OBSERVACIONES SOBRE
LOS MEDIOS QUE JULIO CÉSAR USABA
PARA HACER LA GUERRA
a | Se cuenta de muchos jefes de guerra que tuvieron ciertos libros en particular estima. Así, Alejandro Magno, Homero;[1] c | Escipión el Africano, Jenofonte;[2] a | Marco Bruto, Polibio;[3] Carlos V, Philippe de Commynes.[4] Y se dice, de estos tiempos, que Maquiavelo goza todavía de crédito en otros sitios.[5] Pero el difunto mariscal Strozzi,[6] que por su parte había optado por César, hizo sin duda una elección mucho mejor, pues, en verdad, éste debería ser el breviario de todo hombre de guerra, porque es el verdadero y supremo modelo del arte militar. Y Dios sabe además con qué gracia y con qué belleza adornó esta rica materia, gracias a una forma de decir tan pura, tan delicada y tan perfecta que, en mi opinión, no hay en el mundo otros escritos que puedan compararse a los suyos en este aspecto. Aquí pretendo registrar ciertos rasgos particulares y raros, a propósito de sus guerras, que se me han quedado en la memoria.
Una vez su ejército se encontraba un poco asustado por el rumor que corría sobre las grandes fuerzas que el rey Juba conducía contra él. En vez de rebajar la opinión que sus soldados se habían formado, y de disminuir los medios de su enemigo, cuando los reunió para infundirles confianza y ánimo, siguió una vía del todo contraria a la que estamos acostumbrados. Les dijo, en efecto, que no se preocuparan más por averiguar las fuerzas que conducía el enemigo, y que él estaba perfectamente advertido; y entonces les hizo su número muy superior tanto a la verdad como al rumor que corría en su ejército.[7] Siguió el consejo que ofrece Ciro en Jenofonte. Porque el engaño de encontrar a los enemigos más débiles de hecho de lo que se esperaba no es tan perjudicial[8] como el de encontrarlos en verdad muy fuertes tras haberlos juzgados débiles por reputación.[9]
Sobre todo, acostumbraba a sus soldados a obedecer de manera simple, sin dedicarse a examinar o a hablar de los planes de su capitán, que sólo les transmitía en el momento mismo de la ejecución; y se deleitaba, si habían descubierto alguna cosa, en cambiar de inmediato de opinión, para engañarlos; y a menudo, con este fin, tras haber asignado algún sitio para acampar, seguía adelante y alargaba la jornada, en especial si el tiempo era malo y lluvioso.[10]
Los suizos, al inicio de sus guerras de la Galia, le enviaron mensajeros para que les dejara pasar a través de las tierras de los romanos. Decidido a impedírselo a la fuerza, puso con todo buena cara, y se tomó unos cuantos días de demora para responderles, con el propósito de servirse de este tiempo para reunir su ejército.[11] Aquella pobre gente no sabía hasta qué punto era un excelente administrador del tiempo. Insiste muchas veces, en efecto, en que el arte de aprovechar las ocasiones en el momento oportuno, y la diligencia, que en sus gestas es en verdad inaudita e increíble, son las cualidades principales de un capitán.
