LA GLORIA
a | Existen el nombre y la cosa. El nombre es un sonido que representa y significa la cosa; el nombre no es una parte de la cosa ni de la sustancia, es un elemento extraño unido a la cosa y exterior a ella.[1] Dios, que es en sí absoluta plenitud y el súmmum de toda perfección, no puede experimentar aumento ni incremento interior; pero su nombre puede aumentarse e incrementarse por medio de la bendición y la alabanza que dedicamos a sus obras exteriores.[2] Alabanza que, puesto que no podemos incorporársela a Él, ya que en Él no puede darse aumento de bien, la atribuimos a su nombre, que es el elemento exterior a Él más próximo.[3] De este modo, gloria y honor pertenecen sólo a Dios;[4] y nada se aleja tanto de la razón como perseguirlas para nosotros. En efecto, siendo interiormente indigentes y necesitados, siendo nuestra esencia imperfecta y precisando continua mejora, debemos esforzarnos en esto. Somos del todo huecos y vacíos; no hemos de llenarnos de viento y de sonido; necesitamos una sustancia más sólida para mejorar.[5] Un hombre hambriento sería muy necio si buscara proveerse antes de ropa hermosa que de buena comida. Hay que atender a lo más urgente. Como dicen nuestras oraciones habituales: «Gloria in excelsis Deo, et in terra pax hominibus»[6] [Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres]. Sufrimos escasez de belleza, salud, sabiduría, virtud y demás cualidades esenciales; los adornos externos se buscarán una vez que hayamos provisto a las cosas necesarias. La teología trata de manera amplia, y más pertinente, este asunto, pero yo no estoy muy versado en ella.
Crisipo y Diógenes fueron los primeros autores, y los más firmes, en desdeñar la gloria;[7] y, de todos los placeres, decían que ninguno era más peligroso y más digno de ser evitado que el que procede de la aprobación ajena. Lo cierto es que la experiencia nos muestra muchas traiciones perniciosísimas producidas por ella. Nada hay que emponzoñe tanto a los príncipes como la adulación, y nada tampoco que permita a los malvados ganar crédito a su alrededor con mayor facilidad; ni rufianería tan apta y tan común para corromper la castidad de las mujeres como alimentarlas y cultivarlas con elogios. b | El primer encantamiento que las sirenas emplean para seducir a Ulises es de esta naturaleza:
Ven aquí hacia nosotras, oh Ulises famosísimo
y el mayor honor que florece en Grecia.[8]
a | Decían estos filósofos que toda la gloria del mundo no merecía que un hombre de entendimiento extendiese siquiera un dedo para adquirirla:[9]
b | Gloria quantalibet quid erit, si gloria tantum est?[10]
[¿De qué les servirá la gloria, todo lo
grande que quieras, si sólo es gloria?]
a | quiero decir, por ella sola, pues acarrea a menudo tras de sí gran número de ventajas por las que puede volverse deseable. Nos procura benevolencia; nos hace estar menos expuestos a las injusticias y ofensas ajenas, y cosas semejantes.
Era asimismo una de las principales creencias de Epicuro. Efectivamente, el precepto de su escuela «Vive ocultamente», que prohíbe a los hombres dedicarse a cargos y asuntos públicos,[11] presupone también necesariamente desdeñar la gloria, que es la aprobación que el mundo brinda a las acciones que sacamos a la luz. Si alguien nos ordena ocultarnos y no cuidar sino de nosotros mismos, y no quiere que los demás nos conozcan, quiere aún menos que nos honren y glorifiquen. Así, aconseja a Idomeneo que en modo alguno ordene sus acciones por la opinión o reputación común, salvo para evitar los demás inconvenientes accidentales que el desprecio de los hombres podría acarrearle.[12]
Estos discursos son, a mi juicio, infinitamente verdaderos y razonables. Pero somos, no sé cómo, dobles en nosotros mismos, y eso hace que lo que creemos, no lo creamos, y que no podamos deshacernos de aquello que condenamos. Veamos las últimas palabras de Epicuro, dichas en el momento de morir. Son grandes y dignas de un filósofo así, pero hay en ellas, con todo, cierto rastro de recomendación de su nombre, y de esa actitud que había censurado con sus preceptos. He aquí la carta que dictó poco antes del último suspiro:
«Epicuro a Hermarco, ¡salud!
