CAPÍTULO XVII

LA PRESUNCIÓN

a | Hay otra clase de orgullo,[1] que es la opinión excesivamente buena que nos formamos de nuestra valía. Se trata de un sentimiento irreflexivo, por el cual nos amamos a nosotros mismos, que nos representa diferentes de lo que somos, a la manera que la pasión amorosa presta bellezas y gracias al objeto que abraza, y hace que a los que están enamorados lo que aman les parezca, por un juicio confuso y alterado, distinto y más perfecto de lo que es.[2]

No quiero, sin embargo, que, por temor a equivocarse por ese lado, nadie se desconozca, ni crea ser menos de lo que es.[3] El juicio debe mantener su derecho en todo y por todo. Es razonable que vea, en este asunto como en lo demás aquello que le muestre la verdad. Si es César, que no tema considerarse el más grande capitán del mundo. No somos más que ceremonia. La ceremonia nos arrastra, y olvidamos la sustancia de las cosas; nos atenemos a las ramas y abandonamos el tronco y el cuerpo. Hemos enseñado a las damas a sonrojarse sólo con oír nombrar aquello que de ninguna manera temen hacer; no osamos llamar por sus nombres a nuestros miembros, y no tememos aplicarlos a toda suerte de licencias. La ceremonia nos prohíbe expresar con palabras las cosas lícitas y naturales, y le hacemos caso; la razón nos prohíbe hacer aquellas que son ilícitas y malas, y nadie le hace caso. Aquí, me encuentro atrapado en las leyes de la ceremonia, pues ésta no permite hablar bien de uno mismo ni hablar mal.[4] Por esta vez, la dejaremos ahí.

Aquéllos a quienes la fortuna —haya que llamarla buena o mala— ha hecho pasar la vida en una posición eminente pueden atestiguar lo que son por medio de sus acciones públicas. Pero aquéllos a los que sólo ha empleado entre la multitud, c | y de los que nadie hablará si no lo hacen ellos, a | tienen excusa si se arrogan la audacia de hablar de sí mismos a quienes tengan interés por conocerlos, siguiendo el ejemplo de Lucilio:

Ille uelut fidis arcana sodalibus olim

credebat libris, neque, si male cesserat, usquam

decurrens alio, neque si bene: quo fit ut omnis

uotiua pateat ueluti descripta tabella

uita senis.[5]

[Éste, en otro tiempo, confiaba sus secretos a los libros como a fieles compañeros; nunca se dirigía a nadie ni cuando las cosas iban mal ni cuando iban bien: por eso, toda la vida del viejo aparece como en una tabla votiva].

Éste confiaba sus acciones y sus pensamientos al papel, y se pintaba en él tal como sentía que era. c | Nec id Rutilio et Scauro citra fidem aut obtrectationi fuit[6] [Y tal cosa, a Rutilio y a Escauro, les hizo ganar crédito sin denigración alguna].

a | Así pues, recuerdo que, desde mi más tierna infancia, señalaban en mí no sé qué disposición del cuerpo y los gestos que atestiguaba cierto vano y necio orgullo. Sobre ello quiero decir, en primer lugar, que no es inoportuno poseer características e inclinaciones tan incorporadas a nosotros que no tengamos manera de sentirlas y reconocerlas. Y de tales tendencias naturales el cuerpo suele retener algún carácter sin nuestro conocimiento y acuerdo. Era cierta afectación acorde con su belleza lo que hacía que Alejandro ladeara un poco la cabeza,[7] y lo que volvía el habla de Alcibíades blanda y grasa.[8] Julio César se rascaba la cabeza con un dedo, que es el gesto de un hombre repleto de pensamientos penosos;[9] y Cicerón, me parece, solía rascarse la nariz,[10] cosa que denota una naturaleza burlona. Tales movimientos pueden producirse imperceptiblemente en nosotros. Hay otros, artificiales, de los que no hablo, por ejemplo saludos y reverencias, con los que se adquiere, casi siempre sin razón, la honra de ser muy humilde y cortés c | —uno puede ser humilde por orgullo—. b | Yo soy bastante pródigo en sombrerazos, sobre todo en verano, y no recibo ninguno sin desquite, sea cual fuere la calidad del hombre que lo da, excepto si lo tengo a sueldo. Desearía que algunos príncipes que conozco fuesen más ahorrativos y justos al dispensarlos, pues, si se esparcen indiscretamente, no surten ya efecto alguno. Si carecen de consideración, carecen de efecto. Entre los portes desordenados, a | no omitamos la altivez del emperador Constancio, que, en público, mantenía siempre la cabeza recta, sin girarla ni doblarla ni a derecha ni a izquierda, ni siquiera para mirar a quienes le saludaban desde un lado, con el cuerpo plantado inmóvil, sin abandonarse a la oscilación del carruaje, sin osar escupir, ni sonarse la nariz, ni secarse la cara delante de la gente.[11]

No sé si los gestos que observaban en mí eran de esta primera índole, y si poseía verdaderamente alguna oculta propensión a ese vicio, como puede muy bien ser, y no puedo responder de los movimientos del cuerpo. Pero, en cuanto a los movimientos del alma, quiero confesar aquí lo que percibo. Hay dos partes en este orgullo, a saber, estimarse demasiado y no estimar suficientemente al prójimo. En cuanto a la primera, c | creo ante todo que deben tomarse en cuenta algunas consideraciones. Me siento oprimido por un error del alma que me disgusta como inicuo y aún más como importuno. Trato de corregirlo; pero, extirparlo, no puedo. Es que disminuyo el justo valor de las cosas que poseo;[12] y aumento el valor de las cosas que son extrañas, están ausentes y no son mías. Tal inclinación se extiende hasta muy lejos. La prerrogativa de la autoridad hace que los maridos miren a sus propias esposas con vicioso desdén, y muchos padres a sus hijos. Yo hago lo mismo, y, entre dos obras parecidas, me decantaría siempre en contra de la mía. No es que el celo por progresar y mejorar confunda mi juicio y me impida estar satisfecho; es más bien que la posesión genera de suyo el desprecio de aquello que poseemos y dominamos. Me atraen las sociedades y las costumbres lejanas, y las lenguas; y me doy cuenta de que el latín me seduce, debido a su dignidad, más de lo que le corresponde, como a los niños y al vulgo. La administración, la casa, el caballo de mi vecino, a igual valor, valen más que los míos, porque no son míos. Tanto más porque soy muy ignorante de mis cosas. Admiro la seguridad y la confianza que todos tienen en sí mismos; en cambio, yo no creo saber casi nada, ni me atrevo a garantizar que pueda hacer casi nada. No tengo mis recursos predispuestos y ordenados, y sólo aprendo después de la acción, con tantas dudas sobre mi fuerza como sobre otra fuerza. De ahí que, si tengo éxito en una tarea, lo atribuya más a mi fortuna que a mi habilidad, pues me las planteo todas al azar y con temor.

De igual modo, a | otra característica mía es que, entre todas las opiniones que la Antigüedad sostuvo sobre el hombre c | en conjunto, a | las que abrazo más gustosamente y aquéllas a las que más me adhiero, son las que más nos desprecian, envilecen y anulan. No me parece que la filosofía lo tenga nunca tan fácil como cuando se opone a nuestra presunción y vanidad, cuando reconoce de buena fe su irresolución, su flaqueza y su ignorancia. Me parece que la madre nutricia de las más falsas opiniones, públicas y privadas, es la opinión demasiado buena que el hombre tiene de sí mismo. Esa gente que monta a caballo sobre el epiciclo de Mercurio, c | que ve tan allá en el cielo, a | me hace rechinar los dientes. En efecto, dado que en el estudio al que yo me dedico, cuyo objeto es el hombre, encuentro una variedad tan extrema de juicios, un laberinto tan profundo de dificultades, unas sobre otras, tanta diversidad e incertidumbre aun en la escuela de la sabiduría, podemos pensar que si esa gente no ha podido resolver el conocimiento de sí mismos y de su propia condición, que tiene continuamente ante los ojos, que está en ellos, si no saben cómo se mueve lo que ellos mismos ponen en movimiento, ni de qué manera describirnos y descifrarnos los resortes que poseen y manejan ellos mismos, ¿cómo voy a creerlos sobre la causa del flujo[13] y reflujo del río Nilo. La curiosidad por conocer las cosas fue dada a los hombres como azote, dice la Sagrada Escritura.[14]

Pero, para venir a mi caso particular, es muy difícil, me parece, que nadie se estime menos, incluso que nadie me estime menos de lo que yo me estimo. c | Me considero del tipo común, salvo por considerarme así; culpable de los defectos más bajos y plebeyos, pero no inconfesados, no excusados. Y sólo me valoro por saber que sé mi valor. Si en esto hay orgullo, me lo ha infundido superficialmente la traición de mi temperamento, y carece de cuerpo que comparezca a la vista de mi juicio. Me ha rociado, pero no teñido.

a | Porque la verdad es que, en cuanto a actos del espíritu, de la clase que sean, jamás ha surgido de mí nada que me contente; y la aprobación ajena no me satisface. Mi juicio es delicado y difícil, y especialmente con respecto a mí mismo;[15] siento que fluctúo y cedo a causa de la debilidad.[16] Mi vista es bastante clara y ordenada, pero, en la acción, se enturbia. Así lo experimento de la manera más evidente en la poesía. La amo infinitamente; soy bastante entendido en las obras ajenas. Pero me comporto, en verdad, como un niño cuando pretendo hacer algo; no puedo soportarme. Cabe hacer el necio en todo lo demás, pero no en la poesía:

mediocribus esse poetis

non dii, non homines, non concessere columnae.[17]

[a los poetas ni los dioses ni los hombres ni

las columnas les conceden ser mediocres].

