b | En Italia le aconsejé a uno que se esforzaba en hablar italiano que, sí sólo intentaba hacerse entender, sin querer ir más allá, se limitase a emplear las primeras palabras que le vinieran a la boca, latinas, francesas, españolas o gasconas, y que, añadiendo la terminación italiana, jamás dejaría de coincidir con algún idioma del país, toscano o romano o veneciano o piamontés o napolitano, y de acomodarse a alguna entre tantas formas. Lo mismo digo de la filosofía: posee tantos rostros y tanta variedad, y ha dicho tantas cosas, que se encuentran en ella todos nuestros sueños y desvaríos. Nada puede concebir la fantasía humana ni bien ni mal que no esté en ella. c | Nihil tam absurde dici potest quod non dicatur ab aliquo philosophorum[708] [Nada puede decirse de manera tan absurda que no lo diga algún filósofo]. b | Y yo dejo ir más libremente mis caprichos en público porque, aun cuando hayan nacido en mí y sin patrón, sé que encontrarán su correspondencia con algún humor antiguo; y no faltará quien diga: «¡Mira de dónde lo cogió!».
c | Mi manera de comportarme es natural; para forjarla no he apelado al auxilio de disciplina alguna. Pero, por mayor que sea su flaqueza, cuando me han venido ganas de relatarla, y, para hacerla aparecer en público un poco más decentemente, me he dado la obligación de asistirla con razonamientos y ejemplos, me ha asombrado a mí mismo encontrarla, por casualidad, conforme con tantos ejemplos y razonamientos filosóficos. De qué régimen era mi vida sólo me he enterado después de haberla cumplido y realizado. ¡Nueva figura: un filósofo impremeditado y fortuito!
a | Para regresar al alma, el hecho de que Platón situara la razón en el cerebro, la ira en el corazón y el deseo en el hígado es verosímil que fuera más bien una interpretación de los movimientos del alma que una división y separación que pretendiera hacer, como la de un cuerpo en múltiples miembros.[709] Y la más verosímil de sus opiniones es que se trata siempre de un alma única que, con su facultad, razona, recuerda, comprende, juzga, desea y ejerce todas sus demás operaciones mediante diferentes instrumentos corporales —como el piloto gobierna su navío según la experiencia que tiene de él, a veces tensando o soltando una cuerda, a veces alzando la antena o moviendo el remo, con una sola potencia que dirige acciones diferentes—;[710] y que está situada en el cerebro: así lo pone de manifiesto el hecho de que las heridas y los accidentes que afectan a esta parte dañen de inmediato las facultades del alma. No es extraño que desde ahí se derrame por el resto del cuerpo:
c | medium non deserit unquam
coeli Phoebus iter; radiis tamen omnia lustrat;[711]
[Febo no se desvía nunca de su ruta por el centro
del cielo; sin embargo, lo ilumina todo con sus rayos];
a | como el sol expande desde el cielo su luz y sus poderes y llena de ellos el mundo:
Caetera pars animae per totum dissita corpus
paret, et ad numen mentis momenque mouetur.[712]
[El resto del alma, esparcida por todo el cuerpo,
obedece, y se mueve según el mandato y el impulso de la mente].
Algunos han sostenido que existía un alma general, como un gran cuerpo del que se extraían y al que retornaban todas las almas particulares, de suerte que volvían siempre a mezclarse con esa materia universal,[713]
Deum namque ire per omnes
terrasque tractusque maris coelumque profundum:
hinc pecudes, armenta, uiros, genus omne ferarum,
quemque sibi tenues nascentem arcessere uitas;
scilicet huc reddi deinde, ac resoluta referri
omnia: nec morti esse locum.[714]
[Porque Dios anda por todas las tierras y por las extensiones del mar y por el profundo cielo; de ahí, los animales, los rebaños, los hombres y todo género de fieras y cualquier ser que nace, obtienen sus tenues vidas; ahí, claro está, vuelve todo enseguida y, una vez disuelto, se restituye, sin que haya lugar para la muerte].
Otros, que solamente se unían y adherían a ella. Otros, que eran producidas por la sustancia divina; otros, que por los ángeles, de fuego y aire. Según algunos, desde toda la antigüedad; según otros, en el momento mismo en que era necesario. Otros las hacen descender del círculo de la luna, y regresar a él. La mayoría de los antiguos, que se engendran de padre a hijos, de una manera semejante y con una producción similar a todas las demás cosas naturales, y lo argumentaban por el parecido entre padres e hijos,
Instillata patris uirtus tibi;[715]
[La virtud de tu padre te ha sido instilada];
Fortes creantur fortibus et bonis;[716]
[Los valerosos nacen de los valerosos y buenos];
y que vemos cómo se deslizan de padres a hijos no sólo los rasgos corporales, sino también una semejanza de humores, de temperamentos y de inclinaciones del alma:
Denique cur acrum uiolentia triste leonum
seminium sequitur; dolus uulpibus, et fuga ceruisa patribus datur,
et patrius pauor incitat artus;
si non certa suo quia semine seminioque
uis animi pariter crescit cum corpore toto?;[717]
[¿Por qué, en suma, la violencia continúa en la triste descendencia de los ásperos leones, la astucia es dada a los zorros y la huida a los ciervos por sus padres, y por qué el miedo heredado les agita los miembros, sino porque el alma de una naturaleza determinada por su germen y su simiente crece a la par que el cuerpo entero?];
que en eso se funda la justicia divina cuando castiga a los hijos por la falta de los padres, pues el contagio de los vicios paternos está de algún modo impreso en el alma de los hijos, y el desorden de su voluntad les alcanza.[718] Además, que si las almas tuviesen otro origen que la serie natural, y hubieran sido otra cosa fuera del cuerpo, tendrían memoria de su primer ser, habida cuenta las facultades naturales que le son propias de discurrir, razonar y recordar:
b | si in corpus nascentibus insinuatur,
cur super ante actam aetatem meminisse nequimus,
nec uestigia gestarum rerum ulla tenemus?[719]
[si se introduce en el cuerpo al nacer, ¿por qué no podemos recordar también nuestra vida pasada, y no conservamos ningún vestigio de las cosas hechas en ella?].
a | En efecto, para exaltar la condición de nuestras almas como pretendemos, hay que presuponerlas enteramente doctas mientras se hallan en su simplicidad y pureza naturales. Según esto, habrían sido tales, por estar exentas de la prisión corporal, tanto antes de entrar en ella, como, así lo esperamos, una vez que hayan salido. Y deberían acordarse todavía de tal saber mientras están en el cuerpo, de acuerdo con Platón, que aseguraba que lo que aprendemos no es más que una rememoración de lo que supimos.[720] Lo cual todo el mundo puede por experiencia defender que es falso. En primer lugar, porque no nos rememora precisamente más que aquello que se nos enseña, y porque, si la memoria hiciese puramente su oficio, nos sugeriría cuando menos algún rasgo que fuera más allá de lo aprendido. En segundo lugar, lo que sabía cuando se hallaba en su pureza era una verdadera ciencia, que conocía las cosas tal como son por su divina inteligencia. ¡Aquí, en cambio, se le hace acoger la mentira y el vicio si se le enseña! En lo cual no puede aplicar su reminiscencia, que jamás ha albergado esta imagen y concepción. Decir que la prisión del cuerpo sofoca sus genuinas facultades al punto que estén completamente extinguidas es ante todo contrario a la creencia que reconoce sus fuerzas tan grandes y las operaciones que los hombres experimentan de ella en esta vida tan admirables como para concluir su pasada divinidad y eternidad, y su futura inmortalidad:
b | Nam, si tantopere est animi mutata potestas
omnis ut actarum exciderit retinentia rerum,
non, ut opinor, ea ab leto iam longior errat.[721]
[Porque si la fuerza del alma ha sufrido un cambio tan grande que se ha desprendido de ella todo el recuerdo del pasado, me parece que tal cosa no dista mucho de la muerte].
a | Además, es aquí, en nosotros y no en otro sitio, donde deben considerarse las fuerzas y los actos del alma; sus demás perfecciones le resultan vanas e inútiles. Toda su inmortalidad debe serle remunerada y reconocida a partir del estado presente, y sólo es responsable de la vida humana. Sería injusto haberle sustraído sus medios y poderes, haberla desarmado, para obtener el juicio y una condena de duración infinita y perpetua del tiempo de su cautividad y prisión, de su flaqueza y enfermedad, del tiempo en que habría sido forzada y constreñida. Y detenerse a considerar un tiempo tan breve, que acaso es de una o dos horas o, como mucho, de un siglo —que no guarda más proporción con la infinidad que un instante—, para, por ese momento de intervalo, prescribir y fijar definitivamente acerca de todo su ser. Sería una inicua desproporción obtener un premio eterno como consecuencia de una vida tan breve.[722] c | Platón, para zafarse de este inconveniente, pretende que las recompensas futuras se limiten a una duración de cien años, de acuerdo con la duración humana;[723] y, entre los nuestros, ha habido bastantes que les han puesto límites temporales.[724]
a | De este modo, pensaban que su generación seguía la condición común de las cosas humanas, como también su vida, según la opinión de Epicuro y de Demócrito, que ha sido la más admitida, con arreglo a estas bellas razones verosímiles: que la veíamos nacer cuando el cuerpo era capaz de ello; veíamos aumentar sus fuerzas como las corporales; reconocíamos la debilidad de su infancia y, con el tiempo, su vigor y madurez; y después su declinación y vejez, y finalmente su decrepitud:[725]
gigni pariter cum corpore, et una
crescere sentimus, pariterque senescere mentem.[726]
[vemos que el espíritu se engendra a la vez
que el cuerpo, crece y envejece a la vez que él].
La percibían capaz de diversas pasiones, y agitada por múltiples movimientos penosos, a causa de lo cual caía en la fatiga y en el dolor, capaz de alteración y de cambio, de alegría, entumecimiento y languidez, expuesta a sus enfermedades y a las heridas, como el estómago y el pie,[727]
b | mentem sanari, corpus ut aegrum
cernimus, et flecti medicina posse uidemus;[728]
[vemos que la mente se cura como el cuerpo
enfermo y que puede ser modificada por la medicina];
a | ofuscada y confundida por la fuerza del vino;[729] movida de su asiento por los vapores de una fiebre caliente; adormecida por la aplicación de ciertos medicamentos, y desvelada por otros:
b | corpoream naturam animi esse necesse est,
corporeis quoniam telis ictuque laborat.[730]
[es preciso que el alma sea corpórea puesto
que las armas materiales y los choques la alteran].
a | Se le veía aturdir y trastornar todas sus facultades por el mero mordisco de un perro enfermo, y no poseer en absoluto una firmeza tan grande de razón, una capacidad, virtud, resolución filosófica o tensión de sus fuerzas que pudiera librarla de la sujeción a tales infortunios. Que la saliva de un pobre mastín, vertida sobre la mano de Sócrates, sacudiría toda su sabiduría, y todas sus grandes y tan ordenadas figuraciones, las aniquilaría de forma que no quedara traza alguna de su primer conocimiento:
b | uis animai
conturbatur… et diuisa seorsum
disiectatur eodem illo distracta ueneno.[731]
[la fuerza del alma se trastorna, y se divide,
quiebra y disocia por el mismo veneno que la destroza].
a | Y que tal veneno no hallaría más resistencia en esta alma que en la de un niño de cuatro años: un veneno capaz de hacer volver a la filosofía entera, si se hubiese encarnado, furiosa e insensata; hasta el extremo que Catón, que retorcía el pescuezo incluso a la muerte y a la fortuna, no podría soportar la visión de un espejo o del agua, abrumado de espanto y de terror, si hubiese contraído, debido al contagio de un perro rabioso, la enfermedad que los médicos llaman hidrofobia:[732]
b | uis morbi distracta per artus
turbat agens animam, spumantes aequore salso
uentorum ut ualidis feruescunt uiribus undae.[733]
[la fuerza de la enfermedad esparcida por los miembros turba y agita el alma, como las fuerzas impetuosas de los vientos hacen hervir las olas espumosas en el mar salado].
a | Ahora bien, con respecto a este punto, la filosofía ha armado bien al hombre para afrontar todos los demás infortunios ya sea por medio de la resistencia o, si es demasiado difícil encontrarla, con una escapatoria infalible, la de sustraerse por entero a la sensación.[734] Pero éstos son medios útiles para el alma que está en sí y mantiene sus fuerzas, que es capaz de raciocinio y de reflexión; no frente a aquel inconveniente en el cual el alma del filósofo se vuelve alma de un loco, alterada, trastornada y perdida. Cosa que producen muchos motivos, por ejemplo, la agitación demasiado vehemente que, por alguna fuerte pasión, el alma puede engendrar en sí misma, o una herida en cierta parte de la persona, o una exhalación del estómago, que nos precipite a un vahído y a un mareo:
b | morbis in corporis auius errat
saepe animus, dementit enim, deliraque fatur;
interdumque graui lethargo fertur in altum
aeternumque soporem, oculis nutuque cadenti.[735]
[en las enfermedades del cuerpo el alma derrotada con frecuencia se extravía: se trastorna y cae en delirios; y a veces un grave letargo la sume en un sopor profundo y permanente, y caen los ojos y la cabeza].
a | Los filósofos no han tocado mucho esta cuerda, me parece. c | Como tampoco otra de similar importancia. Tienen siempre este dilema en la boca, para consolar nuestra condición mortal: el alma es mortal o inmortal; sí es mortal, no sufrirá pena alguna; si inmortal, mejorará. No tocan nunca la otra rama: ¿qué sucede si empeora? Y dejan para los poetas las amenazas de los castigos futuros.[736] Pero de este modo juegan con ventaja. Son dos omisiones que se me presentan a menudo en sus discursos. Vuelvo a la primera.
a | Esta alma pierde el uso[737] del supremo bien estoico, tan constante y tan firme. Nuestra bella sabiduría debe rendirse en este lugar y abandonar las armas. Por lo demás, consideraban también, dada la vanidad de la razón humana, que la mezcla y sociedad de dos elementos tan distintos, como son lo mortal y lo inmortal, es inimaginable:
Quippe etenim mortale aeterno iungere, et una
consentire putare, et fungi mutua posse,
desipere est. Quid enim diuersius esse putandum est,
aut magis inter se disiunctum discrepitansque,
quam mortale quod est, immortali atque perenni
iunctum, in concilio saeuas tolerare procellas?[738]
[Porque unir lo mortal con lo eterno, y creer que están de acuerdo y hacen lo mismo, es delirar. Pues ¿qué cosa más diferente, más disociada y más discordante puede pensarse que lo que es mortal, unido a lo inmortal y perenne, soporte concertadamente las rudas tormentas?].
Además sentían que el alma está implicada en la muerte, como el cuerpo:
b | simul aeuo fessa fatiscit.[739]
[agotada por la edad se debilita al mismo tiempo].
c | Cosa que, según Zenón, la imagen del sueño nos muestra suficientemente. Estima, en efecto, que es un desfallecimiento y una caída del alma tanto como del cuerpo.[740] Contrahi animum et quasi labi putat atque concidere[741] [Piensa que el alma se contrae y por así decirlo se desliza y cae]. a | Y lo que se percibía en algunos, que conservaban su fuerza y vigor al término de la vida, lo referían a la variedad de enfermedades, de la misma manera que vemos que algunos hombres en este trance extremo mantienen un sentido, otros otro, unos el oído, otros el olfato, sin alteración; y no se ve debilitamiento tan general que no resten algunas partes enteras y vigorosas:
b | Non alio pacto quam si, pes cum dolet aegri,
in nullo caput interea sit forte dolore.[742]
[No de otro modo que un enfermo al que le duele un pie
puede mantener, mientras tanto, la cabeza libre de todo dolor].
La visión de nuestro juicio se relaciona con la verdad como lo hace el ojo del autillo con el esplendor del sol, tal como dice Aristóteles.[743] ¿De qué manera podríamos demostrarlo mejor que con estas cegueras tan burdas en una luz tan manifiesta?
a | Porque la opinión contraria de la inmortalidad del alma, c | que Cicerón afirma haber introducido por primera vez, al menos según el testimonio de los libros, Ferécides de Siros en tiempos del rey Tulio[744] —otros atribuyen su invención a Tales,[745] y otros a otros—, a | es la parte de la ciencia humana tratada con más reserva y duda. Los dogmáticos más firmes se ven obligados, en este punto principalmente, a refugiarse[746] al abrigo de las sombras de la Academia.[747] Nadie sabe qué estableció Aristóteles sobre el asunto,[748] c | ni tampoco todos los antiguos en general, que lo manejan con una creencia vacilante: rem gratissimam promittentium magis quam probantium[749] [cosa gratísima que prometen más que prueban]. a | Se escondió bajo la nube de las palabras y los sentidos difíciles e incomprensibles, y dejó que sus seguidores debatieran no menos sobre su juicio que sobre la materia.[750] Dos cosas les volvían esta opinión plausible: una, que sin la inmortalidad de las almas, no habría ya con qué asentar las vanas esperanzas de la gloria, que es una consideración de extraordinaria aceptación en el mundo; la otra, que es una creencia muy útil, c | como dice Platón, a | que los vicios, aunque se hurten a la vista oscura e incierta de la justicia humana, permanezcan siempre expuestos a la divina, que los perseguirá incluso tras la muerte de los culpables.[751]
c | El afán que tiene el hombre por prolongar su ser es extremo; no ha dejado ningún flanco al descubierto. Para la conservación del cuerpo están las sepulturas; para la conservación del nombre, la gloria. Ha empleado toda su opinión en reconstruirse, impaciente ante su fortuna, y en apuntalarse mediante una u otra invención. Dado que el alma, por su confusión y debilidad, no puede mantenerse en pie, busca por doquier consuelos, esperanzas y fundamentos, y circunstancias ajenas, donde se aferra y fija. Y, por ligeros y fantásticos que se los forje su invención, descansa con más seguridad en ellos que en sí mismo, y de más buena gana.
a | Pero es asombroso hasta qué punto los más obstinados en esta persuasión c | tan justa y tan clara a | de la inmortalidad de nuestros espíritus se han encontrado cortos e impotentes para establecerla con sus fuerzas humanas. c | Somnia sunt non docentis, sed optantis[752] [Son los sueños no del que enseña sino del que desea], decía un antiguo. a | El hombre puede reconocer por esta prueba que debe a la fortuna y al azar la verdad que descubre él solo, pues aunque le caiga en las manos, no tiene con qué aferrarla y mantenerla, ni su razón dispone de fuerza para valerse de ella. Todo aquello que es producido por nuestro propio raciocinio y capacidad, tanto lo verdadero como lo falso, está expuesto a incertidumbre y debate. Dios causó el desorden y la confusión de la antigua torre de Babel como castigo a nuestro orgullo y como instrucción de nuestra miseria e incapacidad.[753] Todo aquello que emprendemos sin su asistencia, todo aquello que vemos sin la lámpara de su gracia, no es más que vanidad y locura. La esencia misma de la verdad, que es uniforme y constante, cuando la fortuna nos otorga su posesión, la corrompemos y bastardeamos con nuestra flaqueza. Sea cual fuere el camino que el hombre tome por sí mismo, Dios permite que llegue siempre a la misma confusión, cuya imagen nos representa tan vivamente por medio del justo castigo con el cual golpeó la arrogancia de Nemrod y aniquiló los vanos intentos de construcción de su pirámide.[754] c | Perdam sapientiam sapientium et prudentiam prudentium reprobabo[755] [Destruiré la sabiduría de los sabios y reprobaré la prudencia de los prudentes]. a | La variedad de idiomas y lenguas con que confundió esta obra, qué otra cosa es sino esta infinita y perpetua disputa y discordancia de opiniones y razones que acompaña y embrolla el vano edificio de la ciencia humana? c | Y la embrolla útilmente. ¿Quién nos resistiría si tuviésemos un grano de conocimiento? Este santo me ha complacido mucho: «Ipsa utilitatis occultatio aut humilitatis exercitatio est, aut elationis attritio»[756] [El propio ocultamiento de la utilidad es o un ejercicio para nuestra humildad o la destrucción de nuestro orgullo]. ¿Hasta qué extremo de presunción y de insolencia llevamos nuestra ceguera y nuestra estupidez?
