CAPÍTULO V

UNOS VERSOS DE VIRGILIO

b | A medida que los pensamientos útiles son más recios y sólidos, son también más molestos y pesados. El vicio, la muerte, la pobreza, las enfermedades son asuntos graves y gravosos. Debe tenerse el alma instruida en los medios para afrontar y combatir los infortunios, e instruida en las reglas del vivir bien y del creer bien; y con frecuencia hay que despertarla y ejercitarla en este bello estudio. Pero, en el alma de tipo común, esto ha de hacerse con calma y moderación: la tensión demasiado continua la trastorna.

En mi juventud, para mantenerme en el deber, necesitaba ser advertido e incitado.[1] La vivacidad y la salud no concuerdan muy bien, c | según se dice, b | con los discursos serios y sabios. En el momento presente mi situación es distinta. Las circunstancias de la vejez me advierten ya de sobra, me vuelven sabio y me predican. De la alegría excesiva he pasado a la excesiva severidad, más molesta. Por ello, ahora me abandono un poco al desenfreno adrede; y aplico de vez en cuando el alma a pensamientos retozones y juveniles, en los cuales reposa. Soy ya demasiado sensato, demasiado grave y demasiado maduro. Los años me enseñan todos los días frialdad y templanza. Este cuerpo rehuye y teme el desorden. Es su turno para guiar el espíritu hacia la reforma; le toca a él dar lecciones, y lo hace de manera más dura e imperiosa. Ni dormido ni despierto me deja descansar una hora sin instrucción sobre la muerte, la firmeza y la penitencia. Me defiendo de la templanza como me defendí en otros tiempos del placer. Me empuja demasiado atrás, y hasta la insensibilidad. Ahora bien, quiero ser dueño de mí mismo en todos los aspectos. La sabiduría tiene sus excesos, y no tiene menos necesidad de moderación que la locura. Así, por miedo a que la prudencia me seque, me agote y me abrume, en los intervalos que mis males me conceden,

Mens intenta suis ne siet usque malis,[2]

[Para no tener la mente siempre atenta a mis males],

desvío muy lentamente y retiro la mirada del cielo tormentoso y nublado que tengo ante mí —el cual, a Dios gracias, observo sin espanto, pero no sin tensión ni esfuerzo—, y me entretengo con el recuerdo de los tiempos juveniles pasados:

animus quod perdidit optat,

atque in praeterita se totus imagine uersat.[3]

[el alma desea lo que perdió y se vuelve entera,

con la imaginación, hacia el pasado].

Que la infancia mire adelante, la vejez atrás: ¿no era éste el significado de la doble faz de Jano?[4] ¡Que los años me arrastren si quieren, pero andando hacia atrás! Mientras mis ojos son capaces de reconocer aquella hermosa estación expirada, los vuelvo hacia allí a intervalos. Si se me escapa de la sangre y de las venas, al menos no quiero arrancar su imagen de la memoria:

hoc est

uiuere bis, uita posse priore frui.[5]

[poder gozar de la vida pasada es vivir dos veces].

c | Platón ordena a los ancianos asistir a los ejercicios, danzas y juegos de la juventud para que se regocijen por medio de otros de la agilidad y la belleza corporales que ya no tienen, y para que rememoren la gracia y el favor de aquella edad vigorosa. Y quiere que, en esos entretenimientos, atribuyan el honor de la victoria al joven que les haya divertido y alegrado más y a un mayor número.[6]

b | En otros tiempos marcaba los días penosos y oscuros como si fueran extraordinarios. Ahora, para mí, son casi los comunes; los extraordinarios son los bellos y claros. Estoy llegando al punto de estremecerme, como si se tratara de un nuevo favor, cuando no me duele nada. Por más que me deleite, ya casi no puedo arrancarle una miserable risa a este pobre cuerpo. Sólo me alegro en la imaginación y en sueños, para desviar con este ardid la desazón de la vejez. Pero sin duda sería preciso otro remedio que uno en sueños —débil combate del arte contra la naturaleza—. Es una gran simpleza prolongar y anticipar, como hace todo el mundo, las incomodidades humanas. Prefiero ser viejo menos tiempo a ser viejo antes de serlo.[7] Empuño hasta las mínimas ocasiones de placer que puedo encontrar. Conozco bien, de oídas, muchas clases de placeres prudentes, fuertes y gloriosos; pero la opinión no tiene bastante fuerza sobre mí para hacérmelos desear. c | No los quiero tanto magnánimos, magníficos y fastuosos cuanto melosos, fáciles y asequibles. A natura discedimus; populo nos damus, nullius rei bono auctori[8] [Nos separamos de la naturaleza; nos entregamos al pueblo, que en ningún asunto es una buena autoridad]. b | Mi filosofía está en la acción, en el uso natural c | y presente; b | poco en la fantasía. ¡Ojalá me complaciera jugar a las nueces y a la peonza!

Non ponebat enim rumores ante salutem.[9]

[En efecto, no anteponía las habladurías a la salud].

El placer es una cualidad poco ambiciosa; se considera bastante rico de suyo, sin añadir el premio de la reputación, y se prefiere a la sombra. Habría que azotar al joven que ocupara su tiempo en distinguir el sabor del vino y de las salsas. Yo nada he sabido menos, ni valorado menos. Ahora lo estoy aprendiendo. Me da mucha vergüenza, pero ¿qué puedo hacer? Más vergüenza y fastidio me producen los motivos que me empujan a esto. A nosotros nos corresponde soñar y perder el tiempo en sandeces, y a los jóvenes mantener la reputación y hacer buen papel. Ellos van hacia el mundo, hacia el prestigio; nosotros regresamos. c | Sibi arma, sibi equos, sibi hastas, sibi clauam, sibi pilam, sibi natationes et cursus habeant; nobis senibus, ex lusionibus multis, talos relinquant et tesseras[10] [Para otros las armas, para otros los caballos, para otros las jabalinas, para otros la maza y la pelota, para otros la natación y las carreras; para nosotros, viejos, que sólo nos dejen, entre los muchos juegos, las tabas y los dados]. b | Incluso las leyes nos mandan a casa. No puedo menos, en favor de esta miserable condición a la que me empuja mi edad, que proporcionarle juguetes y diversiones, como a la infancia. Además, recaemos en ella.[11] Y la sabiduría y la locura tendrán mucho trabajo para apoyarme y socorrerme, con servicios alternos, en esta edad calamitosa:

Misce stultitiam consiliis breuem.[12]

[Añade un poco de locura a tu sensatez].

Huyo igualmente de los dolores más leves; y aquellos que en otra época no me hubiesen producido un arañazo, ahora me traspasan. ¡Hasta este punto mi disposición empieza a aplicarse de buen grado al mal! c | In fragili corpore odiosa omnis offensio est[13] [Cualquier dolor es odioso en un cuerpo endeble].

b | Mensque pati durum sustinet aegra nihil.[14]

[Y el espíritu enfermo nada duro puede soportar].

Siempre he sido sensible y delicado ante los sufrimientos; ahora soy más blando, y estoy expuesto por todos lados:

Et minimae uires frangere quassa ualent.[15]

[Y una mínima fuerza basta para destruir lo que está roto].

Mi juicio me impide forcejear y refunfuñar contra las molestias que la naturaleza me ordena sufrir, pero no sentirlas. Correría de un extremo al otro del mundo para buscar un buen año de tranquilidad grata y alegre, yo que no tengo otro objetivo que vivir y regocijarme. La tranquilidad oscura e insensible no me falta, pero me adormece y aturde. No me basta. Si hay alguna persona, alguna buena compañía, en el campo, en la ciudad, en Francia o en otro sitio, residente o de paso, a quien mis inclinaciones le parezcan bien, cuyas inclinaciones me parezcan bien, no tiene más que dar un buen silbido: iré a proveerles de ensayos en carne y hueso.

Puesto que el espíritu tiene el privilegio de escapar de la vejez, le aconsejo con todas mis fuerzas que lo haga: que rejuvenezca, que florezca un tiempo, si puede, como el muérdago en el árbol seco. Me temo que es un traidor. Está tan íntimamente hermanado con el cuerpo, que me abandona a cada instante para seguirlo en su necesidad. Yo le dedico halagos especiales, miro de ganármelo, en vano. Por más que intento apartarlo de esta asociación, y presentarle a Séneca y a Catulo, y a las damas y las danzas reales, si su camarada sufre un cólico, parece que también él lo sufre.[16] En tales momentos, ni siquiera se le pueden despertar aquellas facultades[17] que le son particulares y propias: huelen evidentemente a entumecido. No hay vivacidad en sus manifestaciones si no la hay al mismo tiempo en el cuerpo.

c | Nuestros maestros se equivocan cuando, al indagar las causas de los arrebatos extraordinarios de nuestro espíritu, además de aquellas que atribuyen a un rapto divino, al amor, a la violencia de la guerra, a la poesía, al vino, no otorgan su parte a la salud —una salud ferviente, recia, plena, imperturbable, como la que en otros tiempos me brindaban el vigor de los años y la seguridad por accesos—.[18] Esta alegría fogosa suscita en el espíritu relámpagos vivos y claros, que superan nuestra claridad natural,[19] y, entre los entusiasmos, los más gallardos, si no los más enloquecidos. Ahora bien, no es asombroso que un estado contrario abata mi espíritu, lo inmovilice y obtenga de él un efecto contrario:

b | Ad nullum consurgit opus, cum corpore languet.[20]

[No se esfuerza en ninguna tarea; languidece con el cuerpo].

Y quiere todavía que le esté reconocido, porque, según dice, cede mucho menos a esta adhesión de lo que comporta el uso ordinario entre los hombres. Al menos, mientras haya tregua, rechacemos los males y las dificultades de nuestro trato:

Dum licet, obducta soluatur fronte senectus;[21]

[Mientras sea posible, que la vejez desfrunza el ceño];

tetrica sunt amoenanda iocularibus[22] [hay que alegrar la tristeza con bromas]. Me gusta la sabiduría alegre y sociable, y rehúyo las costumbres ásperas y la austeridad, y tengo por sospechoso cualquier aspecto hosco:

c | Tristemque uultus tetrici arrogantiam.[23]

[Y la triste arrogancia de un rostro lúgubre].

b | Et habet tristis quoque turba cinaedos.[24]

[Y la triste multitud tiene también a sus afeminados].

c | Creo de buen grado a Platón cuando dice que los humores fáciles o difíciles tienen una gran influencia en la bondad o maldad del alma.[25] Sócrates mantuvo el mismo semblante, pero sereno y sonriente, no enojosamente el mismo como el viejo Craso, al que jamás vieron reírse.[26] b | La virtud es una cualidad grata y alegre.

c | Sé muy bien que la mayoría de los que fruncirán el ceño ante la licencia de mis escritos, deberían fruncirlo más ante la licencia de su pensamiento. Me acomodo bien a su ánimo, pero ofendo sus ojos. ¡Qué carácter más recto censurar los escritos de Platón y callar sus pretendidas relaciones con Fedón, Dión, Áster, Arqueanasa![27] Non pudeat dicere quod non pudeat sentire[28] [Que no dé vergüenza decir lo que no avergüenza pensar].

b | Odio el espíritu hosco y triste que pasa por encima de los placeres de su vida y se aferra a las desgracias, y se nutre con ellas. Hacen como las moscas, que no pueden sujetarse a los cuerpos lisos y bien pulidos, y se adhieren a los lugares escabrosos y ásperos, y reposan en ellos; y como las sanguijuelas, que sólo chupan y buscan la mala sangre.[29]

Por lo demás, me he prescrito osar decir todo aquello que oso hacer, y me disgustan aun los pensamientos impublicables. La peor de mis acciones y características no me parece tan deshonesta como me parece deshonesto y cobarde no osar confesarla. Todo el mundo es discreto al confesarse, debería serlo al actuar. La audacia de cometer una falta es en cierta medida compensada y atajada por la audacia de confesarla. c | Quien se obligara a decirlo todo, se obligaría a no hacer nada de aquello que estamos forzados a callar. ¡Ojalá mi exceso de licencia atraiga a los hombres de nuestro tiempo hasta la libertad, por encima de esas virtudes cobardes y aparentes que nacen de nuestras imperfecciones!; ¡ojalá, a costa de mi inmoderación, los atraiga hasta el punto razonable! Debe verse el propio vicio, y estudiarlo, para poder referirlo. Quienes lo ocultan a los demás suelen ocultárselo a sí mismos. Y, si lo ven, no lo consideran bien escondido; lo hurtan a su propia conciencia y lo disfrazan. Quare uitia sua nemo confitetur? Quia etiam nunc in illis est; somnium narrare uigilantis est[30] [¿Por qué nadie confiesa sus vicios? Porque aún están en ellos; refiere sus sueños quien está despierto]. Los males corporales se revelan al agravarse. Descubrimos que es gota aquello que llamábamos catarro o esguince. Los males del alma se oscurecen al cobrar fuerza; el más enfermo es quien menos los siente.[31] Por eso, con frecuencia hay que sacarlos a la luz con mano inmisericorde, abrirlos y arrancarlos del fondo de nuestro pecho. Como en materia de buenas acciones, también en materia de malas acciones, la simple confesión es a veces satisfacción.[32] ¿Hay alguna deshonestidad en la falta que nos exima de confesarla?

b | Fingir me aflige, hasta el punto que evito custodiar los secretos ajenos, pues me falta coraje para dejar de reconocer lo que sé. Puedo callarlo, pero negarlo, no puedo sin esfuerzo y disgusto. Para ser del todo secreto, hay que serlo por naturaleza, no por obligación. Es poco, al servicio de los príncipes, ser secreto si uno no es además mentiroso. Alguien le preguntó a Tales de Mileto si debía negar solemnemente haber cometido adulterio. De habérmelo preguntado a mí, le habría dicho que no debía, porque la mentira me parece aun peor que el adulterio. Tales le dio un consejo muy distinto: que jurase, para así ocultar lo grave mediante lo leve.[33] Sin embargo, este consejo, más que elegir un vicio, lo multiplicaba.

Sobre esto, digamos unas palabras de paso. A un hombre de conciencia, cuando le presentan la disyuntiva entre una dificultad y un vicio, se lo ponen fácil; pero, cuando le encierran entre dos vicios, le plantean una ardua elección, como le sucedió a Orígenes: o se entregaba a la idolatría, o soportaba ser poseído carnalmente por un gran villano etíope que le pusieron delante. Afrontó la primera condición, y equivocadamente, según se dice.[34] Por lo tanto, no carecerían de juicio, de acuerdo con su error, aquellas mujeres que en estos tiempos protestan preferir cargar su conciencia con diez hombres a hacerlo con una misa.[35]

Si es una indiscreción publicar de este modo los propios errores, no hay gran peligro de que se convierta en ejemplo y uso. Decía, en efecto, Aristón que los vientos más temidos por los hombres son aquellos que les desnudan.[36] Hay que levantar el estúpido harapo que oculta nuestro comportamiento. Envían la conciencia al burdel y mantienen la compostura en regla. Hasta los traidores y asesinos abrazan las leyes de la ceremonia y fijan ahí su deber. Sin embargo, ni es propio de la injusticia quejarse por la descortesía, c | ni de la malicia quejarse por la indiscreción. Es una lástima que el malvado no sea también necio, y que la decencia palie su vicio. Tales incrustaciones no corresponden sino a la pared buena y sana que merece ser conservada, ser blanqueada.

b | En favor de los hugonotes, que censuran nuestra confesión auricular y privada, yo me confieso en público, de forma escrupulosa y completa.[37] San Agustín, Orígenes e Hipócrates hicieron públicos los errores de sus opiniones;[38] yo, además, los de mi comportamiento. Estoy ávido por darme a conocer; y no me importa a cuántos con tal de que sea de verdad. O, por decirlo mejor, no estoy ávido de nada, pero rehúyo[39] mortalmente que me tomen por otro quienes den en conocer mi nombre.

Aquel que lo hace todo por el honor y por la gloría, ¿qué piensa ganar exhibiéndose al mundo enmascarado, hurtando su verdadero ser al conocimiento del pueblo? Alaba a un jorobado por su hermosa talla, se lo va a tomar como un insulto. Si eres cobarde y te honran como a un valiente, ¿hablan de ti? Te toman por otro. Me gustaría lo mismo que aquél celebrara los sombrerazos que le dedican, creyéndole capitán de la tropa, cuando es de los más humildes del séquito. A Arquelao, rey de Macedonia, alguien le vertió agua encima al pasar por la calle; los presentes le decían que debía castigarlo: «Sin duda», replicó, «pero no me ha arrojado el agua a mí, sino al que creía que yo era».[40] c | Sócrates, a uno que le advertía de que hablaban mal de él, le dijo: «No, no hay nada en mí de lo que dicen».[41] b | Por mi parte, si alguien me alabara por ser un buen piloto, por ser muy modesto o por ser muy casto, no le debería agradecimiento alguno. Y, de la misma manera, si me llamaran traidor, ladrón o borracho, no me consideraría tampoco ofendido. Quienes se desconocen, pueden alimentarse de falsas aprobaciones; no yo, que me observo y me busco hasta las entrañas, que sé muy bien lo que me pertenece. Me gusta ser menos alabado con tal de ser mejor conocido. c | Podrían considerarme sabio con una especie tal de sabiduría que yo la considere necedad.

b | Me irrita que mis Ensayos sólo les sirvan a las damas como utensilio común, y como utensilio de sala. Este capítulo me dará acceso a su gabinete. Me gusta tener un trato un poco privado con ellas; el público carece de favor y de sabor. En las despedidas, inflamamos más allá de lo habitual el afecto hacia las cosas que abandonamos. Yo me despido por última vez de los juegos del mundo; éstos son nuestros últimos abrazos. Pero vayamos a mi tema.