Ojalá esta sentencia figurara a la entrada de los talleres de todos nuestros impresores, para prohibir el paso a tantos versificadores:[18]

uerum

nil securius est malo Poeta.[19]

[pero nada es más confiado que un mal poeta].

c | ¿Qué no nos muestran tales pueblos? Dionisio el Padre nada valoraba tanto de sí mismo como su poesía.[20] En la estación de los Juegos Olímpicos, junto a carros que superaban a todos los demás en magnificencia, envió también a poetas y músicos para que presentaran sus versos, con tiendas y pabellones dorados y tapizados regiamente. Cuando recitaron sus versos, el favor y la excelencia de la declamación atrajeron al principio la atención del pueblo. Pero cuando, más adelante, sopesó la inepcia de la obra, sintió primero desprecio, su juicio continuó agriándose, cayó enseguida en la furia y se precipitó a derribar y a destrozar por despecho todos sus pabellones. Y como sus carros tampoco lograron éxito alguno en la carrera, y la nave que transportaba a su gente no alcanzó Sicilia, y la tempestad lo empujó y estrelló contra la costa de Tarento, el pueblo dio por cierto que se debía a la ira de los dioses, irritados como él contra ese mal poema. Y hasta los marineros escapados del naufragio secundaban la opinión del pueblo.[21] El oráculo que predijo su muerte pareció también suscribirla de algún modo. Declaraba que Dionisio estaría próximo a su fin cuando hubiese vencido a quienes valían más que él. Él lo interpretó de los cartagineses, que le superaban en poderío. Y, cuando se las había con ellos, solía eludir la victoria y moderarla, para no incurrir en el sentido de la predicción. Pero lo entendía mal, pues el dios señalaba el momento de la victoria que obtuvo en Atenas, por favor e injusticia, sobre los poetas trágicos mejores que él —había hecho concursar su obra, titulada Los leneios—. Poco después de tal victoria, falleció, y en parte por la excesiva alegría que tuvo.[22]

a | Lo que me parece excusable en mí, no lo es de suyo y en verdad, sino por comparación con otras cosas peores, a las cuales veo que se da crédito. Envidio la felicidad de quienes son capaces de alegrarse y regocijarse en su tarea, porque es una manera sencilla de procurarse placer, ya que se obtiene de uno mismo. c | Especialmente, si hay un poco de firmeza en su obstinación. Conozco a un poeta al que, fuerte y flojo, en grupo y en privado, cielo y tierra claman que no es muy entendido. No por ello rebaja un ápice la medida a la que se ha conformado. Vuelve siempre a empezar, vuelve siempre a consultar, y persiste siempre; tanto más obstinado en su juicio cuanto sólo a él le toca defenderlo. a | Tan lejos están mis obras de sonreírme, que cada vez que vuelvo a catarlas, me enojo:

b | Cum relego, scripsisse pudet, quia plurima cerno,

me quoque qui feci, iudice, digna lini.[23]

[Cuando las releo, me avergüenza haberlas escrito, pues me doy cuenta de que muchas cosas merecen ser borradas, aun a mi juicio, yo que las hice].

a | Tengo siempre una idea en el alma que me presenta[24] una forma mejor de la que he llevado a la práctica, pero no la puedo atrapar ni desarrollar. Y aun esta idea es sólo de nivel medio. Infiero de ahí que las producciones de las ricas y grandes almas del pasado están mucho más allá del alcance máximo de mi imaginación y mi deseo. Sus escritos no sólo me satisfacen y colman; me aturden y sobrecogen de admiración. Juzgo su belleza, la veo, si no hasta el fin, al menos hasta tan lejos que me resulta imposible aspirar a ella. Intente lo que intente, debo un sacrificio a las Gracias, como dice Plutarco de alguien, para ganar su favor:[25]

si quid enim placet,

si quid dulce hominum sensibus influit,

debentur lepidis omnia gratiis.[26]

[pues si alguna cosa nos gusta, si algo dulce se insinúa en los sentidos de los hombres, se debe todo a las encantadoras Gracias].

En todo me abandonan. Todo en mí es burdo; carezco de elegancia y de belleza. No sé dar valor a las cosas por lo que más valen, mi forma no ayuda en nada a la materia. Por eso, la necesito fuerte, que tenga mucho cuerpo y que brille por sí misma. c | Cuando las elijo populares y más alegres, lo hago para seguirme a mí mismo, que no amo la sabiduría ceremoniosa y triste como la ama el mundo, y para alegrarme, no para alegrar mi estilo, que las prefiere graves y severas —si debo llamar estilo a un habla informe e irregular, a una jerigonza popular y a un procedimiento sin definición ni división ni inferencia, confuso, a la manera del que tuvieron Amafinio y Rabirio—.[27] a | No sé ni complacer, ni regocijar, ni halagar. El mejor relato del mundo se seca y apaga en mis manos. Sólo sé hablar en serio, y carezco por completo de la facilidad, que veo en muchos de mis compañeros, para conversar con los primeros que pasan y para mantener en vilo a todo un grupo, o para ocupar, sin cansarse, el oído de un príncipe con toda suerte de declaraciones, sin que les falte jamás materia, por tener la gracia de saber emplear la primera que se ofrece y de acomodarla al humor y la capacidad de aquellos con quienes tratan. b | A los príncipes no les gustan mucho los discursos firmes, ni a mí contar cuentos.[28] a | Las razones primeras y más sencillas, que son por lo común las más apreciadas, no sé emplearlas c | —mal predicador del pueblo—. De cualquier materia, suelo decir lo último que sé. Cicerón considera que en los tratados filosóficos la parte más difícil es el exordio.[29] Si es así, hago bien empezando por la conclusión.

a | Sin embargo, hay que saber aflojar[30] la cuerda a toda clase de tonos; y el más agudo es el que menos veces entra en juego. Hay por lo menos tanta perfección en realzar una cosa vacua como en sostener una grave. A veces uno debe manejar las cosas superficialmente, a veces debe profundizar en ellas. No ignoro que la mayoría de los hombres se mantiene en el escalón bajo porque no concibe las cosas sino por la primera corteza; pero también sé que a los mayores maestros, y c | a Jenofonte y a | Platón, les vemos a menudo descender a esta forma baja y popular de decir y tratar las cosas, sosteniéndola con las gracias que nunca les faltan.

Por lo demás, mi lenguaje nada tiene de fácil y fluido;[31] es áspero,[32] con disposiciones libres y desordenadas. Y me gusta así, c l si no por juicio, por inclinación. a | Pero me doy cuenta de que en ocasiones me dejo ir en exceso, y de que, a fuerza de querer evitar el arte y la afectación, recaigo en ellos por otro lado:[33]

breuis esse laboro,

obscurus fio.[34]

[me esfuerzo por ser breve, me vuelvo oscuro].

c | Dice Platón que la extensión o la brevedad no son propiedades que quiten ni den valor al lenguaje.[35]

a | Aunque tratara de seguir ese otro estilo, regular, uniforme y ordenado, no podría lograrlo; y aun cuando los cortes y las cadencias de Salustio se correspondan más a mi inclinación, César me parece más grande y menos fácil de imitar. Y si mi tendencia me lleva más a la imitación del habla de Séneca, no dejo de preferir la de Plutarco.[36] Como en el callar,[37] también en el decir me limito a seguir mi forma natural. Por este motivo tal vez soy más capaz hablando que escribiendo. El movimiento y la acción animan las palabras, sobre todo en quienes se mueven bruscamente, como es mi caso, y en quienes se enardecen. El porte, el semblante, la voz, la ropa, la posición pueden dar algún valor a las cosas que de suyo no tienen mucho, como el parloteo. Mesala se queja, en Tácito, de ciertos estrechos atuendos de su tiempo, y de la forma de los bancos donde los oradores debían hablar, que mermaban su elocuencia.[38]

a2 | Mi lengua francesa está alterada,[39] a | en la pronunciación y en otras cosas, por la barbarie de mi terruño. Nunca he visto a nadie de estas regiones a quien no se le note de manera muy evidente su linaje, y que no hiera los oídos puros franceses.[40] Sin embargo, no es porque sea muy entendido en mi perigordino, pues no tengo más uso de él que del alemán; y apenas me interesa. c | Es una lengua, como lo son a mi alrededor, a un lado y otro, la de Poitou, la de Saint-Ange, la de Angulema, el lemosín, el auvernés, blanda, cansina, prolija. a | Más arriba de nosotros, hacia las montañas, se habla un gascón que me parece singularmente hermoso, seco, breve, expresivo, y en verdad una lengua viril y militar más que cualquier otra de las que oigo; c | tan vigorosa, potente y directa como el francés es gracioso, delicado y abundante.[41] a | En cuanto al latín, que me fue dado como materno, he perdido por falta de costumbre la prontitud de poder emplearlo para hablar, c | e incluso para escribir, en lo cual en otro tiempo me hacía llamar maestro Juan.[42] a | Podéis ver lo poco que valgo por este lado.