a | Pero, para regresar a mi tema, lo cierto es que era muy razonable que debiéramos sólo a Dios, y al beneficio de su gracia, la verdad de una creencia tan noble, puesto que sólo por su generosidad recibimos el fruto de la inmortalidad, que consiste en el goce de la beatitud eterna. c | Confesemos ingenuamente que sólo Dios nos lo ha dicho, y la fe. No es, en efecto, una lección de la naturaleza ni de nuestra razón.[757]
Y quien escrute su ser y sus fuerzas, tanto por dentro como por fuera, sin este privilegio divino, quien vea al hombre sin adularlo, no verá eficacia ni facultad que tengan trazas de otra cosa que de muerte y tierra. Cuanto más atribuimos, y debemos, y devolvemos a Dios, tanto más cristianamente obramos. Lo que el filósofo estoico dice poseer por el acuerdo fortuito de la voz popular, ¿no era mejor que lo poseyera por Dios? Cum de animarum aeternitate disserimus, non leue momentum apud nos habet consensus hominum aut timentium inferos, aut colentium. Vtor hac publica persuasione[758] [Cuando tratamos de la inmortalidad de las almas, el acuerdo de los hombres que temen o adoran a los dioses infernales no es para nosotros un leve impulso. Hago uso de esta creencia general].
a | Ahora bien, la debilidad de los argumentos humanos al respecto se percibe de manera singular por las fabulosas circunstancias que han añadido como desarrollo de esta opinión, para descubrir de qué índole era esta inmortalidad nuestra. c | Dejemos a los estoicos —Vsuram nobis largiuntur tanquam cornicibus: diu mansuros aiunt animos; semper, negant[759] [Nos conceden su uso como a las cornejas; aseguran que las almas subsistirán durante mucho tiempo; niegan que para siempre]—, que atribuyen a las almas una vida más allá de ésta, pero finita. a | La fantasía más universal y más admitida, y que dura hasta nosotros,[760] ha sido aquella cuya autoría se atribuye a Pitágoras,[761] no porque fuera su primer inventor, sino porque la autoridad de su aprobación le confirió un gran peso y crédito: que las almas, al desprenderse de nosotros, no hacían sino rodar de un cuerpo a otro, de un león a un caballo, de un caballo a un rey, paseándose así sin tregua de casa en casa.[762] c | Y él decía acordarse de haber sido Etálides, después Euforbo, más tarde Hermótimo, y de haber pasado al fin de Pirros a Pitágoras, conservando el recuerdo de sí mismo durante doscientos seis años.[763] Añaden algunos que estas almas remontan a veces al cielo y vuelven a descender:
O pater, anne aliquas ad caelum hinc ire putandum est
sublimes animas iterumque ad tarda reuerti
corpora? Quae lucis miseris tam dira cupido?[764]
[Oh, padre, ¿puede creerse que algunas almas marchen de aquí al cielo y regresen de nuevo a sus pesados cuerpos? ¿De dónde surge en estos miserables un anhelo tan funesto de luz?]
Orígenes las hace ir y venir eternamente del buen al mal estado.[765] La opinión que refiere Varrón es que, al cabo de cuatrocientos cuarenta años de revolución, vuelven a unirse a su primer cuerpo;[766] para Crisipo, tal cosa debe acaecer tras cierto espacio de tiempo desconocido e ilimitado.[767] Platón, que dice deber a Píndaro y a la antigua poesía esta creencia de las infinitas vicisitudes de mutación a las que el alma está dispuesta, al no tener en el otro mundo sino penas y recompensas temporales, tal y como su vida en éste es sólo temporal, infiere que posee una singular ciencia de los asuntos del cielo, del infierno y de aquí, por donde ha pasado, vuelto a pasar y residido en numerosos viajes —materia de reminiscencia—.[768] Éste es su curso en otro sitio: quien ha vivido bien, se une al astro al que está asignado; quien lo ha hecho mal, se convierte en mujer, y, si ni siquiera entonces se corrige, vuelve a cambiarse en un animal de condición acomodada a su comportamiento vicioso, y no verá el fin de sus castigos mientras no haya regresado a su constitución original, librándose, por la fuerza de la razón, de las cualidades groseras, torpes y elementales que estaban en él.[769]
a | Pero no quiero olvidar la objeción que plantean los epicúreos a esta transmigración de un cuerpo a otro. Es divertida. Preguntan qué remedio habría si la multitud de quienes mueren llegase a ser mayor que la de quienes nacen. Porque, en tal caso, las almas desprendidas de su sede deberían apiñarse para ver quién conseguía antes sitio en un nuevo estuche.[770] Y preguntan también en qué pasarían el tiempo mientras esperasen que se les preparase una casa. Y si, por el contrario, naciesen más animales de los que muriesen, aseguran que los cuerpos se encontrarían en una situación difícil, esperando la infusión de su alma, y sucedería que algunos de ellos morirían antes de haber estado vivos:
Denique connubia ad ueneris partusque ferarum
esse animas praesto deridiculum esse uidetur,
et spectare immortales mortalia membra
innumero numero, certareque praeproperanter
inter se, quae prima potissimaque insinuetur.[771]
[En fin, parece ridículo que las almas presten atención a las uniones venéreas y a los partos de los animales, y que las innumerables inmortales examinen los miembros mortales, y se precipiten a luchar entre sí para ver cuál entra antes y es la primera].
Otros han fijado el alma al cuerpo de los fallecidos para infundir vida a las serpientes, a los gusanos y a otros animales que, según se dice, se engendran de la corrupción de nuestros miembros, e incluso de nuestras cenizas.[772] Otros la dividen en una parte mortal y otra inmortal.[773] Otros la creen corporal, y no obstante inmortal.[774] Algunos la hacen inmortal, sin ciencia ni conocimiento. Los hay también, c | aun entre los nuestros, a | que han creído incluso que las almas de los condenados se convertían en diablos;[775] al modo que Plutarco piensa que las que se han salvado se transforman en dioses. Porque hay pocas cosas que este autor establezca con una forma de hablar tan resuelta como ésta, pues mantiene en todo lo demás un estilo dubitativo y ambiguo. Debe estimarse y creerse firmemente, dice, que las almas de los hombres virtuosos de acuerdo con la naturaleza y la justicia divina se transforman de hombres en santos, y de santos en semidioses, y de semidioses, una vez que se han limpiado y purificado totalmente, como sucede en los sacrificios de purgación, libres ya de toda pasibilidad y de toda mortalidad, se transforman, no por algún mandato civil, sino de verdad y según razón verosímil, en dioses completos y perfectos, de suerte que alcanzan un resultado muy feliz y muy glorioso.[776] Pero, si alguien quiere verlo, a él, que es, sin embargo, de los más contenidos y moderados de la banda, pelearse con más osadía y contarnos sus milagros sobre el asunto, le remito a sus discursos sobre la luna y sobre el demonio de Sócrates, lugares donde, con más evidencia que en ningún otro sitio, puede verificarse el hecho de que los misterios de la filosofía comparten muchas cosas extrañas con los de la poesía.[777] El entendimiento humano se pierde, en efecto, cuando pretende examinar y reconocer todas las cosas hasta el límite; de igual manera que, cansados y exhaustos por la larga carrera de la vida, recaemos en el infantilismo. Éstas son las bellas y ciertas enseñanzas que extraemos de la ciencia humana sobre el tema del alma.
No hay menos ligereza en lo que nos enseña sobre las partes corporales. Elijamos uno o dos ejemplos, pues, de lo contrario, nos perderíamos en el turbio y vasto mar de los errores medicinales. Sepamos si al menos hay acuerdo en lo que concierne a la materia mediante la cual los hombres se producen unos a otros. c | Porque, en cuanto a su primera producción, no es de extrañar que en cosa tan elevada y antigua el entendimiento humano se confunda y diluya. Arquelao el físico, cuyo discípulo y favorito fue Sócrates, según Aristoxeno, decía que tanto los hombres como los animales fueron hechos de un fango lechoso, exprimido por el calor de la tierra.[778] a | Pitágoras asegura que nuestra semilla es la espuma de nuestra mejor sangre;[779] Platón, el derrame de la médula de la espina dorsal, cosa que argumenta por el hecho de que este sitio se resiente el primero de la fatiga que produce el acto sexual; Alcmeón, una parte de la sustancia del cerebro; y la prueba de que es así, dice, está en que los ojos se enturbian cuando uno se esfuerza sin mesura en este ejercicio; Demócrito, una sustancia extraída de toda la masa corporal; Epicuro, una extraída del alma y del cuerpo; Aristóteles, una excrecencia surgida del alimento de la sangre, el último que se esparce por nuestros miembros; otros, de sangre cocida y digerida por el calor de los genitales, cosa que piensan por el hecho de que, en los esfuerzos extremos, se vierten gotas de sangre pura; en esto parece haber más plausibilidad, si es posible obtener alguna plausibilidad de una confusión tan infinita.[780] Ahora bien, para llevar a efecto esta semilla, ¿cuántas forjan con opiniones encontradas? Aristóteles y Demócrito sostienen que las mujeres carecen de esperma, y que dejan escapar simplemente un sudor debido al calor del placer y del movimiento, que no tiene utilidad alguna en la generación; Galeno y sus seguidores, por el contrario, afirman que, sin el encuentro de las semillas, la generación es imposible. Vemos a médicos, filósofos, juristas y teólogos enfrentados, en batiburrillo con nuestras esposas, sobre la cuestión de los plazos en que las mujeres producen su fruto. Y yo apoyo, con mí propio ejemplo, a aquellos que defienden el embarazo de once meses.[781] El mundo se funda en esta experiencia; no hay mujercita tan simple que no pueda decir su opinión sobre todas estas disputas, y, sin embargo, no podemos ponernos de acuerdo.
Baste con esto para verificar que el hombre no está más instruido sobre el conocimiento de sí mismo en la parte corporal que en la espiritual. Le hemos presentado a sí mismo, y su razón a su razón, para ver lo que ésta nos diría. Me parece haber mostrado de sobra qué poco se entiende. c | Y quien no se entiende a sí mismo, ¿qué puede entender? Quasi uero mensuram ullius rei possit agere, qui sui nesciat[782] [Como si pudiera medir otra cosa quien ignora su propia medida]. En verdad Protágoras nos las contaba buenas convirtiendo en medida de todas las cosas al hombre,[783] que jamás supo siquiera la suya. Si no es él, su dignidad no permitirá que ninguna otra criatura posea esta ventaja. Ahora bien, al ser tan contrario en sí mismo, y al subvertir un juicio sin descanso a otro, esta favorable proposición no era más que una burla que nos llevaba a concluir de manera necesaria la nulidad del compás y del compasador. Cuando Tales estima que el conocimiento del hombre es muy difícil para el hombre,[784] le enseña que el conocimiento de cualquier otra cosa es imposible para él.
a | Vos, por quien me he esforzado en extender un cuerpo tan largo en contra de mi costumbre, no rehusaréis defender a vuestro Sibiuda mediante la forma ordinaria de argumentar en la cual os instruyen todos los días, y ejercitaréis en ello vuestro ingenio y vuestro estudio.[785] Este último recurso de esgrima no debe ser empleado, en efecto, sino como un remedio extremo. Es un golpe desesperado, en el cual debéis abandonar vuestras armas para hacer que vuestro adversario pierda las suyas, y un recurso secreto, del que uno debe valerse rara y reservadamente. Es una gran temeridad perderse uno mismo para perder a otro. b | No es necesario querer morir para vengarse, como hizo Gobrias. Cuando luchaba estrechamente con un noble persa, apareció Darío con la espada empuñada, que temía golpear por miedo a alcanzar a Gobrias. Éste le gritó que hiriese sin temor, aunque tuviese que atravesarlos a los dos.[786] c | He visto reprobar como injustas armas y condiciones de combate singular desesperadas, y en las cuales quien las ofrecía se ponía a sí mismo y a su compañero en la situación de un fin inevitable para ambos.[787] Los portugueses capturaron como prisioneros, en el mar de las Indias, a ciertos turcos. Éstos, incapaces de resistir su cautividad, se resolvieron, y con éxito, a incendiarlo y a reducirlo todo a cenizas, a sí mismos, a sus amos y el barco, frotando entre sí los clavos del navío, y haciendo caer una chispa de fuego en los barriles de pólvora que había en el lugar donde estaban encerrados.[788]
a | Aquí zarandeamos los últimos límites y barreras de las ciencias, en las cuales la extremidad es viciosa, como sucede en la virtud.[789] a2 | Manteneos en la senda común; no es bueno ser tan sutil y refinado. Acordaos de lo que dice el proverbio toscano:
Chi troppo s’assottiglia si scavezza.[790]
[Quien se vuelve demasiado sutil, se despunta].
a | Os aconsejo, en vuestras opiniones y razonamientos, así como en vuestra conducta, y en todo lo demás, moderación y templanza, y que rehuyáis la novedad y la extrañeza. Todas las vías extravagantes me disgustan. Vos, que, por la autoridad que os confiere vuestra grandeza, y, aún más, por las ventajas que os otorgan vuestras cualidades más propias, podéis dar órdenes con un guiño a quien os plazca, deberíais haber confiado este encargo a alguien que profesara las letras, que os habría apoyado y enriquecido esta fantasía de manera muy distinta.[791] Sin embargo, con esto tenéis bastante para vuestra necesidad.
Decía Epicuro de las leyes que las peores nos eran tan necesarias que, sin ellas, los hombres se devorarían entre sí.[792] c | Y Platón prueba que sin leyes viviríamos como animales.[793] a | Nuestro espíritu es un instrumento errabundo, peligroso y temerario; es difícil añadirle orden y mesura. Y en estos tiempos vemos a los que poseen alguna singular excelencia por encima de los demás y alguna vivacidad extraordinaria desbordados, casi todos, en la licencia de opiniones y comportamiento. Es un milagro encontrar a alguno sereno y sociable. Con razón se le ponen al espíritu humano las barreras más estrictas que se puede. En el estudio, como en lo demás, hay que contarle y ordenarle los pasos, hay que adjudicarle por medio del arte los límites de su caza. a2 | Se le refrena y atenaza mediante religiones, leyes, costumbres, ciencia, preceptos, penas y recompensas mortales e inmortales; aun así vemos que, por su volubilidad y disolución, escapa a todos estos lazos. Es un cuerpo vano, que no tiene por donde ser aferrado ni dirigido; un cuerpo vario y diforme, en el que no puede establecerse nudo ni asidero. b | Lo cierto es que son pocas las almas tan ordenadas, tan fuertes y tan bien nacidas que pueda confiarse en su propia dirección, y que puedan con moderación y sin temeridad bogar con libertad de juicios más allá de las opiniones comunes. Es más útil reducirlas a tutela. El espíritu es una espada temible para su mismo possedor si uno no sabe armarse con ella de manera recta y juiciosa. c | Y no hay animal al que con mayor justicia haya que poner anteojeras para mantenerle la vista sujeta y fija hacia delante, y para evitar que se extravíe a un lado u otro fuera de los carriles que el uso y las leyes le trazan. a | Por tanto, será mejor que os ciñáis al camino acostumbrado, sea el que fuere, que emprender el vuelo a esta licencia desenfrenada. Pero si alguno de esos nuevos doctores intenta dárselas de ingenioso en vuestra presencia, a costa de su salvación y de la vuestra, para libraros de esa peligrosa peste que se esparce todos los días por vuestras cortes, este preservativo para casos de extrema necesidad impedirá que el contagio del veneno os afecte a vos o a quienes os acompañan.[794]
La libertad, pues, y la gallardía[795] de los espíritus antiguos producía en la filosofía y las ciencias humanas numerosas escuelas de opiniones diferentes; cada uno intentaba juzgar y elegir para tomar partido. Pero hoy en día, c | que todos los hombres siguen el mismo camino, qui certis quibusdam destinatisque sententiis addicti et consecrati sunt, ut etiam quae non probant, cogantur defendere[796] [que están adheridos y consagrados a ciertas opiniones fijas y establecidas, de manera que se ven obligados a defender también aquello que no aprueban], y a | que recibimos las artes por autoridad y por mandato civiles,[797] c | de suerte que las escuelas tienen un solo patrón, y el mismo tipo de formación, y una enseñanza circunscrita,[798] a | no se mira ya lo que las monedas pesan y valen, sino que cada cual las acoge por su parte según el valor que la aprobación común y el curso les confieren. No se litiga por la aleación, sino por el uso; así, se acepta igualmente cualquier cosa. Se acoge la medicina como la geometría; y los juegos de manos, los encantamientos, los ligámenes,[799] la relación con los espíritus de los perecidos, las adivinaciones, las domificaciones[800] y hasta esa ridícula búsqueda de la piedra filosofal.[801] Todo se admite sin objeción. Sólo hay que saber que el lugar de Marte reside en medio del triángulo de la mano, el de Venus en el pulgar, y el de Mercurio en el meñique; y que cuando la línea del corazón corta la prominencia del índice, es signo de crueldad; cuando falta bajo el dedo corazón y la línea mediana hace ángulo con la vital en el mismo sitio, es signo de una muerte miserable. Que si, en una mujer, la mediana está abierta y no cierra el ángulo con la vital, eso denota que será poco casta.[802] Os invoco a vos misma como testigo sobre si con tal ciencia un hombre no puede pasar con reputación y favor por todas las compañías.
Decía Teofrasto que el conocimiento humano, encauzado por los sentidos, podía juzgar las causas de las cosas hasta cierto límite, pero que, al llegar a las causas supremas y primeras, había de detenerse y atascarse, en virtud de su debilidad o de la dificultad de las cosas.[803] Es una opinión moderada y suave que nuestra capacidad pueda conducirnos hasta el conocimiento de algunas cosas, y que posea ciertas medidas de potencia, más allá de las cuales es temerario emplearla. Tal opinión es plausible, y la introduce gente conciliadora. Pero es difícil ponerle límites a nuestro espíritu; es curioso y ávido, y no tiene ningún motivo para detenerse a mil pasos mejor que a cincuenta. Ha comprobado por experiencia que en aquello en lo cual uno había fracasado, otro ha tenido éxito, y que aquello que un siglo desconocía, el siglo siguiente lo ha aclarado, y que las ciencias y las artes no se forjan en un molde, sino que se forman y modelan poco a poco, manejándolas y puliéndolas muchas veces, como los osos dan forma a sus cachorros lamiéndolos lentamente.[804] Aquello que mi fuerza no puede descubrir, no dejo de examinarlo y de ponerlo a prueba; y a fuerza de probar y amasar la nueva materia, de removerla y calentarla, abro a quien me sigue cierta facilidad para que la posea más a sus anchas, y se la hago más dúctil y más manejable:
ut Hymettia sole
cera remollescit, tractataque pollice, multas
uertitur in facies, ipsoque fit utilis usu.[805]
[como la cera de Himeto se reblandece al sol, y, amasada con
el pulgar, adopta muchas formas, y el uso mismo la hace útil].
