CAPÍTULO X

RESERVAR LA PROPIA VOLUNTAD

b | En comparación con el común de los hombres, pocas cosas me afectan, o, por decirlo mejor, me dominan. Porque es razonable que afecten, con tal de que no nos posean. Pongo un gran empeño en aumentar, con el estudio y la razón, el privilegio de insensibilidad que, por naturaleza, tengo muy desarrollado. Abrazo pocas cosas, y, por consiguiente, me apasiono por pocas. Tengo la vista clara, pero la fijo en pocos objetos; los sentidos, delicados y blandos, pero la aprehensión y aplicación la tengo dura y sorda. Difícilmente me comprometo. En la medida de mis fuerzas, me dedico por entero a mí mismo; y, aun en este objeto, pese a todo, de buena gana refrenaría y contendría mi pasión, para que no se sumerja en él en exceso. Es, en efecto, un objeto que poseo a la merced de otros, y en el cual la fortuna goza de más derechos que yo. De suerte que incluso la salud, que estimo tanto, no debería desearla, ni entregarme a ella, con tanto furor que las enfermedades se me vuelvan insoportables. c | Uno debe moderarse entre el odio al dolor y el amor al placer. Y Platón prescribe una ruta intermedia entre los dos.[1]

b | Pero, ciertamente, me opongo con todas mis fuerzas a aquellas pasiones que me distraen de mí y me apegan a otras cosas. Mi opinión es que uno debe prestarse al prójimo, y no darse más que a sí mismo.[2] Si mi voluntad tuviera tendencia a hipotecarse y a aplicarse, yo no sobreviviría; soy demasiado tierno, por naturaleza y por costumbre:

fugax rerum, securaque in otia natus.[3]

[huidizo para los problemas, y nacido para el ocio tranquilo].

Los debates disputados y obstinados, que finalmente darían la victoria a mi adversario, el desenlace que volvería ignominiosa mi cálida persecución, me corroerían tal vez cruelmente. Si picara enseguida, como lo hacen los demás, mi alma nunca tendría fuerza suficiente para soportar las alarmas y las emociones que siguen a quienes abrazan tanto. Quedaría desbaratada de inmediato por la agitación interna. Si alguna vez me han empujado al manejo de asuntos ajenos, he prometido poner manos a la obra, pero no poner el pulmón y el hígado; encargarme de ellos, no incorporarlos; ocuparme, sí, apasionarme, en absoluto. Los vigilo, pero no estoy encima de ellos. Bastante tengo con disponer y ordenar la agitación doméstica que llevo en mis entrañas y en mis venas, sin alojar una agitación ajena, ni oprimirme con ella. Y bastante daño me infligen mis asuntos sustanciales, propios y naturales, sin invitar otros foráneos. A quienes saben hasta qué punto se deben a sí mismos, y a cuántos servicios están obligados con respecto a sí mismos, les parece que la naturaleza les ha dado una misión suficientemente rica y en absoluto ociosa. Tienes trabajo de sobra dentro de ti, no te alejes.

Los hombres se ofrecen en alquiler. Sus facultades no son para sí mismos, son para aquellos a quienes se someten; sus arrendatarios están en su casa, no son ellos. No me gusta esta inclinación habitual. Debemos reservar la libertad de nuestra alma, y no hipotecarla salvo en las ocasiones justas; y éstas son muy escasas, si juzgamos sanamente. Ved a la gente acostumbrada a dejarse llevar y apresar; lo hacen en todo, en lo pequeño como en lo grande, en aquello que no les incumbe como en aquello que les concierne. Se inmiscuyen indiscriminadamente allí donde hay alguna tarea,[4] y no viven si no están en plena agitación tumultuosa. c | In negotiis sunt negotii causa.[5] No buscan la actividad sino por la actividad. No es tanto que pretendan avanzar como que no pueden frenarse; ni más ni menos que una piedra impulsada en su caída, que no se detiene hasta que yace en el suelo.[6] Para cierta clase de gente la ocupación es signo de valía y de dignidad. b | Su espíritu busca el reposo en el movimiento, como los niños en la cuna. Se les puede llamar tan serviciales para sus amigos como importunos para sí mismos. Nadie reparte su dinero entre los demás, todo el mundo reparte su tiempo y su vida.[7] En nada somos tan pródigos como en estas cosas, las únicas en las que la avaricia nos resultaría útil y loable.

La disposición que yo adopto es del todo distinta. Me mantengo en mí mismo. Y no suelo desear sino débilmente lo que deseo, y deseo poco. Me ocupo y actúo de la misma manera: pocas veces y con tranquilidad. Éstos, todo lo que quieren y llevan a cabo, lo hacen con toda su voluntad y vehemencia. Son tantos los malos pasos que lo más seguro es deslizarse con cierta levedad y superficialidad por el mundo. c | Y deslizarse por él, no hundirse. b | Hasta el placer es doloroso en su profundidad:

incedis per ignes

suppositos cineri doloso.[8]

[avanzas a través de fuegos ocultos bajo la engañosa ceniza].

Los regentes de Burdeos me eligieron alcalde de su ciudad cuando me hallaba lejos de Francia, y todavía más lejos de tal pensamiento.[9] Me excusé. Pero me comunicaron que cometía un error; además, se interponía la orden del rey.[10] Es un cargo que debe parecer mucho más hermoso porque no comporta otro salario ni ganancia que el honor de su desempeño. Dura dos años; pero puede prolongarse con una segunda elección, cosa que sucede muy raras veces. Lo fue en mi caso; y, con anterioridad, no había ocurrido sino en dos ocasiones: unos años antes, con el señor de Lansac; y recientemente con el señor de Biron, mariscal de Francia, a quien sucedí en el cargo. Y dejé el mío al señor de Matignon, también mariscal de Francia. Orgulloso de una compañía tan noble:

c | uterque bonus pacis bellique minister![11]

[¡ambos buenos administradores de la paz y de la guerra!].

b | La fortuna quiso contribuir a mi promoción, por la especial circunstancia que puso de su parte. No del todo vana, pues Alejandro despreció a los embajadores corintios, que le ofrecían la ciudadanía de su villa; pero, cuando le explicaron que también Baco y Hércules figuraban en este registro, se lo agradeció generosamente.[12]

A mi llegada, me descubrí, fiel y escrupulosamente, tal como siento que soy —sin memoria, sin atención, sin experiencia y sin vigor; también sin odio, sin ambición, sin avaricia y sin violencia—, para que estuvieran informados e instruidos de lo que podían esperar de mi servicio. Y, dado que sólo los había incitado el conocimiento de mi difunto padre, y el honor de su memoria, añadí ante ellos, con toda claridad, que me entristecería mucho que alguna cosa produjera tanta impresión en mi voluntad como la habían producido en su momento en la suya sus asuntos y su ciudad, mientras la había gobernado, en ese mismo puesto al que me habían llamado.[13] Me acordaba de que le había visto en su vejez, siendo yo un niño, con el alma cruelmente turbada por los enredos públicos; olvidado del dulce aire de su casa, donde la flaqueza de los años, y su administración y su salud, lo habían fijado desde mucho tiempo atrás; y desdeñoso, ciertamente, de su vida, que estuvo a punto de perder, obligado por ellos a efectuar largos y penosos viajes. Él era así; y este carácter procedía de una gran bondad natural. Jamás hubo alma más caritativa y amante del pueblo. Yo no quiero seguir este camino, que alabo en otros; y no carezco de excusa. Él había oído decir que era preciso olvidarse de uno mismo por el prójimo, que lo particular no merecía consideración alguna frente a lo general.

