CAPÍTULO XXXVI

LOS HOMBRES MÁS EXCELENTES

a | Si me pidiesen que eligiera entre todos los hombres de los cuales he tenido noticia, me parece encontrar tres que destacan por encima de todos los demás. Uno, Homero. No es que Aristóteles o Varrón —por ejemplo— no fuesen quizá tan doctos como él, ni acaso tampoco que, en su arte mismo, Virgilio no le sea comparable. Dejo que lo juzguen quienes los conocen a ambos.[1] Yo, que sólo conozco a uno,[2] puedo decir solamente, en lo que alcanzo, que no creo que ni siquiera las Musas llegaran más allá del romano:

b | Tale facit carmen docta testudine, quale

Cynthius impositis temperat articulis.[3]

[Compone con su docta lira un canto como el

que el Cintio modula tocando con sus manos].

a | Sin embargo, en este juicio tampoco habría que olvidar que Virgilio debe sobre todo a Homero su capacidad, que éste es su guía y maestro, y que un solo trazo de la Ilíada proporcionó cuerpo y materia a la magna y divina Eneida. No es esto lo que tengo en cuenta. Añado otras muchas circunstancias que me hacen admirable al personaje, casi por encima de la condición humana. Y, a decir verdad, me asombro con frecuencia de que alguien que produjo y puso en vigor en el mundo a numerosas deidades con su autoridad, no adquiriera él mismo rango de dios. Siendo ciego, indigente, viviendo antes de que las ciencias fueran redactadas en forma debida y con observaciones seguras, las conoció tanto que todos aquellos que se han dedicado después a establecer Estados, a dirigir guerras y a escribir acerca de religión o de filosofía, c | sea cual fuere su escuela,[4] a | o de artes, se han servido de él como de un perfectísimo maestro en el conocimiento de todas las cosas, y de sus libros como de un semillero de toda suerte de aptitud:

Qui quid sit pulchrum, quid turpe, quid utile, quid non,

plenius ac melius Chrysippo ac Crantore dicit.[5]

[Que con más riqueza y mejor que Crisipo y Crántor nos

dice qué es noble, qué es vergonzoso, qué es útil, qué no lo es].

Y, como dice el otro:

a quo, ceu fonte perenni,

uatum Pieriis labra rigantur aquis.[6]

[la fuente perpetua donde se abrevan los

labios de los poetas con las aguas del Piero].

Y el otro:

Adde Heliconiadum comites, quorum unus Homerus

astra potitus.[7]

[Súmales los compañeros de las Musas, entre los

cuales sólo Homero se ha elevado hasta los astros].

Y el otro:

cuiusque ex ore profuso

omnis posteritas latices in carmina duxit,

amnemque in tenues ausa est deducere riuos,

unius foecunda bonis.[8]

[de cuya fuente abundante han manado los poemas de toda la posteridad, y ésta no temió dividir el río en pequeños riachuelos, enriquecida por los bienes de un solo hombre].

