TRES RELACIONES
b | No hay que adherirse con tanta fuerza a los propios humores y a las propias inclinaciones. Nuestra principal aptitud es saber aplicarse a usos diferentes. Permanecer atado y sujeto por necesidad a una sola manera de ser, es ser, pero no es vivir. Las almas más hermosas son aquellas que están provistas de mayor variedad y flexibilidad. c | Veamos un honorable testimonio sobre Catón el Viejo: «Huic uersatile ingenium sic pariter ad omnia fuit, ut natum ad id unum diceres, quodcumque ageret»[1] [Tuvo un ingenio tan versátil para todo igualmente, que, hiciere lo que hiciere, habrías dicho que había nacido precisamente para aquello]. b | Si me correspondiera formarme a mi modo, no hay ninguna costumbre tan buena que quisiera fijarme a ella al punto de no poder abandonarla. La vida es un movimiento desigual, irregular y multiforme. Seguirse a sí mismo sin tregua, y estar tan preso de las propias inclinaciones que no podamos apartarnos de ellas, que no podamos torcerlas, no es ser amigo de sí mismo, y, menos aún, dueño. Es ser esclavo.[2]
Lo digo en este momento porque no puedo librarme fácilmente de la importunidad de mi alma, por no saber ocuparse de ordinario sino en aquello donde encuentra dificultades, ni emplearse sino tensa y entera. Por más leve que sea el asunto que se le ofrece, lo agranda de buena gana, y lo extiende hasta el extremo de tener que aplicarse a él con todas sus fuerzas. Por tal motivo, su ociosidad es para mí una ocupación penosa y que daña mi salud.[3] La mayoría de los espíritus necesitan de materia ajena para despabilar y ejercitarse; el mío la necesita más bien para asentarse y sosegarse —uitia otii negotio discutienda sunt[4] [se escapa a los vicios de la ociosidad con el trabajo]—, pues su principal y más laborioso estudio consiste en estudiarse a sí mismo. c | Los libros, para él, forman parte del género de ocupaciones que lo apartan de su estudio. b | Ante los primeros pensamientos que se le presentan, se agita y pone a prueba su vigor en uno y otro sentido, ejercita su gobierno a veces hacia la fuerza, a veces hacia el orden y la gracia, c | se ordena, modera y fortalece. b | Es capaz de despertar sus facultades por sí mismo. La naturaleza le ha concedido, como a todos, suficiente materia propia para serle útil, y bastantes objetos propios sobre los que inventar y juzgar.[5]
c | La meditación es un estudio poderoso y rico para quien sabe examinarse y aplicarse con vigor. Prefiero forjar mi alma a amueblarla. No existe ocupación ni más débil ni más fuerte que la de cultivar los propios pensamientos, según el alma que se tenga. Las más grandes hacen de ello su oficio, quibus uiuere est cogitare[6] [para quienes vivir es pensar]. Además, la naturaleza la ha favorecido con el privilegio de que nada hay que podamos hacer durante tanto tiempo, ni acción a la cual nos entreguemos con más frecuencia y facilidad.[7] Es la actividad de los dioses, dice Aristóteles, de la cual proviene tanto su beatitud como la nuestra.[8] La lectura me sirve ante todo para despertar mi razonamiento con objetos distintos, para activar mi juicio, no mi memoria.
b | Así pues, pocas conversaciones me detienen si carecen de vigor y esfuerzo. Es cierto que la elegancia y la belleza me llenan y ocupan tanto o más que la importancia y la profundidad. Y, puesto que en toda otra comunicación dormisqueo, y no presto sino una atención superficial, me sucede a menudo, en tal suerte de conversaciones bajas y blandas,[9] conversaciones de compromiso, que digo y respondo desvaríos y necedades indignos de un niño y ridículos; o que permanezco obstinadamente en silencio, de forma aún más insensata e insociable. Tengo una manera de ser soñadora que me retrae hacia mí mismo; y, por otra parte, una ignorancia burda y pueril sobre muchas cosas comunes. Debido a estas dos cualidades, me he ganado que puedan contarse de mí cinco o seis historias, verdaderas, que no tienen parangón en nadie en cuanto a necedad.
