LA VANIDAD
b | Acaso no exista otra más clara que escribir sobre ella tan vanamente. La gente de entendimiento debería meditar atenta y continuamente lo que la divinidad nos ha expresado al respecto de manera tan divina.[1] ¿Quién no ve que he tomado una ruta por la cual, sin tregua y sin esfuerzo, marcharé mientras queden tinta y papel en el mundo? No puedo llevar el registro de mi vida por mis acciones; la fortuna las abate demasiado. Lo llevo por mis fantasías. Así, he visto a un gentilhombre que sólo declaraba su vida por medio de las acciones de su vientre. En su casa veías expuesta una serie de orinales de siete u ocho días. Era su estudio, sus razonamientos. Cualquier otra conversación le olía mal. Éstos son,[2] con un poco más de cortesía, los excrementos de un viejo espíritu, a veces duros, a veces blandos, y siempre indigestos. ¿Y cuándo acabaré de representar la continua agitación y mutación de mis pensamientos, sea cual fuere la materia sobre la que recaigan, si Diomedes llenó seis mil libros con la gramática como único objeto?[3] ¿Qué no producirá la charlatanería, si el tartamudeo y el desatamiento de la lengua ahogó el mundo con una carga tan horrible de volúmenes? ¡Tantas palabras tan sólo para las palabras! ¡Oh, Pitágoras, que no conjuraste esta tempestad![4]
Acusaban a un Galba del pasado de vivir ociosamente. Respondió que todo el mundo debería rendir cuentas de sus acciones, no de su descanso.[5] Se equivocaba, pues la justicia conoce y corrige también a los que reposan. Pero debería haber alguna coerción legal contra los escritores ineptos e inútiles, como la hay contra los vagabundos y holgazanes. Yo, y cien más, seríamos desterrados de las manos de nuestro pueblo. No es una burla. Los escritorzuelos parecen ser el síntoma de un siglo desenfrenado. ¿Cuándo hemos escrito tanto como desde que sufrimos estos tumultos?,[6] ¿cuándo escribieron tanto los romanos como en el momento de su ruina? Aparte de que la agudización de los espíritus no significa que se vuelvan más sensatos en el Estado, este quehacer ocioso surge del hecho de que todo el mundo se toma el ejercicio de su profesión con blandura, y se desvía de él. La corrupción del siglo se forma merced a la contribución particular de cada uno de nosotros. Unos aportan la traición, otros la injusticia, la irreligión, la tiranía, la avaricia, la crueldad, en la medida que son más poderosos; los más débiles aportan la sandez, la vanidad, la ociosidad —yo soy uno de éstos—. Parece que llegue el momento de las cosas vanas cuando las perniciosas nos abruman. En una época en la que hacer el mal es tan común, limitarse a hacer algo inútil es casi loable. Me consuelo porque soy de los últimos a los que habrá que echar mano. Mientras se atiende a los más urgentes, podré corregirme. Me parece, en efecto, que no sería razonable proceder contra los inconvenientes menudos cuando los grandes nos infestan. Y el médico Filótimo, a uno que le mostraba el dedo para que se lo curase, y al que le reconoció en el rostro y en el aliento una úlcera pulmonar, le dijo: «Amigo mío, ahora no es el momento de arreglarte las uñas».[7]
Hace algunos años, sin embargo, vi a este respecto que un personaje cuya memoria tengo en singular estima, en medio de nuestras grandes desgracias, cuando no había ni ley ni justicia, ni magistrado que cumpliese su deber —como tampoco los hay ahora—, hizo públicas no sé qué pobres reformas sobre los vestidos, la cocina y los pleitos.[8] Son entretenimientos con los cuales se alimenta a un pueblo maltratado, para hacer patente que no se le ha olvidado del todo. Los otros, que se detienen a prohibir a toda costa ciertas maneras de hablar, las danzas y los juegos, a un pueblo entregado a toda suerte de vicios execrables, hacen lo mismo.[9] No es el momento de lavarse ni de quitarse la mugre cuando se padece una fiebre grave. c | Sólo los espartanos se dedican a peinarse y a arreglarse el cabello cuando están a punto de precipitarse a un peligro extremo para su vida.[10]
b | Por mi parte, tengo esta costumbre peor: si llevo un escarpín de través, me dejo también de través la camisa y la capa; desdeño corregirme a medias. Cuando estoy en una mala situación, me ensaño en el mal; me abandono por desesperación, y me dejo ir hacia la caída, c | y arrojo, como suele decirse, la soga tras el caldero. b | Me obstino en el empeoramiento, y no me considero ya digno de cuidarme. O del todo bien o del todo mal. Me favorece que la desolación del Estado coincida con la desolación de mi vida. Prefiero soportar que mis males se hayan agravado a soportar que mis bienes se hubiesen visto turbados. Las palabras que expreso frente a la desgracia son palabras de indignación. Mí ánimo no se achata, se irrita. Y, al contrario que los demás, me encuentro más devoto en la buena que en la mala fortuna, de acuerdo con el precepto de Jenofonte, si no con su razón.[11] Y me gusta más demostrar mi amor al cielo para darle las gracias que para pedirle. Me preocupa más aumentar mi salud cuando me sonríe que recuperarla cuando la he perdido. Los hechos prósperos me sirven de enseñanza y de instrucción, como a los demás los adversos y los azotes.[12] c | Como si la buena fortuna fuese incompatible con la buena conciencia, los hombres no se vuelven buenos sino en la mala. La felicidad b | es para mí un singular estímulo a la moderación y a la modestia. El ruego me persuade, la amenaza me desalienta; c | el favor me doblega, el miedo me endurece.
b | Entre las características humanas, es bastante común la de complacernos más en las cosas ajenas que en las nuestras, y la de amar el movimiento y el cambio:
Ipsa dies ideo nos grato perluit haustu
quod permutatis hora recurrit equis.[13]
[Aun la luz del día nos gusta sólo porque
cada hora vuelve con corceles cambiados].
Yo cumplo mi parte. Quienes siguen el otro extremo, el de complacerse en sí mismos, el de considerar lo propio superior a lo demás, y no reconocer ninguna forma como más hermosa que aquella que ven, si no son más listos que nosotros, son en verdad más felices. No envidio su sabiduría, pero sí su buena fortuna.
El carácter ávido de cosas nuevas y desconocidas ayuda mucho a alimentar en mí el deseo de viajar,[14] pero bastantes circunstancias más contribuyen a ello. Me gusta alejarme del gobierno de mi casa. Hay cierto placer en mandar, aunque sea en una granja, y en ser obedecido por los tuyos. Pero es un placer demasiado uniforme y lánguido. Y además se mezcla necesariamente con muchos pensamientos penosos. A veces te aflige la indigencia y opresión de tu pueblo, a veces la querella entre tus vecinos, a veces la usurpación que padeces:
Aut uerberate grandine uineae,
fundusque mendax, arbore nunc aquas
culpante, nunc torrentia agros
sidera, nunc hyemes iniquas.[15]
[O el granizo azota tu viña, o tu propiedad, engañando tus esperanzas, culpa a veces a las lluvias, a veces a la canícula que abrasa los campos, a veces al injusto invierno].
Y que, en seis meses, Dios enviará a duras penas una sola temporada que contente del todo a tu administrador, y que sea buena para las viñas sin perjudicar los prados:
Aut nimiis torret feruoribus aetherius sol,
aut subiti perimunt imbres, gelidaeque pruinae,
flabraque uentorum uiolento turbine uexant.[16]
[O el etéreo sol los quema con su ardor excesivo, o los destruyen súbitos aguaceros y heladas escarchas, o los arrancan las rachas de viento con violento torbellino].
Además, el zapato nuevo y bien hecho de aquel antiguo, que te hace daño en el pie.[17] Y que el extraño no entiende hasta qué punto te cuesta mantener la apariencia de orden que se ve en tu familia, y hasta qué punto pones de tu parte, y que tal vez la adquieres a un precio demasiado alto.
Me he dedicado tarde al gobierno de la casa. Aquellos a quienes la naturaleza había hecho nacer antes que yo me libraron de él durante mucho tiempo. Yo había tomado ya otra inclinación, más acorde con mi temperamento. Pese a todo, por lo que he visto, es una ocupación más molesta que difícil. Quien sea capaz de otra cosa, lo será muy fácilmente de ésta. Si aspirara a enriquecerme, esta ruta me parecería demasiado larga. Habría servido a los reyes, negocio más fértil que cualquier otro. Dado que c | no pretendo adquirir sino la reputación de no haber adquirido nada, ni tampoco disipado, en conformidad con el resto de mi vida, incapaz de hacer ni bien ni mal de importancia, y dado que b | no busco sino arreglármelas, puedo hacerlo, a Dios gracias, sin gran atención.
En el peor de los casos, anticípate siempre a la pobreza con la restricción del gasto. Me aplico a hacerlo, y a corregirme antes de que me vea forzado. Por lo demás, he establecido en mi alma bastantes escalones para arreglármelas con menos de lo que tengo. Me refiero a arreglármelas satisfecho. c | Non aestimatione census, uerum uictu atque cultu, terminatur pecuniae modus[18] [La medida de la riqueza se determina no por la estimación del censo sino por el sustento y el atavío]. b | Mi verdadera necesidad no absorbe de manera tan completa todos mis bienes que, sin llegar a la carne viva, la fortuna no tenga dónde atacarme. Mi presencia, aunque ignorante y desdeñosa, brinda un gran respaldo a mis asuntos domésticos. Me dedico a ellos, pero a regañadientes. Además, en mi casa ocurre que no porque yo gaste por mi lado, se ahorra nada por el otro.
c | Los viajes no me molestan sino por el gasto, que es grande y superior a mis fuerzas. Acostumbrado a llevar un equipaje no sólo necesario sino también honorable, he de hacerlos mucho más breves y menos frecuentes; y no empleo en ellos más que lo que puedo coger aquí y allá y mi reserva, contemporizando y difiriendo, según ande ésta. No quiero que el placer de darme un paseo me estropee el placer de retirarme.[19] Al contrario, pretendo que se alimenten y favorezcan entre sí. La fortuna me ha ayudado en esto. Dado que mi principal tarea en esta vida era vivirla blandamente, y con más calma que laboriosidad, me ha arrebatado la necesidad de multiplicar mis riquezas para proveer a una multitud de herederos. Para uno solo, si no le basta con aquello que para mí ha sido sobradamente suficiente, peor para él. Su imprudencia no merecerá que le desee más.[20] Y cada cual, según el ejemplo de Foción, provee bastante a sus hijos si les provee de manera que no se diferencien de él.[21] En modo alguno sería yo partidario de lo que hizo Crates. Dejó su riqueza a un banquero con esta condición: si sus hijos eran necios, que se la entregara; si eran inteligentes, que la repartiese entre los más bobos del pueblo.[22] Como si los necios, por ser menos capaces de arreglárselas sin ellas, fueran más capaces de usar las riquezas.
b | En cualquier caso, el daño que acarrea mi ausencia no me parece merecer, mientras sea capaz de soportarlo, que rehúse aceptar las ocasiones que se ofrezcan para distraerme de esta presencia penosa. Siempre hay alguna cosa que marcha de través. Los asuntos, a veces de una casa, a veces de otra, te apremian. Los observas todos desde demasiado cerca. En esto tu perspicacia te perjudica, como también te perjudica bastante en otras cosas. Huyo de los motivos de enojo, y evito enterarme de las cosas que van mal. Y, con todo, por más que haga, a cada momento me enfrento en mi casa con alguna circunstancia que me disgusta. c | Y las bribonadas que más me ocultan son las que conozco mejor. Hay algunas que, para que ocasionen menos daño, uno debe ayudarse a sí mismo a esconderlas. b | Vanas punzadas; c | vanas a veces, b | pero no dejan de ser punzadas.[23] Las molestias más pequeñas y débiles son las más penetrantes. Y, así como las letras pequeñas fatigan más la vista, también los asuntos pequeños nos hieren más.[24] c | La multitud de pequeños males hace más daño que la violencia de uno, por grande que sea. b | A medida que estas espinas domésticas se vuelven abundantes y finas, nos hieren con más agudeza, y sin aviso, pues tienden a sorprendernos de repente.[25]
c | No soy filósofo. Los males me abruman según su peso; y pesan tanto según la forma como según la materia, y a menudo más.[26] Tengo más perspicacia para verlos que el vulgo; también tengo más resistencia. En suma, si no me hieren, me pesan. b | La vida es una cosa delicada y fácil de alterar. En cuanto mi semblante se vuelve hacia la aflicción c | —nemo enim resistit sibi cum coeperit impelli[27] [pues nadie se resiste cuando empieza a ser empujado]—, b | por más necio que sea el motivo que me haya llevado hasta ahí, irrito por ese lado mi inclinación, que después se alimenta y exaspera con su propio impulso, atrayendo y amontonando una materia sobre otra, para poder nutrirse:
Stillicidii casus lapidem cauat.[28]
[La gota que cae continuamente horada la roca].
Estos goteos comunes me devoran y ulceran. c | Las molestias ordinarias nunca son leves. Son continuas e irreparables, en especial cuando surgen de los miembros de la casa, continuos e inseparables.
b | Cuando examino mis asuntos desde lejos y en conjunto, encuentro, quizá porque mi memoria no es muy precisa, que hasta el momento han ido prosperando más allá de mis cálculos y razones. Saco de ellos, me parece, más de lo que hay; su éxito me traiciona. Pero ¿estoy en plena tarea, veo marchar todas estas parcelas?:
Tum uero in curas animum diducimur omnes.[29]
[Entonces el alma se me divide en mil inquietudes].
Mil cosas me suscitan deseos y temores. Abandonarlas del todo, me resulta muy fácil; interesarme en ellas sin afligirme, muy difícil. Es lamentable estar en un sitio donde todo lo que ves te ocupa e inquieta. Y me parece que gozo con más alegría de los placeres de una casa ajena, y que en ella tengo el gusto más libre y puro. c | Diógenes respondió en conformidad con mi criterio a quien le preguntó qué clase de vino encontraba mejor. «El ajeno», replicó.[30]
b | A mi padre le gustaba edificar Montaigne, donde había nacido; y, en el gobierno de los asuntos domésticos, me gusta servirme de su ejemplo y de sus reglas, y sujetaré a ellos a mis herederos en la medida de mis fuerzas. Si pudiera hacer más por él, lo haría. Me enorgullezco de que su voluntad siga ejerciéndose y actuando a través de mí. Ojalá Dios no permita que deje escapar de mis manos ninguna apariencia de vida que pueda darle a un padre tan bueno. Cuando me he dedicado a terminar algún viejo lienzo de pared, y a arreglar alguna pieza de la construcción mal acabada, ciertamente lo he hecho atendiendo más a su propósito que a mi satisfacción. c | Y acuso a mi holgazanería de no haber continuado hasta concluirlos los hermosos inicios que dejó en su casa; mucho más porque, muy probablemente, yo seré el último propietario de mi familia y le daré la última mano. b | Porque, en cuanto a mi aplicación particular, ni el placer de edificar que dicen que es tan atractivo, ni la caza, ni los jardines, ni los demás deleites de la vida retirada pueden divertirme mucho.[31] Es algo que rechazo, como las demás opiniones que me resultan inconvenientes. No me preocupo tanto de tenerlas vigorosas y doctas como de tenerlas fáciles y cómodas para la vida. c | Son sobradamente verdaderas y sanas si son útiles y agradables.
b | Aquellos que, al oírme hablar de mi incapacidad para los quehaceres domésticos, me insinúan que es desdén, y que me despreocupo de conocer los aparejos de labranza, sus estaciones, su orden, cómo se hacen mis vinos, cómo se realizan los injertos, y de saber el nombre y la forma de las plantas y de los frutos, y la preparación de los manjares de que vivo, c | el nombre y el valor de los tejidos con los cuales me visto, b | porque estoy interesado en una ciencia más elevada, me matan. Eso es una necedad, y más bien estupidez que gloria. Preferiría ser un buen escudero a ser un buen lógico:
Quin tu aliquid saltem potius quorum indiget usus,
uiminibus mollique paras detexere iunco?[32]
[¿Por qué no te dedicas, mejor, al menos a algo que
sea útil, a tejer con mimbres y con junco flexible?].
c | Ocupamos nuestros pensamientos con lo general y con las causas y los procesos universales, que funcionan muy bien sin nosotros; y olvidamos nuestro caso, y a Michel, que nos toca todavía más de cerca que el hombre. b | Ahora bien, paso en casa la mayor parte del tiempo, pero querría estar más a gusto en ella que en los demás sitios:
Sit meae sedes utinam senectae,
sit modus lasso maris, et uiarum,
militiaeque.[33]
[Ojalá sea descanso de mi vejez, meta de mi
cansancio del mar y de los caminos y de la milicia].
No sé si lo conseguiré. Me gustaría que, en vez de cualquier otra parte de su herencia, mi padre me hubiera legado el apasionado amor que en sus años de vejez profesaba a su hogar. Le hacía muy feliz acomodar sus deseos a su fortuna, y ser capaz de deleitarse con lo que poseía. ¡Que la filosofía política censure la bajeza y esterilidad de mi ocupación, si alguna vez puedo llegar a compartir su afición! Tengo la opinión de que la actividad más honorable es servir al público y ser útil a muchos. c | Fructus enim ingenii et uirtutis, omnisque praestantiae tum maximus accipitur, cum in proximum quemque confertur[34] [En efecto, uno obtiene el máximo fruto del ingenio, de la virtud y de cualquier cualidad cuando la dedica al prójimo]. b | En lo que a mí concierne, yo desisto. En parte, por conciencia —pues así como veo la carga que recae sobre tales ocupaciones, veo también mi poca capacidad para atenderlas; c | y Platón, artífice principal de todo gobierno político, no dejó de abstenerse de ellas—; b | en parte, por pereza. Tengo suficiente con gozar del mundo sin ocuparme de él, con vivir una vida meramente excusable, y que simplemente no me pese, ni a mí ni a los demás.
