tanta gente se ahorra trabajo, apenas sirven sino para asuntos comunes; y sirven para que alardeemos, no para guiarnos —ridículo fruto de la ciencia que Sócrates le censura con tanta gracia a Eutidemo—.[99] He visto componer libros sobre cosas jamás estudiadas ni entendidas; el autor confía a varios de sus amigos doctos la indagación de esta y de aquella materia para componerlo, y se contenta, por su parte, con haber concebido el plan, y enlazado con su destreza ese haz de provisiones desconocidas. Al menos, la tinta y el papel son suyos. Esto es[100] comprar o tomar prestado un libro, no hacerlo. Es enseñar a los hombres no que se sabe hacer un libro, sino, cosa sobre la cual quizá tenían dudas, que no se sabe hacerlo. b | Un presidente se jactaba, en presencia mía, de haber acumulado doscientas y pico citas ajenas en un decreto presidencial.[101] c | Al proclamarlo, destruía la gloria que le rendían por él. b | Una pusilánime y absurda jactancia, a mi entender, en tal asunto y en tal persona. c | Yo hago lo contrario,[102] y, entre tantos préstamos, me agrada mucho poder ocultar alguno, disfrazándolo y deformándolo para darle un nuevo servicio. A riesgo de dejar decir que lo hago por no haber entendido su uso original, le confiero cierta orientación particular, para que así no resulte tan completamente ajeno. b | Éstos alardean de sus robos y se los atribuyen. También gozan de mayor crédito ante las leyes que yo.[103] c | Nosotros, naturalistas, consideramos que el honor de la invención es preferible con mucho y sin comparación al honor de alegar.[104]

b | Si hubiese querido hablar con ciencia, habría hablado antes. Habría escrito en la época más cercana a mis estudios, cuando tenía más ingenio y memoria. Y me habría encomendado más al vigor de esa edad que al de ésta, si hubiese querido dedicarme a la profesión c | de escribir. ¿Y qué habría ocurrido si el favor gracioso que la fortuna me ha deparado hace poco, por mediación de esta obra, me hubiese podido encontrar en aquel período, y no en éste, en el cual su posesión es tan deseable como inminente su pérdida?[105] b | Dos de mis conocidos, grandes hombres en esta habilidad, han perdido mucho, a mi juicio, por haber rehusado publicar a los cuarenta años para esperar hasta los sesenta. La madurez tiene sus defectos, como la juventud, y peores. Y la vejez es tan incómoda para esta clase de tarea como para cualquier otra. Quien da su decrepitud a la prensa comete una locura si espera expresar unos humores que no tengan trazas de caído en desgracia, de soñador ni de amodorrado. Nuestro espíritu se acatarra y embota al envejecer. Yo digo con toda la pompa y opulencia la ignorancia, y digo la ciencia de manera pobre y lastimosa. c | Ésta, de un modo accesorio y accidental; aquélla, de forma expresa y principal. Y no trato oportunamente de nada sino de la nada, ni de ciencia alguna sino de aquella que versa sobre la ignorancia. b | He elegido el momento en el que tengo toda mi vida, que he de describir, ante mis ojos. Lo que resta se parece más a la muerte. E incluso de mi muerte, si la encontrara charlatana, como hacen otros, me gustaría dar noticia al pueblo al marcharme.