Si no tenía muchos escrúpulos en cobrar ventaja sobre el enemigo con el pretexto de un tratado de acuerdo, no tenía más en no requerir de sus soldados otra virtud que la valentía,[12] y apenas castigaba otros vicios que el motín y la desobediencia.[13] Muchas veces, tras sus victorias, les daba rienda suelta para todo tipo de licencia, dispensándolos por algún tiempo de las reglas de la disciplina militar, y añadía que sus soldados estaban tan bien formados que, aun llenos de perfume y almizcle, no dejaban de ir furiosamente a la lucha.[14] En verdad, le gustaba que fueran ricamente armados, y les hacía llevar arneses grabados, de oro y de plata, para que el afán de conservar sus armas les hiciera defenderse con más violencia.[15] Al hablarles, les llamaba con el nombre de «camaradas», que todavía usamos.[16] Augusto reformó esto considerando que lo había hecho por la necesidad de sus intereses y para halagar el corazón de quienes le seguían por propia voluntad:
b | Rheni mihi Caesar in undis
dux erat, hic socius: facinus quos inquinat, aequat;[17]
[en las aguas del Rin César era mi general, aquí un
compañero; el crimen iguala a aquellos que mancha];
a | pero que este uso era demasiado vil para la dignidad de un emperador y un general de ejército, y empezó a llamarlos simplemente soldados.[18] Con esta cortesía César mezclaba, sin embargo, una gran severidad para reprimirlos.[19] Al amotinarse la novena legión cerca de Plasencia, la degradó con ignominia, a pesar de que en aquel momento Pompeyo estaba todavía en pie, y no la perdonó sino tras muchas súplicas. Los apaciguaba con autoridad y con audacia más que con indulgencia.[20] Cuando habla de cómo cruzó el río Rin hacia Alemania, dice que, considerando indigno del honor del pueblo romano pasar su ejército en embarcaciones, hizo alzar un puente para que pasara a pie firme. Fue entonces cuando construyó el admirable puente cuya construcción elucida con todo detalle.[21] Porque no se detiene tan gustosamente en ningún aspecto de sus hechos como en describirnos la sutileza de sus invenciones en tal suerte de obras manuales.[22]
He observado también que da gran importancia a sus exhortaciones a los soldados antes del combate, pues, cuando quiere mostrar que se vio sorprendido o apremiado, alega siempre que no tuvo tiempo siquiera de arengar a su ejército. Antes de la gran batalla contra los de Tournay, César, dice, tras disponer todo lo demás, acudió enseguida allí donde la fortuna lo llevó, para exhortar a sus hombres; y, al encontrarse con la décima legión, sólo tuvo tiempo de decirles que se acordaran de su valor habitual, que no se aturdieran y resistiesen con osadía el empuje de los adversarios; y, como el enemigo se había ya acercado a la distancia de un tiro, dio la señal de batalla; y cuando desde allí pasó de inmediato a otro sitio para animar a otros, encontró que estaban ya peleando. Esto es lo que dice en este pasaje.[23] En verdad, su lengua le hizo en numerosas ocasiones servicios muy notables; y su elocuencia militar era, aun en su tiempo, tan apreciada que muchos en su ejército recogían sus arengas; y de este modo se compilaron volúmenes que perduraron mucho tiempo tras él. Su habla poseía gracias particulares, hasta tal punto que sus amigos, y, entre otros, Augusto, al oír referir lo que se había recogido de él, reconocían hasta en las frases y en las palabras aquello que no le pertenecía.
La primera vez que salió de Roma con un cargo público, llegó en ocho días al río Ródano, llevando en su carruaje delante de él a un secretario o dos que escribían incesantemente, y detrás al portador de su espada. Y ciertamente, aunque no se hiciera más que ir, apenas cabría esperar la rapidez con la cual, siempre victorioso, tras dejar la Galia y siguiendo a Pompeyo a Brindis, subyugó Italia en dieciocho días, regresó de Brindis a Roma; de Roma marchó al último confín de España, donde padeció dificultades extremas en la guerra contra Afranio y Petreyo, y al largo asedio de Marsella; de allí volvió a Macedonia, venció al ejército romano en Farsalia; pasó, siguiendo a Pompeyo, a Egipto, que subyugó; de Egipto acudió a Siria y al país del Ponto, donde luchó con Farnaces; de allí a África, donde derrotó a Escipión y Juba, y retrocedió todavía a través de Italia hasta España, donde derrotó a los hijos de Pompeyo:[24]
b | Ocior et coeli flammis et tigride foeta.[25]
[Más rápido que el rayo y que la tigresa preñada].
Ac ueluti montis saxum de uertice praeceps
cum ruit auulsum uento, seu turbidus imber
proluit, aut annis soluit sublapsa uetustas,
fertur in abruptum magno mons improbus actu,
exultatque solo, siluas, armenta uirosque
inuoluens secum.[26]
[Como una piedra derribada de la cima de un monte, empujada por el viento, sea que un furioso aguacero la arrastre, o que la vejez con los años carcoma su base, cae al precipicio con gran ímpetu y rebota en el suelo, arrastrando consigo bosques, ganados y hombres].