¿Qué les ha hecho a los hombres el acto genital, tan natural, tan necesario y tan justo, para no atreverse a hablar de él sin vergüenza, y para excluirlo de las conversaciones serias y ordenadas? No tememos pronunciar las palabras «matar», «robar», «traicionar»; y esto sólo nos atreveríamos a decirlo entre dientes. ¿Debe entenderse que, cuanto menos lo expresamos con palabras, más derecho tenemos a engrosar con ello el pensamiento?

c | Está muy bien, en efecto, que las palabras que menos se usan, menos se escriben y mejor se callan, sean las que mejor se saben y más generalmente se conocen. Ninguna edad, ningún comportamiento las ignora más de lo que ignora el pan. Se imprimen en todos sin ser expresadas, sin voz ni figura. Y el sexo que más lo hace, tiene el mandato de callarlo más. Es una acción que hemos puesto al amparo del silencio, del cual es un crimen arrancarla, ni siquiera para que la acusemos y juzguemos. Tampoco osamos azotarla más que a través de perífrasis y representaciones. Es un gran favor, para el criminal, ser tan execrable que la justicia estima injusto tocarlo y verlo: ¡libre y salvado gracias al rigor de su condena! ¿No sucede lo mismo que en materia de libros, que se buscan y difunden mucho más por haberlos retirado? Por mi parte, voy a tomarle la palabra a la opinión de Aristóteles según la cual ser vergonzoso sirve de adorno en la juventud, pero de reproche en la vejez.[42]

b | Estos versos se predican en la escuela antigua, escuela a la que me atengo mucho más que a la moderna c | —sus virtudes me parecen más grandes, sus vicios menores—:

b | Quienes se esfuerzan en demasía por evitar a Venus,

se equivocan tanto como quienes la secundan en exceso.[43]

Tu, Dea, tu rerum naturam sola gubernas,

nec sine te quicquam dias in luminis oras

exoritur, neque fit laetum nec amabile quicquam.[44]

[Tú, diosa, tú sola gobiernas la naturaleza, y sin ti nada

surge a las orillas celestes de la luz, y nada es alegre ni amable].

No sé quién ha podido sembrar cizaña entre Palas y las Musas, y Venus, y enfriar su actitud hacia el amor; pero yo no veo otras deidades que se avengan mejor, ni que se deban más cosas entre sí. Quien prive a las Musas de las imaginaciones amorosas, les arrebatará el más bello asunto de que disponen, y la más noble materia de su obra; y quien haga perder al amor la comunicación y el servicio de la poesía, debilitará sus mejores armas. De este modo, se acusa al dios de las relaciones amorosas y de la benevolencia, y a las diosas protectoras de la humanidad y de la justicia, del vicio de la ingratitud y la falta de reconocimiento.

No llevo tanto tiempo dado de baja de la lista y séquito de este dios como para no tener la memoria informada de sus fuerzas y valores:

agnosco ueteris uestigia flammae.[45]

[reconozco los vestigios de la vieja llama].

Queda todavía algún resto de emoción y calor una vez pasada la fiebre:

Nec mihi deficiat calor hic, hiemantibus annis.[46]

[Y que no me falte este calor en el invierno de mi vida].

Aunque seco y entumecido, siento todavía algunos tibios restos del ardor pasado:

Qual l’alto Aegeo per che Aquilone o Noto

cessi, che tutto prima il vuolse et scosse,

non s’accheta ei però, ma’l sono e’l moto,

ritien de l’onde anco agitate e grosse.[47]

[Así como el mar Egeo no se apacigua porque haya cesado el Aquilón o el Noto, que antes lo habían revuelto y sacudido, sino que retiene el ruido y el movimiento de las olas, todavía agitadas y grandes].

Pero, a mi entender, las fuerzas y el valor de este dios se encuentran más vivos y más animados en la descripción de la poesía que en su propia realidad:

Et uersus digitos habet.[48]

[Y el verso tiene dedos].

Ésta representa no sé qué aire más amoroso que el amor mismo. Venus no es tan hermosa completamente desnuda, y viva, y jadeante, como lo es aquí en Virgilio:

Dixerat, et niueis hinc atque hinc diua lacertis

cunctantem amplexu molli fouet. Ille repente

accepit solitam flammam, notusque medullas

intrauit calor, et labefacta per ossa cucurrit.

Non secus atque olim tonitru cum rupta corusco

ignea rima micans percurrit lumine nimbos.

… ea uerba locutus,

optatos dedit amplexus, placidumque petiuit

coniugis infusus gremio per membra soporem.[49]

[Dijo, y con sus níveos brazos la diosa lo envolvió, aún titubeante, en un blando abrazo. Él de súbito recibió la acostumbrada llama y un conocido ardor le penetró la médula y le circuló por los huesos vacilantes. No de otro modo como cuando, roto por un trueno ruidoso, un brillante desgarrón ígneo recorre con su luz las nubes… Dichas estas palabras, le dio los abrazos que deseaba, y buscó el seno de la esposa, imbuido de plácido sopor a través de los miembros].

Lo que me parece digno de consideración es que la describe un poco alterada para ser una Venus marital.[50] En este sabio trato, los deseos no resultan tan retozones; son apagados y menos agudos. El amor aborrece que se esté unido por otra cosa que por él, y se añade débilmente a las relaciones que se forman y mantienen con otro pretexto, como es el caso del matrimonio. En él la alianza, los recursos pesan, con razón, tanto o más que las gracias y la belleza. Por más que digan, uno no se casa para sí mismo; uno se casa, tanto o más, para su descendencia, para su familia. El uso y el interés del matrimonio atañen a nuestra estirpe mucho más allá de nosotros. Por eso me agrada la costumbre de que lo organice más bien una tercera mano que las propias, y más bien un juicio ajeno que el suyo. ¡Todo esto cómo se opone a las convenciones amorosas! Además, es una suerte de incesto emplear, en este parentesco venerable y sagrado, los impulsos y las extravagancias de la licencia amorosa, como me parece haber dicho en otro sitio.[51] Es preciso, dice Aristóteles, tocar a la esposa de manera prudente y severa, no sea que acariciándola con excesiva lascivia el placer la saque de las casillas de la razón.[52] Lo que él dice por la conciencia, los médicos lo dicen por la salud.[53] Porque un placer excesivamente encendido, voluptuoso y asiduo altera el semen e impide la concepción. Dicen, por otra parte, que para colmar una cópula languideciente, como lo es ésta por naturaleza, de justo y fértil calor, hay que ofrecerse a ella raramente y a notables intervalos:

Quo rapiat sitiens Venerem interiusque recondat.[54]

[Para que, ávida, acoja a Venus y la introduzca más profundamente].

No veo matrimonios que antes fracasen y se enturbien que aquellos que se guían por la belleza y los deseos amorosos. Se requieren fundamentos más sólidos y más constantes, y andar precavido; en ellos esa vivacidad ferviente no sirve de nada.

Quienes creen honrar el matrimonio porque le añaden el amor, hacen, me parece, lo mismo que quienes, para favorecer a la virtud, sostienen que la nobleza no es otra cosa que virtud.[55] Son cosas que guardan cierto parentesco; pero hay mucha diferencia: no es necesario mezclar sus nombres y sus títulos; se perjudica a una u otra confundiéndolas. La nobleza es una hermosa cualidad, e introducida con razón; pero dado que es una cualidad que depende de otros, y que puede recaer en un hombre vicioso y sin valía alguna, tiene una estimación muy inferior a la de la virtud. Es una virtud, si lo es, artificial y visible, dependiente del tiempo y de la fortuna, de forma variable según las regiones, viviente y mortal, sin nacimiento, como el río Nilo,[56] genealógica y común, fundada en la continuidad y la semejanza, sacada como consecuencia, y consecuencia bien débil. La ciencia, la fuerza, la bondad, la belleza, la riqueza, todas las restantes cualidades, pueden comunicarse y compartirse; ésta se consume en sí misma, no tiene ningún uso al servicio de los demás. Le propusieron a uno de nuestros reyes que eligiera entre dos rivales para un mismo cargo. Uno de ellos era gentilhombre; el otro, no. Ordenó que, sin reparar en esta cualidad, se eligiera al que tuviese más mérito; pero que, si la valía era exactamente la misma, se tomara la nobleza en cuenta. Era atribuirle exactamente su rango. Antígono, a un hombre desconocido que le pedía el mismo cargo que había desempeñado su padre, un hombre de mérito que acababa de morir, le dijo: «Amigo mío, en tales favores no miro tanto la nobleza de mis soldados como su bravura».[57]

c | En verdad, no debe ocurrir como con los oficiales de los reyes de Esparta, trompetas, músicos, cocineros, a quienes los hijos sucedían en su cargo, por ignorantes que fuesen, en vez de los mejores expertos del oficio.[58] Los de Calicut hacen de los nobles una especie por encima de la humana. Tienen prohibido el matrimonio, y toda profesión que no sea la militar. Pueden poseer todas las concubinas que quieran; y las mujeres, tantos rufianes como se les antoje, sin celos entre ellos. Pero es un crimen capital e irremisible emparejarse con alguien de otra condición que la propia. Y se consideran mancillados sólo con que les toquen al pasar; y, como si su nobleza sufriera una ofensa y un daño extraordinarios, matan a quienes simplemente se aproximan un poco demasiado a ellos. De tal suerte que aquellos que no son nobles se ven obligados a proferir gritos al andar, como hacen los gondoleros de Venecia en los recodos de las calles para no chocar entre sí; y los nobles les mandan echarse al lado que se les antoja. Éstos evitan así una ignominia que consideran perpetua; aquéllos, una muerte segura. Ningún transcurso de tiempo, ningún favor de príncipe, ningún cargo, virtud o riqueza puede lograr que un plebeyo llegue a ser noble. Lo cual está secundado por la costumbre de que estén prohibidos los matrimonios entre oficios distintos. La muchacha de una familia de zapateros no puede casarse con un carpintero; y los padres están obligados a educar a los hijos en la profesión de los padres, de manera estricta, y no en otra profesión, de suerte que se mantiene la distinción y la continuidad de su fortuna.[59]

b | Un buen matrimonio, si existe, rehúsa la compañía y las condiciones del amor. Intenta remedar las de la amistad. Es una dulce asociación de vida, llena de constancia, de confianza y de un número infinito de útiles y sólidos servicios y de obligaciones mutuas.[60] Ninguna mujer que prueba su sabor,

optato quam iunxit lumine taeda,[61]

[a la que la antorcha nupcial haya unido con su anhelada luz],

querría ocupar el lugar de una amante de su marido. Si ella reside en su afecto como esposa, reside en él con mucho más honor y seguridad. Aunque el hombre se haga el apasionado y el solícito en otra parte, que le pregunten a quién preferiría ver víctima de una infamia, a su esposa o a su amante, de quién le afligiría más un infortunio, a quién le desea más grandeza; tales preguntas no plantean ninguna duda en un matrimonio sano. El hecho de que se vean tan pocos buenos es signo de su importancia y valor. Si se forma bien y se considera bien, no hay elemento más hermoso en nuestra sociedad. No podemos privarnos de él, y lo estamos envileciendo. Sucede lo que vemos en las jaulas: los pájaros que están fuera se desesperan por entrar; y los que están dentro, tienen el mismo afán por salir. c | Preguntado Sócrates sobre si era más conveniente tomar esposa o no tomarla, respondió: «Hagas una cosa u otra, te arrepentirás».[62] b | Es una convención a la cual se ajusta oportunamente aquello que se dice: «Homo homini o Deus o lupus»[63] [el hombre es o un dios o un lobo para el hombre]. Para forjarlo, se requiere la coincidencia de muchas cualidades. En estos tiempos les resulta más cómodo a las almas simples y populares, en las cuales las delicias, la curiosidad y la ociosidad no lo enturbian tanto. Los caracteres desenfrenados, como el mío, que odio toda suerte de atadura y de obligación, no son tan apropiados:

Et mihi dulce magis resoluto uiuere collo.[64]

[Y a mí me resulta más grato vivir sin una cuerda al cuello].

Por propia voluntad, habría evitado casarme aun con la sabiduría, si me hubiese querido. Pero, por más que digamos, la costumbre y el uso de la vida común nos arrastran. La mayoría de mis acciones se guían por el ejemplo, no por elección. Sin embargo, propiamente, no me invité yo; me llevaron, y se me condujo por motivos externos. Porque no sólo las cosas incómodas, sino incluso las más deshonestas y viciosas, y dignas de ser evitadas, pueden llegar a ser aceptables por alguna condición y circunstancia. Hasta tal extremo es vana la situación humana. Y se me condujo entonces, ciertamente, peor preparado y más reacio de lo que ahora estoy, tras haberlo probado. Y, aunque me consideren muy licencioso, en verdad he observado las leyes del matrimonio con mayor severidad de lo que había prometido y esperado. No es ya momento de resistirse cuando uno se ha dejado atrapar. Debe preservarse prudentemente la propia libertad; pero, una vez te has sometido a la obligación, has de atenerte a ella, con arreglo a las leyes del deber común, al menos esforzarte en hacerlo. Quienes asumen este trato para comportarse en él con odio y desdén, obran de manera injusta e inconveniente. Y esta hermosa regla que veo que ellas se pasan de mano en mano, como un santo oráculo:

Sirve a tu marido como si fuera tu amo,

y guárdate de él como si fuera un traidor,

que es tanto como decir: Compórtate con él con una reverencia forzada, hostil y desafiante —grito de guerra y de desafío—, es tan injusta como difícil. Yo soy demasiado blando para propósitos tan espinosos. A decir verdad, no he llegado todavía a esa perfección de habilidad y exquisitez de espíritu de confundir la razón con la injusticia, y de burlarme de todo orden y regla que no concuerde con mi deseo. No por odiar la superstición me lanzo de inmediato a la irreligión. Si no siempre se cumple el deber, al menos hay que amarlo y reconocerlo siempre. c | Es una traición casarse sin desposarse. b | Sigamos adelante.

Nuestro poeta representa un matrimonio lleno de acuerdo y de buena relación, en el cual, sin embargo, escasea la lealtad.[65] ¿Ha pretendido quizá decir que no es imposible rendirse a los impulsos del amor y, no obstante, reservar algún deber para con el matrimonio, y que uno puede vulnerarlo sin romperlo del todo? c | El criado puede sisar al amo pese a no odiarle. b | La belleza, la oportunidad, el destino —pues también el destino interviene—,

fatum est in partibus illis

quas sinus abscondit: nam, si tibi sidera cessent,

nil faciet longi mensura incognita nerui,[66]

[el destino radica en aquellas partes que se ocultan bajo los pliegues; pues, si los astros te abandonan, de nada te servirá la insólita longitud de tu miembro],

la han ligado a un extraño, no tan entera tal vez que no pueda restarle algún lazo por el cual continúe unida a su marido. Son dos propósitos cuyos caminos son diferentes y no se confunden. Una mujer puede entregarse a un personaje al que en modo alguno querría haber desposado; no digo por las condiciones de su fortuna, sino incluso por las de su persona. Pocos hombres se han casado con sus amantes sin haberse arrepentido. c | Y hasta en el otro mundo, ¡qué mala pareja hace Júpiter con su mujer, a la que antes había seducido y gozado en sus amoríos! Es lo que se dice cagar en un cesto para después ponérselo en la cabeza.

b | En estos tiempos he visto que en cierta buena familia curaban el amor, de una forma vergonzosa y deshonesta, por medio del matrimonio: las consideraciones son demasiado distintas. No tenemos dificultad en amar dos cosas diversas y contrarias. Isócrates decía que la ciudad de Atenas agradaba como lo hacen aquellas damas a las que se corteja por amor. Todo el mundo deseaba ir a dar una vuelta y a pasar el tiempo en ella; nadie la quería para casarse, es decir, para establecerse y fijar el domicilio.[67] Me ha irritado ver a maridos que odian a sus esposas por el solo hecho de que las engañan. Al menos no debemos amarlas menos por nuestra culpa; por arrepentimiento y compasión al menos, nos deberían ser más estimadas.

Son fines diferentes y sin embargo, dice, en cierta manera compatibles.[68] El matrimonio tiene a su favor la utilidad, la justicia, el honor y la constancia: un placer plano, pero más general. El amor se funda tan sólo en el placer; y lo posee, en verdad, más delicioso, más vivo y más agudo: un placer avivado por la dificultad. Necesita picazón y escozor. Sin flechas y sin fuego, deja de ser amor. La generosidad de las damas es demasiado profusa en el matrimonio, y embota la punta del afecto y del deseo. c | Para eludir este inconveniente, ved el trabajo que se toman en sus leyes Licurgo y Platón.[69]

b | Las mujeres no se equivocan del todo cuando rehúsan las reglas de vida vigentes en el mundo, porque las han establecido los hombres sin su intervención. La intriga y disputa entre ellas y nosotros es natural. Por más íntimo que sea nuestro acuerdo con las mujeres, no dejará de ser turbulento y tempestuoso. A juicio de nuestro autor, las tratamos sin consideración en este asunto. Hemos averiguado que, sin comparación posible, son más capaces y más ardorosas en los hechos del amor que nosotros, y que así lo atestiguó un antiguo sacerdote que había sido tanto hombre como mujer:[70]

Venus huic erat utraque nota.[71]

[Ambas Venus le eran conocidas].