La mayor parte de las reglas y de los preceptos del mundo siguen el curso de empujarnos fuera de nosotros, y de sacarnos a la plaza, al servicio de la sociedad pública. Han creído hacer una buena obra desviándonos y distrayéndonos de nosotros, pues presuponen que tendemos en exceso hacia ahí, y con un vínculo demasiado natural; y no han escatimado nada para tal fin. No es, en efecto, nuevo que los sabios prediquen las cosas como son útiles, no como son.[14] c | La verdad tiene sus obstáculos, desventajas e incompatibilidades con nosotros. A menudo es preciso engañarnos, para que no nos engañemos; y cerrarnos los ojos, adormecernos el juicio para enderezarlos y corregirlos.[15] Imperiti enim indicant, et qui frequenter in hoc ipsum fallendi sunt, ne errent[16] [Porque quienes juzgan son ignorantes, y a menudo hay que engañarlos precisamente para que no se equivoquen]. b | Cuando nos ordenan que amemos, antes que a nosotros mismos, tres, cuatro y cincuenta grados de cosas,[17] remedan el arte de los arqueros, que, para acertar en el blanco, apuntan muy por encima del objetivo.[18] Para enderezar un palo torcido hay que torcerlo hacia el otro lado.[19]

Considero que en el templo de Palas, como vemos en todas las demás religiones, había unos misterios aparentes, para ser mostrados al pueblo, y otros misterios más secretos y elevados, que solamente se mostraban a los iniciados. Es verosímil que se encuentre en ellos el verdadero punto del amor que cada cual se debe a sí mismo. No un amor c | falso, que nos lleve a abrazar la gloria, la ciencia, la riqueza y cosas semejantes con una pasión capital e inmoderada, como si fuesen componentes de nuestro ser, ni tampoco un amor b | blando e irreflexivo, en el cual suceda aquello que se ve en la hiedra, que corrompe y destruye la pared a la que se adhiere, sino un amor saludable y ordenado, tan útil como placentero.[20] Quien conoce sus deberes, y los cumple, forma en verdad parte del gabinete de las Musas; ha alcanzado la cima de la sabiduría humana y de nuestra felicidad. Éste, sabiendo exactamente qué se debe a sí mismo, encuentra en su papel que debe aplicar a sí mismo el uso de los demás hombres y del mundo; y, para hacerlo, aportar a la sociedad pública los deberes y los servicios que le atañen. c | Quien no vive en cierta medida para los demás, apenas vive para sí mismo. Qui sibi amicus est, scito hunc amicum omnibus esse[21] [Quien es amigo de sí mismo, que sepa que es amigo de todos]. b | Para cada uno el principal cometido[22] es la propia conducta; c | y para eso estamos aquí. b | Si alguien se olvidara de vivir recta y santamente, y creyera eximirse de su deber encaminando y formando a otros para que lo hicieran, sería un necio. De igual manera, si alguien abandona en sí mismo el vivir sana y alegremente para servir a otros, toma a mi juicio un partido malo y desnaturalizado.

No quiero que se les niegue a los cargos que se asumen la atención, los pasos, las palabras, y el sudor y la sangre, si es preciso:

non ipse pro caris amicis

aut patria timidus perire.[23]

[no temo perecer por los amigos queridos ni por la patria].

Pero debe ser por préstamo y de manera accidental, manteniendo el espíritu siempre en reposo y saludable, no sin acción, pero sin tormento, sin pasión. El simple actuar le cuesta tan poco que incluso durmiendo actúa.[24] Pero hay que moverlo con sensatez. Porque el cuerpo recibe las cargas que se le echan encima exactamente según lo que son; el espíritu a menudo las extiende y aumenta a sus expensas, dándoles la medida que se le antoja.[25] Se efectúan cosas semejantes con esfuerzos distintos y con diferente tensión de voluntad. Una cosa va bien sin la otra. Porque ¿cuántas personas se aventuran todos los días a participar en guerras que no les incumben, y se arrojan a los peligros de batallas cuya pérdida no les turbará el próximo sueño? Hay algunos que, en su casa, lejos de un peligro que no se atreverían a mirar, se apasionan más por el desenlace de la guerra, y tienen el alma más atormentada, que el soldado que le dedica sangre y vida. He podido desempeñar cargos públicos sin apartarme de mí ni la distancia de una uña, c | y entregarme a otros sin olvidarme de mí mismo.[26]

b | La aspereza y violencia de los deseos impide, más que facilita, llevar a cabo lo que se emprende.[27] Nos llena de impaciencia ante los acontecimientos contrarios o tardíos; y de acritud y de sospecha hacia aquellos con quienes tratamos. Nunca gobernamos bien aquello que nos posee y gobierna:[28]

c | male cuncta ministrat

impetus.[29]

[el ímpetu todo lo gobierna mal].

b | Quien sólo emplea su juicio y su destreza, procede con más alegría: finge, cede, difiere las cosas a su gusto, según la necesidad de las ocasiones; falla su tentativa sin tormento ni aflicción, listo y entero para una nueva empresa; marcha siempre con el freno en la mano. En aquel que está ebrio de una intención violenta y tiránica, vemos necesariamente mucha imprudencia e injusticia. El ímpetu del deseo le arrastra. Se trata de movimientos temerarios y, si la fortuna no presta una gran ayuda, de poco fruto. La filosofía reclama que, al castigar las ofensas recibidas, apartemos la cólera.[30] No para que la venganza sea menor, sino, al contrario, para que esté mejor dirigida y sea más grave. Le parece que el ímpetu es un obstáculo para ello. c | La cólera no sólo turba, sino que de suyo cansa también los brazos de quienes aplican el castigo.[31] Este fuego aturde y consume su fuerza. b | Así como en la precipitación festinatio tarda est[32] [la prisa nos retrasa], el apresuramiento se echa la zancadilla a sí mismo, se estorba y se frena. c | Ipsa se uelocitas implicat[33] [La propia velocidad se estorba a sí misma]. Por ejemplo, según veo por regla general, la avaricia no encuentra mayor estorbo que el de ella misma. Cuanto más tensa y recia es, menos provechosa resulta. De ordinario, atrapa más deprisa las riquezas cuando se enmascara con una imagen de generosidad.

