LA DIVERSIÓN
En cierta ocasión me emplearon en consolar a una dama verdaderamente afligida —la mayoría de sus duelos son artificiales y ceremoniosos—:[1]
Vberibus semper lacrymis, semperque paratis,
in statione sua, atque expectantibus illam,
quo iubeat manare modo.[2]
[Con lágrimas siempre abundantes y siempre preparadas, en su puesto de guardia, y a la espera de que les ordene el modo en que han de derramarse].
Procedemos mal cuando nos oponemos a esta pasión, porque la oposición las provoca y las empuja a una mayor tristeza. Exasperamos el mal con la rivalidad del debate. Vemos en las conversaciones comunes que aquello que habría dicho sin prestar atención, si me lo discuten, me lo tomo en serio, lo abrazo —mucho más que si me interesara—. Y además, al hacer esto, te presentas a tu actuación con una entrada brusca. Sin embargo, los primeros tratos del médico con el paciente deben ser graciosos, alegres y agradables. Jamás un médico feo y ceñudo tuvo éxito. Por el contrario, pues, debe secundarse y favorecerse al principio su queja, y manifestar cierta aprobación y excusa. Mediante este acuerdo, ganas crédito para ir más allá, y, con una fácil e insensible inclinación, te deslizas a los razonamientos más firmes y apropiados para su curación.
Yo, que deseaba ante todo burlar a los presentes que me estaban observando, pensé en enmascarar el mal. Además, he encontrado por experiencia que tengo mala mano, e infructuosa, para persuadir. Presento mis razones o demasiado aceradas y secas, o con excesiva brusquedad, o con excesiva despreocupación. Tras aplicarme un rato a su tormento, no intenté curarla por medio de razones fuertes y vivas, porque carezco de ellas, o porque pensaba lograr mejor mi propósito de otro modo; c | ni me dediqué a elegir los varios tipos de consuelo que prescribe la filosofía: que aquello que se lamenta no es ningún mal, como Cleantes; que es un mal leve, como los peripatéticos; que lamentarse no es una acción justa ni loable, como Crisipo; ni el de Epicuro, más próximo a mi estilo: que debe transferirse el pensamiento de las cosas molestas a las placenteras; ni a atacar con todo este amasijo, dispensándolo según la oportunidad, como Cicerón.[3] b | Al contrario, decantando con mucha suavidad nuestra conversación, y desviándola poco a poco hacia los objetos más cercanos, y después hacia aquellos un poco más alejados, a medida que se abandonaba más a mí, le arrebaté imperceptiblemente el pensamiento doloroso, y la mantuve en una buena disposición, y del todo sosegada, mientras estuve con ella. Me valí de la diversión. Quienes me siguieron en este mismo servicio no encontraron mejora alguna en ella; en efecto, no había llevado el hacha hasta las raíces.
c | Acaso me he referido en otro sitio a cierta clase de diversiones públicas.[4] Y el uso de las militares que empleó Pericles en la guerra del Peloponeso,[5] y otras mil en otras partes, para hacer salir de sus países a las fuerzas contrarias, es muy frecuente en las historias. b | Fue un ingenioso desvío lo que permitió al señor de Himbercourt salvarse a sí mismo, y salvar a otros, en la ciudad de Lieja, donde le había ordenado entrar el duque de Borgoña, que la mantenía sitiada, para ejecutar las cláusulas de su acordada rendición. El pueblo, reunido de noche para tratar el asunto, inició una rebelión contra los acuerdos concertados; y muchos decidieron lanzarse sobre los negociadores, a los que tenían en su poder. Él, al percibir el rumor del aguacero que se avecinaba, con la multitud precipitándose sobre su alojamiento, les envió de inmediato a dos habitantes de la ciudad —pues algunos estaban de su parte— cargados con nuevas ofertas más benignas, para proponer en su consejo ofertas que había improvisado para salir del paso. Estos dos atajaron la primera tormenta, y condujeron a la alterada turba hasta el ayuntamiento, para que escuchara su mensaje y deliberara sobre él. La deliberación fue breve. Entonces se desató una segunda tempestad, tan violenta como la otra; y él les mandó, para oponérsele, a cuatro nuevos y similares intercesores, asegurando que en esta ocasión les presentaba ofertas más ventajosas, que les contentarían y satisfarían por entero, de tal suerte que el pueblo fue de nuevo empujado hasta la asamblea. En suma, mediante la dispensación de tales distracciones, desviando su furia y disipándola en vanas consultas, al fin lo adormeció y alcanzó el día, lo cual era su principal objetivo.[6]
