CAPÍTULO XII

APOLOGÍA DE RAMÓN SIBIUDA[1]

a | La ciencia es sin duda una cualidad muy útil e importante; quienes la desdeñan dan prueba suficiente de su estupidez. Pero yo no aprecio su valor, sin embargo, en la extrema medida que algunos le atribuyen, como el filósofo Erilo, que establecía en ella el bien supremo y que la consideraba capaz de hacernos sabios y felices.[2] No lo creo así, ni creo en aquello que han dicho otros: que la ciencia es la madre de toda virtud, y que todo vicio es producido por la ignorancia.[3] Si es cierto, está sujeto a una larga interpretación. Mi casa ha estado desde hace mucho abierta a la gente de saber, y es muy conocida por ellos. Mi padre, que la ha gobernado durante más de cincuenta años, inflamado por el nuevo ardor con que el rey Francisco abrazó las letras y les brindó aceptación,[4] buscó, en efecto, con gran solicitud y gasto, el trato de los doctos. Los recibía en su casa como a personas santas y que tuvieran alguna particular inspiración de sabiduría divina, recogía sus opiniones y sus razonamientos como oráculos, y con tanta más veneración y escrúpulo porque carecía de capacidad para juzgarlos, pues no tenía conocimiento alguno de las letras, como tampoco sus predecesores. Por mi parte, las estimo mucho, pero no las adoro.

Entre otros, Pierre Bunel, hombre de gran reputación de saber en su tiempo,[5] que, tras detenerse unos cuantos días en Montaigne, en compañía de mi padre, con otros hombres de su condición, le regaló, al partir, un libro que se titula Theologia naturalis siue liber creaturarum magistri Raymondi de Sebonde.[6] Y, dado que la lengua italiana y la española eran familiares a mi padre, y que este libro está compuesto en un español chapurreado con terminaciones latinas, esperaba que con muy poca ayuda podría sacar provecho de él, y se lo recomendó como un libro muy útil y apropiado para el tiempo en que se lo dio. Era el momento en que las novedades de Lutero empezaban a adquirir crédito, y a socavar en muchos sitios nuestra antigua creencia. En esto su opinión era muy certera. Preveía bien, por la vía del razonamiento que este inicio de enfermedad degeneraría fácilmente en un execrable ateísmo.[7] Porque el vulgo,[8] al carecer de la facultad de juzgar las cosas por sí mismas,[9] y al dejarse llevar por la fortuna y por las apariencias,[10] una vez que se le ha puesto en las manos la audacia de despreciar y escrutar las opiniones que había tenido en extrema reverencia, como son aquellas en las cuales está en juego su salvación, y una vez que se han sometido algunos artículos[11] de su religión a duda y examen enseguida arroja fácilmente en la misma incertidumbre los demás componentes de su creencia, que no tenían en él más autoridad y fundamento que aquellos que le han socavado; y sacude como un yugo tiránico todas las impresiones que había recibido por la autoridad de las leyes o la reverencia del uso antiguo,

b | Nam cupide concultatur nimis ante metutum;[12]

[Pues se pisotea con ardor aquello que antes se temió demasiado];

a | intentando, a partir de entonces, no aceptar nada a lo que no haya interpuesto su decisión y a lo que no haya prestado su particular consentimiento.[13]

Pues bien, unos cuantos días antes de su muerte, mi padre, que había encontrado por casualidad este libro bajo un montón de papeles abandonados, me mandó que se lo vertiera al francés. Es grato traducir a los autores como éste, en los cuales apenas ha de reproducirse otra cosa que la materia; en cambio, es peligroso acometer a los que han concedido mucho a la gracia y a la elegancia del lenguaje, c | especialmente cuando hay que trasladarlos a un idioma más débil. a | Era una tarea muy extraña y nueva para mí; pero, dado que, casualmente, en aquel entonces estaba ocioso, y que nada podía rehusar a la orden del mejor padre que jamás existió, la llevé a cabo como pude. Él quedó singularmente complacido, y encargó que la hicieran imprimir, cosa que fue ejecutada tras su muerte.[14]

Yo hallaba hermosas las figuraciones de este autor, la contextura de su obra bien trabada, y su propósito lleno de piedad. Dado que muchas personas se entretienen leyéndola y sobre todo las damas, a quienes debemos mayor servicio, me he encontrado a menudo con la posibilidad de auxiliarlas, para descargar su libro de dos objeciones principales que se le plantean. Su finalidad es audaz y valerosa, pues intenta, mediante razones humanas y naturales, establecer y verificar contra los ateos todos los artículos de la religión cristiana.[15] En ello, a decir verdad, me parece tan firme y tan afortunado que no pienso que sea posible hacer nada mejor en este asunto, y creo que nadie le ha igualado. Como me parecía una obra demasiado rica y demasiado bella para un autor cuyo nombre es tan poco conocido, y del cual sólo sabemos que era español y que profesó la medicina en Toulouse hace unos doscientos años, en cierta ocasión le pregunté a Adrien Turnèbe, que lo sabía todo, qué podía ser este libro.[16] Me respondió que pensaba que era alguna quintaesencia extraída de santo Tomás de Aquino, porque en verdad este espíritu, lleno de una erudición infinita y de una sutileza admirable, era el único capaz de tales imaginaciones.[17] Sea como fuere, quienquiera que sea su autor e inventor —y no es razonable privar sin mayor motivo a Sibiuda de este título—, era un hombre muy capaz y dotado de muchas bellas cualidades.

La primera reprensión que se formula contra su obra es que los cristianos se perjudican a sí mismos al pretender apoyar por medio de razones humanas su creencia, que se concibe sólo por fe, y por particular inspiración de la gracia divina. En esta objeción parece haber cierto celo piadoso, y, por tal motivo, debemos tratar de responder a quienes la presentan con mucha más benevolencia y respeto. Sería más bien el cometido de un hombre versado en teología que el mío, que lo ignoro todo al respecto.

Sin embargo, considero que en cosa tan divina y tan elevada, y que sobrepasa a tal punto la inteligencia humana, como es esta verdad con la cual la bondad divina ha tenido a bien iluminarnos, es muy necesario que nos siga prestando ayuda, con favor extraordinario y privilegiado, para poder concebirla y albergarla en nosotros. Y no creo que los medios puramente humanos sean en absoluto capaces de ello. Y, si lo fueran, tantas almas singulares y excelentes, y tan abundantemente provistas de fuerzas naturales en los siglos antiguos, no habrían dejado de alcanzar tal conocimiento con su razón. Sólo la fe abraza viva y ciertamente los altos misterios de nuestra religión. Pero eso no significa que no sea una empresa muy bella y muy loable acomodar también al servicio de nuestra fe los instrumentos naturales y humanos que Dios nos ha concedido. No debe dudarse de que éste es el uso más honorable que podríamos darles, y de que no existe quehacer ni propósito más digno de un cristiano que dirigir todos sus esfuerzos y pensamientos a embellecer, extender y amplificar la verdad de su creencia. No nos basta servir a Dios con el espíritu y el alma; le debemos también, y le rendimos una veneración corporal; aplicamos aun nuestros miembros y nuestros movimientos, y las cosas externas, a honrarlo.[18] Hay que hacer lo mismo, y acompañar nuestra fe con toda la razón que hay en nosotros, pero siempre con la reserva de no considerar que dependa de nosotros, ni que nuestros esfuerzos y argumentos puedan alcanzar una ciencia tan sobrenatural y divina.

Si no entra en nosotros por una infusión extraordinaria, si entra en nosotros no ya por la razón sino aun por medios humanos, no se halla en su dignidad ni en su esplendor. Y lo cierto es que sospecho, sin embargo, que no la poseemos más que por esta vía. Si nos adhiriésemos a Dios por medio de una fe viva, si nos adhiriésemos a Dios por Él, no por nosotros, si tuviéramos una base y un fundamento divinos, los motivos humanos no tendrían el poder de socavarnos, como lo tienen; nuestro fortín no se rendiría ante un cañoneo tan débil. El amor a la novedad, la coacción de los príncipes, la buena fortuna de un bando, el cambio temerario y fortuito de nuestras opiniones, no tendrían fuerza para sacudir y alterar nuestra creencia; no la dejaríamos enturbiar a la merced de un nuevo argumento ni por la persuasión ni siquiera de toda la retórica que jamás ha existido. Resistiríamos esas oleadas con una firmeza inflexible e inmóvil:

Illisos fluctus rupes ut uasta refundit,

et uarias circum latrantes dissipat undas

mole sua.[19]

[Como la vasta roca rechaza con su masa las olas que chocan con

ella y dispersa las aguas abundantes que rugen a su alrededor].

Si el rayo de la divinidad nos tocara de alguna manera, se notaría en todo. No ya nuestras palabras, sino incluso nuestras acciones llevarían su brillo y fulgor. Todo lo que surgiría de nosotros, lo veríamos iluminado por esa noble claridad. Debería avergonzarnos que en las escuelas humanas jamás haya habido ningún adepto que, por mayor que fuese la dificultad y la extrañeza que defendiera su doctrina, no le acomodara de algún modo comportamiento y vida. Y una educación tan divina y celeste no señala a los cristianos más que por la lengua.

b | ¿Queréis verlo? Comparad nuestra conducta con la de un mahometano, con la de un pagano. Quedamos siempre por debajo. En cambio, dada la superioridad de nuestra religión, deberíamos brillar en excelencia a una extrema e incomparable distancia; y debería decirse: «¿Son muy justos, muy caritativos, muy buenos? Por consiguiente, son cristianos». c | Las demás apariencias son comunes a todas las religiones: esperanza, confianza, eventos, ceremonias, penitencia, mártires. El signo peculiar de nuestra verdad debería ser nuestra virtud, lo mismo que es también el signo más celeste y más difícil, y la más digna producción de la verdad. b | Tuvo por eso razón nuestro buen san Luis. Cuando el rey tártaro que se había hecho cristiano, planeaba venir a Lyon para besarle los pies al Papa y reconocer la santidad que esperaba hallar en nuestro comportamiento, le disuadió de inmediato. Temió, por el contrario, que nuestra desenfrenada manera de vivir le quitara el gusto por una tan santa creencia.[20] Aunque muy diferente fue lo que le sucedió después a otro que había acudido a Roma con el mismo fin. Al ver la disolución de los prelados y del pueblo de esa época, se afirmó con mucha más fuerza en nuestra religión, considerando cuánta fuerza y divinidad debía poseer para preservar su dignidad y esplendor en medio de tamaña corrupción y en manos tan viciosas.[21]

a | Si tuviéramos una sola gota de fe, moveríamos las montañas de sitio, dice la santa palabra;[22] nuestras acciones, guiadas y acompañadas por la divinidad, no serían simplemente humanas; tendrían algo de milagroso, como nuestra creencia. c | Breuis est institutio uitae honestae beataeque, si credas[23] [Para formar una vida honesta y feliz se requiere poco tiempo, si crees]. Los unos hacen creer al mundo que creen lo que no creen. Los otros, más numerosos, se lo hacen creer a sí mismos sin saber penetrar en lo que es creer.

a | Nos parece extraño que en las guerras que en estos días oprimen nuestro Estado veamos fluctuar y variar los éxitos de manera común y ordinaria. Ello se debe a que nada aportamos que no sea nuestro. La justicia, que está en uno de los partidos, no está en él sino a manera de ornamento y escudo; es bien alegada, pero ni se la acoge ni se la alberga ni se la abraza. Está ahí como en boca de abogado, no como en el corazón y el sentimiento de la parte. Dios debe su auxilio extraordinario a la fe y a la religión, no a nuestras pasiones. Los hombres dirigen la religión y se sirven de ella. Debería ser justo al revés.[24] c | Observad si no es por nuestras manos que la llevamos a extraer, como de la cera, tantas figuras contrarias de una regla tan recta y tan firme. ¿Cuándo se ha visto esto mejor que en la Francia de nuestros días? Quienes la han cogido por la izquierda, quienes la han cogido por la derecha, quienes dicen negro, quienes dicen blanco, la aplican de modo tan semejante a sus violentas y ambiciosas empresas, se conducen con ella de una manera tan conforme en desbordamiento e injusticia, que vuelven dudosa y difícil de creer la diferencia que, según pretenden, hay en sus opiniones en aquello de lo cual depende la dirección y la ley de nuestra vida. ¿Es posible ver surgir de la misma escuela y enseñanza comportamientos más unánimes, más idénticos?

Ved la horrible impudicia con la que jugamos a la pelota con las razones divinas, y con qué irreligiosidad las hemos rechazado y retomado a medida que la fortuna nos ha movido de sitio en estas tormentas públicas. En la tan solemne cuestión de si se permite al súbdito rebelarse y armarse contra su príncipe en defensa de la religión, recordad en qué bocas la respuesta afirmativa era, el año pasado, el arbotante de un partido, y la negativa de qué otro partido lo era; y escuchad ahora de qué lado llegan la voz y la enseñanza de una y otra, y si las armas resuenan menos por esta causa que por aquélla.[25] ¡Y quemamos a quienes sostienen que hay que hacer sufrir a la verdad el yugo de nuestra necesidad![26] ¡Pero hasta qué punto Francia hace algo peor que decirlo!

a | Confesemos la verdad. Si alguien seleccionara en el ejército, aun en el legítimo,[27] a quienes están en él tan sólo por el celo de un sentimiento religioso, e incluso a quienes no miran otra cosa que la salvaguarda de las leyes de su país o el servicio al príncipe, no podría formar una compañía de soldados completa. ¿Cómo se explica que sean tan pocos los que han mantenido la misma voluntad y el mismo camino en nuestros movimientos públicos, y que tan pronto los veamos marchando sólo al paso como corriendo sin freno, y a los mismos hombres ahora perjudicar nuestros intereses con su violencia y rudeza, y luego con su frialdad, blandura y torpeza?, ¿cómo se explica sino porque les empujan consideraciones particulares c | y accidentales, a | con arreglo a cuya variedad se mueven?

c | Veo de manera evidente que no le prestamos de buena gana a la devoción más servicios que aquellos que halagan a nuestras pasiones. No hay hostilidad tan excelente como la cristiana. Nuestro celo hace maravillas cuando secunda nuestra tendencia al odio, a la crueldad, a la ambición, a la avaricia, a la denigración, a la rebelión. A contrapelo, hacia la bondad, la benignidad, la templanza, si no lo conduce como por milagro algún raro temperamento, no va ni a pie ni con alas. Nuestra religión está hecha para extirpar los vicios; los esconde, los alimenta, los incita.

a | No debe ofrecerse a Dios la gavilla de paja, como suele decirse.[28] Si creyéramos en Él, no digo por fe sino por simple creencia, incluso —y lo digo para nuestra gran confusión— si creyéramos en Él y le conociéramos como otra historia cualquiera, como a uno de nuestros compañeros, le amaríamos por encima de todo lo demás en virtud de la infinita bondad y belleza que resplandece en Él. Cuando menos, ocuparía el mismo rango en nuestro afecto que riquezas, placeres, gloria y amigos. c | El mejor de nosotros no teme ultrajarle como teme ultrajar al vecino, al pariente, al amo. ¿Existe entendimiento tan simple que, teniendo a un lado el objeto de uno de nuestros viciosos placeres, y al otro, con similar conocimiento y persuasión, el estado de una gloria inmortal, se avenga a trocar una cosa por la otra? Y, sin embargo, muchas veces renunciamos a ella por puro menosprecio. Pues ¿qué deseo nos arrastra a blasfemar si no es, quizá, el deseo mismo de la ofensa?

Cuando iniciaron al filósofo Antístenes en los misterios de Orfeo, el sacerdote le explicó que quienes se consagraban a esta orden iban a recibir tras la muerte bienes eternos y perfectos. «¿Por qué, si lo crees, no mueres entonces tú mismo?», dijo él.[29] Más bruscamente, con arreglo a su estilo, y más lejos de nuestro asunto, Diógenes le dijo a un sacerdote que también le predicaba que ingresara en su orden, para alcanzar los bienes del otro mundo: «¿Acaso pretendes que crea que Agesilao y Epaminondas, hombres tan excelentes, serán desdichados, y que tú, que no eres más que un tonto y nada haces de valor, serás bienaventurado porque eres sacerdote?».[30]

a | Si aceptáramos esas grandes promesas de la beatitud eterna con la misma autoridad que un razonamiento filosófico, la muerte no nos produciría el horror que nos produce:

b | Non iam se moriens dissolui conquereretur;

sed magis ire foras, uestemque relinquere, ut anguis,

gauderet, praelonga senex aut cornua ceruus.[31]

[Al morir ya no se lamentaría de ser desligada, sino más bien se alegraría de partir, y de abandonar su despojo como una serpiente, o de dejar sus cuernos demasiado largos, como lo hace el ciervo envejecido].

a | Quiero desatarme, diríamos, y estar con Jesucristo.[32] La fuerza del discurso de Platón sobre la inmortalidad del alma empujó a algunos de sus discípulos a la muerte, para gozar con mayor rapidez de las esperanzas que les brindaba.[33]

Todo esto es signo muy evidente de que no acogemos nuestra religión sino a nuestra manera y con nuestras manos, y no de otro modo que como se acogen las demás religiones. Nos hemos encontrado en el país donde se practicaba, o nos fijamos en su antigüedad o en la autoridad de los hombres que la han defendido, o tememos las amenazas que dedica a los incrédulos, o seguimos sus promesas. Tales consideraciones deben emplearse en nuestra creencia, pero como subsidiarias. Son lazos humanos. Otra región, otros testigos, similares promesas y amenazas podrían imprimirnos por la misma vía una creencia contraria. b | Somos cristianos por la misma razón que somos perigordinos o alemanes.

a | Y, en cuanto a lo que dice Platón, que pocos hombres son tan firmes en el ateísmo que un peligro acuciante no los lleve a reconocer la potencia divina,[34] este papel en modo alguno corresponde al verdadero cristiano. Es propio de las religiones mortales y humanas que sean aceptadas por vía humana. ¿Qué clase de fe debe ser aquella que implantan y establecen en nosotros la cobardía y la flaqueza de ánimo? c | ¡Qué graciosa la fe que cree en aquello que cree sólo porque no tiene el valor de no creerlo! a | ¿Acaso pasiones viciosas como la falta de firmeza y el aturdimiento pueden generar alguna producción ordenada en nuestra alma?

c | Afirman, dice,[35] en virtud de la razón de su juicio, que cuanto se refiere sobre los infiernos y las penas futuras es ficción. Pero, al presentarse la ocasión de experimentarlo, cuando la vejez o las enfermedades los acercan a la muerte, el terror a ésta les infunde una nueva creencia por horror a su condición futura. Y, dado que tales impresiones vuelven los ánimos temerosos, prohíbe en sus leyes cualquier instrucción sobre tales amenazas, y la creencia de que de los dioses pueda proceder mal alguno para el hombre salvo en vistas a un mayor bien, cuando le corresponda y con efecto medicinal.[36] Cuentan de Bión que, infectado por los ateísmos de Teodoro, se había burlado durante mucho tiempo de los hombres religiosos; pero que, al sorprenderle la muerte, se entregó a las supersticiones más extremas, como si los dioses se esfumaran y resurgieran según la necesidad de Bión.[37]