Un gentilhombre, gran hombre de bien y amigo mío, estuvo a punto de turbar su salud mental por culpa de una atención y afición excesivamente apasionada a los asuntos de un príncipe, su señor.[34] Señor que se me ha descrito de este modo: ve la gravedad de los acontecimientos como cualquiera, pero, aquellos que no tienen remedio, se resuelve de inmediato a soportarlos; en cuanto a los demás, una vez ordenadas las provisiones necesarias, cosa que puede hacer con prontitud gracias a su espíritu vivaz, aguarda con toda tranquilidad lo que pueda seguirse. Ciertamente, le he visto actuar manteniendo una gran despreocupación y libertad de acciones y de semblante en asuntos muy importantes y espinosos. Me parece más grande y más capaz en la mala fortuna que en la buena. c | Sus derrotas le resultan más gloriosas que sus victorias, y su dolor más que su triunfo.

b | Considerad que incluso en las acciones vanas y frívolas, en el juego de ajedrez, de pelota y similares, la implicación violenta y ardiente de un deseo impetuoso arroja enseguida el espíritu y los miembros a la insensatez y al desorden. Uno se ciega, se estorba a sí mismo. Quien se comporta de manera más moderada en la ganancia y en la pérdida, se mantiene siempre en sí mismo. Cuanto menos se deja llevar y se apasiona en el juego, tanto más ventajosa y seguramente lo conduce.

Por lo demás, haciéndole abarcar tantas cosas entorpecemos la aprehensión y la captura del alma. Unas, sólo hay que presentárselas, otras hay que adherírselas, otras incorporárselas. Puede verlo y sentirlo todo, pero no debe alimentarse sino de sí misma, y debe ser informada de aquello que propiamente le atañe, y propiamente pertenece a su haber y a su sustancia. Las leyes de la naturaleza nos enseñan aquello que exactamente necesitamos. Una vez que los sabios nos han dicho que, según ella, nadie es indigente, y que todo el mundo lo es según la opinión,[35] distinguen con la misma sutileza los deseos que proceden de ella de los que proceden del desorden de nuestra fantasía. Aquellos cuyo final vemos, son suyos; aquellos que huyen ante nosotros, y a los cuales no podemos poner fin, son nuestros.[36] La pobreza de bienes es fácil de curar; la pobreza del alma, imposible:

c | Nam si, quod satis est homini, id satis esse potesset,

hoc sat erat: nunc, cum hoc non est, qui credimus porro

diuitias ullas animum mi explere potesse?[37]

[Pues, si lo que es suficiente para el hombre, pudiese bastarle, esto me bastaría; ahora bien, dado que no es así, ¿cómo creer que habrá riqueza capaz de satisfacer mi alma?].

Al ver Sócrates que llevaban con gran pompa por su ciudad una gran cantidad de riqueza, joyas y muebles de valor, dijo: «¡Cuántas cosas no deseo!».[38] b | Metrodoro vivía con el peso de doce onzas al día, Epicuro, con menos;[39] Metrocles dormía en invierno con los carneros, en verano en los claustros de las iglesias.[40] c | Sufficit ad id natura, quod poscit[41] [La naturaleza basta para sus exigencias]. Cleantes vivía de sus manos, y se jactaba de que Cleantes, si quería, podía alimentar todavía a otro Cleantes.[42]

b | Si lo que nos exige la naturaleza estricta y originalmente para la conservación de nuestro ser es demasiado poco —hasta qué punto es en verdad así, y a qué escaso precio puede mantenerse nuestra vida, no puede expresarse mejor que con esta consideración: que tan poco es, que escapa a la conquista y a la oposición de la fortuna por su pequeñez—,[43] concedámonos alguna cosa más: llamemos también naturaleza a la costumbre y a la condición de cada uno de nosotros; tasémonos, tratémonos según esta medida, extendamos nuestras pertenencias y nuestras cuentas hasta ahí. Pues hasta ahí, me parece, tenemos alguna excusa. La costumbre es una segunda naturaleza, y no menos poderosa.[44] c | Lo que le falta a mi costumbre, considero que me falta a mí. b | Y me gustaría casi igual que me privaran de la vida o que me rebajaran y menguaran en mucho el estado en que la he vivido tanto tiempo.

Yo ya no estoy en condiciones para un gran cambio, ni para lanzarme a una nueva e inusitada forma de vida. Ni siquiera para progresar. Ya no es hora de devenir otro. Y, así como deploraría, de cualquier gran aventura que me cayese ahora en las manos, que no hubiera llegado en el tiempo en que podía gozarla,

Quo mihi fortuna, si non conceditur uti?,[45]

[¿Para qué la fortuna, si no se me permite usarla?],

c | deploraría también cualquier adquisición interna.[46] Es casi mejor no convertirse nunca en un hombre honesto que hacerlo tan tarde, ni en entendido en vivir cuando ya no se tiene vida. A mí, que me voy, apenas me costaría ceder a uno que llegue lo que aprendo de la prudencia para tratar con el mundo. Mostaza después de comer. No necesito un bien con el cual nada puedo hacer. ¿De qué le sirve la ciencia a quien ya no tiene cabeza? Es una injuria y un desaire de la fortuna ofrecernos dones que nos llenan de justo despecho porque nos faltaron en su momento. No me guiéis más; ya no puedo andar. De todos los elementos de que consta la capacidad, nos basta con la resistencia. Dad la aptitud de un alto excelente al cantante que tiene los pulmones podridos, y la de la elocuencia al eremita relegado a los desiertos de Arabia. b | Para la caída no se precisa ningún arte. c | El fin se encuentra de suyo al término de cada tarea. Mi mundo se ha extinguido, mi forma ha expirado; pertenezco por entero al pasado, y me veo obligado a autorizarlo y a acomodarle mi salida. Quiero decir esto a manera de ejemplo: que el reciente eclipse de los diez días del Papa me ha sorprendido tan abajo que no puedo acostumbrarme buenamente a él.[47] Pertenezco a los años en que contábamos de otra manera. Un uso tan antiguo y prolongado me reivindica y reclama. Me veo forzado a ser un poco hereje en esto, incapaz de novedad, ni siquiera correctiva. Mi imaginación, a pesar de mis dientes, se lanza siempre diez días más adelante o más atrás, y me murmura en los oídos. Esta regla atañe a aquellos a los que van a ser. Si la salud, tan melindrosa, vuelve a mi encuentro de vez en cuando, es para que la eche de menos, no para que la posea. Ya no tengo donde cobijarla. El tiempo me abandona; sin él nada se posee. ¡Oh, qué poca importancia daría a esas grandes dignidades electivas que veo en el mundo, que sólo se otorgan a hombres a punto de partir! En ellas no se mira tanto si las ejercerán debidamente como el poco tiempo que las ejercerán. Desde la entrada se piensa en la salida.[48]

b | En suma, estoy a punto de acabar este hombre, no de rehacer otro. Por el uso prolongado, esta forma se me ha convertido en sustancia, y la fortuna en naturaleza. Sostengo, pues, que a cada uno de nosotros, pobrecitos, se nos puede excusar por considerar como propio lo que está comprendido en esta medida. Pero por otra parte, más allá de estos límites, no hay ya sino confusión. Ésta es la más amplia extensión que podemos conferir a nuestros derechos. Cuanto más ampliamos nuestra necesidad y posesión, más nos exponemos a los golpes de la fortuna y de las adversidades. El curso de nuestros deseos debe quedar circunscrito y restringido al reducido límite de los bienes más próximos y contiguos;[49] y su curso debe además moverse no en una línea recta que termine en otro sitio, sino trazando un círculo cuyos dos extremos se unan y acaben en nosotros, haciendo un rápido bucle. Las acciones que se ejecutan sin este retorno sobre sí mismo, se entiende un retorno rápido y real, como son las de los avaros, los ambiciosos y tantos más que corren al asalto, a los cuales la carrera los lleva siempre más allá, son acciones erróneas y enfermizas.