Este otro relato es del mismo orden. Atalanta, muchacha de magnífica belleza y extraordinarias aptitudes, para librarse de la muchedumbre de mil pretendientes que la pedían en matrimonio, les dio esta regla: aceptaría a aquel que la igualara en la carrera, con la condición de que quienes fallaran perdiesen la vida. Fueron bastantes los que consideraron el premio merecedor del riesgo y los que incurrieron en los castigos previstos por este cruel acuerdo. Hipómenes, al que correspondía probar suerte después de los demás, se dirigió a la diosa protectora del ardor amoroso[7] para llamarla en su auxilio. Ésta, atendiendo su plegaria, le proporcionó tres manzanas de oro y le instruyó sobre su empleo. Una vez empezada la carrera, a medida que Hipómenes percibía que su amada le pisaba los talones, dejaba escapar, como por inadvertencia, una de las manzanas. La muchacha, detenida por su belleza, se desviaba para cogerla:
Obstupuit uirgo, nitidique cupidine pomi
declinat cursus, aurumque uolubile tollit.[8]
[La doncella se aturde y, deseando la brillante manzana,
abandona la carrera y coge el oro rodante].
Lo mismo hizo, en su momento, con la segunda y la tercera, hasta que, gracias a tal desvío y diversión, la victoria en la carrera fue para él.[9]
Cuando los médicos no pueden purgar un catarro, lo alejan y desvían hacia otra parte menos peligrosa. Me doy cuenta de que ése es también el remedio más común para las enfermedades del alma. c | Abducendus etiam nonnunquam animus est ad alia studia, sollicitudines, curas, negotia: loci denique mutatione, tanquam aegroti non conualescentes, saepe curandus est[10] [También a veces hay que distraerle el ánimo hacia otras inclinaciones, preocupaciones, inquietudes, actividades; en suma, a menudo hay que curarlo, como a los enfermos no convalecientes, con un cambio de lugar]. b | Rara vez se le hace afrontar los males directamente; más que sostener o parar el golpe, se le hace esquivarlo y desviarlo.
La otra lección es demasiado elevada y difícil. Corresponde a los de la primera clase detenerse simplemente en la cosa, examinarla, juzgarla. Sólo conviene a un Sócrates tratar a la muerte con semblante común, acostumbrarse a ella y tomarla a broma. Éste no busca consuelo fuera de la cosa misma; morir le parece un accidente natural e indiferente; fija precisamente ahí la vista, y se resuelve a ello sin mirar hacia otra parte. Los discípulos de Hegesias, que se dejan morir de hambre, enardecidos por los bellos discursos de sus lecciones c | —y en tan gran número que el rey Ptolomeo le hizo prohibir seguir alimentando a su escuela con esos discursos homicidas—,[11] b | no consideran la muerte en sí, no la juzgan. No detienen su pensamiento en ella; corren, se dirigen hacia un ser nuevo. Esa pobre gente a la que vemos en el cadalso, henchida de una ardiente devoción, que ocupa todos sus sentidos en la medida de sus fuerzas —los oídos en las instrucciones que les imparten, los ojos y las manos dirigidos al cielo, la voz dedicada a nobles rezos, con una emoción violenta y continua—, hacen ciertamente una cosa loable y conveniente en tal trance. Es preciso alabar su religiosidad, pero no, en rigor, su firmeza. Rehuyen la lucha; desvían el pensamiento de la muerte, tal y como se distrae a los niños cuando se les quiere clavar una lanceta. He visto a algunos que, si alguna vez su mirada descendía a los horribles preparativos de la muerte que había a su alrededor, se sobrecogían y empujaban su pensamiento con furia hacia otra parte.[12] A quienes pasan sobre un espantoso abismo, se les ordena que cierren o desvíen los ojos.
c | Subrio Flavo tenía que morir por orden de Nerón y a manos de Nigro, jefe militar como él. Cuando lo llevaron al campo donde debía realizarse la ejecución, al ver la fosa que Nigro había mandado cavar para enterrarlo, que era irregular y deforme, volviéndose a los soldados presentes, les dijo: «Ni siquiera esto se ajusta a la disciplina militar». Y a Nigro, que le exhortaba a mantener la cabeza firme, le espetó: «¡Ojalá al menos puedas golpear con la misma firmeza!».