Platón y estos ejemplos pretenden concluir que somos conducidos a la creencia en Dios por razón o a la fuerza.[38] El ateísmo es una proposición como desnaturalizada y monstruosa, difícil, además, y ardua de establecer en el espíritu humano por más insolente y desordenado que pueda ser. Así, se ha visto a bastantes que, por la vanidad y el orgullo de concebir opiniones fuera de lo vulgar y reformadoras del mundo, se esfuerzan por profesarlo en apariencia, y que, si son lo bastante insensatos, no son sin embargo lo bastante fuertes para fijarlo en su conciencia. Si les asestáis un buen espadazo en el pecho, no dejarán de juntarlas manos hacia el cielo. Y cuando el temor o la enfermedad hayan abatido y entumecido este fervor licencioso de voluble humor, no dejarán de echarse atrás y de dejarse llevar, muy sensatamente, según las creencias y los ejemplos públicos. Una opinión seriamente digerida es cosa distinta de estas impresiones superficiales que, surgidas del desenfreno de un espíritu dislocado, nadan azarosa e inciertamente en la fantasía. ¡Hombres bien miserables y descerebrados, que tratan de ser peores de lo que son capaces! b | El error del paganismo, y la ignorancia de nuestra santa verdad, dejaron caer a esta gran alma[39] —pero grande solamente con grandeza humana— también en otro engaño cercano: que los niños y los ancianos son más susceptibles de religión,[40] como si ésta surgiera y extrajera su crédito de nuestra flaqueza.

a | El nudo que debería atarnos el juicio y la voluntad, que debería sujetarnos el alma y unirla a nuestro creador, debería ser un nudo que obtuviera sus repliegues y sus fuerzas no de nuestras consideraciones, de nuestras razones y pasiones, sino de un lazo divino y sobrenatural, provisto solamente de una forma, un rostro y un aspecto, el de la autoridad de Dios y su gracia. Pero nuestro corazón y nuestra alma, regidos y mandados por la fe, es razonable que empleen, al servicio de su propósito, todos nuestros demás elementos según su alcance. Además, no es creíble que toda esta máquina no contenga algunos signos impresos por la mano del gran arquitecto, y que no haya, en las cosas del mundo, ninguna imagen que represente en cierta medida al artífice que las ha construido y formado. Ha dejado en estas grandes obras el carácter de su divinidad, y sólo se debe a nuestra flaqueza que no podamos descubrirlo. Él mismo nos dice que nos manifiesta sus operaciones invisibles a través de las visibles.[41] Sibiuda ha puesto su empeño en este digno estudio, y nos muestra cómo no hay ninguna parte del mundo que desmienta a su artífice.[42] Que el universo no se acordara con nuestra creencia, sería ofender a la bondad divina. El cielo, la tierra, los elementos, nuestro cuerpo y nuestra alma, todas las cosas, conspiran en ello; el único requisito es descubrir la manera de emplearlos. Nos instruyen si somos capaces de entender. b | Este mundo, en efecto, es un santísimo templo en cuyo interior el hombre ha sido introducido para contemplar no unas estatuas forjadas por manos mortales, sino aquellas que el pensamiento divino ha hecho sensibles —el sol, las estrellas, las aguas y la tierra— para que nos representen las inteligibles.[43] a | Las cosas invisibles de Dios, dice san Pablo, se manifiestan mediante la creación del mundo, cuando consideramos su sabiduría eterna y su divinidad por sus obras.[44]

Atque adeo faciem coeli non inuidet orbi

ipse Deus, uultusque suos corpusque recludit

semper uoluendo; seque ipsum inculcat et offert,

ut bene cognosci possit, doceatque uidendo

qualis eat, doceatque suas attendere leges.[45]

[Y, por eso, Dios mismo no rehúsa a la Tierra la visión del cielo, y, con su perpetua rotación, muestra su rostro y su cuerpo; y él mismo se inculca y se ofrece para que se le conozca bien, y para que quien lo vea aprenda sus movimientos, y aprenda a prestar atención a sus leyes].

Ahora bien,[46] nuestras razones y nuestros discursos humanos son como la materia pesada y estéril. La gracia de Dios es su forma; ella les confiere hechura y valor.[47] Así como las acciones virtuosas de Sócrates y Catón restan vanas e inútiles por no haber tenido como fin y no haber buscado el amor y la obediencia del verdadero creador de todas las cosas,[48] y por haber ignorado a Dios, lo mismo sucede con nuestras imaginaciones y razonamientos. Tienen algún cuerpo, pero es una masa informe, sin hechura ni luz, si no se le unen la fe y la gracia de Dios. Cuando la fe tiñe e ilumina los argumentos de Sibiuda, los vuelve firmes y sólidos. Pueden valer como orientación y como primera guía para un aprendiz, con el fin de ponerle en el camino de este conocimiento; en cierto modo lo conforman y vuelven capaz de la gracia de Dios, con la cual se remata y completa después nuestra creencia.[49] Conozco a un hombre de autoridad, educado en las letras, que me ha confesado haberse rehecho de los errores de la incredulidad gracias a los argumentos de Sibiuda. Y aunque los despojásemos de este ornamento, y del auxilio y la aprobación de la fe, y los tomáramos como fantasías puramente humanas, para combatir a quienes se han precipitado en las espantosas y horribles tinieblas de la irreligión, resultarían todavía tan sólidos y tan firmes como cualesquiera otros de la misma calidad que cupiera oponerles. De suerte que estaremos en condiciones de decirles a nuestros adversarios:

Si melius quid habes, accerse, uel imperium fer;[50]

[Si tienes algo mejor, expónlo; si no, sométete a la autoridad];

que sufran la fuerza de nuestras pruebas o que nos muestren, en cualquier otra parte y sobre cualquier otro asunto, otras mejor trabadas y más consistentes.

Sin pensarlo, me he introducido ya a medias en la segunda objeción a la cual me había propuesto responder en favor de Sibiuda. Algunos dicen que sus argumentos son débiles e ineptos para probar lo que quiere, e intentan oponerse a ellos fácilmente. A éstos hay que sacudirlos con un poco más de rudeza, pues son más peligrosos y maliciosos que los primeros.[51] c | Se suelen interpretar los dichos de otros[52] según las opiniones preconcebidas que uno tiene. Para un ateo todos los escritos se inclinan al ateísmo; infecta con su propio veneno la materia inocente. a | Éstos tienen algún prejuicio que les vuelve el gusto insensible a las razones de Sibiuda. Por lo demás, les parece que se lo ponen fácil dándoles la libertad de combatir nuestra religión, a la cual no osarían atacar en su majestad plena de autoridad e imperio con las meras armas humanas.[53] El medio que adopto y que me parece más apropiado para abatir este frenesí es aplastar y pisotear el orgullo y la soberbia humana, hacerles sentir la inanidad, vanidad y nada del hombre, arrancarles de los puños las miserables armas de su razón, hacerles bajar la cabeza y morder el suelo bajo la autoridad y reverencia de la majestad divina.[54] Sólo a ella le pertenecen la ciencia y la sabiduría; sólo ella puede considerar por sí misma alguna cosa, y a ella le arrebatamos aquello que nos atribuimos y aquello de lo que nos ufanamos,

Οὐ γὰρ ἐᾶ φρονεῖν ὁ θεὸς μέγα ἄλλον ἢ ἑαυτόν.[55]

[Porque Dios no permite que nadie sino Él se enorgullezca].

c | Abatamos esta presunción, primer fundamento de la tiranía del espíritu maligno.[56] Deus superbis resistit; humilibus autem dat gratiam[57] [Dios resiste a los soberbios, pero otorga gracia a los humildes]. La inteligencia está en todos los dioses, dice Platón, y nada o poco en los hombres.[58]

a | Ahora bien, es con todo un gran consuelo para el cristiano ver que nuestros mortales y caducos instrumentos se ajustan con tanta propiedad a nuestra santa y divina fe que, cuando los empleamos en asuntos por su naturaleza mortales y caducos, no se adecúan ni con más exactitud ni con mayor fuerza. Veamos, pues, si el hombre tiene en su poder otras razones más fuertes que las de Sibiuda, si está en sus manos alcanzar siquiera alguna certeza mediante argumentación y raciocinio. c | En efecto, cuando san Agustín litiga contra esta gente, tiene ocasión de reprocharles su injusticia por considerar falsas aquellas partes de nuestra creencia que la razón no llega a establecer. Y para mostrar que bastantes cosas cuya naturaleza y causas nuestro razonamiento es incapaz de fundamentar pueden existir y haber existido, les señala ciertas experiencias conocidas e indudables en las cuales el hombre confiesa que no ve nada —y esto lo hace, como todo lo demás, con una diligente e ingeniosa indagación—.[59] Hay que hacer más, y enseñarles que, para probar la flaqueza de su razón, no necesitamos elegir ejemplos raros, y que es tan endeble y ciega que no existe ninguna cosa fácil que, por clara que sea, a ella le resulte bastante clara; que lo fácil y lo difícil le son indiferentes; que todos los asuntos sin distinción, y la naturaleza en general, reprueban su jurisdicción y arbitraje.[60]

a | ¿Qué nos predica la verdad cuando nos predica que huyamos de la filosofía mundana,[61] cuando nos inculca con tanta frecuencia que nuestra sabiduría no es más que locura ante Dios,[62] que entre todas las cosas vanas la más vana es el hombre,[63] que el hombre que presume de su saber no sabe aún qué es saber,[64] y que el hombre, que nada es, si cree ser algo, se engaña a sí mismo y cae en el error?[65] Estas sentencias del Espíritu Santo expresan tan clara y vivamente lo que quiero defender, que no necesitaría ninguna prueba más contra gente que se rindiera con plena sumisión y obediencia a su autoridad. Pero éstos quieren ser azotados a sus propias expensas, y no quieren tolerar que se combata su razón sino por medio de ella misma.

Así pues, consideremos ahora al hombre solo, sin auxilio externo, armado solamente con sus armas y desprovisto de la gracia y el conocimiento divinos, que constituyen todo su honor, su fuerza y el fundamento de su ser. Veamos cuánto resiste con estos hermosos pertrechos. Que me exponga con la fuerza de su razón sobre qué fundamentos ha forjado las grandes ventajas que cree tener sobre las restantes criaturas. ¿Quién le ha persuadido de que el admirable movimiento de la bóveda celeste, la eterna luz de las antorchas que giran con tanto orgullo por encima de su cabeza, la terrible agitación del mar infinito, han sido establecidos y se mantienen a lo largo de tantos siglos para su conveniencia y servicio? ¿Es posible imaginar nada tan ridículo como que esta miserable y pobre criatura, que ni siquiera es dueña de sí misma, expuesta a los ataques de todas las cosas, se diga dueña y emperatriz del universo, del cual no está en su poder conocer la menor parte, y mucho menos mandarla?[66] Y el privilegio que se arroga de ser el único en este gran edificio que posee la capacidad de reconocer su belleza y sus componentes, el único que puede dar las gracias al arquitecto y llevar la cuenta de las ganancias y pérdidas del mundo, ¿quién le ha sellado este privilegio? Que nos muestre títulos de esta hermosa y grande misión.[67] c | ¿Sólo han sido otorgados en favor de los sabios? No atañen a muchos.[68] ¿Acaso locos y malvados son dignos de favor tan extraordinario, y, siendo la peor parte del mundo, de ser preferidos a todo el resto? ¿Creeremos a aquél: «Quorum igitur causa quis dixerit effectum esse mundum? Eorum scilicet animantium quae ratione utuntur. Hi sunt dii et homines, quibus profecto nihil est melius»[69] [¿Para quién diremos, pues, que se ha hecho el mundo? Sin duda, para aquellos seres vivos que se valen de la razón. Éstos son los dioses y los hombres, mejor que los cuales nada hay]». Jamás habremos escarnecido bastante la impudicia de este emparejamiento.

a | Pero, pobrecillo, ¿qué tiene en sí mismo que sea digno de tal superioridad? Al considerar la vida incorruptible de los cuerpos celestes, su belleza, su magnitud, su continuo movimiento ajustado a una regla tan precisa:

Cum suspicimus magni caelestia mundi

templa super stellisque micantibus aethera fixum,

et uenit in mentem lunae solisque uiarum;[70]

[Cuando alzamos la mirada hacia las bóvedas celestes de este mundo inmenso por encima nuestro, y hacia el éter salpicado de brillantes estrellas, y nos fijamos en los cursos de la luna y del sol];

al considerar el dominio y el poder que esos cuerpos ejercen no ya sobre nuestras vidas ni sobre las circunstancias de nuestra fortuna:

Facta etenim et uitas hominum suspendit ab astris,[71]

[Suspendió el destino y la vida de los hombres de los astros],

sino también sobre nuestras tendencias, nuestros razonamientos, nuestras intenciones, que rigen, empujan y mueven a la merced de sus influencias, según nos enseña y descubre nuestra razón:

speculataque longe

deprendit tacitis dominantia legibus astra,

et totum alterna mundum ratione moueri,

fatorumque uices certis discernere signis;[72]

[tras mucho investigar, descubrió que los astros dominan con leyes tácitas, que el mundo entero es movido por una ley alterna, y que las vicisitudes de los hados se distinguen por signos seguros];

al ver que no un hombre solo, no un rey, sino las monarquías, los imperios y todo este bajo mundo se mueven por el impulso de los menores movimientos celestes,

Quantaque quam parui faciant discrimina motus:

tantum est hoc regnum, quod regibus imperat ipsis![73]

[¡Qué diferencias tan grandes producían movimientos tan pequeños; tan grande es este reino que manda incluso sobre los reyes!]

si nuestra virtud, nuestros vicios, nuestra capacidad y ciencia, y aun el razonamiento que efectuamos sobre la fuerza de los astros, y esta comparación entre ellos y nosotros, proceden a juicio de nuestra razón, por medio de ellos y gracias a ellos,

furit alter amore,

et pontum tranare potest et uertere Troiam;

alterius sors est scribendis legibus apta;

ecce patrem nati perimunt, natosque parentes;

mutuaque armati coeunt in uulnera fratres:

non nostrum hoc bellum est; coguntur tanta mouere,

inque suas ferri poenas, lacerandaque membra;

hoc quoque fatale est, sic ipsum expendere fatum;[74]

[uno enloquece de amor y es capaz de atravesar el mar y de arruinar Troya; la suerte de otro le hace capaz de escribir leyes; he aquí que los hijos matan a sus padres, y los padres a sus hijos, y que hermanos en armas se enfrentan para herirse mutuamente: esta guerra no es culpa nuestra; se ven obligados a promover cosas tales, a sufrir sus castigos y a mutilarse los miembros; también es cosa del destino ponderar así al mismo destino];

si debemos a la distribución del cielo la parte de razón de que gozamos, ¿cómo podrá ésta igualarnos a él?, ¿cómo podrá someter a nuestra ciencia su realidad y características?[75] Todo lo que vemos en esos cuerpos nos asombra. c | Quae molitio, quae ferramenta, qui uectes, quae machinae, qui ministris tanti operis fuerunt?[76] [¿Cuáles fueron los planes, cuáles las herramientas, cuáles las palancas, cuáles las máquinas, cuáles los artífices de una obra tan grande?]

a | ¿Por qué los privamos de alma y de vida y de razón? ¿Acaso hemos reconocido en ellos alguna estupidez inmóvil e insensible, nosotros que no tenemos otro trato con ellos que la obediencia?[77] c | ¿Diremos que no hemos visto en ninguna criatura salvo el hombre el uso de un alma razonable?[78] ¡Pero cómo!, ¿hemos visto algo semejante al sol? ¿Deja de existir porque no hayamos visto nada semejante?,[79] ¿dejan de existir sus movimientos porque no haya otros que sean iguales? Si lo que no hemos visto no existe, nuestra ciencia es extraordinariamente menguada: Quae sunt tantae animi angustiae![80] [¡Qué estrechos son los límites del alma!] a | ¿No son acaso sueños de la vanidad humana hacer de la luna una tierra celeste,[81] c | adivinar en ella montañas y valles, como Anaxágoras,[82] a | establecer viviendas y moradas humanas, y erigir colonias en beneficio nuestro, como hacen Platón y Plutarco?,[83] ¿y convertir nuestra Tierra en un astro brillante y luminoso? c | Inter caetera mortalitatis incommoda et hoc est, calligo mentium, nec tantum necessitas errandi sed errorum amor[84] [Uno de los inconvenientes de nuestra condición mortal es la ofuscación de las mentes, y no sólo el equivocarse por necesidad, sino también el amor a los errores]. Corruptibile corpus aggrauat animam, et deprimit terrena inhabitatio sensum multa cogitantem[85] [El cuerpo corruptible lastra el alma, y la morada terrestre abate la mente que piensa mucho].

a | La presunción es nuestra enfermedad natural y original. El hombre es la más calamitosa y frágil de todas las criaturas, y, al mismo tiempo, la más orgullosa.[86] Se siente y ve alojada aquí, entre el cieno y las heces del mundo, adherida y fijada a la peor, más muerta y más corrupta parte del universo, en la última planta de la casa y la más distante de la bóveda celeste, junto a los animales de la peor condición de las tres,[87] y se instala con la imaginación más allá del círculo de la luna, y pone el cielo bajo sus pies. Por la vanidad de esta misma imaginación, se iguala a Dios, se adjudica las condiciones divinas, se distingue a sí mismo y se desgaja de la muchedumbre de las demás criaturas, conforma las cualidades de los animales, sus cofrades y compañeros, y les reparte la porción de facultades y fuerzas que se le antoja. ¿Cómo conoce, por obra de su inteligencia, los movimientos internos y secretos de los animales?, ¿mediante qué comparación entre ellos y nosotros infiere la necedad que les atribuye?[88]

c | Cuando juego con mi gata, quién sabe si es ella la que pasa el tiempo conmigo más que yo con ella. Nos entretenemos con monerías recíprocas. Si yo tengo mi hora de empezar o de rehusar, ella tiene también la suya. Al describir la Edad de Oro durante el reinado de Saturno, Platón cuenta entre las principales ventajas del hombre de aquel entonces la comunicación que mantenía con los animales. Preguntándoles y aprendiendo de ellos, conocía las verdaderas cualidades y diferencias de cada uno, y de este modo adquiría una inteligencia y prudencia perfectísimas, y conducía su vida mucho más dichosamente de lo que nosotros podemos hacer.[89] ¿Necesitamos alguna prueba mejor para juzgar la impudicia humana en lo que concierne a los animales? Este gran autor opinaba que, en la mayor parte de la forma corporal que la naturaleza les otorgó, se fijó tan sólo en la práctica de las adivinaciones que en su época se obtenía de ellos.[90]

a | El defecto que impide la comunicación entre ellos y nosotros, ¿por qué no está en nosotros tanto como en ellos? Falta adivinar quién tiene la culpa de que no nos entendamos, pues nosotros no los entendemos más a ellos que ellos a nosotros. Por la misma razón, pueden considerarnos estúpidos a nosotros como nosotros los consideramos a ellos. No es muy asombroso que no los entendamos; tampoco entendemos a los vascos ni a los trogloditas.[91] a2 | Sin embargo, algunos se han jactado de entenderlos, como Apolonio de Tiana, b | Melampo, Tiresias, Tales[92] a2 | y otros. b | Y, dado que, según dicen los cosmógrafos, existen naciones que tienen un perro como rey, es preciso que den una interpretación segura a su voz y movimientos.[93] a | Debe señalarse la igualdad que hay entre nosotros. Tenemos una comprensión mediana de los sentidos que expresan; también la tienen los animales de los nuestros, más o menos en la misma medida. Nos halagan, nos amenazan y nos requieren; y nosotros a ellos.