Ahora bien, siguiendo con mi asunto, este temperamento difícil me vuelve exigente en el trato con los hombres —me es preciso elegirlos con sumo cuidado—, y me vuelve inepto para las acciones comunes. Vivimos y tratamos con el pueblo; si la familiaridad con él nos importuna, si desdeñamos aplicarnos a las almas bajas y vulgares —y las bajas y vulgares son a menudo tan rectas como las más sutiles, c | y toda sabiduría que no se acomode a la común insipiencia es insípida—, b | hemos de dejar de intervenir en nuestros propios asuntos y en los de los demás; tanto los públicos como los privados se disputan con este tipo de gente. Las disposiciones menos rígidas y más naturales del alma son las más hermosas; las mejores ocupaciones, las menos esforzadas. ¡Dios mío, qué buen servicio rinde la sabiduría a aquellos cuyos deseos somete a su capacidad! No hay ciencia más útil. «Según se pueda» era el estribillo y la frase favorita de Sócrates, frase de gran sustancia.[10] Debemos dirigir nuestros deseos a las cosas más fáciles y cercanas, y detenerlos en ellas. ¿No es una necia inclinación no avenirme con un millar a quienes me une mi fortuna, de los cuales no puedo prescindir, para atenerme a uno o dos con quienes no puedo tener trato, o más bien a un deseo fantástico de algo que no puedo conseguir?[11] Mis costumbres afables, hostiles a toda acritud y dureza, pueden haberme librado fácilmente de odios y enemistades. Jamás nadie dio más motivo no digo para que me amen, sino para que no me odien. Pero la frialdad de mi trato me ha privado, con razón, de la benevolencia de muchos, que tienen excusa si la interpretan en un sentido diferente y peor.
Soy muy capaz de trabar y de mantener amistades singulares y exquisitas. En efecto, me aferró con tantas ganas a las relaciones que se acomodan a mi gusto, me ofrezco, me lanzo a ellas con tanta avidez, que no dejo fácilmente de comprometerme, ni de producir impresión allí donde doy. Lo he experimentado con frecuencia felizmente. En las amistades comunes soy un poco estéril y frío, porque mi proceder no es natural si no es a toda vela. Además, dado que mi fortuna, desde joven, me acostumbró y apegó a una amistad única y perfecta,[12] en verdad me hastió un poco de las otras, y me imprimió en exceso en la imaginación que se trata de un animal de compañía, no de rebaño, como decía un antiguo.[13] Asimismo, tengo por naturaleza dificultades para comunicarme a medias y con modificación, y con la servil y suspicaz prudencia que se nos prescribe en el trato de tales amistades numerosas e imperfectas. Y se nos prescribe sobre todo en estos tiempos en que sólo puede hablarse de la gente de modo peligroso o falso.
Con todo, me doy perfecta cuenta de que si alguien tiene como fin, éste es mi caso, las comodidades de su vida —me refiero a las comodidades sustanciales— debe huir como de la peste de tales dificultades, y de tal humor delicado. Yo alabaría un alma con diversos planos, que sepa ponerse en tensión y desmontar, que esté bien allí donde la lleve su fortuna, que pueda charlar con el vecino sobre su construcción, su caza y su pleito, conversar gustosamente con el carpintero y el jardinero. Envidio a quienes saben acomodarse al menor de sus servidores y trabar conversación con sus propios criados. c | Y me desagrada el consejo de Platón de hablar siempre con un lenguaje magistral a los criados, sin juego ni familiaridad, igual con los varones que con las mujeres.[14] Porque, al margen de mi razón, es inhumano e injusto darle tanto valor a una prerrogativa, la que sea, de la fortuna; y los Estados donde se tolera menos disparidad entre criados y amos me parecen los más equitativos.[15]
b | Los otros se esfuerzan por tensar y elevar su espíritu; yo, por bajarlo e inclinarlo. Sólo es vicioso cuando está en tensión:
Narras, et genus Aeaci
et pugnata sacro bella sub Ilio:
quo Chium pretio cadum
mercemur, quis aquam temperet ignibus,
quo praebente domum, et quota,
pelignis caream frigoribus, taces.[16]
[Cuentas también del linaje de Éaco y de las guerras libradas bajo la sagrada Ilion; pero nada dices del precio al que pagamos el vino de Quíos, de quién calentará el agua, de quién será el huésped, y a qué hora, que me pondrá al reparo de los fríos pelignos].
