CAPÍTULO XV

QUE NUESTRO DESEO
AUMENTA CON LA DIFICULTAD

a | «No existe razón que no tenga otra contraria», dice la facción más sabia entre los filósofos.[1] Hace poco estaba rumiando una hermosa sentencia[2] que un antiguo alega a favor del desprecio de la vida: «Ningún bien puede darnos placer salvo aquél para cuya pérdida estamos preparados»[3]c | In aequo est dolor amissae rei, et timor amittendae[4] [Son iguales el dolor por la cosa perdida y el temor de perderla]—. a | Pretendía establecer de este modo que el goce de la vida no puede sernos de verdad agradable si tememos perderla. Pero podría decirse, por el contrario, que estrechamos y abrazamos este bien con mucha más fuerza y afecto al ver que nos resulta más incierto y temer que nos sea arrebatado, porque se percibe de manera evidente que, así como el fuego se encrespa con la presencia del frío,[5] nuestra voluntad se aviva también con el contraste:

b | Si nunquam Danaen habuisset ahenea turris,

non esset Danae de Ioue facta parens;[6]

[Si Dánae no hubiera estado nunca encerrada en una torre

de bronce, Dánae no habría sido hecha madre por Júpiter];

a | y que nada es tan contrario por naturaleza a nuestro gusto como el hartazgo que procede de la facilidad, ni nada lo aviva tanto como la rareza y la dificultad. Omnium. rerum uoluptas ipso quo debet fugare periculo crescit[7] [En todas las cosas el placer se incrementa con el peligro mismo que debería alejarlo]:

Galla, nega:[8] satiatur amor nisi gaudia torquent.[9]

[Gala, dime no: el amor fatiga si sus goces carecen de tormentos].

Licurgo ordenó, para mantener el amor en vilo, que los casados lacedemonios no pudieran tener trato sino a escondidas, y que fuese tan deshonroso encontrarlos acostados juntos como con otros.[10] La dificultad de las citas, el riesgo de ser sorprendidos, la vergüenza del día después,

et languor, et silentium,

et latere petitus imo spiritus,[11]

[y la languidez, y el silencio, y los suspiros surgidos del fondo del pecho],

son las cosas que añaden picante a la salsa. c | ¡Cuántos juegos muy lascivamente agradables nacen de la honesta y recatada manera de hablar de las obras del amor! a | El mismo placer busca irritarse mediante el dolor. a | Es mucho más dulce cuando escuece y cuando hiere. a | La cortesana Flora decía no haberse acostado nunca con Pompeyo sin haberle dejado las marcas de sus mordiscos:[12]

Quod petiere premunt arcte, faciuntque dolorem

corporis, et dentes inlidunt saepe labellis:

et stimuli subsunt, qui instigant laedere idipsum,

quodcunque est, rabies unde illae germina surgunt.[13]

[Lo que han deseado, lo abrazan estrechamente, y le hacen daño en el cuerpo, y a menudo con los dientes muerden sus labios; y tienen en el fondo unos impulsos que los incitan a herir eso mismo, sea lo que fuere, de donde surgen en ellos las semillas de esta rabia].

Es igual en todo; la dificultad realza las cosas. b | Los de la marca de Ancona prefieren hacer sus votos en Santiago, y los de Galicia, en Nuestra Señora de Loreto;[14] en Lieja se celebran mucho los baños de Lucca, y en la Toscana los de Spa;[15] apenas se ve a un romano en la escuela de esgrima de Roma, que está llena de franceses. El gran Catón se sintió, igual que nosotros, hastiado de su mujer mientras fue suya, y la deseó cuando pertenecía a otro.[16] c | He echado al acaballadero a un viejo caballo al que, al oler las yeguas, no podíamos dominar. La facilidad lo ha hastiado enseguida con las suyas; pero, con las ajenas y con la primera que pasa por su prado, vuelve a sus importunos relinchos y a sus furiosos calores, como antes. a | Nuestro deseo desdeña y rebasa lo que está en sus manos, para correr tras aquello que no tiene:

Transuolat in medio posita, et fugientia captat.[17]

[Pasa por encima de lo que tiene a su alcance y persigue lo que se le escapa].

prohibirnos algo hace que lo deseemos:

b | nisi tu seruare puellam

incipis, incipiet desinere esse mea.[18]

[si no vigilas a tu hija, pronto dejará de ser mía].

a | Cedérnoslo por completo hace que lo despreciemos. La escasez y la abundancia caen en el mismo inconveniente:

Tibi quod superest, mihi quod defit, dolet:[19]

[Tú sufres porque tienes demasiado, yo porque no tengo bastante].