Por lo demás, descubrimos de manera muy clara que se produce entre ellos una plena y total comunicación, y que se entienden entre sí,[94] no solamente los de la misma especie, sino incluso los de especies distintas:

b | Et mutae pecudes et denique secla ferarum

dissimiles suerunt uoces uariasque cluere,

cum metus aut dolor est, aut cum iam gaudia gliscunt.[95]

[Y los mudos rebaños, y hasta los animales salvajes, emiten gritos diferentes y variados cuando los agita el miedo o el dolor, o cuando les embarga el placer].

a | El caballo reconoce la cólera del perro por un ladrido determinado; de otros sonidos suyos, no se asusta. Incluso en los animales que carecen de voz inferimos fácilmente, por el intercambio de servicios que vemos en ellos, algún otro medio de comunicación. c | Sus movimientos exponen y tratan:

b | Non alia longe ratione atque ipsa uidetur

protrahere ad gestum pueros infantia linguae.[96]

[Por una razón no muy distante a la que incita a los

niños, carentes de lenguaje, a servirse de gestos].

a | ¿Por qué no, de la misma manera que nuestros mudos discuten, argumentan y cuentan historias mediante signos? He visto a algunos tan dúctiles y diestros que, a decir verdad, nada les faltaba para poder hacerse entender a la perfección. Los enamorados se enfurecen, se reconcilian, se hacen ruegos, se dan las gracias, se citan, y, en suma, se lo dicen todo con los ojos:

a2 | E’l silentio ancor suole

haver prieghi e parole.[97]

[Y también el silencio suele contener ruegos y palabras].

c | ¿Qué decir de las manos? Requerimos, prometemos, llamamos, despedimos, amenazamos, pedimos, suplicamos, negamos, rehusamos, interrogamos, admiramos, contamos, confesamos, nos arrepentimos, tememos, nos avergonzamos, dudamos, instruimos, mandamos, incitamos, animamos, juramos, atestiguamos, acusamos, condenamos, absolvemos, injuriamos, despreciamos, desafiamos, nos irritamos, adulamos, aplaudimos, bendecimos, humillamos, nos burlamos, nos reconciliamos, recomendamos, ensalzamos, celebramos, nos alegramos, nos compadecemos, nos entristecemos, nos desconsolamos, nos desesperamos, nos asombramos, gritamos, callamos, ¿y qué no?, con una variación y multiplicación que rivaliza con la lengua.

Con la cabeza, invitamos, despedimos, reconocemos, repudiamos, desmentimos, damos la bienvenida, honramos, veneramos, desdeñamos, pedimos, rechazamos, nos alegramos, nos lamentamos, halagamos, regañamos, nos sometemos, retamos, exhortamos, amenazamos, afirmamos, preguntamos. ¿Qué decir de las cejas?, ¿y de los hombros? No hay movimiento que no hable un lenguaje que es inteligible sin enseñanza, y que es público. Por eso, viendo su variedad y su práctica diferente de la de los demás, éste debe considerarse más bien como el propio de la naturaleza humana. Dejo de lado lo que de manera particular la necesidad enseña enseguida a quienes lo precisan, y los alfabetos de los dedos, y las gramáticas de gestos, y las ciencias que sólo se ejercen y expresan por medio de ellos, y las naciones que, según dice Plinio, no poseen otra lengua.[98] b | Un embajador de la ciudad de Abdera, tras hablar durante mucho tiempo al rey Agis de Esparta, le preguntó: «Y bien, Majestad, ¿qué respuesta queréis que transmita a nuestros ciudadanos?». «Que te he dejado decir todo lo que has querido, y mientras lo has querido, sin decir ni una palabra».[99] ¿No es ése un silencio que habla, y muy inteligible?

a | Por lo demás, ¿cuál de nuestras capacidades no reconocemos en las acciones de los animales? ¿Existe sociedad regulada con más orden, diversificada en más cargos y servicios, y mantenida con mayor firmeza que la de las abejas? Tal disposición de acciones y funciones, tan ordenada, ¿cabe imaginar que se lleve a cabo sin razón ni prudencia?:[100]

His quidam signis atque haec exempla sequuti,

esse apibus partem diuinae mentis et haustus

aethereos dixere.[101]

[Por estos signos, y observados estos ejemplos, dijeron algunos que

las abejas poseen una parte del espíritu divino y emanaciones etéreas].

Las golondrinas a las que vemos husmear, cuando vuelve la primavera, por todos los rincones de nuestras casas, ¿buscan sin juicio y eligen sin discernimiento, entre mil lugares, el que les resulta más conveniente para instalarse? Y, en la bella y admirable disposición de sus construcciones, ¿pueden los pájaros servirse más bien de la forma cuadrada que de la redonda, del ángulo obtuso que del recto, sin conocer sus características y consecuencias? ¿Cogen agua y luego arcilla sin pensar que lo duro se ablanda al humedecerlo? ¿Revisten con musgo su palacio, o con plumón, sin prever que los delicados miembros de sus crías estarán así más blandos y cómodos? ¿Se protegen del viento lluvioso y plantan su nido hacia Levante sin conocer las diferentes características de los vientos ni considerar que uno les resulta más saludable que otro? ¿Por qué la araña hace su tela más espesa en un sitio y más suelta en otro?, ¿por qué se sirve a veces de un tipo de nudo, a veces de otro, si carece de deliberación, pensamiento e inferencia?[102] No podemos sino reconocer, en la mayoría de sus obras, hasta qué punto los animales sobresalen por encima de nosotros, y en qué medida nuestro arte no alcanza a imitarlas. Sin embargo, en las nuestras, que son más burdas, vemos las facultades que empleamos, y que nuestra alma utiliza todas sus fuerzas. ¿Por qué no consideramos otro tanto de ellas?, ¿por qué atribuimos a no sé qué inclinación natural y servil obras que superan cuanto nosotros podemos hacer por naturaleza y por arte? De este modo, sin pensarlo, les cedemos una grandísima superioridad sobre nosotros al hacer que la naturaleza, con dulzura maternal, las acompañe y guíe, como de la mano, en todas las acciones y bienes de su vida; y que a nosotros nos abandone al azar y a la fortuna, y a tener que perseguir por arte lo necesario para nuestra conservación; y que nos rehúse al mismo tiempo los medios para poder llegar, mediante alguna instrucción y tensión de espíritu, a la habilidad natural de los animales, de manera que su estupidez brutal supere en todos los bienes cuanto puede lograr nuestra divina inteligencia.[103]

En verdad, en este caso, tendríamos toda la razón si la llamáramos madrastra injustísima.[104] Pero no hay nada de eso; nuestra sociedad no es tan deforme ni tan desordenada. La naturaleza ha abrazado universalmente a todas sus criaturas; y no hay ninguna a la cual no haya provisto con suma abundancia de todos los medios necesarios para la conservación de su ser. Porque esos vulgares lamentos que oigo proferir a los hombres —pues la licencia de sus opiniones los alza a veces por encima de las nubes, y luego los rebaja hasta las antípodas— de que somos el único animal abandonado desnudo en la tierra desnuda, atado, agarrotado, sin nada con que armarse ni protegerse sino los despojos de otros, mientras que a todas las demás criaturas la naturaleza las ha revestido de conchas, vainas, corteza, pelo, lana, pinchos, cuero, pelusa, pluma, escama, vellón y seda, según la necesidad de su ser; las ha armado con garras, dientes, cuernos, para atacar y defender; y las ha instruido ella misma en cuanto les corresponde, nadar, correr, volar, cantar, mientras que el hombre, sin aprendizaje, no sabe ni andar, ni hablar, ni comer, no sabe hacer otra cosa que llorar:[105]

b | Tum porro puer, ut saeuis proiectus ab undis

nauita, nudus humi iacet, infans, indigus omni

uitali auxilio, cum primum in luminis oras

nixibus ex aluo matris natura profudit;

uagituque locum lugubri complet, ut aequum est

cui tantum in uita restet transire malorum.

At uariae crescunt pecudes, armenta, feraeque,

nec crepitacula eis opus est, nec cuiquam adhibenda est

almae nutricis blanda atque infracta loquela;

nec uarias quaerunt uestes pro tempore caeli;

denique non armis opus est, non moenibus altis,

queis sua tutentur, quando omnibus omnia large

tellus ipsa parit, naturaque daedala rerum;[106]

[Y entonces el niño, como un marinero arrojado por las crueles olas, yace desnudo en el suelo, sin lenguaje, desprovisto de cualquier ayuda para la vida, una vez la naturaleza lo ha arrancado con esfuerzo del seno materno a las orillas bañadas por la luz; y con su lúgubre gemido llena el espacio, como es justo, puesto que le restan tantos males por pasar en la vida. En cambio, los animales de todas las especies, domésticos y salvajes, crecen sin necesidad de sonajeros y sin la lengua delicada y acariciadora de una tierna nodriza; y no persiguen vestidos diferentes según las estaciones; en suma, no necesitan armas ni altas murallas para proteger sus bienes, dado que la tierra y la naturaleza inventora lo brindan todo a todos en abundancia];

a | tales lamentos son falsos.[107] En la sociedad del mundo hay una igualdad más grande, y una correspondencia más uniforme.[108] Nuestra piel está provista, tan suficientemente como la suya, de firmeza contra las injurias del tiempo. La prueba está en las muchas naciones que no han probado todavía ningún uso de la ropa.[109] b | Nuestros antiguos galos apenas iban vestidos; ni lo van los irlandeses, nuestros vecinos, bajo un cielo tan frío. a | Pero lo juzgamos mejor por nosotros mismos, pues no hay parte de la persona, entre las que nos place descubrir al viento y al aire, que no sea capaz de soportarlo.[110] Si en nosotros hay alguna parte débil, y que parezca haber de temer el frío, debería ser el estómago, donde se realiza la digestión. Nuestros padres lo llevaban descubierto; y nuestras damas, tan blandas y delicadas como son, enseguida marchan entreabiertas hasta el ombligo. Tampoco las envolturas y fajaduras de los niños son necesarias; y las madres lacedemonias criaban a los suyos con plena libertad de movimientos de sus miembros, sin atarlos ni envolverlos.[111] Nuestro llanto es común a la mayoría de los demás animales; y son pocos los que no lloran y gimen mucho rato después de haber nacido, pues se trata de una disposición muy propia de la debilidad que experimentan.

En cuanto a la práctica de comer, es en nosotros, como en ellos, natural y sin instrucción:

b | Sentit enim uim quisque suam quam possit abuti.[112]

[En efecto, cada cual percibe qué fuerza puede usar].

a | ¿Quién duda que un niño, si se viera en la necesidad de alimentarse, sabría buscar su sustento? Y la tierra produce, y le ofrece, bastante para su necesidad, sin más cultivo ni artificio; y, si no lo hace siempre, tampoco lo hace para los animales, como prueban las provisiones que vemos preparar a las hormigas y a otros en vistas a las estaciones estériles del año. Esas naciones que acabamos de descubrir, tan abundantemente provistas de comida y bebida naturales, sin esfuerzo y sin labor, acaban de enseñarnos que el pan no es nuestro único alimento, y que, sin labranza, nuestra madre naturaleza nos había abastecido copiosamente de todo cuanto precisábamos; incluso, con toda verosimilitud, más plena y ricamente de lo que lo hace ahora que le hemos mezclado nuestro artificio,

Et tellus nitidas fruges uinetaque laeta

sponte sua primum mortalibus ipsa creauit;

ipsa dedit dulces foetus et pabula laeta,

quae nunc uix nostro grandescunt aucta labore,

conterimusque boues et uires agricolarum,[113]

[Y la tierra al principio produjo espontáneamente para los mortales abundantes mieses y fecundos viñedos; ella misma les brindó los dulces frutos y los fecundos pastos, que ahora apenas crecen a pesar de nuestro trabajo y en los que consumimos los bueyes y las fuerzas de los labradores],

pues el desenfreno y el desorden de nuestro apetito va por delante de todas las invenciones que buscamos para saciarlo.

En cuanto a armas, tenemos más de naturales que la mayor parte de los restantes animales, más variedad de movimientos de miembros, y obtenemos de ellas mayor servicio, naturalmente y sin enseñanza.[114] Los que están habituados a luchar desnudos, vemos que se arrojan a peligros iguales a los nuestros. Si algunos animales nos superan en esta ventaja, nosotros superamos a otros muchos. Y la habilidad para reforzar el cuerpo y protegerlo con medios adquiridos, la tenemos por instinto y precepto natural. La prueba de que es así está en que el elefante aguza y afila sus colmillos, que emplea en la guerra —pues tiene unos particulares para tal uso, que reserva y en modo alguno utiliza en sus demás servicios—. Cuando los toros acuden a la lucha, esparcen y lanzan polvo a su alrededor; los jabalíes afinan sus defensas; y la mangosta, cuando ha de enfrentarse con un cocodrilo, guarnece su cuerpo, lo recubre y encostra totalmente de barro bien apretado y bien amasado, como si fuera una coraza.[115] ¿Por qué no decir que también es natural que nosotros nos armemos de madera y de hierro?

En cuanto al habla, es cierto que si no es natural, no es necesaria. Aun así, creo que, si se criara a un niño en completa soledad, alejado de toda relación —sería difícil llevar a cabo este experimento—, tendría alguna clase de palabra para expresar sus concepciones.[116] Y no es creíble que la naturaleza nos haya rehusado un medio que ha concedido a muchos otros animales, pues ¿qué otra cosa sino habla es la facultad que vemos en ellos de quejarse, de alegrarse, de pedirse ayuda unos a otros, de incitarse al amor, como hacen mediante el uso de su voz?[117] b | ¿Cómo no iban a hablar entre ellos? Bien que nos hablan a nosotros, y nosotros a ellos. ¿De cuántas maneras hablamos a nuestros perros y ellos nos responden? Charlamos con ellos con otro lenguaje, con otras denominaciones que con los pájaros, con los cerdos, con los bueyes, con los caballos, y cambiamos de idioma según la especie:

a2 | Così per entro loro schiera bruna

s’ammusa l’una con l’altra formica

forse a spiar lor via, e lor fortuna.[118]

[Así las hormigas, entre sus oscuras hileras, se encuentran

unas con otras, quizá para averiguar su ruta y su suerte].

Me parece que Lactancio atribuye a los animales no sólo el habla sino también la risa.[119] a | Y la diferencia de lenguaje que se ve entre nosotros, según la diferencia de regiones, se da también entre los animales de la misma especie. Aristóteles alega al respecto el diferente canto de las perdices según la situación de los lugares,[120]

b | uariaeque uolucres

longe alias alio iaciunt in tempore uoces,

et partim mutant cum tempestatibus una

raucisonos cantus.[121]

[y diversos pájaros lanzan en momentos distintos gritos muy

diferentes, y otros cambian sus roncos cantos según el tiempo].

a | Pero resta por saber qué lenguaje hablaría este niño; y lo que se dice por adivinación no es muy verosímil. Si me alegan contra esta opinión que los sordos de nacimiento no hablan, respondo que ello no sólo se debe a que no han podido recibir la instrucción de la palabra con los oídos, sino más bien a que el sentido del oído, del que carecen, está relacionado con el del habla, y dependen el uno del otro por un vínculo natural, de suerte que lo que hablamos, hemos de hablarlo primero para nosotros mismos y hacerlo sonar por dentro a nuestros oídos, antes de remitirlo a los ajenos.

Todo esto lo he dicho para defender la semejanza que hay en las cosas humanas, y para devolvernos y unirnos a la muchedumbre. No estamos ni por encima ni por debajo del resto. Todo cuanto está bajo el cielo, dice el sabio, sigue la misma ley y fortuna:[122]

b | Indupedita suis fatalibus omnia uinclis.[123]

[Todas las cosas están sujetas por sus lazos fatales].

a | Hay alguna diferencia, hay órdenes y grados; pero es bajo el rostro de una misma naturaleza:

b | res quaeque suo ritu procedit, et omnes

foedere naturae certo discrimina seruant.[124]

[cada cosa procede a su manera, y todas ellas

conservan sus diferencias según la ley fija de la naturaleza].

a | Es preciso sujetar y reducir al hombre dentro de las barreras de esta sociedad. El miserable dista mucho de saltar realmente más allá; está trabado y ligado, está sujeto por la misma obligación que las demás criaturas de su orden, y su condición es muy mediocre, sin prerrogativa alguna, sin preexcelencia verdadera y sustancial. La que se arroga por opinión y fantasía carece de cuerpo y de sabor; y si es cierto que únicamente él, entre todos los animales, posee tal libertad de imaginación y tal desorden de pensamientos, que le representan lo que es, lo que no es, y lo que quiere, lo falso y lo verdadero, es una superioridad que se le vende a muy alto precio, y de la que tiene que enorgullecerse bien poco, pues de ahí nace la fuente principal de los males que le oprimen: pecado, enfermedad, falta de firmeza, turbación, desesperación.