La valentía lacedemonia tenía necesidad de moderación, y del sonido dulce y gracioso del toque de las flautas, para ser halagada en la guerra, no fuera a precipitarse en la temeridad y en la furia.[17] En cambio, las demás naciones suelen emplear sonidos y gritos agudos y fuertes que incitan y enardecen a ultranza el ánimo de los soldados. De la misma manera, en contra de la forma común, me parece que, en el uso de nuestro espíritu, la mayoría tenemos más necesidad de plomo que de alas, de frialdad y de reposo que de ardor y de agitación.[18] Sobre todo, comete a mi juicio una necedad quien se las da de entendido entre quienes no lo son, quien habla siempre tenso —favellar in punta di forchetta [hablar en la punta de un tenedor]—. Hay que rebajarse a la manera de aquellos con quienes uno está, y a veces afectar ignorancia. Deja de lado la fuerza y la sutileza; en el uso común, basta con preservar el orden. En lo demás, arrástrate por el suelo si así lo quieren.
Los doctos suelen tropezar en esta piedra. Alardean siempre de su magisterio y esparcen sus libros por todas partes. En estos tiempos han llenado con ellos hasta tal extremo los gabinetes y los oídos de las damas, que, si éstas no han retenido la sustancia, al menos lo aparentan. En toda suerte de conversación y de materia, por baja y vulgar que sea, utilizan una manera de hablar y de escribir nueva y docta:
Hoc sermone pauent, hoc iram, gaudia, curas,
hoc cuncta effundunt animi secreta; quid ultra?
concumbunt docte.[19]
[Expresan con estas palabras el temor, la ira, los gozos, las inquietudes, difunden los secretos de su alma; ¿qué más?: se acuestan doctamente].
Y alegan a Platón y a santo Tomás en cosas en las cuales el primero que pasa no sería peor testigo. El saber que no ha podido llegarles al alma, se les ha quedado en la lengua.[20] Si aquellas que son bien nacidas me creen, se contentarán con realzar sus riquezas propias y naturales. Ocultan y cubren sus bellezas bajo bellezas ajenas. Es una gran simpleza extinguir la propia claridad para brillar con una luz prestada; están enterradas y sepultadas bajo el arte —c | de capsula totae[21] [como salidas por entero de una caja]—. b | No se conocen bastante a sí mismas. El mundo nada tiene más hermoso; a ellas les toca honrar las artes y engalanar los adornos. ¿Qué necesitan sino vivir amadas y honradas? Para esto, tienen y saben de sobra. Sólo se requiere despertar un poco y encender las facultades de que están provistas. Cuando las veo apegadas a la retórica, a la judiciaria,[22] a la lógica y a nimiedades semejantes, tan vanas e inútiles para su necesidad, empiezo a temer que los hombres que se las aconsejan lo hacen para poder darles lecciones con ese pretexto. Pues ¿qué otra excusa voy a encontrarles? Basta con que puedan, sin nosotros, someter la gracia de sus ojos a la alegría, a la severidad y a la dulzura, sazonar unos nones con rudeza, con duda y con favor,[23] y que no busquen ningún intérprete en los discursos que se hacen para cortejarlas. Con tal ciencia, mandan a baqueta y dan lecciones a los profesores y a la escuela.
Si, pese a todo, las irrita ser inferiores a nosotros en alguna cosa, y quieren por curiosidad tener parte en los libros, la poesía es una ocupación idónea para sus necesidades. Es un arte retozón y sutil, adornado, todo palabras, todo placer, del todo manifiesto, como ellas. Sacarán también mucho provecho de la historia. En cuanto a la filosofía, de la parte que sirve a la vida, tomarán los razonamientos que les enseñan a juzgar nuestras inclinaciones y costumbres, a defenderse de nuestras traiciones, a ordenar la ligereza de sus propios deseos, a preservar su libertad, a prolongar los placeres de la vida, y a soportar humanamente la inconstancia de un amante, la rudeza de un marido y la importunidad de los años y de las arrugas, y cosas semejantes. Ésta es, a lo sumo, la parte que les asignaría en las ciencias.