Lo mismo hará el segundo a favor del tercero. Por lo tanto, la dificultad no debe desesperarme, ni tampoco mi impotencia, porque sólo me atañe a mí. El hombre es capaz de todo igual que de algunas cosas, y si reconoce, como dice Teofrasto, la ignorancia de las causas primeras y los principios, que no me tema abandonar el resto de su ciencia. Si le falta la base, su razonamiento se viene abajo. El disputar y el indagar no tienen otro objetivo y otro límite que los principios; si este fin no ataja su carrera, se lanzan a una irresolución infinita. c | Non potest aliud alio magis minusue comprehendi, quoniam omnium rerum una est definitio comprehendendi[806] [No puede ser que una cosa se comprenda más o menos que otra, puesto que la definición de comprensión es única para todas las cosas].
a | Ahora bien, es verosímil que si el alma conociera alguna cosa, se conocería en primer lugar a sí misma; y si supiera algo fuera de ella, se trataría de su cuerpo y su envoltura antes que de cualquier otra cosa. Si vemos que hasta hoy los dioses de la medicina continúan debatiendo en torno a nuestra anatomía,
Mulciber in Troiam, pro Troia stabat Apollo,[807]
[Vulcano era contrario a Troya; Apolo, favorable a Troya],
¿cuándo esperamos que se pongan de acuerdo? Estamos más cerca de nosotros mismos que de la blancura de la nieve o de la pesadez de la piedra. Si el hombre no se conoce, ¿cómo va a conocer sus funciones y sus fuerzas? Tal vez alberguemos algún conocimiento verdadero, pero es por casualidad.
Y habida cuenta que, por la misma vía, de la misma manera y con el mismo proceso, nuestra alma acoge los errores, ésta carece de capacidad para discernirlos y para distinguir la verdad de la mentira.
Los académicos aceptaban cierta inclinación de juicio, y encontraban demasiado crudo decir que no era más verosímil que la nieve fuera blanca que negra, y que no estuviésemos más seguros del movimiento de una piedra lanzada por nuestra mano que del de la octava esfera. Y para eludir esta dificultad y extrañeza, que ciertamente a nuestra imaginación le cuesta mucho admitir, aun estableciendo que en modo alguno éramos capaces de saber, y que la verdad estaba sumida en unos profundos abismos donde la vista humana no puede penetrar, reconocían unas cosas como más verosímiles que otras, y aceptaban en su juicio la facultad de poderse inclinar hacía una apariencia más que hacia otra. Le permitían esta propensión, pero prohibiéndole toda resolución.[808]
El parecer de los pirrónicos es más audaz y, al mismo tiempo, más verosímil.[809] En efecto, la inclinación académica y la propensión hacia una tesis más bien que hacia otra, ¿qué es sino el reconocimiento de una verdad más plausible en ésta que en aquélla? Si nuestro entendimiento tiene capacidad para la forma, los rasgos, el porte y el rostro de la verdad, la verá entera no menos que a medias, incipiente e imperfecta. Aumenta la aparente verosimilitud que les hace inclinarse más bien a la izquierda que a la derecha; multiplica por cien, por mil esa onza de verosimilitud que inclina la balanza. Sucederá al fin que ésta se decantará del todo por un partido y fijará una elección y una verdad completa. Pero ¿cómo se dejan someter por la verosimilitud si desconocen la verdad? ¿Cómo conocen la similitud de aquello cuya esencia desconocen? O podemos juzgar del todo, o no podemos hacerlo en modo alguno. Si nuestras facultades intelectuales y sensibles carecen de fundamento y de base, si no hacen más que fluctuar y agitarse al viento, en vano dejamos arrastrar nuestro juicio a parte alguna de su operación, sea cual fuere la plausibilidad que parezca ofrecernos. Y la posición más segura de nuestro entendimiento, y la más feliz, sería aquélla en la cual permaneciera sereno, recto, inflexible, sin movimiento ni agitación. c | Inter uisa uera aut falsa ad animi assensum nihil interest[810] [En cuanto a la adhesión del alma, ninguna diferencia hay entre las apariencias verdaderas y las falsas].
a | Que las cosas no residen en nuestro interior en su propia forma y esencia, y que no penetran en nosotros por su propia fuerza y autoridad, lo vemos de sobra.[811] Porque, si así fuera, las recibiríamos de la misma manera. El vino sería igual en la boca del enfermo que en la boca del sano. El que tiene sabañones en los dedos o el que los tiene entumecidos percibiría la misma dureza al tocar madera o hierro que el otro. Así pues, los objetos extraños se someten a nuestra merced, residen en nosotros a nuestro gusto. Ahora bien, si recibiésemos alguna cosa sin alteración, si las aprehensiones humanas fuesen lo bastante capaces y firmes para captar la verdad con nuestros propios medios, dado que estos medios son comunes a todos los hombres, la verdad pasaría de mano en mano del uno al otro. Y habría al menos una cosa en el mundo, entre todas las que existen, que los hombres creerían con un acuerdo universal. Pero el hecho de que no se vea proposición alguna que no esté sujeta a debate y controversia entre nosotros, o que no pueda estarlo, muestra muy bien que nuestro juicio natural no capta con toda claridad aquello que capta. En efecto, mi juicio no puede hacerlo aceptar al juicio de mi compañero, lo cual es signo de que lo he captado por otro medio que por una facultad natural que esté en mí y en todos los hombres.
Dejemos de lado la infinita confusión de opiniones que se ve incluso entre los filósofos, y el debate perpetuo y universal en torno al conocimiento de las cosas. Porque se presupone de manera muy cierta que los hombres, me refiero a los doctos, los mejor nacidos, los más capaces, no están de acuerdo ni siquiera en que el cielo esté sobre nuestra cabeza, pues quienes dudan de todo, dudan también de esto; y quienes niegan que podamos comprender cosa alguna, dicen que no hemos comprendido que el cielo esté sobre nuestra cabeza.
Y estas dos opiniones son, sin comparación, las más fuertes en cuanto a número.[812]
Aparte de esta variedad y división infinita, debida a la turbación que nuestro juicio nos causa a nosotros mismos, y a la incertidumbre que cada uno siente en su interior, es fácil ver que su posición es muy poco segura. ¿Con qué variedad no juzgamos las cosas?, ¿cuántas veces cambiamos nuestras fantasías? Lo que sostengo y creo hoy, lo sostengo y creo con plena convicción; todos mis instrumentos y todas mis fuerzas empuñan esta opinión, y me la avalan en todo lo que pueden. No podría abrazar ni mantener verdad alguna de manera más cierta. Estoy por entero en ella, estoy de verdad en ella. Pero ¿no me ha sucedido, no una vez sino cien, sino mil, y todos los días, que he abrazado cualquier otra cosa con los mismos instrumentos, en las mismas condiciones, que después he juzgado falsa? Al menos hay que hacerse sabio a costa de uno mismo.[813] Si me he visto a menudo traicionado con este motivo, si mi piedra de toque suele resultar falsa, y mi balanza desequilibrada e injusta, ¿qué seguridad puedo tener en esta ocasión más que en las otras? ¿No es una necedad dejarme engañar tantas veces por un guía? Aun así, por más que la fortuna nos cambie quinientas veces de sitio, por más que no haga otra cosa que vaciar y volver a llenar incesantemente nuestra creencia, como un vaso, con nuevas y nuevas opiniones, siempre la actual y última es la cierta y la infalible. Por ella es preciso abandonar bienes, honor, vida y salud, y todo,
posterior res illa reperta,
perdit, et immutat sensus ad pristina quaeque.[814]
[un descubrimiento posterior arruina todos los antiguos
y modifica nuestros sentimientos con respecto a ellos].
b | Sea lo que fuere lo que nos predican, sea lo que fuere lo que aprendemos, habría que recordar siempre que es el hombre quien da y el hombre quien recibe; es una mano mortal la que nos lo ofrece, es una mano mortal la que lo acepta. Sólo las cosas que nos llegan del cielo tienen derecho y autoridad de persuasión; sólo ellas poseen la marca de la verdad, que tampoco vemos sino con nuestros ojos, ni recibimos sino con nuestros medios —esta santa y grande imagen no podría residir en un domicilio tan miserable si Dios no lo prepara para tal uso, si Dios no lo reforma y fortifica por su gracia y favor particular y sobrenatural.
a | Al menos, nuestra condición falible debería hacer que nos comportáramos con mayor moderación y contención en nuestros cambios. Debería recordarnos, sea lo que fuere aquello que recibimos en el entendimiento, que recibimos con frecuencia cosas falsas, y mediante esos mismos instrumentos que se contradicen y engañan a menudo. Ahora bien, no es asombroso que se contradigan siendo como son tan fáciles de inclinar y torcer por ligerísimas circunstancias. Lo cierto es que nuestra aprehensión, nuestro juicio y las facultades de nuestra alma en general sufren según los movimientos y alteraciones del cuerpo, alteraciones que son continuas. ¿No tenemos el espíritu más despierto, la memoria más rápida, el razonamiento más vivo en la salud que en la enfermedad? ¿Acaso el gozo y la alegría no nos hacen recibir los objetos que se presentan al alma con muy distinto semblante que la aflicción y la melancolía? ¿Crees que los versos de Catulo o de Safo le sonríen a un viejo avaricioso y ceñudo como a un joven vigoroso y ardiente? b | Cuando Cleómenes, hijo de Anaxándridas, se puso enfermo, sus amigos le reprocharon que tuviera nuevos e insólitos humores y fantasías: «Ya lo creo», replicó; «tampoco soy el mismo que cuando estoy sano: al ser otro, también mis opiniones y fantasías son otras».[815] a | En los litigios de nuestros tribunales se utiliza una frase que se dice de los criminales que encuentran a los jueces en buena disposición, suave y benigna: «Gaudeat de bona fortuna» [Que goce de buena suerte]. Es cierto, en efecto, que los juicios resultan a veces más proclives a la condena, más espinosos y duros, a veces más fáciles, cómodos y propicios a la excusa. Si uno se trae de casa el dolor de la gota, los celos o el robo de un criado, con el alma entera teñida e impregnada de cólera, no puede dudarse que su juicio se alterará hacia ese lado. b | El venerable senado del Areópago juzgaba de noche, por miedo a que la visión de los querellantes corrompiese su justicia.[816] a | Aun el aire y la serenidad del cielo nos producen alguna mutación, como dice este verso griego en Cicerón,
Tales sunt hominum mentes, quali pater ipse
Iuppiter auctifera lustrauit lampade terras.[817]
[Las mentes de los hombres son semejantes a la luz con que el
propio padre Júpiter ha esparcido la fecundante luz sobre la tierra].
No sólo las fiebres, los bebedizos y los grandes infortunios turban nuestro juicio; las menores cosas del mundo lo trastornan. Y no cabe duda de que, aunque no nos demos cuenta, si la fiebre continúa puede abatirnos el alma, la terciana nos comporta cierta alteración, según su medida y proporción.[818] Si la apoplejía amodorra y extingue por completo la visión de nuestra inteligencia, es indudable que el catarro la ofusca. Y, por consiguiente, apenas puede encontrarse una sola hora en la vida en la cual nuestro juicio se halle en su debida posición. Nuestro cuerpo está expuesto a tantas continuas mutaciones, y está poblado por tantas clases de fuerzas, que —creo a los médicos— es muy difícil que no haya siempre alguna que marche de través.
Además, esta enfermedad no se descubre tan fácilmente, salvo que sea del todo extrema e irremediable, pues la razón anda siempre de lado, coja y derrengada, y con la mentira como con la verdad. Por tanto, es difícil descubrir su error y desorden. Llamo siempre razón a la apariencia de raciocinio que cada cual forja en sí mismo. Esta razón, de cuya condición puede haber cien contrarias en torno a un mismo asunto, es un instrumento de plomo y de cera, alargable, dócil y acomodable a todos los sesgos y a todas las medidas; no se requiere sino la habilidad de saberlo moldear. Por bueno que sea el propósito de un juez, si no se escucha de cerca a sí mismo, cosa a la que poca gente se dedica, la inclinación a la amistad, al parentesco, a la belleza y a la venganza, y no sólo estas cosas tan graves, sino el instinto fortuito que nos lleva a favorecer una cosa más que otra, y que nos hace elegir, sin permiso de la razón, entre dos objetos semejantes, o alguna sombra de vanidad semejante, pueden introducir insensiblemente en su juicio la recomendación o el desprecio de una causa, e inclinar la balanza.
Yo, que me espío desde más cerca, que tengo los ojos incesantemente fijos en mí mismo, como quien no tiene mucho que hacer en ninguna otra parte,
quis sub Arcto
rex gelidae metuatur orae,
quid Tyridatem terreat, unice
securus,[819]
[sin cuidarme en absoluto de saber a qué rey
temen bajo la gélida Osa, qué aterroriza a Tiridates],
apenas osaría decir la vanidad y la flaqueza que hallo en mí. Mi base es tan inestable y está tan mal asentada, me parece tan fácil de echar abajo y tan proclive a la oscilación, y mi vista es tan irregular, que en ayunas me siento otro que después de comer; si la salud y la claridad de un buen día me sonríen, soy un hombre honesto; si un callo me oprime el dedo del pie, soy ceñudo, desagradable e inaccesible. b | El mismo paso de caballo se me antoja en ocasiones rudo, en ocasiones cómodo, y el mismo camino, ahora más corto y otra vez más largo, y la misma forma, a veces más, a veces menos grata. a | Ahora estoy dispuesto a hacerlo todo, luego a no hacer nada; lo que en este momento me resulta placentero, en ocasiones me será muy penoso. a2 | Se producen en mí mil movimientos irreflexivos y fortuitos. Me domina el humor melancólico o el colérico; y con su autoridad privada ahora prevalece en mí la tristeza, luego la alegría. a | Cuando cojo un libro, habré percibido en tal pasaje gracias excelentes y que me han llegado al alma; lo retomo de nuevo, y por más vueltas y revueltas que le doy, por más que lo doblo y lo manejo, es una masa desconocida e informe para mí.
b | Ni siquiera en mis propios escritos reencuentro siempre el aire de mi primera figuración. No sé qué quise decir, y escarmiento a menudo al corregir e introducir un nuevo sentido, porque pierdo el primero, que era mejor. No hago más que ir y venir. Mi juicio no siempre marcha hacia delante; fluctúa, vagabundea,
uelut minuta magno
deprensa nauis in mari uesaniente uento.[820]
[como una pequeña nave sorprendida en
el vasto mar por un viento enfurecido].
Más de una vez —lo hago de buena gana— me he dedicado, como ejercicio y distracción, a defender una opinión contraria a la mía, y mi espíritu, aplicándose y volviéndose hacia ese lado, me adhiere a tal punto a ella que dejo de ver la razón de mi primer parecer y me aparto de él. Me arrastro casi hacia el lado al que me inclino, sea el que sea, y mi propio peso me empuja.
Todo el mundo diría más o menos esto de sí mismo si se mirara como yo lo hago. Los predicadores saben que la emoción que les embarga al hablar, les anima a creer, y que, en plena cólera, nos entregamos más a la defensa de nuestra tesis, la imprimimos en nosotros y la abrazamos con más vehemencia y adhesión que cuando tenemos el juicio frío y sereno. Te limitas a referirle una causa al abogado, te responde con titubeos y con dudas; sientes que le resulta indiferente asumir el apoyo de uno u otro partido. Le has pagado bien, para atraerlo y para que se lo tome en serio. Empieza a interesarse; ¿ha inflamado su voluntad?, se inflaman al mismo tiempo su razón y su ciencia. De pronto una verdad manifiesta e indudable se presenta a su entendimiento; descubre una luz del todo nueva y se lo cree seriamente, y así se le persuade. Es más, no sé si el ardor que nace de la irritación y de la terquedad en contra de la presión y de la violencia del magistrado, y del peligro, c | o el interés por la reputación, b | no han llevado a algún hombre a sostener hasta el fuego una opinión por la cual, entre amigos y en libertad, no habría querido quemarse la punta de un dedo.
a | Las sacudidas y los quebrantos que el alma sufre a causa de las pasiones corporales pueden mucho en ella, pero aún más las suyas propias. Les está tan fuertemente expuesta que acaso sea defendible que no avanza ni se mueve sino por el soplo de sus vientos, y que, sin su agitación, permanecería inerte, como una nave en plena mar a la cual los vientos dejan sin ayuda.[821] Y si alguien sostuviera esto, c | siguiendo el partido de los peripatéticos,[822] a | apenas nos perjudicaría, pues es sabido que la mayor parte de las acciones más bellas del alma proceden del impulso de las pasiones y necesitan de él. La valentía, dicen, no puede consumarse sin la asistencia de la cólera:
c | Semper Aiax fortis, fortissimus tamen in furore.[823]
[Ayax es siempre valeroso, pero es valerosísimo embargado de furor].