a | Al hablar del asedio de Avaricum, dice que tenía la costumbre de permanecer noche y día cerca de los obreros que tenía trabajando.[27] En todas las empresas importantes, realizaba siempre él mismo la exploración, y jamás llevó su ejército a ningún lugar que no hubiese reconocido antes. Y si creemos a Suetonio, cuando acometió la empresa de pasar a Inglaterra, fue el primero en sondear el acceso.[28]
Solía decir que prefería la victoria lograda con inteligencia a aquella lograda a la fuerza.[29] Y en la guerra contra Petreyo y Afranio, cuando la fortuna le ofreció una ocasión muy clara para la victoria, la rehusó, dice, esperando vencer a sus enemigos con un poco más de demora, pero menos riesgo.[30] b | Tuvo también allí un gesto extraordinario. El de mandar a toda su hueste que cruzara el río a nado sin necesidad alguna:
rapuitque ruens in praelia miles,
quod fugiens timuisset, iter; mox uda receptis
membra fouent armis, gelidosque a gurgite, cursu
restituunt artus.[31]
[el ejército se apresuró a lanzarse al combate por un camino que le habría espantado en caso de huida; enseguida, al retomar las armas, sus miembros empapados recuperan el calor y, con la carrera, sus articulaciones, heladas por las aguas, recobran la agilidad].
a | Le encuentro un poco más contenido y circunspecto en sus empresas que Alejandro, pues éste parece buscar y forzar los peligros, como un torrente impetuoso que combate y ataca sin juicio ni selección todo aquello con lo que topa:
b | Sic tauriformis uoluitur Aufidus,
qui regna Dauni perfluit Appuli,
dum saeuit, horrendamque cultis
diluuiem meditatur agris.[32]
[Así el Áufido, que riega los reinos del ápulo Dauno, baja como un toro cuando se enfurece y amenaza con horrenda inundación los campos cultivados].
a | Además, éste se dedicaba a la tarea en la flor y el primer calor de su edad, mientras que César empezó a ocuparse de ella siendo ya maduro y de edad avanzada. Por añadidura, Alejandro tenía un temperamento más sanguíneo, iracundo y ardiente, y excitaba además este humor con el vino, del cual César se abstenía en gran medida.[33] Pero cuando las ocasiones de la necesidad se presentaban y el asunto lo requería, jamás hubo nadie que tuviera en menos su persona.[34]
En cuanto a mí, me parece leer en muchas de sus proezas una resuelta decisión de perderse para evitar la vergüenza de ser vencido. En la gran batalla que libró contra los de Tournay, corrió a presentarse frente a los enemigos sin escudo, tal como se encontró, al ver que la vanguardia de su ejército se quebraba[35] —cosa que le sucedió en otras muchas ocasiones—.[36] Una vez oyó decir que sus hombres estaban cercados, y pasó disfrazado a través del ejército enemigo para acudir a reforzarlos con su presencia. Cuando desembarcó en Durazzo con muy escasas fuerzas y vio que el resto de su ejército, al que había dejado bajo el mando de Antonio, tardaba en seguirle, se lanzó él solo a cruzar de nuevo el mar con una gran tormenta; y se escabulló para ir a retomar el resto de sus fuerzas, con los puertos de aquel lado y todo el mar en manos de Pompeyo.[37]