Existen temperamentos particulares, retraídos e introvertidos. Mi forma esencial es propicia a la comunicación y a la manifestación. Yo soy del todo exterior y evidente, he nacido para la sociedad y la amistad. La soledad que amo, y que predico,[24] consiste, sobre todo, en dirigir hacia mí mis afectos y pensamientos, en restringir y estrechar no mis pasos sino mis deseos y mi atención, renunciando a la preocupación ajena, y rehuyendo a ultranza la servidumbre y la obligación, c | y no tanto la multitud de hombres como la multitud de asuntos. b | La soledad local, a decir verdad, más bien me extiende y ensancha hacia fuera. Cuando estoy solo, me entrego más gustosamente a los asuntos de Estado y al universo.[25] En el Louvre,[26] y en medio del gentío, me comprimo y contraigo en mi piel. La multitud me empuja hacia mí mismo, y nunca converso conmigo tan insensata, licenciosa y privadamente como en los lugares de respeto y de prudencia ceremonial. Nuestras locuras no me dan risa; me dan risa nuestras sapiencias. Por temperamento, no soy hostil a la agitación de las cortes; he pasado parte de mi vida en ellas, y estoy acostumbrado a comportarme alegremente ante grandes compañías, con tal de que sea a intervalos y cuando me convenga. Pero el juicio exigente del que hablo me ata forzosamente a la soledad, incluso en mi casa, en medio de una familia abundante, y de una casa de las más frecuentadas.[27] Veo en ella a bastante gente, pero rara vez a aquellos con quienes me gusta comunicarme; y preservo, para mí y para los demás, una libertad inusitada. En ella se hace tregua de ceremonia, de asistencia y de acompañamientos y demás penosas prescripciones de nuestra cortesía —¡oh, qué costumbre tan servil e importuna!—; cada cual se gobierna a su modo. Quien quiere, cultiva sus pensamientos; yo me mantengo mudo, soñador y retraído sin ofensa de mis huéspedes.
Los hombres cuya compañía y familiaridad persigo son aquellos a los que llaman hombres honestos y capaces. Su imagen me hace perder el interés por los demás. Es, si se entiende bien, la más rara de nuestras formas, y una forma que se debe ante todo a la naturaleza. El fin de esta relación es simplemente la intimidad, el trato y la discusión: el ejercicio de las almas, sin más fruto.[28] En nuestras conversaciones, me da lo mismo cuál sea el asunto; no me importa que no haya gravedad ni hondura. Nunca faltan la gracia y la pertinencia; todo está teñido de un juicio maduro y firme, y mezclado de bondad, de franqueza, de alegría y de amistad. Nuestro espíritu exhibe su belleza y su fuerza no sólo a propósito de las sustituciones[29] y en los asuntos de los reyes; la exhibe igual en las charlas privadas. Conozco a mi gente aun en el silencio y en la sonrisa, y los descubro quizá mejor en la mesa que en el consejo. Hipómaco decía con razón que conocía a los buenos luchadores nada más verlos andar por la calle.[30] Si a la doctrina le place intervenir en nuestras charlas, no la rehusaremos. No magistral, imperiosa e importuna como de costumbre, sino ella misma sufragánea y dócil. No pretendemos otra cosa que pasar el tiempo; cuando sea el momento de ser instruidos y predicados, iremos a encontrarla en su trono. Que se rebaje a nosotros por una vez, si así le place. En efecto, por muy útil y deseable que sea, doy por supuesto que, en caso de necesidad, incluso podríamos arreglárnoslas del todo, y hacer lo que nos conviene, sin ella. Un alma bien nacida y ejercitada en el trato con los hombres deviene plenamente agradable por sí misma. El arte no es otra cosa que el examen y el registro de las manifestaciones de tales almas.
Para mí es asimismo una buena relación la de las mujeres c | bellas y b | honestas c | —Nam nos quoque oculos eruditos habemus[31] [Pues también nuestros ojos son doctos]—. b | Si el alma no encuentra en ésta un placer tan grande como en la primera, los sentidos corporales, que aquí también participan más, la llevan a una proporción cercana, aunque a mi juicio no igual.[32] Pero es una relación en la cual hay que mantenerse un poco sobre aviso, y en especial aquellos en quienes el cuerpo tiene mucha fuerza, como es mi caso. Siendo joven me escaldé, y sufrí todos los dolores que, según dicen los poetas, recaen sobre quienes se dejan ir sin orden ni juicio. Es cierto que tal azote me ha servido después de instrucción:
Quicunque Argolica de classe Capharea fugit,
semper ab Euboicis uela retorquet aquis.[33]
[Todos los de la flota de Argos que han escapado a las rocas
de Cafarea, evitan siempre a sus velas las aguas de Eubea].