Jamás nadie se entregó de forma más plena y abandonada al cuidado y gobierno de un tercero de lo que lo haría yo, si tuviese a quién. Uno de mis anhelos en estos momentos sería hallar un yerno que fuese capaz de alimentar y hacer dormir cómodamente mi vejez, en cuyas manos pudiera deponer con plena soberanía la administración y el uso de mis bienes; que hiciera con ellos lo que yo hago, y que ganara a mis expensas lo que yo gano, a condición de que fuera con un ánimo verdaderamente agradecido y amistoso. Pero, ¡en fin!, vivimos en un mundo en el cual se desconoce la lealtad de los propios hijos.
El que me guarda la bolsa en los viajes, me la guarda por entero y sin control alguno. No me engañaría menos si yo me dedicara a hacer cuentas. Y si no es un diablo, le obligo a obrar bien con esta confianza tan entregada. c | Multi fallere docuerunt, dum timent falli, et aliis ius peccandi suspicando fecerunt[35] [Muchos le han enseñado a engañar, temiendo ser engañados, y con sus sospechas le han dado el derecho a cometer faltas]. b | Mi precaución más habitual frente a los servidores es la ignorancia. No presumo vicios sino tras haberlos visto, y confío más en los jóvenes, a quienes considero menos corrompidos por el mal ejemplo. Prefiero oír decir, al cabo de dos meses, que he gastado cuatrocientos escudos, a que me martilleen los oídos todas las tardes con tres, cinco, siete. Sin embargo, no me han robado más que a los demás c | con esta clase de hurto. b | Es verdad que echo una mano a la ignorancia. Alimento a propósito un conocimiento de mi dinero un poco confuso e incierto. Hasta cierto punto, me complace poder dudar de él. Hay que dejar un poco de sitio a la deslealtad o a la imprudencia del criado. Si nos queda en suma bastante para hacer lo que queremos, dejemos que este exceso de la generosidad de la fortuna corra un poco más a su merced. c | Es la porción del espigador. Después de todo, no aprecio tanto la lealtad de mis criados como desprecio el daño que puedan causarme. b | ¡Oh qué afán más vil y necio preocuparse por el dinero, complacerse en tocarlo y recontarlo! Así hace la avaricia sus trabajos de zapa.
En los dieciocho años que llevo administrando bienes,[36] no he sido capaz de imponerme mirar ni mis títulos ni mis principales asuntos, que han de pasar necesariamente por mi conocimiento y por mi atención. No es desdén filosófico por las cosas transitorias y mundanas —no tengo el gusto tan depurado, y las aprecio por lo menos en lo que valen—, sino, ciertamente, una pereza y negligencia inexcusable y pueril. c | ¿Qué no haría yo antes que leer un contrato, y antes que remover esos papelotes polvorientos, esclavo de mis negocios o, todavía peor, de los ajenos, como hace tanta gente a cambio de dinero? Nada me cuesta tanto como la preocupación y el esfuerzo, y no busco otra cosa que languidecer y emperezarme.
b | Yo tenía más aptitud, creo, para vivir de la fortuna ajena, si se pudiera sin obligación ni esclavitud. Y, con todo, no sé, cuando lo examino de cerca, si, de acuerdo con mi talante y mi suerte, lo que me toca sufrir por los problemas y los servidores y los criados, no es más abyecto, importuno y violento de lo que sería seguir a un hombre nacido más grande que yo, que me guiara un poco a mi gusto. c | Seruitus obedientia est fracti animi et abiecti, arbitrio carentis suo[37] [La servidumbre es la obediencia de un alma quebrada y abyecta, carente de arbitrio propio]. b | Peor fue el comportamiento de Crates, que se refugió en la pobreza para librarse de las indignidades e inquietudes de la administración doméstica.[38] Yo no lo haría —odio la pobreza tanto como el dolor—, pero sí cambiaría esta clase de vida por otra menos brillante y menos laboriosa.
Ausente, me libro de todos estos pensamientos; y sentiría menos, entonces, el derrumbamiento de una torre que ahora la caída de una teja. Mi alma se despreocupa con extrema facilidad a distancia, pero, presente, sufre como la de un viñador. c | Una rienda de través en mi caballo, una punta de estribera que me golpea la pierna, me tendrían todo un día en jaque. b | Levanto bastante el ánimo ante los inconvenientes; los ojos, no puedo:
Sensus, o superi, sensus!
[¡Los sentidos, oh dioses, los sentidos!]
En mi casa soy responsable de todo lo que va mal. Pocos amos —hablo de los de condición mediana, como la mía—, si es que hay alguno, son más dichosos, pueden apoyarse tanto en un segundo que no recaiga en ellos buena parte de la carga. c | Esto resta probablemente un poco al trato que deparo a los que se presentan —y he podido retener a alguno quizá más por mi cocina que por mi favor, como hacen los desagradables—, y resta b | mucho al placer que debería sentir en mi casa con la visita y la reunión de mis amigos. La actitud más necia de un gentilhombre en su casa es verlo ocupado en la marcha de su administración, hablar al oído de un criado, amenazar a otro con la mirada. La administración debe fluir de modo insensible, y mostrar un curso ordinario. Y me parece feo que se hable con los huéspedes del trato que se les da, sea para excusarlo, sea para elogiarlo. Me gustan el orden y la limpieza:
tanto como la abundancia; y en mi casa atiendo exactamente a la necesidad, poco al alarde. Si un criado se pelea en casa de otro, si un plato se vierte, te limitas a reír; tú duermes mientras el señor arregla sus cosas con el mayordomo para ver cómo te tratará al día siguiente. c | Hablo por mí, sin dejar de apreciar en general hasta qué punto un hogar apacible, próspero, dirigido con recto orden, es, para ciertas naturalezas, una dulce ocupación; y sin querer añadir a la cosa mis propios errores e inconvenientes, ni desmentir a Platón, que considera que dedicarse a los asuntos particulares sin injusticia es el quehacer más feliz para todo el mundo.[40]
b | Cuando viajo no tengo que pensar sino en mí y en el gasto de mi dinero; esto se dispone con un solo precepto. Para atesorar se requieren excesivas cualidades; no soy nada entendido en la cuestión. De gastar entiendo un poco, y de dar lustre a mi gasto, que es en verdad su principal uso. Pero me aplico a él con excesiva ambición, cosa que lo vuelve desigual y deforme, y, además, inmoderado en uno y otro sentido. Si es visible, si es útil, me dejo ir insensatamente, y me repliego con la misma insensatez si no brilla ni me sonríe.
Ya sea el arte o la naturaleza lo que nos imprime una forma de vivir dependiente de los demás, nos hace mucho más mal que bien. Nos privamos de nuestras propias ventajas para acomodar las apariencias a la opinión común. Nos importa menos cómo somos para nosotros y de hecho que cómo somos en el conocimiento público. Hasta los bienes del espíritu, y la sabiduría, nos parecen infructuosos si sólo nosotros gozamos de ella, si no se expone a la mirada y a la aprobación ajena. El oro de algunos fluye a borbotones por lugares subterráneos, imperceptiblemente; otros lo despliegan todo en láminas y planchas. De tal suerte que en unos los ochavos valen como escudos; en otros, a la inversa. El mundo, en efecto, estima su gasto y valor según la apariencia. Toda preocupación meticulosa en torno a las riquezas tiene trazas de avaricia, aun su dispensación, y la generosidad demasiado ordenada y artificial. No merecen una atención y una solicitud penosas. Quien pretende que su gasto sea justo, lo hace estricto y forzado. El ahorro o el gasto son de suyo cosas indiferentes, y no toman la apariencia de bien o de mal sino por la aplicación de nuestra voluntad.
La otra causa que me incita a estos paseos es el desacuerdo con las costumbres actuales de nuestro Estado. Me consolaría fácilmente de esta corrupción en lo que concierne al interés público:
peioraque saecula ferri
temporibus, quorum sceleri non inuenit ipsa
nomen, et a nullo posuit natura metallo;[41]
[unos siglos peores que la edad de hierro, para cuyos crímenes carecemos de nombre, y para los cuales la naturaleza no ha dispuesto ningún metal];
pero, en cuanto al mío, no. Me oprime de manera demasiado particular.[42] Porque en mi vecindad, últimamente, a causa de la larga licencia de las guerras civiles, hemos envejecido en una forma de Estado tan desenfrenada:
Quippe ubi fas uersum atque nefas,[43]
[Donde se confunden lo lícito y lo ilícito],
que en verdad es asombroso que pueda mantenerse:
Armati terram exercent, semperque recentes
conuectare iuuat praedas, et uiuere rapto.[44]
[Trabajan la tierra armados, y se complacen acumulando
presas siempre recientes y viviendo de la rapiña].
En suma, veo por nuestro ejemplo que la sociedad de los hombres se mantiene y se une a cualquier precio. Sea cual fuere la situación en que se les ponga, se agrupan y ordenan moviéndose y apiñándose, de la misma manera que los cuerpos sueltos que se meten desordenados en una bolsa encuentran por sí mismos la forma de asociarse y de acomodarse entre sí, a menudo mejor de lo que los habría sabido disponer el arte. El rey Filipo reunió a los hombres más malvados e incorregibles que pudo hallar y los puso a todos en una ciudad que les mandó construir, que llevaba su nombre.[45] Considero que forjaron, a partir de los vicios mismos, una contextura política entre ellos, y una sociedad ventajosa y justa.
Veo no una acción, ni tres, ni cien, sino costumbres cuya práctica es común y admitida, que son tan feroces por su inhumanidad sobre todo, y por su deslealtad, para mí la peor clase de vicio, que no tengo ánimos para concebirlas sin horror. Y me asombran casi tanto como las detesto. El ejercicio de estas maldades insignes es prueba de vigor y fuerza del alma tanto como de error y desorden. La necesidad compone y une a los hombres. Este lazo fortuito se conforma después en leyes. Las ha habido, en efecto, tan salvajes que ninguna opinión humana podría engendrarlas, y que, sin embargo, han conservado sus sociedades con tanta salud y longevidad como podrían hacerlo las de Platón y Aristóteles.
Y ciertamente todas esas descripciones de Estados inventadas por arte resultan ridículas e ineptas para llevarlas a la práctica. Esas grandes y largas disputas sobre la mejor forma de sociedad, y sobre las reglas más convenientes para unirnos, son disputas sólo apropiadas para ejercitar el espíritu. Así, en las artes hay muchos objetos cuya esencia radica en el debate y la disputa, y que no tienen vida alguna fuera de ahí.[46] Tal pintura de Estado sería de recibo en un mundo nuevo; pero nosotros asumimos un mundo ya hecho y formado[47] en ciertas costumbres. No lo engendramos como Pirra o como Cadmo.[48] Sea cual fuere el modo en que podamos corregirlo y ordenarlo de nuevo, apenas podemos torcerlo de su inclinación habitual sin romperlo todo. Le preguntaron a Sólon si había otorgado las mejores leyes de que era capaz a los atenienses: «Claro que sí», respondió, «de las que habrían admitido».[49] c | Varrón se excusa de modo semejante. Dice que si tuviera que escribir sobre religión partiendo de cero, diría lo que cree. Pero, dado que ya está admitida, hablará según el uso más que según la naturaleza.[50]
b | No por opinión sino en verdad el Estado excelente y mejor es para cada nación aquel bajo el cual se ha mantenido. Su forma y ventaja esencial depende del uso. Nos disgustamos fácilmente de la situación presente. Pero considero, sin embargo, que desear el gobierno de unos pocos en un Estado popular, o en la monarquía otra especie de gobierno, es vicio y locura:
Aime l’état tel que tu le vois être,
s’il est royal, aime la royauté,
s’il est de peu, ou bien communauté
aime l’aussi, car Dieu t’y afait naître.[51]
[Ama el Estado tal como veas que es: si es real, ama la realeza; si es de pocos, o bien una comunidad, ámalo también, pues Dios te ha hecho nacer en él].
Así hablaba al respecto el buen señor de Pibrac, que acaba de abandonarnos, un espíritu tan noble, con opiniones tan sanas, con costumbres tan afables. Esta pérdida, y la que hemos padecido al mismo tiempo del señor de Foix,[52] son pérdidas importantes para nuestra corona. No sé si a Francia le queda capacidad para sustituir a estos dos gascones con otra pareja de la misma sinceridad y competencia para el consejo de nuestros reyes. Eran almas diversamente bellas, y ciertamente, en este siglo, raras y hermosas, cada una a su manera. Pero ¿quién las puso en esta época, tan poco acordes y tan poco proporcionadas con nuestra corrupción y nuestras tempestades?
Nada oprime al Estado sino la innovación. Sólo el cambio da forma a la injusticia y a la tiranía. Cuando alguna pieza se descompone, se la puede apuntalar. Podemos oponernos a que la alteración y corrupción natural de todas las cosas nos aleje demasiado de nuestros inicios y principios.[53] Pero intentar refundir una masa tan grande, y cambiar los cimientos de tamaña construcción, es tarea propia c | de quienes para limpiar borran,[54] b | de quienes pretenden corregir los defectos particulares mediante la confusión universal, y curar las enfermedades con la muerte. c | Non tam commutandarum quam euertendarum rerum cupidi[55] [Ávidos no tanto de transformar las cosas como de destruirlas]. b | El mundo no sabe curarse. Está tan impaciente ante lo que le oprime que sólo busca librarse de ello, sin mirar a qué precio. Vemos por mil ejemplos que suele curarse a sus expensas; librarse del mal presente no es curarse, si no se da una mejora general de condición.
c | El objetivo del cirujano no es matar la mala carne. Esto es sólo el inicio de la curación. Él mira más allá, pretende hacer renacer la natural, y devolver el miembro a su debido estado. Quien sólo propone eliminar aquello que le tortura, se queda corto, pues el bien no sucede necesariamente al mal; otro mal puede sucederle, y peor.[56] Así les ocurrió a los asesinos de César, que precipitaron el Estado a tal extremo que tuvieron que arrepentirse de haber intervenido. A muchos después, hasta nuestros siglos, les ha ocurrido lo mismo. Mis contemporáneos franceses saben bien qué decir al respecto. Todas las grandes mutaciones socavan y desordenan el Estado.
A quien apuntara recto a la curación, y deliberara antes de actuar, se le quitarían probablemente las ganas de intervenir. Pacuvio Calavio corrigió el vicio de este proceder con un ejemplo insigne. Sus conciudadanos se habían amotinado contra sus magistrados. Él, personaje de gran autoridad en la ciudad de Capua, encontró un día la manera de encerrar al senado en el palacio, y, convocando al pueblo en la plaza, les dijo que había llegado el día en que podrían vengarse, con plena libertad, de los tiranos que los habían oprimido durante tanto tiempo, a los cuales tenía a su merced solos e inermes. Fue del parecer que se les sacara al azar de uno en uno, y se dispusiera de manera particular sobre cada cual, haciendo ejecutar de inmediato lo que se decretara; con la condición, por otra parte, de que acto seguido aconsejaran establecer a algún hombre de bien en el sitio del condenado, para que éste no quedara vacante de magistrado. En cuanto oyeron el nombre de un senador, se alzó un clamor de descontento general en contra de él. «Me doy cuenta», dijo Pacuvio; «a éste hay que destituirlo; es un malvado: cambiémoslo por uno bueno». Hubo un repentino silencio, pues todo el mundo se vio en un gran aprieto para elegir. Cuando uno más desvergonzado propuso a alguien, se produjo un acuerdo de voces aún mayor para rehusarlo, con cien imperfecciones y justos motivos que lo desechaban. Enardecidas estas inclinaciones contradictorias, fue todavía peor con el segundo senador, y con el tercero. Hubo tanta discordia en la elección como acuerdo en la destitución. Inútilmente fatigados por el tumulto, empezaron, por un lado y otro, a escabullirse poco a poco de la asamblea, llevándose todos la determinación en el alma de que el mal más viejo y más conocido es siempre más soportable que el mal reciente y no experimentado.[57]
b | No por vernos muy lastimosamente agitados, pues ¿qué no hemos hecho?:
Eheu cicatricum et sceleris pudet,
fratrumque: quid nos dura refugimus
aetas? quid intactum nefasti
liquimus? unde manus iuuentus
metu deorum continuit? quibus
pepercit aris?[58]
[¡Ay, nos avergonzamos de nuestras cicatrices, crímenes y fratricidios! Dura época, ¿ante qué hemos retrocedido?, ¿de qué impiedad nos hemos abstenido?, ¿dónde la mano de los jóvenes ha sido detenida por el miedo a los dioses?, ¿qué altares ha respetado?].
voy a concluir de repente:
ipsa si uelit salus,
seruare prorsus non potest hanc familiam.[59]
[ni siquiera la diosa Salud, por más que
lo quisiera, podría salvar a esta familia].