Y en cuanto a las empresas que acometió a mano armada, hay muchas que superan en riesgo cualquier argumento de la razón militar. ¡En efecto, con qué débiles medios se lanzó a subyugar el reino de Egipto y, después, a atacar las fuerzas de Escipión y de Juba, diez veces superiores a las suyas! Estos hombres tuvieron no sé qué confianza sobrehumana en su fortuna. b | Y decía que las grandes empresas no había que discutirlas sino ejecutarlas.[38] a | Tras la batalla de Farsalia, envió a su ejército por delante a Asia y pasó el estrecho del Helesponto con un solo barco. Al encontrarse en el mar a Lucio Casio con diez grandes navíos de guerra, tuvo el valor no ya de esperarlo sino de dirigirse recto hacia él y conminarlo a rendirse; y lo consiguió.[39] Cuando emprendió el furioso asedio de Alesia, donde había ochenta mil hombres defendiéndola, toda la Galia se alzó para arremeter contra él y hacerle abandonar el cerco, y dispuso un ejército de ciento nueve mil caballos y doscientos cuarenta mil hombres de a pie. ¿Qué osadía y enloquecida confianza no fue no querer abandonar la empresa y afrontar dos dificultades tan grandes a la vez? A las cuales, sin embargo, resistió; y, tras ganar la gran batalla contra los de fuera, redujo enseguida a su merced a los que tenía encerrados.[40] A Lúculo le sucedió lo mismo en el asedio de Tigranocerta contra el rey Tigranes, pero con una circunstancia diferente, dada la blandura de los enemigos a los que Lúculo se enfrentaba.[41]
Quiero señalar aquí dos acontecimientos singulares y extraordinarios a propósito del sitio de Alesia. El primero que, cuando los galos, al reunirse para ir a enfrentarse allí con César, hicieron recuento de todas sus fuerzas, decidieron en su consejo reducir una buena parte de aquella gran multitud por miedo a que cayeran en la confusión.[42] Es nuevo el ejemplo de temer ser demasiados; pero, si se entiende bien, es verosímil que el cuerpo de un ejército deba tener un tamaño moderado y ajustado a ciertos límites, ya sea por la dificultad de aprovisionarlo, ya sea por la dificultad de dirigirlo y mantenerlo en orden. Al menos, sería muy fácil verificar, mediante ejemplos, que los ejércitos monstruosos en número apenas han logrado nada valioso. c | De acuerdo con lo que dice Ciro en Jenofonte, no es el número de hombres, sino el número de hombres valerosos, lo que da superioridad, de suerte que el resto sirve más de estorbo que de ayuda.[43] Y Bayazeto fundó principalmente su decisión de librar batalla a Tamerlán, contra el parecer de todos sus capitanes, en el hecho de que el número infinito de hombres de su enemigo le daba una esperanza cierta de confusión.[44] Scanderberg, buen juez y muy experto, solía decir que diez o doce mil combatientes fieles debían bastarle a un jefe de guerra capaz para asegurar su reputación en toda suerte de necesidad militar.[45] a | El otro punto que parece contrario tanto al uso como a la razón de la guerra es que Vercingetorix, que había sido nombrado jefe y general de todas las facciones de las Galias sublevadas, tomó la decisión de ir a encerrarse en Alesia.[46] Pues quien manda a todo un país jamás debe recluirse salvo en el caso extremo de que esté en juego su última plaza y no le quede otra esperanza que su defensa. De no ser así, debe mantenerse libre, para tener manera de proveer en general a todas las facciones de su gobierno.
Para regresar a César, con el tiempo se hizo un poco más lento y circunspecto, como lo atestigua su amigo Opio. Consideraba[47] que no debía arriesgar fácilmente el honor de tantas victorias, que un solo infortunio podía echarle a perder. Es lo que dicen los italianos, cuando quieren reprochar la osadía temeraria que se ve en los jóvenes, al llamarlos necesitados de honor, bisognosi d’honore, y añaden que, al tener aún este gran afán y carestía de reputación, hacen bien en buscarla a cualquier precio, cosa que no deben hacer quienes ya han adquirido suficiente. Puede haber cierta justa moderación en este deseo de gloria, y cierta saciedad en tal apetencia, como en las demás; bastante gente lo practica así.
