CAPÍTULO I

LO ÚTIL Y LO HONESTO[1]

b | Nadie está libre de decir simplezas. La desgracia es decirlas seriamente:

Nae iste magno conatu magnas nugas dixerit.[2]

[Aquí tenemos a uno que dirá grandes tonterías con gran esfuerzo].

Esto no me atañe. Las mías se me escapan con toda la despreocupación que merecen. Les va bien así. Renunciaría a ellas al instante, si supusieran algún esfuerzo. Y las compro y las vendo sólo por lo que pesan. Hablo al papel como hablo al primero que me encuentro. Aquí tenéis la prueba de que es cierto.

¿Para quién no debe ser detestable la perfidia si Tiberio la rechazó con tanto perjuicio? Le comunicaron desde Alemania que, si daba su aprobación, le librarían de Ariminio por medio de un veneno. Éste era el enemigo más poderoso de los romanos; los había tratado con suma vileza en tiempos de Varo, y sólo él les impedía incrementar su dominio en aquellas tierras. Respondió que el pueblo romano tenía la costumbre de vengarse de sus enemigos abiertamente, empuñando las armas, no con engaños y a hurtadillas.[3] Renunció a lo útil por lo honesto. Me diréis que era un impostor. Lo creo; no es un gran milagro en la gente que profesa lo que él.[4] Pero la confesión de la virtud no importa menos en boca de aquel que la aborrece. En efecto, la verdad se la arranca a la fuerza, y, si no quiere acogerla en su interior, al menos se reviste con ella como adorno.

Nuestro edificio, tanto público como privado, está lleno de imperfección. Pero en la naturaleza nada es inútil, ni siquiera la misma inutilidad; nada de lo que se ha injerido en el universo carece de su lugar oportuno.[5] Nuestro ser está cimentado en cualidades enfermizas; la ambición, los celos, la envidia, la venganza, la superstición, la desesperación se alojan en nosotros con un dominio tan natural que, incluso en los animales, se reconoce su imagen; y hasta la crueldad, un vicio tan desnaturalizado. En efecto, en medio de la compasión sentimos por dentro no sé qué punzada agridulce de maligno placer al ver sufrir a los demás; y los niños la sienten:

Suaue, mari magno, turbantibus aequora uentis,

e terra magnum alterius spectare laborem.[6]

[Qué grato, cuando en el inmenso mar los vientos agitan

las olas, mirar desde tierra el gran sufrimiento ajeno].

Si alguien eliminara del hombre las semillas de tales cualidades, destruiría las condiciones fundamentales de nuestra vida. De la misma manera, en todo Estado existen oficios necesarios que son no sólo abyectos sino aun viciosos. Los vicios encuentran su rango en él, y se emplean para soldar nuestra unión, como los venenos para conservar nuestra salud. Si llegan a ser excusables, porque nos hacen falta, y la necesidad general borra su verdadera condición, debe dejarse desempeñar ese papel a los ciudadanos más vigorosos y menos timoratos, que sacrifican el honor y la conciencia, como aquellos antiguos sacrificaron la vida, por la salvación de su país. Nosotros, más débiles, asumimos papeles más cómodos y menos arriesgados. El bien público requiere que se traicione y que se mienta, c | y que se asesine;[7] b | dejemos esta tarea a personas más obedientes y más dóciles.

Ciertamente, con frecuencia me ha irritado ver cómo algunos jueces empujan al criminal a revelar sus actos mediante fraudes y falsas esperanzas de favor o de perdón, y cómo emplean el engaño y la desvergüenza. Le sería útil a la justicia, y al propio Platón, que favorece este uso,[8] que me brindaran otros medios más acordes conmigo. Se trata de una justicia maliciosa; y no la considero menos vulnerada por sí misma que por otros. No hace mucho respondí que a duras penas traicionaría al príncipe por un particular, yo que sentiría una gran aflicción por traicionar a un particular por el príncipe. Y no sólo detesto engañar, sino también que se engañen sobre mí. No quiero ni tan sólo brindar materia y motivo al engaño.