Mientras paso un día feliz y a la vez el último de mi vida, escribo esto, aunque acompañado de tal dolor en la vejiga y en los intestinos, que su intensidad no podría ser mayor. Pese a todo, lo compensa el placer que proporciona a mi alma el recuerdo de mis hallazgos y mis razonamientos. Pero tú, como requiere el afecto que me has profesado desde la infancia a mí y a la filosofía, hazte cargo de la protección de los hijos de Metrodoro».[13]
Ésta es la carta. Y lo que me lleva a interpretar que el placer que dice sentir en su alma por sus hallazgos atañe en cierta medida a la reputación que esperaba obtener por ellos tras la muerte, es el mandato de su testamento. Con él requiere, en efecto, que Aminómaco y Timócrates, sus herederos, le proporcionen a Hermarco los gastos que ordene para la celebración de su natalicio cada mes de enero, y asimismo para el dispendio que se haría, el día veinte de cada luna, en atención de los filósofos amigos suyos que se reunirían para honrar su memoria y la de Metrodoro.[14]
Carnéades encabezó la opinión contraria, y defendió que la gloria era deseable por sí misma, de igual manera que asumimos nuestros hijos póstumos por ellos mismos, sin conocerlos ni disfrutarlos.[15] Tal opinión no ha dejado de ser seguida con mayor frecuencia, como suele ocurrirles a aquellas que se acomodan mejor a nuestras inclinaciones. c | Aristóteles le confiere el primer rango entre los bienes externos. Evita, como dos extremos viciosos, la falta de moderación tanto para buscarla como para rehuirla.[16] a | Creo que si tuviésemos los libros que Cicerón escribió sobre el asunto, nos las contaría buenas. Porque a este hombre le enloqueció tanto esta pasión que, de haber osado, habría seguramente caído, creo, en el exceso en que cayeron otros: que ni siquiera la virtud era digna de deseo sino por el honor que siempre se obtenía tras ella:[17]
Paulum sepultae distat inertiae
celata uirtus.[18]
[La virtud oculta dista poco de la cobardía escondida].
¡Una opinión tan falsa que me irrita que haya podido introducirse alguna vez en el entendimiento de alguien que tuvo el honor de llevar el nombre de filósofo! Si eso fuera cierto, habría que ser virtuoso solamente en público; y no necesitaríamos mantener rectas y ordenadas las acciones del alma, donde se halla la verdadera sede de la virtud, salvo en la medida que debieran ser conocidas por otros.
c | ¿Se trata, pues, de no cometer faltas sino de manera astuta y sutil? Si sabes, dice Carnéades, que una serpiente se esconde en el sitio donde, sin pensarlo, va a sentarse aquel de cuya muerte esperas obtener provecho, actúas mal si no le adviertes; y tanto más cuanto tu acción no debe ser conocida más que por ti mismo.[19] Si no sacamos de nosotros mismos la ley de obrar bien, si la impunidad nos resulta justicia, ¡a cuántas clases de maldad tenemos que abandonarnos cada día! Lo que hizo S. Peduceo, devolver fielmente la parte de sus riquezas que G. Plotio le había confiado a él solo,[20] y lo que he hecho yo a menudo del mismo modo, no me parece tan digno de elogio como me parecería execrable que hubiésemos dejado de hacerlo. Y me parece bueno y útil recordar en nuestros días el ejemplo de P. Sextilio Rufo, al que Cicerón acusa por haber asumido una herencia en contra de su conciencia, no ya sin objeción de las leyes, sino por ellas mismas.[21] Y M. Craso y Q. Hortensio, que, a causa de su autoridad y poder, fueron llamados por un extraño a la herencia de determinado porcentaje de un testamento falso, para que de este modo él asegurara su parte, se contentaron con no participar en la falsedad y no rehusaron sacar provecho, bastante cubiertos si se mantenían al abrigo de las acusaciones, los testigos y las leyes.[22] Meminerint Deum se habere testem, id est, ut ego arbitror, mentem suam[23] [Que se acuerden de que tienen a Dios como testigo, es decir, a mi entender, su propia conciencia].