Sin embargo, acaso no estemos en nuestro último período. La conservación de los Estados es una cosa que verosímilmente supera nuestra inteligencia. c | El Estado civil es, como dice Platón, algo poderoso y de difícil disolución.[60] Sobrevive con frecuencia a las enfermedades mortales e internas, a la injuria de las leyes injustas, a la tiranía, al desenfreno y a la ignorancia de los magistrados, a la licencia y sedición de los pueblos.
b | En todas nuestras fortunas, nos comparamos con lo que tenemos por encima, y miramos hacia quienes están mejor. Midámonos con lo que tenemos por debajo; nadie hay tan miserable que no encuentre mil ejemplos con los cuales consolarse. c | Es un error que nos disguste más ver lo que está por encima de nosotros de lo que nos gusta ver lo que está por debajo.[61] b | Así, decía Solón, si se amontonaran todos los males juntos, no habría nadie que no prefiriera llevarse consigo los suyos a acordar un reparto legítimo del montón de males con los demás hombres, y coger su parte correspondiente.[62] Nuestro Estado anda mal. Ha habido, no obstante, otros más enfermos que no han muerto. Los dioses juegan con nosotros a pelota, y nos mueven en todas direcciones. Enimuero Dii nos homines quasi pilas habent[63] [Los dioses nos consideran, a nosotros hombres, una especie de pelotas].
Los astros destinaron fatalmente el Estado romano como ejemplo de su poder en este género. Él comprende en sí todas las formas y avatares que afectan a un Estado, todo lo que pueden el orden y la confusión, la dicha y la desdicha. ¿Quién debe desesperarse de su situación, viendo las sacudidas y los movimientos que lo agitaron y que soportó? Si la extensión de su dominio constituye la salud del Estado —no es ésta en absoluto mi opinión; c | y me complace Isócrates, que enseña a Nicocles a envidiar, no a los príncipes que poseen amplios dominios, sino a aquellos que saben conservar bien los que les han correspondido—,[64] b | aquél nunca estuvo tan sano como cuando estuvo más enfermo. La peor de sus formas le resultó la más dichosa. Apenas se reconoce la imagen de Estado alguno en tiempos de los primeros emperadores; es la más horrible y turbia confusión que pueda concebirse. Sin embargo, la soportó, y subsistió, conservando no una monarquía encerrada en sus límites, sino todas aquellas naciones tan diferentes, tan alejadas, tan mal avenidas, tan desordenadamente regidas y tan injustamente conquistadas:
nec gentibus ullis
commodat in populum terrae pelagique potentem,
inuidiam fortuna suam.[65]
[y la fortuna no presta a ninguna nación su odio
contra el pueblo dominador de la tierra y del mar].
No todo lo que se mueve se desmorona. La contextura de un cuerpo tan grande está sujeta por más de un clavo. Se sostiene incluso por su antigüedad, como aquellas viejas construcciones a las que el tiempo ha minado la base, carentes de costra y de cemento, que, pese a todo, perviven y se sostienen por su propio peso:[66]
nec iam ualidis radicibus haerens,
pondere tuta suo est.[67]
[y no está ya fijado en el suelo por fuertes
raíces; sólo se sostiene por su propio peso].
Además, no es un proceder correcto limitarse a examinar el flanco y el foso. Para evaluar la seguridad de una plaza, ha de mirarse por dónde pueden llegar, en qué situación se halla el atacante. Pocos navíos se hunden por su propio peso y sin violencia exterior. Ahora bien, volvamos la vista en todas direcciones. A nuestro alrededor todo se viene abajo. Miremos en todos los grandes Estados de la Cristiandad, o más allá, que conocemos. Encontraremos una evidente amenaza de cambio y de ruina:
Et sua sunt illis incommoda, parque per omnes
tempestas.[68]
[Tienen también sus enfermedades, y la tormenta es igual para todos].
Los astrólogos lo tienen fácil para advertirnos, como lo hacen, de grandes alteraciones y de mutaciones próximas.[69] Sus pronósticos son presentes y palpables; no es necesario acudir al cielo para eso. De esta sociedad universal de la enfermedad y de la amenaza no sólo podemos obtener consuelo, sino también cierta esperanza en la supervivencia de nuestro Estado, pues, por naturaleza, nada cae cuando todo cae. La enfermedad universal es salud particular; la conformidad es una cualidad hostil a la disolución. Por mi parte, no me desespero, y creo ver vías de salvación:
Deus haec fortasse benigna
reducet in sedem uice.[70]
[Acaso Dios devolverá las cosas a su estado con un giro benigno].
¿Quién sabe si Dios querrá que suceda como con los cuerpos que se purgan y restablecen merced a largas y graves enfermedades, las cuales les devuelven una salud más íntegra y más neta que aquella que les habían arrebatado? Lo que más me apena es que, al enumerar los síntomas de nuestro mal, veo que son tantos los naturales y enviados por el cielo, y propiamente suyos, como los que aportan nuestro desorden y la imprudencia humana. c | Parece que los astros mismos prescriben que hemos durado bastante, y más allá de los límites ordinarios. Y también me apena que el mal más cercano que nos amenaza no sea la alteración de la masa entera y sólida, sino su disipación y desgarramiento —el peor de nuestros temores.
b | En estas divagaciones[71] temo también la traición de mi memoria, que, por inadvertencia, me haya hecho registrar una cosa dos veces. Detesto reconocerme, y, una vez algo se me ha escapado, no vuelvo nunca a examinarlo sino a la fuerza. Ahora bien, aquí no ofrezco ningún aprendizaje nuevo. Son imaginaciones comunes. Dado que tal vez las he concebido cien veces, tengo miedo a haberlas registrado ya. La repetición es siempre fastidiosa, incluso en Homero, pero es devastadora en aquello que sólo posee una apariencia superficial y pasajera.[72] Me disgusta la inculcación, aun de las cosas útiles, como en Séneca. c | Y me disgusta la costumbre de su escuela estoica de repetir, en cada materia, a lo largo y a lo ancho, los principios y presupuestos de uso general, y de volver siempre a alegar de nuevo los argumentos y las razones comunes y universales. b | Mi memoria empeora cruelmente todos los días:
Pocula Lethaeos ut si ducentia somnos
arente fauce traxerim.[73]
[Como si, con la boca seca, hubiese apurado
las copas que infunden los sueños leteos].
En adelante —pues a Dios gracias hasta ahora no ha hecho falta—, al contrario que los demás, que buscan el tiempo y la ocasión de pensar en lo que deben decir, deberé evitar prepararme, no sea que me sujete a alguna obligación de la que tenga que depender. La sujeción y la obligación me extravían, y la dependencia de un instrumento tan endeble como es mi memoria.
Nunca leo la siguiente historia sin ofenderme con un sentimiento propio y natural. Lincestes, acusado de conjuración contra Alejandro, el día que fue llevado ante el ejército, siguiendo la costumbre, para que su defensa fuese oída, tenía en la cabeza un discurso estudiado, del cual, titubeante y tartamudeando, pronunció algunas palabras. Como se turbaba cada vez más, mientras pugnaba con su memoria y volvía a tantearla, los soldados que tenía más cerca, dándole por convicto, lo atacaron y mataron a golpes de pica.[74] Su aturdimiento y su silencio les valió como confesión. Puesto que había tenido tanto tiempo para prepararse en la cárcel, a su entender no era ya la memoria lo que le fallaba; era la conciencia la que le retenía la lengua y le privaba de fuerza. ¡En verdad está bien dicho! El lugar aturde, los presentes, la expectación, incluso cuando no está en juego sino la ambición de hablar bien. ¿Qué puede uno hacer cuando se trata de un discurso del que depende la vida?
Por mi parte, el hecho mismo de que esté obligado a decir algo me sirve para olvidarme de ello. Las veces que me he confiado y entregado por entero a mi memoria, dependo tanto de ella que la abrumo; se asusta de su responsabilidad. Cuanto más me remito a ella, más me enajeno, hasta poner a prueba mi compostura. Y alguna vez me he visto en dificultades para ocultar la esclavitud a la que estaba sometido. Sin embargo, mi propósito es representar, cuando hablo, una profunda despreocupación de acento y de semblante, y unos movimientos fortuitos e impremeditados, como si surgieran de las circunstancias presentes; para mi gusto tanto da no decir nada de valor como mostrar haber venido preparado para hablar bien, cosa indecorosa, sobre todo en gente de mi profesión;[75] c | y cosa que obliga demasiado a quien no puede cumplir mucho. La preparación lleva a esperar más de lo que aporta. A menudo nos quitamos neciamente la ropa para no saltar más de lo que saltaríamos con el vestido puesto.[76]
Nihil est his qui placere uolunt tam aduersarium quam expectatio[77] [Nada hay, para quienes pretenden agradar, tan contrario como la expectación]. b | Del orador Curión se ha escrito que, cuando presentaba la distribución de su discurso en tres o cuatro partes, o el número de sus argumentos y razones, solía olvidarse de alguno, o añadir uno o dos más.[78] Me he guardado siempre mucho de incurrir en este inconveniente, pues he odiado tales promesas y prescripciones; no sólo por desconfianza en mi memoria, sino también porque esta forma suena demasiado artificial. c | Simpliciora militares decent[79] [A los soldados les convienen cosas más simples]. b | Basta con que en adelante me haya prometido no asumir más la carga de hablar en un lugar respetable. Porque, en cuanto a hablar leyendo un escrito, además de que es muy inepto, es muy desfavorable para aquellos que por naturaleza podrían decir algo de forma improvisada. Y, en cuanto a arrojarme a la merced de mi invención del momento, todavía menos; la tengo torpe y confusa, incapaz de atender a las necesidades súbitas e importantes.
Deja, lector, que siga fluyendo este golpe de ensayo, y esta tercera prolongación del resto de las partes de mi pintura.[80] Añado, pero no corrijo. En primer lugar, porque quien ha hipotecado su obra al mundo, me parece razonable que no tenga ya derecho a ello. Que hable mejor en otro sitio, si puede, y que no corrompa la obra que ha vendido. De esta gente no habría que comprar nada sino una vez muertos. Que se lo piensen bien antes de manifestarse. ¿Quién les apremia? c | Mi libro es siempre uno. Salvo que, a medida que nos dedicamos a renovarlo, a fin de que el comprador no se vaya con las manos del todo vacías, me arrogo el derecho de añadirle —ya que no es sino una marquetería mal unida— alguna incrustación supernumeraria. No son más que adiciones que no condenan la primera forma, sino que confieren cierto valor particular a cada una de las siguientes, mediante una pequeña sutileza ambiciosa. Como consecuencia, sin embargo, es fácil que se produzca alguna transposición cronológica, pues mis relatos están ubicados según su oportunidad, no siempre según su edad.
b | En segundo lugar, a causa de que, en lo que a mí concierne, temo perder con el cambio. Mi entendimiento no siempre avanza, también retrocede. Apenas desconfío menos de mis fantasías porque sean segundas o terceras en vez de primeras, o presentes en vez de pasadas. Con frecuencia nos corregimos tan neciamente como corregimos a los demás. c | He envejecido unos cuantos años después de mis primeras publicaciones, que fueron en 1580.[81] Pero dudo que me haya hecho una pulgada más sabio. Yo ahora y yo hace un momento somos dos. Cuándo mejor, nada puedo decir al respecto. Sería hermoso ser viejo si avanzáramos siempre hacia la mejora. Es un movimiento de borracho, titubeante, vertiginoso, informe, o como el de los palillos[82] que el aire mueve azarosamente a su antojo. Antíoco había escrito con fuerza a favor de la Academia; al envejecer, tomó otro partido.[83] Cualquiera de los dos que yo siguiese, ¿no sería igualmente seguir a Antíoco? Tras haber establecido la duda, querer establecer la certeza de las opiniones humanas, ¿no era establecer, más que la certeza, la duda, y anunciar que, sí le hubieran dado un período más para vivir, continuaba estando listo para un nuevo movimiento, no tanto mejor como diferente?
b | El favor público me ha procurado un poco más de audacia de lo que esperaba, pero lo que más temo es hartar. Preferiría herir a cansar, como lo ha hecho un docto de estos tiempos. La alabanza es siempre grata, venga de quien venga y sea por la razón que sea. Sin embargo, para complacerse en ella con justicia, uno debe estar informado de su motivo. Incluso las imperfecciones tienen su manera de hacerse estimar. La valoración vulgar y común es poco afortunada en acierto. Y, en estos tiempos, me equivoco si los peores escritos no son los que han ganado el favor del viento popular. Ciertamente, doy gracias a los hombres honestos que se dignan tomar a bien mis pobres esfuerzos. No hay lugar donde los defectos de forma se evidencien tanto como en la materia que de suyo carece de mérito. No me eches en cara, lector, los que se deslizan aquí por fantasía o inadvertencia ajena. Cada mano, cada operario aporta los suyos. Yo no intervengo ni en la ortografía —y sólo ordeno que sigan la antigua—,[84] ni en la puntuación. Soy poco experto en una y en otra. Cuando rompen por completo el sentido, me inquieto poco, pues al menos me descargan de responsabilidad. Pero, cuando lo sustituyen por uno falso, como hacen tan a menudo, y me desvían hacia su concepción, me arruinan. Con todo, cuando la frase no sea fuerte según mi medida, un hombre honesto debe rehusarla como mía. A quien sepa hasta qué punto soy poco laborioso, hasta qué punto estoy hecho a mi manera, le será fácil creer que preferiría volver a dictar otros tantos ensayos a someterme a repasar éstos en aras de tal pueril corrección.
Así pues, hace poco decía que, sumido en la mina más profunda de este nuevo metal,[85] no sólo me veo privado de tener gran trato con gente de otras costumbres, y de otras opiniones, que las mías, por las cuales se mantienen juntos con un lazo que prevalece sobre cualquier otro lazo,[86] sino que, además, corro cierto peligro entre aquellos a quienes todo les resulta igualmente lícito, y que en su mayor parte ya no pueden agravar su situación ante nuestra justicia, de donde surge el máximo grado de licencia. Habida cuenta todas las particulares circunstancias que me atañen, no encuentro a nadie de los nuestros a quien la defensa de las leyes cueste, en ganancia perdida y en daño sobrevenido, como dicen los doctos,[87] más que a mí. c | Y algunos que se las dan de valientes por su ardor y violencia hacen mucho menos que yo, si se valora bien.
b | Como casa desde siempre libre, de fácil acceso y servicial para todo el mundo —pues nunca me he dejado inducir a convertirla en un instrumento de guerra; ésta prefiero irla a buscar allí donde está más alejada de mi vecindad—, mi casa ha merecido considerable afecto popular, y sería muy difícil desafiarme en mi propio corral. Y me parece una extraordinaria obra maestra y ejemplar que se mantenga aún virgen de sangre y de pillaje, con una tormenta tan prolongada, tantos cambios y tantos tumultos cercanos. Porque, a decir verdad, a alguien de mi temperamento le era posible escapar a una forma constante y continua, fuese la que fuese. Pero las invasiones y las incursiones contrarias, y las alternativas y vicisitudes de la fortuna a mi alrededor, hasta ahora han exasperado más que calmado el humor del país, y me sobrecargan de peligros y de dificultades invencibles. Escapo; pero me disgusta que sea más por fortuna, e incluso por prudencia, que por justicia, y me disgusta no gozar de la protección de las leyes, y estar bajo otro amparo que el suyo. Tal y como están las cosas, vivo más que a medias del favor ajeno, lo cual constituye una dura obligación. No quiero deber mi seguridad ni a la bondad y benevolencia de los grandes, que aprecian mi apego a la ley y mi libertad, ni al carácter afable de mis predecesores y mío. En efecto, ¿qué sucedería si fuera de otro modo? Si mi conducta y la franqueza de mi trato, o el parentesco, obligan a mis vecinos, es una crueldad que puedan compensarme dejándome vivir, y que puedan decir: «Le concedemos c | la libre continuación del servicio divino en la capilla de b | su casa, c | dado que hemos arrasado todas las iglesias de los alrededores; y le acordamos el uso de sus bienes, b | y su vida, ya que preserva a nuestras mujeres y nuestros bueyes en caso de necesidad». Desde hace tiempo, en mi casa participamos de la alabanza de Licurgo de Atenas, que era el depositario y guardián general de las bolsas de sus conciudadanos.[88]
Ahora bien, yo sostengo que debe vivirse por derecho y por autoridad, no por c | recompensa ni por b | gracia. ¡Cuántos caballeros han preferido perder la vida a deberla! Yo evito someterme a cualquier clase de obligación, pero sobre todo a aquella que me sujeta por deber de honor. Nada me parece tan caro como lo que me dan y lo que hipoteca mi voluntad por motivo de gratitud. Y prefiero recibir los servicios que se venden. Con razón. Por éstos no doy más que dinero; por lo otros, me doy a mí mismo. El lazo que me sujeta por la ley de la honestidad me parece mucho más opresivo y gravoso que el de la obligación civil. El notario me atenaza más suavemente que yo mismo. ¿No es razonable que mi conciencia esté mucho más involucrada en aquello en lo cual se han fiado simplemente de ella? Por lo demás, mi lealtad nada debe, pues nada le han prestado. Que se ayuden con la confianza y la garantía que han tomado fuera de mí. Preferiría con mucho quebrar la prisión de una muralla y de las leyes a quebrar la de mi palabra. c | Soy meticuloso hasta la superstición en la observación de mis promesas; y las suelo hacer, en todos los asuntos, inciertas y condicionales. A aquellas que carecen de toda importancia les doy importancia por el celo de mi regla, que me tortura y carga con su propio interés. E incluso en las empresas enteramente mías y libres, para hablar de ellas, me parece que me las prescribo, y que darla a conocer a otro es prescribírsela uno mismo. Me parece que lo prometo cuando lo digo. Por eso aireo poco mis proyectos.
b | La condena que hago de mí mismo es más viva y más dura que la de los jueces, que sólo me consideran desde el punto de vista de la obligación común; la opresión de mi conciencia, más estricta y más severa. Sigo con desidia los deberes a los que me vería arrastrado si no los siguiese por mí mismo. c | Hoc ipsum ita iustum est quod recte fit, si est uoluntarium[89] [Lo que se hace rectamente es justo en la medida que es voluntario]. b | Si la acción no posee cierto esplendor de libertad, carece de gracia y de honra:
Quod me ius cogit, uix uoluntate impetrent.[90]
[Aquello a lo cual me obliga el derecho,
apenas lo conseguirían de mi voluntad].