Y acertó, pues Nigro, con el brazo tembloroso, necesitó varios golpes para cortársela. Flavo parece haber mantenido su pensamiento directa y fijamente en el asunto.[13]
b | Quien muere en pleno combate, con las armas en la mano, en ese momento no estudia la muerte, no la siente ni la considera. El ardor de la lucha lo arrastra. A un hombre honesto, conocido mío, que cayó luchando en un duelo, y que sentía cómo su enemigo le clavaba en el suelo nueve o diez veces la daga, todos los presentes le gritaban que pensase en su conciencia. Pero me contó después que, aunque esas voces le llegaban a los oídos, no le habían afectado en modo alguno, y que nunca pensó en otra cosa que en librarse y vengarse. Mató a su hombre en ese mismo combate. c | Hizo mucho por L. Silano quien le transmitió su condena. En efecto, al oír la respuesta de que estaba pronto a morir, pero no por manos criminales, se abalanzó sobre él con sus soldados para capturarlo; y como, completamente desarmado, se defendió con obstinación a puñetazos y patadas, le mató en la pelea.[14] Disipó en una cólera rápida y tumultuosa el penoso sentimiento de la muerte larga y preparada a la cual estaba destinado.
b | Pensamos siempre en otra cosa; la esperanza de una vida mejor nos retiene y apoya, o la esperanza en la valía de nuestros hijos, o la futura gloria de nuestro nombre, o la huida de los males de esta vida, o la venganza que amenaza a quienes nos infligen la muerte:
Spero equidem mediis, si quid pia numina possunt,
supplicia hausurum scopulis, et nomine Dido
saepe uocaturum.
Audiam, et haec manes ueniet mihi fama sub imos.[15]
[Te auguro, si los piadosos númenes tienen algún poder, que encontrarás tu suplicio entre los escollos, y que llamarás a menudo a Dido. Lo oiré, y la fama me llegará entre los profundos Manes].
c | Jenofonte ofrecía un sacrificio con una corona en la cabeza cuando le anunciaron la muerte de su hijo Grilo en la batalla de Mantinea. Al conocer por primera vez la noticia, arrojó la corona al suelo; pero cuando oyó, con el resto del relato, la forma valerosísima en que había muerto, la recogió y volvió a ponérsela sobre la cabeza.[16]
b | Hasta Epicuro se consuela, en sus últimos momentos, con la eternidad y el fruto de sus escritos.[17] c | Omnes clariet nobilitati labores fiunt tolerabiles[18] [Todos los esfuerzos ilustres y provistos de nobleza se hacen tolerables]. Y la misma herida, el mismo sufrimiento, no le pesan igual, dice Jenofonte, al general del ejército que al soldado.[19] Epaminondas aceptó su muerte con mucha mayor alegría cuando le informaron de que la victoria había caído de su lado.[20] Haec sunt solatia, haec fomenta summorum dolorum[21] [Éstos son los consuelos, éstos son los alivios de los mayores sufrimientos]. b | Y otras circunstancias semejantes nos distraen, desvían y apartan de la consideración de la cosa en sí. c | Los argumentos mismos de la filosofía orillan y eluden siempre la materia, y apenas rozan su superficie. El primer hombre de la primera escuela filosófica, y superintendente de las demás, el gran Zenón, dice contra la muerte: «Ningún mal es honorable; la muerte lo es; luego no es un mal»;[22] contra la embriaguez: «Nadie confía un secreto a un borracho; todo el mundo lo confía a un sabio; luego el sabio no será borracho».[23] ¿Es eso dar en el blanco? Me agrada ver cómo estas almas principales no pueden desprenderse de nuestro consorcio. Por más que sean hombres perfectos, continúan siendo, de manera muy burda, hombres.
b | La venganza es una pasión dulce, de gran impresión, y natural. Me doy perfecta cuenta aun sin haberla experimentado. Para distraer de ella, hace poco, a un joven príncipe,[24] no le decía que fuera preciso ofrecer la mejilla a aquel que te ha golpeado la otra por deber de caridad;[25] ni le describía los trágicos resultados que la poesía atribuye a tal pasión.[26] La dejaba de lado, y me dedicaba a hacerle saborear la belleza de una imagen contraria: el honor, el favor, la benevolencia que adquiriría mediante la clemencia y la bondad; lo desviaba a la ambición. Es así como se hace.