En lo poco que ha estado en mis manos negociar entre nuestros príncipes, en medio de las divisiones y subdivisiones que hoy nos desgarran, he evitado con sumo cuidado que se equivocaran sobre mí y se confundieran sobre mi apariencia.[9] La gente del oficio se mantiene tan velada, y se presenta y se finge tan neutral y conciliadora, como puede. Yo, por mi parte, me ofrezco con mis opiniones más vivas y con mi forma más propia. ¡Qué negociador más tierno y novato, que prefiere fracasar en su misión a fallarse a sí mismo! Con todo he tenido hasta ahora tanta suerte —pues sin duda la fortuna es el elemento fundamental— que pocos han pasado de un lado al otro con menos sospecha, más favor y más familiaridad. Tengo una manera de ser abierta, propicia a presentarse y a granjearse la confianza en los primeros encuentros. La naturalidad y la pura verdad resultan todavía oportunas y son aceptadas en cualquier siglo. Y, además, la libertad de quienes actúan sin ningún interés propio es poco sospechosa y poco detestable; y éstos pueden, en verdad, emplear la respuesta de Hipérides a los atenienses que lamentaban la violencia de sus palabras: «Señores, no miréis si soy libre, sino si lo soy sin coger nada y sin promover de ese modo mis intereses».[10] Mi libertad también me ha descargado fácilmente de la sospecha de simulación por su vigor —pues no he dejado de decir nada por grave e hiriente que fuera; ausente, no habría podido decir nada peor—, y porque tiene una apariencia manifiesta de simplicidad y despreocupación. Al actuar no pretendo otro provecho que actuar, y no añado largas consecuencias ni propuestas. Cada acción desempeña su papel de modo particular. Que acierte si puede.

Por lo demás, no me apremia pasión alguna, ni de odio ni de amor, hacia los grandes; a mi voluntad no la atenaza ninguna ofensa ni obligación particular. c | Miro a nuestros reyes con un afecto simplemente legítimo y civil; ni movido ni alterado por interés privado alguno. De lo cual me alegro. b | La causa general y justa me obliga sólo con moderación y sin fervor.[11] No estoy sometido a hipotecas ni a compromisos penetrantes e íntimos. La cólera y el odio van más allá del deber de la justicia, y son pasiones que sólo sirven a quienes no se atienen lo bastante a su deber por la mera razón. c | Vtatur motu animi, qui uti ratione non potest[12] [Que emplee la pasión quien no pueda emplear la razón]. b | Todas las intenciones legítimas son de suyo moderadas;[13] de lo contrario, devienen sediciosas e ilegítimas. Esto es lo que me hace ir por todas partes con la cabeza alta, con el semblante y el corazón abiertos.

En verdad, y no temo confesarlo, me sería fácil, en caso de necesidad, poner una vela a san Miguel y otra a su dragón, siguiendo las palabras de la vieja.[14] Seguiré el buen partido hasta el fuego, pero excluyendo éste, si puedo. Que se hunda Montaigne con la ruina general, si es necesario;[15] pero, si no es necesario, agradeceré a la fortuna que se salve; y, en la medida que mi deber me da cuerda, la dedico a su conservación. ¿No fue Ático quien, ateniéndose al partido justo, y al partido perdedor, se salvó por su moderación en aquel naufragio universal del mundo, entre tantos cambios y tantas variaciones?[16] A los particulares, como él, les resulta más fácil. Y, en esta clase de actividad, encuentro que puede ser justo carecer de la ambición de injerirse e invitarse uno mismo. Mantenerse vacilante y ambiguo, mantener el afecto inmóvil y sin inclinación en los tumultos del propio país, y en una división pública, no me parece hermoso ni honesto.[17] c | Ea non media, sed nulla uia est, uelut euentum expectantium quo fortunae consilia sua applicent[18] [Eso no es una vía media sino ninguna vía, como hacen quienes esperan el resultado, para ponerse del lado de la fortuna].

Tal cosa puede permitirse con respecto a los asuntos de los vecinos; y Gelón, tirano de Siracusa, tuvo así en suspenso su inclinación en la guerra de los bárbaros contra los griegos, manteniendo una embajada en Delfos, con regalos, para acechar de qué lado caía la fortuna, y aprovechar la ocasión en el momento oportuno para que le concillara con los vencedores.[19] Sería una especie de traición obrar de este modo en los asuntos propios y domésticos, en los cuales necesariamente b | debe tomarse partido.[20] Pero que alguien que no tiene ni un cargo ni un mandato expreso que le apremie no se implique, lo encuentro más excusable —y, aun así, no me aplico tal excusa— que en las guerras extranjeras, en las cuales, sin embargo, según nuestras leyes, no interviene quien no quiere. No obstante, aun aquellos que se implican por entero pueden hacerlo con tal orden y moderación que la tormenta deba deslizarse por encima de sus cabezas sin dañarlos. ¿No nos asistía la razón al esperarlo así del difunto obispo de Orleans, el señor de Morvillier?[21] Y conozco a algunos, entre quienes trabajan ahora mismo valerosamente, cuyas costumbres son tan constantes o tan afables que podrán permanecer en pie por más perniciosos que sean el cambio y la caída que el cielo nos depare. Yo sostengo que la animosidad contra los reyes es cosa propia de reyes, y me burlo de esos espíritus que se presentan por propia iniciativa a disputas tan desproporcionadas. No es honorable ni se ajusta al deber, en efecto, entablar una disputa particular con un príncipe para marchar contra él abierta y valerosamente; si no ama a un personaje tal, hace algo mejor, lo estima. Y, ante todo, la causa de las leyes y la defensa del Estado antiguo tienen siempre que los mismos que lo trastornan por un propósito particular, excusan, si no honran, a sus defensores.