Cuando la necesidad me arrastra, me gusta aflojar la voluntad. Quia quicquid imperio cogitur, exigenti magis quam praestanti acceptum refertur[91] [Porque cualquier cosa que se impone con una orden resulta más grata a quien manda que a quien obedece]. Sé de algunos que siguen esta disposición hasta la injusticia. Prefieren dar a devolver, prestar a pagar; favorecen más parcamente a aquel al que están obligados. No llego a ese extremo, pero me acerco.
Me gusta tanto descargarme de responsabilidades y librarme de obligaciones que a veces me han parecido provechosas las ingratitudes, ofensas e indignidades que me han hecho sufrir aquellos hacia quienes, por naturaleza o por accidente, tenía algún deber de amistad. He aprovechado la ocasión de su falta para saldar mi deuda y librarme de ella. Aunque continúe rindiéndoles los servicios aparentes de la razón pública, encuentro un gran ahorro c | en hacer por justicia lo que hacía por afecto, y b | en aliviarme un poco de la tensión y solicitud de mi voluntad por dentro c | —Est prudentis sustinere ut cursum, sic impetum beneuolentiae[92] [Es propio del prudente contener el ímpetu de la benevolencia como si fuera una carrera]—, b | la cual tengo un poco urgente y apremiante, cuando me entrego, al menos para ser un hombre que en modo alguno quiere verse en apuros. Y me sirve esta reserva de cierto consuelo ante las imperfecciones de aquellos que me conciernen. Me desagrada mucho que su valía sea menor, pero, en cualquier caso, me ahorro también una parte de mi aplicación y compromiso para con ellos. Apruebo a quien ama menos a su hijo por ser tiñoso o jorobado, y no sólo cuando es malo, sino también cuando es desdichado y mal nacido —Dios mismo ha rebajado esto de su valor y estimación natural—, con tal de que se comporte, en esa frialdad, con moderación y estricta justicia. En mí, la proximidad no alivia los defectos, más bien los agrava.
Después de todo, por lo que yo sé del arte del favor y del reconocimiento, que es un arte sutil y de gran uso, no veo a nadie más libre y menos endeudado de lo que yo estoy hasta ahora. Lo que debo, lo debo simplemente a las obligaciones comunes y naturales. No hay nadie que esté más netamente exento de lo demás:
Los príncipes c | me dan mucho si no me quitan nada, y b | me favorecen bastante cuando no me hacen mal alguno. Es todo lo que les pido.[94] ¡Oh, cómo le agradezco a Dios haber querido que recibiera inmediatamente de su gracia cuanto poseo, haber retenido particularmente para sí toda mi deuda! c | ¡Con qué insistencia suplico a su santa misericordia no deber jamás a nadie un agradecimiento sustancial! Bienaventurada libertad, que me ha llevado tan lejos. Que continúe hasta el final.
b | Intento no tener necesidad expresa de nadie. c | In me omnis spes est mihi[95] [Toda mi esperanza está en mí mismo]. b | Es algo de lo que todo el mundo es capaz, pero con más facilidad aquellos a quienes Dios ha resguardado de las necesidades naturales y urgentes. Es muy lamentable y arriesgado depender de otro. Nosotros mismos, que somos nuestro más justo y más seguro sostén, no nos hallamos bastante asegurados. Nada tengo mío salvo yo mismo; y, sin embargo, esta posesión es en parte defectuosa y prestada. Me ejercito, c | en cuanto al ánimo, que es lo más fuerte, y también en cuanto a la fortuna, b | para encontrar con qué satisfacerme aunque todo lo demás me abandone. c | Hipias de Elis no sólo se proveyó de ciencia para poderse apartar alegremente, en el regazo de las Musas, de cualquier otra compañía en caso de necesidad, ni sólo del conocimiento de la filosofía para enseñar a su alma a contentarse con ella, y a privarse virilmente de los bienes que le vienen de fuera, cuando la suerte lo ordena. Fue tan cuidadoso que incluso aprendió a cocinar y a afeitarse, a confeccionarse los vestidos, los zapatos, los calzones,[96] para apoyarse en sí mismo en la medida de sus fuerzas, y sustraerse a la ayuda ajena.[97] b | Gozamos de los bienes prestados de manera mucho más libre y alegre cuando el goce no está forzado ni constreñido por la necesidad, y cuando se tienen, tanto en la voluntad como en la fortuna, la fuerza y los medios para privarse de ellos.[98]
c | Me conozco bien. Pero me resulta difícil imaginar una generosidad tan pura de alguien hacia mí, una hospitalidad tan franca y gratuita, que no me parezca desdichada, tiránica y teñida de reproche si la necesidad me envuelve en ella. Así como el dar es una cualidad ambiciosa y privilegiada, el aceptar es una cualidad de sumisión.[99] Lo prueba el injurioso y pendenciero rechazo de Bayazeto a los regalos que le enviaba Timur.[100] Y aquellos que le ofrecieron al emperador de Calicut, de parte del emperador Solimán, le irritaron tanto que no sólo los rechazó con aspereza, diciendo que ni él ni sus predecesores estaban acostumbrados a recibir, y que su función era dar, sino que, además, hizo arrojar a los embajadores enviados a tal efecto a una mazmorra.[101]
Cuando Tetis, dice Aristóteles, halaga a Júpiter, cuando los lacedemonios halagan a los atenienses, no les refrescan el recuerdo de los favores que les han hecho, lo cual es siempre odioso, sino el recuerdo de los favores que han recibido de ellos.[102] Éstos a quienes veo recurrir con tanta familiaridad a cualquiera, y contraer obligaciones, no lo harían si saborearan como yo la dulzura de una libertad completa, y si les pesara como debe pesarle al sabio el compromiso de una obligación. Ésta puede a veces satisfacerse, pero no se disuelve jamás.
Cruel opresión para quien ama tener libertad de movimientos en todas direcciones. Mis conocidos, tanto superiores como inferiores a mí, saben si han visto nunca a un hombre menos solicitante, requiriente, suplicante, y menos pesado, ante los demás. Si lo soy más allá de todo ejemplo moderno, no puede extrañar mucho, dado que tantos aspectos de mi comportamiento contribuyen a ello: cierto orgullo natural, la incapacidad de soportar una negativa, la limitación de mis deseos y propósitos, la falta de habilidad en toda suerte de asuntos, y mis cualidades favoritas, la ociosidad, la libertad. Por todo ello, he concebido un odio mortal a estar obligado a otro o por otro que no sea yo mismo. Empleo con toda viveza cuanto está a mi alcance para arreglármelas, antes de recurrir a la beneficencia de otro, en cualquier ocasión o necesidad, sea leve o grave. Mis amigos me importunan muchísimo cuando requieren de mí que requiera algo a un tercero. Y apenas me parece menos costoso dispensar de su compromiso a aquel que me debe algo, recurriendo a él, que comprometerme por ellos con quien nada me debe. Descartada esta condición, y esta otra, que no me pidan nada laborioso ni que suscite preocupación —pues he declarado la guerra a muerte a toda inquietud—, soy fácilmente accesible y estoy pronto ante la necesidad de cualquiera. b | Pero he evitado recibir todavía más de lo que he intentado dar; c | también es mucho más fácil, según Aristóteles.[103] b | Mi fortuna apenas me ha permitido favorecer a los demás, y lo poco que me lo ha permitido, ha sido con bastante pobreza. Si me hubiera traído al mundo para ocupar algún rango entre los hombres, habría tenido la ambición de hacerme amar, no la de suscitar temor o admiración.[104] ¿Puedo expresarlo de manera más insolente? Habría intentado complacer no menos que aprovechar. c | Ciro, muy sabiamente, y por boca de un magnífico capitán, y aún mejor filósofo, valora su bondad y sus favores muy por encima de su valentía y de sus conquistas militares.[105] Y el primer Escipión, cuando quiere hacerse valer, pondera su bondad y humanidad por encima de su audacia y de sus victorias;[106] y tiene siempre en la boca esta frase gloriosa: que ha dado tantos motivos para que le amen a sus enemigos como a sus amigos.[107]
b | Quiero, pues, decir que si es preciso deber algo, debe ser por un motivo más legítimo que éste del que hablo, al cual me compromete la ley de esta miserable guerra; y no con una deuda tan grande como la de mi plena salvación. Ésta me abruma. Me he acostado mil veces en mi casa imaginando que esa noche me iban a traicionar y a matar, concertando con la fortuna que fuera sin miedo ni languidez. Y he exclamado, tras mi padrenuestro:
Impius haec tam culta noualia miles habebit![108]
[¡Un impío soldado poseerá estos campos tan cultivados!].
¿Qué remedio? Es el lugar de mi nacimiento, y de la mayoría de mis antepasados. Han puesto en él su afecto y su nombre.[109] Nos endurecemos al punto de soportar todo aquello a lo que nos acostumbramos. Y con una condición miserable, como lo es la nuestra, la costumbre ha sido un regalo muy beneficioso de la naturaleza, pues adormece nuestro sentimiento para que podamos sobrellevar muchas desgracias.
Las guerras civiles tienen algo peor que las demás guerras: nos ponen a todos al acecho en nuestra propia casa:
Quam miserum porta uitam muroque tueri,
uixque suae tutum uiribus esse domus.[110]
[¡Qué triste tener necesidad de una puerta y de un muro para proteger
la propia vida, y apenas estar protegido por la solidez de la casa!].
Es una situación extrema ser hostigado incluso en el propio hogar y retiro doméstico.[111] El lugar donde resido es siempre el primero y el último en sufrir los embates de nuestros disturbios, y en él la paz nunca presenta un semblante completo:
Tum quoque cum pax est, trepidant formidine belli;[112]
[Aun en tiempos de paz nos estremece el miedo a la guerra];
quoties pacem fortuna lacessit,
hac iter est bellis; melius fortuna dedisses
orbe sub Eoo sedem, gelidaque sub Arcto,
errantesque domos.[113]
[todas las veces que la fortuna ha herido la paz, por aquí ha pasado el camino a las guerras; habría sido mejor, oh fortuna, que nos hubieses asentado bajo el círculo oriental o bajo la gélida Osa, o en casas nómadas].
A veces encuentro la manera de afirmarme contra estas consideraciones en la despreocupación y la molicie. En cierto modo éstas nos conducen también a la entereza. Me sucede a menudo que imagino y espero con cierto placer los peligros mortales. Me zambullo, con la cabeza gacha, insensiblemente en la muerte, sin examinarla ni reconocerla, como en una profundidad muda y oscura que me engulle bruscamente, y que me sepulta al instante en un poderoso sueño lleno de insipidez y de indolencia. Y, en las muertes breves y violentas, la consecuencia que preveo me procura más consuelo que temor me infunde el hecho. c | Dicen que, así como la vida más larga no es la mejor, la mejor muerte es la menos larga.[114] b | No me produce tanta extrañeza estar muerto como confianza morir. Me arropo y me agazapo en esta tormenta que ha de cegarme y arrebatarme furiosamente con un ataque rápido e insensible.
¡Si al menos fuera el caso que, así como algunos jardineros dicen que las rosas y las violetas nacen más perfumadas cerca de los ajos y de las cebollas, porque estas plantas chupan y atraen el mal olor que hay en la tierra, también las naturalezas depravadas chuparan todo el veneno de mi aire y de la región, y me lo hicieran mucho más bueno y más puro con su vecindad,[115] de manera que no lo perdiese todo! No es así; pero puede haber algo de esto: que la bondad es más hermosa y más atractiva cuando es rara, y que la contrariedad y la diversidad endurecen y fortalecen en uno el actuar bien, y lo inflaman por la rivalidad de la oposición y por la gloria.
c | Los ladrones, por propia iniciativa, no la tienen particularmente tomada conmigo. Ni yo con ellos. Tendría que tomarla con demasiada gente. Conciencias semejantes se albergan bajo distintas clases de vestidos,[116] semejante crueldad, deslealtad, rapiña. Y mucho peor porque es más cobarde, más segura y más oscura al amparo de las leyes. Odio menos la injusticia declarada que la traidora, la guerrera que la pacífica y jurídica. Nuestra fiebre ha surgido en un cuerpo al que apenas ha empeorado. El fuego estaba en él, la llama ha prendido. El ruido es mayor, el mal apenas.
b | A quienes me piden cuentas de mis viajes suelo responderles que sé muy bien de qué huyo, pero no qué busco. Si me dicen que entre los extranjeros acaso no haya más salud, y que sus costumbres no son mejores que las nuestras, respondo en primer lugar que es difícil:
Tam multae scelerum facies!;[117]
[¡Tan numerosas son las formas de los crímenes!];
en segundo lugar, que no deja de ser una ganancia cambiar una situación mala por una incierta, y que los males ajenos no deben dolernos como los nuestros.
No quiero olvidar que nunca me rebelo tanto contra Francia que deje de mirar París con buenos ojos. Posee mi corazón desde mi infancia. Y me ha sucedido con ella como con las cosas excelentes. Cuantas más ciudades hermosas he visto después, más puede y gana ésta en mi afecto. La amo por sí misma, y más en su ser simple que recargada con pompa ajena. La amo tiernamente, hasta sus verrugas y sus manchas. No soy francés sino por esta gran ciudad, grande por sus pueblos, grande por su afortunada situación, pero sobre todo grande e incomparable por la variedad y diversidad de bienes. La gloria de Francia, y uno de los ornatos más nobles del mundo. ¡Ojalá Dios rechace lejos de ella nuestras divisiones! Entera y unida, la creo al amparo de cualquier otra violencia. Le advierto que, entre todos los partidos, el peor será aquel que la lleve a la discordia. Y sólo ella misma me hace temer por ella. Y temo por ella mucho más, ciertamente, que por ninguna otra parte del Estado. Mientras perviva, no me faltará un retiro donde rendir mi último aliento, suficiente para hacerme perder la añoranza de cualquier otro retiro.
No porque lo dijera Sócrates, sino porque en verdad es mi inclinación, y acaso no sin algún exceso considero a todos los hombres compatriotas míos, y abrazo a un polaco como a un francés, posponiendo el lazo nacional al universal y común.[118] No me apasiona mucho la dulzura del aire nativo. Los conocidos completamente nuevos y míos me parecen tan valiosos como los conocidos comunes y fortuitos de la vecindad. Las amistades que son nuestra plena adquisición suelen prevalecer sobre aquellas a las que nos ligan el hecho de compartir la región o la sangre. La naturaleza nos ha puesto libres y sin lazos en el mundo; nosotros nos aprisionamos en ciertos rincones.[119] Como los reyes de Persia, que se obligaban a no beber jamás otra agua que la del río Coaspes, renunciando por necedad a su derecho a consumir las demás aguas, y secando, en lo que a ellos concernía, el resto del mundo.[120]
c | En cuanto a lo que hizo Sócrates en sus últimas horas, estimar una sentencia de exilio peor que una sentencia de muerte en su contra,[121] yo nunca estaría, a mi juicio, ni tan achacoso ni tan estrechamente acostumbrado a mi país como para hacerlo. Estas vidas celestes tienen bastantes imágenes que abrazo más por consideración que por afecto. Y tienen también algunas tan elevadas y extraordinarias que no puedo ni siquiera abrazarlas por consideración, pues no alcanzo a concebirlas. Fue ésta una inclinación muy delicada en un hombre que pensaba que el mundo era su ciudad[122]. Es cierto que desdeñaba los viajes, y que apenas había puesto los pies fuera del territorio del Ática.[123] ¿Qué decir de que lamentara gastar el dinero de sus amigos para salvar la vida, y de que rehusara salir de la cárcel por mediación de otros, para no desobedecer las leyes, en unos tiempos en los que, por lo demás, estaban tan corrompidas?[124] Estos ejemplos son para mí de la primera clase. De la segunda lo son otros que podría encontrar en este mismo personaje. Muchos de estos raros ejemplos superan la fuerza de mi acción; pero algunos superan incluso la fuerza de mi juicio.[125]
b | Aparte de estas razones, viajar me parece un ejercicio provechoso. El alma se ejercita continuamente observando cosas desconocidas y nuevas. Y no conozco mejor escuela para formar la vida, como he dicho a menudo, que presentarle sin cesar la variedad de tantas vidas, c | fantasías y costumbres b | diferentes, y darle a probar la tan perpetua variedad de formas de nuestra naturaleza.[126] El cuerpo no está ni ocioso ni agitado, y ese moderado movimiento lo pone en vilo. Aguanto a caballo sin desmontar, enfermo de cólico como estoy, y sin aburrirme, ocho y diez horas:
uires ultra sortemque senectae.[127]
[más allá de la fuerza y de la condición de la vejez].
Ninguna estación me resulta hostil salvo el violento calor de un sol abrasador. En efecto, las sombrillas que se utilizan en Italia desde los antiguos romanos cargan más los brazos de lo que descargan la cabeza. c | Me gustaría saber qué invención tenían los persas, en tiempos tan antiguos, y en el origen del lujo, para hacerse viento fresco y sombras a su antojo, como dice Jenofonte.[128] b | Me gustan las lluvias y los lodos como a los patos. El cambio de aire y de región no me afecta. Cualquier cielo me va bien. Sólo me golpean las alteraciones internas que genero en mí mismo, y éstas me atacan menos cuando viajo.