Nadie se abalanza contra los malvados y los enemigos con vigor suficiente si no está enfurecido. Y pretenden que el abogado inspire cólera a los jueces para obtener justicia.[824] Las pasiones incitaron a Temístocles, incitaron a Demóstenes, y han impelido a los filósofos a realizar esfuerzos, vigilias y peregrinaciones; nos conducen al honor, a la ciencia, a la salud, fines útiles.[825] Y la blandura de ánimo para soportar el hastío y el enojo sirven para alimentar en la conciencia la penitencia y el arrepentimiento,[826] y para sentir los azotes con que Dios nos castiga, y los azotes de la corrección política. b | La compasión sirve de acicate a la clemencia,[827] y a | el temor despierta nuestra prudencia para conservarnos c | y gobernarnos; a | y la ambición ¿cuántas bellas acciones suscita?, ¿cuántas, la presunción? En suma, no existe ninguna virtud eminente y gallarda sin cierta agitación desordenada. ¿No será ésta una de las razones que llevó a los epicúreos a descargar a Dios de todo cuidado y preocupación por nuestros asuntos, dado que ni siquiera los efectos de su bondad pueden aplicarse a nosotros sin quebrantar su reposo por medio de las pasiones, las cuales son como los pinchazos y las incitaciones que encaminan el alma hacia las acciones virtuosas?[828] c | ¿O bien lo creyeron de otro modo, y las tomaron como tormentas que despojan deshonrosamente el alma de su tranquilidad? Vt maris tranquillitas intelligitur, nulla ne minima quidem aura fluctus commouente: sic animi quietus et placatus status cernitur, quum perturbatio nulla est qua moueri queat[829] [Así como percibimos el mar tranquilo cuando ningún aura, ni siquiera mínima, mueve las olas, vemos también el estado quieto y sereno del alma cuando ninguna pasión la agita].
a | ¡Qué diferencias de sentidos y de razón, qué contraste de imaginaciones nos muestra la variedad de nuestras pasiones! ¿Qué seguridad podemos pues sacar de una cosa tan inestable y movediza, expuesta por su condición al dominio de la turbación, c | y que jamás avanza sino con paso forzado y prestado? a | Si nuestro juicio está en manos de la enfermedad misma y de la perturbación, si se ve obligado a recibir la impresión de las cosas de la locura y de la ligereza, ¿qué seguridad podemos esperar de él?
c | ¿No hay audacia en la filosofía al estimar que los hombres producen sus acciones más grandes y más próximas a la divinidad cuando están fuera de sí y llenos de furor y de insensatez?[830] Nos volvemos mejores con la privación de la razón y su amodorramiento. Las dos vías naturales para entrar en el gabinete de los dioses y prever el curso de los destinos son el furor y el sueño.[831] Es divertido considerarlo. Gracias a la dislocación que las pasiones producen en nuestra razón, nos volvemos virtuosos; merced a su extirpación, que es procurada por el furor o por la imagen de la muerte,[832] nos volvemos profetas y adivinos. Nunca la he creído de más buena gana. Es un puro entusiasmo que la santa verdad ha inspirado en el espíritu filosófico lo que le arranca, contra su propósito, que el estado tranquilo del alma, el estado sereno, el estado más sano que la filosofía pueda lograrle, no es su mejor estado. Nuestro velar está más dormido que el dormir; nuestra sabiduría es menos sabia que la locura.[833] Nuestros sueños valen más que nuestros razonamientos. El peor sitio que podemos ocupar está en nosotros mismos. Pero ¿no piensa que pueda ocurrírsenos observar que la voz que hace al espíritu tan clarividente, tan grande, tan perfecto, cuando se ha desprendido del hombre, y tan terrenal, ignorante y tenebroso, mientras está en el hombre, es una voz que surge del espíritu radicado en el hombre terrenal,[834] ignorante y tenebroso, y, por tal motivo, una voz indigna de confianza y de creencia?[835]
a | No tengo mucha experiencia de tales vehementes agitaciones —mi temperamento es blando y pesado—, la mayoría de las cuales sorprende de repente al alma sin darle tiempo de reconocerse. Pero aquella pasión que, según se dice, la ociosidad produce en el corazón de los jóvenes,[836] aunque se encamine con tiempo y con progreso mesurado, representa de manera muy evidente, a quienes han tratado de oponerse a su embate, la fuerza de la mudanza y la alteración que sufre nuestro juicio. Alguna vez intenté hacer un esfuerzo para resistirla y doblegarla —pues, lejos de ser de los que llaman a los vicios, ni siquiera los sigo si no me arrastran—. La sentía nacer, crecer y aumentar pese a mi resistencia, y, al fin, sin dejar de verlo y de vivirlo todo, adueñarse de mí y poseerme, de suerte que, como por una embriaguez, la imagen de las cosas empezaba a parecerme otra que de costumbre. Veía cómo se agrandaban y crecían manifiestamente las ventajas del objeto de mi deseo, y cómo se extendían e hinchaban con el viento de mi imaginación. Veía cómo se volvían fáciles y allanaban las dificultades de mi empresa, cómo retrocedían mi raciocinio y mi conciencia. Pero, una vez desvanecido ese fuego, en un instante, como por la claridad de un relámpago, mi alma recuperaba otro tipo de visión, otro estado y otro juicio. Las dificultades de la retirada me parecían grandes e invencibles, y las mismas cosas poseían un sabor y un aspecto muy distintos de aquel que me había mostrado el ardor del deseo. Cuál era más verdadero, Pirrón no lo sabe. Nunca estamos libres de enfermedad. Las fiebres tienen su calor y su frío: de los efectos de una pasión ardiente pasamos a los efectos de una pasión fría. b | En la misma medida que me había avanzado, me vuelvo atrás:
Qualis ubi alterno procurrens gurgite pontus
nunc ruit ad terras, scopulisque superiacit undam,
spumeus, extremamque sinu perfundit arenam;
nunc rapidus retro atque aestu reuoluta resorbens
saxa fugit, littusque uado labente relinquit.[837]
[Como el mar, avanzando con alterno flujo, ahora se precipita a la tierra, y lanza, espumoso, sus olas por encima de las rocas, y moja en la bahía la arena más lejana, ahora retrocede rápidamente y resorbiendo enseguida los guijarros arrastrados, y deja la orilla en el reflujo].
a | Ahora bien, a partir del conocimiento de mi volubilidad, he generado accidentalmente en mí cierta firmeza de opiniones, y apenas he alterado las mías primeras y naturales. Porque, sea cual fuere la verosimilitud de la novedad, no soy dado a cambiar, por mi temor a perder con el cambio. Y puesto que no soy capaz de elegir, asumo la elección ajena y me mantengo en la posición que Dios me ha asignado. Si no lo hiciera así, no podría abstenerme de rodar incesantemente. a2 | De esta manera, me he mantenido, por la gracia de Dios, íntegro, sin agitación ni turbación de conciencia, en las antiguas creencias de nuestra religión a través de todas las sectas y divisiones que nuestro siglo ha producido. a | Los escritos de los antiguos, quiero decir los buenos escritos, ricos y sólidos, me tientan y mueven casi allí donde se les antoja. El que oigo me parece siempre el más vigoroso; encuentro que todos tienen razón, cada uno en su momento, aunque se contradigan. La facilidad que poseen los buenos espíritus para hacer de cualquier cosa algo verosímil, y el hecho de que nada es tan extraño que no intenten darle apariencia suficiente para engañar a una simplicidad como la mía, muestran con toda claridad la endeblez de su prueba.
El cielo y las estrellas se han movido durante tres mil años; todo el mundo lo había creído así hasta que[838] c | a Cleantes de Samos[839] o, según Teofrasto, Nicetas de Siracusa[840] a | se le ocurrió sostener que era la Tierra la que se movía c | por el círculo oblicuo del zodiaco, girando en torno a su eje. a | Y, en nuestros tiempos, Copérnico ha fundamentado tan bien esta doctrina, que se sirve de ella con gran precisión para todas las consecuencias astronómicas.[841] ¿Qué sacaremos de ahí sino que no debe importarnos cuál sea de las dos?[842] Y ¿quién sabe si una tercera opinión, de aquí a mil años, no derribará las dos precedentes?
Sic uoluenda aetas commutat tempora rerum:
quod fuit in pretio, fit nullo denique honore;
porro aliud succedit, et e contemptibus exit,
inque dies magis appetitur, floretque repertum
laudibus, et miro est mortales inter honore.[843]
[Así el tiempo en su giro cambia los términos de las cosas: lo que antes se apreció, carece de todo honor; otra cosa le sucede y surge de entre las cosas despreciadas, cada día es más deseada y, una vez descubierta, florece en alabanzas y cobra asombroso honor para los mortales].
Así pues, cuando se nos presenta alguna doctrina nueva, tenemos un gran motivo para desconfiar de ella, y para considerar que antes de que fuese producida, su contraria estaba en boga; y que, de la misma manera que ésta fue derribada por aquélla, podrá surgir en el futuro una tercera invención que se opondrá igualmente a la segunda. Antes de que los principios que introdujo Aristóteles gozaran de aceptación, otros principios satisfacían a la razón humana, tal como éstos nos satisfacen hoy en día. ¿Qué títulos poseen éstos, qué privilegio particular, para que el curso de nuestra invención se detenga en ellos, y para que les corresponda dominar por siempre jamás nuestra creencia? No son más inmunes al rechazo que sus antecesores.
Cuando me acucian con un nuevo argumento, tengo derecho a considerar que aquello a lo que no puedo responder, lo responderá otro. Porque creer en todas las cosas verosímiles de las que no podemos zafarnos es una gran necedad. Sucedería en ese caso que la creencia del vulgo, c | y todos somos vulgo,[844] a | sería tornadiza como una veleta. En efecto, su alma, blanda y carente de resistencia, se vería forzada a aceptar nuevas impresiones sin descanso, de suerte que la última borraría siempre la huella de la anterior.[845] El que se encuentre débil ha de responder, de acuerdo con la práctica,[846] que hablará de ello a su asesor, o remitirse a los más sabios, de quienes ha recibido su enseñanza.
¿Cuánto tiempo hace que la medicina está en el mundo? Se dice que un recién llegado, al que llaman Paracelso, cambia y derriba el entero orden de las reglas antiguas, y sostiene que hasta ahora sólo ha servido para hacer morir a los hombres.[847] Creo que demostrará sin dificultad esto último; pero someter mi vida a la prueba de su nueva experiencia, me parece que no sería muy sensato. a2 | No hay que creer a todo el mundo, dice el precepto, pues todo el mundo puede decir cualquier cosa.[848]
a | Uno de estos hombres que profesan novedades y reformas físicas me decía, no hace mucho, que era notorio que todos los antiguos se habían equivocado acerca de la naturaleza y los movimientos de los vientos, cosa que él me iba a hacer tocar clarísímamente con la mano si quería escucharle. Tras tener un poco de paciencia para oír sus argumentos, que eran muy verosímiles, le dije: «Pero, en suma, quienes navegaban según las leyes de Teofrasto ¿iban hacia Occidente cuando se dirigían hacia Oriente?, ¿iban de lado o hacia atrás?».[849] «Es la casualidad», me respondió; «de todos modos, se equivocaban». Le repliqué entonces que yo prefería seguir los hechos antes que la razón.[850] Ahora bien, son cosas que con frecuencia se oponen; y me han contado que en la geometría —que cree haber alcanzado la máxima certeza entre las ciencias— se hallan demostraciones irrebatibles que echan por tierra la verdad de la experiencia. Así, Jacques Peletier me decía en mi casa que había descubierto dos líneas que se dirigen la una hacia la otra para unirse, que él demostraba, sin embargo, que jamás podían, hasta el infinito, llegar a tocarse.[851] Y los pirrónicos no se valen de sus argumentos ni de su razón sino para arruinar aquello que muestra la experiencia; y es asombroso hasta dónde les ha seguido la docilidad de nuestra razón en el propósito de oponerse a la evidencia de los hechos. Demuestran, en efecto, que no nos movemos, que no hablamos, que no existen lo pesado o lo caliente, con la misma fuerza argumentativa con la cual demostramos las cosas más verosímiles.
Ptolomeo, que fue un gran personaje, fijó los límites de nuestro mundo. Todos los filósofos antiguos pensaron que poseían su medida, salvo algunas islas apartadas que acaso escapaban a su conocimiento. Hace mil años, poner en duda la ciencia cosmográfica y las opiniones que todo el mundo admitía al respecto, habría sido pirronizar —b | era herejía aceptar la existencia de los antípodas—.[852] a | Pues bien, en nuestro siglo acaba de descubrirse una extensión infinita de tierra firme, no una isla o una región particular, sino una parte aproximadamente igual en extensión a la que conocíamos.[853] Los geógrafos de estos tiempos no dejan de asegurar que a partir de ahora todo está descubierto y visto:
Nam quod adest praesto, placet, et pollere uidetur.[854]
[Pues lo que se tiene a mano gusta y parece imponerse].
Resta por saber si, ya que Ptolomeo se equivocó antiguamente fundándose en su razón, no será necio confiar ahora en lo que dicen éstos,[855] c | y si no es más verosímil que el gran cuerpo que llamamos el mundo sea cosa muy distinta de lo que pensamos. Platón sostiene que cambia de aspecto en todo sentido; que el cielo, las estrellas y el sol invierten a veces el movimiento que les vemos, de manera que Oriente se transforma en Occidente.[856] Los sacerdotes egipcios dijeron a Heródoto que, tras su primer rey, de lo que hacía más de once mil años —y le mostraron las efigies de todos sus reyes en estatuas hechas a partir del natural—, el sol había cambiado cuatro veces de ruta; que el mar y la tierra se mudan alternativamente el uno en el otro; que el nacimiento del mundo es indeterminado.[857] Aristóteles y Cicerón dicen lo mismo.[858] Y alguno entre nosotros asegura que, desde toda la eternidad, es mortal y renace en numerosas vicisitudes, e invoca como testigos a Salomón y a Isaías, para evitar las objeciones de que Dios haya sido alguna vez creador sin criatura, haya estado ocioso, se haya desdicho de su ociosidad actuando en esta obra, y por consiguiente se haya visto sujeto a cambio.[859] En la más famosa de las escuelas griegas, el mundo es considerado un dios hecho por otro dios más grande, y se compone de un cuerpo y de un alma situada en su centro, que se difunde mediante números musicales a su circunferencia, divino, felicísimo, grandísimo, sapientísimo, eterno. En él hay otros dioses: el mar, la tierra, los astros, que se mantienen con un armonioso y perpetuo movimiento y con una danza divina, tan pronto encontrándose como alejándose, escondiéndose como mostrándose, cambiando de rango, a veces adelante y a veces atrás.[860] Heráclito estableció que el mundo se componía de fuego, y que, por orden de los hados, cierto día debía arder y reducirse a fuego, y otro día renacer.[861] Y de los hombres, dice Apuleyo: «Sigillatim mortales, cunctim perpetui»[862] [Uno a uno son mortales, pero en conjunto son eternos]. Alejandro escribió a su madre el relato de un sacerdote egipcio extraído de sus crónicas, que atestiguaba de cierto la antigüedad de esa nación infinita e incluía el nacimiento y desarrollo de los demás países.[863] Cicerón y Diodoro dicen en su tiempo que los caldeos conservaban el registro de más de cuatrocientos mil años;[864] Aristóteles, Plinio y otros, que Zoroastro vivió seis mil años antes de la vida de Platón.[865] Platón afirma que los habitantes de la ciudad de Sais conservan memorias escritas a lo largo de ocho mil años, y que la ciudad de Atenas fue alzada mil años antes que la mencionada ciudad de Sais.[866] b | Epicuro, que al mismo tiempo que las cosas son aquí como las vemos, en otros muchos mundos son exactamente iguales y de la misma manera.[867] Cosa que habría sostenido con mayor firmeza de haber visto las similitudes y coincidencias del nuevo mundo de las Indias occidentales con el nuestro, presente y pasado, en ejemplos tan asombrosos.
c | A decir verdad, considerando lo que conocemos del curso de esta sociedad terrestre, a menudo me ha admirado ver las coincidencias que se dan, a través de una grandísima distancia espacial y temporal, en tan gran número de opiniones populares salvajes,[868] y de costumbres y creencias salvajes, y que en ningún aspecto parecen deberse a nuestra razón natural. El espíritu humano es un gran artífice de milagros.[869] Pero esta correlación tiene un no sé qué de todavía más heteroclito; se produce también en nombres y en mil cosas más. b | Se hallaron, en efecto, naciones, que jamás habían oído —por lo que sabemos— noticias nuestras, donde se aceptaba la circuncisión; donde había Estados y grandes gobiernos mantenidos por mujeres, sin hombres; donde se reproducían nuestros ayunos y nuestra cuaresma, con el añadido de la abstinencia de mujeres;[870] donde nuestras cruces se admitían en diversos modos —en un sitio honraban con ellas las sepulturas; en otro las empleaban, y sobre todo la de san Andrés, para defenderse de las visiones nocturnas y para ponerlas en los partos de los niños contra los encantamientos;[871] en otro sitio, encontraron una de madera, de gran altura, adorada como dios de la lluvia, y ésta se hallaba muy tierra adentro—.[872] Se encontró una imagen muy clara de nuestros penitentes, el uso de mitras, el celibato de los sacerdotes,[873] el arte de adivinar por medio de las entrañas de los animales sacrificados;[874] c | la abstinencia de toda suerte de carne y pescado en la alimentación, b | la costumbre, en los sacerdotes, de valerse de una lengua especial y no vulgar en los oficios;[875] y la fantasía de que el primer dios fue expulsado por un segundo, hermano menor suyo; que fueron creados con toda clase de bienes, que se les arrebataron después por su pecado, se les cambió su territorio y empeoró su condición natural; que antiguamente fueron sumergidos por una inundación de aguas celestiales, que sólo se salvaron unas cuantas familias, que se refugiaron en las altas cuevas de las montañas, cuevas que taponaron de manera que el agua no entró, tras encerrar allí dentro muchos tipos de animales; que, al darse cuenta de que la lluvia había cesado, hicieron salir a los perros, y que, como volvieron limpios y mojados, consideraron que el agua todavía no había bajado mucho; más adelante sacaron otros y, al ver que volvían enlodados, salieron a repoblar el mundo, que encontraron lleno tan sólo de serpientes.[876] Se halló en cierto lugar la creencia del día del juicio, de suerte que se ofendían extraordinariamente contra los españoles que esparcían los huesos de los muertos al excavar las riquezas de las sepulturas, diciendo que no sería fácil volver a unir los huesos separados;[877] el comercio mediante trueque y no de otro modo, ferias y mercados para tal efecto;[878] enanos y personas contrahechas como ornamento de las mesas de los príncipes;[879] el uso de la halconería de acuerdo con la naturaleza de sus aves;[880] impuestos tiránicos;[881] primores de jardinería;[882] danzas, saltos acrobáticos; música instrumental;[883] escudos de armas;[884] juegos de pelota, juego de dados y de azar en el cual con frecuencia se enardecen hasta el punto de jugarse su propia persona y su libertad;[885] una medicina que consiste tan sólo en hechizos;[886] una forma de escritura mediante figuras;[887] la creencia en un solo primer hombre, padre de todos los pueblos; la adoración de un dios que en otro tiempo vivió como hombre en perfecta virginidad, ayuno y penitencia, predicando la ley natural y ceremonias religiosas, y que desapareció del mundo sin muerte natural;[888] la creencia en los gigantes; la costumbre de embriagarse con sus bebidas y de beber a porfía; Indias, 43, 82[889] ornamentos religiosos pintados con huesos y calaveras, sobrepellices, agua bendita, hisopos;[890] esposas y sirvientes que se disputan ofrecerse para arder y ser enterrados con el marido o el amo fallecido; una ley según la cual los primogénitos heredan todo el patrimonio sin reservar parte alguna al hijo menor sino de obediencia; la costumbre de que cuando uno es promovido a determinado cargo de gran autoridad adopte un nuevo nombre y abandone el suyo; la de arrojar cal sobre la rodilla del niño recién nacido mientras se le dice: «Vienes del polvo y volverás al polvo»;[891] el arte de los augurios.