Pero no hay que llamar deber —como hacemos todos los días— a una acritud y violencia íntimas que nacen del interés y de la pasión privada; ni valor a una conducta traidora y maliciosa. Llaman celo a su propensión a la maldad y a la violencia. No es la causa lo que los enardece, es su interés. Avivan la guerra no porque sea justa sino porque es guerra.[22]

Nada impide que puedan comportarse de manera conveniente y leal hombres que son enemigos mutuos. Condúcete con un afecto, sí no siempre igual —pues puede tolerar medidas diferentes—, al menos moderado, y que no te comprometa tanto con uno que pueda requerirlo todo de ti. Y conténtate también con una medida mediana de su gracia, y con deslizarte por el río revuelto sin pretender pescar en él.

La otra manera de actuar, ofrecerse con todas las fuerzas a los unos y a los otros, tiene todavía menos de prudencia que de conciencia. Aquél por quien traicionas a uno que te acoge con el mismo favor, ¿no sabe que haces a su vez lo mismo con él? Te considera un malvado; sin embargo, te escucha, y se aprovecha de ti, y lleva a cabo sus asuntos gracias a tu deslealtad. Porque los hombres dobles son útiles por lo que aportan; pero hay que vigilar que no se lleven sino lo menos posible.

Nada le digo al uno que no pueda decirle al otro a su vez, sólo con el acento un poco cambiado; y sólo refiero las cosas indiferentes o conocidas, o que tienen una utilidad general. No hay interés por el cual me permita mentirles. Lo que se ha confiado a mi silencio, lo mantengo con todo escrúpulo en secreto; pero asumo los menos secretos posibles. La custodia del secreto de los príncipes es inoportuna para quien no está no lo necesita para nada. Ofrezco de buena gana este trato: que me confíen pocas cosas, pero que confíen sin temor en aquello que yo les aporto. Siempre he sabido más de lo que he querido. c | Un lenguaje abierto abre otro lenguaje, y lo saca fuera, como hacen el vino y el amor.[23]

b | Filípides respondió sabiamente, a mi juicio, al rey Lisímaco, que le decía: «¿Cuál de mis bienes quieres que comparta contigo?». «El que quieras, con tal de que no sea uno de tus secretos».[24] Veo que todo el mundo se rebela si se le esconde el fondo de los asuntos en los que se le emplea, y si se le ha hurtado alguna segunda intención. Yo, por mi parte, estoy satisfecho de que no me digan sino aquello que pretenden que lleve a cabo, y no deseo que mi conocimiento rebase ni coarte mi palabra. Si debo servir como instrumento de engaño, que al menos sea con mi conciencia a salvo. No quiero ser tenido por un servidor ni tan afecto ni tan leal que me consideren bueno para traicionar a nadie. Quien es infiel a sí mismo, lo es excusablemente a su amo.

Pero hay príncipes que no aceptan a los hombres a medias, y desprecian los servicios limitados y condicionados. La cosa no tiene remedio; les digo con toda franqueza mis límites. Esclavo, en efecto, no debo serlo sino de la razón, y aún no puedo conseguirlo del todo. c | Y se equivocan también al exigirle a un hombre libre la misma sujeción a su servicio, y la misma obligación, que a aquél al que han hecho y comprado, o cuya fortuna depende de modo particular y expreso de la suya. b | Las leyes me han ahorrado un gran trabajo; me han elegido partido y me han otorgado un amo. Cualquier otra superioridad y obligación debe ser relativa a ésta, y someterse a sus límites. Pero eso no quiere decir que, si mi afecto me inclinara en otra dirección, me pondría al punto manos a la obra. La voluntad y los deseos tienen su ley en sí mismos; las acciones han de recibirla del ordenamiento público.