Y, además, hemos conocido de sus propios labios la prueba que en otros tiempos realizaron, en siglos diferentes, un emperador y una emperatriz romanos,[72] grandes y célebres expertos en la tarea. Él desfloró en una noche a diez vírgenes sármatas, que tenía cautivas;[73] pero ella, en una noche, atendió regiamente veinticinco acometidas, cambiando de compañía según su gusto y su necesidad:[74]

adhuc ardens rigidae tentigine uuluae,

et lassata uiris, nondum satiata, recessit.[75]

[se retiró aún ardiente por el prurito de su rígida vulva,

y cansada de hombres, todavía no satisfecha].

Y hemos sabido del litigio que tuvo lugar en Cataluña. Una mujer se quejaba de las cargas demasiado asiduas de su marido —no tanto, a mi juicio, porque le incomodaran, pues sólo creo en milagros en la fe, como para restringir y contener, con este pretexto, incluso en lo que constituye el acto fundamental del matrimonio, la autoridad de los maridos ante sus esposas, y para mostrar que sus malos humores y su malicia hacen caso omiso del lecho nupcial, y pisotean hasta las gracias y las dulzuras de Venus—. Frente a tal queja, el marido, hombre en verdad brutal y desnaturalizado, respondía que ni siquiera en los días de ayuno podía arreglárselas con menos de diez. Se interpuso un notable decreto de la reina de Aragón,[76] por el cual, tras una madura deliberación del consejo, esta buena reina, para regular y ejemplificar en todo momento la moderación y el pudor requeridos en un justo matrimonio, prescribió como límites legítimos y necesarios el número de seis al día. Según decía, disminuía y rebajaba en mucho la necesidad y el deseo de su sexo, para establecer un uso cómodo y, por lo tanto, permanente e inmutable.[77] A este propósito, los doctores exclaman: ¿hasta dónde no llegará el deseo y la concupiscencia femenina, si su razón, su reforma y su virtud se tasan a este precio? c | Consideran, en efecto, el distinto juicio sobre nuestros deseos, pues Solón, modelo de la escuela jurídica, tasa sólo en tres veces al mes, para no cometer falta, este trato conyugal.[78] b | Tras haber creído y predicado esto, digo yo, les hemos atribuido de forma particular la continencia, y bajo castigos máximos y extremos.

No existe pasión más apremiante que ésta, a la cual pretendemos que se resistan sólo ellas, no simplemente como a un vicio relativo, sino como a la abominación y a la execración, más que a la irreligión y al parricidio; y mientras tanto nosotros nos entregamos a ella sin culpa ni reproche.[79] Incluso aquellos entre nosotros que han intentado lograrlo han admitido de sobra cuál era la dificultad, o más bien imposibilidad, de someter, debilitar y enfriar el cuerpo usando remedios materiales. Nosotros, en cambio, queremos que estén sanas, fuertes, bien dispuestas, bien alimentadas, y que sean castas al mismo tiempo, es decir, que sean a la vez calientes y frías. Porque el matrimonio, cuya misión decimos que es impedir que ardan, les reporta poco alivio, de acuerdo con nuestras costumbres. Si toman un hombre en quien el vigor de la edad bulle todavía, éste se gloriará de esparcirlo en otro sitio:

Sit tandem pudor; aut eamus in ius;

multis mentula millibus redempta,

non est haec tua, Basse; uendidisti.[80]

[Avergüénzate por fin, o acudamos a la justicia; este miembro

comprado por muchos miles no es tuyo, Baso; me lo vendiste].

c | Al filósofo Polemón su esposa le puso un pleito, con toda justicia, porque sembraba en campo estéril el fruto debido al campo genital.[81] b | Si se trata de uno de esos achacosos, en pleno matrimonio se encuentran en peor condición que vírgenes y viudas. Las damos por bien atendidas porque tienen a un hombre al lado, como los romanos dieron a la vestal Clodia Laeta por violada porque Calígula se le había acercado, aunque se comprobó que no había hecho sino acercársele.[82] Pero, todo lo contrario: con esto se agrava su necesidad, pues el contacto y la compañía de un varón despiertan su ardor, que permanecería más calmado en la soledad. Y con el fin, verosímilmente, de volver su castidad más meritoria con esta circunstancia y consideración, Boleslao y su esposa Cunegunda, reyes de Polonia, se consagraron a ella de común acuerdo, acostados juntos, el día mismo de sus nupcias, y la mantuvieron en las barbas de las ventajas maritales.[83]

Las educamos desde la infancia para los preparativos del amor: su gracia, su acicalamiento, su ciencia, su palabra, toda su instrucción tiene ese único objetivo. Sus preceptoras no les imprimen otra cosa que la imagen del amor, aunque sólo sea representándosela continuamente para que se disgusten de ella. Mi hija —no tengo otra descendencia— está en la edad en la cual las leyes permiten casarse a los más ardorosos;[84] tiene una complexión tardía, delicada y blanda, y su madre la ha criado igualmente de manera retirada y particular, de suerte que no empieza todavía sino a despertarse de la ingenuidad de la infancia. Estaba leyendo un libro francés en mi presencia. Salió la palabra «fouteau», nombre de un conocido árbol; la mujer a cuyo cargo está la detuvo en seco con cierta rudeza, y le hizo pasar por encima el paso peligroso.[85] Yo la dejé hacer para no turbar sus reglas, pues no me ocupo en absoluto de su formación. El gobierno de las mujeres sigue un curso misterioso; debemos cedérselo a ellas. Pero, si no me equivoco, el trato con veinte lacayos no habría podido imprimir en su fantasía, en seis meses, la comprensión y el uso, y todas las consecuencias, del sonido de estas sílabas criminales, como lo hizo esta buena vieja con su reprimenda y su prohibición:

Motus doceri gaudet Ionicos,

matura uirgo, et frangitur artubus

iam nunc, et incestos amores

de tenero meditatur ungui.[86]

[La virgen núbil se complace en aprender las danzas jónicas, se rompe ya los miembros y empieza, desde la niñez, a meditar amores impúdicos].

Si se dispensan un poco de la ceremonia, si empiezan a hablar con libertad, no somos más que niños a su lado, en esta ciencia. Escúchalas referir nuestros cortejos y nuestras conversaciones: te hacen dar cuenta de que nada les aportamos que no hayan sabido y digerido sin nosotros. c | ¿Será acaso lo que dice Platón: que en otros tiempos fueron muchachos disolutos?[87] b | Mi oído se encontró un día en un lugar donde podía sorprender algunas de las charlas que mantenían entre ellas sin sospecha. ¿Acaso puedo contarlo? ¡María Santísima —dije—, vayamos ahora a estudiar las frases del Amadís y de las colecciones de Bocaccio y del Aretino para pasar por hábiles!; ¡en verdad empleamos bien nuestro tiempo! No hay palabra ni ejemplo ni conducta que ellas no sepan mejor que nuestros libros. Es una ciencia que nace en sus venas,

Et mentem Venus ipsa dedit,[88]

[Y la misma Venus les infundió este espíritu],

que esos buenos maestros, la naturaleza, la juventud y la salud, les soplan continuamente en el alma. No necesitan aprenderla, la engendran:

Nec tantum niueo gauisa est ulla columbo

compar, uel si quid dicitur improbius,

oscula mordenti semper decerpere rostro,

quantum praecipue multiuola est mulier.[89]

[Y jamás ninguna paloma, ni pájaro alguno al que llamen más lascivo, ha gozado tanto con su blanco compañero, mordiéndole sin cesar con el pico, como una mujer locamente enamorada].

Si no se hubiese contenido un poco la natural violencia de su deseo por medio del temor y el honor con que se las ha provisto, seríamos difamados. Todo el movimiento del mundo se resuelve en este acoplamiento y conduce hacia él; es una materia infusa por todas partes, es un centro al que miran todas las cosas. Todavía pueden verse ordenanzas de la vieja y sabia Roma promulgadas al servicio del amor, y los preceptos de Sócrates para instruir a las cortesanas:[90]

Nec non libelli Stoici inter sericos

iacere puluillos amant.[91]

[Y son los libros estoicos los que se complacen entre los cojines de seda].

Zenón, en sus leyes, regulaba también las aperturas de piernas y las sacudidas del desfloramiento.[92] c | ¿Qué sentido tenía el libro del filósofo Estratón sobre la conjunción carnal?[93] ¿Y de qué trataba Teofrasto en los que tituló El enamorado y El amor?[94] ¿De qué, Aristipo en el suyo sobre las antiguas delicias?[95] ¿Qué pretensión tienen las descripciones de Platón, tan extensas y vivas, sobre los amores[96] de su tiempo?[97] ¿Y el libro sobre el enamorado de Demetrio de Falero?;[98] ¿y Clinias o el enamorado forzado de Heráclides del Ponto?[99] ¿Y, de Antístenes, el que compuso sobre la procreación de los hijos o sobre las nupcias, y el otro sobre el amado o el amante?,[100] ¿y, de Aristón, el de los ejercicios amorosos?,[101] ¿de Cleantes, uno sobre el amor, otro sobre el arte de amar?[102] ¿Los diálogos amorosos de Esfera?,[103] ¿y la fábula de Júpiter y Juno de Crisipo, desvergonzada más allá de lo tolerable?,[104] ¿y sus cincuenta cartas tan lascivas?[105] Quiero dejar aparte los escritos de los filósofos que han seguido la escuela epicúrea, protectora del placer. b | En el pasado había cincuenta deidades sometidas a esta tarea. Y ha habido alguna nación donde, para adormecer la concupiscencia de quienes acudían a la devoción, mantenían en los templos muchachas de las que gozar,[106] y era un acto ceremonial servirse de ellas antes de acudir al oficio.[107] c | Nimirum propter continentiam incontinentia necessaria est; incendium ignibus extinguitur[108] [Con seguridad, la incontinencia es necesaria a causa de la continencia; el incendio se extingue con el fuego].

b | En casi todo el mundo, esta parte de nuestro cuerpo estaba deificada. En una misma provincia, algunos se la desollaban para ofrecer y consagrar un pedazo; otros ofrecían y consagraban su simiente. En otra, los jóvenes se la perforaban en público, y se la abrían por varios sitios entre la carne y la piel, y hacían pasar por esos orificios unas estaquillas, las más largas y gruesas que podían soportar; y después las quemaban como ofrenda a sus dioses. Y se les consideraba poco vigorosos y poco castos si se asustaban por la violencia de este cruel dolor.[109] En otros lugares, el magistrado más sacro era venerado y reconocido por estas partes. Y en numerosas ceremonias su efigie era llevada en triunfo en honor de varias divinidades.[110] Las damas egipcias, en la fiesta de las bacanales, se colgaban al cuello uno de madera, exquisitamente modelado, grande y pesado, cada una según su fuerza, aparte del hecho de que la estatua de su dios representaba uno que excedía en tamaño al resto del cuerpo.[111] Las mujeres casadas, cerca de aquí, forjan con su sombrero una representación suya en la frente, para jactarse del goce que obtienen de él; y, cuando enviudan, la inclinan hacia atrás y la sepultan bajo su tocado.[112]

En Roma, las más sabias matronas se honraban en ofrecer flores y coronas al dios Príapo; y se hacía sentar a las vírgenes sobre sus partes menos honestas en el momento de sus nupcias.[113] Todavía no sé si no he visto en estos días cierto aire de una devoción semejante.[114] ¿Qué significaba esa ridícula pieza de los calzones de nuestros padres que aún se ve en nuestros suizos?[115] ¿Para qué sirve el alarde que hacemos ahora de nuestras partes en forma, bajo nuestros calzones, y a menudo, peor aún, más allá de su tamaño natural, con falsedad e impostura? c | Me inclino a creer que esta clase de prenda fue inventada en los siglos mejores y más escrupulosos, para no engañar a la gente, para que cada cual rindiera cuentas en público de su caso. Las naciones más simples todavía lo conservan con alguna semejanza a la verdad. En aquel entonces se instruía al arte del operario, como se hace ahora con la medida del brazo o del pie.

b | Aquel buen hombre que, en mi juventud, castró tantas hermosas y antiguas estatuas en su gran ciudad, para no corromper la vista,[116] c | siguiendo la opinión de otro antiguo buen hombre:

Flagitii principium est nudare inter ciues corpora;[117]

[Es un principio de obscenidad desnudar el cuerpo entre ciudadanos];

b | debería haber advertido que, así como en los misterios de la Buena Diosa se excluía toda imagen masculina,[118] nada se ganaba salvo si se hacía castrar también a los caballos y los asnos, y en suma a la naturaleza:

Omne adeo genus in terris hominumque ferarumque,

et genus aequoreum, pecudes, pictaeque uolucres,

infurtas ignemque ruunt.[119]

[Pues toda clase de hombres y de fieras en la tierra, y toda clase de peces, ganados y aves coloreadas se precipitan en los furores y en el fuego].

c | Los dioses, dice Platón, nos han dotado con un miembro desobediente y tiránico, que, como un animal furioso, intenta, mediante la violencia de su deseo, someterlo todo a su poder. Lo mismo sucede, en las mujeres, con el suyo. Es como un animal glotón y ávido, que, si se rehúsa alimentarlo a tiempo, enloquece, incapaz de soportar demora alguna, y que, extendiendo su rabia por su cuerpo, obstruye los conductos, detiene la respiración, y causa mil clases de males; hasta que, una vez sorbido el fruto de la sed común, ha rociado y sembrado ampliamente con él el fondo de su matriz.[120]

b | Ahora bien, mi legislador[121] debería haber advertido también que tal vez sea un uso más casto y provechoso darles pronto a conocer lo natural, en vez de dejárselo adivinar según la libertad y el calor de su fantasía. Sustituyen las partes verdaderas, con el deseo y con la esperanza, por otras extravagantes al máximo. c | Y algún conocido mío se ha perdido por haber mostrado las suyas en un lugar en el cual no estaba todavía en condiciones de asignarles su función más seria. b | ¿Qué daño no ocasionan esos enormes retratos que los niños esparcen por los pasillos y las escaleras de las casas reales? De aquí procede su cruel desprecio por nuestra capacidad natural. c | ¿Sabemos acaso si Platón, al ordenar, según el ejemplo de otros Estados bien organizados, que hombres, mujeres, viejos y jóvenes se exhibieran desnudos a la vista unos de otros, en sus ejercicios gimnásticos, no atendió a este punto?[122] b | Las indias que ven a los hombres al natural han enfriado al menos el sentido de la vista. c | Y es cierto que las mujeres del gran reino de Pegú dicen que el hecho de no llevar, debajo de la cintura, otra cosa para cubrirse que un trapo abierto por delante, y tan estrecho que, por más que pretendan una decencia ceremonial, a cada paso se las ve enteras, es una invención pensada para atraer a los hombres hacia ellas, y apartarlos de los varones, a los que su nación está completamente entregada.[123] Pero podría decirse que pierden más de lo que ganan, y que el hambre entera es más violenta que aquella que se ha saciado por lo menos con los ojos. b | Además, decía Livia que, para una mujer de bien, un hombre desnudo no es más que una estatua.[124] c | Las lacedemonias, más vírgenes, ya mujeres, que nuestras muchachas, veían todos los días a los jóvenes de su ciudad ejercitándose desnudos; y ellas mismas eran poco estrictas para cubrirse los muslos al andar, pues se consideraban, como dice Platón, suficientemente tapadas con su virtud, sin necesidad de verdugado.[125] Pero aquellos de quienes habla san Agustín, que han puesto en duda si las mujeres, en el juicio universal, resucitarán con su sexo, y no más bien con el nuestro, para no tentarnos aun en ese santo estado, han atribuido una extraordinaria fuerza tentadora a la desnudez.[126]

b | En suma, las seducimos y atraemos por todos los medios; encendemos e incitamos su imaginación sin tregua, y después gritamos ¡barriga, barriga! Confesemos la verdad: apenas hay nadie entre nosotros que no tema más la vergüenza que le afecta por los vicios de su mujer que aquella que le afecta por los suyos; que no se preocupe más —extraordinaria caridad— por la conciencia de su buena esposa que por la suya propia; que no prefiriera ser ladrón y sacrílego, y que su mujer fuese asesina y hereje, a que ella no sea más casta que su marido. c | ¡Inicua evaluación de los vicios! Tanto nosotros como ellas somos capaces de mil corrupciones más perniciosas y desnaturalizadas que la lascivia. Pero hacemos y valoramos los vicios no según su naturaleza sino según nuestro interés; y por eso adoptan tantas formas desiguales. La violencia de nuestros decretos vuelve la aplicación de las mujeres a este vicio más violenta y viciosa de lo que comporta su condición; y la arrastra a consecuencias peores que su causa.

Ellas aceptarían de buena gana acudir a la corte de justicia en busca de una ganancia, y a la guerra en busca de reputación, antes que tener que hacer, en plena ociosidad y entre delicias, una guardia tan difícil. ¿Acaso no ven que no hay mercader, ni procurador, ni soldado que no abandone su tarea para correr a esta otra, ni tampoco mozo de cuerda, ni zapatero, por más agobiados y exhaustos que estén por el trabajo y el hambre?