Si tu sentimiento amoroso es demasiado fuerte, dispérsalo, dicen.[27] Y dicen la verdad, pues lo he comprobado a menudo con provecho. Quiébralo en distintos deseos; que uno de ellos sea el que rija y domine, si quieres; pero, para que no te subyugue y tiranice, debilítalo, aplácalo dividiéndolo y desviándolo:
Cum morosa uago singultiet inguine uena,[28]
[Cuando el violento deseo palpita en el voluble miembro],
coniicito humorem collectum in corpora quaeque.[29]
[arroja el humor acumulado contra cualquier cuerpo].
Y hazlo bien temprano, no sea que te resulte difícil una vez se haya adueñado de ti:
Si non prima nouis conturbes uulnera plagis,
uolgiuagaque uagus Venere ante recentia cures.[30]
[Si no borras la primera herida con nuevos golpes y no la curas
antes, mientras es reciente, con el trato de la errante Venus].
En otros tiempos me afectó una fuerte aflicción, dado mi temperamento, y aún más justa que fuerte.[31] Tal vez me habría perdido de haber confiado simplemente en mis fuerzas. Necesitado de una vehemente diversión para distraerme, me hice el enamorado de una manera artificial y estudiada, cosa que mi edad favorecía.[32] El amor me alivió y apartó del mal que la amistad me estaba infligiendo. En todo lo demás, ocurre lo mismo. Si me embarga alguna acerba fantasía, me parece más rápido cambiarla que someterla; la sustituyo, si no puedo por una contraria, al menos por una distinta. La variación siempre alivia, disuelve y diluye. Si no puedo combatirla, la evito, y, al escapar de ella, me desvío, me valgo de artimañas. Cambiando de lugar, de ocupación, de compañía, me refugio en una muchedumbre de nuevas ocupaciones y pensamientos, donde ella pierde mi rastro y se aleja de mí.
La naturaleza procede así por el favor de la inconstancia. En efecto, el tiempo, que ella nos ha dado como médico supremo de nuestras pasiones,[33] surte efecto principalmente de este modo: al proporcionar asuntos siempre distintos a nuestra imaginación, disuelve y corrompe el primer sentimiento, por más fuerte que sea. El sabio apenas ve menos a su amigo agonizante cuando han pasado veinticinco años que el primer año; c | y, según Epicuro, no lo ve en absoluto menos, pues, según él, ni la previsión ni la antigüedad disminuyen en nada las penalidades.[34] b | Pero son tantos los otros pensamientos que se cruzan con éste, que al final languidece y se agota.
Para desviar la inclinación de los rumores comunes, Alcibíades cortó las orejas y la cola a su hermoso perro y lo soltó en la plaza, a fin de que, dándole este asunto al pueblo como motivo de chismorreo, dejara en paz el resto de sus acciones.[35] También he visto a ciertas mujeres que, al efecto de distraer las opiniones y las conjeturas del pueblo, y de desviar a los chismosos, encubrían sus verdaderas pasiones con pasiones fingidas. Pero hubo una que, mientras fingía, se dejó apresar de verdad, y abandonó la pasión verdadera y original por la fingida. Y por ella aprendí que quienes están bien situados son necios si aceptan esta farsa. Dado que las acogidas y las conversaciones públicas están reservadas al amante dispuesto, puedes creer que no es muy hábil si no ocupa finalmente tu sitio y te manda al suyo. c | Es propiamente cortar y coser un zapato para que lo calce otro.