Me cuesta ponerme en marcha; pero, una vez en el camino, voy tan lejos como se quiera. Me resisto tanto a las empresas pequeñas como a las grandes,[129] y a equiparme para hacer una jornada y visitar a un vecino, como para un verdadero viaje. He aprendido a hacer mis jornadas a la española, de un tirón —grandes y razonables jornadas—. Y con calores extremos, las hago de noche, desde la puesta de sol hasta el amanecer. La otra manera, comer por el camino en medio del tumulto y a toda prisa, para el desayuno, en especial los días cortos, es incómoda. Mis caballos van mejor así. Jamás me ha fallado ningún caballo que haya sido capaz de hacer conmigo la primera jornada. Les doy de beber por todas partes, y sólo miro que les quede bastante camino para disipar el agua. Mi pereza para levantarme les da tiempo a quienes me siguen para desayunar a sus anchas antes de partir. Por mi parte, nunca como demasiado tarde. El apetito me viene comiendo y no de otra manera; sólo tengo hambre en la mesa.
Algunos se quejan de que, casado y viejo, me haya complacido en continuar esta actividad. Se equivocan. El mejor momento para marchar de casa es cuando la hemos dispuesto para que continúe sin nosotros, cuando le hemos infundido un orden que no contradice su forma pasada. Es mucho más imprudente alejarse dejando en casa una guardia menos fiel, y que se cuide menos de proveer a tu necesidad.
La más útil y honorable ciencia y ocupación para una madre de familia[130] es la ciencia de la administración doméstica. Veo a alguna que es avara; ahorradoras, muy pocas. Es su cualidad principal, y la que debe buscarse antes que cualquier otra, como la única dote que sirve para arruinar o salvar nuestras casas. c | Que no me cuenten nada. Ateniéndome a lo que la experiencia me ha enseñado, exijo en una mujer casada, por encima de cualquier otra virtud, la virtud económica. b | Yo la pongo en situación dejándole, con mi ausencia, todo el gobierno en sus manos. Veo con enojo en muchas casas que el señor regresa huraño y apesadumbrado del tráfago de los asuntos, hacia mediodía, y que la señora está todavía ocupada en peinarse y acicalarse en su gabinete. Esto es cosa de reinas; y aún no lo sé. Es ridículo e injusto mantener con nuestro sudor y trabajo la ociosidad de nuestras mujeres. c | No ocurrirá, si está en mis manos, que nadie tenga el uso de mis bienes más libre, más tranquilo y más expedito que yo. b | Si el marido provee la materia, la naturaleza misma quiere que ellas provean la forma.
En cuanto a los deberes de la amistad marital, que se piensa que son vulnerados por esta ausencia, no lo creo. Al contrario, se trata de una relación que suele enfriarse con una presencia demasiado continua, y que resulta perjudicada por la asiduidad. Cualquier mujer ajena nos parece una mujer honorable. Y todo el mundo siente por experiencia que el verse de continuo no puede reproducir el placer que se siente al separarse y volverse a encontrar a intervalos. c | Estas interrupciones me llenan de nuevo amor hacia los míos, y hacen que el uso de mi casa me resulte otra vez más dulce. La vicisitud aviva mi deseo hacia un lado, después hacia el otro. b | Sé que la amistad tiene los brazos bastante largos para sujetarse y unirse de una a otra esquina del mundo; y en especial ésta, en la cual se produce un continuo intercambio de servicios, que despiertan la obligación y el recuerdo. Los estoicos tienen razón cuando dicen que el vínculo y la relación entre los sabios es tan grande que aquel que come en Francia alimenta a su compañero en Egipto; y que sólo con que uno alargue un dedo en cualquier sitio, todos los sabios que hay sobre la tierra habitable sienten su ayuda.[131] El goce y la posesión pertenecen sobre todo a la imaginación. c | Ésta abraza con más calor y continuidad lo que busca que lo que tocamos. Si enumeras tus ocupaciones diarias, verás que estás más separado de tu amigo cuando está presente. Su presencia disminuye tu atención, y da libertad a tu pensamiento para ausentarse en cualquier instante por cualquier motivo.[132]
b | Desde Roma, controlo y dirijo mi casa, y los bienes que he dejado en ella. Veo crecer mis murallas, mis árboles, y mis rentas, y los veo menguar, a dos pasos de distancia igual que cuando estoy en ella:
Ante oculos errat domus, errat forma locorum.[133]
[Mi casa flota ante mis ojos, flota la imagen de esos lugares].
Si sólo poseemos lo que tocamos, adiós a nuestros escudos cuando se hallan en nuestros cofres, y a nuestros hijos si están cazando. Los queremos más cerca. ¿En el jardín es lejos? ¿A media jornada? ¿Qué tal a diez leguas?, ¿es lejos o cerca? Si es cerca, ¿qué decir de once, doce, trece?, y así paso a paso. En verdad, la que pueda prescribir a su marido que a tantos pasos acaba el cerca, y a tantos otros empieza el lejos, a mi juicio lo detiene en medio:
excludat iurgia finis.
Vxor permisso, caudaeque pilos ut equinae
paulatim uello, et demo unum, demo etiam unum,
dum cadat elusus ratione ruentis acerui.[134]
[que un término excluya las disputas. Uso de la licencia y, como arranco paulatinamente pelos de una cola de caballo, quito ahora uno, luego otro, hasta que caiga confuso por el método del montón menguante].
Y que no teman llamar a la filosofía en su auxilio; a la cual alguno podría reprochar, dado que no ve ni uno ni otro extremo de la unión entre lo demasiado y lo poco, lo largo y lo corto, lo ligero y lo pesado, lo cercano y lo alejado, pues no reconoce el comienzo ni el fin, que juzga muy inciertamente sobre el medio. c | Rerum natura nullam nobis dedit cognitionem finium[135] [La naturaleza no nos dio noción alguna de los límites]. b | ¿Acaso no siguen siendo esposas y amigas de los difuntos, que no están en el extremo de este mundo, sino en el otro? Abrazamos a quienes han sido y a quienes todavía no son, no sólo a los ausentes. Al casarnos no hemos acordado estar siempre el uno pegado al otro, como no sé qué animalillos que vemos, c | o como los hechizados de Karentia, de una manera perruna.[136] Y una mujer no debe mantener los ojos tan ávidamente fijos sobre la parte delantera de su marido que no pueda ver la parte trasera cuando sea necesario.
b | Pero ¿no sería aquí válido lo que dice ese pintor tan excelente sobre sus humores, para expresar el motivo de sus quejas?:
Vxor, si cesses, aut te amare cogitat,
aut tete amari, aut potare, aut animo obsequi,
et tibi bene esse soli, cum sibi sit male.[137]
[Si te demoras, tu esposa cree que estás cortejando o que te cortejan, o que te dedicas a beber, o que te lo pasas bien y te diviertes solo, mientras ella está mal].
¿O será acaso que de suyo la oposición y la contradicción las mantienen y alimentan, y que se acomodan bastante bien con tal de incomodarte?
En la verdadera amistad,[138] en la cual soy experto, me entrego a mi amigo más de lo que lo atraigo hacia mí. No sólo prefiero beneficiarle a que me beneficie; prefiero también que se beneficie a sí mismo antes que a mí. Es entonces cuando más me favorece, cuando se favorece él. Y si la ausencia le resulta grata o útil, es para mí mucho más dulce que su presencia;[139] y no es en rigor ausencia cuando hay manera de advertirse mutuamente. En alguna ocasión he sacado provecho y partido de nuestro alejamiento. Llenábamos mejor y extendíamos la posesión de la vida separándonos. Él vivía, gozaba, veía por mí, y yo por él, tan plenamente como si hubiera estado allí. Una parte permanecía ociosa cuando estábamos juntos; nos confundíamos. La separación espacial volvía más rica la conjunción de nuestras voluntades. El apetito insaciable de presencia corporal delata cierta debilidad en el goce de las almas.
En cuanto a la vejez que me alegan, corresponde, por el contrario, a los jóvenes someterse a las opiniones comunes, y forzarse por otros. Ellos pueden atender a los dos, al pueblo y a sí mismos; nosotros bastante tenemos ya tan sólo con nosotros. A medida que los bienes naturales nos fallen, sostengámonos con los artificiales. Es injusto excusar que la juventud siga sus placeres, y prohibir que la vejez busque alguno. c | Siendo joven, ocultaba mis pasiones alegres por prudencia; de viejo, extiendo las tristes por desenfreno. Así, las leyes platónicas prohíben viajar antes de los cuarenta o cincuenta años, para que el viaje sea más útil e instructivo.[140] Yo más bien estaría de acuerdo con el segundo artículo de las mismas leyes, que lo prohíbe después de los sesenta.[141] b | —Pero, a esta edad, jamás regresarás de un recorrido tan largo—. ¿Qué me importa? No lo emprendo ni para regresar ni para completarlo. Lo emprendo tan sólo para moverme, mientras el movimiento me complazca. c | Y me paseo por pasearme. Quienes corren en pos de un premio, o de una liebre, no corren. Corren quienes corren por juego, y para ejercitarse en la carrera.
b | Mi plan puede dividirse en cualquier lugar. No se funda en grandes esperanzas; cada jornada es su propio objetivo. Y el viaje de mi vida se lleva a cabo de la misma manera. He visto, sin embargo, bastantes lugares lejanos donde habría deseado que me hubieran detenido. ¿Por qué no, si Crisipo, Cleantes, Diógenes, Zenón, Antípatro, tantos sabios de la escuela más huraña,[142] abandonaron su país sin motivo alguno de queja, y tan sólo por gozar de otro aire?[143] Ciertamente, la mayor molestia de mis viajes es no poder tomar la decisión de fijar mi residencia allí donde me plazca; y que siempre deba prometer regresar, para acomodarme a las inclinaciones comunes.
Si temiera morir en otro sitio que el de mi nacimiento, si pensara morir menos a mis anchas alejado de los míos, a duras penas saldría de Francia; no saldría sino atemorizado de mi parroquia. Siento que la muerte me punza continuamente la garganta, o los riñones. Pero estoy hecho de otra manera; me da igual encontrarla en un sitio o en otro. Si, pese a todo, tuviera que elegir, la elegiría, creo, antes a caballo que en un lecho: fuera de mi casa y lejos de los míos. Hay más tormento que consuelo en despedirse de los amigos. De buena gana olvido este deber de nuestra cortesía, porque, entre las obligaciones de la amistad, es la única desagradable, y de buena gana olvidaría también decir este gran y eterno adiós. Si se obtiene algún provecho de esta presencia, reporta cien inconvenientes. He visto a muchos moribundos asediados de manera muy lastimosa por todo este séquito; el gentío los abruma. Es contrario al deber, y prueba de poco afecto y de escasa atención, que te dejen morir tranquilo. Uno te tortura los ojos, otro los oídos, otro la boca; no hay sentido ni miembro que no te destrocen. El corazón se te encoge de lástima al oír los lamentos de los amigos, y tal vez de enojo al oír otros lamentos fingidos y enmascarados. Si uno siempre ha tenido el gusto delicado, al debilitarse, lo tiene más delicado aún. En un trance tan importante precisa de una mano suave y acorde con su sentimiento, para que le rasque exactamente allí donde le escuece; o que nadie le rasque en absoluto. Si necesitamos una mujer sabia para que nos traiga al mundo, necesitamos un hombre todavía más sabio para que nos saque de él.[144] Uno así, y amigo, habría que adquirirlo a muy alto precio para que ayudara en semejante ocasión.
Yo no he alcanzado ese vigor desdeñoso que se fortifica en sí mismo, al que nada ayuda ni altera; estoy en un punto más bajo. Intento esconderme y sustraerme de este trance, no por miedo, sino por arte. No es mi propósito dar pruebas o muestras de firmeza en tal acción. ¿Para quién? Entonces cesará todo el derecho y todo el interés que tengo en la reputación. Me basta con una muerte recogida en sí misma, serena y solitaria, del todo mía, acorde con mi vida retirada y privada. Al contrario que en la superstición romana, en la cual se consideraba infeliz a quien moría sin hablar, y a quien no disponía de los más allegados para que le cerraran los ojos,[145] yo tengo bastante trabajo consolándome, sin haber de consolar a los demás, suficientes pensamientos en la cabeza sin que las circunstancias me faciliten otros nuevos, y bastante materia para entretenerme sin haberla de coger prestada. Este ejercicio no es una representación social; es el acto de un solo personaje. Vivamos y riamos entre los nuestros; vayamos a morir y a refunfuñar entre desconocidos. Pagando, encuentras quien te gira la cabeza, y quien te frota los pies, quien sólo te apremia si así lo quieres; éste te presentará un semblante indiferente, dejará que te gobiernes y lamentes a tu manera.
Yo me deshago todos los días, por medio de la razón, de esta inclinación pueril e inhumana que nos lleva a querer concitar con nuestras desgracias la compasión y el duelo de nuestros amigos. Hacemos valer nuestros infortunios con desmesura, para provocar sus lágrimas. Y la firmeza que loamos en cualquiera para soportar su mala fortuna, la censuramos en nuestros íntimos, y se la reprochamos, cuando se trata de la nuestra.[146] No nos basta con que se entristezcan por nuestros males, si además no se afligen por ellos. Hay que extender la alegría, pero limitar la tristeza en la medida de lo posible.[147] c | Quien se hace compadecer sin razón, no merece que le compadezcan cuando haya razón para ello. Quien se queja siempre, quien se hace tan a menudo el digno de lástima que no da lástima a nadie, merece que nunca le compadezcan. Quien se hace el muerto mientras vive, se expone a que le den por vivo cuando muera. He visto a alguno que montaba en cólera porque le encontraban el semblante fresco y el pulso tranquilo, que reprimía la risa porque delataba su curación, y que odiaba la salud porque no podía lamentarse por ella. Y lo que es más, no se trataba de mujeres.
b | Yo describo mis enfermedades, a lo sumo, tales como son, y evito las palabras de mal pronóstico y las exclamaciones de circunstancias. A un enfermo sabio le conviene, si no la alegría, al menos una actitud serena por parte de los presentes. No por verse en un estado contrario se querella contra la salud. Le gusta contemplarla en otros fuerte y entera, y gozar de ella cuando menos gracias a la compañía. No porque sienta que se viene abajo, rechaza por completo los pensamientos de la vida, ni rehuye las conversaciones comunes. Quiero estudiar la enfermedad cuando estoy sano; cuando ella está presente, produce un efecto bastante real sin que mi imaginación la ayude. Nos preparamos de antemano para los viajes que emprendemos, y estamos resueltos a hacerlos; la hora en que hemos de montar a caballo, la cedemos a los presentes y la extendemos en su honor.
Noto este provecho inesperado de la publicación de mis costumbres: que me sirve en alguna medida de regla. A veces se me presenta alguna consideración de no traicionar la historia de mi vida. Esta pública declaración me obliga a seguir mi camino, y a no desmentir la imagen de mis hábitos, por lo común menos desfiguradas y contradichas de lo que comporta la malicia y enfermedad de los juicios actuales. La uniformidad y simplicidad de mi conducta ofrece sin duda una apariencia de cómoda interpretación, pero, puesto que su forma es un poco nueva e inusual, da excesivas facilidades a la maledicencia. Con todo, es cierto que, si alguien quiere injuriarme lealmente, me parece que le brindo materia suficiente de censura con mis imperfecciones confesadas y conocidas, y suficiente para saciarse, sin tener que dar golpes al aire. Si, por anticipar yo mismo la censura y la revelación, le parece que mitigo su ataque, es razonable que se arrogue el derecho a la amplificación y la extensión —los derechos de la ofensa van más allá de la justicia—, y que los vicios cuyas raíces en mí le muestro, los engrandezca como árboles; que se valga no sólo de aquellos que me dominan, sino también de los que no hacen más que amenazarme. Son vicios injuriosos, en clase y en número; que me golpee por ahí.
c | Abrazaría de buena gana el ejemplo del filósofo Dión. Antígono quería provocarle a propósito de su origen. Él le cerró el pico: «Soy», respondió, «hijo de un esclavo, carnicero, estigmatizado, y de una puta que mi padre desposó debido a la bajeza de su fortuna. Los dos sufrieron castigo por alguna fechoría. Un orador me compró cuando era niño porque le parecí hermoso y agradable, y, al morir, me dejó todos sus bienes. Los transferí a esta ciudad de Atenas y me entregué a la filosofía. Que los historiadores no se afanen en buscar noticias sobre mí; yo les diré todo lo que hay».[148] La confesión noble y libre aplaca el reproche y desarma la injuria. b | En cualquier caso, me parece, a fin de cuentas, que me elogian y me desprecian con la misma frecuencia más de lo que es razonable. Como me parece también que, desde la infancia, me han situado, en cuanto a posición y grado de honor, más bien por encima de lo que me corresponde que por debajo. c | Me encontraría mejor en un país en el cual estos órdenes o estuviesen regulados o se despreciaran. Entre los varones, tan pronto como la disputa sobre la preeminencia al andar o al sentarse rebasa tres réplicas, es descortés. Yo no temo ceder ni preceder de forma injusta para evitar una discusión tan importuna. Y jamás nadie ha envidiado mi precedencia sin que se la haya otorgado.
b | Además de obtener este provecho escribiendo sobre mí, he esperado otro: que, si se daba el caso de que mis inclinaciones agradaban y convenían a algún hombre honesto antes de mi muerte, intentara que nos reuniéramos.[149] Le he dado mucho camino ya hecho, pues todo aquello que un largo conocimiento y trato podría haberle reportado en muchos años, lo ha visto en tres días en este registro, y con mayor seguridad y exactitud. c | ¡Qué divertida fantasía!: muchas cosas que no querría decir en privado, las digo en público;[150] y sobre mis saberes y pensamientos más secretos, remito a mis amigos más fieles a una librería:
Executienda damus praecordia.[151]
[Les damos nuestro corazón a escrutar].