Todo este proceder mío es un poco disonante con nuestras formas; no sería apropiado para producir grandes efectos, ni para perdurar. En estos tiempos ni siquiera la inocencia podría negociar sin disimulo, ni discutir sin mentira. Además, las ocupaciones públicas no son en absoluto mi campo. Lo que mi profesión requiere en este terreno, lo ofrezco de la forma más privada que puedo. Siendo joven, me sumergieron en ellas hasta las orejas, y con éxito. Pero me aparté muy pronto. Después, he evitado a menudo implicarme; raras veces lo he aceptado, nunca lo he pedido. He dado la espalda a la ambición; pero, si no como los remeros, que avanzan moviéndose hacia atrás,[25] de tal manera, aun así, que debo menos a mi resolución que a mi buena fortuna no haberme embarcado en ellas. Hay, en efecto, vías menos contrarias a mi gusto, y más acordes con mi aptitud, por las cuales, si ella me hubiera llamado en alguna ocasión al servicio público, y a mi ascenso hacia el favor del mundo, sé que habría pasado por encima de la razón de mis argumentaciones para seguirla.[26]

Quienes acostumbran a decir, contra lo que yo profeso, que cuanto llamo franqueza, simplicidad y naturalidad en mi conducta es arte y astucia, y más bien prudencia que bondad, habilidad que naturaleza, buen juicio que buena suerte, me rinden mayor honor del que me arrebatan. Pero, sin duda, hacen mi astucia demasiado astuta. Y me daré por vencido, ante quien me haya seguido y espiado de cerca, si no confiesa que ninguna regla de su escuela podría reproducir este movimiento natural, ni mantener una apariencia de libertad y de licencia tan constante e inflexible por caminos tan tortuosos y variados, y que toda su atención e ingenio no serían capaces de conducirlos por ellos. La vía de la verdad es una y simple; la del favor particular y del interés de los asuntos de los que uno es responsable, doble, desigual y fortuita. A menudo he visto emplear estas libertades fingidas y artificiales, pero la mayoría de veces sin éxito. Suelen recordar al asno de Esopo, que, para emular a un perro, se abalanzó, lleno de alegría, con las dos patas, sobre los hombros de su amo; pero el pobre asno recibió dos veces más bastonazos por tal agasajo que caricias recibía el perro.[27] c | Id maxime quemque decet, quod est cuiusque suum maxime[28] [A cada cual le conviene más aquello que le es propio]. b | No quiero privar al engaño de su posición —eso sería entender mal el mundo—; no ignoro que a menudo ha servido con provecho, ni que mantiene y nutre la mayoría de las ocupaciones de los hombres. Hay vicios legítimos, igual que hay muchas acciones buenas o excusables que son ilegítimas.

La justicia en sí, natural y universal, está regulada de una manera distinta, y más noble, que esta otra justicia c | especial, nacional, b | sujeta a la necesidad de nuestros Estados. c | Veri iuris germanaeque iustitiae solidam et expressam effigiem nullam tenemus; umbra et imaginibus utimur[29] [Carecemos de un modelo sólido y claro del verdadero derecho y de la verdadera justicia; sólo disponemos de una sombra y de imágenes]. b | Al punto que el sabio Dandamis, al oír el relato de las vidas de Sócrates, Pitágoras y Diógenes, los consideró grandes personajes en todo lo demás, pero excesivamente sometidos a la reverencia de las leyes.[30] Para autorizarlas y secundarlas, la verdadera virtud ha de abdicar de buena parte de su vigor original; y muchas acciones viciosas tienen lugar no sólo con su permiso, sino incluso por consejo suyo. c | Ex senatusconsultis plebisque scitis scelera exercentur[31] [Se cometen crímenes por decisiones del Senado y por decretos de la plebe]. b | Me atengo al lenguaje común, que distingue entre las cosas útiles y las honestas; hasta el extremo de que a algunas acciones naturales, no sólo útiles sino necesarias, las llama deshonestas y sucias.[32]

Pero continuemos con nuestro ejemplo sobre la traición. Dos pretendientes al reino de Tracia habían entablado una disputa acerca de sus derechos. El emperador impidió que tomaran las armas; pero uno de ellos, con el pretexto de sacar adelante un acuerdo amistoso por medio de una entrevista, citó a su compañero para agasajarlo en su casa, y lo hizo aprisionar y matar. La justicia exigía que los romanos vengaran el crimen; la dificultad impedía las vías ordinarias. Lo que no pudieron hacer legítimamente, sin guerra ni riesgo, se propusieron hacerlo merced a una traición. Lo que no pudieron hacer honestamente, lo hicieron útilmente. A tal efecto pareció adecuado un tal Pomponio Flaco. Éste, con promesas y garantías fingidas, atrajo a aquel hombre a sus redes, y, en vez del honor y del beneficio que le prometía, lo envió atado de pies y manos a Roma.[33] Un traidor traicionó a otro, en contra del uso común; porque están llenos de desconfianza, y es difícil sorprenderlos con su propio arte. La prueba está en la penosa experiencia que acabamos de vivir.[34]