Nam tu, quae tenuit diues Achaemenes,

aut pinguis Phrygiae Mygdonias opes,

permutare uelis crine Licinniae,

plenas aut Arabum domos,

dum fragrantia detorquet ad oscula

ceruicem, aut facili saeuitia negat,

quae poscente magis gaudeat eripi,

interdum rapere occupet?[127]

[Pues tú ¿querrías cambiar por toda la fortuna de Aquémenes o por las riquezas migdonias de la pingüe Frigia o las opulentas casas de los árabes un cabello de Licimnia cuando se inclina hacia tus besos perfumados, o cuando, con dulce crueldad, rehúsa que le arrebates los besos de los que desea gozar más que tú y que ella te hurtará enseguida la primera?].

b | Ignoro si las gestas de César y de Alejandro superan en dureza la resolución de una bella joven, educada a nuestro modo, a la luz del mundo y tratando con él, acuciada por tantos ejemplos contrarios, que se mantenga íntegra en medio de mil continuos e intensos cortejos. No existe acción más ardua que esta inacción, ni más activa. Me parece más fácil llevar una coraza toda la vida que conservar la virginidad. Y el voto de virginidad es el más noble de todos los votos porque es el más duro. c | «Diaboli uirtus in lumbis est» [La fuerza del diablo está en los lomos], dice san Jerónimo.[128]

b | Ciertamente, hemos cedido a las damas el más arduo y el más vigoroso de los deberes humanos, y les cedemos su gloria. Esto debe servirles de singular aguijón para que se empeñen en él. Es una hermosa materia para desafiarnos, y para pisotear la vana superioridad en valor y en virtud que pretendemos sobre ellas. Encontrarán, si le prestan atención, que serán no sólo muy apreciadas, sino también más amadas. Un caballero no abandona su cortejo porque le rechacen, con tal de que el rechazo se deba a la castidad, no a la elección. Por mucho que juremos y amenacemos, y nos quejemos, mentimos, las amamos más. No hay señuelo como una sabiduría que no sea dura ni ceñuda. Es estúpido y cobarde obstinarse contra el odio y el desprecio; pero, contra una resolución virtuosa y firme, mezclada con una voluntad agradecida, es el ejercicio de un alma noble y generosa. Ellas pueden agradecer nuestros servicios hasta cierto punto, y hacernos notar honestamente que no nos desdeñan.

c | En efecto, la ley que les ordena abominar de nosotros porque las adoramos, y odiarnos porque las amamos, es ciertamente cruel, aunque sólo sea por su dificultad. ¿Por qué no han de escuchar nuestros ofrecimientos y nuestras demandas mientras se atengan al deber de la decencia? ¿Por qué dedicarse a conjeturar que suenan por dentro con un sentido más libre? Una reina de estos tiempos decía ingeniosamente que rehusar estas aproximaciones es prueba de flaqueza, y admisión de la propia facilidad, y que una dama no tentada no podía jactarse de ser casta.[129]

b | Los límites del honor no son tan estrechos. Éste puede relajarse, puede dispensarse en cierta medida, sin faltar a su deber. En el límite de su frontera hay cierta extensión libre, indiferente y neutra. Quien haya podido rechazarla y acorralarla a la fuerza, hasta su rincón y su cubil, es un necio si no está contento con su fortuna. El valor de la victoria se mide por la dificultad. ¿Quieres saber qué impresión han producido en su ánimo tu cortejo y tu mérito? Mídela según sus costumbres. Aquella que no cede tanto puede ser la que más cede. El reconocimiento por un favor se refiere por entero a la voluntad de quien da.[130] Las demás circunstancias que corresponden al favor son mudas, muertas y casuales. A una le cuesta más dar ese poco que a su compañera darlo todo. Si la rareza sirve de medida en alguna cosa, debe ser en esto. No mires qué poco es, sino qué pocos lo tienen. El valor de la moneda cambia según el cuño y la marca del lugar.

Por más que el despecho y la indiscreción de algunos puedan hacerles decir, por su excesivo descontento, la virtud y la verdad recuperan siempre su ventaja. He visto mujeres cuya reputación ha estado mucho tiempo dañada de manera injusta, que han recobrado la aprobación universal de los hombres por su sola firmeza, sin esfuerzo ni artificio. Todo el mundo se arrepiente y se desdice de lo que había creído. De ser muchachas un poco sospechosas, han pasado a ocupar el primer rango entre las damas honorables. Alguien le dijo a Platón: «Todo el mundo habla mal de ti». «Déjales decir», replicó; «viviré de manera que les haré cambiar de lenguaje».[131] Además del temor a Dios, y del premio de una gloria tan singular, que deben incitarlas a preservar su integridad, la corrupción de este siglo las fuerza a ello. Y, si estuviera en su lugar, yo haría cualquier cosa antes que confiar mi reputación a manos tan peligrosas. En mis tiempos, el placer del relato —placer que apenas cede en dulzura al del hecho mismo— no estaba permitido sino a quienes tenían algún amigo fiel y único; ahora, las conversaciones habituales de los grupos y de las mesas son las jactancias por los favores recibidos, y la secreta generosidad de las damas. En verdad, es excesiva la abyección y bajeza de ánimo de dejar perseguir, manejar y destruir tan cruelmente esas tiernas y delicadas dulzuras a personas ingratas, indiscretas y tan volubles.

Esta exasperación nuestra, inmoderada e ilegítima, contra este vicio surge de la más vana y tormentosa enfermedad que aflige a las almas humanas, que son los celos:

Quis uetat apposito lumen de lumine sumi?

Dent licet, assidue, nil tamen inde perit.[132]

[¿Quién impide que se tome la luz de una luz

contigua? Aunque den asiduamente, nada pierden].

Éstos y su hermana la envidia me parecen de los más ineptos del grupo. De la última apenas puedo hablar; esta pasión, que pintan tan fuerte y tan poderosa, no tiene por su gracia influencia alguna en mí. En cuanto a la otra, la conozco al menos de vista. Los animales se ven afectados por ella. Al pastor Cratis, de quien se había enamorado una cabra, el macho cabrío, por celos, le golpeó la cabeza con la suya, mientras dormía, y se la aplastó.[133] Hemos encumbrado el exceso de esta fiebre según el ejemplo de ciertas naciones bárbaras; las mejor formadas se han sentido incumbidas por ella, es razonable, pero no transportadas:

Ense maritali nemo confossus adulter

purpureo stygias sanguine tinxit aquas.[134]

[Ningún adúltero traspasado por la espada del marido

ha teñido las aguas estigias con su sangre púrpura].

Lúculo, César, Pompeyo, Antonio, Catón y otros hombres valerosos fueron cornudos, y lo supieron sin suscitar ningún tumulto. En aquel tiempo sólo el necio de Lépido murió de angustia por este motivo:[135]

Ah tum te miserum malique fati,

quem attractis pedibus, patente porta,

percurrent mugilesque raphanique.[136]

[¡Ay, entonces, pobre de ti, qué mala suerte la tuya, con las piernas

arrancadas, la puerta abierta, te recorrerán los mújoles y las nabas!].

Y el dios de nuestro poeta,[137] cuando sorprendió a uno de sus compañeros con su mujer, se contentó con avergonzarlos:

atque aliquis de Diis non tristibus optat

sic fieri turpis.[138]

[y alguno de los dioses, no de los más

austeros, desea una infamia semejante].

Y no deja, sin embargo, de inflamarse por las suaves caricias que ella le ofrece; y se queja de que ella haya desconfiado por este motivo de su afecto:

Quid causas petis ex alto?, fiducia cessit

quo tibi, Diua, mei?[139]

[¿Por qué buscas las causas tan lejos?

¿Dónde ha huido, diosa, tu confianza en mí?]

Incluso ella le pide un favor para un bastardo suyo,

Arma rogo genitrix nato.[140]

[Y te pido como madre armas para mi hijo].

que le es generosamente acordado. Y habla a Vulcano de Eneas con honor:

Arma acri facienda uiro.[141]

[Hay que forjarle armas a un hombre valeroso].

¡Con una humanidad verdaderamente más que humana! Y este exceso de bondad me parece bien que se ceda a los dioses:

nec diuis homines componier aequum est.[142]

[y no es justo comparar a los hombres con los dioses].

En cuanto a la confusión de los hijos, c | aparte de que los más graves legisladores la ordenan y persiguen en sus repúblicas,[143] b | no afecta a las mujeres, en las cuales esta pasión se halla, no sé cómo, aun más en su sitio:

Saepe etiam Iuno, maxima caelicolum,

coniugis in culpa flagrauit quotidiana.[144]

[Con frecuencia también Juno, la más grande de los cielos,

ardió de celos por la falta cotidiana de su marido].

Cuando los celos se adueñan de estas pobres almas débiles y carentes de resistencia, es lastimoso hasta qué punto las arrastran con violencia y las tiranizan cruelmente. Se introduce so capa de amistad; pero, una vez que las poseen, las mismas causas que servían de fundamento a la benevolencia pasan a serlo de un odio mortal. c | Es, entre las enfermedades del espíritu, aquélla a la que más cosas sirven de alimento y menos cosas de remedio. b | La virtud, la salud, el mérito, la reputación del marido son los incendiarios de su animosidad y de su rabia:

Nullae sunt inimicitiae, nisi amoris, acerbae.[145]

[No existen otras enemistades acerbas que las del amor].

Esta fiebre afea y corrompe todo aquello que, por lo demás, tienen de hermoso y de bueno. Y, de una mujer celosa, por más casta y buena administradora que sea, no hay acción que no huela a agrio e importuno. Se trata de una agitación rabiosa, que las empuja a un extremo del todo contrario a su causa. Fue notable lo que le sucedió a un tal Octavio en Roma. Tras acostarse con Poncia Postumina, creció su afecto, a resultas del placer, e intentó a toda costa casarse con ella; al no poderla persuadir, el extremo amor que sentía le precipitó a los actos de la más cruel y mortal enemistad: la mató.[146] De igual manera, los síntomas habituales de esta otra enfermedad amorosa son odios intestinos, complots, conjuras,

notumque furens quid faemina possit,[147]

[y se sabe de qué es capaz una mujer furiosa],

y una rabia que se atormenta tanto más cuanto está obligada a excusarse con el pretexto de la benevolencia.

Ahora bien, el deber de castidad abarca una gran extensión. ¿Queremos acaso que contengan su voluntad? Es un elemento muy dúctil y activo. Es demasiado rápida para que podamos detenerla. ¿Cómo, si los sueños las llevan a veces tan lejos que no pueden retractarse? No está en su poder, ni siquiera tal vez en el de la castidad, dado que es mujer, defenderse de las concupiscencias y del deseo. Si sólo nos interesa su voluntad, ¿hasta dónde llegamos? Imagínate la gran premura de quien tuviese el privilegio de ser conducido en el momento propicio, con unas alas, sin ojos ni lengua, donde todas lo aceptaran. c | Las mujeres escitas sacaban los ojos a todos sus esclavos y prisioneros de guerra para servirse de ellos con mayor libertad y secreto.[148]

b | ¡Oh, qué furiosa ventaja la oportunidad! Si alguien me preguntase por la primera cualidad en el amor, le respondería que es saber aprovechar el momento; la segunda, otro tanto, y también la tercera. Es un punto que lo puede todo. Con frecuencia me ha faltado la fortuna, pero a veces también la iniciativa. Que Dios libre de mal a quien todavía pueda burlarse de ello. En este siglo se requiere más temeridad, que los jóvenes de hoy excusan con el pretexto del ardor. Pero si ellas lo mirasen de cerca, verían que procede más bien del desprecio. Yo tenía un miedo supersticioso a ofender, y suelo respetar lo que amo. Además, si alguien elimina la reverencia de esta mercancía, la priva de brillo. A mí me gusta que se haga un poco el niño, el tímido y el servidor. Si no del todo en este asunto, en otras cosas tengo ciertas trazas de aquella necia vergüenza de la que habla Plutarco;[149] y el curso de mi vida ha sido herido y manchado de distintas maneras por ella —cualidad muy poco acorde con mi forma universal; ¿qué somos, por lo demás, sino sedición y discrepancia?—. A mis ojos les cuesta soportar las negativas, también darlas. Y tanto me pesa pesar a los demás que, cuando el deber me obliga a poner a prueba la voluntad de alguien en un asunto dudoso y difícil para él, lo hago débilmente y a regañadientes. Pero, si es en mi interés c | —aunque Homero diga con razón que en el indigente la vergüenza es una virtud necia—,[150] b | suelo encargarle a un tercero que se ruborice en mi lugar. Y rechazo a quienes me emplean con la misma dificultad, hasta el punto que a veces me ha sucedido que tenía la intención de decir no sin fuerza para hacerlo.

Es, por tanto, una locura intentar contener en las mujeres un deseo que para ellas es c | tan vivo y b | tan natural. Y cuando las oigo ufanarse de poseer una voluntad tan virgen y tan fría, me río de ellas. Se echan demasiado atrás. Si se trata de una vieja desdentada y decrépita, o de una joven seca y neumónica, aunque no sea del todo creíble, al menos tiene motivos para decirlo. Pero las que todavía se mueven y respiran, agravan su caso, pues las excusas imprudentes valen como acusación.[151] Así, un gentilhombre vecino mío, del que se sospechaba que era impotente,

Languidior tenera cui pendens sicula beta

nunquam se mediam sustulit ad tunicam,[152]

[Su daguita, que le cuelga más floja que una acelga mojada,

nunca se le ha levantado hasta el medio de la túnica],

tres o cuatro días después de su boda, juró con gran osadía, para justificarse, que la noche anterior había realizado veinte cargas, de lo cual se han servido después para acusarlo de pura ignorancia y para separarlo.

Además, eso no es decir nada de valor. Porque no hay continencia ni virtud sin esfuerzo en sentido contrario. «Es verdad», debe decirse, «pero no estoy dispuesta a rendirme». Aun los santos hablan así. Me refiero a aquellas que se ufanan en serio de su frialdad e insensibilidad, y que pretenden ser creídas con semblante grave. Pues, cuando lo dicen con un semblante fingido, en el cual los ojos desmienten las palabras, y con la jerga de su profesión, que produce un efecto inverso, me parece muy bien. Soy muy amante de la naturalidad y de la libertad; pero no hay remedio: cuando no es del todo ingenua o infantil, es inepta e inconveniente para las damas en esta relación; degenera enseguida en desvergüenza. Sus disfraces y sus figuras sólo engañan a los necios. La mentira tiene ahí su sede de honor; es un rodeo que nos conduce a la verdad por una puerta falsa.

Si no podemos contener su imaginación, ¿qué pretendemos de ellas? ¿Acaso las acciones? Hay muchas que escapan a toda comunicación externa, por las cuales la castidad puede corromperse:

Illud saepe facit quod sine teste facit.[153]

[Hace a menudo lo que hace sin testigo].

Y las que menos tememos son quizá las más temibles. Sus pecados mudos son los peores:

Offendor moecha simpliciore minus.[154]

[Me ofende menos una puta más franca].

c | Hay acciones que pueden echar a perder sin impudicia su pudor, y, aun más, sin que se den cuenta: Obstetrix, uirginis cuiusdam integritatem manu uelut explorans, sive maleuolentia, siue inscitia, siue casu, dum inspicit, perdidit[155] [Una partera, comprobando la integridad de una doncella con la mano, por mala voluntad, por ignorancia o por azar, se la deshizo al examinarla]. Alguna ha perdido su virginidad por haberla buscado; otra, jugueteando, la ha matado. b | No podemos circunscribirles con precisión las acciones que les prohibimos. Hemos de promulgar nuestra ley con palabras generales e inciertas. La idea misma que nos forjamos de su castidad es ridícula. En efecto, entre los modelos extremos que tengo, está Fatua, esposa de Fauno, que no se dejó ver nunca más, después de casarse, a varón alguno,[156] y la esposa de Hierón, que no percibía el hedor que desprendía su marido porque pensaba que era una característica común a todos los hombres.[157] Es preciso que se vuelvan insensibles e invisibles para satisfacernos.

Ahora bien, confesemos que el nudo del juicio sobre este deber reside principalmente en la voluntad. Algunos maridos han afrontado este infortunio no sólo sin reproche ni ofensa a sus esposas, sino con singular reconocimiento y alabanza de su virtud. Alguna mujer que amaba más su honor que su vida lo ha prostituido al deseo enloquecido de un enemigo mortal para salvar la vida de su marido, y ha hecho por él lo que de ningún modo habría hecho por sí misma.[158] No es éste el lugar para extender tales ejemplos; son demasiado elevados y ricos para representarlos con esta luz; reservémoslos para una sede más noble.

c | Pero, en cuanto a ejemplos de lustre más vulgar, ¿no hay cada día mujeres entre nosotros que se entregan sólo por servir a sus maridos, y por su expreso mandato y mediación? Y antiguamente Faílo de Argos ofreció la suya al rey Filipo por ambición.[159] De igual manera, Galba lo hizo por cortesía tras dar de cenar a Mecenas. Al ver que su esposa y él empezaban a confabularse con miradas y signos, se dejó caer en su almohadón, haciendo ver que el sueño le abrumaba, para respaldar sus amores. Y lo reconoció con bastante gracia, pues en ese momento un criado tuvo la audacia de echar mano de los vasos que había sobre la mesa, y él le gritó con toda franqueza: «¡Pero bribón! ¿No ves que sólo duermo para Mecenas?».[160]

b | Alguna de conducta licenciosa tiene la voluntad más reformada que otra que se comporta con aparente rectitud. Así como vemos a algunas que deploran haber sido consagradas a la castidad antes de la edad de razón, he visto también a otras que lamentan de veras haber sido consagradas al desenfreno antes de la edad de razón. La causa puede ser el vicio de los padres, o la fuerza de la necesidad, que es una ruda consejera. En las Indias orientales, pese a que la castidad era muy apreciada, la costumbre permitía que la mujer casada pudiera entregarse a quien le ofrecía un elefante; y ello con cierta gloria por haber sido valorada a tan alto precio.[161] c | El filósofo Fedón, hombre de buena familia, tras la conquista de Elide, su país, ejerció el oficio de prostituir la belleza de su juventud, mientras duró, a quien la quisiera, a cambio de dinero para vivir.[162] Y se dice que Solón fue el primero en Grecia que, con sus leyes, dio libertad a las mujeres, a costa de su pudor, para proveer a sus necesidades vitales,[163] una costumbre que, según Heródoto, era admitida antes de él en varios Estados.[164]

b | Y, además, ¿qué fruto se saca de este penoso afán? Pues, por más justicia que haya en esta pasión, habría que ver también si nos arrastra útilmente. ¿Hay alguien, acaso, que crea tener a las mujeres bien sujetas con su industria?