b | Si, con pruebas tan claras, yo hubiera sabido de alguien apropiado para mí, habría ido a buen seguro a encontrarlo muy lejos. Porque, a mi juicio, la dulzura de una compañía acorde y agradable no puede pagarse con nada. ¡Oh!, ¡qué no es un amigo![152] ¡Hasta qué punto es cierta la antigua sentencia de que su uso es más necesario y más dulce que el de los elementos del agua y del fuego![153]
Para volver a mi relato, no hay, pues, mucho mal en morir lejos y apartado. c | También consideramos un deber retirarnos para acciones naturales menos desdichadas y menos repulsivas que ésta. b | Pero, además, quienes alcanzan a arrastrarse languidecientes un largo período de vida, acaso no deberían querer estorbar con su miseria a una gran familia. c | Por eso, los indios, en cierta provincia, creían justo matar a quien había caído en tal necesidad;[154] en otra de sus provincias, lo abandonaban solo para que se salvara como pudiera.[155] b | ¿A quién no se le vuelven finalmente molestos e insoportables? Los deberes comunes no llegan hasta ahí. Enseñas a tus mejores amigos a ser crueles a la fuerza; habitúas a tu esposa e hijos, con la prolongada costumbre, a no sentir ni lamentar ya tus males. Los suspiros por mi cólico no conmueven ya a nadie. Y aunque su trato nos reporte algún placer —cosa que no siempre sucede, dada la disparidad de las condiciones, que tiende a suscitar desprecio o envidia hacia quienquiera que sea—, ¿no es excesivo abusar de él durante toda una vida? Cuanto más los viera forzarse de buen grado por mí, más lamentaría yo su esfuerzo. Tenemos derecho a apoyarnos, no a dejarnos caer tan pesadamente sobre otro, ni a apuntalarnos en su ruina. Como aquel que hacía degollar niños pequeños para emplear su sangre como remedio para una enfermedad que padecía.[156] O aquel otro al que abastecían de jovencitas para dar calor por la noche a sus viejos miembros, y para mezclar la suavidad de su aliento con el suyo, agrio y pesado.[157] c | La decrepitud es[158] una cualidad solitaria. Yo soy sociable hasta el exceso. Aun así, me parece razonable que de ahora en adelante hurte a la mirada del mundo mi importunidad, y la incube yo solo, que me acurruque y recoja en mi caparazón, como las tortugas, que aprenda a ver a los hombres sin unirme a ellos. Les perjudicaría en un paso tan escarpado. Es el momento de volver la espalda a la compañía.
b | —Pero en estos viajes te verás detenido miserablemente en algún tugurio, donde te faltará todo. —La mayoría de cosas necesarias las llevo conmigo. Y, además, no podemos evitar a la fortuna si se decide a echársenos encima. No necesito nada extraordinario cuando estoy enfermo. Lo que la naturaleza no puede en mí, no quiero que lo haga una píldora. Muy al principio de mis fiebres y de las enfermedades que me abaten, todavía entero y cercano a la salud, me reconcilio con Dios mediante los últimos oficios cristianos.[159] Y así me encuentro más libre y aliviado, pues me parece que me sobrepongo mucho mejor a la enfermedad. En cuanto a notarios y consejo, los necesito menos que a los médicos. Lo que no haya fijado sobre mis asuntos estando sano, que nadie espere que lo fije enfermo. Lo que deseo hacer al servicio de la muerte, está hecho desde siempre. No osaría aplazarlo un solo día. Y si no hay nada hecho, quiere decir o que la duda ha retardado mi elección, pues a veces no elegir es elegir bien, o que de hecho no he querido hacer nada.
Escribo mi libro para pocos hombres y para pocos años. Si se hubiera tratado de una materia duradera, habría sido necesario confiarla a una lengua más firme.[160] Ateniéndonos a la continua variación que ha seguido la nuestra hasta ahora, ¿quién puede esperar que su forma actual siga en vigor dentro de cincuenta años? c | Se nos escapa todos los días de las manos, y desde que vivo ha cambiado en la mitad. Decimos que ahora es perfecta. Cada siglo dice lo mismo de la suya. Yo no tengo intención de considerarla tal mientras escape y se transforme como lo hace. Atañe a los escritos buenos y útiles fijarla a ellos, y su crédito dependerá de la fortuna de nuestro Estado. b | Por eso, no temo insertar en él buen número de artículos privados, que agotan su uso entre los hombres de hoy, y que incumben a la más particular ciencia de algunos,[161] que verán en él más lejos que la inteligencia común. No quiero, después de todo, así como a menudo veo turbar la memoria de los difuntos, que se pongan a debatir: «Juzgaba, vivía así; quería esto; de haber hablado al final, habría dicho, habría dado; yo le conocía mejor que nadie». Ahora bien, en la medida que el decoro me lo permite, hago notar aquí mis inclinaciones y afectos; pero con más libertad y de más buena gana lo hago por mi boca a cualquiera que desee informarse sobre ello. En cualquier caso, en estas memorias, si se mira bien, se encontrará que lo he dicho todo, o indicado todo. Lo que no puedo expresar, lo señalo con el dedo:
Verum animo satis haec uestigia parua sagaci
sunt, per quae possis cognoscere caetera tute.[162]
[Pero a un espíritu sagaz le bastan estos pequeños vestigios,
mediante los cuales tú mismo podrás conocer todo el resto].
No dejo nada para desear ni para adivinar sobre mí. Si debe hablarse del asunto, quiero que sea con verdad y justicia. Regresaría de buen grado del otro mundo para desmentir a quien me hiciera distinto de como era, aunque fuese para honrarme. Incluso de los vivos, oigo que se habla siempre de otra manera que como son. Y si no hubiera mantenido a todo trance a un amigo que perdí, me lo habrían desgarrado en mil imágenes contrarias.[163]
Para acabar de referir mis débiles inclinaciones, confieso que, cuando viajo, apenas llego a casa alguna donde no se me pase por la imaginación si podría permanecer en ella, enfermo y moribundo, a mis anchas. Quiero que me alojen en un lugar que me resulte muy privado, sin ruido, que no esté sucio, que no sea humoso ni asfixiante. Intento halagar a la muerte con estas frívolas circunstancias. O, para decirlo mejor, librarme de toda otra molestia, con el fin de no tener que prestarle atención más que a ella, que seguramente me pesará de sobra sin otra carga. Quiero que participe en la facilidad y comodidad de mi vida. Constituye un buen pedazo de ella, y de importancia, y espero desde ahora que no desmienta el pasado.
La muerte tiene algunas formas más cómodas que otras, y adopta cualidades diferentes según la fantasía de cada cual. Entre las naturales, la que deriva del debilitamiento y entorpecimiento me parece tranquila y suave. Entre las violentas, me cuesta más imaginar un precipicio que un derrumbamiento que me aplasta, y más el golpe cortante de una espada que un arcabuzazo; y habría preferido beber el brebaje de Sócrates a herirme como Catón. Y, aunque sea lo mismo, mi imaginación, pese a todo, percibe una diferencia como la que va de la muerte a la vida entre arrojarme a un horno ardiente o hacerlo al cauce de un río tranquilo. c | Con tal necedad nuestro temor mira más el medio que el resultado. b | Es sólo un instante; pero pesa tanto que daría con gusto muchos días de mi vida por pasarlo a mi modo.
Puesto que la fantasía de cada cual la encuentra más o menos áspera, puesto que todo el mundo tiene alguna preferencia entre las formas de morir, intentemos, yendo un poco más allá, encontrar alguna exenta de toda desazón. ¿No podríamos hacerla incluso placentera, como los compañeros de muerte de Antonio y de Cleopatra?[164] Dejo de lado las gestas que producen la filosofía y la religión, violentas y ejemplares. Pero, entre los hombres de poca valía, ha habido algunos, como un Petronio y un Tigelino en Roma, obligados a darse muerte, que casi la han adormecido con la delicadeza de sus preparativos.[165] La han hecho pasar y deslizar entre la molicie de sus pasatiempos acostumbrados, entre muchachas y alegres camaradas —ninguna palabra de consuelo, ninguna mención al testamento, ninguna pretensión ambiciosa de firmeza, ningún discurso sobre su condición futura—, entre juegos, banquetes, bromas, conversaciones comunes y populares, y música, y versos amorosos.[166] ¿No podríamos imitar esta resolución con una actitud más honesta? Dado que hay muertes buenas para los necios, y buenas para los sabios, encontremos alguna que sea buena para los de en medio. c | Mi imaginación me ofrece alguna apariencia fácil y, puesto que hay que morir, deseable. Los déspotas romanos pensaban que concedían la vida al criminal al que dejaban elegir su muerte. Pero Teofrasto, un filósofo tan sutil, tan modesto, tan sabio, ¿no se vio forzado por la razón a osar decir este verso, latinizado por Cicerón?:
Vitam regit fortuna, non sapientia.[167]
[La fortuna rige la vida, no la sabiduría].
La fortuna ayuda a facilitar el desenlace de mi vida, al haberla dejado en un punto tal que ya no es ni una necesidad ni un estorbo para los míos.[168] Es ésta una condición que habría aceptado en cualquier época de mi vida, pero, cuando es la hora de recoger mis cosas y de preparar el equipaje, me produce un placer más especial no ocasionar apenas ni placer ni disgusto con mi muerte. Ha logrado, con una artificiosa compensación, que quienes pueden aspirar a algún provecho material con mi muerte sufran a la vez, por otra parte, una pérdida material. La muerte se nos hace con frecuencia más penosa porque les resulta penosa a los demás; y nos daña con su daño casi tanto como con el nuestro, y a veces incluso más.
b | En este alojamiento cómodo que pretendo no incluyo ni la pompa ni la amplitud —más bien las aborrezco—, sino cierto decoro[169] que se encuentra más a menudo en aquellos lugares donde hay menos arte, y que son honrados por la naturaleza con cierta gracia del todo suya. Non ampliter sed munditer conuiuium[170] [Un banquete no amplio sino decoroso]. Plus salis quam sumptus[171] [Más gracia que dispendio]. Y, además, corresponde a aquellos a quienes las obligaciones arrastran en pleno invierno por los Grisones verse sorprendidos por el camino en esta situación extrema. Yo, que casi siempre viajo por placer, no me guío tan mal. Si hace mal tiempo por la derecha, me voy hacia la izquierda; si no me encuentro bien para montar a caballo, me detengo. Y, procediendo así, nada veo en verdad que no sea tan agradable y cómodo como mi casa. Es cierto que la superfluidad me parece siempre superflua, y noto molestias aun en la delicadeza y en la abundancia. ¿Me he dejado algo sin ver detrás de mí? Regreso; sigue siendo mi camino. No trazo ninguna línea cierta, ni recta ni curva. ¿No encuentro allí donde voy lo que me habían dicho? Como sucede a menudo que los juicios ajenos no concuerdan con los míos, y los he encontrado con más frecuencia falsos, no lamento mi esfuerzo. He aprendido que lo que decían no está allí.
Tengo una constitución física libre, y un gusto común, como nadie en el mundo. La diversidad de formas entre una nación y otra sólo me afecta por el placer de la variedad. Cada costumbre tiene su razón. Sean los platos de estaño, de madera, de tierra, hervido o asado, manteca o aceite, de nuez o de oliva, caliente o frío, todo me da igual. Hasta tal punto igual que, al hacerme viejo, censuro esta noble facultad, y necesitaría que la exigencia y la elección frenaran la imprudencia de mi apetito, y a veces aliviaran mi estómago. c | Cuando he salido de Francia y, para ser corteses conmigo, me han preguntado si quería que me sirvieran a la francesa, me he reído y me he precipitado siempre a las mesas más llenas de extranjeros. b | Me avergüenza ver a nuestros hombres embriagados con ese necio humor de alejarse de las formas contrarias a las suyas. Les parece encontrarse fuera de su elemento cuando se encuentran fuera de su pueblo. Allí donde van, se atienen a sus costumbres y abominan de las extranjeras. Si hallan a un compatriota en Hungría, celebran el azar. Ahí los tenemos: se reúnen y congregan, condenan todas las costumbres bárbaras que ven. ¿Por qué no bárbaras, puesto que no son francesas? Y todavía éstos son los más hábiles, que las han examinado, para denigrarlas. La mayoría no emprenden la ida sino por la vuelta. Viajan protegidos y encerrados tras una prudencia taciturna e incomunicable, defendiéndose del contagio de un aire desconocido. Lo que digo de éstos me recuerda, en un asunto similar, lo que a veces he observado en algunos de nuestros jóvenes cortesanos. Sólo se relacionan con hombres de su especie; nos miran como a gente del otro mundo, con desdén o con piedad. Prívalos de las conversaciones en torno a los misterios de la corte: están fuera de su elemento. Tan novatos y torpes para nosotros, como nosotros lo somos para ellos. Se dice, con toda razón, que un hombre honesto es un hombre mezclado. Por el contrario, yo viajo muy harto de nuestros usos, no para buscar gascones en Sicilia —he dejado bastantes en casa—; prefiero buscar griegos y persas. Los abordo, los examino; a eso me entrego y me aplico. Y, lo que es más, me parece que apenas he encontrado costumbres que no sean tan buenas como las nuestras. Me arriesgo poco, pues apenas he perdido mis veletas de vista.[172]
Por lo demás, la mayoría de las compañías fortuitas que te encuentras por el camino son más molestas que agradables. No me uno a ellas, menos ahora cuando la vejez me particulariza y me aparta en alguna medida de las formas comunes. Sufres por el otro, o el otro por ti. Ambos inconvenientes son penosos, pero el último me parece todavía más duro. Es una rara suerte, pero de alivio inestimable, disponer de un hombre honesto, de entendimiento firme y de costumbres acordes con las tuyas, a quien le agrade seguirte. Lo he echado mucho de menos en todos mis viajes. Pero una compañía así, hay que haberla elegido y logrado desde casa. Ningún placer tiene sabor para mí sin comunicación. Mi alma no concibe un solo pensamiento airoso sin que me irrite por haberlo producido en solitario, y sin nadie a quien ofrecérselo. c | Si cum hac exceptione detur sapientia ut illam inclusam teneam nec enuntiem, reiiciam[173] [Si se me concediera la sabiduría con la salvedad de haber de mantenerla oculta y sin poder declararla, la rechazaría]. El otro le había superado con un tono más alto: «Si contingerit ea uita sapienti, ut omnium rerum affluentibus copiis, quamuis omnia quae cognitione digna sunt summo otio secum ipse consideret et contempletur, tamen si solitudo tanta sit ut hominem uidere non possit, excedat e uita»[174] [Si un sabio tuviera una vida tal que, con abundancia de todo, pudiese examinar y contemplar para sí todas las cosas dignas de conocimiento con el máximo ocio, aun así, si tan grande fuese su soledad que no pudiera ver a nadie, abandonaría la vida]. b | Me complace aquella opinión de Arquitas según la cual, aun en el cielo y paseando por esos grandes y divinos cuerpos celestes, sería desagradable no contar con la presencia de un compañero.[175]
Pero, con todo, es mejor estar solo que con una compañía molesta e inepta. A Aristipo le gustaba vivir como extranjero en todas partes:[176]
Me si fata meis paterentur ducere uitam
auspiciis,[177]
[Si los hados me permitieran conducir mi vida según mis auspicios],
elegiría pasarla con el culo sobre la silla de montar:
uisere gestiens,
qua parte debacchentur ignes,
qua nebulae pluuiique rores.[178]
[impaciente por visitar las regiones donde el sol es más
ardiente, y aquellas que permanecen entre nubes y lluvias].
—¿No dispones de pasatiempos más cómodos? ¿Qué te falta? ¿No es bueno y sano el aire de tu casa, no está suficientemente abastecida, y no tiene capacidad de sobra? c | La majestad real ha cabido en ella más de una vez con toda su pompa.[179] b | ¿Acaso tu familia no supera en orden a más familias de las que la sobrepasan en eminencia? ¿Hay algún pensamiento local que te irrite, extraordinario, indigerible?
Quae te nunc coquat et uexet sub pectore fixa?[180]
[¿Que te hiera y aflija en el corazón?].
¿Dónde crees que podrás estar sin molestia ni estorbo? Nunquam simpliciter fortuna indulget[181] [La fortuna nunca se limita a favorecer]. Date cuenta, pues, de que sólo tú mismo te estorbas, y de que te seguirás por todas partes, y te lamentarás allí adonde vayas.[182] Porque aquí abajo sólo hay satisfacción para las almas o brutales o divinas. Quien no se satisface en circunstancias tan justas, ¿dónde piensa hacerlo? ¿Para cuántos miles de hombres una situación como la tuya constituye el objetivo de sus ansias? Limítate a reformarte a ti mismo, pues en esto lo puedes todo; en cambio, frente a la fortuna no posees otro derecho que el de la paciencia. c | Nulla placida quies est, nisi quam ratio composuit[183] [Ningún reposo es plácido salvo el que dispone la razón].
b | Veo la razón de esta advertencia, y la veo muy bien. Pero habríamos acabado antes, y con más pertinencia, si me dijeran en una palabra: «Sé sabio». Esta resolución está más allá de la sabiduría; es su obra y producción. Así actúa el médico que no cesa de gritarle al pobre enfermo languideciente que esté alegre; el consejo sería un poco menos inepto si le dijera: «Ten salud».[184] Por mi parte, sólo soy un hombre del tipo común.[185] Éste es un precepto saludable, cierto y de fácil comprensión: «Conténtate con lo tuyo, es decir, con la razón». La práctica, sin embargo, no se da más en los más sabios que en mí. Es una sentencia popular, pero tiene una terrible extensión. ¿Qué no comprende? Todo es susceptible de discreción y de modificación.