Digo, pues, para volver a mi asunto, que no es verosímil considerar que los animales hagan por inclinación natural y forzosa lo mismo que nosotros hacemos por elección y habilidad. De los mismos efectos debemos inferir las mismas facultades, y de efectos más ricos, facultades más ricas, y debemos confesar por consiguiente que la misma razón, la misma vía que seguimos para actuar, la siguen también los animales, o alguna otra mejor. ¿Por qué imaginamos en ellos una coerción natural, si nosotros no experimentamos ningún efecto similar? Además, es más honroso ser encaminado y obligado a obrar rectamente por condición natural e inevitable, y más cercano a la divinidad, que obrar rectamente por libertad accidental y fortuita, y es más seguro dejar las riendas de nuestra conducta a la naturaleza que a nosotros. La vanidad de nuestra presunción nos lleva a preferir deber a nuestras fuerzas, más que a su generosidad, la capacidad que poseemos; y adornamos a los demás animales de bienes naturales, y se los cedemos, para honrarnos y ennoblecernos, por nuestra parte, con bienes adquiridos. Lo hacemos así con una inclinación muy simple, me parece, pues yo apreciaría mucho más las gracias enteramente mías y naturales que las que hubiera ido a mendigar y a rebuscar del aprendizaje. No está en nuestro poder adquirir más bello motivo de alabanza que el de ser favorecido por Dios y por la naturaleza.

Por ejemplo, el zorro del que se sirven los tracios cuando se proponen cruzar por encima del hielo de algún río helado y lo sueltan por delante a tal efecto. Si lo viésemos al borde del agua, poniendo la oreja bien cerca del hielo, para comprobar si oye lejos o cerca el murmullo del agua que fluye por debajo, y viésemos que, según descubre de esta manera que el hielo es más o menos espeso, retrocede o avanza, ¿no juzgaríamos con razón que le pasa por la cabeza el mismo razonamiento que pasaría por la nuestra, y que es un raciocinio y una inferencia extraída del juicio natural: «Lo que hace ruido se mueve; lo que se mueve no está helado; lo que no está helado es líquido, y lo que es líquido cede bajo el peso»? Porque atribuirlo meramente a la agudeza del sentido del oído, sin razonamiento ni inferencia, es una quimera, y no puede cabernos en la imaginación.[125] No otra cosa debemos pensar de tantas clases de artimañas y de invenciones con que los animales se protegen de los ataques que lanzamos contra ellos.

Y si pretendemos arrogarnos alguna superioridad del hecho mismo de que esté en nuestras manos apresarlos, servirnos de ellos y utilizarlos a nuestro antojo,[126] no es sino la misma superioridad que tenemos unos sobre otros. Mantenemos en esta condición a nuestros esclavos. b | Y ¿no eran las climácidas unas mujeres, en Siria, que servían, echadas a cuatro patas, como estribo y escalón para que las damas subieran a su carruaje?[127] a | Y la mayoría de las personas libres ceden a cambio de ventajas bien ligeras la vida y el ser al poder de otros.[128] c | Las esposas y las concubinas de los tracios se disputan ser elegidas para morir en la tumba del marido.[129] a | ¿Acaso los tiranos han dejado jamás de encontrar suficientes hombres consagrados a su devoción, algunos de ellos añadiendo también la necesidad de acompañarlos a la muerte como los acompañaron en vida?

b | Ejércitos enteros se han comprometido de este modo con sus capitanes. La fórmula de juramento de la ruda escuela de los gladiadores comportaba estas promesas: «Juramos dejarnos encadenar, quemar, golpear y matar con la espada, y sufrir todo aquello que los gladiadores legítimos sufren de su amo, empeñando con máximo escrúpulo el cuerpo y el alma a su servicio»:[130]

Vre meum, si uis, flamma caput, et pete ferro

corpus, et intorto uerbere terga seca.[131]

[Quema, si quieres, mi cabeza con la llama, atraviesa mi

cuerpo con la espada, y desgarra mi espalda con el retorcido látigo].

Era una verdadera obligación; y sin embargo algunos años había diez mil ingresos y perecían todos. c | Cuando los escitas enterraban a su rey, estrangulaban sobre su cadáver a su concubina favorita, a su copero, al caballerizo de su cuadra, al chambelán, al ujier de su aposento y al cocinero. Y en su aniversario mataban cincuenta caballos montados por cincuenta pajes a los cuales habían empalado por la espina dorsal hasta la garganta, y los dejaban plantados de este modo en parada alrededor de la tumba.[132]

a | Los hombres que nos sirven lo hacen a menor precio y por un trato menos cuidadoso y menos favorable que el que brindamos a pájaros, caballos y perros. c | ¿A qué desvelo no nos rebajamos por su comodidad? No me parece que los más abyectos servidores hagan de buen grado por sus amos aquello que los príncipes se honran en hacer por estos animales. Diógenes, viendo que sus parientes penaban por rescatarlo de la esclavitud, decía: «Son unos insensatos; es quien me cuida y alimenta el que me sirve a mí; y quienes se encargan de los animales, debe decirse que los sirven y no que sean servidos por ellos».[133]

a | Y aún tienen otra cosa más noble: que jamás león alguno se sometió a otro león, ni caballo alguno a otro caballo por falta de valor.[134] Así como nosotros vamos a la caza de animales, los tigres y los leones van a la caza de hombres; y tienen un ejercicio semejante unos contra otros: perros contra liebres, lucios contra tecas, golondrinas contra camarones, gavilanes contra mirlos y alondras:

b | serpente ciconia pullos

nutrit, et inuenta per deuia rura lacerta,

et leporem aut capream famulae Iouis, et generosae

in saltu uenantur aues.[135]

[la cigüeña alimenta sus polluelos con serpientes y con lagartos que encuentra en los campos apartados; y las nobles aves servidoras de Júpiter cazan en la sierra liebres o cabras].

Repartimos el fruto de nuestra caza con nuestros perros y nuestras aves, del mismo modo que el esfuerzo y la habilidad; y, al norte de Anfípolis, en Tracia, los cazadores y los halcones salvajes se reparten el botín justamente por la mitad;[136] como, a lo largo de la laguna Meótide, sí el pescador no cede a los lobos de buena fe una parte igual de su captura, se precipitan a desgarrarles las redes.[137] a | Y así como tenemos una caza que se lleva a cabo más por sutileza que por fuerza, como la que se hace con lazos o con cañas y anzuelo, se ven también otras similares entre los animales. Aristóteles dice que la sepia lanza del cuello una tripa larga como una caña que extiende a lo largo, dejándola ir, y que recoge cuando quiere; si percibe que algún pececillo se le acerca, le deja morder el extremo de esa tripa, que está oculta en la arena o en el cieno, y, poco a poco, la recoge hasta que tiene el pececillo tan cerca que puede atraparlo de un salto.[138]

En cuanto a fuerza, no existe animal en el mundo expuesto a tantas heridas como el hombre. No necesitamos una ballena, un elefante ni un cocodrilo, ni ningún animal semejante, de los que uno solo es capaz de derrotar a un gran número de hombres;[139] los piojos se bastan para interrumpir la dictadura de Sila;[140] el corazón y la vida de un magno y triunfante emperador son el desayuno de una lombriz.

¿Por qué decimos que, en el caso del hombre, distinguir las cosas útiles para la vida, y las que socorren en las enfermedades, es ciencia y conocimiento, forjados por arte y por razón, y que, en su caso, no lo es conocer la fuerza del ruibarbo y del polipodio?[141] Y, cuando vemos que las cabras de Candía, si las alcanza una flecha, eligen, entre un millón de hierbas, el díctamo para su curación; y que la tortuga, cuando se ha comido una víbora, busca de inmediato orégano para purgarse; el dragón, que se limpia y despeja la vista con hinojo; las cigüeñas, que se aplican ellas mismas lavativas con agua del mar; los elefantes, que arrancan no sólo de su cuerpo, y de sus compañeros, sino también de los cuerpos de sus amos —lo prueba el del rey Poro, al que mató Alejandro— los venablos y los dardos que les han lanzado en el combate, y que los arrancan de manera tan diestra que nosotros no sabríamos hacerlo con tan leve dolor, ¿por qué no decimos igualmente que se trata de ciencia y prudencia? En efecto, si se alega para rebajarlos que lo saben sólo por la instrucción y habilidad de la naturaleza, eso no les arrebata el título de ciencia y prudencia. Se lo atribuye con más razón que a nosotros, habida cuenta el honor de una maestra tan segura.[142]

Crisipo es, en todo lo restante, el filósofo que juzga con más desdén la condición de los animales. Pero, al considerar los movimientos de un perro que se halla en un cruce de tres caminos, buscando a su amo perdido o persiguiendo alguna presa que huye de él, y se dedica a probar un camino tras otro, y que, tras haberse cerciorado de dos de ellos, y no haber encontrado el rastro de lo que busca, se lanza por el tercero sin vacilación, se ve obligado a confesar que en el perro tiene lugar un razonamiento de este tenor: «He seguido el rastro de mi amo hasta el cruce; tiene necesariamente que haber seguido uno de los tres caminos; no ha ido ni por éste ni por aquél; así pues, ha de haber seguido indefectiblemente el otro»; y que, cerciorándose por la inferencia y el razonamiento, ya no emplea su percepción en el tercer camino, ni siquiera lo tantea, sino que se deja arrastrar por la fuerza de la razón.[143] Este rasgo puramente dialéctico, y el uso de proposiciones disyuntivas y conjuntivas, y de una enumeración suficiente de las partes, todo esto, tanto da que el perro lo sepa por sí mismo o por Trapezuntio.[144]

Sin embargo, los animales no son incapaces de recibir instrucción también a nuestra manera. Enseñamos a hablar a mirlos, cuervos, urracas, loros; y la facilidad que les reconocemos para ofrecernos una voz y un aliento tan flexibles y maleables, para que los formemos y reduzcamos a un determinado número de letras y de sílabas, prueba que poseen un discurso interno, que los vuelve susceptibles de enseñanza y deseosos de aprender.[145] Todo el mundo está cansado, creo yo, de ver todas las suertes de imitaciones que los titiriteros enseñan a sus perros: las danzas en las cuales no fallan ni una sola cadencia del sonido que oyen, muchos movimientos y saltos distintos que les hacen ejecutar cuando lo ordena su palabra. Pero observo con más asombro una acción que, sin embargo, es bastante común en los perros que utilizan los ciegos en el campo y en la ciudad. Me he fijado en cómo se detienen en ciertas puertas donde suelen recibir limosna, en cómo evitan el choque de los carruajes y de las carretas, incluso cuando por su parte tienen suficiente sitio para cruzar; he visto alguno que, a lo largo del foso de una ciudad, ha dejado un sendero plano y liso y ha seguido otro peor para alejar a su amo del foso. ¿Cómo podría haberse dado a entender a este perro que su misión era velar solamente por la seguridad de su amo, y desdeñar sus propias ventajas para servirlo a él? ¿y cómo podía saber que ese camino, ancho de sobra para él no lo sería para un ciego? ¿Puede comprenderse todo esto sin razón?

No hay que olvidar lo que Plutarco dice haber visto en Roma de un perro, con el emperador Vespasiano el Padre, en el teatro de Marcelo. El perro servía a un titiritero que representaba una función con muchas escenas y numerosos personajes, y tenía un papel en ella. Entre otras cosas había de fingirse muerto durante un tiempo por haber tomado cierta droga. Tras engullir el pan que hacían pasar por droga, empezó de inmediato a temblar y a tambalearse como si algo le hubiera aturdido; finalmente, extendido y rígido como si estuviera muerto, se dejó llevar y arrastrar de un lugar a otro, tal y como exigía el argumento representado; y, después, cuando se percató de que era el momento, empezó primero a moverse muy despacio, como si se hubiese despertado de un profundo sueño, y, levantando la cabeza, miró en todas direcciones de una manera que asombró a todos los asistentes.[146]

A los bueyes que servían en los jardines reales de Susa para regarlos y para girar ciertas grandes ruedas que tienen pegadas unas cubetas, con las cuales se extrae agua —se ven muchas en el Languedoc—, les habían ordenado arrastrarlas hasta cien vueltas al día cada uno. Estaban tan acostumbrados a tal número que era imposible, por más que los forzaran, hacerlos arrastrar una vuelta de más; y, una vez cumplida la tarea, se detenían en seco.[147] Nosotros somos adolescentes antes de saber contar hasta cien, y acabamos de descubrir naciones que no tienen noticia alguna de los números.

Además, supone más razón instruir a otro que ser instruido.[148] Pues bien, dejando aparte lo que pensaba y probaba Demócrito, a saber, que los animales nos han enseñado la mayoría de las artes —como la araña a tejer y a coser, la golondrina a construir, el cisne y el ruiseñor la música, y muchos animales, por su imitación, a medicar—,[149] Aristóteles sostiene que los ruiseñores enseñan a sus polluelos a cantar y dedican a esto tiempo y esfuerzo, lo cual explica que si los criamos en jaulas, al no tener ocasión de acudir a la escuela de sus padres, pierden mucha de la gracia de su canto.[150] b | De ello podemos inferir que mejora con la enseñanza y el estudio. Y aun entre los libres, no hay uno único e idéntico. Cada uno lo tiene según su capacidad; y, por la rivalidad de su aprendizaje, contienden entre ellos con disputas tan animosas que a veces el vencido pierde la vida, porque le falta antes el aliento que la voz. Los más jóvenes rumian, pensativos, y tratan de imitar ciertas estrofas de canción; el discípulo escucha la lección de su preceptor y le rinde cuentas con suma diligencia; se callan, ahora uno, luego otro; se oye corregir las faltas, y se perciben algunas censuras del preceptor. Vi en cierta ocasión —dice Arriano— un elefante que llevaba un címbalo colgado de cada muslo y otro adherido a la trompa, a cuyo son danzaban todos los demás en círculo, alzándose e inclinándose según determinadas cadencias, con arreglo a la guía del instrumento; y era grato oír tal armonía.[151] a | En los espectáculos de Roma, solían verse elefantes adiestrados para moverse y bailar, al son de la voz, danzas con muchos entrelazamientos, cortes y cadencias diferentes muy difíciles de aprender. Se ha visto a algunos que rememoraban en privado su lección, y se aplicaban con ahínco y denuedo para que sus amos no los regañaran y golpearan.[152]

Pero esta otra historia de la urraca, avalada por el mismo Plutarco, resulta extraordinaria. Estaba en la tienda de un barbero en Roma, y hacía maravillas imitando con su voz todo lo que oía. Un día ciertas trompetas estuvieron sonando durante mucho tiempo delante de la tienda; después, y a lo largo del día siguiente, la urraca se quedó pensativa, muda y melancólica, cosa que asombró a todo el mundo. Y se figuraban que el sonido de las trompetas la había conturbado y ensordecido hasta ese punto, y que se le había apagado la voz al mismo tiempo que el oído. Pero al final descubrieron que se trataba de un estudio profundo y recogimiento. Su espíritu se ejercitaba y disponía la voz para remedar el sonido de las trompetas, de tal manera que la primera voz que profirió pudo expresar perfectamente sus estribillos, sus pausas y sus variaciones. Por causa de este nuevo aprendizaje abandonó y desdeñó todo lo que antes sabía decir.[153]

No quiero omitir la alegación de otro ejemplo más, el de un perro que el mismo Plutarco dice haber visto —pues, en cuanto al orden, me doy perfecta cuenta de que lo altero, pero no lo observo más en la disposición de estos ejemplos que en el resto de mi tarea— mientras se hallaba en un navío. El perro, empeñado en alcanzar el aceite que había en el fondo de un cántaro al que no podía llegar con la lengua, debido a la estrecha abertura del recipiente, fue a buscar piedras y metió unas cuantas en el cántaro hasta que logró que el aceite subiera más cerca del borde, donde pudo alcanzarlo.[154] ¿Qué otra cosa es esto sino la acción de un sutilísimo espíritu? Se dice que los cuervos de Berbería hacen lo mismo cuando el agua que pretenden beber está demasiado baja.[155]

Tal acción es en cierta medida próxima a lo que contaba sobre los elefantes un rey de su nación, Juba: que cuando, por ardid de los cazadores, uno de ellos queda atrapado en ciertos hoyos profundos que les preparan y que recubren con maleza menuda para engañarlos, sus compañeros se afanan en acarrear hasta allí muchas piedras y trozos de madera para ayudarlo a salir.[156] Pero este animal está cercano en tantas otras acciones a la capacidad humana que si quisiera seguir con detalle lo que la experiencia ha mostrado al respecto, establecería fácilmente lo que acostumbro a sostener: que hay más diferencia entre unos hombres y otros que entre ciertos animales y ciertos hombres.[157] En una casa privada de Siria, el cuidador de un elefante hurtaba a todas sus comidas la mitad de la ración que le habían ordenado. Un día el amo quiso cuidarlo él mismo y vertió en su comedero la ración completa de cebada que le había prescrito para su alimentación. El elefante, mirando con malos ojos al cuidador, separó y puso aparte con la trompa la mitad; reveló así la injusticia que le infligían.[158] Y otro elefante cuyo cuidador introducía piedras en el pienso para aumentar la ración, se acercó al recipiente donde cocía carne para su comida y se lo llenó de ceniza.[159] Esto son acciones particulares; pero lo que todo el mundo ha visto, y todo el mundo sabe, que en todos los ejércitos que se conducían desde Oriente una de las mayores fuerzas radicaba en los elefantes, que proporcionaban resultados incomparablemente superiores a los que ahora obtenemos de nuestra artillería, que ocupa poco más o menos su sitio en un ejército regular, [160] es fácil de juzgar para quienes conocen las historias antiguas:

b | siquidem Tirio seruire solebant

Annibali, et nostris ducibus, regique Molosso,

horum maiores, et dorso ferre cohortes,

partem aliquam belli et euntem in praelia turmam.[161]

[sus antepasados solían servir al tirio Aníbal y a nuestros generales y al rey de los molosos; y llevaban sobre la espalda las cohortes, parte importante en la guerra, y el escuadrón que acudía a la batalla].

a | Ciertamente, había que tener verdadera confianza en la creencia y el razonamiento de estos animales para cederles la cabeza del ejército, un lugar donde la menor parada que pudieran hacer, dada la grandeza y pesadez de su cuerpo, el menor susto que les hiciera volverse sobre su propia gente, bastaba para echarlo todo a perder; y se han visto pocos ejemplos en que se hayan lanzado contra sus propias tropas, mientras que nosotros mismos nos abalanzamos los unos contra los otros y nos quebramos. No se les encomendaba una maniobra simple, sino muchas intervenciones distintas en el combate. b | Como hacían los españoles con los perros, en la reciente conquista de las Indias, a los que pagaban un sueldo y daban parte del botín; y estos animales mostraban tanta destreza y juicio para perseguir y establecer su victoria, para atacar o retroceder según las ocasiones, para distinguir a los amigos de los enemigos, como también ardor y dureza.[162]

a | Admiramos y apreciamos mejor las cosas extrañas que las ordinarias; y, de no ser así, no me habría enredado en este largo registro, pues, a mi entender, si alguien examina de cerca cuanto vemos habitualmente en los animales que viven entre nosotros, puede encontrar acciones tan admirables como las que se compilan en países y siglos extraños.[163] c | Es una misma naturaleza la que sigue su curso. Si alguien hubiese juzgado de modo suficiente la presente situación, podría a buen seguro inferir todo el porvenir y todo el pasado.[164] a | En cierta ocasión vi entre nosotros a unos hombres traídos por mar de un lejano país.[165] Como no entendíamos nada de su lengua, y, por lo demás, sus maneras, su disposición y sus vestidos eran por completo ajenos a los nuestros, ¿quién de nosotros no los consideraba salvajes y brutales?, ¿quién no atribuía a estupidez y a necedad verlos mudos, ignorantes de la lengua francesa, ignorantes de nuestros besamanos y de nuestras reverencias serpenteadas, de nuestro porte y de nuestro gesto, cuyo modelo la naturaleza humana ha de seguir sin falta?