Pone seram, cohibe; sed quis custodiet ipsos

custodes? Cauta est, et ab illis incipit uxor.[165]

[Echa el cerrojo, enciérrala; pero ¿quién vigilará a los

mismos vigilantes? Una esposa es precavida y empieza por ellos].

¿Qué ventaja no les basta en un siglo tan docto? La curiosidad es viciosa en todo, pero en esto es nociva. Es una locura querer averiguar una desgracia cuya medicina la empeora y agrava, cuya vergüenza se incrementa y difunde ante todo por los celos, cuya venganza hiere más a nuestros hijos de lo que nos cura a nosotros. Te consumes y mueres en busca de una comprobación tan oscura. ¡Qué lastimosamente lo han conseguido quienes lo han logrado en estos tiempos! Si el que da el aviso no ofrece al mismo tiempo el remedio y su ayuda, es un aviso injusto, y que merece antes una puñalada que un desmentido.[166] Quien se esfuerza por atender a tal asunto no sufre menos burlas que quien lo ignora. El carácter de los cuernos es indeleble; una vez que se le pega a alguien, es para siempre. El castigo lo descubre más que la falta. Es bonito ver arrancar de la sombra y de la duda nuestros infortunios privados para pregonarlos en escenarios trágicos —y unos infortunios que sólo hieren por su relato—. En efecto, buena esposa y buen matrimonio se dicen no de los que lo son, sino de los que se calla. Hay que tener el ingenio de evitar este fastidioso e inútil conocimiento. Y los romanos solían, al volver de un viaje, enviar a alguien por delante a su casa, para que informara a las esposas de su llegada, y para evitar así sorprenderlas.[167] Y por este motivo cierta nación ha establecido que el sacerdote desflore a la esposa, el día de la boda, con el fin de privar al marido de la duda y la curiosidad de indagar en esta primera experiencia si llega a él virgen o herida por un amor ajeno.[168]

«Pero la gente habla de ello». Conozco a cien hombres honestos que son cornudos con honestidad, y sin apenas mengua de decoro. El hombre de bien es compadecido por ello; no se le deja de estimar. Haz que tu virtud anegue tu desgracia, que la gente de bien maldiga el motivo, que el que te ofende tiemble sólo de pensarlo. Y además ¿de quién no se habla en este sentido, desde el pequeño hasta el más grande?

tot qui legionibus imperitauit,

et melior quam tu multis fuit, improbe, rebus.[169]

[el que mandó a tantas legiones y fue mejor que tú,

oh vil, en muchas cosas].

¿No ves a cuántos hombres honestos se implica en este reproche en tu presencia? Piensa que tampoco a ti te salvan en otros sitios. «Pero se burlarán hasta las damas». ¿Y de qué se burlan, en estos tiempos, con más ganas que de un matrimonio apacible y bien avenido? c | Todos vosotros habéis vuelto cornudo a alguien; ahora bien, la naturaleza consiste por entero en correspondencias, en compensación y vicisitud. b | La frecuencia de este infortunio ya debe haber moderado su acritud; pronto se convertirá en costumbre.

Miserable pasión, que además es incomunicable:

Fors etiam nostris inuidit questibus aures.[170]

[La suerte nos rehúsa hasta oídos para nuestros lamentos].

Pues ¿a qué amigo osas confiarle tus quejas sin que, suponiendo que no se ría, las utilice como orientación y noticia para participar él mismo en la arrebatiña? c | Los sabios mantienen secretas las asperezas del matrimonio, lo mismo que sus dulzuras. Y, entre las demás circunstancias importunas que se encuentran en él, ésta es, para un hombre lenguaraz como yo, una de las principales: que la costumbre haga indecoroso y perjudicial comunicar a alguien todo lo que se sabe y opina de él.

b | Brindarles el mismo consejo a ellas para disuadirlas de los celos sería perder el tiempo. Su esencia está tan impregnada de sospecha, de vanidad y de curiosidad que no puede esperarse curarlas por vía legítima. A menudo se corrigen de este inconveniente merced a una forma de salud mucho más temible que la misma enfermedad. Porque, así como hay encantamientos que no pueden suprimir un mal sino adjudicándoselo a otro, cuando abandonan esta fiebre, suelen transferirla a sus maridos. Sin embargo, a decir verdad, ignoro si pueden hacernos sufrir algo peor que los celos. Ésta es la más peligrosa de sus disposiciones, como la cabeza es el más peligroso de sus miembros. Pítaco decía que cada cual tenía su defecto; que el suyo era la mala cabeza de su esposa: sin esto, se habría considerado de todo punto feliz.[171] Es un inconveniente muy grave, que un personaje tan justo, tan sabio y tan valeroso como él sentía que trastornaba por completo el estado de su vida. ¿Qué no sentiremos nosotros, que somos hombrecillos? c | El senado de Marsella tuvo razón cuando aprobó la demanda de uno que solicitó poder quitarse la vida para librarse de la tormenta de su mujer.[172] Es, en efecto, un mal que nunca se elimina de no eliminarse la pieza, y que no tiene otro arreglo aceptable sino la huida o la paciencia, aunque ambas muy difíciles. b | A mi juicio, quien dijo que, para formar un buen matrimonio, se requería una mujer ciega y un marido sordo, era un entendido en el asunto.[173]

Miremos también que la dureza, tan grande y violenta, de la obligación que les imponemos no produzca dos efectos contrarios a nuestro fin, a saber, no estimule a los pretendientes, y no vuelva a las mujeres más proclives a rendirse. Porque, en cuanto al primer punto, si aumentamos el valor de la plaza, aumentamos el valor y el deseo de la conquista. ¿No fue quizá la misma Venus la que, astutamente, elevó el precio de su mercancía usando a las leyes como alcahuetes, a sabiendas de hasta qué punto se trata de un placer necio si no lo realzan la fantasía y la escasez? Al fin y al cabo, no es más que carne de cerdo que la salsa diversifica, como decía el huésped de Flaminino.[174] Cupido es un dios felón. Su juego consiste en luchar contra la devoción y la justicia; su gloria radica en que su poder se enfrente a cualquier otro poder, y en que todas las demás reglas cedan a las suyas:

Materiam culpae prosequiturque suae.[175]

[Y busca sin cesar materia para su culpa].

Y en cuanto al segundo punto: ¿no seríamos menos cornudos si tuviéramos menos miedo de serlo, en virtud del temperamento de las mujeres, pues la prohibición las incita e instiga?[176]

Vbi uelis, nolunt; ubi, nolis, uolunt ultro:[177]

[Cuando quieres, ellas no quieren; cuando no quieres, ellas quieren]:

Concessa pudet ire uia.[178]

[Les da vergüenza seguir el camino permitido].

¿Qué mejor interpretación le encontraríamos al caso de Mesalina? Al principio, le puso los cuernos a su marido a escondidas, como suele hacerse. Pero como realizaba sus manejos con excesiva facilidad, habida cuenta la estupidez de aquél, de pronto desdeñó este uso. Se dedicó entonces a cortejar abiertamente, a reconocer a sus amantes, a mantenerlos y favorecerlos a la vista de todos. Quería que él lo notase. Como el animal no llegaba a despertarse con todo esto, y hacía que sus placeres fuesen apagados e insípidos a causa de esta facilidad demasiado blanda, con la cual parecía autorizarlos y legitimarlos, ¿qué hizo ella? Esposa de un emperador sano y vivo, y en Roma, el teatro del mundo, en pleno mediodía, en una fiesta y ceremonia pública, y con Silio, del que gozaba hacía mucho tiempo, se casa un día que su marido estaba fuera de la ciudad. ¿No da la impresión de que estaba en camino de volverse casta gracias a la despreocupación de su marido?, ¿o de que buscaba otro marido que le avivara el deseo con sus celos, c | y que, resistiéndose, la incitase? b | Pero la primera dificultad que encontró fue también la última. La bestia se despertó de repente. A menudo se sale perdiendo con estos sordos amodorrados.[179] He visto por experiencia que esta extrema tolerancia, cuando se deshace, produce las venganzas más violentas. En efecto, encendiéndose bruscamente, acumulándose la cólera y el furor juntos, hace estallar todas sus fuerzas con la primera carga:

irarumque omnes effundit habenas.[180]

[y da rienda suelta a la ira].

La hizo morir, y a muchos de sus cómplices, hasta a uno que no podía más y al que ella había invitado a su lecho a latigazos.[181]

Lo que Virgilio dice de Venus y de Vulcano, Lucrecio lo había dicho con mayor propiedad de un goce furtivo entre ella y Marte:[182]

bellifera moenera Mauors

armipotens regit, in gremium qui saepe tuum se

reiicit, aeterno deuinctus uulnere amoris:

pascit amore auidos inhians in te, Dea, uisus,

eque tuo pendet resupini spiritus ore:

hunc tu, diua, tuo recubantem corpore sancto

circunfusa super, suaueis ex ore loquelas

funde.[183]

[las feroces tareas de la guerra las rige el belicoso Marte, quien a menudo se refugia en tu seno, alcanzado por una eterna herida de amor: apacienta de amor sus ávidos ojos en ti, diosa, y su aliento queda suspendido de tus labios: mientras descansa así sobre tu cuerpo sagrado, diosa, enlázalo con tus brazos y vierte sobre él tus dulces lamentos].

Cuando rumio esos «reiicit; pascit; inhians, molli, fouet, medullas, labefacta, pendet, percurrit», y esa noble «circunfusa», madre del elegante «infusus» [vertido],[184] siento desdén por las menudas agudezas y juegos verbales que surgieron después. Esa buena gente no necesitaba ocurrencias agudas y sutiles. Su lenguaje era rico y grueso con un vigor natural y firme. Son epigramas en su totalidad, no solamente la cola, sino la cabeza, el tronco y los pies. Nada en ellos es esforzado, nada es languideciente, todo marcha con el mismo tenor. c | Contextus totus uirilis est; non sunt circa flosculos occupati[185] [Toda la estructura es viril; no se ocuparon de florecillas]. b | No es una elocuencia blanda y simplemente inofensiva: es vigorosa y sólida; más que deleitar, llena y arrebata, y arrebata más a los espíritus más fuertes. Cuando veo esas magníficas formas de expresarse, tan vivas, tan hondas, no digo que esté bien dicho, digo que está bien pensado. Es la viveza de la imaginación la que eleva y llena las palabras. c | Pectus est quod disertum facit[186] [Es el sentimiento lo que da la elocuencia]. Nuestra gente llama lenguaje al juicio; y palabras bellas a las ideas ricas. Tal pintura es guiada no tanto por la destreza de la mano cuanto por el hecho de tener el objeto más vivamente impreso en el alma. Galo habla de una manera simple porque concibe de una manera simple.[187] Horacio no se contenta con una expresión superficial; le traicionaría. Ve más claro y más allá en la cosa; su espíritu fuerza y escudriña el entero almacén de las palabras y de las figuras para representarse; y las necesita más allá de lo común en la misma medida que su idea está más allá de lo común. Plutarco dice que él vio la lengua latina por las cosas.[188] Aquí sucede otro tanto: el sentido ilumina y genera las palabras; no ya de viento, sino de carne y hueso. c | Significan más de lo que dicen.[189] b | Aun los débiles perciben alguna imagen de esto. En Italia, en efecto, yo decía lo que quería en las conversaciones comunes; pero, cuando hablaba en serio, no habría osado fiarme de un idioma que no podía acomodar ni conformar más allá de su aire común. Quiero poder en él alguna cosa que sea mía.

El manejo y empleo de los buenos espíritus da valor a la lengua. No tanto innovándola cuanto llenándola de usos más vigorosos y diversos, estirándola y plegándola. No aportan palabras, pero enriquecen las suyas, confieren peso y hondura a su significación y a su uso; le enseñan movimientos desacostumbrados, pero con prudencia y con ingenio.[190] Y en qué escasa medida tal cosa es dada a todos, se ve por tantos escritores franceses de este siglo. Son bastante audaces y desdeñosos para no seguir la ruta común; pero les pierde la falta de invención y de juicio. En ellos no se ve más que una miserable afectación de extrañeza, disfraces fríos y discordantes que, en lugar de elevar, abaten la materia. Con tal de complacerse en la novedad, no les importa el efecto. Para atrapar una nueva palabra, abandonan la común, a menudo más recia y vigorosa.

En nuestra lengua encuentro materia suficiente, pero cierta falta de forma. Porque podría hacerse cualquier cosa con la jerga de las cacerías y de la guerra, que es un noble terreno del que tomar prestado. Y las maneras de hablar, como las plantas, mejoran y se fortalecen al trasplantarlas. Me parece bastante rica, pero no bastante c | dúctil ni b | robusta. Suele sucumbir ante una idea poderosa. Si te aplicas fuertemente a alguna cosa, a menudo notas que languidece bajo tu peso, y que se doblega, y que, en su defecto, el latín acude en auxilio, y el griego en otros casos. De algunas de las palabras que acabo de elegir, nos cuesta más percibir su energía, porque el uso y la frecuencia de algún modo nos han envilecido y vuelto vulgar su gracia. De igual manera, en nuestra lengua vulgar se encuentran expresiones excelentes y metáforas cuya belleza se marchita a causa de la vejez, y cuyo color se ha apagado por culpa de un manejo demasiado común. Pero ello no priva en absoluto de su sabor a quienes tienen buena nariz, ni deroga la gloria de aquellos antiguos autores que, con toda probabilidad, dieron por primera vez este relieve a tales palabras.

Las ciencias tratan las cosas con excesiva sutileza, de una manera artificiosa y diferente de la común y natural. Mi paje galantea, y lo entiende. Léele a León Hebreo y a Ficinio:[191] hablan de él, de sus pensamientos y de sus actos, y, sin embargo, no entiende nada. No reconozco en Aristóteles la mayor parte de mis movimientos habituales. Los han cubierto y revestido con otro ropaje, para uso de la escuela. ¡Que Dios les conceda tener razón! Si yo fuese del oficio,[192] c | naturalizaría el arte en la misma medida que ellos artificializan la naturaleza. b | Dejemos a Bembo y a Equícola.[193]

Cuando escribo, me las arreglo muy bien sin la compañía ni el recuerdo de los libros, por miedo a que interrumpan mi forma. Asimismo porque, a decir verdad, los buenos autores me abaten en exceso y me rompen el ánimo. Hago mía con agrado la jugada de aquel pintor que, tras representar miserablemente unos gallos, prohibió a sus criados que dejasen entrar en su taller ningún gallo natural.[194] c | Y más bien tendría necesidad, para darme un poco de lustre, de la ocurrencia del músico Antinonidas, que, cuando había de interpretar música, daba orden de que, antes o después de él, el público fuese abrevado por otros malos cantores.[195] b | Pero me cuesta más deshacerme de Plutarco. Es tan completo y tan rico que, en cualquier ocasión, y por más extravagante que sea el asunto que elijas, se injiere en tu tarea y te tiende una mano generosa e inagotable de riquezas y adornos. Me irrita por ello estar tan expuesto al pillaje de quienes le frecuentan. c | No puedo tener un trato tan breve con él que no saque un muslo o un ala.

b | Para mi propósito me resulta también conveniente escribir en mi casa, en un país salvaje, donde nadie me ayuda ni me corrige, donde no suelo frecuentar a nadie que entienda el latín de su padrenuestro; y francés, un poco menos. La habría hecho mejor en otro sitio, pero habría sido una obra menos mía. Y su fin y perfección principal radican en que sea exactamente mía. No dejaría de corregir un error accidental, de los que estoy repleto, dado que avanzo con poca atención; pero las imperfecciones que me son comunes y constantes, sería una traición suprimirlas. Cuando me han dicho, o yo mismo me he dicho: «Utilizas demasiadas figuras; esa palabra es de cosecha gascona;[196] tal expresión es arriesgada» —no evito ninguna de las que se emplean en las calles francesas; quienes pretenden oponerse al uso en nombre de la gramática, bromean—; «es un discurso ignorante; es un discurso paradójico; ése es demasiado loco; c | con frecuencia juegas; pensarán que dices en serio lo que dices fingiendo». b | «Sí», respondo, «pero corrijo las faltas que se deben a la inadvertencia, no las que se deben a la costumbre. ¿No hablo siempre así?, ¿no me represento al natural? Con eso basta. He hecho lo que quería:[197] todo el mundo me reconoce en mi libro, y reconoce mi libro en mí».