Es una locura dedicarle todos los pensamientos, y empeñarse en ella con un sentimiento furioso e insensato. Pero, por otra parte, implicarse sin amor y sin obligación de la voluntad, a la manera de los actores, para representar un papel común de la edad y de la costumbre, y no hacer intervenir otra cosa propia que las palabras, es en verdad atender a la seguridad de uno, pero de un modo bien cobarde, como quien abandona el honor o el provecho o el placer por miedo al peligro. Porque es cierto que quienes forjan una relación de este tipo no pueden esperar ningún fruto que afecte o satisfaga a un alma bella. Es preciso haber deseado seriamente aquello que se quiere gozar seriamente con placer. Quiero decir, incluso si la fortuna favoreciera injustamente su farsa, lo cual sucede a menudo porque no hay ninguna, por poco agraciada que sea, que no se crea muy digna de amor, c | y se recomiendan por su edad o por su cabello[34] o por su movimiento —pues feas del todo no existen, como tampoco bellas—; y las doncellas brahmanes, a falta de otra recomendación, con el pueblo congregado por convocatoria pública a tal efecto, acuden a la plaza exhibiendo sus órganos matrimoniales, para ver si de ese modo al menos merecen conseguir un marido.[35]
b | Por consiguiente, no hay ninguna que no se deje persuadir con toda facilidad ante el primer juramento que se le hace de entregarse a ella. Ahora bien, esta traición común y ordinaria de los hombres de hoy ha de acarrear lo que nos muestra ya la experiencia: que se unen y repliegan en sí mismas, o entre sí, para evitarnos; o bien que se acomodan también, por su parte, al ejemplo que les brindamos —que representan su papel en la farsa y se prestan a esta negociación, sin pasión, sin inquietud y sin amor: c | Neque affectui suo aut alieno obnoxiae[36] [Sin someterse ni a sus propios sentimientos ni a los ajenos]; considerando, de acuerdo con la creencia de Lisias en Platón, que pueden entregarse con tanta mayor utilidad y ventaja a nosotros cuanto menos las amamos—.[37] b | Sucederá como en las comedias: el público experimentará tanto o más placer que los actores.
Por mi parte, no conozco a una Venus sin Cupido[38] más que una maternidad sin descendencia. Son cosas que se prestan y se deben mutuamente la sustancia. Así, este engaño recae sobre quien lo hace. No le cuesta mucho, pero tampoco saca nada de valor. Quienes hicieron diosa a Venus, miraron que su principal belleza fuese incorpórea y espiritual.[39] Pero la que busca esta gente no es siquiera humana, ni tan sólo brutal. ¡Los animales no la quieren tan burda y tan terrestre! Vemos que la imaginación y el deseo los enardece a menudo, y los incita, antes que el cuerpo; vemos en ambos sexos que, entre la multitud, eligen y seleccionan en sus afectos, y que mantienen entre sí relaciones de larga benevolencia.[40] Aun aquellos a los cuales la vejez rehúsa la fuerza corporal, se estremecen todavía, relinchan y se sobresaltan por amor. Los vemos antes del acto llenos de esperanza y de ardor; y cuando el cuerpo ha desempeñado su papel, complacerse aún con la dulzura del recuerdo; y vemos algunos que se hinchan de orgullo al partir, y que profieren cantos de fiesta y de triunfo, cansados y satisfechos. Quien sólo tiene que descargar el cuerpo de una necesidad natural, no necesita implicar a otro con unos preparativos tan minuciosos. No es éste manjar para un apetito tan grosero y burdo.