Condenamos todo aquello que nos parece extraño y aquello que no entendemos. Nos ocurre así con el juicio que emitimos sobre los animales. Poseen muchas características que se asemejan a las nuestras; a partir de ellas podemos inferir por comparación alguna conjetura; pero ¿qué sabemos de cuanto tienen de particular? Los caballos, los perros, los bueyes, las ovejas, los pájaros y la mayoría de los animales que viven con nosotros reconocen nuestra voz, y se dejan conducir por ella. Así lo hacía incluso la morena de Craso, y acudía a él cuando la llamaba; y lo hacen también las anguilas que se encuentran en la fuente de Aretusa.[166] b | Y he visto bastantes viveros donde los peces acuden a comer al oír determinado grito de sus cuidadores:

a | nomen habent, et ad magistri

uocem quisque sui uenit citatus.[167]

[tienen nombre y acuden a la voz del amo cuando se les llama].

Podemos juzgar a partir de esto. Podemos también decir que los elefantes participan en alguna medida de la religión, pues, a ciertas horas del día, tras muchas abluciones y purificaciones, se les ve, con la trompa alzada a modo de brazos, y los ojos fijos hacia el sol naciente, permanecer durante mucho tiempo meditabundos y contemplativos, por propia inclinación, sin enseñanza ni precepto.[168] Pero, aunque no percibamos ninguna apariencia semejante en los demás animales, no podemos, sin embargo, asegurar que carezcan de religión, y no podemos interpretar en modo alguno aquello que se nos oculta. Así, vemos alguna cosa en la acción que el filósofo Cleantes observó, porque recuerda a las nuestras. Presenció, dice, que unas hormigas marchaban de su hormiguero, acarreando el cadáver de una compañera, hacia otro hormiguero; desde éste les salieron al encuentro otras muchas hormigas, como para hablar con ellas. Y, tras haber reunirse durante cierto tiempo, las últimas regresaron a deliberar, daos cuenta, con sus conciudadanas, y repitieron dos o tres veces el viaje por la dificultad de la negociación. Finalmente, las últimas sacaron un gusano de su cubil para las primeras, como si fuera el rescate por la muerta, gusano que las primeras cargaron a hombros y se llevaron a casa, dejando a las otras el cuerpo de la muerta.[169] Ésta es la interpretación que dio Cleantes, probando con ello[170] que los que carecen de voz no dejan de mantener trato y comunicación mutua, en los cuales no participamos por defecto nuestro —y por lo tanto somos necios si nos dedicamos a opinar sobre el asunto.[171]

Ahora bien, producen de igual manera otras acciones que superan ampliamente nuestra capacidad, las cuales estamos tan lejos de poder imitar que ni siquiera podemos concebirlas mediante la imaginación. Muchos sostienen que, en esa magna y definitiva batalla naval que Antonio perdió contra Augusto, su galera capitana fue detenida en mitad de su curso por un pececillo que los latinos llaman remora [rémora], a causa de su propiedad de frenar toda suerte de naves a las que se adhiere. Y en cierta ocasión en que el emperador Calígula navegaba con una gran flota por la costa de la Romaña, sólo su galera fue detenida en seco por ese mismo pez, al que hizo apresar, adherido como estaba a la parte inferior de su barco. Se enojó sobremanera por que un animal tan pequeño pudiera forzar el mar, los vientos y la violencia de todos sus remos simplemente pegando el pico a su galera —pues se trata de un pez con concha—; y se asombró, además, no sin mucha razón, de que cuando se lo subieron al barco, careciera ya de la fuerza que tenía fuera.[172] Un ciudadano de Cícico adquirió en otros tiempos reputación de buen matemático por haber aprendido una propiedad del erizo. Éste mantiene su guarida abierta por distintos sitios y a distintos vientos, y, previniendo el viento que va a soplar acude a taponar el agujero por ese lado. Observándolo el ciudadano, brindó a su ciudad predicciones seguras sobre el viento que iba a soplar.[173] El camaleón adopta el color del lugar donde se sitúa; pero el pulpo se da a sí mismo el color que se le antoja, según las ocasiones, para esconderse de aquello que teme y atrapar aquello que busca. En el caso del camaleón, es un cambio pasivo; pero en el del pulpo, es un cambio activo.[174] Nosotros experimentamos algunas mutaciones de color con el miedo, la cólera, la vergüenza y otras pasiones que modifican el tinte de nuestro semblante, pero es por un efecto pasivo, como en el caso del camaleón. La ictericia puede ciertamente ponernos amarillos, pero no la disposición de nuestra voluntad. Ahora bien, estas acciones que reconocemos en los demás animales, más grandes que las nuestras, prueban que existe en ellos alguna facultad más excelente, que se nos oculta, como es verosímil que se nos oculten muchas otras de sus características y potencias, c | de las cuales ninguna apariencia llega hasta nosotros.

a | Entre todas las predicciones del pasado, las más antiguas y seguras eran aquellas que se inferían del vuelo de las aves. Nada en nosotros se asemeja a esto ni es tan admirable. Tiene que haber alguna facultad excelente que guíe la regla y el orden del movimiento de sus alas, de los cuales se deducen consecuencias sobre el futuro, a una acción tan noble. Porque se va más allá de lo manifiesto cuando se atribuye un hecho tan importante a un mandato natural, sin la inteligencia, el acuerdo y el razonamiento de quien lo produce; y es una opinión evidentemente falsa.[175] La prueba de esto es el torpedo. Tiene la propiedad de que, no sólo adormece los miembros que lo tocan, sino que transmite, a través de redes y mallas, una pesadez entumecida a las manos de quienes las trasiegan y manejan. Se dice incluso otra cosa: que si se le vierte agua encima, se experimenta esta impresión, que llega, ascendiendo, hasta la mano, y adormece el tacto a través del agua. Tal fuerza es extraordinaria, pero al torpedo no le resulta inútil. La tiene presente y se vale de ella, de manera que, para atrapar la presa que busca, se agazapa bajo el lodo para que los demás peces que se deslizan por encima, golpeados y adormecidos por esa frialdad suya, caigan en su poder.[176] Las grullas, las golondrinas y otras aves migratorias, cambiando de cobijo según las estaciones del año, muestran de sobra el conocimiento que tienen de su facultad adivinatoria, y la llevan a la práctica.[177] Los cazadores nos aseguran que, para elegir entre un grupo de cachorros de perro aquel que debe conservarse como el mejor, no hay más que poner a la madre en la obligación de elegirlo ella misma. De modo que, si los sacamos de la madriguera, el primero al que devuelva dentro será siempre el mejor; o bien, si hacemos como si rodeáramos de fuego la madriguera por todos lados, aquel de los cahorros en cuyo auxilio acuda antes. Esto muestra que poseen una práctica de la predicción de la que nosotros carecemos, o que poseen cierta facultad para juzgar a sus cachorros, diferente de la nuestra y más viva que ella.[178]

Dado que la manera de nacer, de engendrar, nutrirse, actuar, moverse, vivir y morir de los animales es tan semejante a la nuestra, todo lo que recortamos a sus causas motrices y añadimos a nuestra condición por encima de la suya no puede fundarse en ningún argumento de nuestra razón. Para regular nuestra salud, los médicos nos proponen el ejemplo de la vida de los animales y su forma de hacer; pues esta sentencia ha estado siempre en boca del pueblo:

Mantened calientes los pies y la cabeza;

en lo demás, vivid como animales.[179]

La procreación es la más importante de las acciones naturales. La disposición de nuestros miembros es más apropiada para tal efecto; aun así, nos prescriben adoptar la postura y disposición animal porque es más efectiva:

more ferarum

quadrupedumque magis ritu, plerumque putantur

concipere uxores; quia sic loca sumere possunt, pectoribus positis,

sublatis semina lumbis.[180]

[suele creerse que las mujeres conciben mejor al modo de las bestias y los cuadrúpedos, porque así, con los pechos abajo, y las nalgas arriba, el semen puede alcanzar su destino].

a2 | Y rechazan como perniciosos esos movimientos indiscretos e insolentes que las mujeres se han sacado de la manga, remitiéndolas al ejemplo y al uso de los animales de su sexo, más modesto y sensato:

Nam mulier prohibet se concipere atque repugnat,

clunibus ipsa uiri Venerem si laeta retractet,

atque exossato ciet omni pectore fluctus.

Eiicit enim sulci recta regione uiaque

uomerem, atque locis auertit seminis ictum.[181]

[Pues la mujer impide y evita la concepción si, con el movimiento de sus nalgas, en su alegría, estimula el deseo del hombre, y con su cuerpo dislocado hace brotar el flujo de semen. Porque aparta el surco de la línea recta del arado y desvía el lanzamiento de la simiente de su blanco].

a | Si la justicia es dar a cada cual aquello que le es debido, los animales que sirven, aman y defienden a sus benefactores, y que persiguen y atacan a los extraños y a quienes les maltratan, remedan de este modo cierto aire de nuestra justicia,[182] como también al mantener una igualdad muy ecuánime en el reparto de sus bienes entre sus cachorros. En cuanto a la amistad, la suya es incomparablemente más viva y más firme que la humana. Hircano, el perro del rey Lisímaco, a la muerte de su amo permaneció obstinadamente sobre su lecho sin querer beber ni comer; y cuando quemaron su cuerpo, acudió corriendo y se lanzó al fuego, donde se abrasó.[183] Hizo lo mismo el perro de un hombre llamado Pirro, pues, cuando éste murió, no se movió de encima de su cama, y cuando se lo llevaron, se dejó conducir junto a él, y finalmente se arrojó a la hoguera donde ardía su cuerpo.[184] Hay ciertas inclinaciones afectivas que a veces surgen en nosotros sin el consejo de la razón, procedentes de un impulso fortuito que otros llaman «simpatía». Los animales son tan capaces de ello como nosotros. Vemos cómo los caballos entablan cierta amistad entre sí, hasta el punto de que nos cuesta hacer que vivan o viajen separados. Vemos cómo aplican su afecto a determinado pelaje de sus compañeros, lo mismo que a determinado semblante, y que, cuando lo encuentran, se unen a él de inmediato con júbilo y muestras de benevolencia, y que acogen con disgusto y odio cierta otra forma. Los animales eligen como nosotros en sus amores y hacen cierta selección entre sus hembras. No se libran de nuestros celos ni de odios extremos e irreconciliables.

Los deseos son o naturales y necesarios, como el beber y el comer, o naturales e innecesarios, como las relaciones con las hembras, o ni naturales ni necesarios.[185] Casi todos los humanos son de esta última clase. Son todos superfluos y artificiales. Es, en efecto, asombroso qué poco precisa la naturaleza para estar satisfecha, qué poco nos ha dejado por desear. Los condimentos de nuestros platos no atañen a su prescripción. Dicen los estoicos que a un hombre le bastaría para sustentarse con una aceituna al día.[186] La delicadeza de nuestros vinos no forma parte de su lección, ni la sobrecarga que añadimos a nuestros deseos amorosos:

neque illa

magno prognatum deposcit consule cunnum.[187]

[y no necesita una vulva engendrada por un cónsul importante].

Los deseos impropios, que la ignorancia del bien, y una falsa opinión, han deslizado en nosotros, son tan abundantes que expulsan a casi todos los naturales. Ni más ni menos que si en una ciudad hubiese tan gran número de extranjeros que echaran a sus habitantes naturales o acabasen con su antigua autoridad y poderío, usurpándola por completo y apoderándose de ella.[188] Los animales son mucho más ordenados que nosotros, y se contienen con más moderación dentro de los límites que la naturaleza nos ha prescrito.[189] Pero no de manera tan estricta que no mantengan también cierta correspondencia con nuestro desenfreno. Y, así como se han visto deseos furiosos que han empujado a los hombres a amar a los animales, también ellos se prendan a veces de amor por nosotros y acogen pasiones monstruosas entre especies distintas.[190] Lo prueba aquel elefante rival de Aristófanes el Gramático por el amor de una joven vendedora de flores en la ciudad de Alejandría, que no le cedía en nada en cuanto a las obligaciones de un pretendiente muy apasionado. En efecto, cuando paseaba por el mercado de las frutas, tomaba algunas con la trompa y se las ofrecía. No la perdía de vista sino lo menos posible, y de vez en cuando le metía la trompa en el pecho por debajo del cuello y le tocaba los pezones.[191] Cuentan también de un dragón enamorado de una muchacha, y de una oca prendada de amor por un muchacho en la ciudad de Esopo, y de un carnero que pretendía a la música Glauca;[192] y cada día vemos monos locos de amor por mujeres. Vemos también que ciertos animales se entregan al amor de los machos por su sexo.[193] Opiano y otros refieren algunos ejemplos para mostrar la reverencia que los animales tienen en sus matrimonios por el parentesco,[194] pero la experiencia nos hace ver con suma frecuencia lo contrario:

nec habetur turpe iuuencae

ferre patrem tergo; fit equo sua filia coniux:

quasque creauit init pecudes caper; ipsaque cuius

semine concepta est, ex illo concipit ales.[195]

[y no es una deshonra para la vaca que la monte su padre; el caballo toma a su hija por esposa; los machos cabríos penetran a las cabritas que han engendrado, y las aves conciben con el mismo esperma con el que han sido concebidas].

¿Hay sutileza maliciosa más clara que la del mulo del filósofo Tales? Un día que cruzaba un río cargado de sal y que resbaló por casualidad, de manera que los sacos que llevaba quedaron completamente mojados, se dio cuenta de que la sal así disuelta le había aligerado la carga. Desde entonces, en cuanto encontraba un riachuelo, se sumergía en él con su carga, hasta que su amo, que descubrió su malicia, ordenó que lo cargaran de lana. Desengañado de este modo, dejó de emplear ya la artimaña.[196]

Son muchos los que representan de manera genuina el aspecto de nuestra avaricia, pues se les ve un afán extremo por adueñarse de todo lo que pueden y por esconderlo cuidadosamente, aunque no les sirva para nada. En cuanto a la administración doméstica, no sólo nos superan en la previsión con la que acumulan y ahorran para el futuro; poseen además muchos elementos del arte necesario para ello. Las hormigas extienden fuera de la era sus granos y semillas para airearlos, refrescarlos y secarlos cuando ven que empiezan a enmohecerse y a oler a rancio, temiendo que se corrompan y pudran.[197] Pero la precaución y la prevención de que se valen para roer el grano de trigo supera todo lo imaginable por la previsión humana. Dado que el trigo no se mantiene siempre seco y sano, sino que se reblandece, descompone y disuelve en una especie de leche, preparándose para germinar y engendrar, por miedo a que se transforme en semilla y pierda su naturaleza y cualidad de reserva de alimento, roen la punta por la cual el germen acostumbra a brotar.[198]

En cuanto a la guerra, que es la más grande y más pomposa de las acciones humanas, me gustaría saber si pretendemos valernos de ella como argumento para alguna preeminencia o, por el contrario, como prueba de nuestra flaqueza e imperfección. Siendo en verdad como es el arte de destruirnos y matarnos mutuamente, de arruinar y echar a perder a nuestra propia especie, parece que no tiene mucho que lo haga deseable para los animales que carecen de él:

b | quando leoni

fortior eripui uitam Leo? quo nemore unquam

expirauit aper maioris dentibus apri?[199]

[¿cuándo a un león le ha quitado la vida

un león más fuerte?, ¿en qué bosque un jabalí ha

expirado nunca entre los dientes de un jabalí mayor?]

a | Pero, aun así, no están del todo exentos de él, como lo prueban los furiosos enfrentamientos de las abejas y los ataques entre príncipes de dos ejércitos contrarios:[200]

saepe duobus

regibus incessit magno discordia motu,

continuoque animos uulgi et trepidantia bello

corda licet longe praesciscere.[201]

[a menudo aparece la discordia entre dos reyes con gran agitación, y enseguida se puede prever de lejos la cólera de la multitud y sus corazones prestos para la guerra].

Jamás veo esta divina descripción sin que me parezca leer pintada en ella la insensatez y la vanidad humanas. En efecto esos movimientos guerreros que nos arrebatan con su horror y espanto, esa tormenta de ruidos y gritos,

b | Fulgur ubi ad caelum se tollit, totaque circum

aere renidescit tellus, subterque uirum ui

excitur pedibus sonitus, clamoreque montes

icti reiectant uoces ad sidera mundi;[202]

[Cuando el fulgor llega hasta el cielo y todo en derredor la tierra resplandece de bronce y el pie de los recios hombres suscita el ruido de las pisadas y los montes, heridos por sus clamores, rechazan sus gritos hasta los astros del cielo];

a | esa pavorosa disposición de tantos miles de hombres armados, tanto furor, bravura y coraje, es divertido considerar por qué vanos motivos se agita y por qué ligeros motivos se extingue:

Paridis propter narratur amorem

Graecia Barbariae diro collisa duello.[203]

[Se cuenta que a causa del amor de Paris se produjo

un duro enfrentamiento entre griegos y bárbaros].

Asia entera se perdió y consumió en guerras causadas por la rufianería de Paris. El deseo de un solo hombre, un despecho, un placer, unos celos domésticos, causas que no deberían mover a dos pescaderas a arañarse, son el alma y el movimiento de todo este gran tumulto. ¿Queremos creer a los mismos que son sus principales autores y motivos? Oigamos al más grande, al más triunfante y poderoso emperador que jamás ha existido riéndose y mofándose, de manera muy divertida e ingeniosa, de muchas batallas arriesgadas por mar y por tierra, de la sangre y la vida de quinientos mil hombres que siguieron su fortuna, y de las fuerzas y las riquezas de las dos partes del mundo exhaustas al servicio de sus empresas,

Quod futuit Glaphyran Antonius, hanc mihi poenam

Fuluia constituit, se quoque uti futuam.

Fuluiam ego ut futuam? Quid, si me Manius oretpoedicem, faciam? Non puto, si sapiam.

Aut futue, aut pugnemus, ait. Quid, si mihi uita

charior est ipsa mentula? Signa canant.[204]

[Porque Antonio copuló con Glafira, Fulvia me prescribe el castigo de copular también con ella. ¿Yo, copular con Fulvia? ¿Cómo?, si Manio me pide que le sodomice, ¿lo haré? No creo, si estoy cuerdo. O copulas o vamos a la guerra, dice. ¿Cómo?, ¡si estimo más mi verga que la vida misma! Que suenen las cornetas].