La mayoría de nuestras ocupaciones son teatrales. Mundus universus exercet histrioniam[50] [El mundo entero representa una comedia]. Hemos de representar debidamente nuestro papel, pero como el papel de un personaje prestado. La máscara y apariencia no debe convertirse en esencia real, ni lo ajeno en propio. No sabemos distinguir la piel de la camisa.[51] c | Basta con enharinarse la cara sin haberse de enharinar el pecho. b | Observo que algunos se transforman y transubstancian en tantas nuevas figuras y nuevos seres cuantos cargos asumen, y que se vuelven prelados hasta el hígado y los intestinos, y arrastran su oficio hasta el retrete.[52] No puedo enseñarles a distinguir los sombrerazos que les conciernen de aquellos que conciernen a su cargo, o a su séquito, o a su mula.[53] Tantum se fortunae permittunt, etiam ut naturam dediscant[54] [Se abandonan hasta tal extremo a la fortuna que olvidan la naturaleza]. Hinchan y agrandan el alma y la razón natural a la altura de su asiento magistral. El alcalde y Montaigne han sido siempre dos, con una separación muy clara. No por ser abogado o financiero debe ignorarse el engaño que hay en tales ocupaciones. El hombre honesto no es responsable del vicio o la necedad de su profesión, y no debe, por tanto, rehusar su desempeño. Es el uso del país, y se saca provecho. Es preciso vivir del mundo, y utilizarlo tal como se encuentra. Pero el juicio del emperador debe estar por encima de su imperio, y debe verlo y considerarlo como un accidente ajeno; y, en cuanto a él, debe saber gozar de sí mismo aparte, y comunicarse como Jacobo o Pedro, al menos a sí mismo.[55]

No soy capaz de implicarme de manera tan profunda y plena. Cuando mi voluntad me entrega a un partido, no lo hace con una obligación tan violenta que infecte mi entendimiento. En los actuales tumultos del Estado, mi interés no me ha hecho ignorar ni las cualidades loables de nuestros adversarios ni las que son reprochables en aquellos a los que he seguido. c | Adoran todo lo que está de su lado. Yo ni siquiera excuso la mayoría de cosas que veo en el mío. Una buena obra no pierde sus gracias porque abogue contra mí. b | Aparte del nudo del debate, me he mantenido en la ecuanimidad y en la pura indiferencia. c | Neque extra necessitates belli praecipuum odium gero[56] [Y aparte de las necesidades de la guerra, no alimento odio capital]. b | De lo cual me congratulo tanto más porque veo por lo general que se cae en lo contrario.[57] Quienes prolongan la cólera y el odio más allá de los asuntos públicos, como hace la mayoría, demuestran que su origen está en otro sitio, y en una causa particular: no de otro modo que si alguien que se ha curado de una úlcera sigue teniendo fiebre, demuestra que ésta obedecía a un principio más oculto. c | No se enfrentan a la causa en común y en tanto que vulnera el interés de todos y del Estado; sólo están en contra porque les perjudica en lo privado. Por eso se pican con una pasión particular y más allá de la justicia y la razón pública. Non tam omnia universi quam ea quae ad quemque pertinent singuli carpebant[58] [No todos lo censuraban todo, sino cada uno aquello que le concernía].

b | Quiero que la victoria sea para nosotros, pero no me vuelvo loco si no es así. c | Me atengo firmemente al más sano de los partidos, pero no busco que me señalen como enemigo particular de los demás, y más allá de la razón general. Condeno en extremo esta viciosa manera de opinar: «Es de la Liga puesto que admira la gracia del señor de Guisa»; «La actividad del rey de Navarra le asombra: es hugonote»; «Encuentra esto reprochable en el comportamiento del rey: su ánimo es sedicioso». Y no concedí ni siquiera al magistrado que tuviera razón al condenar un libro porque incluía entre los mejores poetas de este siglo a un hereje.[59] ¿No osaríamos decir de un ladrón que tiene buenas piernas? ¿Y es necesario que la puta sea además repulsiva? En los siglos más sabios, ¿se revocó el soberbio título de Capitolino que se había concedido antes a Marco Manlio como protector de la religión y la libertad pública?[60] ¿Se sofocó el recuerdo de su generosidad y de sus hazañas, y las recompensas militares otorgadas a su valor, porque después aspirara a la realeza en perjuicio de las leyes de su país? Si han cogido ojeriza a un abogado, al día siguiente lo encuentran falto de elocuencia. He tocado en otro sitio el celo que empujó a hombres de bien a faltas semejantes.[61] Por mi parte, puedo decir sin problemas: hace esto mal y aquello virtuosamente. De la misma manera, ante pronósticos o resultados aciagos en los asuntos públicos, pretenden que todos en su partido sean ciegos y estúpidos; que nuestra persuasión y juicio sirvan no a la verdad sino al proyecto de nuestro deseo. Yo pecaría más bien por el otro extremo, hasta tal punto llega mi temor de que el deseo me engañe. Además, desconfío con cierta blandura de las cosas que deseo. En estos tiempos he visto maravillas en cuanto a la insensata y prodigiosa facilidad de los pueblos para dejar arrastrar y manejar su creencia y esperanza allí donde ha complacido y servido a sus jefes, por encima de cien errores, unos tras otros, por encima de fantasmas y sueños. No me sorprendo ya de aquellos a quienes engatusaron las sandeces de Apolonio y de Mahoma.[62] Su juicio y entendimiento está por completo ahogado en su pasión. Su discernimiento no tiene ya más elección que aquello que les sonríe y refuerza su causa. Había observado esto, en grado supremo, en el primero de nuestros partidos febriles.[63] El otro que ha surgido después, imitándolo, lo supera.[64] Así pues, me doy cuenta de que es una característica inseparable de los errores populares. Una vez en marcha la primera, las opiniones se empujan entre sí según el viento, como las olas. Uno no forma parte del cuerpo si puede desdecirse, si no se abandona al movimiento común. Pero, ciertamente, se daña a los partidos justos cuando se les pretende ayudar con trapacerías. Lo he objetado siempre. Este medio sólo lleva hacia las cabezas enfermas; hacia las sanas, hay vías más seguras, y no sólo más honestas, para mantener los ánimos y excusar los acontecimientos adversos.

b | El cielo no ha visto un desacuerdo tan grave como el de César y Pompeyo, ni lo verá en el futuro. Sin embargo, me parece reconocer en tales bellas almas una gran moderación del uno con respecto al otro. Era una rivalidad por el honor y por el mando, que no los arrastró a un odio furioso e insensato, exenta de maldad y de denigración. En sus actos más violentos descubro algún resto de respeto y de benevolencia, y juzgo, por tanto, que, de haberles sido posible, los dos habrían preferido cumplir su objetivo sin la destrucción del compañero a hacerlo con su destrucción. Fijaos hasta qué punto es diferente en el caso de Mario y Sila.