La belleza es un elemento de gran recomendación en el trato humano.[43] Es el primer medio de conciliación mutua, y nadie hay tan bárbaro ni tan huraño que no se sienta impresionado en alguna medida por su dulzura. El cuerpo tiene una gran participación en nuestro ser, ocupa en él un rango importante; por ello, su estructura y composición merecen una gran consideración. Quienes pretenden desgajar nuestros dos principales elementos, y desprenderlos uno de otro, cometen un error. Al contrario, es preciso reacoplarlos y reunirlos. Al alma debe ordenársele, no que vaya por su cuenta, que se mantenga aparte, que desprecie y abandone el cuerpo —tampoco sería capaz de hacerlo, salvo por algún remedo fingido—, sino que se adhiera a él, lo abrace, lo aprecie, lo asista, lo controle, le aconseje, lo corrija y reconduzca cuando se desvíe, en suma, que lo despose y le haga de marido, para que sus acciones no parezcan distintas y contrarias, sino concordes y uniformes. Los cristianos disponen de una particular instrucción acerca de este vínculo. Saben, en efecto, que la justicia divina abraza la asociación y unión de cuerpo y alma hasta el punto de volver al cuerpo capaz de las recompensas eternas; y que Dios mira actuar a todo el hombre, y quiere que reciba íntegro el castigo o la paga, según sus deméritos.[44] c | La escuela peripatética, la más sociable de todas, atribuye a la sabiduría una única preocupación: la de proveer y procurar en común el bien de estos dos elementos asociados;[45] y muestra que las demás escuelas, por no haberse sujetado lo suficiente a la consideración de tal mezcla, se han vuelto parciales: una a favor del cuerpo, otra a favor del alma, con similar error, y se han apartado de su objeto, que es el hombre, y de su guía, que reconocen en general que es la naturaleza.

a | La primera distinción que existió entre los hombres, y la primera consideración que hizo prevalecer a unos sobre otros, fue verosímilmente la superioridad en cuanto a belleza:

b | agros diuisere atque dedere

pro facie cuiusque et uiribus ingenioque:

nam facies multum ualuit uiresque uigebant.[46]

[repartieron y otorgaron las tierras según la belleza, la fuerza y el talento de cada uno; la belleza, en efecto, tenía gran valor, y la fuerza prevalecía.]

a | Ahora bien, mi talla es un poco inferior a la media. Este defecto no sólo es feo sino también inconveniente, sobre todo en quienes desempeñan mandos y cargos, pues se encuentran privados de la autoridad que otorgan la buena presencia y la majestad corporal. c | Cayo Mario no admitía de buena gana a los soldados que no medían seis pies de altura.[47] Al Cortesano le asiste toda la razón cuando pretende que el gentilhombre que forja tenga una talla común antes que cualquier otra, y cuando rechaza en él cualquier extrañeza que lo haga señalar con el dedo.[48] Pero, preferir, en caso de que no se ajuste al término medio, que esté por debajo a que esté por encima de él, yo no lo haría en un militar. Los hombres menudos, dice Aristóteles, pueden ser agraciados, pero no hermosos; y en la grandeza se reconoce la magnanimidad, como en el cuerpo grande y alto la hermosura.[49] a | Los etíopes y los indios, dice, tenían en cuenta la belleza y la altura de las personas para elegir a sus reyes y magistrados.[50] No les faltaba razón, pues ver marchar al frente de un ejército a un jefe de buena y nutrida talla produce respeto en quienes le siguen, y terror en el enemigo:[51]

b | Ipse ínter primos praestanti corpore Turnus

uertitur, arma tenens, et toto uertice supra est.[52]

[Turno se mantiene entre los primeros, con su cuerpo excelente, blandiendo sus armas y con la cabeza por encima de los demás].

Nuestro divino y celeste gran rey, todas cuyas circunstancias deben señalarse con esmero, religión y reverencia, no rehusó la recomendación corporal, speciosus forma prae filiis hominum[53] [el más hermoso entre los hijos de los hombres]. c | Y Platón, además de templanza y valor, desea la belleza a los guardianes de su república.[54]

a | Es un gran desprecio que se dirijan a ti, en medio de tus servidores, para preguntarte dónde está el señor, y que no te toque sino el resto del sombrerazo que dedican a tu barbero o a tu secretario. Como le ocurrió al pobre Filopemen.[55] Llegado el primero de su grupo a una casa donde le esperaba su anfitriona, que no le conocía y le veía con bastante mal aspecto, le encargó que fuera a ayudar un poco a sus mujeres a buscar agua o a atizar el fuego para servir a Filopemen. Cuando llegaron los gentilhombres de su séquito y le sorprendieron entregado a esta hermosa tarea —pues no había dejado de obedecer la orden recibida—, le preguntaron qué hacía: «Cumplo la condena de mi fealdad», les respondió.

Las demás bellezas son para las mujeres; la belleza de la talla es la única belleza que atañe a los hombres. Donde hay pequeñez, ni la anchura y redondez de la frente, ni la blancura y suavidad de los ojos, ni la forma regular de la nariz, ni la menudez de la oreja y de la boca, ni el orden y la blancura de los dientes, ni el espesor uniforme de una barba morena de color castaño, ni el cabello ahuecado, ni la exacta proporción de la cabeza,[56] ni la frescura de la tez, ni el aire agradable de la cara, ni un cuerpo sin olor, ni la exacta proporción de los miembros, pueden hacer a un hombre hermoso.

Por lo demás, mi talla es fuerte y compacta; la cara, más que grasa, llena; el temperamento, b | entre lo jovial y lo melancólico, medianamente a | sanguíneo y cálido:

Vnde rigent setis mihi crura, et pectora uillis;[57]

[¿De dónde procede que mis piernas estén

erizadas de pelo, y mi pecho de vello?];

la salud fuerte y alegre, hasta una edad muy avanzada[58] rara vez alterada por las enfermedades. a | Así era yo, pues no me examino ahora que he penetrado en los accesos de la vejez, tras superar hace mucho tiempo los cuarenta años:[59]

b | minutatim uires et robur adultum

frangit, et in partem peiorem liquitur aetas.[60]

[la edad quiebra poco a poco las fuerzas y

el vigor adulto, y desliza hacia el declive].

a | De ahora en adelante sólo seré medio ser, ya no seré yo. Todos los días me escapo y me hurto a mí mismo:

Singula de nobis anni praedantur euntes.[61]

[Los años que pasan nos arrebatan una cosa tras otra].

He carecido de destreza y prontitud; y, sin embargo, soy hijo de un padre pronto y dotado de una vivacidad que retuvo hasta la extrema vejez. Apenas encontró a nadie de su condición que le igualara en ningún ejercicio corporal; como yo apenas he encontrado a nadie que no me supere, salvo en la carrera —en la cual era de los medianos—. De música, ni en cuanto a la voz, que tengo muy inepta, ni en cuanto a los instrumentos, jamás me han podido enseñar nada. En la danza, en la pelota, en la lucha, no he podido adquirir sino una destreza muy ligera y común; para nadar, esgrimir, hacer acrobacias y saltar, de todo punto nula. Las manos, las tengo tan torpes que ni siquiera soy capaz de escribir para mí mismo, de suerte que prefiero rehacer lo que he emborronado a tomarme el trabajo de descifrarlo; c | y no leo mucho mejor. Caigo en la cuenta de que me hago pesado a los que me escuchan. Por lo demás, buen letrado. a | No sé cerrar correctamente una carta, ni he sabido nunca cortar una pluma, ni trinchar como se debe en la mesa, c | ni equipar un caballo con el arnés, ni llevar un pájaro en el puño, ni soltarlo, ni hablar a los perros, ni a los pájaros, ni a los caballos.[62]

a | Mis características corporales son, en suma, muy conformes a las del alma. En ellas nada es alegre; hay tan sólo un vigor pleno y firme. Soporto bien el esfuerzo; pero lo soporto si me entrego a él yo mismo, y en la medida que mi deseo me conduce a él:

molliter austerum studio fallente laborem.[63]

[la afición esconde suavemente el duro esfuerzo].

De lo contrario, si no me seduce algún placer, y si mi guía es otro que la pura y libre voluntad, no valgo nada. Porque he llegado al punto que, salvo la salud y la vida, no hay nada c | por lo cual quiera morderme las uñas, ni a | que desee adquirir al precio del tormento de espíritu y de la coerción:

b | tanti mihi non sit opaci

omnis arena Tagi, quodque in mare uoluitur aurum.[64]

[para mí no valdría tanto toda la arena del denso

Tajo y todo el oro que arrastra hacia el mar].

c | Extremadamente ocioso, extremadamente libre, por naturaleza y por arte. Cedería con el mismo agrado mi sangre que mi preocupación.

a | Mi alma es libre y muy suya, y está acostumbrada a conducirse a su manera. Como hasta ahora no he tenido ni comandante ni amo forzoso, he ido tan lejos como se me ha antojado, y al paso que he querido. Esto me ha ablandado y vuelto inútil para el servicio de los demás, y no me ha hecho bueno sino para mí mismo. Y, para mí, no ha habido necesidad de forzar un natural pesado, perezoso y holgazán. Pues, al haberme encontrado desde mi nacimiento en tal grado de fortuna que he tenido motivos para mantenerme en ella[65] c | —motivos, sin embargo, que mil otros, conocidos míos, más bien habrían tomado como tabla para entregarse a la búsqueda, a la agitación y a la inquietud—, a | nada he buscado y nada tampoco he cogido:

Non agimur tumidis uelis Aquilone secundo;

non tamen aduersis aetatem ducimus austris:

uiribus, ingenio, specie, uirtute, loco, re,

extremi primorum, extremis usque priores.[66]

[No nos empuja a toda vela el favorable Aquilón, ni tampoco guiamos nuestra vida con Austros adversos; en fuerzas, talento, belleza, valor, posición, bienes, somos los últimos entre los primeros, los primeros entre los últimos].