—Utilizo mi latín con libertad de conciencia, con el permiso que me habéis dado—.[205] Ahora bien, este gran cuerpo con tantos semblantes y movimientos, que parece amenazar cielo y tierra:

b | Quam multi Lybico uoluuntur marmore fluctus,

saeuus ubi Orion hibernis conditur undis,

uel cum sole nouo densae torrentur aristae,

aut Hermi campo, aut Liciae flauentibus aruis,

scuta sonant, pulsuque pedum tremit excita tellus;[206]

[Tan numerosos como las olas que ruedan por el mar de Libia cuando el cruel Orion se esconde en las ondas invernales, o como las apretadas espigas que arden bajo el nuevo sol en la llanura de Hermo o en los campos dorados de Licia, los escudos resuenan y la tierra estremecida tiembla bajo la pisada de los pies];

a | este furioso monstruo con tantos brazos y tantas cabezas, sigue siendo el débil, calamitoso y miserable hombre. Es sólo un hormiguero revuelto y excitado:

It nigrum campis agmen.[207]

[El negro batallón avanza por la llanura].

Un soplo de viento adverso, el graznido de una bandada de cuervos, el paso en falso de un caballo, el cruce fortuito de un águila, un sueño, una palabra, un signo, una niebla matinal bastan para derribarlo y echarlo al suelo. Dale tan sólo con un rayo de sol en la cara y ahí lo tienes derretido y desmayado; que el viento le lance tan sólo un poco de polvo a los ojos, como a las abejas de nuestro poeta,[208] y ahí tienes todas nuestras enseñas, nuestras legiones y hasta a Pompeyo el Magno al frente roto y deshecho, pues fue él, me parece, quien fue vencido por Sertorio en España con esas buenas armas,[209] b | que también sirvieron a otros, como a Eumenes contra Antígono y a Surena contra Craso:[210]

a | Hi motus animorum atque haec certamina tanta

pulueris exigui iactu compressa quiescent.[211]

[Estos ánimos agitados y estos combates tan violentos

se calmarán y reprimirán arrojándoles un poco de polvo].

c | Que lancen aun a nuestras abejas a perseguirlo. Tendrán fuerza y valor para derrotarlo. Hace poco, cuando los portugueses sitiaban la villa de Tamly, en el territorio de Xiatima, sus habitantes llevaron sobre la muralla una gran cantidad de colmenas, que poseen en abundancia. Y, con fuego, arrojaron a las abejas tan vivamente contra sus enemigos, que éstos abandonaron la empresa. No pudieron resistir sus ataques y picotazos. De este modo, se preservó la victoria y la libertad de su ciudad gracias a este nuevo auxilio, con tal fortuna que, a la vuelta del combate, no hubo ni una sola baja.[212]

a2 | Las almas de los emperadores y de los zapateros están hechas en el mismo molde. Considerando la importancia y gravedad de las acciones de los príncipes, nos convencemos de que han sido producidas por ciertas causas asimismo graves e importantes. Cometemos un error. Son traídos y llevados en sus movimientos por los mismos motivos que nosotros en los nuestros. La misma razón que nos hace reñir con un vecino, suscita una guerra entre príncipes; la misma razón que nos lleva a azotar a un lacayo, cuando cae en un rey, le hace arrasar una provincia. b | Quieren con la misma ligereza que nosotros, pero pueden más. a2 | Los mismos deseos agitan un ácaro y un elefante.

a | En cuanto a fidelidad, no hay animal en el mundo tan traidor como el hombre. Nuestras historias cuentan la viva persecución que ciertos perros hicieron de la muerte de sus amos. El rey Pirro se topó con un perro que estaba vigilando a un muerto; tras oír que llevaba tres días haciendo este servicio, mandó que enterrasen el cadáver y se llevó el perro con él. Un día en que presenciaba la revista general de su ejército, el perro vio a los asesinos de su amo, se les echó encima con grandes ladridos y violenta furia, y por medio de este primer indicio encauzó la venganza del asesinato, que fue ejecutada poco después por la vía de la justicia.[213] Otro tanto hizo el perro del sabio Hesíodo, que demostró la culpabilidad de los hijos de Ganíctor de Naupacto en el asesinato de su amo.[214] Otro perro, que custodiaba un templo en Atenas, al ver a un ladrón sacrílego que se llevaba las joyas más hermosas, empezó a ladrar contra él con todas sus fuerzas; pero, como los sacristanes no por eso se despertaron, se puso a seguirlo, y, cuando se hizo de día, se mantuvo un poco más alejado de él, sin perderlo jamás de vista. Si le ofrecía de comer, no lo aceptaba; y a los demás transeúntes que encontraba por el camino, los festejaba con la cola y cogía de sus manos lo que le daban de comer; si su ladrón se detenía para dormir, él se detenía también en el mismo sitio. La noticia del perro llegó a los sacristanes de la iglesia, de modo que se pusieron a seguirle el rastro, preguntando por indicios del pelo del perro, y finalmente lo encontraron en la ciudad de Cromión, y también al ladrón, al que devolvieron a la ciudad de Atenas, donde recibió castigo. Y los jueces, en reconocimiento por este buen servicio, decretaron que el erario público se hiciera cargo de cierta ración de trigo para alimentar al perro, y a los sacerdotes, que lo cuidaran. Plutarco atestigua esta historia como cosa muy probada y acaecida en su época.[215]

En cuanto a la gratitud —pues me parece que tenemos necesidad de dar vigencia a esta palabra—,[216] bastará un solo ejemplo que Apión relata como si él mismo lo hubiese contemplado. Un día, dice, que en Roma se brindaba al pueblo el placer del combate de numerosos animales extraños, y sobre todo de leones de inusitado tamaño, había uno entre los demás que, por su porte furioso, por la fuerza y el grosor de sus miembros y por su rugido altivo y terrible, atraía la mirada de todos los asistentes. Uno de los esclavos que fueron ofrecidos al pueblo en este combate de animales fue un tal Androdo, de Dacia, que pertenecía a un señor romano de la clase consular. El león lo vio desde lejos y primero se detuvo en seco, como si se hubiese quedado admirado; luego, se acercó muy lentamente, de una manera mansa y apacible, como para reconocerlo. Hecho esto, y seguro de lo que buscaba, empezó a golpear con la cola como lo hacen los perros que lisonjean a su amo, y a besar y lamer las manos y los muslos del pobre miserable, que estaba completamente sobrecogido de horror y fuera de sí. Cuando Androdo recobró el ánimo por la benignidad del león, y calmó su mirada para examinarlo y reconocerlo, era un placer singular ver las caricias y fiestas que se hacían el uno al otro. Como el pueblo dio gritos de alborozo, el emperador hizo llamar al esclavo para oír de él la causa de tan extraño suceso. Le relató una historia nueva y admirable.

Cuando mi amo, dijo, era procónsul en África, me vi obligado, por la crueldad y el rigor con que me trataba, al extremo de hacerme golpear todos los días, a ocultarme de él y huir. Y, para esconderme de manera segura de un personaje que poseía tanta autoridad en la provincia, me pareció que lo más rápido para mí era dirigirme a los lugares solitarios y las regiones arenosas e inhabitables del país, resuelto, si me faltaban medios para alimentarme, a encontrar alguna manera de quitarme la vida. El sol era extremadamente intenso al mediodía y los calores insoportables, así que, al toparme con una cueva oculta e inaccesible, me lancé a su interior. Poco después apareció este león, con una pata ensangrentada y herida, quejándose y gimiendo por los dolores que sufría. Cuando llegó, tuve mucho miedo, pero él, viéndome acurrucado en un rincón de su guarida, se me acercó muy despacio ofreciéndome la pata herida y mostrándomela como para pedir ayuda. Entonces le saqué una gran astilla que tenía clavada y, un poco familiarizado con él, apretando su herida, hice salir la suciedad que se acumulaba, la sequé y limpié tan bien como pude. Al sentirse aliviado del mal y repuesto del dolor, empezó a descansar y a dormir, con la pata todavía entre mis manos. Desde entonces, vivimos los dos juntos en esa cueva tres años enteros con los mismos alimentos. Porque, de los animales que mataba en sus cacerías, me daba los mejores pedazos, que yo ponía a calentar al sol, a falta de fuego, y me comía. A la larga, aburrido de esta vida brutal y salvaje, un día al ir el león a hacer su caza habitual, me marché, y, a los tres días, me sorprendieron los soldados, que me llevaron de África a esta ciudad, a mi amo, el cual me condenó de inmediato a muerte y a ser arrojado a los animales. Pues bien, por lo que veo, al león le capturaron también poco después, y ahora me ha querido recompensar por el beneficio y la curación que le procuré.

Ésta es la historia que Androdo contó al emperador, que hizo también oír de mano en mano al pueblo. Por ello, a requerimiento de todos, fue puesto en libertad y absuelto de la condena, y por mandato del pueblo se le regaló el león. Vimos después, dice Apión, cómo Androdo, que llevaba el león con un pequeño lazo, se paseaba por las tabernas de Roma y recibía el dinero que le daban, y cómo el león se dejaba cubrir con las flores que le lanzaban, y cómo todo el mundo decía, cuando los encontraba: «Aquí tenemos al león que hospedó al hombre, y al hombre que curó al león».[217]

b | Lloramos a menudo la pérdida de los animales que amamos; también ellos lloran la nuestra:

Post bellator equus, positis insignibus, Aethon

it lacrimans, guttisque humectat grandibus ora.[218]

[Después llega su caballo de guerra, despojado de sus insignias,

Etón; llora y humedece con grandes lágrimas su rostro].

Así como algunas de nuestras naciones tienen las mujeres en común, y otras cada uno la suya, ¿no se ve esto también entre los animales?, ¿y matrimonios mejor guardados que los nuestros?

a | En cuanto a la sociedad y confederación que forjan entre ellos para unirse y ayudarse mutuamente, se ve en los bueyes, cerdos y otros animales que, al grito de aquel al que atacas, acude todo el grupo en su auxilio y se incorpora a su defensa. Cuando el escaro se traga el anzuelo del pescador, sus compañeros se reúnen en tropel a su alrededor y roen el sedal; y si por azar hay alguno que cae dentro de una red, los demás le ofrecen la cola desde fuera, y él la aferra tan fuerte como puede con los dientes; de este modo, lo sacan afuera y lo arrastran. Los barbos, cuando uno de sus compañeros está preso, ponen el sedal contra sus espaldas, enderezan una espina que tienen dentada como una sierra, y con ella lo sierran y cortan.[219]

En cuanto a los servicios particulares que obtenemos el uno del otro en beneficio de nuestra vida, se ven muchos ejemplos semejantes entre ellos. Aseguran que la ballena no se traslada nunca sin llevar delante un pececillo parecido al gobio de mar, que se llama por ese motivo «el guía». La ballena le sigue, dejándose llevar y dirigir con la misma facilidad que el timón maneja el barco. Y, en compensación, mientras que cualquier otra cosa, sea animal o bajel, que entra en el horrible abismo de la boca del monstruo es al instante destruida y engullida, este pequeño pez se refugia en ella con toda seguridad y duerme en su interior, y el tiempo que está dormido la ballena no se mueve; pero en cuanto sale, empieza a seguirlo incesantemente; y si por casualidad se aparta de él, vaga sin rumbo fijo y muchas veces se hace daño con las rocas, como un bajel que carece de timón. Plutarco atestigua haberlo visto en la isla de Anticira.[220] Se da una sociedad semejante entre el pequeño pájaro que llaman reyezuelo y el cocodrilo. El reyezuelo le sirve de centinela a este gran animal; y si la mangosta, su enemigo, se acerca para luchar con él, el pequeño pájaro, por miedo a que lo sorprenda dormido, lo despierta con su canto y a picotazos, y le advierte del peligro. Vive de las sobras de este monstruo, que lo acoge familiarmente en la boca y le permite picotear entre sus mandíbulas y entre sus dientes, y recoger los pedazos de carne que se le han quedado ahí; y si quiere cerrar la boca, le avisa primero que se salga, apretándola poco a poco, sin aplastarlo ni herirlo.[221] Esa concha que llaman pinna vive también así con el guarda-pinna, un pequeño animal del tipo del cangrejo que le sirve de ujier y de portero, sentado en la abertura de esta concha, la cual mantiene continuamente entornada y abierta, hasta que ve entrar algún pececillo apropiado para la captura. Porque entonces entra en la pinna y la pellizca en la carne viva y la fuerza a cerrar la concha; acto seguido, los dos juntos se comen la presa atrapada en el fortín.[222]

En la manera de vivir de los atunes se observa una singular ciencia de tres partes de la matemática.[223] En cuanto a la astronomía, la enseñan al hombre, pues se detienen allí donde los sorprende el solsticio de invierno, y no se mueven hasta el siguiente equinoccio; por eso el propio Aristóteles les atribuye de buen grado esta ciencia. En cuanto a la geometría y la aritmética, dan siempre a su banco una forma cúbica, cuadrada en todos los sentidos, y forjan así un cuerpo de batallón sólido, cerrado y circundado por todas partes, con seis caras todas iguales; además, nadan en este orden cuadrado, tan ancho por detrás como por delante, de manera que si uno ve y cuenta una hilera, puede fácilmente contar el grupo entero, pues el número de la profundidad es igual al de la anchura, y el de la anchura al de la longitud.

En cuanto a la magnanimidad, es difícil darle un semblante más notorio que el que tiene en la acción de aquel gran perro que le enviaron al rey Alejandro desde las Indias. Le presentaron en primer lugar un ciervo para luchar con él, después un jabalí y luego un oso. No les hizo caso y no se dignó a moverse de su sitio. Pero cuando vio un león, se levantó al instante sobre sus patas, mostrando manifiestamente que lo declaraba único digno de entablar combate con él.[224] b | En lo que toca al arrepentimiento y al reconocimiento de las faltas, se cuenta de un elefante que, tras matar a su cuidador por un ataque de cólera, cayó en un dolor tan extremo que nunca más quiso comer y se dejó morir.[225] a | En cuanto a la clemencia, se cuenta de un tigre, el animal más inhumano de todos, que le entregaron un cabritillo y prefirió pasar hambre dos días antes que hacerle daño, y al tercer día rompió la jaula donde estaba encerrado para ir a buscar otra comida, pues no quería atacar al cabritillo, su amigo y huésped.[226]

Y en cuanto a los derechos de la familiaridad y la concordia que se forja con el trato, es habitual que domestiquemos gatos, perros y liebres juntos. Pero lo que la experiencia enseña a quienes viajan por mar, y especialmente por el mar de Sicilia, sobre la condición de los alciones, sobrepasa todo pensamiento humano. ¿En qué otra especie de animales la naturaleza[227] ha honrado nunca tanto la procreación, el nacimiento y el parto? Porque es cierto que los poetas dicen que la sola isla de Delos, que antes era errante, fue fijada para servir al alumbramiento de Leto.[228] Pero Dios ha querido que el mar entero se detenga, fije y calme, sin oleaje, sin viento y sin lluvia, mientras el alción da a luz a sus crías, que es justamente hacia el solsticio, el día más corto del año; y, gracias a este privilegio, disponemos de siete días y siete noches, en pleno invierno, en los que podemos navegar sin peligro. Sus hembras no reconocen a otro macho que el suyo propio, y le acompañan toda la vida sin abandonarlo jamás; si se debilita y está achacoso, lo cargan a la espalda, lo llevan a todas partes y le sirven hasta la muerte. Pero ninguna habilidad ha podido todavía llegar a conocer el asombroso arte con el que el alción compone el nido de sus crías, ni adivinar de qué materia está hecho. Plutarco, que vio y tocó muchos, cree que se trata de las espinas de cierto pez, que ensambla y encaja, entrelazándolas, las unas a lo largo, las otras de través, y añadiendo curvas y redondeamientos, de suerte que al final forma con ellas una nave redonda lista para navegar. Después, cuando ha consumado la construcción, la expone al batir del oleaje marino, allí donde el mar, golpeándola con mucha suavidad, le enseña a reparar lo que no está bien sujeto y a reforzar mejor los sitios donde ve que la estructura se desencaja y se afloja por los golpes del mar; y, al contrario, lo que está bien sujeto, el batir de las olas te lo estrecha y aprieta de tal manera que no se puede romper ni deshacer ni dañar a golpes de piedra ni de hierro, si no es con gran esfuerzo. Y lo más admirable es la proporción y la forma de la cavidad interna, pues está compuesta y proporcionada de tal manera que no puede acoger ni admitir otra cosa que el pájaro que la ha forjado. Es, en efecto, impenetrable, y está cerrada y clausurada para cualquier otra cosa, de suerte que nada puede entrar en ella, ni siquiera el agua del mar.[229]

Es una descripción bien clara de tal construcción, y está tomada de una buena fuente. Sin embargo, me parece que aún no nos aclara suficientemente la dificultad de semejante arquitectura. Ahora bien, ¿de qué vanidad puede proceder que pongamos por debajo de nosotros e interpretemos con desdén acciones que no podemos imitar ni comprender?

Para llevar aún un poco más lejos la igualdad y correspondencia entre nosotros y los animales, nuestra alma se ufana del privilegio de reducir a su condición todo aquello que concibe, de despojar de cualidades mortales y corporales todo lo que le llega, de obligar a las cosas que estima dignas de su intimidad a desvestirse y despojarse de sus circunstancias corruptibles, y a hacerles dejar de lado, como vestidos superfluos y abyectos, espesor, longitud, profundidad, peso, color, olor, aspereza, lisura, dureza, blandura y todos los accidentes sensibles, para acomodarlos a su condición inmortal y espiritual, de tal manera que la Roma y el París que tengo en el alma, el París que imagino, lo imagino y lo comprendo sin extensión ni lugar, sin piedra, sin yeso y sin madera.[230] Pues bien, este mismo privilegio, sostengo yo, parece darse muy manifiestamente en los animales. Porque el caballo acostumbrado a las trompetas, a los arcabuzazos y a los combates, al que vemos agitarse y estremecerse mientras duerme estirado en su lecho de paja, como si se hallara en medio de la pelea, es seguro que concibe en su alma el son del tamboril sin ruido un ejército sin armas y sin cuerpos:

Quippe uidebis equos fortes, cum membra iacebunt

in somnis, sudare tamen, spirareque saepe,

et quasi de palma summas contendere uires.[231]

[Verás que los caballos vigorosos, aun cuando sus miembros yacen en el sueño, sudan, a menudo jadean y tensan sus fuerzas como para disputar la palma].