No hay que arrojarse tan perdidamente detrás de nuestros sentimientos e intereses. Siendo joven, me oponía al progreso del amor que sentía penetrar demasiado en mí, y me esforzaba en que no me fuera tan grato que al fin llegara a forzarme y a cautivarme del todo a su merced. Hago lo mismo en cualquier otra ocasión en la cual mi voluntad arde con ansia excesiva. Me decanto del lado contrario a su inclinación, cuando la veo sumergirse y embriagarse con su vino. Evito alimentar su placer hasta el extremo de que ya no pueda recuperarla sin pérdida sangrante.

Aquellas almas que, debido a su torpeza, sólo ven las cosas a medias, gozan de la suerte que las dañinas les hieren menos. Es ésta una lepra espiritual que tiene cierto aire de salud,[65] y una salud tal que la filosofía en absoluto la desdeña. Pero, con todo, no es razonable llamarla sabiduría como hacemos a menudo. Y así fue como alguien antiguamente se burló de Diógenes, que abrazaba en pleno invierno, completamente desnudo, una estatua de nieve, para poner a prueba su resistencia. Viéndole en esa actitud, le dijo: «¿Estás pasando mucho frío?». «En modo alguno», respondió Diógenes. «Entonces», siguió el otro, «¿piensas que mantenerte ahí es hacer algo difícil y ejemplar?». Para medir la firmeza, es necesario conocer el sufrimiento.[66]

Pero aquellas almas que tengan que ver los acontecimientos adversos, y las injurias de la fortuna, en su profundidad y violencia, que tengan que sopesarlas y probarlas con toda su dureza natural y su gravedad, que empleen su arte en evitar enfilar sus causas, y que se aparten de sus accesos. ¿Qué hizo el rey Cotis? Pagó generosamente la hermosa y rica vajilla que le habían regalado; pero, dado que era singularmente frágil, él mismo la rompió de inmediato, para privarse desde el inicio de un motivo tan proclive a la irritación contra sus criados.[67] De igual manera, he c | evitado de buena gana tener mis asuntos confusos, y no he buscado que mis bienes fuesen contiguos a mis próximos y a quienes debo estar unido con estrecha amistad. De ahí nacen por lo general motivos de enemistad y disensión. b | En otros tiempos me gustaban los juegos de azar de cartas y dados. Me he librado de ellos desde hace mucho tan sólo porque, aunque pusiera buena cara cuando perdía, no dejaba de sentir cierta comezón en mis adentros. El hombre de honor, que debe sentir los desmentidos y las ofensas hasta el corazón, c | que no puede aceptar una mala excusa como pago y consuelo,[68] b | que evite el progreso de las disputas contenciosas.[69] Huyo de los temperamentos tristes y de los hombres huraños como de los apestados. Y no intervengo en los asuntos que no puedo tratar sin interés ni emoción si el deber no me fuerza. c | Melius non incipient, quam desinent[70] [Mejor que no empiecen a que terminen]. b | La forma más segura es, por tanto, prepararse antes de las ocasiones.

No ignoro que algunos sabios han seguido otra vía, y no han temido adherirse y comprometerse hasta lo vivo en muchos asuntos. Tales hombres confían en su fuerza, con la cual se ponen a cubierto de toda suerte de sucesos hostiles, combatiendo los males con el vigor de la resistencia:

uelut rupes uastum quae prodit in aequor,

obuia uentorum furiis, expostaque ponto,

uim cunctam atque minas perfert caelique marisque,

ipsa immota manens.[71]

[como una roca que se adentra en el océano, enfrentada a la furia de los vientos, y expuesta al oleaje, que resiste a toda la violencia y a las amenazas del cielo y del mar, permaneciendo inmutable en sí misma].

No intentemos emular estos ejemplos; no lo lograríamos. Se obstinan en ver con entereza y sin turbación la ruina de su país, que dominaba y dirigía toda su voluntad. Para nuestras almas comunes, esto es excesivo esfuerzo y excesiva rudeza. Catón renunció por este motivo a la más noble vida que nunca existió. Nosotros, pequeños, debemos evitar la tormenta a mayor distancia. Hemos de atender al sentimiento, no a la firmeza, y esquivar los golpes que no podremos parar. c | Zenón, al ver que se acercaba Cremónides, un joven al que amaba, para sentarse a su lado, se levantó de inmediato. Y, cuando Cleantes le preguntó la razón, dijo: «Entiendo que los médicos prescriben sobre todo reposo, y prohíben la emoción a todas las inflamaciones».[72] b | Sócrates no dice: «No os rindáis a los atractivos de la belleza, resistíos a ella, esforzaos en sentido contrario». «Evitadla», dice, «corred fuera de su vista y de su contacto, como si se tratara de un poderoso veneno que se lanza y que hiere desde lejos».[73] c | Y su buen discípulo, inventando o refiriendo, pero, a mi parecer, refiriendo más que inventando, las singulares perfecciones del gran Ciro, le hace desconfiado de sus fuerzas para soportar los atractivos de la divina belleza de la ilustre Pantea, su cautiva, y le hace confiar su visita y vigilancia a otro con menos libertad que él.[74] b | Y también el Espíritu Santo: «Ne nos inducas in tentationem» [No nos pongas en tentación].[75] No pedimos que nuestra razón no sea combatida ni superada por la concupiscencia, sino que ni siquiera sea puesta a prueba por ella, que no nos veamos llevados a una situación en la cual hayamos siquiera de soportar las aproximaciones, los requerimientos y las tentaciones del pecado; y suplicamos a Nuestro Señor mantener nuestra conciencia tranquila, plena y completamente liberada de trato con el mal.[76] c | Quienes dicen que dominan su pasión vengativa, o cualquier otra clase de pasión penosa, a menudo dicen de verdad cómo son las cosas, pero no cómo fueron. Nos hablan cuando las causas de su error han sido alimentadas y desarrolladas por ellos mismos. Pero retroceded, remitid esas causas a su principio. Ahí, las cogeréis de improviso. ¿Pretenden que su falta sea menor por ser más vieja, y que la continuación de un inicio injusto sea justa?

b | Quien desee el bien a su país como yo, sin ulcerarse ni enflaquecer por ello, se disgustará, pero sin sobrecogerse, si ve que amenaza ruina o una supervivencia no menos ruinosa. ¡Pobre bajel, que las olas, los vientos y el piloto arrastran a tan contrarios designios!:

in tam diuersa magister,

uentus et unda trahunt.[77]

[el capitán, el viento y las olas arrastran en direcciones tan diferentes].