a | La virtud es cosa bien vana y frívola si extrae su mérito de la gloria. En vano intentaríamos hacerle ocupar un rango aparte y la separaríamos de la fortuna, pues ¿qué es más fortuito que la reputación? c | Profecto fortuna in omni re dominatur: ea res cunctas ex libidine magis quam ex uero celebrat obscuratque[24] [La fortuna es con toda seguridad dominadora de todas las cosas; lo celebra y oscurece todo a su antojo más que según la verdad]. a | Hacer que las acciones sean conocidas y vistas es simplemente fruto de la fortuna. c | La suerte nos otorga la gloria en conformidad con su ligereza. La he visto muy a menudo marchar por delante del mérito, y con frecuencia rebasar el mérito un largo trecho. El primero que reparó en la semejanza entre sombra y gloria acertó más de lo que pretendía.[25] Son cosas notoriamente vanas. A veces va también por delante de su cuerpo, y en ocasiones lo excede largamente en duración.
a | Quienes enseñan a la nobleza a no buscar en la valentía otra cosa que el honor,[26] c | quasi non sit honestum quod nobilitatum non sit[27] [como si no fuese honesto aquello que no es glorificado], a | ¿qué ganan con ello sino enseñarles a no arriesgarse jamás sin ser vistos, y a poner suma atención en si hay testigos que puedan referir noticias de su valor, cuando se presentan mil ocasiones de actuar bien sin que uno pueda ser señalado por ello? ¿Cuántas hermosas acciones particulares quedan sepultadas en el tumulto de una batalla? Quien se dedica a examinar a otros durante una refriega así, no está muy ocupado en ella y presenta contra sí mismo el testimonio que vierte sobre el comportamiento de sus compañeros. c | Vera et sapiens animi magnitudo honestum illud quod maxime naturam sequitur, in factis positum, non in gloria, iudicat[28] [La grandeza del alma verdadera y sabia juzga que lo honesto, aquello a lo cual más tiende nuestra naturaleza, reside en las acciones, no en la gloria]. La única gloria que pretendo con mi vida es haberla vivido tranquila; tranquila no según Metrodoro o Arcesilao o Aristipo, sino con arreglo a mí mismo. Puesto que la filosofía no ha sabido hallar ninguna vía para la tranquilidad que sea buena en general, ¡que cada uno la busque en su fuero interno!
a | ¿A quién deben César y Alejandro la infinita grandeza de su renombre sino a la fortuna? ¡A cuántos hombres ha extinguido ésta al inicio de su carrera, de los cuales lo ignoramos todo, que estaban dotados de un valor idéntico al suyo, si el infortunio de su suerte no les hubiera detenido en seco en el nacimiento mismo de sus empresas! En el curso de tantos y tan extremos peligros, no recuerdo haber leído que César sufriera jamás ninguna herida.[29] Mil han muerto por peligros menores que c | el menor de a | los que él superó. Infinitas acciones hermosas deben perderse sin testimonio antes de que se aproveche una. No siempre se está en lo alto de una brecha o al frente de un ejército a la vista del general, como sobre un escenario. Se sufre un ataque por sorpresa entre la valla y el foso; ha de probarse fortuna contra un gallinero; es preciso desalojar a cuatro pobres arcabuceros de una granja; hay que alejarse solo de la tropa y atacar en solitario, conforme a la necesidad que se presenta. Y si prestamos atención, veremos, a mi juicio, que sucede por experiencia que las ocasiones menos ilustres son las más peligrosas; y que en las guerras libradas en estos tiempos se han perdido más hombres de bien en ocasiones leves y poco importantes, y en la disputa de alguna bicoca, que en lugares dignos y honorables. c | Quien dé su muerte por mal empleada si la ocasión no es relevante, en vez de ilustrar su muerte, tiende a oscurecer su vida. Deja escapar entretanto muchas ocasiones justas para arriesgarse. Y todas las que son justas son bastante ilustres. La propia conciencia se las pregona de sobra a cada uno. Gloria nostra est testimonium conscientiae nostrae[30] [Nuestra gloria es el testimonio de nuestra conciencia].