La liebre que el lebrel imagina en sueños, tras la cual le vemos jadear mientras duerme, estirar la cola, sacudir los corvejones y representar perfectamente los movimientos de su carrera, es una liebre sin pelaje y sin huesos,

Venantumque canes in molli saepe quiete

iactant crura tamen subito, uocesque repente

mittunt, et crebras reducunt naribus auras,

ut uestigia, si teneant inuenta ferarum.

Experge factique sequuntur inania saepe

ceruorum simulacra, fugae quasi dedita cernant:

donec discussis redeant erroribus ad se.[232]

[A menudo los perros de caza que reposan tranquilamente de pronto agitan las patas, emiten súbitos ladridos y husmean el aire con las narices, como si hubiesen encontrado unas fieras y siguiesen su rastro. Y, una vez despiertos, muchas veces persiguen vanos fantasmas de ciervos, como si los vieran escapar, hasta que vuelven en sí y se libran de estos errores].

Vemos a menudo que los perros guardianes gruñen en sueños y luego ladran de verdad y se despiertan sobresaltados, como si percibieran que llega algún extraño. El extraño que su alma ve es un hombre espiritual e imperceptible, sin magnitud, sin color y sin ser:

Consueta domi catulorum blanda propago

degere, saepe leuem ex oculis uolucremque soporem

discutere, et corpus de terra corripere instant,

proinde quasi ignotas facies atque ora tueantur.[233]

[La mansa raza de los pequeños perros, habituada a vivir en las casas, con frecuencia se apresura a sacudirse de los ojos el ligero y volátil sopor, y a levantarse del suelo, como si viera caras y rasgos desconocidos].

En cuanto a la belleza del cuerpo,[234] antes de seguir tendría que saber si convenimos en su descripción. Lo verosímil es que apenas sepamos qué es la belleza en la naturaleza y en general, toda vez que, a la belleza humana y a la nuestra, le atribuimos tantas formas distintas. c | Si en ella hubiese alguna prescripción natural, la reconoceríamos todos, como el calor del fuego. Fantaseamos sus formas a nuestro antojo:

b | Turpis Romano Belgicus ore color.[235]

[Una tez belga sería fea en una faz romana].

a | Las Indias la pintan negra y atezada, con los labios gruesos e hinchados, con la nariz plana y ancha. b | Y cargan con grandes anillos de oro el cartílago entre las ventanas de la nariz, para hacer que cuelgue hasta la boca; y lo mismo el labio inferior, con gruesos aros adornados con pedrerías, de tal manera que les cae sobre el mentón; y su gracia reside en enseñar los dientes hasta debajo de las raíces.[236] En el Perú, las orejas más grandes son las más hermosas, y las estiran todo lo que pueden artificialmente.[237] c | Y un hombre de nuestro tiempo dice haber visto en una nación oriental que el afán por engrandecerlas y cargarlas de pesadas joyas goza de tanto crédito que siempre pasaba el brazo vestido a través del orificio de la oreja.[238] b | En otros sitios hay naciones que ennegrecen los dientes con sumo esmero, y desdeñan verlos blancos; en otras partes, los tiñen de color rojo.[239] c | No sólo en el País Vasco las mujeres se encuentran más bellas con la cabeza rasurada, también en otros lugares; e incluso en ciertas regiones glaciales, según dice Plinio.[240] b | Las mexicanas cuentan entre sus bellezas tener la frente pequeña, y, mientras que se depilan el resto del cuerpo, cuidan el vello de la frente, y la pueblan artificialmente; y valoran tanto el tamaño de los pezones que aspiran a poder amamantar a sus hijos por encima del hombro.[241] a | Nosotros concebiríamos así la fealdad. Los italianos la hacen gruesa y maciza; los españoles, flaca y enjuta. Y, entre nosotros, uno la hace blanca, otro morena; uno blanda y delicada, otro fuerte y vigorosa; hay quien pide gracilidad y dulzura, y quien pide orgullo y majestad. c | Del mismo modo, la preeminencia en belleza que Platón atribuye a la figura esférica, los epicúreos la conceden más bien a la piramidal o a la cuadrada, y no pueden tragar un dios en forma de bola.[242]

a | Pero, en cualquier caso, la naturaleza no nos ha privilegiado más en esto que en lo restante por encima de sus leyes comunes. Y, si nos juzgamos bien, encontraremos que, aunque haya algunos animales menos favorecidos en este asunto que nosotros, hay otros, y en gran número, que lo son más. c | A multis animalibus decore uincimur[243] [Muchos animales nos superan en belleza]. Incluso entre los terrestres, nuestros compatriotas. Porque, en cuanto a los marinos —dejando aparte la forma, que es incomparable, a tal extremo es distinta—, en color, nitidez, brillo, disposición, nos aventajan bastante; y lo mismo, en cualquier característica, los aéreos. a | Y la prerrogativa que los poetas exaltan de nuestra estatura recta, que mira hacia el cielo su origen,

Pronaque cum spectent animalia caetera terram,

os homini sublime dedit, coelumque uidere

iussit, et erectos ad sydera tollere uultus;[244]

[Y, mientras que los demás animales miran, con la cara vuelta hacía abajo, hacia la tierra, al hombre le otorgó una faz sublime, y le mandó mirar hacia el cielo, y levantar la cara hacia las estrellas];

es en verdad poética, pues son muchos los animalillos que tienen la vista por entero vuelta hacia el cielo; y el cuello de los camellos y las avestruces, me parece incluso más alzado y recto que el nuestro.[245] c | ¿Acaso algún animal no tiene la cara arriba y no la tiene delante y no mira enfrente, como nosotros, y no divisa, cuando adopta su postura normal, tanto del cielo y de la tierra como el hombre? ¿Y qué características de nuestra constitución corporal según Platón y Cicerón no son aplicables a mil clases de animales?[246]

a | Los que más se nos parecen son los más feos y viles de toda la banda. Son, en efecto, en cuanto a apariencia externa y forma de la cara, los monos:

c | Simia quam similis, turpissima bestia, nobis![247]

[¡El simio, el animal más feo, cómo se nos parece!].

a | En cuanto al interior y a las partes vitales, es el cerdo.[248] Ciertamente, cuando imagino al hombre del todo desnudo —incluso en el sexo que parece participar más de la belleza—, sus taras, su vulnerabilidad natural y sus imperfecciones, me parece que hemos tenido más razón que cualquier otro animal para cubrirnos. Tenemos excusa por tomar prestado de aquellos a los que la naturaleza favoreció en esto más que a nosotros, para adornarnos con su belleza y escondernos[249] bajo sus despojos, de lana, pluma, pelo o seda.

Señalemos además que somos el único animal cuyo defecto ofende a nuestros propios compañeros, y los únicos que tenemos que escondernos en nuestros actos naturales de nuestra propia especie. A decir verdad, es también un hecho digno de consideración que los maestros del oficio prescríban como remedio para las pasiones amorosas la visión íntegra y libre del cuerpo perseguido —que, para enfriar el amor, baste con ver libremente aquello que se ama—:

Ille quod obscoenas in aperto corpore partes

uiderat, in cursu qui fuit, haesit amor.[250]

[Como vio las partes obscenas del cuerpo al

desnudo, en medio de su curso, detuvo su amor].

Y aunque esta receta pueda tal vez partir de un humor un poco delicado y frío, el hecho de que el uso y el conocimiento nos produzcan un hastío mutuo es, pese a todo, un signo asombroso de nuestra flaqueza. b | No es tanto el pudor como el arte y la prudencia lo que vuelve a nuestras damas tan circunspectas que nos rehúsan la entrada en sus gabinetes antes de haberse pintado y adornado para la exhibición pública:

a2 | Nec ueneres nostras hoc fallit: quo magis ipsae

omnia summopere hos uitae post scenia celant,

quos retinere uolunt adstrictoque esse in amore.[251]

[Y esto no lo ignoran nuestras Venus; además ponen mucho empeño en ocultar todos los bastidores de su vida a quienes pretenden retener y encadenar en el amor].

a | En cambio, muchos animales nada tienen que no amemos y que no agrade a nuestros sentidos, de tal suerte que, incluso de sus excrecencias y secreciones, obtenemos no sólo golosinas para comer, sino nuestros más ricos ornamentos y perfumes. Este discurso no atañe más que a nuestro orden común, y no es tan sacrílego que pretenda incluir en él a las divinas, sobrenaturales y extraordinarias bellezas que a veces vemos relucir entre nosotros como astros bajo un velo corporal y terrestre.[252]

Por lo demás, incluso la parte de favores naturales que admitimos concederles a los animales les resulta muy ventajosa. Nosotros nos atribuimos bienes imaginarios y fantásticos, bienes futuros y ausentes, de los cuales la capacidad humana no puede asegurarse por sí misma, o bienes que nos arrogamos falsamente por la licencia de nuestra opinión, como la razón, la ciencia y el honor. Y a ellos les dejamos en suerte bienes sustanciales, tangibles y palpables: la paz, el reposo, la seguridad, la inocencia y la salud. La salud, digo, el más hermoso y rico regalo que la naturaleza pueda hacernos. De manera que la filosofía, incluso la estoica, osa decir que Heráclito y Ferécides, si hubiesen podido cambiar su sabiduría por la salud, y librarse con este trato, el uno de la hidropesía, el otro de la pediculosis que les aquejaba, habrían hecho bien.[253] Con esto valoran aún más la sabiduría, al compararla y equipararla con la salud, de lo que lo hacen con otra proposición que es también suya. Dicen que, si Circe le hubiese presentado a Ulises dos bebedizos, uno para tranformar al hombre de insensato en sabio, otro para transformarlo de sabio en insensato, Ulises debería haber elegido el de la locura antes que consentir que Circe cambiara su forma humana por la de un animal; y añaden que la misma sabiduría le habría hablado de este modo: «Renuncia a mí, abandóname antes que cobijarme bajo la forma y el cuerpo de un asno».[254] ¡Pero cómo!, entonces, ¿los filósofos renuncian a esta grande y divina sabiduría a cambio del velo corporal y terrestre? Entonces, ya no superamos a los animales por la razón, la reflexión y el alma; los superamos por nuestra belleza, por nuestra hermosa tez y por la bella disposición de nuestros miembros. Por ésta hemos de olvidar nuestra inteligencia, nuestra prudencia y todo lo demás.

Pues bien, acepto esta sincera y franca confesión. Ciertamente, se han dado cuenta de que las cualidades que tanto celebramos no son más que vana fantasía. Así, aunque los animales dispusieran de toda la virtud, ciencia, sabiduría y capacidad estoica, c | continuarían siendo animales; y no a | podrían compararse con un hombre miserable, malvado e insensato.[255] c | Porque, en suma, lo que no es como nosotros no tiene valor alguno. Y Dios, para hacerse valer, tiene que parecérsenos, como diremos luego.[256] Queda pues claro que a | nos preferimos a los demás animales y nos apartamos de su condición y sociedad no por verdadera reflexión, sino por un loco y terco orgullo.

Pero, para volver a mi asunto, tenemos a nuestro favor la inconstancia, la irresolución, la incerteza, el dolor, la superstición, la inquietud por el futuro, incluso después de nuestra vida, la ambición, la avaricia, los celos, la envidia, los deseos desordenados, insensatos e indomables, la guerra, la mentira, la deslealtad, la maledicencia y la curiosidad. Sin duda, hemos pagado un precio muy alto por esta hermosa razón de la cual nos ufanamos, y por la capacidad de juzgar y conocer, adquiriéndola a costa del infinito número de pasiones a las que estamos incesantemente sometidos.[257] b | Si no queremos destacar también, como lo hace Sócrates,[258] una notable prerrogativa sobre los demás animales: que la naturaleza a ellos les ha prescrito ciertos períodos y límites para el placer venéreo, y, en cambio, a nosotros nos ha dado rienda suelta a cualquier hora y en cualquier ocasión.[259] c | Vt uinum aegrotis, quia prodest raro, nocet saepissime, melius est non adhibere omnino, quam, spe dubiae salutis, in apertam perniciem incurrere: sic haud scio an melius fuerit humano generi motum istum celerem cogitationis, acumen, solertiam, quam rationem uocamus, quoniam pestifera sint multis, admodum paucis salutaria, non dari omnino, quam tam munifice et tam large dari[260] [El vino rara vez aprovecha a los enfermos; con frecuencia les perjudica. Por eso, es preferible no dárselo en absoluto a hacerles correr un peligro manifiesto por la esperanza de una dudosa curación. Así, no sé si no sería mejor para la especie humana que la naturaleza le hubiera rehusado por completo el rápido movimiento de la reflexión, la agudeza, la perspicacia, que llamamos razón, y que nos ha concedido tan liberal y generosamente, puesto que es funesta para muchos, saludable para muy pocos].

a | ¿Qué provecho podemos pensar que sacaron Varrón y Aristóteles de la inteligencia de tantas cosas? ¿Les libró de los contratiempos humanos?, ¿se salvaron de los infortunios que acosan a un mozo de cuerda?, ¿les brindó la lógica algún consuelo para la gota?, ¿el hecho de saber la manera en que este humor se aloja en las articulaciones, sirvió para que lo sintieran menos?, ¿se acomodaron a la muerte por saber que ciertas naciones se regocijan con ella, y a los cuernos por saber que en alguna región las mujeres son comunes? Al contrario, pese a ocupar el primer rango en el saber, el uno entre los romanos, el otro entre los griegos, y en la época en que la ciencia era más floreciente, no conocemos ninguna particular excelencia de su vida. A decir verdad, el griego está bastante necesitado de descargarse de ciertas máculas notables en la suya.[261] b | ¿Acaso se ha descubierto que el placer y la salud le saben mejor a quien domina la astrología y la gramática?:

Illiterati num minus nerui rigent?,[262]

[A los iletrados, ¿se les pone menos duro el miembro?],

¿y la infamia y la pobreza les resultan menos importunas?

Scilicet et morbis et debilitate carebis,

et luctum et curam effugies, et tempora uitae

longa tibi post haec fato meliore dabuntur.[263]

[No sólo carecerías de enfermedades y de flaqueza, sino también de congojas y de inquietud, y te sería dada una vida larga con un destino mejor].

En estos tiempos he visto a cien artesanos, a cien labradores, más sabios y más felices que los rectores de la universidad, y a los que yo preferiría parecerme. El saber, a mi juicio, tiene su posición entre las cosas necesarias para la vida, como la gloria, la nobleza, la dignidad,[264] c | o, a lo sumo,[265] como la riqueza b | y las demás cualidades que le son verdaderamente útiles, pero de lejos y más por fantasía que por naturaleza. c | Tampoco precisamos muchos más cargos, reglas y leyes de vida en nuestra comunidad que las grullas y las hormigas en la suya. Y, no obstante, vemos que éstas se comportan muy ordenadamente sin instrucción alguna. Si el hombre fuese sabio, valoraría cada cosa según la utilidad y adecuación para su vida.[266] a | Si alguien nos contara según nuestras acciones y comportamientos, encontraría mayor número de excelentes entre los ignorantes que entre los doctos —quiero decir en toda clase de virtud—. La vieja Roma proporcionó, en mi opinión, hombres más valiosos, tanto en la paz como en la guerra, que esa Roma docta que se destruyó a sí misma. Aunque lo demás fuese parejo, al menos la probidad y la inocencia se inclinarían del lado de la antigua, pues éstas se acomodan singularmente bien con la simplicidad.

Pero dejo este discurso, que me llevaría más lejos de lo que quisiera ir. Sólo añadiré que nada salvo la humildad y sumisión[267] puede producir un hombre de bien. No debe dejarse el conocimiento del deber al juicio de cada cual; hay que prescribírselo, no debe dejarse que lo elija su razón. De lo contrario, dada la flaqueza y la infinita variedad de nuestras razones y opiniones, al final nos forjaríamos deberes tales que nos llevarían a devorarnos entre nosotros, como dice Epicuro.[268] La primera ley que Dios promulgó para el hombre fue una ley de pura obediencia; fue un mandato puro y simple en el cual el hombre nada pudo conocer ni discutir,[269] c | pues obedecer es la obligación propia del alma razonable que reconoce a un superior y benefactor celeste.[270] Del obedecer y del ceder nacen todas las demás virtudes, como de la soberbia todos los pecados. b | Y, al contrario, la primera tentación que el diablo presentó a la naturaleza humana, su primera ponzoña, se introdujo en nosotros merced a las promesas de ciencia y conocimiento que nos hizo: «Eritis sicut dii, scientes bonum et malum»[271] [Seréis como dioses, conocedores del bien y del mal]. c | Y las sirenas, para engañar a Ulises, en Homero, y para atraerlo a sus peligrosos y destructivos lazos, le ofrecen la ciencia como don.[272] a | La peste del hombre es el convencimiento de saber. Por eso nuestra religión nos recomienda en tan gran medida la ignorancia como cualidad propicia a la creencia y a la obediencia. —c | Cauete ne quis uos decipiat per philosophiam et inanes seductiones secundum elementa mundi[273] [Vigilad que nadie os engañe con la filosofía y con vanas seducciones fundadas en los elementos del mundo].

a | En esto el acuerdo es general entre todos los filósofos de todas las escuelas: el bien supremo consiste en la tranquilidad del alma y del cuerpo. b | Pero ¿dónde la encontramos?

a | Ad summum sapiens uno minor est Ioue: diues,

liber, honoratus, pulcher, rex denique regum;

praecipue sanus, nisi cum pituita molesta est.[274]

[En suma, el sabio sólo es inferior a Júpiter: es rico, libre, honrado, hermoso, en una palabra, rey de reyes; ante todo, sano, excepto cuando le incomoda la pituita].

A decir verdad, parece que la naturaleza, como consuelo a nuestro miserable y pobre estado, no nos ha concedido otra cosa que la presunción. Así lo dice Epicteto: el hombre no tiene nada propiamente suyo sino el uso de sus opiniones.[275] No se nos ha asignado sino viento y humo. b | Los dioses poseen una salud efectiva, dice la filosofía, y conciben la enfermedad; el hombre, por el contrario, posee sus bienes de manera imaginaria, los males realmente.[276] a | Ha sido razonable realzar las fuerzas de nuestra imaginación, pues nuestros bienes no existen más que en sueños. Escuchad cómo se jacta el pobre y calamitoso animal: «Nada es tan dulce», escribe Cicerón, «como dedicarse a las letras, me refiero a esas letras gracias a las cuales descubrimos la infinitud de las cosas, el tamaño inmenso de la naturaleza y, en este mismo mundo, cielos, tierras y mares;[277] ellas nos han enseñado la religión, la moderación, la grandeza de ánimo, y nos han arrancado el alma de las tinieblas para mostrarle la totalidad de las cosas altas, bajas, primeras, últimas e intermedias;[278] ellas nos proveen con qué vivir recta y felizmente, y nos guían para que nuestra vida transcurra sin contrariedad ni sufrimiento». ¿No es cierto que parece hablar de la condición de Dios siempre vivo y todopoderoso? Y en cuanto a la realidad, mil mujercitas han vivido en su pueblo una vida más estable, más dulce y más constante que la suya:

a2 | Deus ille fuit, deus, inclute Memmi,

qui princeps uitae rationem inuenit eam, quae

nunc appellatur sapientia, quique per artem

fluctibus e tantis uitam tantisque tenebris

in tam tranquillo et tam clara luce locauit.[279]

[Fue un dios, sí, un dios, ilustre Memio, quien descubrió por primera vez la norma de vida que ahora llamamos sabiduría, y quien con su arte liberó nuestra vida de tan grandes tormentas y tinieblas, y la estableció en una luz tan tranquila y clara].