Quien no anda embelesado tras el favor de los príncipes como cosa sin la cual no podría arreglárselas, no se enoja mucho por la frialdad de su acogida, y de su semblante, ni por la inconstancia de su benevolencia. Quien no está encima de sus hijos o de sus honores con una inclinación esclava, no deja de vivir cómodamente cuando los pierde. Quien obra bien ante todo por su propia satisfacción, apenas se turba al ver que los hombres juzgan sus acciones en contra de su mérito. Un cuarto de onza de resistencia provee a tales inconvenientes. Este remedio me da buen resultado, rescatándome desde los inicios con el menor coste posible; y siento que, gracias a él, me he librado de mucho sufrimiento y dificultades. Con escasísimo esfuerzo freno el primer impulso de mis emociones, y abandono el objeto que empieza a pesarme, antes de que me arrastre. c | Quien no detiene el inicio, no se cuida de detener su progreso. Quien no sepa cerrarles la puerta, no las echará una vez dentro. Quien no pueda acabar con el comienzo, no acabará con el final.[78] Ni resistirá el desplome quien no haya podido resistir la sacudida. Etenim ipsae se impellunt ubi semel a ratione discessum est; ipsaque sibi imbecillitas indulget, in altumque provehitur imprudens, nec reperit locum consistendi[79] [En efecto, ellas mismas se impulsan cuando uno se ha apartado de la razón; y la propia debilidad es indulgente consigo y avanza, imprudente, hacia lo profundo, y no halla un lugar en el que detenerse]. b | Siento a tiempo los vientecillos que me vienen a tantear y a zumbar por dentro, precursores de la tormenta:[80]

b | ceu flamina prima

cum deprensa fremunt syluis, et caeca uolutant

murmura, uenturos nautis prodentia uentos.[81]

[como cuando los primeros soplos, atrapados en los bosques, empiezan a estremecerse, y producen un sordo rumor que anuncia a los marineros la llegada de las borrascas].

¿Cuántas veces me he infligido una evidentísima injusticia por huir del riesgo de sufrirla aún peor de parte de los jueces, tras un siglo de dificultades, y de manejos sucios y viles, más contrarios a mi natural que la tortura y el fuego? c | Conuenit a litibus quantum licet, et nescio an paulo plus etiam quam licet, abhorrentem esse. Est enim non modo liberale, paululum nonnunquam de suo iure decedere, sed interdum etiam fructuosum[82] [Conviene ser refractario a los pleitos en la medida de lo posible, y no sé si también un poco más. Renunciar en parte al propio derecho de vez en cuando es, en efecto, no sólo generoso, sino también, en ocasiones, fructífero]. Si fuésemos sabios de verdad, deberíamos alegrarnos y ufanarnos, como oí un día, muy sinceramente, al hijo de una gran familia celebrar con todo el mundo que su madre acababa de perder un pleito: como si se tratara de su tos, de su fiebre o de otra cosa de importuna conservación. Incluso los favores que la fortuna podía haberme dado, parentescos y contactos con quienes tienen la suprema autoridad en estas materias, he huido encarecidamente, según mi conciencia, de emplearlos en perjuicio ajeno, y de elevar mis derechos por encima de su justo valor. En suma, b | he hecho tanto día tras día, ojalá pueda seguir diciéndolo, que aquí estoy, todavía virgen de procesos, aunque no hayan dejado de invitarse en muchas ocasiones a mi servicio por muy justas razones, si hubiese querido oírlas, y virgen de querellas. He pasado una ya larga vida sin ofensa grave, ni pasiva ni activa, y sin haber oído nada peor que mi nombre. Rara gracia del cielo.

Nuestras mayores agitaciones obedecen a motivos y causas ridículos. ¡Hasta qué extremo de ruina cayó nuestro último duque de Borgoña por un pleito sobre una carga de pieles de carnero![83] ¿Y no fue el grabado de un sello la causa primera y principal del más horrible trastorno que esta máquina haya sufrido nunca?[84] Porque Pompeyo y César no son sino los retoños y la secuela de estos dos. Y yo he visto en estos tiempos a las cabezas más sabias del reino reunidas, con gran ceremonia y gasto público, para tratados y acuerdos cuya verdadera decisión dependía, sin embargo, con plena soberanía, de las charlas que tenían lugar en el gabinete de las damas, y de la inclinación de alguna mujercilla. c | Los poetas, que por una manzana pusieron Grecia y Asia a sangre y fuego, lo entendieron bien.[85] b | Observad por qué aquél arriesga su honor y su vida con su espada y su puñal; que os cuente de dónde procede la fuente del conflicto: no puede hacerlo sin sonrojarse, hasta tal extremo el motivo es vano y frívolo.

Al principio, se precisa tan sólo un poco de prudencia; pero, una vez que te has embarcado, todas las cuerdas tiran. Se requieren grandes provisiones, mucho más difíciles e importantes. c | ¡Hasta qué punto es más fácil no entrar que salir! b | Ahora bien, debe procederse al revés que la caña, que genera un tallo largo y recto con la primera crecida; pero, después, como si hubiera languidecido y quedado sin aliento, produce nudos frecuentes y espesos, como pausas, que muestran que ya no posee la primera fuerza y firmeza.[86] Es mejor empezar tranquila y fríamente, y reservar el aliento y los impulsos vigorosos para el momento culminante y la perfección de la tarea. En sus inicios guiamos los asuntos y los tenemos a nuestra merced; pero, después, cuando han tomado impulso, son ellos los que nos guían y arrastran, y no podemos sino seguirlos.

c | Sin embargo, esto no significa que tal consejo me haya librado de toda dificultad, y que a menudo no me haya costado trabajo dominar y refrenar mis pasiones. Éstas no siempre se gobiernan según la medida de los motivos, y con frecuencia sus mismos comienzos son rudos y violentos. Con todo, procura un buen ahorro y provecho. Salvo para aquellos que, al obrar bien, no se contentan con ningún fruto si falta la reputación. Porque, en verdad, una acción así no cuenta sino para cada uno en sus adentros. Si te reformas antes de entrar en la danza, y de que la materia sea visible, te quedas más satisfecho, pero no recibes mayor estimación. Pese a todo, por otro lado, no sólo en esto, sino en los demás deberes de la vida, la ruta de quienes pretenden el honor es muy diferente de la que siguen quienes se proponen el orden y la razón.

b | Veo a algunos que entran a la ligera y con furia en liza, y se frenan en plena carrera. Dice Plutarco que aquellos que, por culpa del vicio de la mala vergüenza, son blandos y propensos a conceder cualquier cosa que se les pida, tienden después a faltar a su palabra y a desdecirse.[87] De igual manera, quien entra a la ligera en conflictos es propenso a salir de ellos con idéntica ligereza. La misma dificultad que me guarda de empezarlos me incitaría cuando estuviera alterado e inflamado. Es una mala costumbre. Cuando uno está dentro, hay que andar o reventar. c | «Empezad fríamente», decía Bías, «pero seguid con ardor».[88] b | De falta de prudencia se recae en falta de valor, que es aún menos soportable.