Ahora bien, tengo un carácter remedador y mimético. Cuando me dedicaba a hacer versos —y nunca los hice sino latinos—,[198] delataban manifiestamente al poeta que había leído poco antes. Y, entre mis primeros ensayos, algunos apestan un poco a ajeno. c | En París hablo un lenguaje algo distinto del que hablo en Montaigne. b | Lo que miro con atención, me imprime fácilmente alguna cosa suya. Lo que observo, me lo apropio: un gesto necio, una mueca desagradable, una manera de hablar ridícula. Los vicios, más. En la medida que me escuecen, se me enganchan, y no se van si no les doy una sacudida. Me han visto más veces jurar por imitación que por temperamento.

c | Una imitación mortífera, como la de aquellos monos horribles en tamaño y en fuerza que el rey Alejandro encontró en cierta región de las Indias. Habría sido difícil vencerlos de otro modo. Pero brindaron un medio con su inclinación a imitar todo lo que veían hacer. Porque, gracias a esto, a los cazadores se les ocurrió calzarse delante de ellos con unos zapatos con muchos nudos de lazos, ataviarse la cabeza con unos tocados llenos de nudos corredizos, y hacer como si se untaran los ojos de liga. Así fue como su imprudente carácter remedador les causó la perdición. Se enviscaron, enmarañaron y agarrotaron ellos mismos.[199] En cuanto a la facultad de representar ingeniosamente los gestos y las palabras de otro a propósito, que procura a menudo placer y admiración, no tengo más de la que tiene un tronco. Cuando juro a mi manera, digo simplemente «por Dios», que es el más recto de todos los juramentos. Dicen que Sócrates juraba por el perro; Zenón, con la misma interjección que sirve ahora a los italianos, «Cappari» [Por la cabra]; Pitágoras, por el agua y el aire.[200]

b | Soy tan propenso a recibir, c | sin pensarlo, b | estas impresiones superficiales, que, si he tenido en la boca «Majestad» o «Alteza» tres días seguidos, ocho días más tarde se me escapan en lugar de «Excelencia» o «Señoría». Y lo que habré empezado a decir jugando y riéndome, al día siguiente lo diré seriamente. Por eso, al escribir, acepto con menos agrado los argumentos trillados, por miedo a tratarlos a expensas de otros. Cualquier argumento me resulta igualmente fértil. Los elijo sobre una mosca.[201] ¡Y quiera Dios que el que tengo aquí entre manos no haya sido elegido por el mandato de una voluntad tan voluble! Puedo empezar por la que me guste, pues todas las materias están encadenadas entre sí.

Pero me disgusta que mi alma suela generar sus ensoñaciones más profundas, las más locas y las que más me complacen, de improviso y cuando menos las busco; se desvanecen enseguida, al no tener en ese instante dónde fijarlas —a caballo, en la mesa, en la cama, pero más a caballo, donde tienen lugar mis conversaciones más amplias—. Tengo una manera de hablar un poco quisquillosamente celosa de atención y de silencio, si hablo con esfuerzo. Quien me interrumpe, me detiene. En los viajes, la necesidad misma de los caminos corta las conversaciones. Además, viajo casi siempre sin compañía apropiada para las charlas seguidas, de manera que tengo todo el tiempo para conversar conmigo mismo. Me sucede como con mis sueños. Mientras sueño, los confío a mi memoria —porque sueño con frecuencia que sueño—. Pero al día siguiente me represento muy bien su color tal como era, alegre, o triste, o extraño; sin embargo, cómo eran en lo demás, cuanto más me esfuerzo por encontrarlo, más lo hundo en el olvido. De igual modo, de esas reflexiones fortuitas que me pasan por la cabeza, no me queda en la memoria sino una vana imagen: solamente aquello que necesito para corroerme e irritarme en su búsqueda, inútilmente.

Ahora bien, por tanto, dejando los libros aparte, y hablando de manera más material y simple, me parece en suma que el amor no es otra cosa que la sed de este goce c | en un objeto deseado; ni Venus otra cosa que el placer de descargar sus vasos, a semejanza del placer que la naturaleza nos brinda al descargar otras partes; que deviene vicioso o por inmoderación o por indiscreción. Para Sócrates el amor es deseo de generación por medio de la belleza.[202] b | Y, considerando muchas veces la ridícula titilación de este placer, los absurdos movimientos atolondrados y aturdidos con que agita a Zenón y a Cratipo,[203] la rabia insensata, el rostro encendido de furor y de crueldad en el más dulce acto del amor, y, después, la altivez grave, severa y extática en una acción tan loca, c | y que se hayan puesto juntas y entremezcladas nuestras delicias y nuestras inmundicias, b | y que el supremo placer participe de lo transido y de lo quejoso, igual que el dolor, creo que c | es cierto, como dice Platón, que b | el hombre ha sido hecho por los dioses a modo de juguete:[204]

quaenam ista iocandi

saeuitia?[205]

[¿qué cruel manera de burlarse es ésta?]

Y que la naturaleza, por burla, nos ha dado la más turbia de nuestras acciones como la más común, para así igualarnos y equipararnos, locos y sabios, hombres y animales. Cuando imagino en esta situación al hombre más contemplativo y prudente, lo tengo por un impostor al hacerse el prudente y el contemplativo. Son las patas de pavo que abaten su orgullo:[206]

ridentem dicere uerum

quid uetat?[207]

[¿qué impide decir la verdad riendo?]

c | Quienes rehúsan las opiniones serias entre juegos, hacen, dice alguien, como quien teme adorar la estatua de un santo si no está vestida.

b | Comemos y bebemos como los animales, pero tales actos no impiden las funciones de nuestra alma. En ellas mantenemos nuestra superioridad; ésta subyuga cualquier otro pensamiento, embrutece y animaliza, con su imperiosa autoridad, toda la teología y la filosofía que hay en Platón; y, sin embargo, él no se queja. En todo lo demás puedes mantener cierto decoro; todas las demás acciones admiten unas reglas de honestidad. Ésta no puede siquiera imaginarse sino viciosa o ridícula. Encuéntrale, para formarte una opinión, un proceder sabio y juicioso. Decía Alejandro que se reconocía mortal principalmente por esta acción y por el dormir.[208] El sueño sofoca y suprime las facultades del alma; la cópula las absorbe y disipa de la misma manera. Ciertamente, es un signo no sólo de nuestra corrupción original, sino también de nuestra vanidad y deformidad.

Por un lado, la naturaleza nos empuja a ello, pues ha ligado a este deseo la más noble, útil y agradable de todas sus acciones; y después nos deja, por otro lado, acusarla y rehuirla como insolente y deshonesta, sonrojarnos por ella y recomendar su abstinencia. c | ¿No somos bien brutos llamando brutal a la acción que nos produce?

b | Los pueblos, en la religión, han coincidido en múltiples convenciones, como sacrificios, luminarias, incensaciones, ayunos, ofrendas, y, entre otras, en la condena de este acto. Todas las opiniones concuerdan en esto, aparte de la práctica, tan extendida, de las circuncisiones.[209] b | Acaso no nos falta razón al censurarnos por hacer una producción tan necia como el hombre, al llamar a esta acción vergonzosa, y vergonzosas a las partes que se utilizan c | —ahora las mías lo son en verdad—.[210] Los esenios de que habla Plinio se mantuvieron muchos siglos sin nodriza ni mantillas gracias a la afluencia de extranjeros que, siguiendo esta bella inclinación, se les unían continuamente.[211] Toda una nación prefirió correr el riesgo de desaparecer a implicarse en un abrazo femenino, y el de destruir la continuidad de los hombres a forjar uno. Cuentan que Zenón sólo tuvo trato con una mujer una vez en la vida, y que lo hizo por cortesía, para no parecer que desdeñaba el sexo con excesiva obstinación.[212] b | Todo el mundo evita ver nacer al hombre, todo el mundo corre a verlo morir. c | Para destruirlo, buscamos un campo espacioso a plena luz; para forjarlo, nos agazapamos en un hueco tenebroso y lo más angosto posible. b | Es un deber esconderse[213] para hacerlo; y es glorioso saber destruirlo, y de ello surgen abundantes virtudes. Lo primero es injusto; lo otro es un favor.[214] Dice Aristóteles, en efecto, que beneficiar a alguien es matarlo, según cierta expresión de su país.[215] c | Los atenienses, para equiparar la desdicha de estos dos actos, cuando tuvieron que purificar la isla de Delos, y justificarse ante Apolo, prohibieron en su territorio tanto los entierros como los partos.[216] b | Nostri nosmet paenitet.[217] [Nos lamentamos de nosotros mismos].[218]

b | Hay naciones que se ocultan para comer.[219] Conozco a una dama, y de las más grandes, que opina también que masticar es una acción desagradable que rebaja mucho su gracia y su belleza; y no suele mostrarse en público con apetito.[220] Y conozco a un hombre que no puede soportar ver comer, ni que le vean, y evita toda compañía, más cuando se llena que cuando evacua. c | En el imperio del Turco hay un gran número de hombres que, para ser superiores a los demás, no se dejan ver nunca mientras comen; que sólo hacen una comida a la semana; que se despedazan y cortan la cara y los miembros; que nunca hablan a nadie.[221] Son gente fanática que cree honrar su naturaleza desnaturalizándose, que se aprecia con su desprecio, y se corrige con su empeoramiento. b | ¡Qué monstruoso animal que se produce horror a sí mismo, c | que se aflige con sus placeres, que se considera una desgracia! b | Algunos esconden su vida,

exilioque domos et dulcia limina mutant,[222]

[y mudan sus casas y dulces hogares por el exilio],

y la sustraen a la vista de los demás hombres. Otros esquivan la salud y la vivacidad como si fueran características hostiles y dañinas. No sólo muchas sectas, sino también numerosos pueblos maldicen su nacimiento y bendicen su muerte.[223] c | Hay algunos donde se aborrece el sol[224] y se adoran las tinieblas.

b | Sólo somos ingeniosos para vejarnos; es el verdadero campo de la fuerza de nuestro espíritu —c | un peligroso instrumento en desorden—:

b | O miseri! quorum gaudia crimen habent.[225]

[¡Oh miserables que consideran un crimen sus alegrías!]

¡Eh, pobre hombre!, tienes bastantes incomodidades necesarias sin que las aumentes con tu inventiva; y eres bastante miserable por condición sin que lo seas por arte. Posees vilezas reales y sustanciales de sobra sin que las forjes imaginarias. c | ¿Encuentras acaso que eres demasiado dichoso si la mitad de tu dicha no te aflige? b | ¿Te parece que has cumplido todos los deberes necesarios a los que te obliga la naturaleza, y que ésta permanece ociosa en ti si no te obligas a nuevos deberes? No temes vulnerar sus leyes universales e indubitables, y te obstinas en las tuyas, parciales y fantásticas; y cuanto más particulares, inciertas y contradichas son, más les dedicas tus esfuerzos. c | Las leyes positivas de tu parroquia te atan; las del mundo no te incumben.[226] b | Recorre un poco los ejemplos de esta reflexión: tu vida está llena de ellos.

Los versos de estos dos poetas,[227] que tratan la lascivia con tanta reserva y discreción, me parecen descubrirla e iluminarla más de cerca. Las damas cubren su seno con una redecilla, los sacerdotes muchas cosas sagradas; los pintores sombrean su obra para darle más brillo; y se dice que el golpe del sol y el del viento son más graves reflejos que directos. Un egipcio respondió sabiamente a quien le preguntaba «¿Qué llevas ahí, escondido bajo el manto?». «Lo escondo bajo mi manto para que no sepas lo que es».[228] Pero hay ciertas cosas que se esconden para mostrarlas. Escuchemos a aquel otro, más abierto:

Et nudam pressi corpus adusque meum.[229]

[Y la he estrechado desnuda contra mi cuerpo].

Me parece que me castra. Por más que Marcial desvista a Venus a su antojo, no alcanza a hacerla aparecer tan entera. Quien lo dice todo, nos harta y nos hastía. Quien teme expresarse, nos lleva a pensar más de lo que hay. Esta especie de modestia es traicionera; y, en particular, al entreabrirnos, como hacen éstos, una ruta tan bella a la imaginación. Tanto la acción como la descripción han de tener un aire de hurto.

El amor de los españoles y de los italianos, más respetuoso y tímido, más disimulado y oculto, me gusta. No sé quién, en la Antigüedad, deseaba poseer el cuello de una grulla para saborear durante más tiempo lo que ingería.[230] Un deseo así es más pertinente en este placer rápido y atropellado, sobre todo en naturalezas como la mía, que padezco el vicio de la precipitación. Para atajar su huida y extenderlo en preámbulos, entre ellos todo sirve como favor y recompensa: una mirada, una inclinación, una palabra, un signo. Quien pudiera alimentarse con el humo del asado,[231] ¿no ahorraría mucho? Es una pasión que mezcla, en una sustancia sólida muy escasa, mucho más de vanidad y de ensoñación febril. Hay que satisfacerla y servirla del mismo modo. Enseñemos a las damas a hacerse valer, a considerarse, a entretenernos y a engañarnos. Lanzamos nuestro último ataque al principio: es siempre la impetuosidad francesa.[232] Demorando sus favores, y desplegándolos con todo detalle, todo el mundo, hasta llegar a la miserable vejez, encuentra algún pedazo de punta, según su valía y su mérito. A quien sólo goza con el goce, a quien sólo gana si lo gana todo, a quien la caza sólo le gusta en la captura, no le corresponde entrar en nuestra escuela. Cuantos más escalones y grados haya, más elevación y honor tendrá la última posición. Deberíamos complacernos en que nos condujeran, como suele hacerse en los palacios magníficos, por una variedad de pórticos y pasillos, por largas y agradables galerías, y dando numerosos rodeos. Esta dispensación redundaría en nuestro beneficio; nos detendríamos y amaríamos durante más tiempo. Sin esperanza ni deseo, nada de lo que hacemos vale nada. Ellas deben abrigar un temor infinito por nuestro dominio y completa posesión. Una vez que se han entregado por entero a la merced de nuestra fidelidad y constancia, corren ciertamente un poco de peligro. Éstas son virtudes raras y difíciles. En cuanto nos pertenecen, dejamos de pertenecerles:

postquam cupidae mentis satiata libido est,

uerba nihil metuere, nihil periuria curant.[233]

[una vez saciado el deseo de su ávido espíritu, dejan de

respetar sus promesas y de inquietarse por sus perjurios].

c | Y Trasónides, un joven griego, estuvo tan enamorado de su amor que, cuando conquistó el corazón de una amante, rehusó gozarla, para no mitigar, hastiar y debilitar con el goce el ardor inquieto del que se enorgullecía y alimentaba.[234] b | La escasez infunde sabor a la comida. Ved cómo la forma de saludar que es propia de nuestra nación bastardea, por su facilidad, la gracia de los besos,[235] que, según Sócrates, son tan poderosos y peligrosos para arrebatar nuestros corazones.[236] Es una costumbre desagradable, e injusta para las damas, que hayan de prestar sus labios a cualquiera con un séquito de tres criados, por poco agradable que sea:

Cuius liuida naribus caninis

dependet glacies, rigetque barba:

centum occurrere malo culilingis.[237]

[A éste, de cuyas narices de perro cuelga un hielo lívido, y

cuya barba está erizada, preferiría cien veces lamerle el culo].

Y, nosotros mismos, apenas ganamos con ello. Pues, tal y como está repartido el mundo, por cada tres hermosas, hemos de besar a cincuenta feas; y para un corazón delicado, como lo son los de mi edad, un mal beso es un precio excesivo por uno bueno.

En Italia se hacen los perseguidores, y los transidos, incluso de aquellas que están en venta; y se defienden diciendo que hay grados en el placer, y que, al comprar sus servicios, quieren obtener el más completo.[238] Ellas no venden más que el cuerpo; la voluntad no puede ponerse en venta, es demasiado libre y demasiado propia. Por tanto, dicen que pretenden la voluntad, y llevan razón. Es la voluntad lo que debe servirse y seducirse. Me horroriza imaginar que es mío un cuerpo privado de afecto. Y me parece que tal locura se acerca a la de aquel muchacho que fue a acoplarse,[239] por amor, con la hermosa estatua de Venus que había forjado Praxíteles;[240] o a la de aquel furioso egipcio enardecido por el cadáver de una dama a la que estaba embalsamando y envolviendo en un sudario. Lo cual dio pie a la ley, que se promulgó después en Egipto, de que los cadáveres de las mujeres bellas y jóvenes, y de buena familia, se guardaran durante tres días, antes de entregarlos a los encargados de darles sepultura.[241] Periandro hizo algo más extraordinario:[242] extendió el afecto conyugal —más ordenado y legítimo— al goce de su esposa Melisa una vez fallecida.[243]

c | ¿No parece acaso una inclinación lunática, por parte de la Luna, que, no pudiendo gozar de otro modo de su favorito Endimión, lo durmiese durante muchos meses, y se contentara con el goce de un muchacho que sólo se movía en sueños?[244] b | Del mismo modo, yo sostengo que se ama un cuerpo sin alma[245] cuando se ama un cuerpo sin su consentimiento y sin su deseo. No todos los goces son iguales; hay goces descarnados y lánguidos. Mil otras causas que la benevolencia pueden granjearnos este don de las damas. No es suficiente prueba de afecto; puede haber traición como en lo demás. A veces no lo hacen sino con reticencia:

tanquam thura merumque parent:

absentem marmoreamue putes.[246]

[como si dispusieran el incienso y el vino puro;

creerías que está ausente o que es de mármol].

Sé de algunas que prefieren prestar esto a prestar su carruaje, y que no se comunican de otro modo. Has de mirar si tu compañía les complace también para otro fin o sólo para éste, como sucedería con un buen mozo de establo, qué rango y qué valor te atribuyen:

tibi si datur uni

quo lapide illa diem candidiore notet.[247]

[si sólo a ti se entrega un día que señala con una piedra blanca].