a | Quien sólo sea hombre de bien porque se sabrá y porque gozará de mayor estima cuando se sepa, quien no quiere obrar bien sino a condición de que la propia virtud llegue a conocerse entre los hombres, no es persona de la cual pueda obtenerse mucho servicio:
Credo ch’ el resto di quel verno, cose
facesse degne di tenerne conto,
ma fur sin’ a quel tempo sì nascose,
che non è colpa mia s’hor’ non le conto,
perchè Orlando a far’ opre virtuose,
più ch’a narrarle poi sempre era pronto,
nè mai fu alcun’ de li suoi fatti espresso,
senon quando hebbe i testimonii apresso.[31]
[Creo que el resto del invierno hizo cosas dignas de ser referidas, pero han permanecido ocultas hasta el momento, de manera que no es culpa mía si ahora no las cuento. En efecto, Orlando estaba siempre más dispuesto a hacer obras virtuosas que a narrarlas después, y ninguno de sus hechos fue nunca explicado sino cuando tuvo testigos cerca].
Hay que acudir a la guerra por deber, y esperar aquella recompensa que no puede faltarle a ninguna acción noble, por oculta que esté, ni siquiera a los pensamientos virtuosos: la satisfacción que una conciencia recta experimenta en su interior por actuar bien. Hay que ser valiente por uno mismo y por la ventaja que comporta tener el ánimo asentado en una posición firme y segura contra los embates de la fortuna:
b | Virtus, repulsae nescia sordidae,
intaminatis fulget honoribus,
nec sumit aut ponit secures
arbitrio popularis aurae.[32]
[La virtud, ignorante de los sórdidos fracasos, brilla con honores inmaculados; ni empuña ni depone el hacha al albur de la opinión popular].
a | El alma no debe representar su papel para aparentar, sino en el interior, allí donde no alcanzan otros ojos que los nuestros. En ocasiones nos protege del miedo a la muerte, de los sufrimientos y hasta de la vergüenza; en ocasiones nos proporciona firmeza contra la pérdida de hijos, amigos y fortunas, y, cuando se presenta la oportunidad, nos conduce también a los azares de la guerra. c | Non emolumento aliquo, sed ipsius honestatis decore[33] [No por recompensa alguna, sino por la belleza de la propia honestidad]. a | Tal provecho es mucho mayor y mucho más digno de anhelo y esperanza que el honor y la gloria, que no son otra cosa que un juicio favorable que se profiere sobre nosotros.
b | Para juzgar sobre una fanega de tierra tenemos que seleccionar, entre toda una nación, a una docena de hombres; y el juicio sobre nuestras inclinaciones y nuestros actos, la materia más difícil y más importante que existe, lo remitimos a la voz del pueblo y de la multitud, madre de ignorancia, de injusticia y de inconstancia. c | ¿Es razonable dejar la vida de un sabio en manos del juicio de los necios?[34] An quidquam stultius quam quos singulos contemnas, eos aliquid putare esse uniuersos?[35] [¿Acaso hay algo más necio que hacer caso en conjunto a aquellos que despreciamos individualmente?]. b | Quien aspira a complacerles, jamás acaba; es un objetivo sin forma ni consistencia. c | Nihil tam inaestimabile est quam animi multitudinis[36] [Nada hay tan poco digno de estima como los juicios de la multitud]. Demetrio decía graciosamente, sobre la voz del pueblo, que no le daba más valor a la que le salía por arriba que a la que le salía por abajo.[37] Éste va aún más lejos: «Ego hoc iudico, siquando turpe non sit, tamen non esse non turpe, quum id a multitudine laudetur»[38] [Considero que cuando la multitud alaba una cosa, aunque de suyo no sea infame, lo es].