El deseo y la posesión nos afligen de la misma manera.

a | El rigor de las amadas es enojoso, pero lo cierto es que la comodidad y la facilidad lo son aún más. En la medida que el descontento y la cólera surgen de la estimación que profesamos por la cosa deseada, aguzan el amor y lo reavivan. Pero la saciedad genera hastío; es una pasión roma, embotada, blanda y adormecida:

b | Si qua uolet regnare diu, contemnat amantem:[20]

contemnite, amantes,

sic hodie ueniet si qua negauit heri.[21]

[Si quiere reinar mucho tiempo, que desprecie a su amante: Amantes, sed despreciadores, así vendrá hoy la que se negaba ayer].

c | ¿Por qué se le ocurrió a Popea cubrir las hermosuras de su rostro sino para realzarlas ante sus amantes?[22] a | ¿Por qué se han tapado hasta más abajo de los talones las hermosuras que todas desean mostrar, que todos desean ver? ¿Por qué cubren con tantos obstáculos superpuestos las partes donde reside principalmente nuestro deseo y el suyo? ¿Y para qué sirven esos grandes bastiones con que las nuestras acaban de proteger sus flancos sino para embelesar nuestro deseo[23] y atraernos alejándonos:

Et fugit ad salices, et se cupit ante uideri.[24]

[Y huye hacia los sauces, y desea que la hayan visto antes].

b | Interdum tunica duxit operta moram.[25]

[A veces la túnica cerrada ha prolongado la espera].

a | ¿Para qué sirven el arte del pudor virginal, la serena frialdad, el porte severo, la profesión de ignorar cosas que saben mejor que nosotros que las instruimos, sino para acrecentar nuestro deseo de vencer, domeñar y rendir a nuestro deseo toda esa ceremonia y todos esos obstáculos? Porque hay no sólo placer, sino incluso gloria, en desquiciar y corromper esa tierna dulzura y ese pudor infantil, y en someter a la merced de nuestro ardor una gravedad orgullosa y dominante. Es glorioso, dicen, triunfar sobre la modestia, sobre la castidad y sobre la templanza; y quien desaconseja a las damas tales cualidades, las traiciona y se traiciona a sí mismo. Debe creerse que el corazón les tiembla de pavor, que el sonido de nuestras palabras hiere la pureza de sus oídos, que nos aborrecen[26] por ello, y consienten a nuestra importunidad por una fuerza forzada. La belleza, aunque sea muy poderosa, no puede hacerse saborear sin tal mediación. Observad en Italia el sitio donde más belleza hay a la venta, y de la más fina,[27] cómo necesita buscar otros medios extraños y otras artes para hacerse grata; y aun así, a decir verdad, haga lo que haga, si es venal y pública, sigue siendo débil y lánguida; de la misma manera que, incluso en la virtud, entre dos acciones semejantes, consideramos sin embargo más hermosa y digna aquella que ofrece más dificultad y riesgo.[28]

Es una acción de la providencia divina permitir que su santa Iglesia esté agitada, como la vemos, por tantas turbaciones y tormentas, para despertar por el contraste las almas pías, y restablecerlas de la ociosidad y del sueño en que las había sumido una calma tan prolongada. Si comparamos la pérdida sufrida por el número de quienes se han desviado con la ganancia que se deriva de haber recobrado el aliento, resucitado el celo y las fuerzas con motivo de este combate, no sé si el provecho no supera el daño.[29]

a | Hemos creído anudar más fuerte el nudo de nuestros matrimonios eliminando toda manera de disolverlos; pero el nudo de la voluntad y del sentimiento se ha aflojado y desatado en la misma medida que hemos apretado el de la obligación. Y, en cambio, lo que mantuvo tanto tiempo el honor y la seguridad de los matrimonios en Roma fue la libertad de romperlos si se quería. Conservaban[30] más a sus esposas porque podían perderlas; y, con plena libertad de divorcio, transcurrieron más de quinientos años antes de que nadie se valiera de ella:[31]

Quod licet, ingratum est, quod non licet, acrius urit.[32]

[Lo permitido es desagradable, lo no permitido inflama el ardor].