Las vanas sombras de nuestra religión que se ven en algunos de estos ejemplos atestiguan su dignidad y divinidad. No sólo se ha introducido en alguna medida en todas las naciones infieles de aquí mediante cierta imitación, sino también en éstas bárbaras, como por una inspiración común y sobrenatural. Porque se encontró también la creencia del purgatorio, pero de una forma nueva. Lo que nosotros atribuimos al fuego, ellos lo atribuyen al frío, e imaginan las almas purgadas y castigadas por el rigor de una extrema frialdad.[892] Y este ejemplo me advierte de otra graciosa diferencia, pues, así como se encontraron pueblos que gustaban de despojar el extremo de su miembro y cercenaban la piel al modo mahometano y judío, se hallaron otros que tenían tanto escrúpulo en despojarlo que, mediante unos pequeños cordones, llevaban la piel estirada y sujeta con sumo cuidado por encima, por miedo a que ese extremo viera el aire.[893]
Y también de esta diferencia: que, así como nosotros honramos a los reyes y las fiestas engalanándonos con nuestros más hermosos vestidos, en algunas regiones, para mostrar una completa desigualdad y sumisión al rey, los súbditos se presentaban ante él con sus atuendos más viles, y al entrar a palacio se ponen una vieja ropa rasgada sobre la suya buena, para que todo el brillo y el ornamento correspondan al amo. Pero sigamos.
a2 | Si la naturaleza encierra en los términos de su curso ordinario, así como todas las restantes cosas, también las creencias, los juicios y las opiniones de los hombres; si éstas tienen su revolución, su estación, su nacimiento, su muerte, como las coles; si el cielo las agita y hace rodar a su antojo, ¿qué autoridad magistral y permanente vamos a atribuirles?[894] b | Si por experiencia tocamos con la mano que la forma de nuestro ser depende del aire, del clima y del terreno donde nacemos, no sólo la tez, la talla, el temperamento y los gestos, sino también las facultades del alma[895] c | —«Et plaga coeli non solum ad robur corporum, sed etiam animorum facit» [Y cielo no sólo influye en el vigor de los cuerpos, sino también en el de las almas], dice Vegecio—;[896] y que la diosa fundadora de la ciudad de Atenas eligió para situarla una región con un clima que hiciera a los hombres prudentes, como los sacerdotes de Egipto enseñaron a Solón:[897] «Athenis tenue coelum, ex quo etiam acutiores putantur Attici; crassum Thebis, itaque pingues Thebani et ualentes»[898] [El cielo de Atenas es sutil y por eso se cree que los atenienses son más agudos; el de Tebas es pesado y por eso se cree que los tebanos son burdos y fuertes]. b | Así, tal como los frutos y los animales nacen diferentes, los hombres nacen también más o menos belicosos, justos, temperantes y dóciles. En un sitio propensos al vino, en otro, al robo o a la lujuria; en un sitio inclinados a la superstición, en otro a la incredulidad; c | en un sitio a la libertad, en otro a la esclavitud; b | capaces de una ciencia o de un arte, burdos o ingeniosos, obedientes o rebeldes, buenos o malos, según comporte la inclinación del lugar donde se asientan, y adquieren un temperamento nuevo si se les cambia de lugar, como los árboles. Ésta fue la razón por la cual Ciro no quiso conceder a los persas abandonar su áspero y montañoso país para trasladarse a otro suave y llano; c | dijo que las tierras ricas y blandas hacen a los hombres blandos, y las fértiles, los espíritus infértiles.[899] b | Si vemos que en ocasiones florece un arte, una creencia,[900] en ocasiones otra, por alguna influencia celeste, que tal siglo produce determinadas naturalezas e inclina al género humano a tal o cual carácter, que los espíritus de los hombres son a veces vigorosos y a veces magros, como los campos, ¿qué resta de todas aquellas hermosas prerrogativas de las que alardeamos? Puesto que un hombre sabio puede equivocarse, y cien hombres, y muchas naciones, e incluso la naturaleza humana se equivoca a nuestro juicio muchos siglos en esto o en aquello, ¿qué seguridad tenemos de que a veces deje de equivocarse, c | y de que en este siglo no se equivoque?
a | Me parece que, entre otras pruebas de nuestra flaqueza, no merece olvidarse ésta: que el hombre no es capaz, ni siquiera con el deseo, de encontrar lo que necesita;[901] que, no ya con la posesión, sino ni siquiera con la imaginación y el deseo, no podemos ponernos de acuerdo en qué precisamos para darnos por satisfechos. Dejemos que nuestro pensamiento corte y cosa a su antojo: no podrá siquiera desear lo que le pertenece, c | ni satisfacerse:
b | quid enim ratione timemus
aut cupimus? quid tam dextro pede concipis, ut te
conatus non peniteat uotique peracti?[902]
[¿qué es, en efecto, lo que tememos o deseamos con razón?, ¿qué concibes con tan buenos auspicios que no te arrepientas del esfuerzo y del deseo una vez cumplido?].
a | Por ello,[903] c | Sócrates sólo pedía a los dioses que le concedieran aquello que sabían que le resultaría saludable.[904] Y la oración de los lacedemonios, tanto la pública como la privada, decía simplemente que les otorgaran cosas buenas y hermosas, dejando a la discreción de la potencia suprema[905] su elección y selección:[906]
b | Coniugium petimus partumque uxoris; at illi
notum quipueri qualisque futura sit uxor.[907]
[Pedimos un matrimonio y que la mujer nos dé hijos;
pero Él sabe cómo serán los hijos y cómo será la esposa].
a | Y el cristiano suplica a Dios que se haga su voluntad[908] para no incurrir en el inconveniente que los poetas imaginan del rey Midas.[909] Pidió a los dioses que cuanto tocara se convirtiera en oro. Su plegaria fue satisfecha: su vino fue oro, su pan oro, y la pluma de su lecho, y de oro fue su camisa y su vestido, de manera que se encontró abrumado por la satisfacción de su deseo, y gratificado con un beneficio insoportable. Tuvo que deshacer sus plegarias:
Attonitus nouitate mali, diuesque miserque,
effugere optat opes, et quae modo uouerat, odit.[910]
[Aturdido por un mal tan nuevo, rico y pobre a la vez,
desea huir de la riqueza, y aborrece lo que antes deseaba].
b | Hablemos de mí mismo. Cuando era joven, le pedía a la fortuna, más que cualquier otra cosa, la orden de Saint-Michel, pues entonces era el supremo signo de honor de la nobleza francesa, y muy raro.[911] Me la ha concedido de una manera divertida. En lugar de encumbrarme y alzarme de mi sitio para llegar hasta ella, me ha tratado mucho más graciosamente: la ha descendido y rebajado hasta mis espaldas, y más abajo. c | Cleobis y Bitón, Trofonio y Agamedes pidieron, los primeros a su diosa, los otros a su dios, un premio digno de su piedad. Obtuvieron como don la muerte.[912] Hasta este extremo difieren las opiniones celestes sobre lo que necesitamos y las nuestras. a | Dios podría otorgarnos riquezas, honores, y aun vida y salud, a veces en perjuicio nuestro, porque lo que nos complace no siempre nos resulta saludable. Si en lugar de la curación nos envía la muerte o el agravamiento de nuestros males —Virga tua et baculus tuus ipsa me consolata sunt[913] [Incluso tu vara y tu bastón me han consolado]—, lo hace por las razones de su providencia, que mira con mucha mayor certeza lo que nos corresponde de lo que nosotros podemos hacerlo; y debemos aceptarlo de buen grado, como algo que proviene de una mano muy sabia y muy amiga:
si consilium uis
permittes ipsis expendere numinibus, quid
conveniat nobis, rebusque sit utile nostris:
carior est illis homo quam sibi.[914]
[si quieres un consejo, permite que los mismos dioses sopesen lo que nos convenga, lo que sirva a nuestros intereses; el hombre es más amado por ellos que por sí mismo].
Porque pedirles honores, cargos, es pedirles que te arrojen a una batalla o al juego de los dados o a cualquier cosa semejante cuya salida desconoces, y cuyo fruto te resulta dudoso.[915]
a | No hay otra pugna tan violenta y acerba entre los filósofos como la que se entabla en torno a la cuestión del bien supremo del hombre. c | De ella, según el cálculo de Varrón, nacieron doscientas ochenta escuelas.[916] Qui autem de summo bono dissentit, de tota philosophiae ratione disputat[917] [En efecto, quien discrepa sobre el bien supremo, discute sobre todo el sistema de la filosofía].
a | Tres mihi conuiuae propre dissentire uidentur,
poscentes uario multum diuersa palato:
quid dem? quid non dem? Renuis tu quod iubet alter;
quod petis, id sane est inuisum acidumque duobus.[918]
[Me parecen como tres comensales en desacuerdo, que piden cosas muy diversas para paladares distintos: ¿qué servir?, ¿qué no servir? Tú rechazas lo que otro ordena; lo que pides es odioso y agrio para los otros dos].
La naturaleza debería responder así a sus disputas y a sus debates. Unos dicen que nuestro bienestar reside en la virtud, otros en el placer, otros en la conformidad con la naturaleza, algunos en la ciencia, c | algunos en no sufrir dolor alguno, a | otros en no dejarse llevar por las apariencias —y a esta fantasía parece asemejarse aquella otra b | del antiguo Pitágoras:[919]
a | Nil admirari propre res est una, Numaci,
solaque quae possit facere et seruare beatum,[920]
[No admirarse de nada es casi la única y sola cosa,
Numacio, que puede dar y mantener la felicidad],
que es el fin de la escuela pirrónica—. c | Aristóteles atribuye a la magnanimidad no admirarse de nada.[921] Y decía Arcesilao que las suspensiones y el estado recto e inflexible del juicio son los bienes, pero los acuerdos y las adhesiones son los vicios y males. Es verdad que, al establecer esto como axioma cierto, se apartaba del pirronismo.[922] Cuando los pirrónicos dicen que el bien supremo es la ataraxia, esto es, la inmutabilidad del juicio, no pretenden decirlo de manera afirmativa; pero el mismo movimiento del alma que los lleva a evitar los precipicios y a resguardarse de la intemperie, les presenta también esta fantasía y les hace rehusar cualquier otra.
b | ¡Cómo deseo que, durante mi vida, algún otro o Justo Lipsio, el hombre más docto que nos resta, de espíritu muy culto y juicioso, en verdad hermano de mi Turnèbe,[923] tenga la voluntad y la salud, y el reposo suficiente, para compilar en un registro, según sus divisiones y clases, íntegra y meticulosamente, hasta donde alcance nuestra vista, las opiniones de la antigua filosofía a propósito de nuestro ser y nuestro comportamiento, sus controversias, el crédito y la continuidad de las escuelas, la aplicación con que autores y seguidores ajustaron su vida a sus preceptos en los acontecimientos memorables y ejemplares! ¡Qué hermosa y útil obra sería!
a | A fin de cuentas, si sacamos de nosotros mismos la regla de nuestro comportamiento, ¡en qué confusión caemos! En efecto, la razón nos aconseja como lo más verosímil para todos en general obedecer las leyes del propio país, b | tal como opina Sócrates, inspirado, dice, por un consejo divino.[924] a | Y ¿qué pretende decir con eso sino que la única regla de nuestro deber es fortuita? La verdad ha de tener un rostro idéntico y universal. Si la rectitud y la justicia que conoce el hombre tuviesen cuerpo y verdadera realidad, no las sujetaría a la condición de las costumbres de esta o aquella región; la virtud no tomaría su forma de la fantasía de los persas o los indios. Nada está sometido a una agitación más continua que las leyes. Desde que nací, he visto cambiar tres o cuatro veces las de los ingleses, nuestros vecinos, no sólo en materia política, a la cual se pretende dispensar de constancia, sino en el asunto más importante que pueda existir, a saber, en la religión.[925] Es algo que me avergüenza e indigna, mucho más porque se trata de una nación con la cual, en otros tiempos, los de mi región se relacionaron tan estrechamente que en mi casa quedan todavía algunas huellas de nuestro antiguo parentesco.[926] c | Y, aquí entre nosotros, he visto cómo aquello que era merecedor de pena capital, devenía legítimo;[927] y quienes consideramos otras cosas como tales, nos arriesgamos, habida cuenta la incertidumbre de la fortuna guerrera, a ser algún día criminales de lesa majestad humana y divina, si nuestra justicia cae a merced de la injusticia y, con unos pocos años de dominio, asume una realidad contraria.
¿Cómo podía ese dios antiguo acusar con más claridad en el conocimiento humano la ignorancia del ser divino, y enseñar a los hombres que su religión[928] no era otra cosa que un elemento inventado por ellos, adecuado para unir su sociedad, que declarando, como lo hizo, a quienes buscaban la instrucción de su trípode, que el verdadero culto para cada cual era aquel que encontraba observado por la costumbre del lugar donde estaba?[929] ¡Oh Dios!, ¡hasta qué punto hemos de estarle agradecidos a la benignidad de nuestro supremo creador por haber emancipado nuestra creencia de estas errabundas y arbitrarias devociones, y haberla puesto sobre la eterna base de su santa palabra![930]
a | ¿Qué nos dirá, pues, la filosofía en esta necesidad? ¿Que sigamos las leyes de nuestro país, es decir, el fluctuante mar de las opiniones de un pueblo o un príncipe, que me pintarán la justicia con tantos colores y la reformarán en tantos aspectos como cambios de pasión se den en ellos? No puedo tener un juicio tan flexible. ¿Qué bondad es esa que ayer veía reconocida, y mañana ya no, c | y que la travesía de un río convierte en crimen? ¿Qué verdad es la que limitan estas montañas, la que es mentira en el mundo que hay al otro lado?[931] a | Pero son graciosos cuando, para otorgar alguna certidumbre a las leyes, dicen que hay algunas que son firmes, perpetuas e inmutables, a las que llaman naturales, que están impresas en el género humano por la condición de su propia esencia. Y, de éstas, unos dicen que hay tres, otros cuatro, algunos más, otros menos —señal de que se trata de una marca tan dudosa como el resto—. Ahora bien, son tan desafortunados —pues ¿cómo puedo llamar sino falta de fortuna a que entre un número tan infinito de leyes no se encuentre al menos una a la cual la fortuna c | y la veleidad de la suerte a | permitan que sea aprobada universalmente por el acuerdo de todas las naciones?—; son, digo, tan desdichados que, de esas tres o cuatro leyes elegidas, no hay ni una sola que no se vea contradicha y desautorizada no por una nación sino por muchas. Pero la aprobación universal es el único título verosímil por el cual podrían argumentar que algunas leyes son naturales. Pues si la naturaleza nos hubiera verdaderamente prescrito alguna cosa, sin duda la secundaríamos con general acuerdo. Y no sólo toda nación, sino todo hombre particular experimentaría la fuerza y la violencia que le produciría quien pretendiera empujarle en sentido contrario a esa ley. Que me enseñen, para verla, una de esta condición. Protágoras y Aristón no atribuían otra esencia a la justicia de las leyes que la autoridad y la opinión del legislador; y decían que, eso aparte, lo bueno y lo honesto perdían sus cualidades y se reducían a vanos nombres de cosas indiferentes.[932] Trasímaco opina, en Platón, que no existe otro derecho que la conveniencia del superior.[933] En nada es tan diverso el mundo como en costumbres y leyes. Lo que aquí es abominable, en otro sitio otorga prestigio, como en Lacedemonia la destreza para robar.[934] Entre nosotros los matrimonios entre parientes cercanos están prohibidos con la pena capital; en otras partes, son honorables:
gentes esse feruntur
in quibus et nato genitrix, et nata parenti
iungitur, et pietas geminato crescit amore.[935]
[se dice que hay naciones donde la madre se une al hijo, y la hija al padre, y donde la piedad aumenta con este amor redoblado].
Matar a los hijos, matar a los padres, compartir las mujeres, comerciar con cosas robadas, dar vía libre a toda suerte de placeres, nada en suma es tan extremo que no sea aprobado por la costumbre de alguna nación.[936]
b | Es creíble que existan leyes naturales, como se ve en las demás criaturas. Pero en nosotros se han perdido. La bonita razón humana se injiere por todas partes para dominar y mandar, revuelve y confunde el rostro de las cosas según su vanidad e inconstancia. c | Nihil itaque amplius nostrum est: quod nostrum dico, artis est[937] [Así pues, nada más grande es nuestro: lo que llamo nuestro es el arte].
a | Los asuntos tienen[938] aspectos diversos y consideraciones diversas. De ahí principalmente se genera la variedad de opiniones. Una nación mira un asunto por un lado, y se detiene en él; otra, por otro. Nada puede imaginarse tan horrible como devorar al propio padre. Los pueblos que tenían antiguamente esta costumbre la consideraban sin embargo una prueba de piedad y buenos sentimientos. Pretendían con ella brindar a sus progenitores la más digna y honorable sepultura, alojando en sí mismos y como en sus tuétanos los cuerpos de sus padres y sus restos, vivificándolos en cierta manera y regenerándolos al transmutarlos en su carne viva por medio de la digestión y el alimento.[939] Es fácil darse cuenta de la crueldad y abominación que habría supuesto, para hombres impregnados e imbuidos en esta superstición, arrojar el cadáver de sus padres a la corrupción de la tierra y al alimento de animales y gusanos.
Licurgo tuvo en cuenta, en el robo, la vivacidad, diligencia, audacia y destreza que hay en coger por sorpresa alguna cosa del vecino, y la utilidad que obtiene el pueblo: que todos ponen más cuidado en la conservación de sus pertenencias; y estimó que de esa doble enseñanza, atacante y defensiva, se sacaba un fruto para la formación militar —que era la principal ciencia y virtud en la que pretendía instruir a esa nación—, más a tener en cuenta que el desorden y la injusticia de aprovecharse de las cosas ajenas.
El tirano Dionisio ofreció a Platón un vestido al estilo persa, largo, damasquino y perfumado; Platón lo rehusó diciendo que, puesto que había nacido varón, no se vestiría de buen grado con ropa de mujer. Pero Aristipo lo aceptó dando como respuesta que ningún atavío podía corromper un ánimo casto.[940] c | Sus amigos le recriminaron su cobardía por tomarse poco a pecho que Dionisio le hubiera escupido en la cara: «Los pescadores», dijo, «soportan que las olas del mar les mojen de la cabeza a los pies para atrapar un gobio».[941] Diógenes, que estaba limpiando sus coles, le dijo al verle pasar: «Si fueras capaz de vivir de coles, no harías la corte a un tirano». Aristipo le replicó: «Si fueras capaz de vivir entre los hombres, no lavarías coles».[942] a | Vemos así cómo la razón confiere plausibilidad a hechos distintos. b | Es un tarro con dos asas, que se puede coger por la izquierda y por la derecha:
bellum, o terra hospita, portas;
bello armantur equi, bellum haec armenta minantur.