b | Ningún arte, ningún espíritu maleable podría conducir nuestros pasos tras un guía tan descarriado y desordenado. En la ventosa confusión de rumores, referencias y opiniones vulgares que nos impelen, no puede establecerse ninguna ruta de valor. No nos propongamos un objetivo tan fluctuante y voluble. Marchemos firmemente tras la razón. Que la aprobación pública nos siga por ese lado, si quiere; y dado que depende por entero de la fortuna, no podemos esperarla por otra vía mejor que por ésta. Aunque yo no siguiera el camino recto por su rectitud, lo seguiría porque la experiencia me ha enseñado que, a fin de cuentas, suele ser el más dichoso y más útil. c | Dedit hoc prouidentia hominibus munus, ut honesta magis iuuarent[39] [La providencia ha concedido a los hombres el don de que lo honesto sea lo más provechoso]. b | Un marinero antiguo le hablaba así a Neptuno, en medio de una gran tormenta: «¡Oh Dios, me salvarás si quieres; harás que me pierda si quieres; pero, pese a todo, no dejaré de mantener recto el timón».[40] En estos tiempos he visto a mil hombres maleables, dobles, ambiguos, y de los que nadie dudaba que eran hombres de mundo más prudentes que yo, perderse allí donde yo me he salvado:
Risi successu posse carere dolos.[41]
[Me he reído de que los ardides hayan podido fracasar].
c | Cuando Paulo Emilio avanzaba en su gloriosa campaña de Macedonia, advirtió sobre todo al pueblo de Roma que, durante su ausencia, contuviera la lengua sobre sus acciones.[42] ¡Qué gran obstáculo para los grandes asuntos es la libertad de juicio! En efecto, no todo el mundo posee, frente a las voces comunes, contrarias e injuriosas, la firmeza de Fabio, que prefirió dejar que las vanas fantasías humanas desmembraran su autoridad a desempeñar peor su cargo con reputación favorable y aprobación popular.[43] b | Sentirse alabado posee no sé qué dulzura natural, pero le concedemos demasiado:
Laudari haud metuam, neque enim mihi cornea fibra est;
sed, recti finemque extremumque esse recuso
euge tuum et belle.[44]
[No temeré que me alaben, ni mi fibra es de cuerno; pero niego que el límite y el colmo de lo recto sea tu «¡Bravo!» y tu «¡Magnífico!»].
a | Me preocupo menos por cómo soy en otros que por cómo soy en mí. Quiero ser rico por mí mismo, no de prestado. Los extraños sólo ven los resultados y las apariencias externas; todo el mundo puede poner buena cara por fuera, mientras por dentro está lleno de fiebre y pavor. No ven mi corazón, sólo ven mis gestos. Con razón se censura la hipocresía que se da en la guerra. En efecto, ¿qué le cuesta menos a un hombre práctico que eludir los peligros y fingirse valiente con el ánimo lleno de cobardía? Son tantas las maneras de evitar las ocasiones de riesgo particular, que habremos engañado al mundo mil veces antes de vernos envueltos en un lance peligroso; y aun entonces, cuando estemos enzarzados en él, sabremos por una vez esconder nuestro juego con un buen semblante y una palabra confiada, por muy temblorosa que esté nuestra alma por dentro. c | Y si pudiera usarse el anillo platónico, que hacía invisible a quien lo llevaba en el dedo, al girarlo hacia la palma de la mano,[45] bastantes con frecuencia se esconderían allí donde más hay que exponerse, y se arrepentirían de ocupar un lugar tan honorable, en el cual la necesidad les hace mostrarse confiados:
a | Falsus honor iuuat, et mendax infamia terret
quem, nisi mendosum et mendacem?[46]
[¿A quién deleita el falso honor y a quién asusta
la infamia mendaz sino al falso y al mendaz?].