¿Qué decir si come tu pan con la salsa de una imaginación más agradable?

Te tenet, absentes alios suspirat amores.[248]

[Te goza, pero suspira por otros amores ausentes].

¿Cómo?, ¿acaso no hemos visto a alguien, en nuestros días, que se ha valido de este acto al servicio de una horrible venganza, para así matar y envenenar, como lo hizo, a una honesta mujer?

Quienes conozcan Italia no encontrarán nunca extraño que, en este asunto, no busque ejemplos en otro sitio. Porque esta nación puede llamarse maestra del resto del mundo en la materia. Tienen mayor cantidad de mujeres hermosas, y menos de feas, que nosotros; pero, en cuanto a bellezas singulares y excelentes, me parece que estamos igualados.[249] Y pienso lo mismo de los espíritus: de tipo común, tienen muchos más, y, con toda evidencia, la brutalidad es incomparablemente más rara entre ellos; en cuanto a almas singulares y del escalón más alto, no nos quedamos atrás.[250] Si tuviera que extender esta similitud, me parecería poder decir de la valentía que, por el contrario, es entre nosotros popular y natural en comparación con ellos; pero en ocasiones la vemos, en sus manos, tan plena y tan vigorosa que supera los ejemplos más firmes que nosotros podamos poseer. Los matrimonios de aquel país cojean en este aspecto: su costumbre suele fijar una ley tan dura y tan esclavizadora a las mujeres, que la más remota relación con un extraño les resulta tan mortal como la más próxima. Tal ley hace que todas las aproximaciones se vuelvan necesariamente sustanciales; y, dado que todo les sale por el mismo precio, tienen la elección muy fácil. c | ¿Y si han roto estas barreras? Puedes creer que provocan un incendio: Luxuria ipsis uinculis, sicut fera bestia, irritata, deinde emissa[251] [La lujuria, como un animal feroz, se irrita con sus propias cadenas y después se libera]. b | Han de aflojarles un poco las riendas:

Vidi ego nuper equum, contra sua frena tenacem,

ore reluctanti fulminis ire modo.[252]

[He visto hace poco un caballo reacio al freno,

con la boca rebelde, abalanzarse como el rayo].

El deseo de compañía se debilita dándole cierta libertad.[253]

Es una buena costumbre de nuestra nación acoger a nuestros hijos en las buenas familias para criarlos y educarlos como pajes, a la manera de una escuela de nobleza. Y es una descortesía, se dice, y una injuria, rehusar en ellas a un gentilhombre. He observado —pues hay tantos estilos y formas diferentes como familias— que aquellas damas que han querido dar a las muchachas de su séquito las reglas más austeras, no han tenido mejor suerte. Se requiere moderación. Debe dejarse una buena parte de su conducta a su propia discreción, pues, en cualquier caso, no existe disciplina que pueda sujetarlas por todos lados. Pero es bien cierto que aquella que ha escapado sana y salva de una educación libre, inspira mucha más confianza que la que sale sana de una escuela severa y carcelaria.

Nuestros padres educaban la disposición de sus hijas en la vergüenza y el temor —con los ánimos y los deseos siempre iguales—; nosotros, en la confianza. No entendemos nada. c | Eso es cosa de las sármatas, que no tienen derecho a acostarse con un hombre si no han matado a otro en la guerra con sus manos.[254] b | A mí, que no tengo más derecho ante ellas que el de los oídos, me basta si me retienen para el consejo, de acuerdo con el privilegio de mi edad. Les aconsejo, pues, c | y a nosotros también, b | la abstinencia, pero, si este siglo le resulta demasiado hostil, al menos la discreción y la modestia.[255] c | Porque, como dice aquel cuento de Aristipo, hablando con unos jóvenes que se ruborizaron al verle entrar en casa de una cortesana, el vicio no está en entrar sino en no salir.[256] b | Quien no quiera eximir su conciencia, que exima su nombre; si el fondo no vale mucho, que la apariencia aguante firme.

Alabo la gradualidad y la demora en la dispensación de sus favores. c | Platón muestra que, en toda clase de amor, la facilidad y la rapidez les están prohibidas a los receptores.[257] b | Rendirse del todo tan a la ligera y atropelladamente es un rasgo de glotonería, y ésta deben esconderla con todo su arte. Si en su dispensación se conducen con orden y mesura, engañan mucho mejor nuestro deseo, y ocultan el suyo. Que huyan siempre de nosotros, quiero decir incluso aquellas que van a dejarse atrapar. Nos golpean mejor huyendo, como los escitas.[258] En verdad, según la ley que la naturaleza les otorga, a ellas no les atañe propiamente querer y desear; su papel es padecer, obedecer, consentir. Por eso la naturaleza les ha conferido una capacidad perpetua; a nosotros, rara e incierta. En ellas toda hora es buena, a fin de estar siempre a punto para la nuestra —c | pati natae[259] [pasivas por naturaleza]—. b | Y, mientras que ha querido que nuestros deseos tuviesen una apariencia y una manifestación prominente, ha hecho que los suyos fuesen ocultos y secretos, y los ha provisto de elementos c | impropios para la ostentación, y b | simplemente para la defensiva.

c | Los rasgos semejantes a éste deben dejarse a la licencia amazónica. Cuando Alejandro cruzó la Hircania, Talestris, reina de las amazonas, salió a su encuentro acompañada de trescientos soldados de su sexo, bien montados y bien armados, dejando el resto de un gran ejército, que la seguía, al otro lado de las montañas cercanas. Y le dijo, en voz alta y en público, que la fama de sus victorias y de su valor la había llevado hasta allí para verlo, ofrecerle sus recursos y su poder en auxilio de sus empresas. Añadió que, como le parecía tan bello, joven y vigoroso, ella, que era perfecta en todas sus cualidades, le aconsejaba yacer juntos para que naciera, de la mujer más valiente del mundo y del hombre más valiente que vivía entonces, algo grande y singular para el futuro. Alejandro declinó lo demás; pero, para dar tiempo al cumplimiento de su última petición, se detuvo trece días en ese lugar, días que celebró con toda la alegría de que fue capaz en honor de una princesa tan valerosa.[260]

b | Somos, casi siempre, jueces inicuos de sus acciones, igual que ellas lo son de las nuestras. Yo confieso la verdad cuando me perjudica, lo mismo que si me favorece. Es un vil desorden lo que las impulsa con tanta frecuencia al cambio y les impide fijar su afecto en objeto alguno, como se ve en el caso de esta diosa, a la que se atribuyen tantos cambios y amigos.[261] Pero, con todo, es cierto que va contra la naturaleza del amor si no es violento, y contra la naturaleza de la violencia si es constante. Y quienes se asombran, se indignan y buscan las causas de tal enfermedad en ellas, como si fuera algo desnaturalizado e increíble, ¿no ven acaso con qué frecuencia les aqueja a ellos sin horror ni milagro? Sería quizá más extraño que fuera firme. No es una pasión simplemente corporal. Si no se encuentra límite en la avaricia ni en la ambición, tampoco lo hay en la lujuria. Tras la saciedad, continúa viva; y no se le puede prescribir ni satisfacción constante ni fin; va siempre más allá de su posesión. Y, sin embargo, quizá la inconstancia es en cierta medida más excusable en ellas que en nosotros.

Pueden aducir, igual que nosotros, la inclinación, que compartimos, a la variedad y a la novedad, y aducir en segundo lugar, esto sin nosotros, que compran gato encerrado. c | Juana, reina de Nápoles, hizo estrangular a Andreozzo, su primer marido, en las rejas de su ventana con un lazo de oro y de seda tejido con sus propias manos, por el hecho de que, en las obligaciones matrimoniales, no le encontraba ni las partes ni las fuerzas bastante proporcionadas a la esperanza que ella había concebido al ver su estatura, su belleza, su juventud y disposición, con lo cual había sido atrapada y engañada.[262] b | Y pueden aducir también que la acción requiere más fuerza que la pasividad, de manera que, por su parte, siempre la tienen dispuesta cuando menos para la necesidad; por nuestra parte, puede no ser así. c | Platón, por este motivo, establece sabiamente con sus leyes que, antes de cualquier matrimonio, para decidir sobre su oportunidad, los jueces vean a los muchachos aspirantes completamente desnudos, y a las muchachas, desnudas sólo hasta la cintura.[263] b | Al probarnos, no nos encuentran quizá dignos de su elección:

experta latus, madidoque simillima loro

inguina, nec lassa stare coacta manu,

deserit imbelles thalamos.[264]

[tras probar el flanco y el miembro, del todo igual a una tira de cuero reblandecida, que su mano se ha cansado en vano de levantar, abandona un tálamo inepto para el combate].

No lo es todo que la voluntad ande bien. La debilidad y la incapacidad rompen legítimamente un matrimonio:

Et quaerendum aliunde foret neruosius illud,

quod posset zonam soluere uirgineam.[265]

[Y había que buscar en otra parte algo que tuviese

suficiente virilidad para deshacer la cintura virginal].

¿Por qué no, y según su medida, una relación de amor más licenciosa y más activa?

si blando nequeat superesse labori.[266]

[si carece de fuerza suficiente para su dulce tarea].

Pero ¿no es una gran impudicia llevar nuestras imperfecciones y flaquezas allí donde deseamos agradar y granjearnos estimación y alabanza? Por lo poco que necesito en este momento:

ad unum

mollis opus,[267]

[blando la primera vez],

no querría importunar a una persona a la que debo respeto y temor:

fuge suspicari,

cuius undenum trepidauit aetas,

claudere lustrum.[268]

[no sospeches de aquel que se ha apresurado

a cumplir su undécimo lustro].

La naturaleza debería haberse contentado con hacer esta edad miserable, sin hacerla además ridícula. Detesto verla, por una pulgada de pobre vigor que la inflama tres veces a la semana, aprestarse e irritarse con la misma violencia que si tuviera una batalla grande y legítima en el vientre: un verdadero fuego de estopa. c | Y me asombra cómo su escozor tan vivo y bullicioso se hiela y extingue en el acto tan pesadamente. Este deseo no debería corresponder más que a la flor de una hermosa juventud. b | Confía, para hacerte una opinión, en secundar este ardor infatigable, pleno, constante y magnánimo que hay en ti: te abandonará en verdad en el mejor momento. No temas devolvérselo más bien a alguna criatura tierna, aturdida e ignorante, que tiemble aún bajo la vara y se sonroje:

Indum sanguineo ueluti uiolauerit ostro

si quis ebur, uel mista rubent ubi lilia multa

alba rosa.[269]

[Como cuando alguien mancilla el marfil indio con roja púrpura, o como

cuando las blancas azucenas enrojecen mezcladas entre muchas rosas].

Quien pueda esperar al día siguiente, sin morir de vergüenza, el desdén de esos bellos ojos que atestiguan su flaqueza y su incapacidad,

Et taciti fecere tamen conuitia uultus,[270]

[Y, pese a su rostro callado, lanzaba reproches],

no ha sentido jamás la satisfacción y el orgullo de haberlos vencido y empañado con el vigoroso ejercicio de una noche diligente y activa. Cuando he visto que alguna se aburría de mí, no he acusado enseguida a su ligereza; he dudado si no era más razonable echarle la culpa a la naturaleza. Ciertamente, me ha tratado de una manera ilegítima y descortés:

Si non longa satis, si non bene mentula crassa:

nimirum sapiunt, uidentque paruam

matronae quoque mentulam illibenter.[271]

[Si no es bastante largo, si no es bastante grande: las matronas

lo saben bien, y además no les gusta ver un miembro pequeño].

c | Y con un perjuicio enormísimo.

Cada una de mis partes es tan mía como cualquier otra.[272] Y ninguna me hace más propiamente hombre que ésta. Debo al público mi retrato completo. La sabiduría de mi lección reside toda en la verdad, en la libertad, en la realidad —desdeña, en la lista de sus verdaderos deberes, estas pequeñas reglas, ficticias, convencionales, provincianas—; enteramente natural, constante, general. Sus hijas, pero bastardas, son la cortesía, la ceremonia. Nos ocuparemos de los vicios aparentes cuando nos hayamos ocupado de los sustanciales. Cuando hayamos terminado con éstos, la emprenderemos con los otros, si nos parece que debemos hacerlo. Porque se corre el peligro de imaginar nuevas obligaciones para excusar nuestra negligencia con respecto a las obligaciones naturales, y para confundirlas. Como prueba de que es así, vemos que, en los lugares donde las faltas son crímenes, los crímenes no son más que faltas; que, en las naciones donde las leyes del decoro son más raras y blandas, las leyes primitivas de la razón común[273] se observan mejor. En efecto, la innumerable muchedumbre de tantos deberes anega nuestro afán, lo debilita y disuelve. La aplicación a las cosas menudas nos aparta de las justas.[274] ¡Oh, qué senda más fácil y aplaudida siguen esos hombres superficiales en comparación con la nuestra! Son sombras, con las cuales nos revestimos y nos damos satisfacción unos a otros. Pero no damos satisfacción, más bien agravamos nuestra deuda, ante el gran juez que nos levanta los vestidos y harapos que envuelven nuestras partes pudendas, y que no duda en mirarnos por todas partes, hasta nuestras inmundicias más íntimas y más secretas.[275] La decencia de nuestro pudor virginal sería útil si pudiera prohibirle tal descubrimiento. En suma, el que despertara al hombre de tan escrupulosa superstición verbal, no le ocasionaría una gran pérdida al mundo.

Nuestra vida consiste en parte en locura, en parte en prudencia. Quien sólo escribe de ella de manera reverente y ordenada, se deja atrás más de la mitad.[276] No me excuso conmigo mismo; y, si lo hiciera, me excusaría más bien de mis excusas que de cualquier otra falta.[277] Me excuso ante ciertos temperamentos, que considero más fuertes en número que aquellos que están de mi parte. En consideración a ellos, añadiré —pues deseo contentar a todo el mundo, cosa no obstante muy difícil, esse unum hominem accommodatum ad tantam morum ac sermonum et uoluntatum uarietatem[278] [que un solo hombre se acomode a tamaña variedad de costumbres y palabras y voluntades]— que no tienen que echarme la culpa a mí de lo que hago decir a las autoridades admitidas y aprobadas desde hace muchos siglos; y que no es razonable que, por falta de rima, me rehúsen la licencia que aun algunos hombres eclesiásticos, entre los nuestros, gozan en este siglo. He aquí dos, y de los más encopetados:

Rimula, dispeream, ni monogramma tua est.[279]

[Que me muera si tu pequeña raja no es un simple trazo].

Un vit d’ami la contente et bien traite.

[Una verga de amigo la satisface y trata bien].[280]

¿Qué decir de tantos otros? Me gusta el pudor; y no he elegido adrede esta manera de hablar escandalosa. La naturaleza la ha elegido por mí. No la alabo, como tampoco ninguna forma contraria a la costumbre admitida; pero la excuso, y, por circunstancias tanto particulares como generales, atenúo la acusación.

Sigamos. Igualmente, b | ¿de dónde puede proceder la usurpación de la autoridad suprema que os arrogáis sobre aquellas que os favorecen a costa suya?,

Si furtiua dedit nigra munuscula nocte,[281]

[Si aquella negra noche me ofreció unos pequeños favores furtivos],

¿que adoptéis de inmediato el interés, la frialdad y la autoridad maritales? Es un pacto libre. ¿Por qué no os lo tomáis como queréis que se lo tomen ellas? c | En las cosas voluntarias no hay prescripción.

b | Va contra la forma; pero, aun así, lo cierto es que en mis tiempos llevé este acuerdo, conforme a lo que su naturaleza puede tolerar, con mayor escrúpulo que ninguno, y con cierto aire de justicia; y que sólo les demostré afecto en la medida que lo sentía, y les expresé sinceramente su declinación, vigor y nacimiento, sus accesos y remisiones. No siempre se lleva el mismo paso. Mis promesas fueron tan parcas que creo haberlas observado más de lo prometido y debido. Ellas encontraron fidelidad hasta al servicio de su inconstancia; digo inconstancia reconocida y a veces multiplicada. Jamás rompí con ellas mientras les estuve unido, aunque sólo fuera por el extremo de un hilo. Y, por más motivos que me dieran, jamás rompí hasta el desprecio y el odio. Porque tales intimidades, aun cuando se adquieren por medio de los más infames acuerdos, siguen obligándome a cierta benevolencia. En cuanto a ira e impaciencia un poco indiscreta, con ocasión de sus tretas y evasivas, y de nuestras disputas, la mostré alguna vez. En efecto, estoy expuesto por temperamento a emociones bruscas que con frecuencia perjudican mis intereses, aunque sean ligeras y breves. Si quisieron poner a prueba la libertad de mi juicio, no dudé en ofrecerles consejos paternales e hirientes, ni en pellizcarles allí donde les dolía. Sí les di algún motivo de queja, fue más bien por haberse topado con un amor, en comparación con la costumbre moderna, neciamente escrupuloso. Cumplí mi palabra en cosas de las que me habrían fácilmente dispensado. En aquel entonces a veces se rendían con reputación, y con unas condiciones que ellas toleraban fácilmente que el vencedor infringiera. Más de una vez, en interés de su honor, hice ceder al placer en su momento álgido. Y cuando la razón me acuciaba, las armé contra mí, de tal manera que se conducían con más seguridad y severidad con mis reglas, si se habían entregado francamente a ellas, de lo que lo habrían hecho con las suyas propias.

c | En la medida de mis fuerzas asumí yo solo el riesgo de nuestras citas, para descargarlas a ellas; y siempre preparé nuestras intrigas por la vía más ardua e inopinada, para suscitar menos sospechas, y por lo demás, a mi juicio, por la vía más accesible. Se exponen principalmente por los lugares que consideran de suyo ocultos. Las cosas menos temidas son menos defendidas y observadas. Puede osarse más fácilmente aquello que nadie cree que osarás, que se vuelve fácil por su dificultad.

b | Jamás tuvo nadie unas aproximaciones más impertinentemente genitales.[282] Esta manera de amar se ajusta más a la regla; pero hasta qué punto le resulta ridícula a la gente de hoy, y poco eficaz, ¿quién lo sabe mejor que yo? Sin embargo, no me alcanzará el arrepentimiento. Nada tengo ya que perder:

me tabula sacer

uotiva paries indicat uuida

suspendisse potenti

uestimenta maris Deo.[283]

[por mi parte, la tablilla votiva en el sagrado muro indica que

he ofrendado mis ropas mojadas al poderoso dios del mar].