Realizó la más excelente producción que pueda existir en contra del orden natural, pues el nacimiento común de las cosas es imperfecto; aumentan y cobran fuerza con el crecimiento. La infancia de la poesía y de muchas otras ciencias la volvió madura, perfecta y cumplida. Por tal motivo, podemos llamarlo el primero y el último de los poetas, secundando el hermoso testimonio que la Antigüedad nos legó sobre él: que ni tuvo a nadie anterior a quien imitar, ni tampoco a nadie tras él que pudiera imitarlo.[9] Sus palabras, según Aristóteles, son las únicas palabras que poseen movimiento y acción; son las únicas palabras sustanciales.[10] Cuando Alejandro el Magno encontró, entre los despojos de Darío, un rico cofrecillo, ordenó que se lo reservaran para poner su Homero, diciendo que era su mejor y más fiel consejero en asuntos militares.[11] Por la misma razón, decía Cleómenes, hijo de Anaxándridas, que era el poeta de los lacedemonios, pues era muy buen maestro en el arte militar.[12] Le ha quedado también la singular y particular alabanza de ser, a juicio de Plutarco, el único autor del mundo que jamás ha saciado ni aburrido a los hombres, porque siempre se muestra muy distinto a los lectores y siempre florece con nueva gracia.[13] El travieso de Alcibíades le pidió a uno que hacía profesión de letras un libro de Homero, y le propinó una bofetada porque no tenía ninguno[14] —igual que si alguien encontrara a uno de nuestros sacerdotes sin breviario—. Jenófanes se quejaba un día a Hierón, tirano de Siracusa, de ser tan pobre que no tenía con qué alimentar a un par de sirvientes: «¿Y qué?», le respondió, «Homero, que era mucho más pobre que tú, alimenta a bastantes más de diez mil, aunque esté muerto».[15] c | ¿Qué no decía Panecio cuando llamaba a Platón el Homero de los filósofos?[16] a | Además, ¿qué gloria puede compararse a la suya? Nada hay que viva en boca de los hombres como su nombre y sus obras; nada hay tan conocido y tan aceptado como Troya, Helena y sus guerras, que acaso jamás existieron. Nuestros hijos llevan aún los nombres que él forjó hace más de tres mil años. ¿Quién no conoce a Héctor y a Aquiles? No sólo algunas estirpes particulares, sino la mayoría de las naciones buscan origen en sus invenciones.[17] Mahomet, segundo de este nombre, emperador de los turcos, al escribir a nuestro papa Pío II, dice: «Me asombro de que los italianos me hagan la guerra, habida cuenta que tenemos nuestro común origen en los troyanos, y que yo tengo, como ellos, interés en vengar la sangre de Héctor contra los griegos, a los cuales favorecen contra mí».[18] ¿No es una noble farsa en la cual reyes, Estados y emperadores interpretan su personaje durante tantos siglos y a la cual todo este gran universo sirve de teatro? Siete ciudades griegas se enzarzaron en un debate por el lugar de su nacimiento, hasta este punto su misma oscuridad le procuró honor:

Smyrna, Rhodos, Colophon, Salamis, Chios, Argos, Athenae.[19]

[Esmirna, Rodas, Colofón, Salamina, Quios, Argos, Atenas].

El otro, Alejandro el Magno. En efecto, si alguien considera la edad en la que inició sus empresas, los escasos medios con los que ejecutó un plan tan glorioso, la autoridad que adquirió en su juventud entre los más grandes y expertos capitanes del mundo, que le seguían, el favor extraordinario con el cual la fortuna abrazó y propició tantas hazañas peligrosas, y poco me falta para decir temerarias,

b | impellens quicquid sibi summa petenti

obstaret, gaudensque uiam fecisse ruina;[20]

[derribando todo lo que se oponía a su llegada a la cima

y gozándose de haberse abierto camino con la destrucción];

a | la grandeza de haber cruzado victorioso, a los treinta y tres años, toda la tierra habitable b | —y de haber alcanzado en media vida todo cuanto puede la naturaleza humana, de tal manera que eres incapaz de imaginar una duración legítima y una continuación de su progreso en virtud y en fortuna, hasta un límite justo de edad, sin imaginar algo que supera al hombre—, a | el hecho de que hiciera nacer de sus soldados tantas ramas reales, dejando el mundo repartido, tras su muerte, entre cuatro herederos, simples capitanes de su ejército, cuyos descendientes después siguieron durante tanto tiempo conservando ese gran dominio; tantas excelentes virtudes como había en él, b | justicia, templanza, generosidad, lealtad a su palabra, amor a los suyos, humanidad con los vencidos. a | Porque sus costumbres no parecen en verdad dignas de ningún justo reproche, b | sí algunas de sus acciones particulares, raras y extraordinarias. Pero es imposible dirigir tan grandes movimientos con las reglas de la justicia. Tales hombres requieren ser juzgados en conjunto, por el objetivo principal de sus acciones. La destrucción de Tebas,[21] el asesinato de Menandro[22] y del médico de Hefestión,[23] de tantos prisioneros persas a la vez,[24] de un grupo de soldados indios no sin detrimento a su palabra,[25] de los coseyenos, aun los niños pequeños,[26] son arranques un poco difíciles de excusar. Pues, en cuanto a Clito, la falta fue corregida más allá de su importancia,[27] y tal acción demuestra, más que otra cualquiera, su natural benigno, y que era de suyo un temperamento excelentemente formado para la bondad c | —y se dijo ingeniosamente de él que tenía sus virtudes por naturaleza, b | sus vicios por fortuna—.[28] En cuanto a que fuera un poco jactancioso, un poco demasiado impaciente cuando oía que hablaban mal de él, y en cuanto a los comederos, armas y bocados que hizo esparcir por las Indias,[29] todas estas cosas me parece que pueden perdonarse por la edad y por la c | asombrosa b | prosperidad de su fortuna. Si alguien considera, al mismo tiempo, tantas virtudes militares —diligencia, previsión, resistencia, disciplina, sutileza, magnanimidad, resolución, buena suerte—, en lo cual, aun cuando la autoridad de Aníbal no nos lo hubiera enseñado, fue el primero de los hombres;[30] a | las raras cualidades y atributos de su persona, hasta llegar al milagro;[31] b | el porte y el gesto venerable, con un semblante tan joven, rojo y resplandeciente:

Qualis ubi Oceani perfusus lucifer unda,

quem Venus ante alios astrorum diligit ignes,

extulit os sacrum caelo, tenebrasque resoluit;[32]

[Así portador de la luz, bañado en las ondas del océano, el astro preferido por Venus, levanta su sagrada faz al cielo y disipa las tinieblas];

a | la excelencia de su saber y capacidad; la duración y grandeza de su gloria, pura, neta, exenta de mácula y de envidia, b | y el hecho de que incluso mucho después de su muerte constituyó una creencia religiosa considerar que sus medallas traían buena suerte a quienes las llevaban encima, y que más reyes y príncipes han escrito sus gestas que otros historiadores las gestas de cualquier otro rey o príncipe, c | y que todavía hoy en día los mahometanos, que desprecian las restantes historias, aceptan y honran únicamente la suya por privilegio especial,[33] a | confesará, a fin de cuentas, que he tenido razón al preferirlo aun a César, el único que me ha podido hacer dudar en la elección. b | Y no cabe negar que haya más de propio en las hazañas de éste, y más de la fortuna en las de Alejandro. a | Tuvieron muchas cosas en común, y César tal vez algunas más grandes. b | Fueron dos incendios o dos torrentes que devastaron el mundo por distintos sitios:

Et uelut immissi diuersis partibus ignes

arentem in siluam et uirgulta sonantia lauro;

aut ubi decursu rapido de montibus altis

dant sonitum spumosi amnes et in aequora currunt,

quisque suum populatus iter.[34]

[Y como fuegos encendidos en diferentes puntos de un bosque reseco y entre crepitantes ramas de laurel, o como torrentes espumosos, que en veloz caída desde lo alto de los montes, resuenan y fluyen hacia los llanos, arrasando cada uno su camino].

Pero, aunque la ambición de César fuera de suyo más moderada, es tan infausta, por haber coincidido con el abyecto asunto de la destrucción de su país y del empeoramiento general del mundo, que, a | reunidos y sopesados todos los elementos, no puedo sino decantarme del lado de Alejandro.

El tercero y el más excelente es, a mi juicio, Epaminondas. En cuanto a gloria, está muy lejos de poseer tanta como otros —no es tampoco un elemento que forme parte de la sustancia de la cosa—;[35] en cuanto a resolución y valentía, no de aquella avivada por la ambición, sino de aquella que la sabiduría y la razón pueden asentar en un alma bien ordenada, tenía toda la que cabe imaginar. No dio menos pruebas de su virtud, a mi entender, que el mismo Alejandro y que César. Pues, aun cuando sus proezas militares no sean ni tan frecuentes ni tan magníficas, si se las examina bien, a ellas y a todas sus circunstancias, no dejan de ser igual de importantes y vigorosas, y tan demostrativas de audacia y aptitud militar. Los griegos le rindieron el honor, sin objeción, de llamarlo el primer hombre entre ellos.[36] Pero ser el primero de Grecia, es fácilmente ser el primero del mundo. En cuanto a saber y capacidad, nos ha quedado el juicio antiguo de que jamás nadie supo tanto y habló tan poco como él.[37] c | Era miembro, en efecto, de la escuela pitagórica.[38] Y lo que habló, jamás nadie lo habló mejor. Excelente orador y muy persuasivo.[39]