Distaba mucho del escrúpulo de los antiguos romanos, que no querían emplear en sus guerras más que el simple y genuino valor.[48] Pero aun así era más escrupuloso que nosotros ahora, y no aprobaba cualquier clase de medios para lograr la victoria. En la guerra contra Ariovisto, mientras parlamentaba con él, se produjo cierta agitación entre los dos ejércitos, que empezó por culpa de la caballería de Ariovisto. Gracias al tumulto César se encontró con una grandísima ventaja sobre sus enemigos; sin embargo, no quiso valerse de ella, por miedo a que pudiesen reprocharle que había procedido de mala fe.[49]
Solía llevar un atuendo rico y de color resplandeciente en el combate para hacerse notar.[50] Contenía con más rigor a sus soldados, y los ataba más en corto, cuando estaban cerca de los enemigos.[51] Cuando los antiguos griegos querían acusar a alguien de extrema ineptitud, decían como proverbio común que no sabía leer ni nadar.[52] Él opinaba también que el arte de nadar era muy útil en la guerra, y le sacó mucho provecho. Si tenía que ir deprisa, solía atravesar a nado los ríos que encontraba, pues le gustaba viajar a pie,[53] como al gran Alejandro. En Egipto se vio obligado, para salvarse, a subir a una pequeña embarcación, y tanta gente se abalanzó sobre ella al mismo tiempo que corría peligro de irse a pique. Él prefirió lanzarse al mar, y alcanzó a nado su flota, que se hallaba a más de doscientos pasos de allí, sin dejar de sujetar con la mano izquierda sus tablillas fuera del agua, ni de arrastrar con los dientes su cota de armas, para que el enemigo no se hiciera con ella, y esto a una edad ya muy avanzada.[54]
Nunca ningún jefe de guerra tuvo tanto crédito entre sus soldados. Al inicio de las guerras civiles, los centuriones le ofrecieron pagar cada uno de su bolsa un hombre de armas; y los soldados, servirle a su propia costa, de tal manera que los más acomodados intentarían además pagar los gastos de los más pobres.[55] El difunto almirante de Châtillon nos hizo ver recientemente un caso similar en nuestras guerras civiles, pues los franceses de su ejército proveían de sus bolsas el pago de los extranjeros que le acompañaban.[56] No se encontrarían muchos ejemplos de un sentimiento tan ardoroso y tan dispuesto entre quienes marchan por la vieja senda, bajo el gobierno antiguo de las leyes.[57] c | La pasión nos manda mucho más vivamente que la razón. Sucedió, sin embargo, en la guerra contra Aníbal que, siguiendo el ejemplo de la generosidad del pueblo romano en la ciudad, los soldados y capitanes rehusaron su paga; y en el ejército de Marcelo llamaban mercenarios a quienes la aceptaban.[58]
a | Tras correr la peor suerte cerca de Durazzo, sus soldados fueron por propia iniciativa a ofrecerse para sufrir castigo y sanción, de modo que tuvo que consolarlos más que reñirlos.[59] Una sola cohorte suya resistió a cuatro legiones de Pompeyo más de cuatro horas, hasta que fue casi toda destrozada a flechazos; y se encontraron en las trincheras ciento treinta mil flechas.[60] Un soldado llamado Esceva, que mandaba uno de los accesos, se mantuvo invencible, con un ojo reventado, un hombro y un muslo heridos, y su escudo perforado por doscientos treinta sitios.[61] Muchos de sus soldados hechos prisioneros prefirieron aceptar la muerte a querer prometer que cambiarían de bando.[62] Granio Petronio fue capturado por Escipión en África. Escipión, tras hacer matar a sus compañeros, le comunicó que le daba la vida pues era un hombre de rango y un cuestor. Petronio respondió que los soldados de César tenían la costumbre de dar la vida a los demás, no de recibirla; y se mató al instante con su propia mano.[63]
Existen infinitos ejemplos de su lealtad. No debe olvidarse el gesto de quienes sufrieron asedio en Salone, ciudad favorable a César y contraria a Pompeyo, por el singular acontecimiento que ocurrió. Marco Octavio los mantenía cercados. Los del interior se veían reducidos a una extrema necesidad de todo, de manera que para suplir la carencia de hombres, pues la mayor parte estaban muertos o heridos, habían puesto en libertad a todos sus esclavos, y para el servicio de sus ingenios se habían visto obligados a cortar los cabellos de todas las mujeres a fin de hacer cuerdas. Sufrían además una extraordinaria carestía de víveres. Pero, pese a todo, estaban decididos a no rendirse jamás. Tras haber arrastrado este asedio mucho tiempo, con lo cual Octavio se había vuelto más despreocupado y menos atento a su empresa, eligieron un mediodía, apostaron a mujeres y niños sobre las murallas para salvar las apariencias, y salieron con tal furia contra los sitiadores que no sólo arrollaron al primero, al segundo y al tercer cuerpo de guardia, y al cuarto y luego al resto, e hicieron abandonar por completo las trincheras, sino que los echaron hasta los navíos; y el mismo Octavio se salvó en Durazzo, donde se hallaba Pompeyo.[64] No recuerdo, en este momento, haber visto ningún otro ejemplo en el cual los sitiados derroten en conjunto a los sitiadores y se hagan con el dominio del campo, ni de que una salida haya tenido como consecuencia una pura y completa victoria en la batalla.