Sócrates fue un ejemplar perfecto en todas las grandes cualidades. Me irrita que encontrara un cuerpo tan desgraciado, [106] según dicen, y tan discordante con la belleza de su alma c | —él, que estaba tan enamorado de la belleza y tan enloquecido por ella. La naturaleza fue injusta con él—.[107] b | Nada es más verosímil que la conformidad y correlación del cuerpo con el espíritu.[108] c | Ipsi animi magni refert quali in corpore locati sint: multa enim e corpore existunt quae acuant mentem, multa quae obtundant[109] [Importa mucho en qué cuerpos se alojan las mismas almas, pues muchas cosas del cuerpo agudizan la mente y muchas la embotan]. Éste habla de una fealdad desnaturalizada y de una deformidad de los miembros.[110] Pero también llamamos fealdad a un aire desagradable a primera vista, que radica sobre todo en el semblante, y nos causa disgusto por la tez, por una mancha, por una disposición ruda, por alguna causa a menudo inexplicable en miembros, sin embargo, bien proporcionados e íntegros. La fealdad que revestía un alma muy bella en La Boétie era de esta clase. Tal fealdad superficial, que es, con todo, la más imperiosa,[111] perjudica menos a la condición del espíritu, y tiene poca certeza en la opinión de los hombres. La otra, que con un nombre más propio se llama deformidad, es más sustancial, afecta con mayor frecuencia lo interior. No todo calzado de cuero bien pulido, sino todo calzado bien formado, muestra la forma interior del pie. b | Así, Sócrates decía de la suya que delataba exactamente lo mismo en su alma, de no haberla corregido con la educación.[112] c | Pero, al decirlo, me parece que se burlaba según su costumbre, y jamás alma tan excelente se hizo a sí misma.

b | No puedo decir con bastante frecuencia hasta qué extremo aprecio la belleza, cualidad poderosa y útil. Él la llamaba breve tiranía,[113] c | y Platón, el privilegio de la naturaleza.[114] b | No tenemos otra que la supere en prestigio. Ocupa el primer rango en el trato humano. Se presenta de antemano, seduce y orienta nuestro juicio con gran autoridad y extraordinaria impresión. c | Friné habría perdido su causa, en manos de un excelente abogado, si, abriéndose el vestido, no hubiera corrompido a sus jueces con el esplendor de su belleza.[115] Y me parece que Ciro, Alejandro, César, estos tres amos del mundo, no la olvidaron para llevar a cabo sus grandes asuntos. Tampoco el primer Escipión.[116] Una misma palabra comprende en griego lo bello y lo bueno.[117] Y el Espíritu Santo llama a menudo buenos a quienes quiere denominar hermosos.[118] Yo mantendría de buena gana la jerarquía de los bienes según aquella canción que Platón dice haber sido corriente, tomada de algún viejo poeta: salud, belleza y riqueza.[119] Aristóteles dice que el derecho de mandar corresponde a los hermosos, y, cuando hay alguien cuya belleza se acerca a la que poseen las imágenes de los dioses, que se le debe la misma devoción.[120] A uno que le preguntó por qué se frecuenta a los bellos más tiempo y más a menudo, le replicó: «Esta pregunta sólo puede hacerla un ciego».[121] La mayoría, y los más grandes filósofos, pagaron su aprendizaje, y adquirieron la sabiduría por la mediación y el favor de su belleza.[122]

b | No sólo en los hombres que me sirven, sino incluso en los animales, la valoro apenas a dos dedos de la bondad. Con todo, me parece que el trazo y la forma de la cara, y las líneas por las que se infieren algunas tendencias internas y nuestra futura fortuna, son cosas que no pertenecen directa y simplemente al capítulo de la belleza y la fealdad. Tampoco todo buen olor y aire limpio presagian salud, ni toda miasma y mal olor, infección, en tiempos de peste. Quienes acusan a las damas de contradecir su belleza con sus costumbres no siempre aciertan. Porque, en un semblante no muy bien compuesto, puede residir cierto aire de honradez y de confianza; igual que, al contrario, a veces he leído, entre dos bellos ojos, amenazas de una naturaleza maligna y peligrosa. Hay fisonomías favorables; y, ante una multitud de enemigos victoriosos, elegirás en el acto, entre hombres desconocidos, a uno antes que a otro para rendirte a él y confiarle tu vida; y no propiamente por la consideración de la belleza.