Así, todos los juicios que se hacen a partir de las apariencias externas son extraordinariamente inciertos y dudosos; y no hay testigo más seguro que cada uno para sí mismo. a | ¿En ésas cuántos soldados de a pie son compañeros de nuestra gloria? Quien se mantiene firme en una trinchera descubierta, ¿qué hace que no hagan antes cincuenta pobres peones que le abren paso y le cubren con sus cuerpos por una paga de cinco perras al día?:
b | non, quicquid turbida Roma
eleuet, accedas, examenque improbum in illa
castiges trutina: nec te quaesiueris extra.[47]
[no te adhieras a cualquier cosa que la turbulenta Roma desprecie, ni corrijas el peso injusto de la balanza, ni te busques fuera de ti].
a | Llamamos engrandecer nuestro nombre a extenderlo y esparcirlo por muchas bocas; queremos que sea acogido con favor y que este crecimiento le resulte provechoso. Esto puede ser lo más excusable de tal propósito. Pero el exceso de esta enfermedad llega hasta el punto que muchos intentan que se hable de ellos de la manera que sea. Trogo Pompeyo dice de Eróstrato, y Tito Livio de Manlio Capitolino, que estaban más ansiosos de tener una gran reputación que de tenerla buena.[48] Es un vicio común. Nos preocupamos más de que se hable de nosotros que de cómo se habla; y nos basta con que nuestro nombre corra en boca de los hombres, sin que nos importe la condición en la que corre. Es como si ser conocido comportara en cierta medida que otros guardan nuestra vida y duración. Por mi parte, yo considero que sólo existo en mí mismo; y en cuanto a esta otra vida mía que reside en el conocimiento de mis amigos, c | si la tomamos pura y simplemente en sí, a | sé muy bien que no siento provecho ni goce alguno sino por la vanidad de una opinión fantástica.
Y cuando esté muerto mi sentimiento será aún mucho menor; c | y además perderé por entero el uso de los verdaderos frutos que le siguen a veces por accidente; a | no tendré más agarradero por donde asir la reputación, ni por donde pueda afectarme ni alcanzarme.
Porque, en cuanto a esperar que mi nombre la reciba, en primer lugar no poseo un nombre que sea lo bastante mío. De dos que tengo,[49] uno es común a toda mi estirpe, incluso también a otros. Hay una familia en París y en Montpellier que se llama Montaigne; otra, en Bretaña y en Saintonge, de la Montaigne. El cambio de una sola sílaba mezclará nuestros ovillos, de manera que yo participaré en su gloria, y ellos acaso en mi vergüenza; y, además, los míos se llamaron en otro tiempo Eyquem, nombre que todavía corresponde a una conocida familia de Inglaterra.[50] En cuanto a mi otro nombre, pertenece a cualquiera que tenga ganas de tomarlo. Así, quizá honraré a un mozo de cuerda en mi lugar. Y, además, aunque dispusiera de una marca particular para mí, ¿qué puede marcar cuando yo ya no esté? ¿Puede designar y favorecer la inanidad?:
b | nunc leuior cippus non imprimit ossa?
Laudat posteritas: nunc non e manibus illis,
nunc non e tumulo fortunataque fauilla
nascuntur uiolae?[51]
[¿acaso pesa menos la losa encima de los huesos? La posteridad alaba; pero ¿nacerán violetas de estos manes, de esta tumba y de esta ceniza afortunada?].
a | Pero de esto he hablado en otro sitio.[52]
Por lo demás, de toda una batalla en la que diez mil hombres resultan heridos o muertos, no hay quince de los que se hable. Sólo una grandeza muy eminente, o que la fortuna le haya asociado una importante consecuencia, realzan una acción privada, no ya de un arcabucero, sino de un capitán. En efecto, matar a un hombre, o a dos, o a diez, exponerse valerosamente a la muerte, es, a decir verdad, alguna cosa para cada uno de nosotros, pues ahí nos lo jugamos todo; pero para el mundo son cosas tan comunes, se ven tantas cada día, y se precisan tantas similares para producir un efecto notable, que no podemos esperar de ella ninguna alabanza particular:
b | casus multis hic cognitus ac iam
tritus, et e medio fortunae ductus aceruo.[53]
[este caso, conocido de muchos y ya usual
y extraído del acervo de la fortuna].