Que sea Pomponio Flaco quien lo desee, y hay bastantes que lo desearán. En cuanto a mí, mi palabra y mi fidelidad pertenecen, como el resto, al cuerpo común.[35] Su mejor acto es el servicio público. Lo doy por supuesto. Pero, igual que si me mandaran asumir la responsabilidad del Palacio y de los procesos,[36] respondería: «De esto no entiendo nada», o si se tratara del cargo de jefe de los zapadores, diría: «Estoy llamado a un papel más digno»; del mismo modo, si me quisieran emplear para mentir, traicionar y cometer perjurio en aras de algún servicio notable, no digo ya asesinar o envenenar, replicaría: «Si he robado o sustraído algo a alguien, enviadme más bien a galeras». Porque a un hombre de honor le está permitido hablar como lo hicieron los lacedemonios, derrotados por Antípatro, en el momento de las negociaciones: «Podéis imponernos cargas tan pesadas y dañinas como queráis; pero, si nos las imponéis vergonzosas y deshonestas, perderéis el tiempo».[37] Todo el mundo debe haberse jurado a sí mismo aquello que los reyes de Egipto hacían jurar solemnemente a sus jueces: que no se desviarían de su conciencia por más que ellos mismos se lo mandaran.[38] En tales misiones hay una nota evidente de ignominia y de condena; y quien te la asigna, te acusa, y te la asigna, si le entiendes bien, como carga y como castigo. En la misma medida que los asuntos públicos mejoran con tu acción, empeoran los tuyos; cuanto mejor lo haces, tanto peor lo haces. Y no será nuevo, ni tal vez desprovisto de cierto aire de justicia, que te destruya el mismo que te ha empleado. c | Si la traición debe excusarse en algún caso, lo es sólo cuando se utiliza para castigar y traicionar la traición.[39] b | Hay bastantes perfidias[40] no sólo rehusadas sino castigadas por aquellos en cuyo beneficio se emprendieron. ¿Quién no conoce la sentencia de Fabricio contra el médico de Pirro?[41] Pero sucede también que el mismo que la ha encargado la castiga después con todo rigor en aquel al que había empleado. Rehúsa una autoridad y un poder tan desenfrenados, y repudia una sumisión y una obediencia tan entregadas y tan cobardes.

Jaropolk, duque de Rusia, sobornó a un gentilhombre húngaro para que traicionara al rey de Polonia, Boleslao, matándolo o proporcionando a los rusos el medio de infligirle un daño considerable. El húngaro se comportó como un caballero; se dedicó más que antes al servicio del rey, y consiguió formar parte de su consejo y figurar entre sus más íntimos. Con estas ventajas, y escogiendo a propósito la oportunidad de la ausencia de su amo, entregó a los rusos Vislicia, una ciudad grande y rica, que fue enteramente saqueada y quemada por ellos, con matanza total no sólo de sus habitantes de cualquier sexo y edad, sino de un gran número de nobles de los alrededores, a los que había congregado para este fin. Jaropolk, una vez saciada su venganza y su cólera, que, sin embargo, no carecía de motivos —Boleslao, en efecto, le había infligido una gran afrenta, y con una conducta semejante—, y harto del fruto de esta traición, empezó a considerar su pura y simple vileza, y a verla con una mirada sana y no enturbiada ya por la pasión, y cayó en tales remordimientos y repugnancia que mandó sacar los ojos y cortar la lengua y las partes pudendas a su ejecutor.[42]

Antígono persuadió a los soldados argiráspidas para que traicionaran a su capitán general, Eumenes, que se oponía a él. Pero, cuando lo hizo matar, una vez que se lo hubieron entregado, deseó ser él mismo el comisario de la justicia divina para castigar un crimen tan detestable, y los puso en manos del gobernador de la provincia con la orden muy expresa de destruirlos, y de procurarles de una u otra manera un mal final. Hasta el extremo que, del gran número que eran, ninguno volvió nunca a ver el aire de Macedonia.[43] Cuanto mejor le habían servido, tanto más malvada y puniblemente juzgó que lo habían hecho.