No ignoro que, si lo tomamos al pie de la letra, el placer de viajar es prueba de inquietud e irresolución. Por otra parte, éstas son nuestras características principales y predominantes. Sí, lo confieso, no veo nada, ni siquiera en sueños, ni con el deseo, donde pueda detenerme; sólo me satisface la variedad, y la posesión de la diversidad, si es que me satisface alguna cosa.[186] En los viajes, me alienta hasta el hecho de poder parar sin perjuicio, y de tener donde distraerme cómodamente de ellos. Amo la vida privada porque la amo por propia elección, no por disconformidad con la vida pública, la cual quizá no se ajuste menos a mi temperamento. Sirvo con mayor alegría a mi príncipe porque le sirvo por libre elección de mi juicio, y de mi razón, c | sin obligación particular. b | Y porque no me veo impelido ni forzado por ser inadmisible y odiado en las demás facciones. Y así con el resto. Detesto los pedazos que me adjudica la necesidad. Cualquier ventaja de la que tuviera que depender totalmente, me violentaría:
Alter remus aquas, alter mihi radat arenas.[187]
[Que un remo bata el agua para mí, y el otro la arena].
Una sola cuerda nunca me retiene bastante. ¿Hay vanidad, dices, en esta ocupación?[188] Pero ¿dónde no? También estos bellos preceptos son vanidad, y es vanidad toda la sabiduría. c | Dominus nouit cogitationes sapientium, quoniam uanae sunt[189] [Dios conoce los pensamientos de los sabios, porque son vanos]. b | Tales sutilezas exquisitas sólo son apropiadas para la prédica. Son discursos que nos quieren enviar del todo aparejados al otro mundo. La vida es un movimiento material y corpóreo, una acción imperfecta y desordenada por su propia esencia. Intento servirla con arreglo a su ser:
Quisque suos patimur manes.[190]
[Cada uno de nosotros sufre sus propios manes].
c | Sic est faciendum ut contra naturam uniuersam nihil contendamus; ea tamen conseruata, propriam sequamur[191] [Hay que actuar de manera que en nada nos opongamos a la naturaleza universal; sin embargo, una vez que está a salvo, hemos de seguir la propia].
b | ¿Para qué sirven esas elevadas cimas de la filosofía en las cuales ningún ser humano puede asentarse, y esas reglas que exceden nuestra práctica y nuestra fuerza? Veo con frecuencia que nos proponen imágenes de vida que ni el que las propone ni los oyentes tienen esperanza alguna de seguir, ni, peor aún, deseo de hacerlo. El juez hurta un pedazo de ese mismo papel donde acaba de escribir la sentencia de condena de un adúltero, para confeccionar un billete amoroso destinado a la esposa de su compañero. c | Aquella con la que acabas de tener una relación ilícita, un instante después gritará con más acritud, incluso en tu presencia, frente a una falta similar de su compañera, de lo que lo haría Porcia.[192] b | Y otro condena hombres a morir por crímenes que él no considera faltas. En mi juventud vi a un caballero que con una mano ofrecía al pueblo unos versos excelentes en cuanto a belleza y desenfreno, y con la otra, al mismo tiempo, la más litigiosa reforma teológica de la que el mundo ha tenido noticia en mucho tiempo.[193]
Así andan los hombres. Se permite a las leyes y a los preceptos seguir su camino, nosotros vamos por otro; no sólo por desorden de costumbres, sino a menudo por una opinión y un juicio contrarios. Escucha la lectura de un discurso filosófico. La invención, la elocuencia, la pertinencia golpean al instante tu espíritu y te conmueven. No hay nada que halague o hiera tu conciencia. A ella no se le habla, ¿no es cierto? Sin embargo, decía Aristón que ni el baño ni la lección son de provecho alguno si no limpian y quitan la mugre.[194] Uno puede detenerse en la corteza, pero tras haber extraído la médula. De la misma manera que, tras haber bebido el buen vino de una bella copa, examinamos sus grabados y su arte.[195]
En todas las compañías de la filosofía antigua podemos encontrar que un mismo autor publica reglas de templanza y, a la vez, escritos de amor y desenfreno. c | Y Jenofonte, en el regazo de Clinias, escribió contra la virtud aristípica.[196] b | No es que se produzca una conversión milagrosa que los agite por oleadas. Es más bien que Solón se representa a veces a sí mismo, a veces en forma de legislador; en ocasiones habla para la multitud, en ocasiones para sí mismo. Y adopta para él las reglas libres y naturales, confiando en una salud firme e íntegra:[197]
Curentur dubii medien maioribus aegri.[198]
[Que los enfermos graves sean atendidos por los más grandes médicos].
c | Antístenes permite al sabio amar y hacer a su manera cuanto le parezca oportuno, sin atenerse a las leyes, porque posee mejor opinión que ellas, y más conocimiento de la virtud.[199] Su discípulo Diógenes decía que a las pasiones les oponía la razón, a la fortuna la confianza, a las leyes la naturaleza.[200] b | Para los estómagos delicados se requieren preceptos estrictos y artificiales. c | Los buenos estómagos se valen simplemente de las prescripciones de su apetito natural. b | Así lo hacen nuestros médicos, que comen melón y beben vino fresco mientras someten a su paciente al jarabe y a la sopa de pan.[201] No sé qué libros leen, decía la cortesana Lais, cuál es su sabiduría, cuál es su filosofía, pero esta gente llama a mi puerta con tanta frecuencia como los demás.[202] Puesto que nuestra licencia nos empuja siempre más allá de lo que nos es lícito y nos está permitido, a menudo hemos estrechado los preceptos y las leyes de nuestra vida más allá de la razón universal:
Nemo satis credit tantum delinquere quantum
permittas.[203]
[Nadie cree delinquir más allá de lo permitido].
Sería deseable que hubiera más proporción entre el mandato y la obediencia; y parece injusto aquel objetivo que no puede alcanzarse. Ningún hombre de bien lo es tanto que, si somete todas sus acciones y pensamientos al escrutinio de las leyes, no merezca la horca diez veces a lo largo de su vida. Incluso aquel que sería muy lamentable y muy injusto castigar y perder:
Olle, quid ad te
de cute quid faciat ille, uel illa sua?[204]
[Olo, ¿qué te importa lo que él o ella hagan con su propia piel?].
Y alguno podría no vulnerar en absoluto las leyes sin merecer en absoluto ser alabado como hombre de virtud; c | y la filosofía le haría azotar con toda justicia. b | Hasta tal extremo es confusa e irregular esta relación. No nos cuidamos de ser gente de bien según Dios; no podemos serlo según nosotros mismos. La sabiduría humana nunca alcanzó hasta los deberes que ella misma se había prescrito; y, de haberlos alcanzado, se habría prescrito otros más elevados, que continuaría pretendiendo y buscando. A tal punto nuestra condición es contraria a la consistencia. c | El hombre se ordena a sí mismo encontrarse necesariamente en falta. No es muy astuto asignarse una obligación acorde con la razón de otro ser que el propio. ¿A quién le prescribe lo que espera que nadie haga? ¿Es injusto no hacer aquello que le resulta imposible hacer? Las leyes que nos condenan a no poder nos condenan porque no podemos.[205]
b | En el peor de los casos, que esta deforme libertad de presentarse con dos aspectos, las acciones de una manera, los discursos de otra, sea lícita para quienes dicen las cosas. Pero no puede serlo para quienes se dicen a sí mismos, como lo hago yo. Mi pluma ha de avanzar igual que mis pies. La vida común tiene que ser comparable con las demás vidas. La virtud de Catón era vigorosa más allá de la razón de su siglo; y a un hombre que se dedicaba a gobernar a los demás, destinado al servicio común, cabría decirle que era una justicia, si no injusta, al menos vana e importuna.[206] c | Mis propias costumbres, que apenas se apartan de las vigentes la distancia de una pulgada, me vuelven en cierta medida salvaje e insociable ante mi época. No sé si es razonable que me disguste el mundo que frecuento; pero sé muy bien que no sería razonable quejarme de que él esté disgustado de mí porque yo lo estoy de él.
b | La virtud asignada a los asuntos del mundo es una virtud con muchos pliegues, ángulos y recodos, para poder aplicarse y unirse a la flaqueza humana, mezclada y artificial, ni recta ni clara ni constante, ni del todo inocente.[207] Los anales reprochan aún hoy a alguno de nuestros reyes haberse entregado con excesiva simpleza a los escrupulosos consejos de su confesor.[208] Los asuntos de Estado tienen preceptos más audaces:
En otros tiempos intenté aplicar, al servicio de las acciones públicas, las opiniones y reglas de vida tan rudas, nuevas, sin pulir o impolutas, como las tengo, nacidas en mí o proporcionadas por mi formación, y de las cuales me sirvo, c | si no b | tan cómodamente, c | al menos con seguridad b | en privado —una virtud escolar y novicia—. Las encontré ineptas y peligrosas. Quien anda entre la multitud, tiene que desviarse, apretar los codos, retroceder o avanzar, incluso tiene que abandonar el camino recto, según lo que encuentre; tiene que vivir no tanto con arreglo a sí mismo como con arreglo a los demás, no según lo que se propone, sino según lo que le proponen, según el tiempo, según los hombres, según los asuntos.[210] c | Platón dice que si alguien escapa con los calzones limpios del manejo del mundo, escapa de milagro.[211] Y dice también que, cuando prescribe a su filósofo como jefe de Estado, no pretende decirlo de un Estado corrupto como el de Atenas, y todavía menos como el nuestro, ante el cual la sabiduría misma se esforzaría en vano. Y una buena hierba, transplantada a un suelo de condición muy diferente, se acomoda a éste mucho antes de que lo reforme según la suya.[212]
b | Me doy cuenta de que si tuviese que prepararme por entero para tales quehaceres, precisaría de muchos cambios y de una gran recomposición. Aunque pudiera lograrlo —y ¿por qué no iba a poder, con tiempo y empeño?—, no querría. Lo poco que he intentado en esta profesión me ha quitado las ganas. Siento que a veces me humean en el alma ciertas tentaciones hacia la ambición; pero me resisto y obstino en sentido contrario:
At tu, Catulle, obstinatus obdura.[213]
[Pero tú, Catulo, manténte obstinadamente firme].
Apenas me llaman, y yo no me invito más. c | La libertad y la ociosidad, que son mis cualidades principales, son cualidades diametralmente contrarias a este oficio.
b | No sabemos distinguir las facultades de los hombres. Sus divisiones y límites son difíciles de discernir y sutiles. Deducir a partir de la aptitud de una vida privada alguna aptitud para el servicio público es una mala deducción. Hay quien se gobierna bien y no gobierna bien a los demás, c | y hay quien efectúa ensayos y no sabría efectuar acciones; b | hay quien organiza bien un asedio y organizaría mal una batalla, y quien discurre bien en privado y arengaría mal a un pueblo o a un príncipe. Tal vez, incluso, ser capaz de una cosa prueba más bien no ser capaz de la otra que lo contrario. c | A mi juicio, los espíritus elevados son apenas menos aptos para las cosas bajas que los espíritus bajos para las elevadas. ¿Quién iba a creerse que Sócrates ofrecería a los atenienses motivo de risa a su costa por no haber sabido nunca contar los sufragios de su tribu ni comunicárselos al consejo?[214] Ciertamente, la veneración que profeso por las perfecciones de este personaje merece que su fortuna brinde como excusa de mis principales imperfecciones un ejemplo tan magnífico.
b | Nuestra aptitud está dividida en pequeñas partes. La mía carece de extensión, y además es pobre en número. Saturnino dijo a quienes le habían cedido todo el mando: «Compañeros, habéis perdido un buen capitán para hacer un mal general».[215] Quien se jacta, en unos tiempos enfermos como éstos, de aplicar al servicio del mundo una virtud genuina e íntegra, o no la conoce, pues las opiniones se corrompen a la vez que las costumbres —en verdad, oídsela describir, oíd a la mayoría gloriarse de su comportamiento y formar sus reglas; en vez de describir la virtud, describen la pura injusticia y el vicio, y la presentan con esta misma falsedad a la educación de los príncipes—, o, si la conoce, alardea sin razón, y, por más que diga, hace mil cosas de las cuales su conciencia le acusa. Creería de buena gana a Séneca sobre la experiencia al respecto que vivió en una ocasión semejante,[216] con tal de que aceptara hablarme de ella con toda franqueza. El signo más honorable de bondad en este trance es reconocer libremente la propia falta y la ajena, resistir y demorar con todas las fuerzas la inclinación hacia el mal, seguir a regañadientes esta tendencia, esperar y desear algo mejor. En estos desgarros y divisiones de Francia en que hemos caído, observo que cada cual se esfuerza por defender su causa, pero, aun los mejores, mediante la simulación y la mentira. Si alguien escribiera sobre ello sin tapujos, escribiría temeraria y viciosamente. La facción más justa no deja de formar parte de un cuerpo corrupto y podrido. Pero, de un cuerpo así, a la parte menos enferma se le llama sana; y con toda justicia, ya que nuestras cualidades no se fundan sino en la comparación. La inocencia civil se mide según los sitios y los momentos. Me gustaría mucho ver en Jenofonte una alabanza semejante de Agesilao. Al solicitarle un príncipe vecino, con el cual en otros tiempos había librado una guerra, que le dejara pasar por sus tierras, le concedió el permiso. Le dejó pasar a través del Peloponeso; y no sólo no lo encarceló ni envenenó, cuando lo tenía a su merced, sino que lo acogió cortésmente, siguiendo la obligación de su promesa, sin infligirle daño alguno.[217] Para caracteres como aquéllos, esto no era decir nada; en otro sitio y otro tiempo, se tomará nota de la franqueza y la magnanimidad de tal acción. Nuestros colegiales se habrían reído. Hasta tal extremo la inocencia espartana se parece poco a la francesa.
No dejamos de tener hombres virtuosos, pero los tenemos a nuestro modo. Quien haya ajustado sus costumbres a un orden por encima de su siglo, que tuerza y embote sus reglas o, cosa que le aconsejo más, que se retire aparte y no se mezcle con nosotros. ¿Qué ganaría con ello?:
Egregium sanctumque uirum si cerno,
bimembri hoc monstrum puero,
et miranti iam sub aratropiscibus inuentis,
et foetae comparo mulae.[218]
[Si veo a un hombre egregio y virtuoso, lo tengo por un monstruo, como lo sería un niño con dos cuerpos y unos peces descubiertos milagrosamente bajo un arado o una mula preñada].
Podemos echar de menos tiempos mejores, pero no huir de los actuales; podemos desear otros magistrados, pero, no obstante, hay que obedecer a éstos.[219] Y tal vez sea más digno de alabanza obedecer a los malos que a los buenos. Mientras la imagen de las leyes heredadas y antiguas de esta monarquía brille en algún rincón, ahí me planto. Si por desgracia se contradicen y estorban entre sí, y generan dos partidos de elección dudosa y difícil, mi opción será probablemente evitar y eludir la tormenta; la naturaleza me podrá echar mientras tanto una mano, o los azares de la guerra. Entre César y Pompeyo, yo me habría declarado sin ambages.[220] Pero, entre aquellos tres ladrones que vinieron después,[221] habría habido que esconderse o seguir el viento. Lo considero lícito cuando la razón deja de guiar:
Quo diuersus abis?[222]
[¿Adonde te diriges?].