a | Entre tantos millones de hombres valientes que han muerto desde hace mil quinientos años en Francia empuñando las armas, no son cien los que han llegado a nuestro conocimiento. La memoria, no ya de los jefes sino de las batallas y las victorias, está sepultada. c | Las fortunas de más de la mitad del mundo, a falta de registro, no se mueven de su sitio y se desvanecen sin duración alguna. Si tuviera en mi posesión los acontecimientos ignorados, contaría con suplantar muy fácilmente los conocidos en toda suerte de ejemplos. a | ¡Qué decir del hecho que aun de los romanos y griegos, entre tantos escritores y testigos, y de tantas gestas singulares y nobles, haya llegado tan poco hasta nosotros!
b | Ad nos uix tenuis famae perlabitur aura.[54]
[Apenas un tenue hálito nos ha traído la fama].
a | Será mucho si, dentro de cien años, se recuerda en conjunto que en nuestro tiempo hubo guerras civiles en Francia. b | Los lacedemonios hacían sacrificios a las Musas al entrar en batalla, para que sus hazañas fuesen recta y dignamente escritas, pues consideraban que era un favor divino y extraordinario que las acciones hermosas encontrasen testigos que supieran brindarles vida y memoria.[55] a | ¿Acaso pensamos que en cada arcabuzazo que nos alcance y en cada peligro que corramos habrá de inmediato un escribano que lo registre? Y, además, aunque lo escriban cien escribanos, sus comentarios no durarán más de tres días y no llegarán a los ojos de nadie. No disponemos ni de la milésima parte de los escritos antiguos; la fortuna les da vida, más breve o más dilatada, según su favor; c | y lo que tenemos, nos es lícito dudar si no es lo peor, pues no hemos visto lo restante. a | No se forjan historias con cosas de tan poca monta. Es preciso haber sido un jefe que ha conquistado un imperio o un reino; es preciso haber vencido en cincuenta y dos batallas campales, siendo siempre más débil en número, como César.[56] Diez mil buenos compañeros y numerosos grandes capitanes murieron tras él, valiente y animosamente, cuyos nombres no duraron sino mientras sus esposas y sus hijos vivieron,
b | quos fama obscura recondit.[57]
[aquellos a los que una fama oscura ha escondido].
a | Aun de quienes vemos actuar bien, tres meses o tres años después de que hayan vivido, no se habla más que si nunca hubiesen existido. Si alguien considera con una medida y proporción justa de qué gente y de qué hechos persiste la gloria en la memoria de los libros, descubrirá que muy pocas acciones y muy pocas personas de nuestro siglo pueden pretender derecho alguno. ¿A cuántos hombres virtuosos hemos visto sobrevivir a su propia reputación, que han visto y sufrido extinguirse en su presencia el honor y la gloria adquiridos con toda justicia en su juventud? ¿Y, por tres años de esta vida fantástica e imaginaria, perdemos nuestra vida verdadera y sustancial, y nos empeñamos en una muerte perpetua? Los sabios se proponen un fin más hermoso y más justo para tan importante empresa. c | Recte facti, fecisse merces est[58] [El premio de la buena acción es haberla hecho]. Officii fructus ipsum officium est[59] [El fruto del deber es el deber mismo]. a | Sería tal vez excusable que un pintor u otro artesano, o incluso un retórico o gramático, se esforzaran en adquirir renombre por medio de sus obras; pero las acciones de la virtud son demasiado nobles de suyo para buscar otra paga que la de su propio valor, y sobre todo para buscarla en la vanidad de los juicios humanos.
Si, no obstante, esta falsa opinión le sirve a la comunidad para contener a los hombres en su deber, b | si con ella el pueblo se despierta a la virtud, si afecta a los príncipes ver que el mundo bendice la memoria de Trajano y abomina de la de Nerón, si les incita ver cómo el nombre de este gran bergante, en otro tiempo tan terrible y tan temido, es maldecido y ultrajado con suma libertad por el primer escolar que lo aborda, a | que crezca sin temor y que sea alimentada entre nosotros en la medida de lo posible. c | Y Platón, que no escatima nada para hacer a sus ciudadanos virtuosos, les aconseja también que no desprecien la estimación de los pueblos;[60] y dice que, gracias a cierta divina inspiración, incluso los malvados saben muchas veces distinguir de manera justa, con la palabra y con la opinión, a los buenos de los malos.[61] Este personaje y su pedagogo[62] son unos artífices extraordinarios y audaces para añadir acciones y revelaciones divinas allí donde no alcanza la fuerza humana. Quizá por eso, Timón le llamaba, a modo de injuria, «el gran forjador de milagros».[63] Vt tragici poetae confugiunt ad Deum, cum explicare argumenti exitum non possunt[64] [Como los poetas trágicos recurren al dios cuando no logran explicar el desenlace de una acción].