La mayoría de los acuerdos, en nuestras querellas actuales, son vergonzosos y embusteros. No pretendemos sino salvarlas apariencias, y, entretanto, traicionamos y repudiamos nuestras verdaderas intenciones. Disimulamos el hecho. Sabemos cómo lo hemos dicho, y en qué sentido, y quienes están presentes lo saben, y nuestros amigos, a quienes hemos querido hacer notar nuestra ventaja. Repudiamos nuestro pensamiento a costa de nuestra libertad, y del honor de nuestro ánimo, y buscamos escapatorias en la falsedad, para establecer acuerdos. Nos desmentimos a nosotros mismos para salvar el desmentido que hemos dado a otro. No hay que mirar si tu acción, o tu palabra, admite otra interpretación; a partir de ahora debes mantener tu interpretación verdadera y sincera, cueste lo que cueste. Hablan a tu virtud y a tu conciencia; no son partes que puedan enmascararse. Dejemos estos viles medios, y estos expedientes, para los pleitos de los tribunales. Las excusas y reparaciones que veo dar todos los días, para purgar la imprudencia, me parecen más torpes que la imprudencia misma. Sería mejor ofender de nuevo que ofenderse a sí mismo dando tal reparación al adversario. Le has desafiado, movido por la cólera, y vas a apaciguarlo y a halagarlo cuando tu juicio está frío y en su mejor estado. De este modo te sometes más de lo que te habías avanzado. Nada de lo que pueda decir un gentilhombre me parece tan vicioso como me parece vergonzoso que se desdiga forzado por la autoridad. En efecto, la obstinación es en él más excusable que la pusilanimidad.

Las pasiones me resultan tan fáciles de evitar como difíciles de moderar. c | Excinduntur facilius animo quam temperantur[89] [Es más fácil erradicarlas del ánimo que templarlas]. b | Quien no pueda alcanzar la noble impasibilidad estoica, que se salve en el regazo de mi insensibilidad popular. Lo que éstos hacían por virtud, yo me acostumbro a hacerlo por temperamento. La región mediana alberga las tormentas; los dos extremos, el de los filósofos y el de los campesinos, convienen en la calma y en la dicha:

Foelix qui potuit rerum cognoscere causas,

atque metus omnes et inexorabile fatum

subiecit pedibus, strepitumque Acherontis auari.

Fortunatus et ille Deos qui nouit agrestes,

Panaque, Syluanumque senem, Nymphasque sorores.[90]

[Feliz quien ha podido conocer las causas de las cosas, y ha pisoteado todos los miedos, el hado ineluctable y el estrépito del avaro Aqueronte. Afortunado también quien ha conocido a los dioses agrestes, a Pan y al viejo Silvano, y a las hermanas Ninfas].

Los nacimientos de todas las cosas son débiles y delicados. Por eso, hay que tener los ojos abiertos en los inicios, pues, así como en su menudez no se descubre el peligro, cuando ha crecido no se descubre ya el remedio.[91] Habría encontrado un millón de obstáculos, todos los días, más difíciles de digerir, en el curso de la ambición, de lo que me ha sido difícil atajar la inclinación natural que me conducía a ella:

iure perhorrui

late conspicuum tollere uerticem.[92]

[con razón he temido atraer las miradas

desde lejos con mi cabeza alzada].

Todas las acciones públicas son susceptibles de interpretaciones inciertas y diversas, pues las juzgan demasiadas cabezas. Algunos dicen, de mi tarea ciudadana —y me satisface decir una palabra sobre el asunto, no porque lo merezca, sino para que sirva como muestra de mi comportamiento en tales cosas—, que me he conducido como un hombre que se altera con excesiva blandura y con un sentimiento cansino. Y en absoluto están lejos de tener razón. Intento mantener mi alma y mis pensamientos en reposo. c | Cum semper natura, tum etiam aetate iam quietus[93] [Siempre tranquilo por naturaleza, y ahora más por la edad]. b | Y si a veces se desbocan ante alguna impresión violenta y penetrante, es en verdad al margen de mi decisión. Con todo, de semejante languidez natural no debe extraerse prueba alguna de impotencia —pues falta de preocupación y falta de juicio son cosas distintas—, y menos de ausencia de reconocimiento y de gratitud para con este pueblo, que empleó los medios más extremos que tuvo en sus manos para complacerme, antes de haberme conocido lo mismo que después. Y que hizo mucho más por mí volviéndome a conceder el cargo que dándomelo por primera vez.[94] Le deseo todo el bien posible, y, ciertamente, de haber tenido ocasión, nada habría escatimado para servirlo. Me he conmovido por él como lo hago por mí. Es un buen pueblo, guerrero y noble, capaz, sin embargo, de obediencia y disciplina, y de servir a algún buen uso si se le guía bien.

Dicen también que esta ocupación mía ha pasado sin dejar marca ni huella. Está bien así. Se recrimina mi inacción en unos tiempos en los cuales casi todo el mundo era culpable de actuar en exceso. Mi acción es solícita cuando me arrastra la voluntad. Pero esta punta es enemiga de la perseverancia. Si alguien quiere servirse de mí a mi manera, que me adjudique asuntos en los cuales se necesite vigor y libertad, y que requieran una ejecución directa y breve, por más que sea arriesgada. Alguna cosa podré hacer. Si debe ser larga, sutil, esforzada, artificial y tortuosa, hará mejor en dirigirse a cualquier otro.

No todas las responsabilidades importantes son difíciles. Estaba preparado para trabajar de manera un poco más ardua, de haber habido gran necesidad. En efecto, está en mi poder hacer un poco más de lo que hago, y de lo que me gusta hacer. No dejé de efectuar, que yo sepa, ningún movimiento que el deber requiriese seriamente de mí. Tendí a olvidar aquellos que la ambición mezcla con el deber, y ampara con su nombre. Son éstos los que, en la mayoría de ocasiones, llenan los ojos y los oídos, y contentan a los hombres. Les satisface no la cosa, sino la apariencia. Si no oyen ruido, les parece que uno duerme. Mis inclinaciones se contradicen con las inclinaciones ruidosas. Yo atajaría una revuelta sin turbarme, y castigaría un desorden sin emoción. ¿Tengo necesidad de cólera y ardor? Los tomo prestados, y me enmascaro con ellos.[95] Mi comportamiento es romo, más insípido que áspero. No censuro al magistrado que duerme con tal de que aquellos que están a su cargo duerman al mismo tiempo que él; con tal de que las leyes duerman también. Por mi parte, alabo la vida huidiza, sombría y muda, c | neque submissam et abiectam, neque se efferentem[96] [ni sumisa y abyecta ni presuntuosa]. b | Mi fortuna lo quiere así. He nacido de una familia que ha vivido sin brillo y sin tumulto, y, desde hace mucho tiempo, particularmente ambiciosa en materia de honradez.[97]

Los hombres de hoy en día están tan acostumbrados a la agitación y a la ostentación, que la bondad, la moderación, la equidad, la constancia y demás cualidades apacibles y oscuras ya no se perciben. Los cuerpos escabrosos se perciben, los lisos se tocan imperceptiblemente. La enfermedad se siente, la salud, poco o nada; ni tampoco las cosas que nos untan, en comparación con aquellas que nos punzan. Dejar para hacer en la plaza pública aquello que puede hacerse en la cámara del consejo, y, en pleno mediodía, aquello que se habría hecho la noche precedente, y tener el celo de hacer uno mismo lo que el compañero hace igual de bien, es actuar por la reputación y por el provecho particular, no por el bien. Así, algunos cirujanos griegos efectuaban las operaciones de su arte sobre estrados a la vista de los transeúntes, para ampliar su parroquia y clientela.[98] Juzgan que las buenas soluciones no pueden oírse sino al son de la trompeta.