Como alguien que no reclama que se me considere mejor de lo que soy, diré esto sobre los errores de mi juventud. No sólo por el peligro que hay c | para la salud —con todo, no supe hacerlo tan bien que no padeciera dos ataques, aunque leves y preliminares—, b | sino también por desdén, apenas me entregué a las relaciones venales y públicas. Quise avivar este placer con la dificultad, con el deseo y con cierta gloria. Y me gustaba la manera de proceder del emperador Tiberio, que se entregaba a sus amores más atraído por la modestia y la nobleza que por cualquier otra cualidad;[41] y la inclinación de la cortesana Flora, que no se prestaba sino a dictadores, cónsules o censores, y que encontraba el placer en la dignidad de sus enamorados.[42] Sin duda, las perlas y el brocado algo contribuyen, y también los títulos y la pompa. Por lo demás, yo tomaba muy en cuenta el espíritu, pero a condición de que el cuerpo no dejara nada que desear. En efecto, para responder en conciencia, si hubiese tenido que faltar necesariamente una de las dos bellezas, habría preferido renunciar a la espiritual. Su uso está en cosas mejores. Pero, en el amor, asunto que se refiere ante todo a la vista y al tacto, algo puede hacerse sin las gracias del espíritu, nada sin las gracias corporales. La belleza es la verdadera ventaja de las damas. c | Es tan suya que la nuestra, aunque ansíe rasgos un poco distintos, no alcanza su perfección sino confundida con la suya, pueril e imberbe. Se dice que, en casa del Gran Señor, quienes le sirven en virtud de su belleza, que son un número infinito, son despedidos, lo más tarde, a los veintidós años.[43] b | El razonamiento, la prudencia y los servicios de la amistad se encuentran mejor en los hombres. Por eso gobiernan los asuntos del mundo.
Estas dos relaciones son fortuitas y dependientes de los demás. Una es enojosa por su rareza; la otra se marchita con la edad. Por lo tanto, no habrían proveído bastante a la necesidad de mi vida. La de los libros, que es la tercera, es mucho más segura y más nuestra. Cede a las primeras las otras ventajas, pero tiene a su favor la constancia y la facilidad de su servicio. Ésta acompaña toda mi vida, y me asiste por todas partes. Me consuela en la vejez y en la soledad. Me descarga del peso de una molesta ociosidad; y me libra, a cualquier hora, de las compañías que me fastidian. Sofoca las punzadas del dolor, cuando no es del todo extremo y dominante. Para distraerme de una imaginación importuna, no tengo más que recurrir a los libros; me desvían fácilmente en su dirección, y me la arrebatan. Y, además, no se rebelan por ver que no los busco sino a falta de los demás bienes, más reales, vivos y naturales. Me reciben siempre con el mismo semblante.
Puede muy bien ir a pie, dicen, quien lleva su caballo cogido por la brida. Y nuestro Jacobo, rey de Nápoles y de Sicilia, que, hermoso, joven y sano, se hacía conducir por el país en parihuelas, echado sobre una miserable almohada de pluma, vestido con una ropa de paño gris y con un gorro de la misma materia, seguido, sin embargo, de una gran pompa real, literas, caballos de todas clases llevados de la mano, gentilhombres y oficiales, demostraba una austeridad todavía tierna y titubeante.[44] No debe compadecerse al enfermo que tiene la curación en el bolsillo. En la experiencia y el uso de esta sentencia, que es muy cierta, reside todo el provecho que extraigo de los libros. En efecto, casi no los utilizo más que quienes no los conocen. Me deleito con ellos como los avaros con sus tesoros, por saber que los gozaré cuando se me antoje. Mi alma se sacia y satisface con este derecho de posesión. No viajo sin libros ni en la paz ni en la guerra. Con todo, pueden transcurrir muchos días, y meses, sin que los emplee. Lo haré enseguida, me digo, o mañana, o cuando me plazca. El tiempo pasa y se va, mientras tanto, sin infligirme ninguna herida. Porque no puede decirse hasta qué punto me tranquiliza y descansa la consideración de que los tengo a mi lado para que me brinden placer cuando llegue el momento, y reconocer cuánta ayuda prestan a mi vida. No he encontrado mejor provisión para el viaje humano, y compadezco en extremo a los hombres de entendimiento que carecen de ella. Prefiero aceptar cualquier otra suerte de ocupación, por ligera que sea, dado que ésta no puede faltarme.