b | Poca cosa nos distrae y desvía, porque poca cosa nos mantiene sujetos. Apenas miramos los objetos en conjunto y solos; nos impresionan circunstancias o imágenes menudas y superficiales, y vanas cortezas que se desprenden de los objetos:[36]
Folliculos ut nunc teretes aestate cicadae
linquant;[37]
[Como las cigarras se despojan al llegar
el verano de sus delicadas envolturas];
El mismo Plutarco echa en falta a su hija por las monerías de su infancia.[38] Nos aflige el recuerdo de un adiós, de una acción, de una gracia particular, de una última recomendación. La ropa de César turbó a Roma entera, cosa que su muerte no había logrado.[39] Hasta el sonido de los nombres, que nos zumba en los oídos: «¡Mi pobre amo!», o «¡Mi gran amigo!», «¡Ay, mi querido padre!», o «¡Mi buena hija!». Cuando me afectan estas repeticiones, y las examino de cerca, me parece que se trata de un lamento gramatical.[40] Me hieren la palabra y el tono —como las exclamaciones de los predicadores conmueven a su auditorio a menudo más que sus razones, y como nos impresiona el grito lastimoso de un animal al que matan para nuestro servicio—, sin que sopese o penetre, entretanto, la sustancia verdadera y sólida de mi objeto:
his se stimulis dolor ipse lacessit;[41]
[el dolor se excita a sí mismo con estos estímulos];
Éstos son los fundamentos de nuestro dolor.
c | La obstinación de mis piedras, especialmente en la verga, me ha precipitado a veces en largas retenciones de orina, de tres, de cuatro días, y me ha adentrado hasta tal extremo en la muerte que habría sido una locura esperar evitarla, incluso desearlo, vistos los crueles sufrimientos que me produce esta situación. ¡Oh, qué gran maestro en el arte de los verdugos era aquel buen emperador que mandaba atar la verga a sus criminales para hacerlos morir por no poder orinar![42] Cuando me encontraba así, pensaba qué ligeras eran las causas y los objetos con que la imaginación alentaba en mí la añoranza de la vida; con qué átomos se forjaba en mi alma el pesar y la dificultad de este desalojo; a qué frívolos pensamientos hacemos sitio en un asunto tan importante: un perro, un caballo, un libro, un vaso y ¿qué no? contaban en mi pérdida. En los demás, sus ambiciosas esperanzas, su bolsa, su ciencia, a mi entender con la misma necedad. Veo la muerte despreocupadamente cuando la veo en general, como el fin de la vida. En conjunto, la domino; al detalle, me acosa. Las lágrimas de un lacayo, el reparto de mis trastos, el contacto de una mano conocida, un consuelo común, me desconsuelan y enternecen.
b | Así nos turban el alma las quejas de las fábulas; y los lamentos de Dido y de Ariadna emocionan a los mismos que no creen en ellos en Virgilio y en Catulo.[43] c | Es un ejemplo de naturaleza obstinada y dura no sentir ninguna emoción al oírlos, tal y como se refiere de Polemón a manera de milagro; pero éste tampoco palideció siquiera por el mordisco de un perro rabioso, que le arrancó la parte grasa de la pierna.[44] b | Y ninguna sabiduría llega hasta el punto de concebir tan viva y entera, por medio del juicio, la causa de una tristeza, que no sufra un agravamiento con la presencia, cuando intervienen los ojos y los oídos, facultades que sólo pueden ser movidas por vanos accidentes.
¿Es razonable que aun las artes se sirvan y aprovechen de nuestra debilidad y estupidez naturales? El orador, dice la retórica, en la farsa de su alegato se emocionará con el sonido de su voz y con sus agitaciones fingidas; y se dejará atrapar por la pasión que representa. Se imprimirá un dolor verdadero y sustancial por medio de la comedia que interpreta, para transmitirlo a los jueces, a quienes atañe todavía menos.[45] Igual que hacen esas personas a las que se alquila en los funerales para ayudar a la ceremonia del duelo, que venden sus lágrimas y su tristeza a peso y por medidas. En efecto, aunque se conmuevan de forma ficticia, aun así, al acostumbrar y someter su disposición, lo cierto es que a menudo se arrebatan por completo, y sufren una verdadera melancolía.