c | El esclavo que traicionó el escondrijo de P. Sulpicio, su amo, fue puesto en libertad, de acuerdo con la promesa contenida en la proscripción de Sila. Pero, una vez libre, de acuerdo con la promesa de la razón pública, fue despeñado desde la roca Tarpeya.[44] Y nuestro rey Clodoveo, en lugar de las armas de oro que les había prometido, mandó colgar a los tres servidores de Ragnacaire después de que traicionaran a su amo, cosa para la cual los había sobornado.[45] Los mandan a la horca con la bolsa de su salario al cuello. Una vez satisfecha su segunda y especial promesa, dan satisfacción a la general y primera. Mahomet II, queriendo librarse de su hermano, a causa de la rivalidad por el poder, según se estila en su familia, empleó para hacerlo a uno de sus oficiales, que lo ahogó atragantándolo con una gran cantidad de agua ingerida demasiado de golpe. Hecho esto, para expiar el asesinato, entregó al asesino a la madre del difunto —pues sólo eran hermanos de padre—; ella, en su presencia, le abrió el pecho y, enardecida, le hurgó y arrancó el corazón con sus manos, y lo arrojó para que se lo comieran los perros.[46] b | Y hasta a quienes no valen nada les resulta muy agradable, una vez que se han aprovechado de una acción viciosa, poder añadirle enseguida, con total seguridad, algún rasgo de bondad y de justicia, a modo de compensación y corrección de conciencia. c | Además, consideran a los ministros de tales horribles crímenes como gente que se los reprocha.[47] Y buscan, con su muerte, sofocar el conocimiento y el testimonio de tales manejos.

b | Ahora bien, si por azar te conceden una recompensa, para no privar a la necesidad pública de este extremo y desesperado remedio, quien te la concede no deja de considerarte un hombre maldito y execrable, salvo que él mismo lo sea; y te tiene por más traidor que aquél contra quien lo eres. Porque toca la maldad de tu corazón con tus propias manos, sin que puedas desautorizarla ni objetarla. Pero te utiliza, como se utiliza a los hombres perdidos en las ejecuciones de la alta justicia, una función tan útil como poco honesta.[48] Además de la vileza de tales funciones, se produce la prostitución de la conciencia. Como la hija de Sejano no podía ser condenada a muerte con un juicio en la debida forma en Roma, porque era virgen, para abrir paso a las leyes, el verdugo la forzó antes de estrangularla.[49] No sólo su mano, también su alma es esclava del interés público.

c | Para endurecer el castigo de aquellos de sus súbditos que habían apoyado la rebelión parricida de su hijo, Amurat I ordenó que sus parientes más próximos ayudaran a la ejecución. Me parece muy honesto que algunos prefirieran ser considerados injustamente culpables del parricidio cometido por otro a servir a la justicia cometiendo ellos mismos un parricidio.[50] Y cuando en algunas pequeñas plazas conquistadas en estos tiempos he visto que algunos cobardes, para salvar la vida, aceptan colgar a sus amigos y compañeros, los he considerado de peor condición que los colgados. Se dice que Vuitoldo, príncipe de Lituania, introdujo en esa nación la costumbre de que el criminal condenado a muerte tuviera que matarse él mismo con sus propias manos. Le parecía extraño emplear en un homicidio, y encargarlo, a un tercero inocente de la falta.[51]

b | Cuando una circunstancia urgente, y un accidente impetuoso e imprevisto de la necesidad de su Estado, lleva al príncipe a faltar a su palabra y a su lealtad,[52] o le precipita de otro modo fuera de su deber ordinario, debe atribuir tal necesidad a un azote divino. No es un vicio, pues ha renunciado a su razón por una razón más universal y poderosa, pero ciertamente es una desdicha. De manera que a alguien que me preguntaba: «¿Qué remedio hay?», «Ninguno», le repliqué; «si se vio realmente forzado entre estos dos extremos» —c | sed uideat ne quaeratur latebra periurio [pero que mire de no buscar un pretexto para el perjurio]—,[53] b | «tenía que hacerlo; pero, si lo hizo sin lamentarlo, si no le pesó hacerlo, es un signo de que su conciencia se halla en malas condiciones».

c | Si hubiera alguno con la conciencia tan tierna que ninguna curación le pareciese merecer un remedio tan penoso, yo no lo estimaría menos. No podría perderse de manera más excusable y decorosa. No lo podemos todo. En cualquier caso, a menudo hemos de remitir la protección de nuestro barco, como a una última ancla, a la simple guía del cielo. ¿Para qué necesidad más justa se reserva? ¿Qué le es menos posible hacer que aquello que no puede hacer sino a costa de su palabra y de su honor, cosas que tal vez deben serle más queridas que su propia salvación y que la salvación de su pueblo?[54] Cuando, con los brazos cruzados, se limite a llamar a Dios en su auxilio, ¿no le cabrá esperar que la divina bondad no niegue el favor de su mano extraordinaria a una mano pura y justa?