En casa, me aparto un poco más a menudo a mi biblioteca, desde donde, con toda facilidad, dirijo la administración doméstica. Estoy a la entrada, y veo debajo de mí mi huerto, mi corral, mi patio, y dentro de la mayoría de las partes de mi casa. Ahí, hojeo ahora un libro, luego otro, sin orden ni plan, a retazos. A veces pienso, a veces registro y dicto, mientras me paseo, mis desvaríos, que tenéis delante. c | La biblioteca se encuentra en la tercera planta de una torre. La primera es la capilla; la segunda, una estancia y su anexo, donde duermo con frecuencia, para estar solo. Encima, tiene un gran guardarropa. En el pasado era el lugar más inútil de la casa. Paso ahí la mayor parte de los días de mi vida, y la mayor parte de las horas del día. De noche, no estoy nunca. A su lado, hay un gabinete no exento de elegancia, donde puede hacerse fuego en invierno, iluminado de una manera muy agradable. Y si no temiese más la preocupación que el gasto, la preocupación que me aparta de toda obra, podría fácilmente añadir a cada lado una galería de cien pasos de longitud y doce de anchura, al mismo nivel, ya que he encontrado todos los muros alzados para otro uso, a la altura que me hace falta. Todo lugar de retiro requiere un paseo cubierto. Mis pensamientos duermen si los mantengo en reposo. Mi espíritu no avanza tanto solo como si las piernas lo mueven.[45] Quienes estudian sin libro, han llegado todos a este punto.
Su forma es redonda,[46] y sólo es lisa en la parte que se requiere para mi mesa y mi silla; y me ofrece en una sola mirada, al curvarse, todos mis libros, ordenados sobre pupitres en cinco estantes alrededor. Tiene tres vistas con una perspectiva rica y libre, y el hueco mide dieciséis pasos de diámetro. En invierno, no paso en ella tanto tiempo seguido. Mi casa, en efecto, está encaramada en una colina, como dice su nombre,[47] y no tiene pieza más aireada que ésta, que me agrada porque su acceso es un poco difícil, y porque está algo apartada, tanto por el provecho del ejercicio como por alejar de mí a la multitud. Aquí tengo mi morada. Intento adueñarme de ella por completo, y sustraer este único rincón a la comunidad conyugal, filial y civil.[48] En los demás sitios, mi autoridad es sólo verbal; en lo efectivo, confusa. ¡Qué miserable es, a mi juicio, quien no tiene en su casa un lugar donde estar a solas, donde hacerse privadamente la corte, donde esconderse! La ambición paga bien a su gente manteniéndola siempre a la vista, como la estatua de una plaza. Magna seruitus est magna fortuna[49] [La gran fortuna es una gran esclavitud]. Ni siquiera en el retrete encuentran retiro.[50] Nada he juzgado tan duro en la vida austera que nuestros religiosos pretenden que lo que veo en algunas de sus compañías, el hecho de tener como regla compartir siempre el mismo lugar, y ayudarse muchos mutuamente en cualquier tipo de acción.[51] Y me parece en cierta medida más soportable estar siempre solo que no poder estarlo nunca.
b | Si alguien me dice que servirse de las Musas como mero juguete y pasatiempo las envilece, no sabe, como lo sé yo, cuánto valen el placer, c | el juego y el pasatiempo. b | A punto estoy de decir que cualquier otro fin es ridículo. Yo vivo al día; y, hablando con toda reverencia, sólo vivo para mí. Mis planes terminan ahí. De joven, estudié para la ostentación; después, un poco para volverme sabio; en este momento, para distraerme; nunca por la ganancia. La inclinación vana y pródiga que tenía por esta clase de utensilio, c | no sólo para proveer a mi necesidad, sino tres pasos más allá, b | para tapizarme y adornarme con él, hace tiempo que la he abandonado. Los libros poseen muchas cualidades agradables para quienes saben escogerlos. Pero no hay bien sin sufrimiento. Se trata de un placer que no es neto y puro, como tampoco lo son los demás. Tiene sus inconvenientes, y muy graves; el alma se ejercita, pero el cuerpo, cuyo cuidado tampoco he olvidado, permanece entretanto inactivo, se abate y entristece. No conozco exceso más dañino para mí, ni más a evitar, en esta declinación de mi vida.[52]
Éstas son mis tres ocupaciones favoritas y particulares. No hablo de aquellas que debo al mundo por obligación social.