El aspecto es una débil garantía; con todo, tiene cierta importancia. Y si tuviera que azotar a los malvados, lo haría con más dureza cuando desmienten y traicionan las promesas que la naturaleza les había plantado en la frente. Castigaría con más acritud la malicia en una apariencia bondadosa. Parece que hay algunos semblantes felices, otros aciagos. Y creo que existe cierto arte para distinguir los semblantes bondadosos de los necios, los severos de los violentos, los maliciosos de los irritados, los desdeñosos de los melancólicos, y otras similares cualidades cercanas. Hay bellezas no sólo orgullosas sino acerbas; otras son dulces, y, más allá aún, insípidas. En cuanto a pronosticar los avatares futuros, son materias que dejo indecisas.

En lo que a mí respecta, he adoptado, como he dicho en otro lugar, de manera muy simple y cruda, el precepto antiguo de que no podemos equivocarnos si seguimos la naturaleza, de que el supremo precepto es acomodarse a ella.[123] Yo no he corregido por la fuerza de la razón, como Sócrates, mis tendencias naturales,[124] y en absoluto he alterado mi inclinación con arte alguno. Me dejo ir tal como he venido. No lucho contra nada. Mis dos piezas principales viven de buen grado en paz y armonía; pero la leche de mi nodriza fue, a Dios gracias, medianamente sana y templada.[125]

c | ¿Diré de paso que veo que se otorga más valor del que merece a cierta imagen de probidad escolar, casi la única en uso entre nosotros, esclava de los preceptos y forzada por la esperanza y el temor? Yo la amo tal que las leyes y las religiones no la formen, sino la completen y autoricen, tal que se sienta capaz de sostenerse sin ayuda, nacida en nosotros de sus propias raíces, por la semilla de la razón universal impresa en todo hombre no desnaturalizado.[126] Esta razón, que corrige a Sócrates de su inclinación viciosa, le vuelve obediente a los hombres y a los dioses que mandan en su ciudad, valeroso en la muerte, no porque su alma sea inmortal, sino porque él es mortal. Es una ruinosa enseñanza para cualquier Estado, mucho más dañina que ingeniosa y sutil, la que persuade a los pueblos de que la creencia religiosa basta, sola y sin el comportamiento, para contentar a la justicia divina. La práctica nos muestra una enorme diferencia entre la devoción y la conciencia.[127]

b | Tengo una apariencia favorable tanto en la forma como en la interpretación:

Quid dixi habere me? Imo habui, Chreme!;[128]

[¿Por qué he dicho tengo? ¡Más bien tuve, Cremes!];

Heu tantum attriti corporis ossa uides.[129]

[¡Ay!, no ves más que los huesos de un cuerpo gastado].

Y que brinda un ejemplo contrario al de Sócrates. Me ha sucedido con frecuencia que, por el simple crédito de mi presencia y mi aspecto, personas que no me conocían en absoluto han confiado muchísimo en mí, bien para sus propios asuntos, bien para los míos. Y en países extranjeros he obtenido, gracias a esto, favores singulares y raros.[130]

Pero estas dos experiencias merecen tal vez que las refiera con detalle. Cierto sujeto decidió atacarme por sorpresa, a mi casa y a mí. Su ardid consistió en presentarse solo ante mi puerta y urgir con cierta insistencia la entrada. Yo le conocía de nombre, y tenía motivos para confiar en él, dado que éramos vecinos y parientes políticos lejanos. c | Hice que le abrieran, como hago con todo el mundo. b | Apareció muy asustado, con el caballo jadeante, exhausto. Me contó esta fábula: que, a media legua de allí, acababa de toparse con cierto enemigo suyo, al que yo conocía también, y había oído hablar de su querella; que dicho enemigo le había perseguido con saña, y que, al verse atacado, c | desorganizado b | y en inferioridad numérica, se había precipitado hacia mi puerta para encontrar refugio; que estaba muy inquieto por sus hombres, a los cuales, según decía, daba por muertos o capturados.[131] Yo intentaba, con total ingenuidad, consolarlo, infundirle confianza y aliviarlo. Un poco después, aparecieron cuatro o cinco de sus soldados, con la misma actitud y el mismo terror, para entrar; y luego otros, y otros más después, bien equipados y muy armados, hasta llegar a ser veinticinco o treinta, fingiendo que tenían a los enemigos en los talones.