Ahora es el momento de hablar de ello abiertamente. Pero a otro le diría tal vez: «Amigo mío, sueñas; el amor de estos tiempos tiene poco que ver con la fidelidad y con la probidad»:

haec si tu postules

rationes certa facere, nihilo plus agas,

quam si des operam, ut cum ratione insanias.[284]

[si quisieras establecer como ciertas estas cosas según

la razón, no harías otra cosa que delirar razonablemente].

En cambio, si yo pudiera volver a empezar, lo haría con la misma disposición y siguiendo el mismo curso, por infructuoso que me pudiera resultar. c | La incapacidad y la necedad son loables en una acción poco loable. b | A medida que me alejo de su inclinación en esto, me acerco a la mía.

Por lo demás, en este asunto, no me dejaba ir del todo; me complacía, pero sin abandonarme. Reservaba en su totalidad el poco juicio y discreción que la naturaleza me ha concedido, para servirlas a ellas y a mí mismo —un poco de emoción, pero sin desvarío—. Mi conciencia se implicaba también, hasta el desenfreno y la disolución; pero, hasta la ingratitud, la traición, la malignidad y la crueldad, no. No adquiría el placer de este vicio a cualquier precio, y me daba por satisfecho con su propio y simple coste: c | Nullum intra se uitium est[285] [Ningún vicio está encerrado en sí mismo]. b | Odio casi en la misma medida la ociosidad estancada y adormecida, y el trabajo arduo y penoso. El uno me hiere, la otra me amodorra. Me gustan tanto las heridas como las magulladuras, y los golpes cortantes como los contundentes. Encontré en este asunto, cuando tenía más capacidad, una justa moderación entre los dos extremos. El amor es una agitación despierta, viva y alegre. Yo no estaba turbado ni afligido, pero sí encendido y aun alterado. Hay que detenerse ahí. Sólo es perniciosa para los insensatos.

Un joven preguntó al filósofo Panecio si al sabio le convenía enamorarse. «Dejemos al sabio», respondió; «pero tú y yo, que no lo somos, no nos impliquemos en una cosa tan agitada y tan violenta, que nos esclaviza a otro y nos hace despreciables ante nosotros mismos».[286] Estaba en lo cierto. No debe confiarse una cosa de suyo tan impetuosa a un alma que no tenga capacidad de resistir sus embates, y capacidad de rebatir con los hechos la sentencia de Agesilao: que la prudencia y el amor no pueden ir juntos.[287] Se trata de una vana ocupación, es cierto, inconveniente, vergonzosa e ilegítima. Pero, si se la conduce de esta manera, la considero saludable, apropiada para desentumecer un espíritu y un cuerpo pesados. Y, como médico, la prescribiría a un hombre de mi tipo y condición de tan buena gana como cualquier otro remedio, para despertarlo y mantenerlo fuerte hasta una edad muy avanzada, y para retrasar en él la influencia de la vejez. Mientras sólo estemos en los arrabales y el pulso nos siga latiendo:

Dum noua canities, dum prima et recta senectus,

dum superest Lachesi quod torqueat, et pedibus me

porto meis, nullo dextram sebeunte bacillo,[288]

[Cuando mi canicie es reciente y mi vejez primera y vigorosa, cuando a Láquesis le queda por torcer y ando con mis pies sin la ayuda de ningún bastón en la derecha],

necesitamos que alguna agitación hiriente como ésta nos solicite y deleite. Ved hasta qué punto devolvió la juventud, el vigor y la alegría al sabio Anacreonte.[289] Y Sócrates, más viejo que yo, dice, hablando de un objeto amoroso: «Al apoyarme en su hombro con el mío, y al acercar mi cabeza a la suya, mientras mirábamos juntos un libro, sentí de pronto, sin mentir, un escozor en la espalda como si me hubiera mordido un animal, y, desde entonces, estuve más de cinco días con ese hormigueo, y me introdujo en el corazón una comezón continua».[290] ¡Un contacto, y fortuito, y por un hombro, inflama y altera un alma enfriada y debilitada por la edad, y la más reformada de todas las humanas! c | ¿Y por qué no? Sócrates era un hombre; y no quería ser ni parecer otra cosa.

b | La filosofía no se opone a los placeres naturales, con tal de que se les añada la mesura, c | y predica su moderación, no su huida. b | La fuerza de su resistencia se emplea contra los extraños y bastardos. Afirma que el espíritu no debe aumentar los deseos del cuerpo. Y nos advierte con ingenio c | que no pretendamos despertar el hambre por medio de la saciedad, que no queramos rellenar el vientre en vez de llenarlo, que evitemos cualquier goce que nos lleve a la escasez y b | cualquier alimento y bebida que nos altere y excite el hambre.[291] Igualmente, para servir al amor, nos ordena elegir un objeto que satisfaga simplemente la necesidad del cuerpo; que no trastorne el alma, la cual no debe hacer de ello su cometido, sino limitarse a secundar y asistir al cuerpo.[292] Pero ¿acaso no tengo razón si pienso que estos preceptos, que por lo demás incurren, a mi entender, en cierto rigor,[293] atañen a un cuerpo que ejerza su función, y que, a un cuerpo abatido, como a un estómago estragado, es excusable avivarlo y sostenerlo con cierto arte, y hacerle recobrar por medio de la fantasía el deseo y la alegría, puesto que de suyo los ha perdido?

¿No podemos decir que nada hay en nosotros, mientras permanecemos en esta cárcel terrestre, que sea puramente corporal ni espiritual, y que es injusto desmembrar[294] a un hombre vivo?; ¿y que parece razonable que nos comportemos, con el uso del placer, al menos tan favorablemente como lo hacemos con el dolor? Éste era —por ejemplo— vehemente hasta la perfección en el alma de los santos por mor de la penitencia. El cuerpo participaba en él de modo natural por el derecho de su alianza, y no obstante podía tener poca participación en la causa. Tampoco se contentaron con que se limitara a secundar y asistir al alma afligida. Lo afligieron a él mismo con penas atroces y propias, con el fin de que, rivalizando entre sí, alma y cuerpo sumiesen al hombre en el dolor, tanto más saludable cuanto más violento.[295]

c | En tal caso, en los placeres corporales, ¿no es una injusticia enfriar el alma, y decir que hay que arrastrarla como si se tratara de una obligación y necesidad forzada y servil? Lo que le incumbe es más bien ampararlos y promoverlos, presentarse e invitarse a ellos, dado que le corresponde la misión de regir. Como también le corresponde, a mi juicio, en los placeres que le son propios, inspirar e infundir al cuerpo todo el sentimiento de que es capaz su condición, y esforzarse por que le resulten dulces y saludables. Porque es muy razonable, como suele decirse, que el cuerpo no siga sus deseos en detrimento del espíritu. Pero ¿por qué no es también razonable que el espíritu no siga los suyos en detrimento del cuerpo?

b | No tengo otra pasión que me mantenga en vilo. Lo que la avaricia, la ambición, los pleitos, los procesos son para otros que, como yo, carecen de una profesión asignada, el amor lo sería de modo más conveniente. Me devolvería la vigilancia, la sobriedad, la gracia, el cuidado de mi persona. Aseguraría mi compostura para que las muecas de la vejez, esas muecas deformes y lastimosas, no la corrompan. c | Me devolvería a los estudios sanos y sabios, merced a los cuales podría granjearme más estimación y amor, librando a mi espíritu de la desesperación de sí mismo y de su uso, y reconciliándolo consigo mismo. b | Me distraería de mil pensamientos penosos, c | de mil aflicciones melancólicas, b | con los cuales la ociosidad nos carga en esta edad, c | así como el mal estado de nuestra salud; b | reavivaría, al menos en sueños, esta sangre que la naturaleza abandona; le sostendría el mentón y le prolongaría un poco las fuerzas, c | y el vigor y la alegría de la vida,[296] b | a este pobre hombre que marcha a toda prisa hacia su ruina. Pero entiendo muy bien que es un placer muy difícil de recobrar. A causa de la debilidad y la prolongada experiencia, nuestro gusto se ha vuelto más delicado y exquisito. Pedimos más cuando menos aportamos. Queremos elegir más cuando menos merecemos que nos acepten. Sabiéndonos en esta situación, somos menos audaces y más desconfiados; nada puede convencernos de que nos aman, habida cuenta nuestra condición y la suya. Me da vergüenza encontrarme en medio de la vigorosa y ardiente juventud:

Cuius in indomito constantior inguine neruus,

quam noua collibus arbor inhaeret.[297]

[Cuyo miembro está plantado en su ingle indómita

más firme que un árbol nuevo en la colina].

¿Cómo vamos a exhibir nuestra miseria en medio de esta alegría?

Possint ut iuuenes uisere feruidi,

multo non sine risu,

dilapsam in cineres facem.[298]

[Para que los jóvenes ardientes puedan ver,

no sin reírse, una antorcha reducida a cenizas].

Tienen la fuerza y la razón de su parte; hagámosles sitio, no nos queda ya manera de resistir. c | Y este germen de belleza naciente no se deja manejar por manos tan entumecidas, ni ganar por medios puramente materiales. Pues, como respondió un filósofo antiguo a uno que se burlaba porque no había sabido ganarse la simpatía de un jovenzuelo al que perseguía: «Amigo mío, el anzuelo no puede atrapar un queso tan tierno».[299]

b | Ahora bien, se trata de una relación que reclama proporción y correspondencia. Los demás placeres que recibimos pueden agradecerse con recompensas de distinta naturaleza; pero éste no se paga sino con la misma clase de moneda. c | En verdad, en este deleite, el placer que doy yo halaga mi imaginación con más dulzura que el que me dan a mí. b | Ahora bien, nada tiene de noble quien puede recibir placer donde no lo da; es un alma abyecta, que acepta deberlo todo, y que se complace alentando una relación con personas a las que incomoda. No hay belleza, ni gracia, ni intimidad tan exquisita que un hombre de honor deba desear a este precio. Si no pueden concedernos sus favores más que por piedad, prefiero con mucho no vivir a vivir de limosna. Querría tener el derecho de pedírsela a la manera en que he visto mendigar en Italia: «Fate ben per voi»[300] [Ayudaos a vosotros mismos], c | o a la manera en que Ciro exhortaba a sus soldados: «Quien me ame, que me siga».[301]

b | Únete, me dirán, a las de tu condición, que el hecho de compartir la misma fortuna te las hará más fáciles. ¡Qué combinación más necia e insípida!:

nolo

barbam uellere mortuo leoni.[302]

[no quiero arrancarle la barba al león muerto].

c | Jenofonte critica y acusa a Menón por haber empleado, en su amor, objetos marchitos.[303] Me produce más placer sólo ver la justa y dulce unión de dos jóvenes beldades, o sólo considerarla con la fantasía, que hacer yo mismo de segundo en una combinación triste e informe. b | Cedo este deseo fantástico al emperador Galba, que sólo se entregaba a las carnes duras y viejas;[304] y a ese pobre miserable:

O ego di’ faciant talem te cernere possim,

charaque mutatis oscula ferre comis,

amplectique meis corpus non pingue lacertis![305]

[¡Oh, ojalá pueda verte así, besar tiernamente tus cabellos

encanecidos y estrechar tu cuerpo enflaquecido entre mis brazos!]

c | Y cuento entre las primeras fealdades las bellezas artificiales y forzadas. Hemón, un muchacho de Quíos, pensando adquirir con bellos adornos la hermosura que la naturaleza le hurtaba, se presentó ante el filósofo Arquesilao y le preguntó si un sabio podía llegar a enamorarse: «Claro que sí», respondió el otro, «con tal de que no sea de una belleza engalanada y sofisticada, como la tuya».[306] La fealdad de una vejez reconocida es menos vieja y menos fea, a mi juicio, que otra pintada y alisada.

b | ¿Lo diré, a condición de que nadie me agarre por el cuello? El amor sólo me parece propia y naturalmente oportuno en la edad cercana a la infancia:

Quem si puellarum insereres choro,

mille sagaces falleret hospites

discrimen obscurum, solutis

crinibus ambiguoque uultu.[307]

[Al que, si le introduces en un corro de muchachas, con sus cabellos sueltos y su rostro ambiguo, mil huéspedes sagaces se engañarían al discernir su sexo].

c | Y la belleza, lo mismo. Porque el hecho de que Homero la extienda hasta que el mentón empieza a sombrearse, Platón mismo lo señaló como raro.[308] Y es notoria la causa por la cual el sofista Dión llamaba[309] al vello de la adolescencia Aristogitones y Harmodios.[310] b | En la madurez, me parece ya de algún modo fuera de lugar. Y todavía más en la vejez:

Importunus enim transuolat aridas

quercus.[311]

[Pues, implacable, no detiene su vuelo en las encinas secas].

c | Y Margarita, reina de Navarra, extiende, como mujer, muy lejos la ventaja de las mujeres, prescribiendo que a los treinta años llega el momento de cambiar el título de bellas por el de buenas.[312]

b | Cuanto más breve es el dominio que le otorgamos sobre nuestra vida, mejor nos va. Ved su objetivo. Es un mentón pueril. ¿Quién no sabe hasta qué punto en su escuela se procede al revés de todo orden? El estudio, la práctica, el uso son vías a la incompetencia. Los novatos son los maestros. c | Amor ordinem nescit[313] [El amor ignora el orden]. b | Lo cierto es que su conducta tiene más encanto cuando se mezcla con la inadvertencia y la turbación; los defectos y fracasos le proporcionan agudeza y gracia. Con tal de que sea violenta y ávida, importa poco que sea prudente. Ved cómo titubea, tropieza y retoza. Cuando la guiamos con arte y sabiduría la encadenamos, y cuando la sometemos a unas manos velludas y callosas coartamos su divina libertad.

Por lo demás, a menudo les oigo pintar esta relación como enteramente espiritual, y desdeñar tener en cuenta el interés de los sentidos en ella. Todo sirve. Pero puedo decir que he visto con frecuencia que excusamos la flaqueza de sus espíritus en favor de sus bellezas corporales; pero que todavía no he visto nunca que ellas, en favor de la belleza del espíritu, por muy sensato y maduro que éste sea, acepten echar una mano a un cuerpo que, por poco que sea, esté declinando. ¿Acaso no desea ninguna ese noble trueque c | socrático b | del cuerpo por el espíritu, c | y adquirir, a cambio de sus muslos, una relación y generación filosófica y espiritual —el precio más alto al que puede elevarlas?[314] Platón prescribe en sus leyes que a aquel que haya realizado alguna gesta señalada y útil en la guerra no se le puedan rehusar besos u otros favores amorosos de quien elija mientras dure la campaña, sin atender a su fealdad o a sus años.[315] Lo que encuentra tan justo para exaltar el valor militar, ¿no puede serlo también para exaltar otro valor? ¿Y acaso ninguna desea b | avanzarse a sus compañeras en la gloria de este casto amor? Casto, digo bien:

nam si quando ad praelia uentum est,

ut quondam in stipulis magnus sine uiribus ignis

incassum furit.[316]

[pues si en alguna ocasión se llega al combate, igual que

un gran fuego en los rastrojos sin fuerza se inflama en vano].

Los vicios que se extinguen en el pensamiento no son de los peores.

Para terminar este notable comentario, que se me ha escapado con un flujo de cháchara, flujo a veces impetuoso y nocivo,

Vt missum sponsi furtiuo munere malum

procurrit casto uirginis e gremio,

quod miserae oblitae molli sub ueste locatum,

dum aduentu matris prosilit, excutitur,

atque illud prono praeceps agitur decursu;

huic manat tristi conscius ore rubor;[317]

[Así una manzana, regalo furtivo del prometido, cae de la casta falda de una doncella cuando, no acordándose la pobre muchacha de que la había escondido bajo el blando vestido, al levantarse porque llega la madre, se le cae, y, por el impulso, sale rodando y a ella, desesperada, se le sonroja la cara de vergüenza];

digo que varones y mujeres están hechos en el mismo molde; salvo la educación y la costumbre, la diferencia no es grande. c | Platón llama indistintamente a unos y a otras a compartir todos los estudios, ejercicios, cargos y oficios guerreros o pacíficos de su república.[318] Y el filósofo Antístenes borraba toda diferencia entre su virtud y la nuestra.[319] b | Es mucho más fácil acusar a un sexo que excusar al otro. Es lo que suele decirse: el atizador se burla de la pala.[320]