b | Son ejemplos peligrosos, excepciones raras y enfermizas a nuestras reglas naturales. Es preciso ceder, pero de manera muy moderada y circunspecta. Ningún interés privado merece que inflijamos tal violencia a nuestra conciencia; el público, de acuerdo, cuando sea muy claro y muy importante. c | Timoleón se protegió de modo oportuno de la extrañeza de su acción gracias a las lágrimas que derramó, al recordar que había dado muerte al tirano con una mano fraterna. Y le remordió con justicia la conciencia haberse visto obligado a lograr el interés público tan a costa de la honestidad de su conducta. El propio Senado, que se libró de la servidumbre por su mediación, no se atrevió a tomar una decisión tajante sobre un hecho tan alto y desgarrado en dos aspectos tan penosos y contrarios. Pero, como los siracusanos, precisamente en ese mismo momento, habían pedido a los corintios protección, y un jefe capaz de devolver la ciudad a su anterior dignidad, y de limpiar Sicilia de numerosos tiranuelos que la oprimían, envió a Timoleón, con esta nueva evasiva y declaración: que, según cómo se comportara en la misión, bien o mal, su sentencia se inclinaría a favor del liberador de su país o en contra del asesino de su hermano. Esta fantástica conclusión puede en cierta medida excusarse dado el peligro del ejemplo y la importancia de un hecho tan singular. E hicieron bien al dispensar a su juicio, o al apoyarlo en otra cosa y en consideraciones terceras. Ahora bien, la conducta de Timoleón en esa campaña arrojó enseguida luz sobre su causa, a tal punto se comportó de manera digna y virtuosa en todos los aspectos. Y el éxito que le acompañó en las dificultades que hubo de superar en aquella noble tarea pareció haberle sido enviado por los dioses, que conspiraban y eran propicios a su justificación.[55]

No podía haber objetivo más excusable que el suyo. Pero el provecho del aumento de los ingresos públicos, que sirvió de pretexto al Senado romano en la inmunda decisión que voy a referir, no tiene suficiente fuerza para salvar una injusticia tal. Ciertas ciudades se habían redimido y habían recobrado su libertad a cambio de dinero, con el mandato y permiso del Senado, de las manos de L. Sila. Como la cosa volvió de nuevo a juicio, el Senado las condenó a ser tributarias como antes, y a perder el dinero que habían gastado para redimirse.[56] Las guerras civiles muestran a menudo estos abyectos ejemplos: que castigamos a los particulares por habernos creído cuando estábamos en otra posición. Y el mismo magistrado hace soportar el castigo por su cambio a quien no puede más. El maestro azota al alumno por su docilidad, y el guía al ciego. ¡Horrible imagen de la justicia! Algunas de las reglas de la filosofía son falsas y blandas. El ejemplo que se nos propone para hacer prevalecer el interés privado sobre la palabra empeñada no recibe bastante peso de la circunstancia que introduce en él. Unos ladrones te han capturado, te han devuelto la libertad tras hacerte jurar que pagarás cierta suma. Es un error decir que un hombre de bien quedará dispensado de su palabra, sin pagar, cuando deje de estar en sus manos.[57] No es así. Lo que el miedo me ha hecho querer una vez, estoy obligado a quererlo también sin miedo. Y aunque éste sólo me haya forzado la lengua, y no la voluntad, aun así estoy obligado a mantener mi palabra hasta el fin. Por mi parte, si alguna vez se me ha adelantado irreflexivamente al pensamiento, he sentido sin embargo escrúpulos sobre si debía desautorizarla. De lo contrario, poco a poco, aboliremos todo el derecho que un tercero adquiere por nuestras promesas.[58] Quasi uero forti uiro uis possit adhiberi[59] [Como si pudiera aplicársele la violencia a un hombre valeroso]. En esto el interés privado solamente tiene derecho a excusarnos por faltar a nuestra promesa si hemos prometido una cosa de suyo mala e injusta. El derecho de la virtud debe prevalecer, en efecto, sobre el derecho de nuestra obligación.