Sólo he necesitado la capacidad de contentarme,[67] c | lo cual constituye, sin embargo, una moderación del alma, si lo entendemos bien, igualmente difícil en toda suerte de condición, y que por experiencia vemos que se encuentra con más facilidad aún en la indigencia que en la abundancia. Quizá porque, de acuerdo con el curso de nuestras demás pasiones, el afán de riquezas se aviva más con el uso que con la carencia, y la virtud de la moderación es más rara que la de la resistencia. Y sólo he precisado a | gozar dulcemente de los bienes que Dios por su generosidad me había puesto en las manos. No he probado ninguna clase de trabajo[68] enojoso. Apenas he manejado otra cosa que mis asuntos; c | o, si lo he hecho, ha sido con la condición de hacerlo a mi tiempo y a mi manera, encargado por personas que se fiaban de mí y que no me acuciaban y me conocían. Los expertos, en efecto, obtienen algún servicio hasta del caballo repropio y que sufre de huélfago.

a | Mi infancia misma fue guiada de una manera blanda y libre, y aun entonces estuvo exenta de sujeción rigurosa. Todo ello me ha proporcionado un temperamento tierno e incapaz de solicitud. A tal punto que me gusta que me oculten mis pérdidas y los desórdenes que me atañen. Incluyo en el capítulo de gastos lo que me cuesta alimentar y mantener mi despreocupación:

haec nempe supersunt,

quae dominum fallant, quae prosint furibus.[69]

[sobra, en efecto, lo que el dueño no

advierte, lo que aprovechan los ladrones].

Me gusta no saber el cálculo de lo que poseo, para sentir con menor exactitud mis pérdidas. b | Ruego a quienes viven conmigo que, cuando les falten el afecto y los buenos resultados, me engañen y contenten con buenas apariencias. a | Sin firmeza suficiente para afrontar la importunidad de las adversidades a las que estamos expuestos, y dado que no puedo mantenerme en tensión para regular y ordenar los asuntos, alimento en mí, en la medida de mis fuerzas, esta opinión: la de, abandonándome por completo a la fortuna, ponerme siempre en lo peor, y resolverme a soportar lo peor suave y pacientemente. Es la única cosa por la que me esfuerzo, y el objetivo al que oriento todos mis razonamientos.

b | Ante un peligro, no pienso tanto en cómo escaparé de él cuanto en lo poco que importa que escape. Aunque permanezca en él, ¿qué sucederá? Puesto que no puedo regular los acontecimientos, me regulo a mí mismo, y me acomodo a ellos si ellos no se acomodan a mí.[70] No tengo mucho arte para saber esquivar la fortuna y eludirla o forzarla, ni para forjar y conducir con prudencia las cosas a mi objetivo. Tengo menos tolerancia aún para soportar el afán violento y penoso que se precisa para ello. Y la posición para mí más penosa es verme suspendido entre cosas apremiantes, y agitado entre el temor y la esperanza. La deliberación, aun en las cosas más ligeras, me importuna. Y siento que mi espíritu se bloquea más para afrontar el movimiento y las sacudidas diversas de la duda y de la reflexión, que para asentarse y decidirse por una u otra opción, una vez la suerte echada. Pocas pasiones me han turbado el sueño; pero, en cuanto a las deliberaciones, la menor de ellas me lo turba. En los caminos suelo evitar los bordes con pendiente y resbaladizos, y me lanzo a la parte hollada más fangosa y donde uno más se hunde, de suerte que no pueda ir más bajo, y busco la seguridad. Del mismo modo, me gustan los infortunios del todo puros, que no me ejerciten ni inquieten ya por la incerteza de su arreglo, y que, con el primer asalto, me empujen directamente al sufrimiento:

c | dubia plus torquent mala.[71]

[los males inciertos son los que nos afligen más].

b | En los acontecimientos me comporto como un hombre; en la preparación, como un niño. Me produce más fiebre el horror a la caída que el golpe. El juego no vale la vela. El avaricioso sale peor librado de su pasión que el pobre, y el celoso, peor que el cornudo. Y muchas veces es menos malo perder la viña que litigar por ella. El curso más bajo es el más firme. Es el asiento de la firmeza. En él sólo te necesitas a ti mismo. Se funda en eso, y se apoya todo en sí mismo. ¿No tiene cierto aire filosófico este ejemplo de un gentilhombre al que muchos han conocido? Se casó a una edad muy avanzada, tras haber pasado la juventud como un alegre compañero: gran hablador, gran burlador. Recordando hasta qué extremo el asunto de los cuernos le había dado para hablar y para burlarse de los demás, con el fin de ponerse a cubierto, se casó con una mujer que tomó allí donde todos las encuentran a cambio de dinero, y forjó con ella su alianza: «¡Buenos días, puta!». «¡Buenos días, cornudo!». Y en su casa de nada hablaba más a menudo y más abiertamente a quienes le visitaban que de este asunto. De este modo ponía freno a los chismorreos ocultos de los burladores y embotaba la punta del reproche.

a | En cuanto a la ambición, que está cerca de la presunción, o más bien es hija suya, habría necesitado, para progresar, que la fortuna hubiera venido a buscarme con el puño. Porque esforzarme por una esperanza incierta y someterme a todas las dificultades que acompañan a quienes pretenden granjearse autoridad al inicio de su carrera, yo no habría sabido hacerlo:

b | spem pretio non emo.[72]

[no compro la esperanza a ningún precio].

Me adhiero a lo que veo y a lo que tengo, y apenas me separo del puerto:

Alter remus aquas, alter tibi radat arenas.[73]

[Que uno de tus remos roce el agua, el otro la arena].

Y además rara vez se alcanzan estos progresos sin arriesgar primero lo que se posee; y yo soy del parecer que, si lo que se tiene basta para mantener la condición en la que uno ha nacido y a la cual uno está habituado, es insensato soltar la presa a cambio de la incertidumbre de aumentarla. Aquél a quien la fortuna rehúsa con qué asentarse y establecer una existencia tranquila y reposada, tiene excusa si echa al azar lo que posee, pues en cualquier caso la necesidad lo envía a la búsqueda:

c | Capienda rebus in malis praeceps uia est.[74]

[En el infortunio hay que tomar caminos arriesgados].

b | Y excuso más al hijo menor por lanzar su legítima herencia al viento que a aquel que tiene a su cargo el honor de su casa, que no puede verse en la necesidad sino por culpa suya.

a | He encontrado el camino más corto y más fácil, con el consejo de mis buenos amigos del pasado, para librarme de este deseo y para permanecer tranquilo,

Cui sit conditio dulcis, sine puluere palmae,[75]

[A él su condición le es dulce sin la polvareda del triunfo],

juzgando además sanamente de mis fuerzas que no eran capaces de grandes cosas, y acordándome de aquella sentencia del difunto canciller Olivier según la cual los franceses se parecen a monos que trepan a un árbol, de rama en rama, y no dejan de ascender hasta que llegan a la rama más alta, y, cuando están ahí, enseñan el culo:[76]

b | Turpe est, quod nequeas, capiti committere pondus,

et pressum inflexo mox dare terga genu.[77]

[Es vergonzoso cargar la cabeza con un fardo que no puedes

llevar, y enseguida escapar abrumado, con la rodilla doblada].

a | Aun aquellas de mis características que no merecen reproche, me parecían inútiles en este siglo. A la facilidad de mi comportamiento la habrían llamado cobardía y debilidad; la lealtad y la conciencia se habrían tenido por escrupulosas y supersticiosas; la franqueza y la libertad, por importunas, irreflexivas y temerarias. El infortunio tiene su utilidad. Va bien nacer en un siglo muy depravado, pues, por comparación con otros, te consideran virtuoso a bajo precio. Aquel que en nuestros días sólo es parricida y sacrílego, es hombre de bien y honorable:

b | Nunc, si depositum non inficiatur amicus,

si reddat ueterem cum tota aerugine follem,

prodigiosa fides, et Tuscis digna libellis,

quaeque coronata lustrari debeat agna.[78]

[Hoy, si el amigo no niega un depósito, si devuelve la vieja bolsa con todas sus monedas de cobre, es una fidelidad prodigiosa y digna de los libros etruscos y que exige el sacrificio expiatorio de una oveja coronada].

Y jamás existió tiempo ni lugar en los cuales se les ofreciera a los príncipes una recompensa más segura y más grande por su bondad y justicia. Mucho me engaño si el primero al que se le ocurra ganar favor y autoridad por esta vía no avanza a sus compañeros con poco coste. La fuerza, la violencia pueden alguna cosa, pero no siempre todo. c | Vemos que mercaderes, jueces legos y artesanos se codean con la nobleza en cuanto a valentía y arte militar. Libran honorables combates, tanto públicos como privados; asaltan y defienden ciudades en nuestras actuales guerras. El prestigio de un príncipe se ahoga en medio de esta muchedumbre. Que resplandezca por su humanidad, por su verdad, lealtad, templanza y sobre todo justicia —signos poco frecuentes, desconocidos y desterrados—. Sólo puede cumplir sus objetivos merced a la voluntad de los pueblos, y no hay otras cualidades que puedan atraer su voluntad como éstas, que le son las más útiles. Nihil est tam populare quam bonitas.[79] [Nada es tan popular como la bondad]. a | Con este término de comparación, me habría encontrado c | grande y singular, como me encuentro pigmeo y común en comparación con algunos siglos pasados, en los cuales era vulgar, si no concurrían otras cualidades más fuertes, ver a un hombre a | moderado en las venganzas,[80] indulgente en su reacción frente a las ofensas, escrupuloso en la observancia de su palabra,[81] ni doble ni dúctil ni acomodaticio de su lealtad[82] a la voluntad de otros y a las ocasiones. Antes permitiría romper el cuello a los asuntos políticos que doblegar mi lealtad a su servicio.