c | El misterio empezaba a despertar mis sospechas. b | No ignoraba en qué siglo vivía, hasta qué punto mi casa podía suscitar envidia, y[132] tenía muchos ejemplos de otros conocidos que se habían visto envueltos en la misma desgracia. En cualquier caso, consideré que nada ganaba dejando de ser amable tras haber empezado siéndolo; además, no podía librarme de aquello sin romperlo todo; así que me entregué al partido más natural y más simple, como hago siempre, y ordené que entrasen. También es cierto que soy poco desconfiado y suspicaz por naturaleza. Tiendo en general a la excusa y a la interpretación más benévola. Interpreto a los hombres con arreglo al orden común, y no creo en inclinaciones perversas y desnaturalizadas si no me veo forzado por una gran prueba, como tampoco en monstruos ni milagros. Y, por lo demás, me encomiendo de buena gana a la fortuna, y me abandono con ardor entre sus brazos. Hasta el momento, he tenido más motivos de celebración que de queja por hacerlo. Y me ha parecido más sagaz, c | y más amiga de mis asuntos, b | ella que yo. Hay algunas acciones en mi vida cuya ejecución puede llamarse con justicia difícil o, si se quiere, prudente. Aun entre ellas, pongamos que la tercera parte me corresponde; sin duda, los otros dos tercios son plenamente suyos. c | Cometemos el error, me parece, de no encomendarnos lo bastante al cielo. Y pretendemos más de nuestra dirección de lo que nos corresponde. Por eso se descarrían con tanta frecuencia nuestros planes. El cielo tiene envidia[133] de la extensión que atribuimos a los derechos de la prudencia humana, en perjuicio de los suyos. Y nos los recorta en la misma medida que nosotros los ampliamos.[134]

b | Éstos permanecieron a caballo en mi patio; el jefe, conmigo en la sala, no había querido que llevasen su caballo a la cuadra, aduciendo que partiría tan pronto como tuviese noticias de sus hombres. Vio que el ataque estaba en sus manos, y en ese momento no restaba sino ejecutarlo. Después refirió con frecuencia —no temía, en efecto, contar todo esto— que mi semblante y mi franqueza le habían arrancado la traición de los puños. Volvió a montar en su caballo, con sus hombres mirándole continuamente para ver qué señal les hacía, asombradísimos de verlo partir y renunciar a su ventaja.

En otra ocasión, confiado en no sé qué tregua que acababa de declararse en nuestros ejércitos, me dispuse a hacer un viaje por regiones extremadamente quisquillosas. Apenas me habían olido y aparecieron tres o cuatro bandas a caballo, de distintos sitios, dispuestas a atraparme. Una de ellas me alcanzó al tercer día. Entonces me atacaron quince o veinte gentilhombres enmascarados,[135] seguidos por un chaparrón de arqueros. Me vi capturado y rendido, conducido a lo más profundo de un bosque cercano, sin montura, desvalijado, con mis cofres registrados, mi caja robada, mis caballos y pertrechos repartidos entre nuevos dueños. Pasamos mucho tiempo discutiendo en ese breñal sobre el asunto de mi rescate, que me fijaban tan alto que parecían ciertamente conocerme poco. Se enzarzaron en una gran disputa sobre mi vida. En verdad, había numerosas circunstancias que me hacían presagiar el peligro en el que estaba:

c | Tunc animis opus, Aenea, tunc pectore firmo.[136]

[Entonces, Eneas, necesitaste ánimo y un corazón firme].

b | Yo me atuve siempre, con la excusa de mi tregua, a que les dejaría solamente la ganancia que habían logrado con mi botín, que no era despreciable, sin prometerles otro rescate. Pasamos dos o tres horas con esto, y luego me hicieron montar un caballo que no tenía ningún deseo de escapar. Encargaron a quince o veinte arcabuceros que me condujeran por separado, y repartieron a mis hombres entre otros. Habían ordenado que nos llevaran prisioneros por caminos diferentes. Yo me había distanciado ya dos o tres arcabuzazos de allí:

Iam prece Pollucis, iam Castoris implorata.[137]

[Tras haber implorado con plegarias ahora a Pólux, ahora a Cástor].