A estas palabras se les podría añadir la opinión de un antiguo según la cual los tormentos, más que mitigar los vicios, los avivan;[33] b | no engendran el afán de hacer el bien —éste es obra de la razón y la enseñanza—, sino tan sólo el afán de no ser sorprendido haciendo el mal:

Latius excisae pestis contagia serpunt.[34]

[El contagio de una enfermedad extirpada se extiende más lejos].

a | Ignoro si es verdad, pero sí sé por experiencia que jamás sociedad alguna fue reformada de ese modo. El orden y la rectitud de las costumbres dependen de otro medio. c | Las historias griegas mencionan a los argipeos, vecinos de la Escitia, que viven sin armas ni varas con las que hacer daño. No sólo nadie intenta atacarlos; todos los que pueden refugiarse con ellos están a salvo a causa de su virtud y santidad de vida, y no hay quien se atreva a tocarlos. Se recurre a ellos para dirimir las diferencias que surgen entre los hombres de otros sitios.[35] b | Hay alguna nación donde el cercado de los huertos y campos que se pretende preservar se hace con hilo de algodón, y resulta mucho más seguro y más firme que nuestros fosos y setos.[36]

c | Furem signata sollicitant. Aperta effractarius praeterit[37] [Las cosas selladas atraen al ladrón. El descerrajador no se detiene ante las puertas abiertas]. Acaso la facilidad sirve, entre otros medios, para proteger mi casa de la violencia de nuestras guerras civiles.[38] La defensa atrae el ataque, y la desconfianza, el daño. He debilitado la intención de los soldados privando a su hazaña de riesgo y de cualquier materia de gloria militar, cosa que acostumbra a servirles de pretexto y excusa. La acción valerosa es siempre acción honorable en unos tiempos en que la justicia ha muerto. Hago que la conquista de mi casa les resulte cobarde y traicionera. No está cerrada a nadie que dé con ella. La única precaución es un portero de usanza y ceremonia antigua, que no sirve tanto para defender mi puerta como para ofrecerla con más decoro y gracia. Mi única guardia y centinela es la que me hacen los astros. Un gentilhombre se equivoca alardeando de estar en guardia si no lo está a la perfección. Quien tiene un flanco abierto, los tiene todos abiertos. Nuestros padres no pensaron en construir fuertes fronterizos. Los medios para asaltar, quiero decir sin artillería ni ejército, y tomar nuestras casas por sorpresa aumentan cada día más que los medios para defenderse. Los espíritus se aguzan por lo general por este lado. La invasión incumbe a todos. La defensa, sólo a los ricos. La mía era fuerte para la época en que se hizo. No he añadido nada en este aspecto, y temería que su fuerza se volviera en contra de mí mismo; también, un tiempo de paz requerirá deshacer las fortificaciones. Hay el peligro de no poderlas recuperar. Y es difícil asegurarlas. Porque en materia de guerras intestinas tu criado puede ser del partido que temes. Y allí donde la religión sirve de pretexto, hasta los parentescos devienen poco fiables so capa de justicia.[39] Las finanzas públicas no mantendrán nuestras guarniciones domésticas; se agotarían. Nosotros carecemos de medios para hacerlo sin arruinarnos, o, de manera más inconveniente e injusta aún, sin arruinar al pueblo. Mi situación en caso de pérdida apenas sería peor. Al cabo, si te pierdes, tus propios amigos se dedican, más que a lamentarse, a denunciar tu falta de vigilancia y de previsión, y la ignorancia o el descuido de las obligaciones de tu profesión.[40]

Que tantas casas defendidas se hayan perdido, mientras que ésta se mantiene, me hace sospechar que se han perdido porque estaban defendidas. Es eso lo que da las ganas y la razón al asaltante. Toda defensa tiene el aspecto de la guerra. Alguno se abalanzará, si Dios quiere, contra mi casa; pero sea como fuere yo no lo llamaré. Es el retiro para reponerme de las guerras. Intento sustraer este rincón de la tormenta pública, como lo hago con otro rincón en mi alma. Por más que nuestra guerra cambie de formas, se multiplique y diversifique en nuevas facciones, yo, por mi parte, no me muevo. Entre tantas casas armadas, sólo yo, que yo sepa,[41] entre los de mi condición, he confiado enteramente al cielo la defensa de la mía. Y jamás he sacado de ella ni vajilla de plata ni título ni tapicería.[42] No quiero ni temer por mí ni salvarme a medias. Si un pleno reconocimiento obtiene el favor divino, me durará hasta el fin; si no, ya he durado bastante para hacer que mi duración sea notable y digna de registro. ¡Ya lo creo! Hace ya treinta años.[43]