Porque, en cuanto a esa nueva virtud del fingimiento y el disimulo, que ahora goza de tanto crédito, la odio a muerte; y, entre todos los vicios, no veo otro que pruebe tanta cobardía y bajeza de ánimo. Disfrazarse y esconderse tras una máscara es una actitud cobarde y servil, y lo es no osar mostrarse tal como uno es. Los hombres de hoy se instruyen así en la perfidia; b | habituados a manifestar falsas palabras, las traicionan sin escrúpulo. a | Un corazón noble no debe desmentir sus pensamientos; quiere mostrarse hasta el interior. c | En él todo es bueno, o al menos todo es humano. Aristóteles considera obligación de la magnanimidad odiar y amar abiertamente, juzgar, hablar con toda franqueza, y, en comparación con la verdad, no hacer caso de la aprobación o reprobación ajena.[83] a | Apolonio decía que mentir era propio de siervos, y decir la verdad, propio de hombres libres.[84] c | Es la primera y fundamental característica de la virtud. Hay que amarla por sí misma. Quien dice la verdad porque le obliga otra cosa y porque es útil, y quien no teme mentir cuando a nadie le importa, no es bastante veraz. Mi alma rehúye la mentira por temperamento, y aborrece hasta pensarla. Si alguna vez se me escapa una, como alguna vez me sucede cuando las ocasiones me sorprenden y me agitan de manera impremeditada, siento vergüenza interior y un agudo remordimiento.

a | No siempre debe decirse todo, pues sería necio. Pero lo que se dice, debe decirse tal como se piensa; de lo contrario, se incurre en maldad. Ignoro qué ventaja esperan obtener de fingir y simular incesantemente, salvo no ser creídos ni siquiera cuando digan la verdad.[85] Ello puede engañar una vez o dos a los hombres, pero hacer profesión de mantenerse oculto, y jactarse, como han hecho algunos de nuestros príncipes, de que arrojarían la camisa al fuego si tuviesen noticia de sus verdaderas intenciones[86] —la frase es de un antiguo, Metelo de Macedonia—,[87] y de que si alguien no sabe fingir no sabe reinar,[88] es poner sobre aviso a aquellos con quienes hay que tratar de que cuanto dicen es sólo engaño y mentira. c | Quo quis uersutior et callidior est, hoc inuisior et suspectior, detracta opinione probitatis[89] [Cuanto más hábil y astuto es uno, peor visto y más sospechoso resulta si carece de fama de honradez]. a | Sería una gran simpleza que alguien se dejara engañar por el semblante o las palabras de aquel que hace profesión de ser siempre distinto por fuera que por dentro, como hacía Tiberio;[90] y no sé qué participación pueden tener tales gentes en la relación humana, si nada ofrecen que pueda ser aceptado como dinero contante. b | Si alguien es desleal con la verdad, lo es también con la mentira.

c | Quienes en nuestros tiempos sólo han tenido en cuenta, al fijar el deber del príncipe, el bien de sus intereses, y han preferido éste a la preocupación por su lealtad y conciencia,[91] dirían algo válido a un príncipe cuya fortuna hubiese reducido tanto sus intereses que por siempre jamás pudiera asegurarlos con un solo incumplimiento y una sola vulneración de la palabra dada. Pero no sucede así. Se recae con frecuencia en situaciones semejantes; se negocia más de una paz, más de un tratado a lo largo de la vida. El beneficio los incita a la primera deslealtad —y casi siempre se presenta alguno, como en todas las demás maldades; sacrilegios, asesinatos, rebeliones y traiciones se llevan a cabo por alguna suerte de provecho—. Pero este primer beneficio acarrea después infinitos daños, pues excluye al príncipe de todo trato y de todo medio de negociación debido al ejemplo de tal infidelidad. Solimán, de la estirpe otomana, estirpe poco preocupada por la observancia de promesas y pactos, siendo yo niño, llevó su ejército hasta Otrante. Pues bien, cuando supo que Mercurio de Gattinara y los habitantes de Castro eran retenidos como prisioneros una vez rendida la plaza, en contra de lo que sus hombres habían acordado con ellos, ordenó que los soltaran. Tenía entre manos otras grandes empresas en esa región, y la deslealtad, aunque presentara cierta apariencia de utilidad momentánea, le acarrearía en el futuro un descrédito y una desconfianza infinitamente perjudiciales.[92]

a | Ahora bien, por mi parte, prefiero ser importuno e indiscreto a ser adulador y disimulado. b | Reconozco que puede mezclarse alguna punta de orgullo y obstinación en el hecho de mantenerse íntegro y abierto como yo lo hago, sin consideración de los demás. Y me parece que me vuelvo un poco más libre cuando habría que serlo menos, y que la oposición del respeto me enardece. Puede ser, asimismo, que me deje arrastrar por mi naturaleza a falta de arte. Cuando presento ante los grandes la misma libertad de lengua y de actitud que traigo de mi casa, veo hasta qué punto se inclina hacia la indiscreción y la descortesía. Pero, además de que estoy hecho así, mi espíritu no es lo bastante dúctil para eludir una pregunta repentina, ni para rehuirla mediante algún rodeo, ni para inventar una verdad, ni dispone de suficiente memoria para mantenerla como la ha inventado,[93] ni ciertamente de suficiente confianza para defenderla; y me hago el valiente por flaqueza. Por lo cual, me abandono a la ingenuidad y a decir siempre lo que pienso, por temperamento y a propósito, dejando que la fortuna se encargue del resultado. c | Decía Aristipo que el principal fruto que había obtenido de la filosofía era hablar libre y abiertamente a todo el mundo.[94]

a | La memoria es un instrumento de extraordinaria utilidad, y sin él el juicio hace a duras penas su trabajo. Carezco de ella por completo. Si quieren proponerme algo, tienen que hacerlo por partes. En efecto, no soy capaz de responder a una declaración que conste de muchos capítulos distintos. No podría aceptar un encargo sin tablillas.[95] Y, cuando he de efectuar una declaración importante, si es de largo aliento, me veo forzado a la vil y miserable necesidad de aprender de memoria, c | palabra a palabra, a | lo que tengo que decir; de lo contrario, no tendría ni manera ni confianza, por miedo a que la memoria me jugara una mala pasada. c | Pero este medio no me resulta menos difícil. Para aprender tres versos, necesito tres horas. Y, además, cuando se trata de una obra propia,[96] la libertad y autoridad de variar el orden, de cambiar una palabra, modificando sin descanso la materia, hace más difícil fijarla en la memoria del autor.[97] a | Ahora bien, cuanto más desconfío de ella, más se turba; me sirve mejor de improviso, y tengo que solicitarla despreocupadamente, porque, si la apremio, se aturde; y, una vez que ha empezado a titubear, cuanto más la escudriño, más se traba y bloquea; me sirve a su hora, no a la mía.

a | Lo que noto en la memoria, lo noto en muchas otras facultades. Huyo del mandato, de la obligación y la coerción. Lo que hago de manera fácil y natural, si me ordeno a mí mismo hacerlo con un mandato expreso y prescrito, ya no soy capaz de hacerlo. Incluso en el cuerpo, los miembros que poseen alguna libertad y jurisdicción más particular sobre sí mismos, me rehúsan a veces su obediencia, cuando los destino y obligo a cierto momento y hora de servicio necesario. Esta orden previa, forzada y tiránica, los echa atrás; se estancan por temor o por despecho, y se paralizan.[98] b | En cierta ocasión, encontrándome en un lugar donde es una bárbara descortesía no aceptar la invitación a beber, aunque me trataban con plena libertad, intenté comportarme como un alegre camarada en honor de las damas que formaban parte del grupo, de acuerdo con los usos del país. Pero fue divertido, porque la advertencia y la preparación de tener que esforzarme más allá de mi costumbre y mi natural obturaron de tal manera mi garganta, que no fui capaz de engullir una sola gota, y me vi privado de beber ni siquiera para la necesidad de mi comida. Me hallaba saciado y sin sed por toda la bebida que mi imaginación había tomado de antemano.

a | El hecho es más evidente en quienes poseen una imaginación más violenta y poderosa;[99] pero es, con todo, natural, y a nadie deja de afectarle en una u otra medida. A un excelente arquero, al que habían condenado a muerte, le ofrecieron salvar la vida si aceptaba dar alguna prueba singular de su arte. Declinó hacer ningún intento, por miedo a que la excesiva tensión de su voluntad le desviara la mano, y, en vez de salvar la vida, perdiera también la reputación que había adquirido en el tiro al arco.[100] El hombre que tiene el pensamiento en otra parte, no dejará, pulgada arriba o abajo, de rehacer siempre el mismo número y medida de pasos en el lugar por donde pasea. Pero, si pone su atención en medirlos y contarlos, encontrará que, aquello que hacía de modo natural y fortuito, adrede no lo hará tan exactamente.

a | Mi biblioteca, que es de las hermosas entre las bibliotecas de pueblo, está situada en un rincón de mi casa. Si se me ocurre ir a buscar o escribir alguna cosa, por miedo a que no se me escape nada más atravesar el patio, debo ponerla bajo la custodia de otro. Si, al hablar, me animo a separarme del hilo, por poco que sea, nunca dejo de perderlo, lo cual tiene como consecuencia que, en mis discursos, me mantenga rígido, seco y forzado. A mis sirvientes he de llamarlos por el nombre de sus cargos o de sus países, pues retengo los nombres con gran dificultad. b | Diré que tiene tres sílabas, que suena duro, que empieza o acaba por tal letra. a | Y, si mi vida se prolongara mucho, no creo que dejara de olvidar mi propio nombre, como les ha sucedido a otros. b | Mesala Corvino estuvo dos años sin traza alguna de memoria[101] c | —cosa que se cuenta también de Jorge de Trebisonda—,[102] b | y, por mi interés, rumio con frecuencia qué clase de vida era la suya, y si, desprovisto de este elemento, me quedará bastante para valerme con cierta comodidad. Y, mirándolo de cerca, me temo que este defecto, si es completo, echa a perder todas las funciones del alma:

a | Plenus rimarum sum, hac atque illae effluo.[103]

[Estoy lleno de fisuras, y pierdo por todos lados].