Este relleno está un poco al margen de mi tema. Me extravío, pero más bien por licencia que por descuido. Mis fantasías se siguen, pero a veces de lejos, y se miran, pero con una mirada oblicua. c | He echado un vistazo a cierto diálogo de Platón; está compuesto, con una fantástica mezcolanza, por una primera parte sobre el amor, y todo lo demás sobre la retórica.[223] No temen estos cambios, y poseen una gracia extraordinaria para dejarse arrastrar así por el viento, o para aparentarlo. b | Los nombres de mis capítulos no siempre abrazan su materia; a menudo se limitan a indicarla con algún signo, como estos otros: c | la Andria, el Eunuco,[224] o aquéllos: b | Sila, Cicerón, Torcuato.[225] Me gusta la forma de andar poética, a saltos y a zancadas. c | Es un arte, como dice Platón, leve, alado, demónico.[226] Plutarco tiene obras en las que se olvida del tema, en las que el asunto de su argumento no se encuentra sino por casualidad, enteramente sepultado en materia extraña. Mirad su proceder en El demon de Sócrates.[227] ¡Oh, Dios, qué belleza poseen estas airosas escapadas, esta variación, y tanto más cuanto más recuerdan a algo descuidado y fortuito! Es el lector poco diligente quien pierde mi tema, no yo. Siempre se encontrará en un rincón alguna frase que será suficiente, por más concisa que sea. b | Me entrego al cambio de una manera imprudente y turbulenta. c | Mi estilo y mi espíritu vagabundean de la misma manera. b | Hay que tener un poco de locura si no quiere tenerse más necedad, c | dicen los preceptos de nuestros maestros, y más aún sus ejemplos.[228]
b | Mil poetas se arrastran y languidecen al modo prosaico, pero la mejor prosa antigua c | —y yo la esparzo aquí indistintamente como verso— b | brilla siempre con vigor y con osadía poética, y remeda cierto aire de su furor.[229] Sin duda, hay que cederle el dominio y la primacía en la elocuencia. c | El poeta, dice Platón, sentado sobre el trípode de las Musas, vierte, movido por la furia, todo cuanto le viene a la boca, como el caño de una fuente, sin rumiarlo ni sopesarlo, y se le escapan cosas de color distinto, de sustancia contraria, y con un curso interrumpido.[230] Y la vieja teología es por entero poesía,[231] dicen los doctos, así como la filosofía primera.[232] Es el lenguaje original de los dioses.
b | Yo pretendo que la materia se distinga por sí misma. Ella muestra bastante dónde cambia, dónde concluye, dónde empieza, dónde se recupera, sin haberla de entretejer con palabras de enlace y de conexión, introducidas al servicio de los oídos débiles o descuidados, y sin haber de glosarme a mí mismo. ¿Quién no prefiere no ser leído a serlo durmiendo o a la carrera? c | Nihil est tam utile quod in transitu prosit[233] [Nada es tan útil que aproveche de paso]. Si coger libros fuese aprenderlos, y si verlos fuese mirarlos, y recorrerlos, apropiarse de ellos, me equivocaría al hacerme tan completo ignorante como digo. b | Puesto que no puedo retener la atención del lector por la importancia, manco male [menos mal] si la retengo gracias a mi embrollo. «Es cierto, pero después se arrepentirá de haber dedicado su tiempo a esto». Claro, pero, con todo, lo habrá dedicado. Y, además, hay caracteres de este estilo, a los cuales la comprensión les produce desdén, que me valorarán más porque no sabrán lo que digo; concluirán la hondura de mi sentido por la oscuridad, a la cual, hablando en serio, odio c | sobremanera, b | y a la cual evitaría si fuese capaz de evitarme. Aristóteles se ufana en algún lugar de pretenderla. Viciosa pretensión.[234] c | Dado que el corte tan frecuente de los capítulos, del que me valía al principio, me ha parecido interrumpir y diluir la atención antes de que surja, al desdeñar prestarse y recogerse por tan poco, me he aplicado a hacerlos más largos, de manera que requieran un propósito y un tiempo asignados. En esta ocupación, si a alguien no se le quiere dar ni una simple hora, no se le quiere dar nada. Y nada se hace por aquel por quien no se hace sino haciendo otra cosa. Además que acaso tengo cierta obligación particular de no hablar sino a medias, de hablar confusamente, de hablar de forma discordante.[235]
b | Así pues, le tengo antipatía a esta razón aguafiestas. Y los proyectos extravagantes que atormentan la vida, y las opiniones tan finas, si poseen alguna verdad, la encuentro demasiado cara e incómoda. Por el contrario, yo intento hacer valer incluso la vanidad y la asnería si me reportan placer; y me dejo llevar por mis inclinaciones naturales sin examinarlas tan de cerca. He visto en otras partes casas en ruinas, y estatuas, y cielo y tierra. No dejan de ser hombres. Todo esto es verdad; y, sin embargo, no podría volver a ver tan a menudo la tumba de esta ciudad, tan grande y tan poderosa, que no la admirara y venerara.[236] Tenemos en consideración el cuidado de los muertos. Ahora bien, me han criado desde mi infancia con éstos; he sabido de los asuntos de Roma mucho tiempo antes que de los de mi casa. Conocía el Capitolio y su situación antes de conocer el Louvre, y el Tíber antes que el Sena. He tenido más en la cabeza las costumbres y las fortunas de Lúculo, Metelo y Escipión que las de cualquier hombre de nuestro tiempo. Están muertos. También lo está mi padre, tan enteramente como ellos, y se ha alejado de mí y de la vida en dieciocho años tanto como éstos lo han hecho en mil seiscientos;[237] no dejo, sin embargo, de abrazar y de cultivar su memoria, amistad y sociedad con una plena y vivísima unión.
Incluso, por mí talante, me vuelvo más servicial para con los muertos. Ya no se ayudan a sí mismos; requieren, me parece, tanto más mi ayuda. La gratitud brilla aquí de modo especial. El favor se asigna con menor riqueza cuando hay restitución y reciprocidad. Arcesilao visitó al enfermo c | Ctesibio,[238] b | y, como lo encontró sumido en la pobreza, le fue forrando poco a poco el espacio bajo la cabecera de su cama con el dinero que le daba.[239] Y, escondiéndoselo, le liberaba además de la obligación de agradecérselo. Quienes han merecido mi amistad y mi reconocimiento no los han perdido nunca por no estar ya. Les he compensado mejor, y con más empeño, ausentes e ignorantes. Hablo con más afecto de mis amigos cuando ya no hay manera de que lo sepan.
Ahora bien, he acometido cien querellas en defensa de Pompeyo y a favor de la causa de Bruto. Esta relación dura todavía entre nosotros. Aun las cosas presentes las poseemos sólo con la fantasía. Dado que me encuentro inútil para este siglo, me entrego a aquel otro; y me embelesa tanto, que el estado de la vieja Roma, libre, justa y floreciente —porque no amo ni su nacimiento ni su vejez— me importa y apasiona. Por eso, no podría volver a ver tan a menudo el asentamiento de sus calles y de sus casas, y esas ruinas profundas hasta las Antípodas,[240] que dejara de llenar mi tiempo. c | ¿Se debe a la naturaleza, o a un error de la fantasía, que la contemplación de los sitios que sabemos fueron frecuentados y habitados por personas cuya memoria tenemos en estima, nos conmueva en cierto modo más que escuchar el relato de sus acciones o que leer sus escritos?[241] Tanta uis admonitionis inest in locis. Et id quidem in hac urbe infinitum: quacunque enim ingredimur in aliquam historiam uestigium ponimus[242] [Tanto poder de evocación hay en los lugares. Y esta ciudad lo posee en grado infinito; en efecto, por donde quiera que pasemos ponemos el pie en alguna historia]. b | Me gusta examinar su rostro, su porte y sus vestidos; vuelvo a mascullar esos grandes nombres, y los hago resonar en mis oídos. c | Ego illos ueneror et tantis nominibus semper assurgo[243] [Los venero y me pongo siempre de pie ante tan grandes nombres]. b | De aquellas cosas que son en algún aspecto grandes y admirables, admiro hasta los aspectos comunes. ¡De buena gana los miraría charlar, pasear y cenar! Sería ingrato despreciar los restos y las imágenes de tantos hombres honestos, y tan valerosos, a los cuales he visto vivir y morir, y que nos brindan tantas buenas enseñanzas con su ejemplo, si supiéramos seguirlas.
Y, además, incluso esta Roma que vemos merece nuestro amor. Confederada desde hace tanto tiempo, y por tantos motivos, con nuestra corona, única ciudad común y universal. El magistrado supremo que manda en ella es reconocido igualmente en otros lugares; es la ciudad metropolitana de todas las naciones cristianas. En ella el español y el francés, cada cual, está en su casa. Para ser uno de los príncipes de tal Estado, sólo se precisa formar parte de la Cristiandad, dondequiera que sea.[244] No hay lugar aquí abajo al que el cielo haya abrazado con tal influencia favorable y tal constancia.[245] Su ruina misma está llena de gloria y de pompa. c | Laudandis preciosior ruinis[246] [Más preciosa por sus loables ruinas]. b | Incluso en la tumba conserva signos y apariencia de imperio.[247] c | Ut palam sit uno in loco gaudentis opus esse naturae[248] [De manera que es evidente que sólo en este lugar la naturaleza se ha complacido en su obra]. b | Alguno se recriminaría y se rebelaría en su interior por sentirse halagado por un placer tan vano. Nuestras inclinaciones no son demasiado vanas si son placenteras. Cualesquiera que sean, si satisfacen de manera constante a un hombre capaz de sentido común, yo no puedo tener el ánimo de compadecerlo.
Le debo mucho a la fortuna porque, hasta ahora, no me ha infligido ningún daño más allá de mi resistencia. ¿No será ésta su manera de dejar en paz a quienes no la importunan?
Quanto quisque sibi plura negauerit,
a Diis, plura feret; nil cupientium
nudus castra peto, multa petentibus
desunt multa.[249]
[Quien renuncie a más cosas, recibirá más de los dioses; despojado de todo, me acojo desnudo al campo de quienes nada desean. A quienes piden mucho, les faltan muchas cosas].
Si continúa así, me despedirá muy contento y satisfecho:
Pero ¡cuidado con el choque! Hay mil que se estrellan en el puerto.
No me cuesta consolarme por lo que ocurrirá aquí cuando yo ya no esté. Las cosas presentes me ocupan bastante:
fortunae caetera mando.[251]
[el resto lo dejo a la fortuna].
Además, carezco de ese fuerte lazo que, según dicen, ata a los hombres al futuro por los hijos que llevan su nombre y su honor. Y acaso debo desearlos tanto menos sí tan deseables son.[252] Ya estoy demasiado sujeto al mundo y a esta vida por mí mismo. Me basta con estar expuesto a la fortuna por las circunstancias propiamente necesarias de mi ser, sin extender más su jurisdicción sobre mí. Y nunca he pensado que no tener hijos fuese un defecto que debiera hacer la vida menos completa y menos feliz. La esterilidad posee también sus ventajas. Los hijos forman parte del número de cosas que no tienen mucho que los haga deseables, sobre todo ahora, cuando sería tan difícil hacerlos buenos. c | Bona iam nec nasci licet, ita corrupta sunt semina[253] [Ya no pueden nacer cosas buenas, tan corrompidas están las semillas]. b | Y, sin embargo, dan con toda justicia motivos para echarlos de menos si alguien los pierde tras haberlos adquirido.
Quien me legó la responsabilidad de mi casa, pronosticaba que iba a arruinarla, fijándose en mi carácter tan poco hogareño. Se equivocó; estoy como cuando empecé, si no un poco mejor. Pese a todo, sin oficio ni beneficio. Por lo demás, si la fortuna no me ha infligido ninguna herida violenta y extraordinaria, tampoco me ha otorgado gracia alguna. Todo cuanto en nuestra casa proviene de sus dones, está en ella desde hace más de cien años antes de mí. No poseo personalmente ningún bien sustancial y sólido que deba a su generosidad. Me ha concedido algunos favores vacuos, honoríficos y nominales, sin sustancia. Y además, en verdad, no me los ha acordado sino ofrecido. ¡Sabe Dios!, ¡a mí, que soy del todo material, que sólo me contento con la realidad, y aun bien masiva; y que, si osara confesarlo, no encontraría la avaricia mucho menos excusable que la ambición, ni el dolor menos digno de ser evitado que la vergüenza, ni la salud menos deseable que el saber, ni la riqueza que la nobleza!
Entre sus vanos favores, no tengo ninguno que deleite tanto a esta necia inclinación mía que se alimenta de ellos como una bula auténtica de ciudadanía romana, que me fue otorgada recientemente, cuando estuve allí, pomposa en cuanto a sellos y letras doradas, y otorgada con una generosidad del todo graciosa.[254] Y, puesto que se conceden con diversos estilos, más o menos favorables, y que, antes de haber visto una, me habría alegrado mucho que me hubiesen mostrado un modelo, quiero, para satisfacer a alguno al que pueda aquejar una curiosidad pareja a la mía, transcribir su forma aquí:
Quod Horatius Maximus, Martius Cecius, Alexander Mutus, almae urbis conseruatores de Illustrissimo uiro Michaele Montano equite Sancti Michaelis, et a Cubiculo Regis Christinianissimi, Romana Ciuitate donando, ad Senatum retulerunt, S. P. Q. R. de ea re ita fieri censuit:
Cum ueteri more et instituto cupide illi semper studioseque suscepti sint, qui uirtute ac nobilitate praestantes, magno Reip. nostrae usui atque ornamento fuissent, uel esse aliquando possent, Nos, maiorum nostrorum exemplo atque auctoritate permoti, praeclaram hanc Consuetudinem nobis imitandam ac seruandam fore censemus. Quamobrem, cum Illustrissimus Michael Montanus, Eques sancti Michaelis et a Cubiculo Regis Christianissimi, Romani nominis studiosissimus, et familiae laude atque splendore et propriis uirtutum meritis dignissimus sit, qui summo Senatus Populique Romani iudicio ac studio in Romanam Ciuitatem adsciscatur, placere Senatui P. Q. R. Illustrissimum Michaelem Montanum, rebus omnibus ornatissimum atque huic inclyto populo charissimum, ipsum posterosque in Romanam Ciuitatem adscribi ornarique, omnibus et praemiis et honoribus quibus illi fruuntur, qui Ciues Patritiique Romani nati aut iure optimo facti sunt. In quo censere Senatum P. Q. R. se non tam illi Ius Ciuitatis largiri quam debitum tribuere, neque magis beneficium dare quam ab ipso accipere, qui, hoc Ciuitatis munere accipiendo, singulari Ciuitatem ipsam ornamento atque honore affecerit. Quam quidem S. C. auctoritatem iidem Conseruatores per Senatus P. Q. R. scribas in acta referri atque in Capitolii curia seruari, priuilegiumque huiusmodi fieri, solitoque urbis sigillo communiri curarunt. Anno ab urbe condita CX CCCXXXI. post Christum natum M. D. LXXXI. III, Idus Martii.
Horatius Fuscus, sacri S. P. Q. R. scriba.
Vincent. Martholus, sacri S. P. Q. R. scriba.
[De acuerdo con el informe hecho al senado por Orazio Massimi, Marzo Cecio y Alessandro Muti, conservadores de la ciudad de Roma, sobre la concesión de la ciudadanía romana al ilustrísimo Michel de Montaigne, caballero de la orden de San Miguel y gentilhombre de la cámara del rey cristianísimo, el senado y el pueblo romano han decretado: Habida cuenta que, según una vieja costumbre e institución, siempre han sido aceptados entre nosotros con ardor y diligencia quienes, destacados por su virtud y nobleza, habían servido y honrado grandemente a nuestra república, o podían hacerlo algún día, nosotros, movidos por el ejemplo y la autoridad de nuestros antepasados, consideramos que esta ilustre costumbre debe ser imitada y mantenida. Por lo tanto, puesto que el ilustrísimo Michel de Montaigne, caballero de la orden de San Miguel y gentilhombre de la cámara del rey cristianísimo, está muy apegado al nombre de Roma, y puesto que es muy digno, por la fama y el esplendor de su familia, y por los méritos personales de sus virtudes, de ser acogido en la ciudadanía romana por el supremo juicio y voto del Senado y del pueblo romano, ha parecido bien al Senado y al pueblo romano que el ilustrísimo Michel de Montaigne, ornado con toda clase de méritos, y apreciadísimo por este ilustre pueblo, sea inscrito como ciudadano romano, junto con sus descendientes, y sea distinguido con todos los premios y honores de los que gozan quienes son ciudadanos y patricios romanos por nacimiento o lo han llegado a ser con plena justicia. Con lo cual el Senado y el pueblo romano consideran que no tanto le otorgan el derecho de la ciudadanía cuanto le pagan una deuda, y que, más que concederle un favor, lo reciben de él, quien, al aceptar este presente de la ciudad, la distingue y honra. Estos mismos conservadores han hecho registrar por los secretarios del Senado y del pueblo romano, y guardar en la curia del Capitolio, este decreto del Senado, y han hecho levantar un acta provista del sello ordinario de la ciudad. El año 2331 de la fundación de Roma, y 1581 después del nacimiento de Cristo, el tercer día de los idus de marzo.[255]
Orazio Fosco, secretario del venerable
Senado de Roma y del pueblo romano.
Vincenzo Martoli, secretario del venerable
Senado de Roma y del pueblo romano].
Dado que no soy ciudadano de ninguna ciudad, estoy muy satisfecho de serlo de la más noble que ha habido y habrá nunca. Si los demás se mirasen atentamente como lo hago yo, se encontrarían, como me sucede a mí, llenos de inanidad y de sandez. No puedo librarme de ella sin destruirme a mí mismo. Nos impregna a todos, a unos y otros. Pero a quienes se dan cuenta, les va un poco mejor; y aún no lo sé.
Esta opinión y costumbre común de mirar a otra parte que hacia nosotros ha favorecido mucho nuestro interés. Es éste un objeto lleno de insatisfacción. No vemos en él sino miseria y vanidad. Para no desanimarnos, la naturaleza ha empujado, muy oportunamente, nuestra mirada hacia fuera. Vamos hacia delante a favor de la corriente, pero remontar hacia nosotros mismos es un movimiento penoso; de igual manera, el mar se revuelve y se estorba cuando se ve rechazado sobre sí mismo. «Mirad», dice todo el mundo, «los movimientos del cielo, mirad lo público, la querella de aquél, el pulso del uno, el testamento del otro; en suma, mirad siempre hacia arriba o hacia abajo, o hacia el lado, o hacia delante, o hacia detrás». Era un mandato contrario a la opinión común el que nos daba antiguamente el dios en Delfos: «Mirad en vosotros, examinaos, ateneos a vosotros mismos; vuestro espíritu y vuestra voluntad, que se consumen en otra parte, replegadlos a sí mismos; os derramáis, os esparcís; ceñios, reteneos; os traicionan, os dispersan, os arrebatan a vosotros mismos». ¿No ves que este mundo tiene todas sus miradas dirigidas a la fuerza hacia el interior, y sus ojos abiertos para contemplarse a sí mismo?[256] Todo es vanidad para ti, dentro y fuera, pero es menos vanidad cuando está menos extendida. «Excepto tú, oh hombre», decía este dios, «cada cosa se estudia a sí misma en primer lugar, y tiene, según su necesidad, límites en sus trabajos y deseos. Ninguna es tan vacía e indigente como tú, que abrazas el universo. Eres el escrutador sin conocimiento, el magistrado sin jurisdicción y, al fin y al cabo, el bufón de la farsa».