a | Pero, en cuanto a comportamiento y a conciencia, superó con mucho a todos aquellos que jamás intervinieron en el manejo de los asuntos públicos, pues en este aspecto, que es el único que debe examinarse principalmente, c | el único que señala en verdad cómo somos, y al cual doy el mismo peso que a todos los demás juntos, a | no cede a filósofo alguno, ni siquiera a Sócrates. b | En él la inocencia es una cualidad propia, dominante, constante, uniforme, incorruptible. En comparación con ella, en Alejandro parece subalterna, insegura, abigarrada, blanda y fortuita. c | La Antigüedad juzgó que, si escudriñamos con detalle a todos los demás grandes capitanes, se encuentra en cada uno de ellos alguna cualidad especial que le hace ilustre. Sólo en éste hay una virtud y una capacidad plenas e iguales en todo, que, en ninguna de las obligaciones de la vida humana, deja nada que desear de suyo, sea en las tareas públicas, sea en las privadas, sea en las pacíficas, sea en las militares, sea en vivir, sea en morir de manera grande y gloriosa.[40] No conozco ninguna forma ni fortuna de hombre a la que mire con tanto honor y amor. Es muy cierto que su obstinación en la pobreza me parece un poco escrupulosa, tal y como la describen sus mejores amigos.[41] Y sólo esta acción, si bien elevada y muy digna de admiración, la siento un poco desabrida para, ni siquiera en deseos, anhelar imitarla en la forma en que se daba en él. Sólo Escipión Emiliano, si le concediéramos un fin tan orgulloso y magnífico, y un conocimiento de las ciencias tan profundo y universal, podría equilibrar el otro platillo de la balanza. ¡Oh, qué disgusto me ha producido el tiempo arrebatando de nuestra vista, en el momento oportuno, entre las primeras, el par de vidas justamente más noble que hubo en Plutarco, las de estos dos personajes —por acuerdo general del mundo, uno el primero entre los griegos, el otro entre los romanos!—. ¡Qué materia, qué artífice![42]

En lo que respecta no a un santo, sino a lo que llamamos un caballero, de comportamiento sociable y común, de altura moderada, la vida más rica que conozco para ser vivida entre los vivos, como suele decirse, y la más dotada de cualidades ricas y deseables, a mi juicio es, a fin de cuentas, la de Alcibíades. Pero, en cuanto a Epaminondas, a | como ejemplo de extrema bondad, quiero añadir aquí algunas de sus opiniones. b | La satisfacción más dulce de toda su vida, según su testimonio, fue el placer que produjo a su padre y a su madre con la victoria de Leuctra.[43] Dice mucho que prefiriera el placer de ellos al propio, tan justo y tan pleno con una acción tan gloriosa. a | No creía lícito matar a un hombre sin conocimiento de causa, ni siquiera para recobrar la libertad de su país. Por eso se mantuvo tan frío ante la tentativa de Pelópidas, compañero suyo, para liberar Tebas.[44] Defendía asimismo que en la batalla había que eludir y evitar el enfrentamiento con el amigo que se hallara en el bando contrario.[45] c | Y su humanidad aun con los enemigos lo hizo sospechoso ante los beocios, porque, tras forzar milagrosamente a los lacedemonios a abrirle la vía que pretendían conservar a la entrada de la Morea, cerca de Corinto, se contentó con pasarles por encima sin perseguirlos a ultranza. Fue por tal motivo depuesto del cargo de capitán general.[46] Muy honorablemente habida cuenta la causa, y la vergüenza que les supuso verse obligados a volver a ascenderlo de inmediato a su grado, y reconocer hasta qué extremo su gloria y su salvación dependían de él, al cual la victoria seguía como su sombra dondequiera él mandaba. La prosperidad de su país murió también con su muerte, como había nacido con él.[47]