Más de una vez me ha ocurrido que he olvidado el santo y seña que, c | dos o tres horas antes, a | había dado o recibido de otro, c | y que he olvidado dónde había escondido la bolsa, diga lo que diga Cicerón.[104] Me ayudo a perder lo que aferró de manera particular. Memoria certe non modo philosophiam, sed omnis uitae usum omnesque artes una maxime continet[105] [Ciertamente, sobre todo la memoria contiene no sólo la filosofía, sino también toda la práctica de la vida y todas las artes]. a | La memoria es el receptáculo y el estuche de la ciencia; al tenerla tan defectuosa, no puedo quejarme mucho si no sé gran cosa. Sé en general el nombre de las artes y de qué tratan, pero nada más. Hojeo los libros, no los estudio. Lo que me queda de ellos es algo que ya no reconozco que sea de otros; es sólo aquello de lo cual mi juicio ha sacado provecho, los razonamientos y las fantasías de que se ha imbuido. El autor, el lugar, las palabras y demás circunstancias, lo olvido al instante.

b | Y destaco tanto en capacidad de olvido que, aun mis escritos y composiciones, no los olvido menos que el resto. Constantemente me alegan cosas mías sin que caiga en la cuenta. Si alguien quisiera saber de dónde proceden los versos y los ejemplos que he apiñado aquí, me pondría en dificultades para decírselo. Y, sin embargo, los he mendigado sólo de puertas conocidas y famosas. No me ha bastado que fuesen ricos, si además no procedían de una mano rica y honorable —en ellos la autoridad converge con la razón—. c | No es muy extraño que mi libro siga la suerte de los demás libros, y que mi memoria abandone lo que escribo como lo que leo, y lo que doy como lo que recibo.

a | Además del defecto de memoria, tengo otros que contribuyen mucho a mi ignorancia. Mi ingenio es tardío y romo; la menor nube frena su agudeza, de manera que —por ejemplo— jamás le he propuesto enigma tan sencillo que haya sabido resolverlo. No hay sutileza tan vana que no me ponga en apuros. En los juegos en que interviene el ingenio, como ajedrez, cartas, damas y otros, sólo comprendo los rasgos más burdos. Mi inteligencia es lenta y embrollada; pero, una vez que entiende una cosa, la entiende bien, y la abraza de una manera completa, estricta y profunda, durante el tiempo que la entiende. Mi vista es larga, sana y entera, pero se cansa fácilmente con el esfuerzo, y se carga; por tal motivo, sólo puedo tener trato prolongado con los libros mediante el servicio de otro. Plinio el Joven enseñará a quienes no lo hayan experimentado hasta qué punto tal rémora es importante para quienes se entregan a este quehacer.[106]

No existe alma tan miserable y brutal que no brille en ella alguna facultad particular; no hay ninguna tan sepultada que no pueda tener un arranque en algún aspecto. Y cómo sucede que un alma ciega y soñolienta en todo lo demás, se encuentre viva, clara y excelente en cierta acción particular, hay que preguntárselo a los maestros.[107] Pero las almas hermosas son las almas universales, abiertas y prestas a todo, c | si no instruidas, al menos instruibles. a | Lo digo para acusar a la mía; porque, sea por debilidad sea por descuido —y descuidar lo que tenemos a los pies, lo que tenemos entre manos, lo que atañe más de cerca al uso de la vida, es cosa muy alejada de mi opinión—, ninguna es tan inepta y tan ignorante como la mía en muchas cosas vulgares de este tipo y que no pueden ignorarse sin vergüenza. Tengo que contar algunos ejemplos.

Nací y me crié en el campo y en medio de la labranza; llevo los negocios y la administración doméstica desde que mis antecesores en la propiedad de los bienes que poseo me cedieron el sitio. Ahora bien, no sé contar ni con fichas ni por medio de la pluma; la mayor parte de nuestras monedas, las desconozco; e ignoro la diferencia entre un grano y otro, en la tierra como en el granero, salvo que sea demasiado evidente, y casi la que hay entre las coles y las lechugas de mi huerto. No entiendo siquiera los nombres de los útiles básicos de la casa, ni los más burdos principios de la agricultura, que los niños saben. b | Menos aún de artes mecánicas, del comercio y el conocimiento de las mercancías, de la variedad y naturaleza de los frutos, vinos y alimentos; ni de adiestrar un pájaro, ni de curar un caballo o un perro. a | Y, puesto que debo consumar mi vergüenza, no hace un mes que me sorprendieron ignorante de que la levadura sirve para hacer el pan, c | y de qué es fermentar el vino. a | Antiguamente, en Atenas, conjeturaron que uno al que vieron disponer y agavillar ingeniosamente una carga de leña tenía aptitud para las matemáticas.[108] En verdad, sacarían de mí una conclusión del todo contraria, pues, por más que me dejen todo lo necesario para la cocina, pasaré hambre.[109]

Con estos rasgos de mi confesión pueden imaginarse otros a mi costa. Pero, comoquiera que me dé a conocer, con tal de que me dé a conocer como soy, cumplo mi objetivo.

Y además no pido excusas por atreverme a poner por escrito asuntos tan bajos y frívolos como éstos. Me fuerza la bajeza del tema. c | Que denuncien, si quieren, mi proyecto; pero no mi carrera. a | En cualquier caso, veo de sobra, sin advertencia ajena, lo poco que vale y pesa todo esto, y la locura de mi plan. Es mucho que mi juicio, del cual éstos son Los ensayos, no se descomponga:

Nasutus sis usque licet, sis denique nasus,

quantum noluerit ferre rogatus Athlas,

et possis ipsum tu deridere Latinum,

non potes in nugas dicere plura meas,

ipse ego quam dixi: quid dentem dente iuuabit

rodere? carne opus est, si satur esse uelis.

Ne perdas operam: qui se mirantur, in illos

uirus habe; nos haec nouimus esse nihil.[110]

[Puedes tener tanta nariz como te sea posible, puedes incluso ser una nariz tan grande que Atlas no querría llevarla si se le pidiera; y aunque fueras capaz de reírte del mismo Latino, no podrías decir más contra mis fruslerías de lo que he dicho yo mismo. ¿Para qué les servirá a tus dientes roerse a sí mismos? Necesitas carne si quieres saciarte. No te canses, sé venenoso contra quienes se admiren; yo sé que esto no vale nada].

No estoy obligado a no decir simplezas, con tal de que no me engañe al reconocerlas. Y equivocarme a sabiendas, me sucede tan a menudo que apenas me equivoco de otra manera. Apenas[111] me equivoco fortuitamente. Es poco atribuir a la ligereza de mi talante las acciones ineptas, dado que no puedo defenderme de atribuirle por lo común las viciosas. Vi un día, en Bar-le-Duc, que le presentaron al rey Francisco II, para honrar la memoria del rey René de Sicilia, un retrato que había hecho de sí mismo.[112] ¿Por qué no es también lícito para cualquiera pintarse con la pluma como él se pintaba con el lápiz?

Así pues, no quiero olvidar tampoco esta cicatriz, muy poco apropiada para exponerla en público: la irresolución, defecto muy inconveniente en la negociación de los asuntos del mundo. Soy incapaz de tomar partido en las empresas dudosas:

a | Né sí né no nel cor mi suona intero.[113]

[El corazón no me dice del todo ni sí ni no].

Sé muy bien defender una opinión, pero no elegirla. a | Puesto que en las cosas humanas, cualquiera que sea el lado del que uno se incline, se ofrecen muchas razones plausibles que nos confirman en él c | —y decía el filósofo Crisipo que, de sus maestros Zenón y Cleantes, quería limitarse a aprender las opiniones, porque, en cuanto a pruebas y razones, él mismo brindaría suficientes—,[114] a | sea cual fuere el lado hacia el que me vuelvo, me procuro siempre suficiente motivo y verosimilitud para mantenerme en él. Así, detengo en mí la duda y la libertad de elegir, hasta que la ocasión me apremia.

Y entonces, si he de confesar la verdad, las más de las veces echo la pluma al viento, como suele decirse, y me abandono a la merced de la fortuna. Una ligerísima inclinación y circunstancia me arrastra:

Dum in dubio est animus,

paulo momento huc atque illuc impellitur.[115]

[Cuando el espíritu duda, el menor

impulso lo impele hacia un lado u otro].