Fui, con muchos otros amigos suyos, a llevar a Soissons el cadáver del señor de Gramont, desde el sitio de La Fère, donde cayó muerto.[46] Observé que, allí por donde pasábamos, henchíamos de lamentos y llantos al pueblo que encontrábamos sólo con ver el aparato de nuestro cortejo; pues ni siquiera sabían el nombre del fallecido.
c | Quintiliano dice haber visto actores tan fuertemente implicados en un papel de duelo que seguían llorando en casa;[47] y dice de sí mismo que, tras intentar suscitar cierta pasión en otros, la había abrazado hasta el punto de verse sorprendido no ya por las lágrimas, sino por la palidez del semblante y por el gesto de hombre en verdad abrumado de dolor.[48]
b | En una zona cercana a nuestras montañas,[49] las mujeres hacen el papel de preste Martín.[50] En efecto, así como agravan su pesar por el marido perdido recordando sus rasgos buenos y agradables, recogen y difunden al mismo tiempo sus imperfecciones, como para introducir por sí mismas cierta compensación y desviarse de la piedad al desdén. c | Con mucha más gracia además que nosotros, que, a la pérdida del primer conocido, nos lanzamos a dedicarle alabanzas nuevas y falsas, y a hacerlo completamente distinto, una vez perdido de vista, de lo que nos parecía cuando lo veíamos. Como si el pesar fuese una cualidad instructiva; o como si las lágrimas, al lavar nuestro entendimiento, lo iluminasen. Yo renuncio desde ahora a los testimonios favorables que me quieran brindar no porque sea digno de ellos sino porque estaré muerto.
b | Si alguien le pregunta a aquél: «¿Qué interés tienes en el asedio?», dirá: «El interés del ejemplo y de la obediencia común al príncipe; no pretendo provecho alguno; y en cuanto a la gloria, sé la pequeña parte que puede recaer en un particular como yo. No tengo aquí ni pasión ni disputa». Vedle sin embargo al día siguiente, del todo cambiado, febril y enrojecido de cólera, en su puesto de batalla para el asalto. El fulgor de tanto acero y el fuego y el estruendo de nuestros cañones y de nuestros tambores le han arrojado este nuevo rigor y odio en las venas. ¡Frívola causa!, me dirás. ¿Cómo, causa? No hace falta ninguna para agitar el alma. Un ensueño sin cuerpo y sin objeto la domina y la agita. Si me lanzo a hacer castillos en el aire,[51] mi imaginación me fabrica bienes y placeres que realmente me halagan y alegran el alma. ¡Cuántas veces enredamos nuestro espíritu en la ira o en la tristeza por tales sombras, y nos implicamos en pasiones fantásticas que nos alteran el alma y el cuerpo! c | ¡Qué muecas de asombro, risueñas, confusas, suscita el ensueño en nuestros semblantes! ¡Qué arrebatos y agitaciones de miembros y de voz! ¿No parece acaso que este hombre sólo tiene visiones falsas de una multitud de otros hombres con los que está tratando, o cierto demonio interno que le acosa? b | Pregúntate a ti mismo dónde está el objeto de tal mutación. ¿Existe nada en la naturaleza, salvo nosotros, que se sustente en la inanidad, sobre lo cual ésta tenga poder?
Cambises mandó matar a su hermano porque soñó, mientras dormía, que iba a convertirse en el rey de Persia.[52] ¡Un hermano al que quería, y del que siempre se había fiado! Aristodemo, rey de los mesenios, se mató por una fantasía que le pareció de mal agüero de no sé qué aullido de sus perros.[53] Y el rey Midas hizo lo mismo, turbado y enojado por cierto sueño desagradable que había tenido.[54] Abandonar la vida por un sueño es apreciarla como lo que es.
Escuchad, c | sin embargo, b | cómo nuestra alma triunfa sobre la miseria del cuerpo, sobre su flaqueza, sobre el hecho de que esté expuesto a todos los daños y alteraciones. ¡En verdad le asiste la razón al hablar de ello!:
O prima infoelix fingenti terra Prometheo!
Ille parum cauti pectoris egit opus.
Corpora disponens, mentem non uidit in arte;
recta animi primum debuit esse uia.[55]
[¡Oh primer barro que por desgracia moldeó Prometeo! Realizó su obra con poca precaución. Al disponer el cuerpo, no vio el espíritu con arte; el método correcto habría sido empezar por el alma].