b | En otra ocasión puse a Epaminondas en el primer rango entre los hombres excelentes, y no me desdigo.[60] ¿Hasta dónde elevaba la consideración de su deber particular quien jamás mató a nadie al que hubiera vencido, quien, por el inestimable bien de devolver la libertad a su país, sentía escrúpulos sobre si debía matar a un tirano, c | o a sus cómplices, b | sin guardar las formas de la justicia,[61] y quien juzgaba mal hombre, por más buen ciudadano que fuera, a aquel que, entre los enemigos y en plena batalla, no perdonaba al amigo y al huésped? Es ésta un alma de rica composición. Aunaba las más rudas y violentas acciones humanas con la bondad y humanidad, incluso la más delicada que pueda hallarse en la escuela de la filosofía. Un ánimo tan grande, tan orgulloso y tan obstinado contra el dolor, la muerte, la pobreza, ¿qué lo había enternecido hasta el punto de alcanzar una dulzura y una bondad de temperamento tan extremas, la naturaleza o el arte? Hórrido de hierro y de sangre, avanza destruyendo y arrollando a una nación invencible contra cualquiera salvo él,[62] y, en medio de tal pelea, se aparta para encontrarse con su huésped y con su amigo. Era, en verdad, propiamente un buen comandante para la guerra quien le hacía soportar el freno de la benignidad en el momento más intenso de su ardor, cuando estaba toda encendida y espumeante de furor y de muerte. Es un milagro poder mezclar en tales acciones cierta imagen de justicia; pero es sólo propio del vigor de Epaminondas poder mezclar en ellas la dulzura y la afabilidad del comportamiento más suave, c | y la pura inocencia. b | Y mientras uno dice a los mamertinos que los estatutos no eran aplicables a los hombres armados,[63] y otro, al tribuno del pueblo, que el tiempo de la justicia y el de la guerra eran dos,[64] y el tercero, que el fragor de las armas no le dejaba oír la voz de las leyes,[65] éste no tenía siquiera dificultades para oír las de la urbanidad y la mera cortesía. ¿No había adoptado de sus enemigos la costumbre de hacer sacrificios a las Musas, al ir a la guerra, para sofocar con su dulzura y alegría la furia y la violencia marciales?[66]

No temamos estimar, en consonancia con tan magno preceptor, c | que ciertas cosas son ilícitas aun contra los enemigos,[67] b | que el interés común no debe requerirlo todo de todos en contra del interés privado. c | Manente memoria etiam in dissidio publicorum foederum priuati iuris[68] [El recuerdo del derecho privado permanece incluso cuando se rompen los pactos públicos]:

et nulla potentia uires

praestandi, ne quid peccet amicus, habet.[69]

[y ningún poder tiene fuerza para autorizar

la infracción de los deberes de la amistad].

Y que no todas las cosas le son lícitas al hombre de bien por el servicio c | de su rey, ni b | por el de la causa general y de las leyes. c | Non enim patria praestat omnibus officiis, et ipsi conducit pios habere ciues in parentes[70] [En efecto, la patria no está por encima de todos los deberes, y ella misma se aprovecha de tener ciudadanos piadosos con sus padres]. b | Es una enseñanza apropiada para esta época. No es preciso endurecer nuestros ánimos con estas láminas de hierro; basta con que lo estén nuestros hombros. Basta con que mojemos las plumas en tinta, sin mojarlas en sangre. Si despreciar la amistad, las obligaciones privadas, la palabra y el parentesco, por el bien común y la obediencia del magistrado, es grandeza de ánimo, y efecto de una virtud rara y singular, basta ciertamente, para dispensarnos de ella, con que se trate de una grandeza que no puede albergarse en la grandeza de ánimo de Epaminondas.

Abomino de las rabiosas exhortaciones de esta otra alma desordenada:

dum tela micant, non uos pietatis imago

ulla, nec aduersa conspecti fronte parentes

commoueant; uultus gladio turbate uerendos.[71]

[que, mientras brillen las armas, no os conmueva ninguna imagen de piedad, ni siquiera ver a vuestros padres enfrente; desfigurad con la espada los rostros venerables].

Privemos a los naturales malvados y sanguinarios y traidores de este pretexto de la razón; olvidemos esta justicia enorme y fuera de sí; atengámonos a las imitaciones más humanas. ¿Qué no pueden el tiempo y el ejemplo? En un lance de la guerra civil contra Cinna, un soldado de Pompeyo mató sin darse cuenta a su hermano, que estaba en la facción contraria, y al instante se quitó la vida, avergonzado y afligido. Unos años después, en otra guerra civil de este mismo pueblo, un soldado pidió una recompensa a sus capitanes por haber matado a su hermano.[72]

Se argumenta mal la honestidad y belleza de una acción por su utilidad, y se concluye mal cuando se considera que si es útil, todos están obligados a ella, c | y es honesta para todos:

Omnia non pariter rerum sunt omnibus apta.[73]

[No todas las cosas convienen de la misma manera a todos].

b | Tomemos la más necesaria y útil de la sociedad humana, esto es, el matrimonio. Aun así, el consejo de los santos encuentra más honesta la opción contraria, y excluye de ella a la ocupación más venerable de los hombres,[74] del mismo modo que nosotros asignamos a la reproducción a los animales de menos valor.