a | Puesto que a los hombres, por su torpeza, no puede bastarles que les paguen con moneda de ley, empléese también la falsa. Todos los legisladores han usado este medio, y no hay Estado en el que no se dé cierta mezcla de vanidad ceremonial o de opinión mentirosa que sirva de brida para mantener al pueblo en el deber. Por eso, la mayoría tienen unos orígenes e inicios fabulosos, y adornados con misterios sobrenaturales. Esto es lo que ha dado crédito a las religiones bastardas, y lo que las ha hecho favorecer por la gente de entendimiento;[65] y por ello Numa y Sertorio, con el propósito de hacer más fieles a sus hombres, los alimentaban con la necedad de que la ninfa Egeria, en el caso del uno, y su cierva blanca, en el caso del otro, les transmitían de parte de los dioses todas las resoluciones que tomaban.[66] c | Y la autoridad que Numa otorgó a sus leyes con el pretexto del patrocinio de esta diosa, Zoroastro, legislador de los bactrianos y de los persas, la otorgó a las suyas con el nombre del dios Oromasis; Trismegisto, de los egipcios, con el de Mercurio; Salmoxis, de los escitas, con el de Vesta; Carondas, de los cálcidas, con el de Saturno; Minos, de los candiotas, con el de Júpiter; Licurgo, de los lacedemonios, con el de Apolo; Dracón y Solón, de los atenienses, con el de Minerva.[67] Y todo Estado tiene un dios al frente, falsamente los demás, verdaderamente el que Moisés estableció para el pueblo de Judea salido de Egipto.[68]
a | La religión de los beduinos, según cuenta el señor de Joinville, comportaba entre otras cosas que el alma de aquel que moría por su príncipe partía a otro cuerpo más feliz, más hermoso y más fuerte que el primero. De este modo, arriesgaban la vida mucho más gustosamente:[69]
b | In ferrum mens prona uiris, animaeque capaces
mortis, et ignauum est rediturae parcere uitae.[70]
[Los hombres tienen la mente inclinada a arrojarse contra la espada, y las almas capaces de afrontar la muerte, y es cobarde escatimar una vida que ha de volver].
a | Se trata de una creencia muy saludable, por más vana que sea. Cualquier nación dispone en ella de muchos ejemplos semejantes; pero el asunto merecería un discurso aparte.
Para añadir una palabra sobre mi primer tema,[71] tampoco aconsejo a las damas que llamen honor al deber. c | Vt enim consuetudo loquitur, id solum dicitur honestum quod est populari fama gloriosum[72] [Según la lengua habitual, sólo se llama honesto a lo que es glorioso a juicio del pueblo]. El deber es el fondo, el honor es sólo la superficie. a2 | Tampoco les aconsejo que nos den esta excusa para explicar su rechazo; a | doy, en efecto, por supuesto que sus intenciones, deseo y voluntad, elementos en los cuales el honor nada tiene que ver, pues no se manifiestan al exterior, son aun más rectos que las acciones:
Quae, quia non liceat, non facit, illa facit.[73]
[La que no lo hace porque le está prohibido, lo hace].
La ofensa ante Dios y ante la conciencia sería tan grande al desearlo como al efectuarlo. Y, además, son acciones de suyo escondidas y ocultas; sería muy fácil hurtar alguna al conocimiento ajeno, del que depende el honor, si no tuviesen otro respeto a su deber, y al afecto que profesan a la castidad por sí misma. c | Toda persona de honor prefiere perder el honor a perder la conciencia.