Sed tamen iidem olim curru succedere sueti
quadrupedes, et frena iugo concordia ferre;
spes est pacis.[943]
[la guerra, oh tierra hospitalaria, nos traes; por la guerra son armados tus caballos, estas manadas nos amenazan con la guerra. Con todo, estos mismos cuadrúpedos están hace tiempo habituados a engancharse a un carro, y a llevar con el yugo bridas concordes; hay esperanza de paz].
c | Le predicaban a Solón que no derramara lágrimas impotentes e inútiles por la muerte de su hijo: «Por eso», dijo, «las derramo con mucha mayor justicia, porque son inútiles e impotentes».[944] La mujer de Sócrates redoblaba su dolor portal circunstancia: «¡Oh, qué injustamente le hacen morir estos malvados jueces!». «Así pues, ¿preferirías que fuese justamente?», le replicó él.[945] a | Llevamos[946] las orejas perforadas; los griegos lo tenían por signo de esclavitud. Nos ocultamos para gozar de nuestras mujeres, los indios lo hacen en público. Los escitas inmolaban a los extranjeros en sus templos; en otros sitios, los templos sirven como lugares de asilo:[947]
b | Inde furor uulgi, quod numina uicinorum
odit quisque locus, cum solos credat habendos
esse deos quos ipse colit.[948]
[El furor del vulgo nace de que cada país odia a las divinidades de sus vecinos, pues cree que sólo han de considerarse dioses aquellos que él mismo adora].
a | He oído hablar de un juez que, allí donde encontraba un conflicto difícil entre Bartolo y Baldo,[949] y alguna materia agitada por muchas contradicciones, ponía al margen de su libro: «Cuestión para el amigo», es decir, que la verdad estaba tan enmarañada y era tan debatida que en una causa así podía favorecer la parte que se le antojara. Sólo por falta de ingenio y destreza no ponía en todos sitios: «Cuestión para el amigo». Los abogados y los jueces de nuestro tiempo encuentran en todas las causas suficientes aspectos para acomodarlas a su antojo. En una ciencia tan infinita, que depende de la autoridad de tantas opiniones y de un objeto tan arbitrario, es imposible que no surja una extrema confusión de juicios. Además, apenas hay un proceso tan claro que en él las opiniones no sean diversas. Lo que una asamblea ha juzgado, otra lo juzga al contrario, y ella misma al contrario en otra ocasión. De lo cual vemos ejemplos comunes por la licencia, que empaña de manera extraordinaria la autoridad ceremonial y el lustre de nuestra justicia, de no detenerse en las sentencias y correr de unos jueces a otros para decidir sobre la misma causa.
En cuanto a la libertad de las opiniones filosóficas con respecto al vicio y a la virtud, es cosa en la cual no es preciso extenderse, y en la cual hay muchos pareceres que están mejor callados que publicados c | entre los espíritus débiles. b | Arcesilao decía que en la lujuria no importaba por qué lado c | ni por dónde b | se hacía.[950] c | Et obscoenas uoluptates, si natura requirit, non genere, aut loco, aut ordine, sed forma, aetate, figura metiendas Epicurus putat[951] [Y en cuanto a los placeres obscenos, si la naturaleza los requiere, Epicuro piensa que no hay que medirlos ni por la estirpe, ni por la posición, ni por el rango, sino por la forma, la edad y la figura]. Ne amores quidem sanctos a sapiente alienos esse arbitrantur[952] [Y consideran que los amores santos no son ajenos al sabio]. Quaeramus ad quam usque aetatem iuuenes amandi sint[953] [Indaguemos hasta qué edad debe amarse a los jóvenes]. Estos últimos pasajes estoicos y, sobre el mismo tema, el reproche de Dicearco a Platón mismo, muestran cuántas licencias alejadas del uso común y excesivas tolera la más sana filosofía.[954]
a | Las leyes adquieren su autoridad del dominio y el uso; es peligroso hacerlas remontar a su nacimiento: se engrasan y ennoblecen a medida que avanzan, como nuestros ríos. Si las sigues hacia arriba hasta la fuente, no hay más que un pequeño manantial de agua apenas reconocible, que se enorgullece y fortifica al envejecer. Observa las antiguas consideraciones que dieron el primer impulso a este famoso torrente, lleno de dignidad, horror y reverencia: te parecerán tan ligeras y delicadas que no es extraño que esta gente que todo lo sopesa y refiere a la razón, y que nada admite por autoridad y crédito, tenga con frecuencia sus juicios muy alejados de los juicios públicos. No es extraño que una gente que asume como modelo la primera imagen de la naturaleza se desvíe, en la mayoría de sus opiniones, de la vía común. Así, por ejemplo, pocos entre ellos habrían aprobado las condiciones forzadas de nuestros matrimonios; c | y la mayoría han querido que las mujeres sean comunes y sin obligación. a | Rehusaban nuestras ceremonias.[955] Crisipo decía que un filósofo dará una docena de volteretas en público, incluso sin pantalones, por una docena de aceitunas.[956] Difícilmente habría aconsejado a Clístenes que rehusara la bella Agarista, su hija, a Hipoclides por haberle visto hacer el pino sobre una mesa.[957] Metrocles dejó ir un poco indiscretamente un pedo mientras disputaba ante su escuela, y permaneció en su casa, escondido por la vergüenza, hasta que Crates le fue a visitar. Éste, añadiendo a sus consuelos y razones el ejemplo de su libertad, empezó a competir con él a tirarse pedos, de suerte que le libró de tal escrúpulo, y además le atrajo a su escuela estoica, más libre, desde la escuela peripatética, más civil, de la cual había sido hasta entonces adepto.[958]
Eso que llamamos honestidad,[959] no osar hacer al descubierto lo que nos resulta honesto hacer a escondidas, ellos lo llamaban necedad; y dárselas de fino callando y repudiando lo que la naturaleza, la costumbre y nuestro deseo publican y proclaman de nuestras acciones, lo consideraban vicio. Y les parecía que era trastornar los misterios de Venus sacarlos del apartado santuario de su templo para exponerlos a la vista del pueblo, y que sacar sus juegos de detrás del cortinaje era echarlos a perder[960] —la vergüenza es una cosa relevante; el ocultamiento, la reserva, la circunscripción, son partes de la estimación—; que el placer instaba muy ingeniosamente, bajo la máscara de la virtud, a no ser prostituido en medio de las encrucijadas, pisoteado por los píes y las miradas del pueblo, echando en falta la dignidad y comodidad de sus gabinetes acostumbrados. Por eso, a | dicen algunos, suprimir los burdeles públicos no sólo es difundir por todas partes la lascivia que estaba asignada a ese lugar, sino también azuzar a los hombres vagabundos y ociosos a este vicio de la mano de la dificultad:[961]
Moechus es Aufidiae, quiuir, Coruine, fuisti;
riualis fuerat qui tuus, ille uir est.
Cur aliena placet tibi, quae tua non placet uxor?
Nunquid securus non potes arrigere?[962]
[Tú eres, Corvino, el amante de Aufidia, de la que fuiste marido. Quien fue tu rival es el marido. ¿Por qué te gusta, esposa de otro, la que no te gusta cuando lo es tuya? ¿Acaso con la seguridad no puedes excitarte?].
Esta experiencia se diversifica en mil ejemplos:
Nullus in urbe fuit tota qui tangere uellet
uxorem gratis, Caeciliane, tuam,
dum licuit; sed nunc, positis custodibus, ingens
turba fututorum est. Ingeniosus homo es.[963]
[Nadie en toda la ciudad quiso tocar a tu mujer gratis, Ceciliano, mientras fue lícito; pero ahora que está bajo custodia hay una ingente turba de amantes. Eres un hombre ingenioso].
Le preguntaron a un filósofo, al que sorprendieron en plena tarea, qué hacía. Respondió con toda frialdad: «Planto un hombre»,[964] sin sonrojarse más por ser encontrado así que si le hubiesen hallado plantando ajos.[965] c | Un magno y religioso autor, me parece que con una opinión[966] tierna y respetuosa, considera tal acción tan necesariamente obligada al ocultamiento y a la vergüenza que no puede convencerse de que, en la licencia de los abrazos cínicos, el acto llegara a consumarse. Cree, por el contrario, que se limitaba tan sólo a representar movimientos lascivos para mantener la impudicia profesada por su escuela; y que, para culminar aquello que la vergüenza había constreñido y retirado, después tenían todavía necesidad de buscar la sombra.[967] No había visto bastante lejos en su desenfreno. Porque Diógenes, masturbándose en público, hacía votos ante el pueblo presente por poder también llenarse el vientre frotándolo.[968] A quienes le preguntaron por qué no buscaba un sitio más cómodo para comer que en plena calle, les respondió: «Tengo hambre en plena calle».[969] Las mujeres filósofas, que se unían a su escuela, se unían también a su persona en cualquier lugar, sin discreción; e Hiparquia no fue admitida como acompañante de Crates sino con la condición de seguir en todo los usos y costumbres de su regla.[970] Estos filósofos concedían sumo valor a la virtud y rehusaban cualquier otra enseñanza que no fuese la moral. Sin embargo, atribuían, en todas las acciones, la autoridad suprema a la decisión de su sabio y por encima de las leyes. Y no les prescribían otro freno a los placeres a | que la moderación y la preservación de la libertad ajena.[971]
Heráclito y Protágoras, por cuanto el vino le parece amargo al enfermo y agradable al sano, el remo torcido dentro del agua y recto a quienes lo ven fuera, y por similares apariencias contrarias que se encuentran en los objetos, argumentaron que todos los objetos tenían en sí mismos las causas de tales apariencias; y que había en el vino cierto amargor que se representaba en el gusto del enfermo, en el remo cierta cualidad curva que se representaba en quien lo mira dentro del agua. Y así todo lo demás. Es tanto como decir que todo está en todas las cosas, y por consiguiente nada en ninguna, pues nada es allí donde todo es.[972]
Esta opinión me recuerda nuestra experiencia de que no hay ningún sentido, ni aspecto, recto, amargo, dulce o torcido, que el espíritu humano no encuentre en aquellos escritos en los que se dedica a hurgar. En la palabra más limpia, pura y perfecta que pueda existir,[973] ¿cuánta falsedad y mentira han hecho nacer?, ¿qué herejía no ha hallado en ella fundamentos suficientes y testimonios para iniciarse y para mantenerse? Por eso los autores de tales errores no quieren apartarse jamás de esta prueba, del testimonio de la interpretación de las palabras. Un digno personaje, queriéndome aprobar por autoridad la búsqueda de la piedra filosofal en la que está completamente inmerso, me alegó hace poco cinco o seis pasajes de la Biblia en los que decía haberse primeramente fundado en descargo de su conciencia —porque es eclesiástico de profesión—; y en verdad la invención no sólo era amena, sino que además se acomodaba con gran propiedad a la defensa de esta bonita ciencia.[974]
Ésta es la vía por la cual las fábulas adivinatorias cobran crédito.[975] No hay adivino al que, si tiene la autoridad de que nos dignemos hojearlo e indagar minuciosamente todos los pliegues y aspectos de sus palabras, no se le haga decir lo que se nos antoje, como a las sibilas.[976] Son tan numerosos los medios de interpretación que difícilmente, del derecho o de través, un espíritu ingenioso dejará de encontrar en cualquier objeto cierto aire que le sea útil para su asunto. c | Se explica así que el empleo del estilo nebuloso y dudoso sea tan frecuente y antiguo. Si un autor logra atraer y ocupar en él a la posteridad —cosa que puede obtener no sólo la valía, sino, tanto o más, el favor fortuito de la materia—, si además se presenta, por necedad o por astucia, con cierta oscuridad y variación, ¡que no se preocupe! Un gran número de espíritus, pasándolo por el cedazo y sacudiéndolo, expresarán gran cantidad de formas acordes a la suya, o al margen o al contrario de ella, que le harán todas honor. Se verá enriquecido por los recursos de sus discípulos, como los maestros del Lendit.[977]
a | Esto es lo que ha dado valor a muchas naderías, lo que ha dado crédito a numerosos escritos, y los ha cargado al gusto de cada cual de toda suerte de materias. Una misma cosa ha recibido millares, y todas las que se nos antojen, de imágenes y consideraciones distintas.[978] c | ¿Es posible que Homero quisiera decir todo aquello que le han hecho decir?, ¿y que se prestara a tantas y tan variadas figuras que teólogos, legisladores, capitanes, filósofos, toda suerte de gente que se ocupa de las ciencias, por muy variada y contrariamente que se ocupen de ellas, se apoyen en él, se remitan a él —maestro general de todos los oficios, obras y artesanos; consejero general para todos los intentos? a | Cualquiera que ha necesitado oráculos y predicciones, en él los ha encontrado para su causa. Asombra qué hallazgos y cuán admirables un docto personaje y amigo mío hace surgir de él en favor de nuestra religión; y le cuesta apartarse de la opinión de que no sea ése el propósito de Homero —sin embargo, este autor le es tan familiar como a nadie más en nuestra época—.[979] c | Y lo que él encuentra en favor de la nuestra, muchos antiguamente lo habían encontrado en favor de las suyas. Ved cómo se trasiega y agita a Platón. Todos ellos, mientras se honran de aplicarlo a sí mismos, lo inclinan del lado que quieren. Lo pasean y lo insertan en todas las nuevas opiniones que acoge el mundo; y lo hacen diferente de sí mismo según el diferente curso de las cosas. Se hace que su juicio desautorice las costumbres lícitas de su época porque en la nuestra son ilícitas.[980] Todo ello de manera viva y poderosa, tanto como es poderoso y vivo el espíritu del intérprete.
a | A partir del mismo fundamento que tenía Heráclito, y de su sentencia de que todas las cosas poseían en sí mismas los aspectos que se les encontraban, Demócrito infería una conclusión del todo contraria: que los objetos no poseían nada en absoluto de lo que encontrábamos en ellos; y del hecho que la miel era dulce para uno y amarga para otro infería que no era ni dulce ni amarga.[981] Los pirrónicos dirían que ignoran si es dulce o amarga, o ni una cosa ni la otra, o ambas cosas.[982] Porque éstos alcanzan siempre el grado máximo de la duda. c | Los cirenaicos sostenían que nada era perceptible exteriormente, y que sólo podía percibirse aquello que nos afectaba mediante un contacto interior, como el dolor y el placer, de modo que no reconocíamos ni el sonido ni el color, sino sólo ciertas impresiones que nos llegaban de ellos;[983] y que el hombre no tenía otra sede para su criterio. Protágoras consideraba que era verdadero para cada cual lo que a cada cual le parecía. Los epicúreos ponen todo criterio en los sentidos, y en el conocimiento de las cosas y en el placer. Platón quiso que el criterio acerca de la verdad, y la verdad misma, estuviesen apartados de las opiniones y de los sentidos, perteneciesen al espíritu y al pensamiento.[984]
a | Este asunto me ha llevado a la consideración de los sentidos, en los cuales reside el mayor fundamento y prueba de nuestra ignorancia. Todo lo que se conoce, se conoce sin duda mediante la facultad del que conoce.[985] En efecto, dado que el juicio procede del acto del que juzga, es razonable que lleve a cabo este acto con sus medios y voluntad, no por constricción ajena, como sucedería si conociéramos las cosas por la fuerza y según la ley de su propia esencia.[986] Ahora bien, todo conocimiento se encauza en nosotros a través de los sentidos; son nuestros maestros:
b | uia qua munita fidei
proxima fert humanum in pectus templaque mentis.[987]
[la vía segura por la cual la persuasión penetra directamente
hasta el corazón de los hombres y los santuarios de su mente].
a | La ciencia empieza por ellos y se resuelve en ellos. Después de todo, no sabríamos más que una piedra si no supiésemos que hay sonido, olor, luz, sabor, medida, peso, blandura, dureza, aspereza, color, brillo, anchura, profundidad. Aquí están la base y los principios del entero edificio de nuestra ciencia.[988] c | Y, según algunos, la ciencia no es otra cosa que sensación.[989] a | Quien pueda empujarme a contradecir los sentidos, me tiene cogido por el cuello, no podría hacerme retroceder más. Los sentidos son el inicio y el fin del conocimiento humano:
Inuenies primis ab sensibus esse creatam
notitiam ueri, neque sensus posse refelli.
Quid maiore fide porro quam sensus haberi debet?[990]
[Descubrirás que el conocimiento de la verdad es producido en primer lugar por los sentidos, y que los sentidos no pueden ser refutados. ¿A qué se debe considerar más fidedigno que a los sentidos?].
Aunque les atribuyamos lo menos posible, habrá que concederles aun así que toda nuestra instrucción se encauza a través de ellos y por medio suyo. Dice Cicerón que Crisipo que intentó rebajar la fuerza y el valor de los sentidos, se presentó a sí mismo argumentos contrarios y objeciones tan vehementes que no pudo darles respuesta.[991] A este respecto, Carnéades, que defendía la opción contraria, se jactaba de servirse de las armas mismas y de las palabras de Crisipo para oponérsele, y por eso exclamaba contra él: «¡Oh, desdichado, tu fuerza te ha perdido!».[992] A nuestro parecer, no hay absurdo más extremo que defender que el fuego no calienta, que la luz no ilumina, que el hierro carece de pesadez y de dureza —son conocimientos que nos brindan los sentidos—, ni hay creencia o ciencia en el hombre que pueda compararse a ésta en cuanto a certeza.
Mi primera consideración a propósito de los sentidos es poner en duda que el hombre esté provisto de todos los sentidos naturales.[993] Veo muchos animales, unos sin vista, otros sin oído, que viven una vida completa y perfecta. ¿Quién sabe si también a nosotros nos faltan todavía uno, dos, tres o muchos otros sentidos? Porque si falta alguno, nuestra razón no puede descubrir su ausencia. Es el privilegio de los sentidos ser el límite extremo de nuestra percepción. Nada hay de ellos que podamos utilizar para descubrirlos; ni siquiera un sentido puede descubrir otro:
b | An poterunt oculos aures reprehendere, an aures
tactus, an hunc porro tactum sapor arguet oris,
an confutabunt nares, oculiue reuincent?[994]
[¿Acaso los oídos podrán recriminar a los ojos, o el tacto a los oídos, o bien el gusto podrá confundir al tacto, o lo refutará el olfato, o se impondrán los ojos?].
a | Constituyen todos ellos el término último de nuestra capacidad:
seorsum cuique potestas
diuisa est, sua uis cuique est.[995]
[cada uno tiene su propio dominio, cada uno tiene su fuerza particular].
Es imposible hacer entender a un ciego de nacimiento que no ve, imposible hacerle desear la vista y echarla de menos. Por lo tanto, no debe infundirnos confianza alguna que nuestra alma esté contenta y satisfecha con los que poseemos, ya que en esto no es capaz de sentir su enfermedad ni su imperfección si la tiene. Es imposible decirle nada al ciego, por vía de razonamiento, argumento o comparación, que introduzca en su imaginación idea alguna de luz, color y visión.[996] Nada hay más atrás que pueda hacer manifiesto el sentido. Aquellos ciegos de nacimiento que tienen deseo de ver, no lo tienen porque entiendan lo que piden. Han aprendido de nosotros que les falta algo, que han de ansiar algo que está en nosotros, c | a lo cual llaman bien, así como a sus efectos y consecuencias. a | Pero, aun así, no saben de qué se trata, no lo conciben ni de cerca ni de lejos.
He conocido a un gentilhombre de buena familia, ciego de nacimiento, al menos ciego desde una edad tal que no sabe qué es la visión.[997] Entiende tan escasamente lo que le falta que usa y emplea como nosotros palabras propias de la visión y las aplica de un modo muy suyo y particular. Le presentaban a un niño del que era padrino; lo cogió entre sus brazos y dijo: «¡Dios mío, qué niño más guapo!, ¡qué maravilla verlo!, ¡qué cara más alegre!». Dirá como cualquiera de nosotros: «Esta sala tiene una hermosa vista, el día está claro, hace un sol magnífico». Hay más. Como nosotros, en efecto, practicamos la caza, la pelota, el tiro, y él lo ha oído contar, se aficiona y dedica a estos ejercicios, y cree tomar tanta parte en ellos como nosotros; se enardece y disfruta, y sin embargo sólo los conoce de oídas. Le gritan que se ve una liebre cuando está en una buena explanada donde puede espolear el caballo; y después le dicen también que la ha cogido. Y ahí está, tan orgulloso de su captura como oye decir que lo están los demás. La pelota, la coge con la mano izquierda y la impulsa con la raqueta; con el arcabuz dispara al azar, y se da por satisfecho con que sus criados le digan que ha tirado alto o desviado.