La incertidumbre de mi juicio está en la mayoría de casos tan exactamente equilibrada que me entregaría de buena gana a la decisión de la suerte y de los dados. Y observo con gran consideración de la flaqueza humana los ejemplos que la misma historia divina nos ha dejado sobre el uso de ceder a la fortuna y al azar la determinación de las elecciones en las cosas dudosas: Sors cecidit super Mathiam[116] [La suerte recayó sobre Matías]. c | La razón humana es una espada doble y peligrosa. Y aun en manos de Sócrates, su más íntimo y familiar amigo, ved cómo es un bastón con muchas puntas. a | Así, yo no sirvo más que para seguir, y me dejo fácilmente llevar por la multitud. No confío bastante en mis fuerzas para intentar mandar ni guiar. Me alegra mucho encontrar mis pasos trazados por los demás. Si es preciso correr el riesgo de una elección incierta, prefiero que sea bajo el mando de alguien que esté más seguro de sus opiniones y las abrace más que yo las mías, b | cuyo fundamento y base encuentro resbaladizos. Y, con todo, no por eso soy muy proclive al cambio, pues percibo la misma flaqueza en las opiniones contrarias. c | Ipsa consuetudo assentiendi periculosa esse uidetur et lubrica[117] [Aun la costumbre de asentir parece peligrosa y resbaladiza].

a | Sobre todo en los asuntos políticos, es grande el campo abierto al movimiento y a la disputa:

Iusta pari premitur ueluti cum pondere libra

prona, nec hac plus parte sedet, nec surgit ab illa.[118]

[Así como cuando una balanza exacta está cargada

con pesos iguales, no baja ni sube por ningún lado].

Los discursos de Maquiavelo, por ejemplo, eran bastante sólidos para la materia; sin embargo, ha sido muy fácil oponerse a ellos;[119] y quienes lo han hecho, no han dado menos facilidades para oponerse a los suyos. En tal asunto, se encontraría siempre con qué proporcionar respuestas, dúplicas, réplicas, tríplicas, cuadrúplicas, y la infinita contextura de debates que nuestros pleitos han alargado todo lo que han podido en favor de los procesos:

Caedimur, et totidem plagis consumimus hostem.[120]

[El enemigo nos golpea y le devolvemos golpe por golpe].

En efecto, las razones apenas tienen otro fundamento que la experiencia, y la variedad de los acontecimientos humanos nos ofrece infinitos ejemplos en toda clase de formas. Dice un docto personaje de estos tiempos que, en nuestros almanaques, cuando dicen cálido, si se quiere decir frío, y en lugar de seco, húmedo, y poner siempre lo contrario de lo que pronostican, si él tuviera que apostar por el resultado de una cosa u otra, no se preocuparía por la opción que toma, salvo en aquellas cosas en las cuales no puede haber incertidumbre, como en prometer calores extremos por Navidad y rigores invernales por san Juan. Lo mismo pienso yo de estos discursos políticos. Sea cual fuere el papel que te adjudiquen, lo tienes tan bien como tu compañero, sólo con que no contradigas principios demasiado elementales y evidentes. Y por eso se me antoja que, en los asuntos públicos, ningún camino es tan malo, si tiene tiempo y constancia, que no sea mejor que el cambio y la agitación. Nuestros usos están sumamente corrompidos, y se inclinan con extraordinaria decantación hacia el empeoramiento; entre nuestras leyes y costumbres, hay muchas que son bárbaras y monstruosas. Sin embargo, dada la dificultad de mejorar nuestro Estado, y el peligro de tal hundimiento, si pudiese fijar una clavija en nuestra rueda, y detenerla en este punto, lo haría de buen grado:

b | nunquam adeo foedis adeoque pudendis

utimur exemplis ut non peiora supersint.[121]

[nunca usamos ejemplos tan feos y

tan infames que no haya otros aún peores].

a | Lo que me parece peor de nuestro Estado es la inestabilidad, y que nuestras leyes, como nuestros vestidos, no puedan adoptar ninguna forma fija. Es muy fácil acusar de imperfección a un gobierno, pues todas las cosas mortales están llenas de ella; es muy fácil engendrar en un pueblo desdén por sus antiguas costumbres. Jamás nadie que lo intentó dejó de conseguirlo; pero restablecer un Estado mejor en lugar del que se ha arruinado, muchos de quienes lo han intentado se han cansado de esperar. c | Dejo poca participación a la prudencia en mi conducta. Me dejo llevar de buena gana por el orden general del mundo. ¡Dichoso el pueblo que hace lo que se le manda mejor que los que mandan, sin atormentarse por las causas; el que se deja arrastrar suavemente tras la circulación celeste! La obediencia no es nunca pura ni serena en quien razona y litiga.

a | En suma, para volver a mí, la única cosa por la que me estimo un poco es aquella en la cual jamás nadie se consideró falto. Mi recomendación es vulgar, común y popular, pues ¿quién ha pensado nunca estar falto de juicio? Sería una proposición que implicaría en sí misma contradicción. c | Se trata de una enfermedad que nunca está allí donde se la ve; es muy tenaz y fuerte, pero, en cambio, el primer rayo de la visión del paciente la penetra y disipa, como hace la mirada del sol con una niebla opaca. a | En este asunto, acusarse sería excusarse; y condenarse sería absolverse. Nunca hubo ganapán ni mujerzuela que no creyera tener suficiente juicio para sus necesidades. No tenemos dificultades para reconocer en los demás la superioridad en valentía, en fuerza c | corporal, a | en experiencia, en aptitud, en belleza. Pero la superioridad en el juicio, no la cedemos a nadie. Y las razones que surgen del simple raciocinio natural en otro, nos parece que se debe sólo a no haber mirado por ese lado si no las hemos encontrado nosotros. Percibimos con suma facilidad si la ciencia, el estilo y atributos similares que vemos en obras ajenas superan a los nuestros. Pero, en cuanto a las simples producciones del entendimiento, todo el mundo piensa que tenía capacidad para encontrarlas exactamente iguales, y casi no percibe su importancia y dificultad, c | salvo que esté, y a duras penas, a una extrema e incomparable distancia. Y si alguien viera con total claridad la altura de un juicio ajeno, la alcanzaría y llevaría al propio hasta ella. a | Así, es una suerte de ejercicio del que se debe esperar prestigio y alabanza muy escasos, y un tipo de composición que procura poco renombre.[122]

c | Y, además, ¿para quién escribes? Los doctos, a quienes pertenece la jurisdicción libresca, no conocen otro valor que el de la ciencia, y no admiten otro procedimiento en nuestros espíritus que el de la erudición y el arte. Si has tomado a uno de los Escipiones por otro, ¿qué puedes ya decir que tenga importancia alguna?[123] Quien ignora a Aristóteles, según ellos se ignora a la vez a sí mismo. Las almas elementales y populares no perciben la gracia de un discurso sutil.[124] Ahora bien, estas dos especies ocupan el mundo. La tercera, a la que tocas en suerte, la de las almas ordenadas y fuertes por sí mismas, es tan rara que precisamente carece de nombre y de rango entre nosotros. Es perder la mitad del tiempo aspirar a agradarle y esforzarse por ello.

a | Suele decirse que el más justo reparto que la naturaleza nos ha hecho de sus gracias es el del juicio, pues no hay nadie que no se contente con el que le ha concedido. c | ¿Acaso no es razonable? Si alguien viera más allá, vería más allá de su vista. a | Creo que mis opiniones son buenas y sanas; pero ¿quién no cree lo mismo de las suyas? Una de mis mejores pruebas al respecto es la poca consideración en que me tengo, pues, de no haber estado bien aseguradas, se habrían dejado engañar fácilmente por el afecto que me profeso, singular dado que lo dirijo casi todo hacia mí mismo, y apenas lo vierto en otro sitio. Todo el que los demás distribuyen a una infinita multitud de amigos y conocidos, a su gloria, a su grandeza, yo lo dirijo por entero hacia el reposo de mi espíritu y hacia mí mismo. Si se me escapa a otro sitio, no es propiamente por mandato de mi razón:

mihi nempe ualere et uiuere doctus.[125]

[docto, en efecto, en estar sano y en vivir para mí mismo].

Ahora bien, mis opiniones me parecen infinitamente audaces y firmes en la condena de mi incapacidad. En verdad, éste, más que cualquier otro, es también el asunto en el cual ejercito mi juicio. El mundo mira siempre enfrente; yo, por mi parte, repliego mi vista al interior, la fijo y aplico ahí. Todos miran delante suyo; yo miro dentro de mí. No tengo tratos sino conmigo mismo, me considero incesantemente, me examino, me pruebo. Los demás van siempre a otra parte, si se lo piensan bien; van siempre adelante:

nemo in sese tentat descendere;[126]

[nadie trata de descender en sí mismo];

yo, por mi parte, giro sobre mí mismo.