La ambición no es un vicio propio de pequeños camaradas, ni de esfuerzos como los nuestros. Le decían a Alejandro: «Vuestro padre os legará un gran dominio, cómodo y pacífico». El muchacho envidiaba las victorias de su padre, y la justicia de su gobierno. No habría querido gozar del imperio del mundo de una manera blanda y apacible.[99] c | Alcibíades, en Platón, prefiere morir joven, hermoso, rico, noble, docto, todo ello con excelencia, a detenerse en el estado de tal condición.[100] b | Semejante enfermedad tiene quizá excusa en un alma tan fuerte y tan rica. Cuando estas almitas enanas y raquíticas se ilusionan, y creen esparcir su nombre porque han juzgado rectamente un asunto, o porque han seguido el turno de las guardias de una puerta de ciudad, enseñan tanto más el culo cuanto más esperan alzar la cabeza. Este menudo obrar bien carece de cuerpo y de vida. Se desvanece en la primera boca, y no se propaga más que de un cruce de camino a otro. No temas hablar de ello a tu hijo y a tu criado. Como lo hacía aquel antiguo que, al no tener otro oyente de sus alabanzas, ni convencido de su valor, se ufanaba ante su criada exclamando: «¡Oh Pedrita, qué hombre más valeroso y capaz tienes como amo!».[101] Háblalo contigo mismo, en el peor de los casos. Como aquel consejero, conocido mío, que, tras vomitar un montón de párrafos con extrema concentración y parecida inepcia, se retiró de la cámara del consejo, para ir al urinario del palacio, y fue oído murmurando entre dientes concienzudamente: «Non nobis, Domine, non nobis, sed nomini tuo da gloriam»[102] [No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre has de dar gloria]. Quien no pueda hacerlo de otro modo, que se pague con su propia bolsa.

El renombre no se prostituye a un precio tan bajo. Las acciones raras y ejemplares, a las cuales se debe, no tolerarían la compañía de esta innumerable muchedumbre de pequeñas acciones cotidianas. El mármol elevará tus títulos a tu antojo por haber reparado un lienzo de pared, o por haber desenlodado un arroyo público, pero no los hombres provistos de juicio. La fama no sigue a cualquier buena acción, si no se le añaden la dificultad y la extrañeza. Es más, según los estoicos, ni siquiera toda acción surgida de la virtud merece estimación; y no aceptan que ni siquiera se elogie a aquel que, por templanza, se abstiene de una vieja legañosa.[103] c | Quienes conocieron las admirables cualidades de Escipión el Africano rehúsan la gloria que Panecio le atribuye por haberse abstenido de regalos, pues se trata de una gloria, más que suya, de todo su siglo.[104]

b | Nuestros placeres convienen a nuestra fortuna; no usurpemos los de la grandeza. Los nuestros son más naturales; y tanto más sólidos y seguros cuanto más bajos. Rehusemos la ambición, ya que no por conciencia, al menos por ambición. Desdeñemos el afán de renombre y de honor, bajo y mendicante, que nos lleva a mendigarlo de toda suerte de gente c | —quae est ista laus quae possit e macello peti?[105] [¿qué clase de alabanza es ésta, que puede adquirirse en el mercado?]—, b | por medios abyectos y a cualquier vil precio. Ser honrado así es una deshonra. Aprendamos a no ser más ávidos que capaces de gloria. El hincharse por cualquier acción útil e inocente es propio de gente para la cual es extraordinaria y singular. La quieren vender por el precio que les cuesta. Cuanto más brillo posee una buena acción, más resto de su bondad mi sospecha de que haya sido producida más para ser brillante que para ser buena. Expuesta, está medio vendida. Poseen mucha más gracia aquellas acciones que escapan de la mano de su artífice con despreocupación y sin ruido, y que algún hombre honesto distingue después, y retira de la sombra, para sacarlas a la luz por sí mismas. c | «Mihi quidem laudabiliora uidentur omnia, quae sine uenditatione et sine populo teste fiunt»[106] [Me parecen, en efecto, más dignas de alabanza las cosas que se hacen sin vanidad y sin el pueblo como testigo], dice el más vanidoso hombre del mundo.

b | No tenía que hacer otra cosa que conservar y sobrevivir, que son acciones sordas e insensibles. La innovación tiene un gran lustre. Pero está prohibida en estos tiempos en los cuales las novedades nos acucian, y no hemos de defendernos sino de ellas. c | El abstenerse de actuar es a menudo tan noble como la acción, pero es menos visible. Y mi escasa valía es casi toda de ese tipo. b | En suma, las ocasiones, en este cargo, han secundado mi temperamento; les estoy muy agradecido por ello. ¿Hay alguien que desee estar enfermo para ver actuar a su médico?; ¿y no habría que azotar al médico que nos deseara la peste para poner su arte en práctica? No me ha afectado esta inclinación inicua, y bastante común, de desear que el desorden y la enfermedad de los asuntos ciudadanos realzaran y honraran mi gobierno. He respaldado de buena gana su comodidad y facilidad. Si alguien no me quiere agradecer el orden, la suave y muda tranquilidad que ha acompañado mi conducta, al menos no puede privarme de la parte que me corresponde por el título de mi buena fortuna. Y estoy hecho de tal manera que no me gusta menos ser dichoso que ser sabio, ni deber mis éxitos puramente a la gracia de Dios que deberlos a mi intervención. Yo había explicado con suficiente claridad al mundo mi incapacidad para tales manejos públicos. Hay en mí algo peor que esta incapacidad: que apenas me disgusta, y que apenas intento curarla, habida cuenta la forma de vida que me he propuesto seguir. No me he satisfecho más a mí mismo con esta actividad. Pero he logrado más o menos aquello que me había prometido; e incluso he superado con creces lo que había prometido a aquellos con quienes tenía obligación. Porque suelo prometer un poco menos de lo que puedo, y de lo que espero mantener. Estoy seguro de no haber dejado ni ofensa ni odio. En cuanto a haber dejado añoranza y anhelo de mí, por lo menos sé muy bien que no he puesto mucho empeño en ello:

mene huic confidere monstro,

mene salis placidi uultum fluctusque quietos

ignorare?[107]

[¿quieres que confíe en este monstruo?, ¿quieres que ignore lo que

esconde la apariencia de un mar tranquilo y de unas olas calmas?].