¿Sabemos acaso si el género humano comete la misma necedad, a falta de algún sentido, y si, debido a esta carencia, se nos oculta la mayor parte del semblante de las cosas? ¿Sabemos acaso si las dificultades que hallamos en numerosas obras de la naturaleza tienen este origen?, ¿y si muchas acciones de los animales que exceden nuestra capacidad son producidas por la facultad de algún sentido del que carecemos?, ¿y si algunos de ellos poseen una vida más plena y completa que la nuestra gracias a esto? Captamos la manzana casi con todos nuestros sentidos; encontramos en ella el color rojo, la tersura, la fragancia y el sabor dulce. Además, puede tener otras cualidades, como la de desecar o restriñir, con las que no pueda relacionarse ninguno de nuestros sentidos.[998] ¿No es verosímil que haya en la naturaleza facultades sensitivas aptas para juzgar y percibir las propiedades que llamamos ocultas en muchas cosas, como en el imán la de atraer el hierro, y que la carencia de estas facultades comporte nuestra ignorancia de la verdadera esencia de tales cosas? Es quizá cierto sentido particular el que descubre a los gallos la hora de la mañana y de la medianoche, y los incita a cantar; c | el que enseña a las gallinas, antes de toda práctica y experiencia, a temer al gavilán, y no a la oca ni al pavo, animales más grandes; el que advierte a los polluelos de la hostilidad que les profesa el gato, y a no recelar del perro;[999] a protegerse ante el maullido, voz en cierta manera halagadora, y no ante el ladrido, voz violenta y pendenciera. A los abejones, a las hormigas y a las ratas, a elegir el mejor queso y la mejor pera antes de haberlos probado. Y a | el que dirige al ciervo, c | al elefante y a la serpiente a | al conocimiento de cierta hierba buena para curarse.[1000] No hay sentido que no tenga un gran dominio y que no aporte por su medio un número infinito de conocimientos. Si careciésemos de la inteligencia de los sonidos, de la armonía y la voz, se seguiría una confusión inimaginable en el resto de nuestra ciencia. Porque, además de lo que está sujeto a la propia acción de cada sentido, ¡cuántos argumentos, inferencias y conclusiones sacamos para las demás cosas comparando un sentido con otro! Que el hombre entendido imagine la naturaleza humana producida originalmente sin la vista, y discurra cuánta ignorancia y turbación le comportaría semejante carencia, cuántas tinieblas y ceguera en el alma. Veremos así hasta qué punto nos importa, para el conocimiento de la verdad, la privación de otro sentido similar, o de dos, o de tres, si se da en nosotros. Hemos formado una verdad mediante el debate y concurso de nuestros cinco sentidos; pero tal vez se requería el acuerdo de ocho o diez sentidos, y su contribución, para percibirla con certeza y en su propia esencia.
Las escuelas que se oponen a la ciencia humana, se le oponen sobre todo por la incertidumbre y la flaqueza de nuestros sentidos. En efecto, dado que todos los conocimientos llegan a nosotros por su trámite y mediación, si se engañan en la noticia que nos procuran, si corrompen o alteran aquello que nos transmiten del exterior, si la luz que se introduce a través de ellos en nuestra alma se oscurece con el tránsito, estamos perdidos.[1001] De tal extrema dificultad han surgido todas estas fantasías: que cada objeto posee en sí todo lo que hallamos en él; que nada tiene de cuanto pensamos encontrar en él; y aquélla de los epicúreos: que el sol no es más grande de lo que considera nuestra vista:[1002]
b | Quicquid id est, nihilo fertur maiore figura
quam nostris oculis quam cernimus, esse uidetur;[1003]
[Sea como fuere, su figura no es en absoluto mayor
que aquella con la cual aparece a nuestros ojos];
a | que las apariencias que representan un cuerpo grande a quien está cerca, y más pequeño a quien está lejos, son ambas verdaderas:
b | Nec tamen hic oculis falli concedimus hilum.
Proinde animi uitium hoc oculis adfingere noli;[1004]
[Y por tanto no concedemos que los ojos se equivoquen
en nada. No imputes, pues, a los ojos el error de la mente];
a | y decididamente que no hay engaño alguno en los sentidos; que hay que ponerse a su merced y buscar en otro sitio las razones para excusar la diferencia y contradicción que encontramos en ellos, incluso inventar cualquier otra mentira y desvarío —llegan a este punto— antes que acusar a los sentidos.[1005] c | Timágoras juraba que, por mucho que apretara o torciera el ojo, jamás había visto doblarse la luz de una vela, y que tal apariencia procedía del error de la opinión, no del órgano.[1006] a | De todos los absurdos, el más absurdo c | para los epicúreos a | es desautorizar la fuerza y la acción de los sentidos:
Proinde quod in quoque est his uisum tempore, uerum est.
Etsi non potuit ratio dissoluere causam,
cur ea quae fuerint iuxtim quadrata, procul sint
uisa rotunda, tamen praestat rationis egentem
reddere mendose causas utriusque figurae,
quam manibus manifesta suis emittere quoquam,
et uiolare fidem primam, et conuellere tota
fundamenta quibus nixatur uita salusque.
Non modo enim ratio ruat omnis, uita quoque ipsa
concidat extemplo, nisi credere sensibus ausis,
praecipitesque locos uitare, et caetera quae sint
in genere hoc fugienda.[1007]
[Por lo tanto, lo que les ha parecido en cada momento es verdadero. Y si la razón no ha podido esclarecer la causa por la cual aquello que se ve cuadrado de cerca, de lejos aparece redondo, es preferible, al fallar la razón, atribuir causas engañosas a ambas figuras, a dejar escapar de las manos la evidencia, a violar la certeza primera y a conmover todos los fundamentos en que descansan la vida y la salvación. Porque no sólo la razón se desplomaría del todo, también la vida misma se derrumbaría de inmediato si no osaras confiar en los sentidos y evitar los precipicios y las demás cosas de este género de las que debe huirse].
c | Este consejo desesperado, y tan poco filosófico, no significa otra cosa sino que la ciencia humana sólo puede defenderse por medio de una razón no razonable, insensata y desquiciada; pero que, pese a todo, es mejor que el hombre, para hacerse valer, se sirva de ella y de cualquier otro remedio, por fantástico que sea, antes que reconocer su necesaria sandez —¡una verdad tan poco favorable!—. No puede evitar que los sentidos sean los amos supremos de su conocimiento; pero son inciertos y falibles en todas las circunstancias. Ahí es donde hay que batirse a muerte; y si las fuerzas justas nos fallan, como es el caso, emplear la obstinación, la temeridad, la impudicia. b | En el supuesto de que sea cierto lo que dicen los epicúreos, a saber, que carecemos de ciencia si las apariencias de los sentidos son falsas, y de que sea también cierto lo que dicen los estoicos, que las apariencias de los sentidos son tan falsas que no pueden presentarnos ciencia alguna, concluiremos, a expensas de estas dos grandes escuelas dogmáticas, que no existe ciencia alguna.[1008]
a | En cuanto al error y a la incertidumbre de la operación de los sentidos, todo el mundo puede procurarse ejemplos a su antojo. Hasta tal extremo son comunes los errores y engaños que nos causan. Con el eco de un pequeño valle, el sonido de la trompeta parece venir de delante nuestro cuando procede de una legua atrás:
b | Extantesque procul medio de gurgite montes
iidem apparent longe diuersi licet
et fugere ad puppim colles campique uidentur
quos agimus propter nauim.
Vbi in medio nobis equus acer obhaesit
flumine, equi corpus transuersum ferre uidetur
uis, et in aduersum flumen contrudere raptim.[1009]
[Dos montañas alejadas que se elevan sobre el mar nos parecen una sola, aunque estén muy lejos, y los montes y los llanos que nuestra nave costea parecen huir hacia popa. Cuando nuestro fogoso caballo se detiene en medio del río, una fuerza parece llevarse el cuerpo y arrastrarlo contra corriente].
a | Cuando tocamos una bala de arcabuz con el segundo dedo, manteniendo el del medio entrelazado por encima, hemos de forzarnos al máximo para reconocer que sólo hay una, hasta tal punto el sentido nos representa dos. En efecto, que los sentidos son muchas veces dueños del razonamiento y lo obligan a admitir impresiones que sabe y juzga falsas, se ve constantemente. Dejo de lado el del tacto, cuyas acciones son más próximas, más vivas y sustanciales, que echa por tierra tan a menudo, a causa del dolor que acarrea al cuerpo, todas esas bellas resoluciones estoicas, y obliga a gritar «¡el vientre!, ¡el vientre!» a quien ha fijado en su alma, con plena determinación, la creencia de que el cólico, como cualquier otra enfermedad y dolor, es una cosa indiferente sin fuerza para rebajar ni un ápice la suprema dicha y felicidad en la cual el sabio está asentado por su virtud. Ningún ánimo es tan blando que no se enardezca con el sonido de nuestros tambores y trompetas; ni tan duro que no se despierte y complazca con la dulzura de la música; ningún alma tan arisca que no se sienta afectada por cierta reverencia al considerar la sombría vastedad de nuestras iglesias, la variedad de los ornamentos y el orden de nuestras ceremonias, y al oír el devoto sonido de nuestros órganos[1010] y la armonía tan segura y religiosa de nuestras voces. Los mismos que entran en ellas con desdén sienten cierto escalofrío en el corazón y cierto estremecimiento que les hace desconfiar de su opinión.
b | Por mi parte, no me estimo bastante fuerte para oír con ánimo sereno unos versos de Horacio y de Catulo recitados con voz apropiada por una bella y joven boca. c | Y Zenón estaba en lo cierto al decir que la voz es la flor de la belleza.[1011] Me han querido hacer creer que un hombre al que todos los franceses conocemos me había convencido, al recitarme unos versos hechos por él, de que no eran iguales en el papel que en el aire, y de que mis ojos emitirían un juicio contrario al de mis oídos. Tanta autoridad tiene la pronunciación para conferir valor y forma a las obras que pasan a su merced. A este respecto Filoxeno no estuvo importuno. Como oyó que alguien entonaba mal cierta composición suya, empezó a pisotear y romper unos ladrillos que pertenecían a aquél, diciendo: «Rompo lo que es tuyo, como tú corrompes lo que es mío».[1012]
a | ¿Con qué propósito aun quienes se dieron muerte con una firme resolución desviaban su rostro para no ver el golpe que se hacían asestar, y quienes en aras de su salud desean y ordenan que les corten y cautericen no pueden resistir la visión de los preparativos, los instrumentos y la operación del cirujano, si la vista no ha de tomar parte alguna en el dolor? ¿No son éstos buenos ejemplos para demostrar la autoridad que los sentidos poseen sobre la razón? Por más que sepamos que estas trenzas están tomadas de un paje o de un lacayo, que este color rojo procede de España, y esta blancura y este brillo, del océano,[1013] la vista necesariamente nos fuerza a encontrar el objeto más amable y más grato, contra toda razón. Porque en esto nada es suyo:
Auferimur cultu; gemmis auroque teguntur
crimina: pars minima est ipsa puella sui.
Saepe ubi sit quod ames inter tam multa requiras:
decipit hac oculos aegide, diues amor.[1014]
[Nos arrebata la apariencia; las piedras preciosas y el oro tapan los defectos: la muchacha misma es una parte mínima de ella. Con frecuencia, te preguntarás dónde está lo que amas entre tanto ornamento: con esta égida el rico amor engaña a los ojos].
¡Cuánto otorgan a la fuerza de los sentidos los poetas, que hacen a Narciso loco de amor por su sombra!:
Cunctaque miratur, quibus est mirabilis ipse;
se cupit imprudens; et qui probat, ipse probatur;
dumque petit, petitur; pariterque accendit et ardet;[1015]
[Y se admira de todo aquello que le hace admirable a él mismo, se desea sin darse cuenta, y al alabarse, se alaba a sí mismo, y al solicitarse, se solicita, y a la vez inflama y está inflamado];
¡y el juicio de Pigmalión, tan turbado por la impresión que le produce ver su estatua de marfil, que la ama y corteja como si estuviese viva!:
Oscula dat reddique putat, sequiturque tenetque,
et credit tactis digitos insidere membris;
et metuit pressos ueniat ne liuor in artus.[1016]
[Le da besos y cree que se los devuelve, y se entrega a ella y la abraza, y le parece que sus dedos se hunden en los miembros que tocan, y teme que la presión le produzca una moradura en el cuerpo].
Que pongan a un filósofo en una jaula de alambres finos y escasos, suspendida en lo alto de las torres de Notre-Dame de París. Verá con razón evidente que es imposible caer de ella, y sin embargo no podrá evitar —salvo si está acostumbrado al oficio de los techadores— que la visión de esa altura extrema le espante y sobrecoja. Bastante nos cuesta, en efecto, sentirnos seguros en las galerías que hay en nuestros campanarios cuando tienen aberturas, aunque sean de piedra. Algunos no pueden siquiera soportar pensar en ellas. Que coloquen una viga entre esas dos torres, de un grosor suficiente para poder pasearnos por encima. No existe sabiduría filosófica tan firme que pueda infundirnos valor para andar por ella como lo haríamos si estuviera en el suelo.[1017] He comprobado a menudo en las montañas de esta región —y con todo soy de los que sólo se asustan moderadamente de tales cosas— que no podía soportar la visión de la infinita profundidad sin horror y temblor de corvas y de muslos, aunque faltara mi longitud para que estuviera del todo en el borde, y aunque no habría podido caer sin ponerme expresamente en peligro. He observado también que, sea cual fuere la altura, cuando en la pendiente se ofrece un árbol o un relieve de roca para sostener un poco la vista y dividirla, nos alivia e infunde seguridad, como si pudiera servirnos de alguna ayuda en la caída; pero que, los precipicios abruptos y lisos, no podemos siquiera mirarlos sin un vahído,[1018] c | ut despici sine uertigine simul oculorum animique non possit[1019] [de manera que no se puede mirar sin vértigo a la vez en los ojos y en el espíritu]. a | Lo cual es una evidente impostura de la vista. Por eso, aquel buen filósofo se arrancó los ojos para librar al alma del desenfreno que sufría por su causa y poder filosofar con más libertad.[1020]
Pero, en este caso, debía también hacerse tapar los oídos, b | que, según Teofrasto, son el instrumento más peligroso que tenemos para recibir impresiones violentas que nos alteren y cambien,[1021] a | y a la postre debía privarse de todos los demás sentidos, es decir, de su ser y de su vida. Porque todos ellos tienen el poder de mandar sobre nuestro razonamiento y nuestra alma, c | Fit etiam saepe specie quadam, saepe uocum grauitate et cantibus, ut pellantur animi uehementius; saepe etiam cura et timore[1022] [Ocurre también que a menudo las almas son golpeadas por la gravedad de las voces y por los cantos, a menudo también por la inquietud y el miedo]. a | Los médicos sostienen que hay ciertos temperamentos a los que ciertos sonidos e instrumentos agitan hasta el furor.[1023] He visto a algunos que no podían oír roer un hueso debajo de la mesa sin perder la paciencia. Y apenas hay nadie que no se turbe por el ruido áspero y agudo que hacen las limas al raspar el hierro; del mismo modo, al oír masticar a nuestro lado, o al oír hablar a alguien que tiene la garganta o la nariz tapada, muchos se alteran hasta la cólera y el odio. Aquel flautista apuntador de Graco, que ablandaba, endurecía y moldeaba la voz de su amo cuando discurseaba en Roma,[1024] ¿para qué servía si el movimiento y la cualidad del sonido carecían de fuerza para emocionar y alterar el juicio de los oyentes? ¡En verdad, hay motivo para celebrar grandemente la firmeza de este bello elemento,[1025] que se deja manejar y cambiar según el impulso y el azar de un viento tan ligero!
El mismo engaño al que los sentidos someten a nuestro entendimiento, lo sufren ellos a su vez. A veces el alma se toma la revancha de la misma manera; c | rivalizan en mentir y engañarse. a | Lo que vemos y oímos agitados de cólera, no lo oímos tal como es:
Et solem geminum, et duplices se ostendere Thebas.[1026]
[Aparecen dos soles y dos Tebas].
El objeto que amamos nos parece más hermoso de lo que es:
b | Multimodis igitur prauas turpesque uidemus
esse in delitiis, summoque in honore uigere,[1027]
[Así, vemos mujeres feas y en todo punto deformes
que son adoradas y tratadas con gran honor],
a | y más feo el que no nos agrada. A un hombre enojado y afligido, la claridad del día le parece oscura y tenebrosa. Las pasiones del alma no sólo alteran nuestros sentidos; muchas veces los embotan por completo. ¿Cuántas cosas vemos sin reparar en ellas cuando nuestro espíritu está ocupado en otro asunto?
in rebus quoque apertis noscere possis,
si non aduertas animum, proinde esse, quasi omni
tempore semotae fuerint, longeque remotae.[1028]
[también en las cosas manifiestas puedes notar que, si el espíritu no está atento, parece como si las cosas estuviesen siempre apartadas y muy alejadas].
Parece que el alma atrae hacia el interior y distrae las potencias de los sentidos. Así pues, tanto el interior como el exterior del hombre están llenos de debilidad y de mentira.
b | Quienes compararon nuestra vida con un sueño, tuvieron razón, acaso más de la que pensaban.[1029] Cuando soñamos, nuestra alma vive, actúa, ejerce todas sus facultades, ni más ni menos que cuando está despierta; si lo hace de una manera más débil y oscura, no ciertamente hasta el punto que haya tanta diferencia como entre la noche y una viva claridad, sí como la que hay entre noche y sombra.[1030] En un caso duerme, en el otro dormita, más y menos. No dejan de ser tinieblas, y tinieblas cimerias.[1031] c | Velamos cuando dormimos, y dormimos cuando velamos. En sueños no veo tan claro; pero el estar despierto, jamás lo encuentro bastante puro y despejado. El sueño en su hondura adormece a veces incluso a los sueños. Pero nuestra vela jamás es tan despierta que purgue y disipe por completo los ensueños, que son los sueños de los despiertos, y peores que sueños. Dado que nuestra razón y alma acepta las fantasías y opiniones que le sobrevienen mientras duerme, y dado que autoriza las acciones de los sueños con la misma aprobación que brinda a las del día, ¿por qué no ponemos en duda si nuestro pensar y actuar no es otro soñar, y nuestro velar alguna especie de dormir?
a | Si los sentidos son nuestros primeros jueces, no son los nuestros los únicos que hay que llamar a consulta, pues en esta facultad los animales tienen tanto o más derecho que nosotros. Es seguro que algunos poseen un oído más fino que el hombre, otros la vista, otros el olfato, otros el tacto o el gusto.[1032] Decía Demócrito que los dioses y los animales disponen de facultades sensitivas mucho más perfectas que el hombre.[1033] Ahora bien, entre los efectos de sus sentidos y los nuestros, la diferencia es extrema. Nuestra saliva limpia y seca nuestras heridas; mata a la serpiente:[1034]
Tantaque in his rebus distantia differitasque est,
ut quod alis cibus est, aliis fuat acre uenenum.