La capacidad de elegir lo verdadero, a2 | sea la que fuere en mí, a | y la libre inclinación de no sujetar fácilmente mi creencia, las debo principalmente a mí mismo. En efecto, mis imaginaciones más firmes y generales son aquellas que, por decirlo así, nacieron conmigo. Son naturales y enteramente mías. Las he producido crudas y simples, con una producción audaz y fuerte, pero un poco turbia e imperfecta; después, las he establecido y reforzado con la autoridad de otros, y con los sanos ejemplos[127] de los antiguos, a los cuales me he encontrado conforme en juicio. Éstos me han asegurado la captura, y han hecho que mi goce y posesión fuesen más claros.

b | El prestigio que todos persiguen de vivacidad y prontitud de espíritu, yo lo pretendo de moderación; el de hacer una acción brillante y señalada, o tener alguna aptitud particular, yo lo busco de orden, correspondencia y serenidad de opiniones y de costumbres. c | Omnino, si quidquam est decorum, nihil est profecto magis quam aequabilitas uniuersae uitae, tum singularum actionum: quam conseruare non possis, si aliorum naturam imitans, omittas tuam[128] [En suma, si el decoro es algo, no es sino la coherencia de toda la vida y de las acciones singulares, y no se puede conservar si, imitando la naturaleza de otros, se abandona la propia].

a | Hasta este punto, pues, me siento culpable de la primera parte que, según decía, hay en el vicio de la presunción.[129] En cuanto a la segunda, que consiste en no apreciar lo suficiente a los demás, no sé si puedo excusarme tan bien, pues pienso decir lo que es a toda costa. Quizá mi continuo trato con los humores antiguos y la idea de esas ricas almas del pasado me disgustan de los demás y de mí mismo; o bien en verdad vivimos en un siglo que sólo produce cosas muy mediocres. En cualquier caso, nada conozco digno de gran admiración. Tampoco conozco apenas hombres con la intimidad precisa para poder juzgarlos; y aquéllos a los que mi condición me mezcla con más frecuencia, son en su mayor parte gente que se preocupa poco de la cultura del alma, y a los que no se ofrece otra beatitud que el honor, ni otra perfección que la valentía. Lo que veo hermoso en los demás, lo alabo y aprecio de muy buen grado. A menudo voy incluso más allá de lo que pienso, y me permito mentir hasta ese punto. Porque no soy capaz de inventar un objeto falso. Me gusta dar testimonio de mis amigos por lo que encuentro loable en ellos; y de un pie de valor, me gusta hacer pie y medio. Pero no puedo prestarles cualidades que no tienen, ni defenderlos abiertamente de sus imperfecciones.

b | Aun a mis enemigos les rindo netamente el testimonio honorable que les debo. c | Mi afecto muda; mi juicio, no. b | Y no confundo mi querella con otras circunstancias que no forman parte de ella. Y tengo tanto celo por la libertad de mi juicio que difícilmente puedo renunciar a ella por pasión alguna. c | Me ofendo más a mí mismo al mentir de lo que ofendo a aquél del que miento. Se señala la loable y noble costumbre de la nación persa, que hablaban de sus enemigos mortales, y a quienes hacían la guerra a ultranza, de una manera tan honorable y equitativa como comportaba el mérito de su virtud.

a | Conozco a no pocos hombres que poseen diferentes cualidades hermosas: uno, ingenio; otro, valor; otro, destreza, otro conciencia, otro lenguaje, otro esta ciencia, otro aquélla. Pero, gran hombre en general, y con tantos elementos bellos a la vez, a2 | o con uno en tal grado de excelencia, a | que debamos admirarlo o compararlo con aquéllos a los que honramos del pasado, mi fortuna no me ha hecho ver a ninguno. Y el más grande que he conocido en persona, quiero decir en cuanto a cualidades naturales del alma, y el mejor nacido, era Étienne de la Boétie. Era en verdad un alma plena y que mostraba un buen semblante en todos los aspectos;[130] un alma al viejo estilo, y que habría producido grandes acciones de haberlo querido su fortuna, pues había añadido mucho a su rico natural mediante la ciencia y el estudio.[131] Pero no sé cómo ocurre c | —y sin embargo indudablemente ocurre— a | que en quienes hacen profesión de tener mayor capacidad, en quienes se dedican a oficios letrados y a cargos que dependen de los libros, resulta haber más vacuidad y flaqueza de entendimiento que en cualquier otra clase de gente.[132] Puede deberse a que se requiere y espera más de ellos, y a que no pueden excusarse en ellos los errores comunes; o bien a que la opinión de saber les confiere mayor osadía para mostrarse y descubrirse en exceso, de tal manera que se pierden y traicionan. Así, el artesano demuestra mucho mejor su necedad cuando tiene entre manos una materia rica, si la acomoda y combina neciamente, y contra las reglas de su obra, que con una materia vil, y nos ofende más el defecto de una estatua de oro que el de una de yeso. Éstos hacen lo mismo cuando exponen cosas que, de suyo y en su lugar, serían buenas; se sirven de ellas, en efecto, sin discreción, honrando a su memoria a costa de su entendimiento; honrando a Cicerón, a Galeno, a Ulpiano y a san Jerónimo, para hacer ellos el ridículo.[133]

Vuelvo de buena gana al asunto de la inepcia de nuestra formación.[134] Su objetivo ha sido, no hacernos buenos y sabios, sino doctos. Lo ha logrado. En vez de enseñarnos a seguir y abrazar la virtud y la prudencia, ha impreso en nosotros la derivación y la etimología. Sabemos declinar «virtud», aunque no sepamos amarla; ignoramos qué es la prudencia de hecho y por experiencia, pero lo sabemos por jerga y de memoria. De nuestros vecinos, no nos basta con saber el linaje, los parentescos y las alianzas; queremos tenerlos como amigos y forjar con ellos algún trato y entendimiento. Nos ha enseñado las definiciones, las divisiones y las particiones de la virtud, como si fueran sobrenombres y ramas de una genealogía, sin mayor cuidado por forjar entre nosotros y ella alguna relación de familiaridad y de trato íntimo. Ha elegido para nuestra instrucción no los libros que contienen las opiniones más sanas y más verdaderas, sino aquellos que hablan el mejor griego y latín, y, entre palabras hermosas, nos ha introducido en la fantasía las inclinaciones más vanas de la Antigüedad. Una buena formación cambia el juicio y el comportamiento, como le sucedió a Polemón, aquel joven griego licencioso, que fue a escuchar por casualidad una lección de c | Jenócrates,[135] a | y no sólo advirtió la elocuencia y la aptitud del profesor, y no sólo se llevó a casa la ciencia de alguna hermosa materia, sino un fruto más evidente y más sólido: la repentina mutación y corrección de su vida anterior.[136] ¿Quién ha experimentado jamás un efecto así a resultas de nuestra enseñanza?:

faciasne quod olim

mutatus Polemon?, ponas insignia morbi,

fasciolas, cubital, focalia, potus ut ille

dicitur ex collo furtim carpsisse coronas,

postquam est impransi correptus uoce magistri?[137]

[¿harás lo que en otro tiempo Polemón cambiado?, ¿dejarías las insignias de la enfermedad —medias, manguitos, fulares—, como se dice que él, bebido, se arrancó furtivamente del cuello las guirnaldas tras ser reprendido por la voz de un maestro en ayunas?]

c | La clase de gente menos desdeñable me parece ser aquella que por simpleza ocupa el último rango, y me parece que es la que nos ofrece un trato más ordenado. Las costumbres y las palabras de los campesinos me parecen en general más ajustadas a la prescripción de la verdadera filosofía que las de nuestros filósofos. Plus sapit uulgus, quia tantum quantum opus est, sapit[138] [El vulgo es más sabio, porque sólo sabe aquello que necesita].

a | Los hombres más notables que he juzgado a través de las apariencias externas —pues, para juzgarlos a mi manera, habría que observarlos más de cerca—, han sido, en cuanto a hechos de armas y capacidad militar, el duque de Guisa, que murió en Orleans, y el difunto mariscal Strozzi.[139] En cuanto a gente capaz y de virtud fuera de lo común, Oliviery L’Hospital, cancilleres de Francia.[140] Me parece también que la poesía ha estado en boga en nuestro siglo. Disponemos de gran cantidad de buenos artistas en este oficio: Dorat, Beza, Buchanan, L’Hospital, Montdoré, Turnèbe.[141] En cuanto a los franceses, creo que la han ascendido al más alto grado que jamás alcanzará; y, en las cualidades en las que destacan Ronsard y Du Bellay, apenas me parecen alejados de la antigua perfección.[142] Adrien Turnèbe sabía más y sabía mejor lo que sabía que nadie de su tiempo y mucho más allá.

b | Las vidas del duque de Alba, muerto recientemente, y de nuestro condestable de Montmorency han sido nobles y han tenido muchas semejanzas de fortuna.[143] Pero la belleza y la gloria de la muerte de éste, a la vista de París y de su rey, a su servicio contra sus más próximos, al frente de un ejército victorioso gracias a su dirección, y de un golpe de mano, en una vejez tan extrema, me parece merecer que se la ponga entre los acontecimientos notables de mi tiempo. c | Como asimismo la firme bondad, el comportamiento afable y la escrupulosa facilidad del señor de la Noue, en medio de semejante injusticia de facciones armadas —verdadera escuela de traición, de inhumanidad y de bandidaje—, en la que siempre ha vivido, gran hombre de guerra y muy experto.[144]

Me ha complacido hacer públicas en muchos sitios mis esperanzas sobre Marie de Gournay le Jars, mi hija de alianza —y ciertamente amada por mí mucho más que paternalmente, e implicada en mi retiro y mi soledad, como una de las mejores cualidades de mi propio ser—. No miro sino a ella en el mundo. Si la adolescencia puede ofrecer presagios, esta alma será algún día capaz de las cosas más bellas, y entre otras de la perfección de la santísima amistad a la cual en ningún sitio leemos que su sexo haya podido elevarse todavía.[145] La entereza y la solidez de su comportamiento son ya suficientes, su afecto por mí más que sobreabundante, y tal en suma que nada más puede desearse, salvo que la aprensión que tiene por mi fin, habida cuenta los cincuenta y cinco años a los que me ha encontrado, la atormentara menos cruelmente. El juicio que hizo de los primeros Ensayos, mujer, y en este siglo, y tan joven, y sola en su región, y la conocida vehemencia con la cual me amó y deseó durante mucho tiempo a partir únicamente de la estima que concibió por mí, antes de verme, es un acontecimiento de muy digna consideración.[146]

a | Las demás virtudes han logrado poca o nula aceptación en esta época; pero, gracias a nuestras guerras civiles, la valentía se ha popularizado, y en tal cualidad se hallan entre nosotros almas firmes hasta la perfección, y en gran número, de suerte que es imposible hacer una selección. Hasta el momento, esto es todo lo que he conocido en cuanto a grandeza extraordinaria y fuera de lo común.