De pronto sufrieron un súbito y muy inopinado cambio. Vi que el jefe volvía hacia mí, con palabras más benevolentes. Se preocupó de buscar entre la tropa mis bártulos dispersos, y mandó que me devolvieran todo lo que pudo recuperarse, hasta mi caja. El mejor regalo que me hicieron fue al cabo mi libertad; el resto no me afectaba mucho c | en ese momento. b | La verdadera causa de un cambio tan sorprendente, y de esta rectificación, sin ningún impulso aparente, y de un arrepentimiento tan milagroso, en aquel tiempo, en un ataque premeditado y deliberado, y convertido en justo por la costumbre —pues desde el inicio les confesé abiertamente de qué partido era y qué camino seguía—, ciertamente no sé todavía muy bien cuál es. El más importante, que se quitó la máscara y me dijo su nombre,[138] me repitió entonces varias veces que debía esta liberación a mi semblante, y a la libertad y firmeza de mis palabras, que me hacían indigno de tal desgracia, y me pidió garantías de pagarle con la misma moneda. Es posible que la bondad divina quisiera servirse de este vano instrumento para mi conservación. Al día siguiente me defendió también de otras trampas peores, de las cuales éstos mismos me habían advertido. El último está todavía en pie para contarlo; al primero le mataron no hace mucho.

Si mi semblante no me avalara, si no se leyera en mis ojos y en mi voz la simplicidad de mi intención, no me habría mantenido durante tanto tiempo sin querella ni ofensa, habida cuenta mi indiscreta libertad de decir, con razón o sin ella, lo que se me pasa por la cabeza, y de enjuiciar temerariamente las cosas. Esta costumbre puede parecer con razón insociable y disconforme con nuestro uso; pero no he visto a nadie que la haya juzgado ultrajante ni maliciosa, ni que se haya ofendido por mi libertad si la ha soportado de mi boca. Las palabras que se refieren tienen otro sonido y también otro significado. Además, yo no odio a nadie. Y tanta es mi blandura para ofender que soy incapaz de hacerlo ni siquiera al servicio de la razón. Y cuando la ocasión me ha incitado a condenas criminales,[139] he preferido faltar a la justicia, c | ut magis peccari nolim quam satis animi ad uindicanda peccata habeam[140] [de modo que no querría que se cometieran más faltas que ánimo tengo para castigarlas]. Le reprocharon a Aristóteles, según se dice, que había sido demasiado misericordioso con cierto malvado: «En verdad», dijo, «lo he sido con el hombre, no con la maldad».[141] Los juicios comunes se exasperan hasta llegar al castigo[142] por el horror del delito. Eso mismo enfría el mío. El horror de la primera muerte me hace temer la segunda. Y la ignominia[143] de la primera crueldad me lleva a aborrecer cualquier imitación. b | A mí, que no paso de sota de espadas, puede corresponderme lo que se decía de Cárilo, rey de Esparta: «No puede ser bueno, puesto que no es malo con los malos».[144] O bien de este modo —Plutarco lo presenta, en efecto, de las dos maneras, como presenta mil otras cosas diversa y contrariamente—: «Tiene que ser bueno, puesto que lo es incluso con los malvados».[145] Así como, en las acciones legítimas, me disgusta emplearme con aquellos que se lo toman a mal, tampoco, a decir verdad, tengo muchos escrúpulos en emplearme en las ilegítimas con quienes están de acuerdo.