Saepe etenim serpens, hominis contacta saliua,
disperit, ac sese mandendo conficit ipsa.[1035]
[Tan grande es en estos asuntos la distancia y la diferencia que lo que para unos es alimento, para otros es violento veneno. En efecto, a menudo la serpiente, al contacto con la saliva humana, muere y se da fin devorándose a sí misma].
¿Qué cualidad acordaremos a la saliva?, ¿la que nos atañe o la que atañe a la serpiente? ¿Por cuál de los dos sentidos verificaremos su verdadera esencia, que estamos buscando? Dice Plinio que en las Indias hay ciertas liebres marinas que para nosotros son veneno, y nosotros para ellas, de suerte que con el mero contacto las matamos:[1036] ¿quién será verdaderamente veneno, el hombre o el pez?; ¿a quién creeremos, al pez acerca del hombre, o al hombre acerca del pez? b | Cierta cualidad del aire infecta al hombre sin dañar en nada al buey; otra, al buey, sin dañar al hombre: ¿cuál de las dos será, en verdad y por naturaleza, la cualidad pestífera? a | Quienes están aquejados de ictericia, ven todas las cosas amarillentas y más pálidas que nosotros:[1037]
b | Lurida praeterea fiunt quaecunque tuentur
arquati.[1038]
[Por lo demás, todos los objetos se vuelven
amarillos para quien los mira con ictericia].
a | Quienes padecen la enfermedad que los médicos llaman hyposphagma, que es una sufusión de sangre bajo la piel, ven todas las cosas rojas y sanguinolentas.[1039] Estos humores, que cambian así las operaciones de nuestra vista, ¿acaso sabemos si predominan en los animales y les son comunes? En efecto, vemos que unos tienen los ojos amarillos como nuestros enfermos de ictericia, que otros los tienen sanguinolentos y enrojecidos; a éstos el color de los objetos se les aparecerá verosímilmente de otro modo que a nosotros; ¿qué juicio de los dos será el verdadero? Porque no está dicho que la esencia de las cosas se refiera sólo al hombre. La dureza, la blancura, la profundidad y la aspereza atañen a la utilidad y a la ciencia de los animales como a las nuestras. Cuando apretamos un ojo, los cuerpos que miramos los percibimos más largos y extensos; en muchos animales el ojo está oprimido así: por tanto, tal longitud es quizá la verdadera forma del cuerpo, no la que nuestros ojos le atribuyen en su situación habitual.[1040] b | Si apretamos el ojo por debajo, las cosas nos parecen dobles,
Bina lucernarum florentia lumina flammis,
et duplices hominum facies, et corpora bina.[1041]
[Doble es la luz floreciente de la llama de la lámpara,
y dobles los rostros de los hombres y dobles los cuerpos].
a | Si alguna cosa nos tapona los oídos o tenemos el conducto auditivo apretado, percibimos un sonido distinto del ordinario; por consiguiente, los animales con orejas peludas o con sólo un orificio diminuto en lugar de oreja no oyen lo que oímos nosotros, y perciben el sonido de otro modo.[1042] Vemos en las fiestas y en los teatros que, cuando se pone un cristal teñido de color ante la luz de las antorchas, todo lo que está en ese sitio nos parece verde, amarillo o violeta:
b | Et uulgo faciunt id lutea russaque uela
et ferrugina, cum magnis intenta theatris
per malos uolgata trabesque trementia pendent:
namque ibi consessum caueai subter, et omnem
scenai speciem, patrum, matrumque, deorumque
inficiunt, coguntque suo volitare colore.[1043]
[Suelen hacer esto las velas amarillas, rojas y púrpura cuando, tendidas en nuestros vastos teatros, flotan al viento entre los mástiles y las vigas que los sostienen; en efecto, tiñen con su color al público reunido debajo en las gradas y a todo el ornato de la escena, los senadores, las matronas y los dioses, y los hacen fluctuar con sus colores].
a | Es verosímil que los ojos de los animales, que vemos que son de distinto color, produzcan en ellos unas apariencias de los cuerpos conformes a sus ojos.[1044]
Así pues, para enjuiciar la acción de los sentidos, deberíamos, en primer lugar, estar de acuerdo con los animales, y, en segundo lugar, entre nosotros mismos. No lo estamos en absoluto; y discutimos sin cesar acerca de si uno oye, ve o gusta alguna cosa de manera distinta que otro; y, sobre todo, discutimos de la variedad de imágenes que los sentidos nos proporcionan. Según la regla común de la naturaleza, un niño oye, ve y gusta de otra manera que un hombre de treinta años, y éste de otra manera que un sexagenario. Los sentidos son en unos más oscuros y sombríos, en otros más abiertos y agudos.[1045] Percibimos las cosas de una u otra manera según lo que somos y lo que nos parece. Ahora bien, dado que nuestro parecer es tan incierto y controvertido, no causa ya asombro que alguien nos diga que podemos aceptar que la nieve nos parece blanca, pero no podemos garantizar la afirmación de que sea así en esencia y de verdad. Y, socavado este inicio, toda la ciencia del mundo se va necesariamente a pique. ¿Qué decir del hecho de que nuestros propios sentidos se estorben entre sí? Una pintura le parece a la vista que posee relieve, al tacto le parece plana; ¿diremos que el almizcle, que deleita al olfato y molesta al gusto, es agradable o que no lo es? Existen hierbas y ungüentos que son buenos para una parte del cuerpo y nocivos para otra; la miel es grata al gusto, desagradable a la vista.[1046] En esos anillos tallados en forma de plumas, que en las divisas se llaman «pennes sans fin»,[1047] no hay ojo que pueda discernir su longitud y que sepa defenderse del engaño de que por un lado se ensanchan y por otro se afinan y estrechan, sobre todo cuando los enrollamos en torno al dedo; sin embargo, al tocarlos, nos parecen de la misma anchura e idénticos por todas partes. c | Esas personas que, para contribuir a su placer, se servían antiguamente de espejos capaces de aumentar y de agrandar el objeto que representan, a fin de que los miembros de que iban a valerse, con tal incremento ocular, les gustasen más,[1048] ¿a cuál de los dos sentidos daban por vencedor, a la vista, que les representaba esos miembros gruesos y grandes a su antojo, o al tacto, que se los mostraba pequeños y desdeñables?
a | ¿No es cierto que los sentidos brindan al objeto estas diversas cualidades, y que los objetos no obstante sólo tienen una? Así lo vemos en el pan que comemos. No es más que pan, pero nuestro uso hace de él huesos, sangre, carne, cabellos y uñas:[1049]
b | Vt cibus, in membra atque artus cum diditur omnes,
disperit, atque aliam naturam sufficit ex se.[1050]
[Así como el alimento, cuando se distribuye por todos los
miembros y órganos, se disuelve y da lugar a una nueva naturaleza].
a | El líquido chupado por la raíz del árbol deviene tronco, hoja y fruto; y el aire, que sólo es uno, al ser aplicado a una trompeta, se diversifica en mil clases de sonidos: ¿son nuestros sentidos, me pregunto, los que igualmente modelan con diversas cualidades los objetos, o acaso éstos las poseen tales?[1051] Y a partir de esta duda, ¿qué podemos determinar de su verdadera esencia? Además, puesto que las circunstancias de las enfermedades, de la locura o del sueño hacen que las cosas nos parezcan distintas de lo que parecen a los sanos, a los cuerdos y a los que están despiertos, ¿no es verosímil que nuestro estado normal y nuestros humores naturales posean también la capacidad de atribuir a las cosas un ser acorde con su condición, y de acomodarlas a sí mismos, como lo hacen los humores desordenados?, ¿y que nuestra salud sea tan capaz de brindarles su aspecto como lo es la enfermedad?[1052] c | ¿Por qué el templado no posee alguna forma de los objetos relativa a sí, como el destemplado, y por qué no ha de imprimirles también su carácter? El desganado transmite la insipidez al vino; el sano, el sabor; el alterado, la gula.
a | Ahora bien, puesto que nuestro estado acomoda las cosas a sí y las transforma de acuerdo consigo, ya no sabemos qué son las cosas en verdad: nada llega hasta nosotros, en efecto, sino falsificado y alterado por nuestros sentidos. Allí donde el compás, la escuadra y la regla están torcidos, todas las proporciones que se obtienen con ellos, todos las construcciones que se alzan según su medida, son también, necesariamente, defectuosas y erradas. La incertidumbre de nuestros sentidos vuelve incierto todo lo que producen:
Denique ut in fabrica, si praua est regula prima,
normaque si fallax rectis regionibus exit,
et libella aliqua si ex parte claudicat hilum,
omnia mendose fieri atque obstipa necessum est,
praua, cubantia, prona, supina, atque absona tecta,
iam ruere ut quaedam uideantur uelle, ruantque
prodita iudiciis fallacibus omnia primis.
Hic igitur ratio tibi rerum praua necesse est
falsaque sit, falsis quaecumque a sensibus orta est.[1053]
[Por último, así como en una construcción, si la primera regla es falsa, si la escuadra es falaz y se desvía de la dirección perpendicular, y la plomada se inclina un poco por un lado, es necesario que todo resulte mal y de través, deforme, hundido, inclinado hacia delante o hacia atrás, dislocado, y ya algunas partes parecen querer desplomarse, y se desplomarán, en efecto, traicionadas por el error de los primeros cálculos. Así, es necesario que cualquier razonamiento que hagas sobre las cosas sea vicioso y falso, si descansa sobre sentidos falsos].
Además, ¿quién será apto para juzgar sobre tales diferencias? Así como decimos, en los debates en torno a la religión, que nos falta un juez no comprometido con ninguno de los dos partidos, exento de opción y de pasión, cosa que es imposible entre los cristianos, aquí sucede lo mismo. Porque si es viejo, no puede enjuiciar el sentimiento de la vejez pues él mismo es parte del debate; si es joven, lo mismo; si está sano, lo mismo; lo mismo si está enfermo, si duerme o si vela. Nos haría falta alguien exento de todas estas características para que, sin prejuicios, juzgara esas proposiciones como si le fuesen indiferentes; y en este caso nos haría falta un juez que no existiese.[1054]
Para enjuiciar las apariencias que recibimos de los objetos, necesitaríamos un criterio de juicio; para verificar este criterio, necesitamos una demostración; para verificar la demostración, un criterio. Caemos en un círculo.[1055] Puesto que los sentidos no pueden detener nuestra disputa, ya que ellos mismos están llenos de incertidumbre, ha de hacerlo la razón; ninguna razón se establecerá sin otra razón: andamos para atrás hasta el infinito. Nuestra fantasía no se aplica a las cosas externas, sino que se concibe por medio de los sentidos; y los sentidos no abrazan el objeto externo, sino solamente sus propias impresiones; y por tanto la fantasía y la apariencia no atañen al objeto, sino solamente a la impresión y pasión del sentido, siendo la impresión y el objeto cosas diferentes. Por ello quien juzga por las apariencias juzga por cosa distinta del objeto.[1056] Y si decimos que las impresiones de los sentidos refieren al alma la cualidad de los objetos externos por semejanza, ¿cómo el alma y el entendimiento pueden estar seguros de tal semejanza si carecen de suyo de cualquier trato con los objetos externos? Del mismo modo, quien no conozca a Sócrates, al ver su retrato no podrá decir que se le parece.[1057] Ahora bien, si aun así alguien pretendiera juzgar por las apariencias: si es por todas, es imposible, pues se perturban entre sí por sus contrariedades y discrepancias, como vemos por experiencia; ¿será acaso que algunas apariencias escogidas regulan a las otras? Habrá que verificar a la escogida con otra escogida, a la segunda con una tercera, y de este modo no se terminará nunca.[1058]
Al cabo, ni nuestro ser ni el de los objetos poseen ninguna existencia constante. Nosotros, y nuestro juicio, y todas las cosas mortales, fluimos y rodamos incesantemente. Por lo tanto, nada cierto puede establecerse del uno al otro, siendo así que tanto el que juzga como lo juzgado están en continua mutación y movimiento. No tenemos comunicación alguna con el ser,[1059] pues toda naturaleza humana se halla siempre en medio, entre el nacer y el morir, y no ofrece de sí misma más que una oscura apariencia y sombra, y una incierta y débil opinión. Y si por fortuna fijas tu pensamiento en querer atrapar su ser, será ni más ni menos como si alguien quisiera empuñar el agua —porque cuanto más apriete y oprima aquello que por naturaleza se derrama por todas partes, tanto más perderá lo que pretendía coger y empuñar—. Por tanto, siendo así que todas las cosas están supeditadas a pasar de cambio en cambio, la razón que busque una subsistencia real resultará burlada al no poder aprehender nada que sea subsistente y duradero, ya que todo o llega a ser y aún no es del todo, o empieza a morir antes de haber nacido. Decía Platón que los cuerpos jamás tenían existencia, pero sí nacimiento; c | consideraba que Homero hizo de Océano el padre de los dioses, y de Tetis la madre, para enseñarnos que todo fluye, cambia y varía perpetuamente —opinión común a todos los filósofos anteriores a su época, según dice, con la única excepción de Parménides, que negaba el movimiento a las cosas, cuya fuerza tiene muy en cuenta—.[1060] a | Pitágoras, que toda materia es fluyente y lábil;[1061] los estoicos, que no existe el presente, y que lo que llamamos presente no es más que la articulación y conexión entre futuro y pasado;[1062] Heráclito, que jamás nadie había entrado dos veces en el mismo río;[1063] b | Epicarmo, que si a alguien le prestaron dinero hace tiempo, ahora ya no lo debe; y que si a alguien le invitaron anoche a ir a comer por la mañana, hoy va sin estar invitado, pues ya no son ellos: se han convertido en otros;[1064] a | y que no era posible encontrar una sustancia mortal dos veces en el mismo estado, pues, a causa de la rapidez y ligereza del cambio, tan pronto se dispersa como se reúne, viene y luego se va. De suerte que aquello que empieza a nacer no llega nunca hasta la perfección de ser; por tanto, que este nacer no se acaba nunca y nunca se detiene como si alcanzara su término, sino que, desde la semilla, está siempre cambiando y transformándose de una cosa en otra. Así, a partir de la semilla humana, se forja primero, en el vientre de la madre, un fruto sin forma; después, un niño formado; más adelante, una vez fuera del vientre, un niño de pecho; después, deviene muchacho; luego, ulteriormente, jovenzuelo; después, hombre hecho; después, hombre de edad; al cabo, anciano decrépito. De manera que la edad y la generación que sigue siempre destruye y echa a perder la precedente:
b | Mutat enim mundi naturam totius aetas,
ex alioque alius status excipere omnia debet,
nec manet ulla sui similis res: omnia migrant,
omnia commutat natura et uertere cogit.[1065]
[En efecto, el tiempo cambia la naturaleza del mundo entero, y en todo a un estado debe sucederle otro, y ninguna cosa permanece igual a sí misma: todas se transforman, la naturaleza las cambia todas y las obliga a mudar].
a | Y además tememos neciamente una clase de muerte cuando hemos pasado ya y estamos pasando tantas otras. Porque no solamente, como decía Heráclito, la muerte del fuego genera el aire y la muerte del aire genera el agua, sino que podemos verlo en nosotros mismos de manera aún más evidente. La flor de la edad se muere y pasa cuando llega la vejez, y la juventud se termina en la flor de la edad del hombre hecho, la infancia en la juventud, y la primera edad muere en la infancia, y el día de ayer muere en el de hoy, y el día de hoy morirá en el de mañana; y nada permanece ni es siempre uno. Porque, como prueba de que es así, si permanecemos siempre idénticos y unos, ¿cómo es que nos alegramos ahora de una cosa y luego de otra?, ¿cómo es que amamos u odiamos, encarecemos o censuramos cosas contrarias?, ¿cómo es que tenemos inclinaciones distintas y dejamos de mantener el mismo sentimiento en el mismo pensamiento? No es verosímil, en efecto, que sin mutación nos embarguen pasiones distintas; y lo que padece mutación no continúa siendo uno mismo, y si no es uno mismo, entonces tampoco es. Al contrario, a la vez que cambia el ser uno, cambia también el ser absoluto, y deviene siempre otro de otro. Y por consiguiente los sentidos naturales se equivocan y mienten al tomar lo que parece por lo que es, a falta de saber bien qué es.
Pero, entonces, ¿qué es verdaderamente? Lo que es eterno, es decir, lo que jamás ha tenido nacimiento ni tendrá jamás fin; aquello a lo que el tiempo jamás acarrea mutación alguna. Porque el tiempo es una cosa móvil y que aparece como una sombra, con la materia siempre deslizante y fluyente, sin mantenerse nunca estable ni permanente. A él pertenecen las palabras «antes» y «después», y «ha sido» o «será», que muestran evidentemente a primera vista que no es una cosa que sea. Constituiría, en efecto, una gran necedad y una falsedad muy manifiesta decir que es aquello que aún no tiene ser o que ya ha dejado de ser. Y en cuanto a las palabras «presente», «instante», «ahora», con las cuales parece que sostenemos y fundamentamos principalmente la inteligencia del tiempo, al descubrirlo[1066] la razón, lo destruye de inmediato, pues lo corta y divide enseguida en futuro y pasado, como si quisiera verlo necesariamente partido en dos. Le sucede lo mismo a la naturaleza, que es medida, y al tiempo, que la mide. Porque tampoco en ella hay nada que permanezca ni que sea subsistente; al contrario, todas las cosas o son nacidas o nacientes o murientes. Por lo cual sería pecado decir de Dios, el único que es, que fue o será. Estos términos son, en efecto, variaciones, transiciones o vicisitudes de lo que no puede durar ni persistir en el ser. Por tanto, ha de concluirse que únicamente Dios es, no según ninguna medida temporal, sino según una eternidad inmutable e inmóvil, no medida por el tiempo ni expuesta a variación alguna. Antes de Él nada es, ni será después, ni más nuevo o más reciente, sino uno que realmente es, que, con un único ahora, llena el siempre. Y nada es verdaderamente sino sólo Él, sin que pueda decirse «ha sido» o «será», sin comienzo y sin fin.
A esta conclusión tan religiosa de un pagano[1067] quiero añadirle solamente la sentencia de un testigo de la misma condición, para acabar este largo y enojoso discurso, que me brindaría materia sin fin: «¡Qué cosa más vil y abyecta el hombre», dice, «si no se eleva por encima de la humanidad».[1068] c | Es una buena sentencia y un útil deseo, pero asimismo absurdo. Pues a | hacer el puñado más grande que el puño, la brazada más grande que el brazo, y esperar dar una zancada más larga que la extensión de nuestras piernas, es imposible y monstruoso. Y lo es que el hombre se alce por encima de sí mismo y de la humanidad, porque no puede ver sino con sus ojos, ni asir sino con sus manos. Se elevará si Dios le presta una ayuda extraordinaria; se elevará abandonando y renunciando a sus propios medios, y dejándose alzar y levantar por los medios puramente celestes.[1069] c | Atañe a nuestra fe cristiana, no a su virtud estoica, aspirar a esta divina y milagrosa metamorfosis.[1070]