Son palabras sumamente magníficas y hermosas; pero un levísimo accidente dejó el juicio de su autor en peor estado que el del más humilde de los pastores, no obstante su dios preceptor y su divina sabiduría.[280] La misma insolencia hay c | en la promesa del libro de Demócrito: «Voy a hablar de todo»,[281] y en el necio título que Aristóteles nos otorga de dioses mortales;[282] así como a | en aquel juicio de Crisipo según el cual Dión era tan virtuoso como Dios.[283] Y mi Séneca reconoce, dice, que Dios le otorgó la vida, pero que el vivir bien es cosa suya,[284] c | de acuerdo con este otro: «In uirtute uere gloriamur; quod non contingeret, si id donum a deo, non a nobis haberemus»[285] [Nos enorgullecemos con razón de nuestra virtud, cosa que no ocurriría si la tuviésemos como don de Dios y no por nosotros mismos]. Esto es también de Séneca: que el sabio tiene una fortaleza semejante a la de Dios, pero con la debilidad humana, de modo que le supera.[286] a | Nada tan común como encontrar frases de la misma ligereza. Ninguno de nosotros se ofende tanto al verse igualado a Dios como al verse rebajado al rango de los demás animales. Hasta tal extremo somos más celosos de nuestro interés que del de nuestro creador. Pero debemos pisotear esta necia vanidad, y zarandear con viveza y audacia los ridículos fundamentos sobre los cuales se alzan estas falsas opiniones. Mientras el hombre crea poseer alguna capacidad y fuerza por sí mismo, nunca reconocerá lo que debe a su dueño; hará siempre de sus huevos gallinas, como suele decirse. Hemos de desnudarlo.

Veamos algún ejemplo notable del efecto de su filosofía. Posidonio, viéndose aquejado por una enfermedad tan dolorosa que le hacía doblar los brazos y rechinar los dientes, creía dar higas al dolor gritándole: «Por más que hagas, no diré que eres un mal».[287] Siente los mismos dolores que mi lacayo, pero se ufana porque al menos contiene la lengua bajo las leyes de su escuela.[288] c | Re succumbere non oportebat uerbis gloriantem[289] [No debía gloriarse de palabra para sucumbir de hecho]. Arcesilao estaba enfermo de gota. Carnéades, que fue a visitarle, se volvía muy afligido; aquél le llamó de nuevo y, mostrándole los pies y el pecho, le dijo: «Nada ha llegado de ahí hasta aquí».[290] Éste tiene un poco de mejor voluntad, pues siente que padece un mal y querría librarse de él; pero su ánimo no está, pese a todo, abatido y debilitado por él. El otro se mantiene en una firmeza que, me temo, es más verbal que sustancial. Y Dionisio de Heraclea, afligido por un violento escozor en los ojos, se vio obligado a renunciar a las resoluciones estoicas.[291]

a | Pero aunque la ciencia logre realmente lo que dicen, embotar y abatir la violencia de los infortunios que nos persiguen, ¿qué hace sino aquello que hace de manera mucho más pura y evidente la ignorancia? El filósofo Pirrón, acuciado en el mar por el riesgo de una gran tormenta, presentó a sus acompañantes como modelo a imitar la seguridad de un cerdo que viajaba con ellos, que miraba la tormenta sin miedo.[292] La filosofía, al final de sus preceptos, nos remite a los ejemplos del atleta y del arriero, en los cuales por lo común vemos mucho menos sentimiento de la muerte, del dolor y de otros inconvenientes, y más firmeza de los que jamás la ciencia proveyó a quien no haya nacido y esté preparado por sí mismo merced a su disposición natural.[293] ¿Por qué es más fácil hacer incisiones y cortar los tiernos miembros de un niño, c | y los de un caballo, a | que los nuestros, sino por la ignorancia? ¿A cuántos ha hecho contraer una enfermedad la mera fuerza de la imaginación? Vemos habitualmente que algunos se hacen sangrar, purgar y tratar para curarse de enfermedades que sólo sienten en el pensamiento. A falta de enfermedades verdaderas, la ciencia nos presta las suyas. El color y la tez te presagian un deflujo catarral; la canícula te amenaza con un acceso de fiebre; la ruptura de la línea vital de la mano izquierda te advierte de alguna notable y próxima indisposición. Y, finalmente, se dirige sin rebozo alguno a la salud misma: esta alegría y este vigor juvenil no pueden ser permanentes; es preciso hurtarles sangre y fuerza, no sea que se vuelvan contra ti mismo.[294] Compara la vida de un hombre sometido a tales imaginaciones con la de un labrador que se deja llevar por el deseo natural, que sólo mide las cosas por el sentimiento presente, sin ciencia ni previsión, que no padece un mal sino cuando lo padece, mientras que el otro a menudo sufre de piedra en el alma antes de sufrirla en los riñones —como si no estuviera bastante a tiempo para padecer el dolor cuando llega, lo anticipa con la fantasía y se adelanta a él.[295]

Lo que digo de la medicina, puede aplicarse en general como ejemplo a cualquier ciencia. De ahí procede la antigua opinión de los filósofos que ponían el bien supremo en el reconocimiento de la flaqueza de nuestro juicio. Mi ignorancia me da tanto motivo de esperanza como de temor, y, sin otra regla sobre mi salud que la de los ejemplos ajenos y los acontecimientos que veo en otras partes en ocasiones semejantes, los encuentro de todo tipo y me detengo en las comparaciones que me resultan más favorables. Acojo la salud con los brazos abiertos, libre, plena y entera, y avivo mi deseo de gozar de ella, tanto más porque ahora es menos habitual y más rara en mí. Disto mucho de turbar su reposo y suavidad con la amargura de una forma de vida nueva y forzada. Los animales nos muestran de sobra hasta qué punto la agitación de nuestro espíritu nos depara enfermedades.[296] c | Aquello que nos cuentan de los habitantes del Brasil, que no se morían sino de viejos, se atribuye a la serenidad y tranquilidad de su clima; yo lo atribuyo más bien a la tranquilidad y serenidad de su alma, libre de toda pasión, pensamiento y tarea ardua o desagradable.[297] Su vida transcurría, en efecto, en una admirable simplicidad e ignorancia, sin letras, sin ley, sin rey, sin religión alguna.[298]

a | ¿Y de dónde procede el hecho, que vemos por experiencia, de que los más burdos y torpes sean más firmes y deseables en los actos amorosos, y de que el amor de un arriero resulte con frecuencia más aceptable que el de un hombre honorable, sino de que en éste la agitación del alma confunde su fuerza corporal, la quebranta y fatiga? a2 | Como suele también fatigarla y confundirla a ella misma. ¿Qué otra cosa la trastorna, qué otra cosa la precipita más a menudo en la demencia, sino su prontitud, su agudeza, su agilidad y, en definitiva, su fuerza misma? b | ¿De qué se forma la locura más sutil sino de la sabiduría más sutil? Así como de las grandes amistades surgen las grandes enemistades, así como de la salud vigorosa surgen las enfermedades mortales, de las singulares y vivas agitaciones de las almas nacen las demencias más sobresalientes y más trastornadas. Sólo media vuelta de clavija separa una cosa de la otra.

a | En las acciones de los hombres insensatos vemos con qué propiedad se corresponden la locura y las operaciones más vigorosas del alma. ¿Quién ignora hasta qué punto es imperceptible la frontera de la locura con las airosas elevaciones de un espíritu libre, y con los efectos de una fuerza suprema y extraordinaria? Dice Platón que los melancólicos aprenden mejor y destacan más.[299] Además, no hay nadie cuya propensión a la locura sea tan fuerte. Infinitos espíritus se ven arruinados por su propia fuerza y agilidad. ¿Qué salto acaba de dar, por culpa de su propia agitación y viveza, uno de los poetas italianos más juiciosos, más ingeniosos y más formados en el aire de la antigua y pura poesía que ha habido en mucho tiempo? ¿No tiene motivos para estar agradecido a su mortífera viveza, a la claridad que le ha cegado, a la exacta y tensa aprehensión de la razón que le ha dejado sin razón, a la minuciosa y esforzada indagación de las ciencias que le ha conducido a la necedad, a la singular aptitud para los ejercicios del alma que le ha dejado sin ejercicio y sin alma? Me causó más enojo aún que compasión verle en Ferrara en un estado tan lastimoso, sobreviviéndose a sí mismo, ignorándose a sí mismo e ignorando sus obras, las cuales, sin que él lo sepa, aunque ante sus ojos, se han publicado incorregidas e informes.[300] ¿Quieres un hombre sano, lo quieres ordenado y asentado en una posición firme y segura? Cúbrelo de tinieblas, de ociosidad y de torpeza. c | Para volvernos sabios, se nos ha de atontar, y para guiarnos, se nos ha de cegar.[301]

a | Y, si me dicen que la ventaja de tener el gusto frío y embotado para los dolores y las desgracias trae consigo la desventaja de volvernos también, por consiguiente, menos agudos y golosos para el goce de bienes y placeres, es cierto. Pero la miseria de nuestra condición comporta que no tengamos tanto de lo que gozar como de lo que huir, y que el placer supremo no nos afecte tanto como lo hace un leve dolor.[302] c | Segnius homines bona quam mala sentiunt[303] [Los hombres sienten de forma menos activa los bienes que los males]. a | No sentimos tanto la plena salud como la menor de las enfermedades:

pungit

in cute uix summa uiolatum plagula corpus,

quando ualere nihil quemquam mouet. Hoc iuuat unum,

quod me non torquet latus aut pes: caetera quisquam

uix queat aut sanum sese, aut sentire ualentem.[304]

[el cuerpo se resiente de un pequeño golpe que apenas roza la piel; en cambio, la buena salud no se experimenta. Sólo esto me alegra, que no me duela el costado o el pie; por lo demás, uno apenas puede sentirse sano o fuerte].

Nuestro bienestar no es más que privación de malestar. Por eso, la misma escuela filosófica que más ha ensalzado el placer, lo ha reducido a la mera ausencia de dolor.[305] No padecer mal alguno es poseer el máximo bien que al hombre le cabe esperar. c | Como decía Ennio:

Nimium boni est, cui nihil est mali.[306]

[Demasiado bien posee quien carece de todo mal].

a | Porque incluso aquel cosquilleo y aquella punzada que se experimentan en ciertos placeres, y que parecen elevarnos por encima de la simple salud y de la ausencia de dolor, el placer activo, móvil y, no sé cómo, agudo y mordiente, no tiene otro objeto que la ausencia de dolor. El anhelo que nos arrebata cuando tenemos relaciones con las mujeres no persigue otra cosa que expulsar el sufrimiento que nos produce el deseo ardiente y furioso, y no reclama sino saciarlo, y quedar en reposo y liberados de esa fiebre. Lo mismo, con los demás. Sostengo, pues, que si la simpleza nos conduce a no padecer mal alguno, nos conduce a un estado muy feliz de acuerdo con nuestra condición.

c | Sin embargo, no hay que imaginarla[307] tan lívida que esté exenta de todo sentimiento. Crantor tenía razón, en efecto, al oponerse a la ausencia de dolor de Epicuro si se la hacía tan profunda que no hubiera lugar siquiera para el acceso y el surgimiento de males.[308] No alabo tal ausencia de dolor, que no es posible ni deseable. Me alegra no estar enfermo; pero, si lo estoy, quiero saberlo; y si me cauterizan o me hacen una incisión, quiero sentirlo. Lo cierto es que si se arrancara la percepción del mal, se extirparía al mismo tiempo la percepción del placer, y a fin de cuentas se aniquilaría al hombre. Istud nihil dolere, non sine magna mercede contingit immanitatis in animo, stuporis in corpore[309] [Esta ausencia de dolor no se da sino al alto precio del embrutecimiento del alma y la torpeza del cuerpo]. Para el hombre el mal es a su vez bien. Ni debe evitar siempre el dolor, ni seguir siempre el placer.

a | Constituye una grandísima victoria para el honor de la ignorancia que la ciencia misma nos eche en sus brazos, cuando se descubre incapaz de endurecernos contra el impacto de las desgracias. Se ve forzada a aceptar el arreglo de aflojarnos la brida, y de permitirnos salvarnos en su regazo, y de resguardarnos gracias a ella de los golpes y las injurias de la fortuna. ¿Qué otra cosa quiere decir, en efecto, cuando nos predica c | apartar el pensamiento de los males que nos embargan, y entretenerlo en placeres perdidos, y a | servirnos, como consuelo de los males presentes, del recuerdo de los bienes pasados, y llamar en nuestro auxilio una satisfacción desvanecida, para oponerla a aquello que nos agobia?[310] c | Leuationes aegritudinum in auocatione a cogitanda molestia et reuocatione ad contemplandas uoluptates ponit[311] [Establece el alivio de las aflicciones en distraerse de pensar en lo molesto, y en aplicarse a contemplar los placeres]. a | ¿Qué otra cosa sino que, a falta de fuerza, pretende emplear la astucia, y actuar con agilidad y con movimiento de piernas allí donde el vigor del cuerpo y de los brazos le fallan? Porque, no sólo para el filósofo, sino simplemente para el hombre sensato, cuando siente de hecho la punzante agitación de una fiebre caliente, ¿qué moneda es pagarle con el recuerdo de la dulzura del vino griego? b | Eso más bien agravaría su situación:

Che ricordarsi il ben doppia la noia.[312]

[Pues acordarse del bien redobla el dolor].

a | Del mismo tipo es aquel otro consejo que brinda la filosofía, de no conservar en la memoria sino la felicidad pasada, y de borrar los disgustos sufridos, como si el arte del olvido estuviese en nuestro poder.[313] c | Y es un consejo con el cual una vez más salimos perdiendo:

Suauis est laborum praeteritorum memoria.[314]

[Es dulce el recuerdo de las penas pasadas].

a | ¡Cómo!, ¿la filosofía, que debe entregarme las armas para luchar contra la fortuna, que debe endurecer mi ánimo para que pueda pisotear todas las adversidades humanas, incurre en la blandura de hacerme escapar merced a estos rodeos cobardes y ridículos? La memoria nos representa, en efecto, no lo que nosotros elegimos, sino lo que ella quiere.[315] Aún más, nada imprime tan vivamente cosa alguna en nuestro recuerdo como el deseo de olvidarla. Es una buena manera de hacer guardar y de imprimir una cosa en el alma solicitar perderla. c | Y esto es falso: Est situm in nobis, ut et aduersa quasi perpetua obliuione obruamus, et secunda iucunde et suauiter meminerimus[316] [Depende de nosotros sepultar como en perpetuo olvido las cosas adversas, y recordar con alegría y dulzura las cosas propicias]. Y esto es cierto: Memini etiam quae nolo, obliuisci non possum quae uolo[317] [Recuerdo aun lo que no quiero, no puedo olvidar lo que quiero]. a | ¿Y de quién es tal consejo? De aquel c | qui se unus sapientem profiteri sit ausus[318] [que es el único que osó proclamarse sabio]:

a | Qui genus humanum ingenio superauit, et omnes

praestrinxit stellas, exortus uti aetherius sol.[319]

[Que sobrepasó en ingenio al género humano, y

eclipsó todos los astros, como el sol que surge en el éter].

¿Vaciar y despojar la memoria no es el camino verdadero y apropiado hacía la ignorancia?

c | Iners malorum remedium ignorantia est[320]

[La ignorancia es un remedio inútil para los males].

a | Vemos muchos preceptos similares por los cuales se nos permite tomar prestadas del vulgo frívolas apariencias, cuando la razón viva y fuerte carece de poder suficiente, con tal de que nos sirvan como satisfacción y consuelo. Cuando no pueden curar la llaga, se contentan con dormirla y paliarla. Creo que no me negarán que, si pudiesen añadir orden y constancia a un estado de vida que se mantuviera placentero y tranquilo gracias a cierta flaqueza y enfermedad del juicio, lo aceptarían:

potare et spargere flores

incipiam, patiarque uel inconsultus haberi[321]

[voy a beber y a esparcir flores aunque pase por loco].

Habría muchos filósofos del parecer de Licas. Éste, cuyo comportamiento era, por lo demás, muy ordenado, que vivía serena y apaciblemente en familia, sin faltar a ninguna obligación de su deber para con los suyos y los otros, y que se guardaba muy bien de las cosas nocivas, había impreso en su fantasía, por culpa de cierta alteración de juicio, este desvarío. Creía estar siempre en el teatro, contemplando pasatiempos, espectáculos y las más hermosas comedias del mundo. Una vez curado por los médicos de tal humor erróneo, a punto estuvo de querellarse contra ellos para que le devolvieran la dulzura de tales figuraciones:[322]

pol! me occidistis, amici,

non seruastis, ait, cui sic extorta uoluptas,

et demptus per uim mentis gratissimus error[323]

[por Pólux, me habéis matado, amigos, en vez de salvarme, privándome de mi placer y arrebatándome a la fuerza la gratísima ilusión de mi mente].

Fue un desvarío semejante al de Trasilao, hijo de Pitodoro, que se había acostumbrado a creer que todos los navíos que hacían escala y atracaban en el puerto del Pireo trabajaban únicamente a su servicio, de tal suerte que se alegraba de la buena fortuna de su navegación y los acogía con regocijo. Cuando su hermano Crito le hizo recobrar su mejor juicio, echaba de menos esa suerte de condición en la que había vivido lleno de alborozo y libre de todo disgusto.[324] Lo dice el antiguo verso griego: es muy conveniente no ser tan sagaz,

Ἐν τῷ φρονεῖν γὰρ μηδέν, ἥδιστος βίος,[325]

y el Eclesiastés: «En la mucha sabiduría, hay mucha molestia; y quien adquiere ciencia, adquiere dolor y tormento».[326]

Eso mismo a lo que en general la filosofía consiente,[327] el último remedio que prescribe para toda suerte de necesidades, que es poner fin a la vida que no podemos soportar c | —Placet?: pare. Non placet?: quacumque uis, exi[328] [¿Te gusta?: obedece. ¿No te gusta?: sal por donde quieras]; Pungit dolor? Vel fodiat sane. Si nudus es, da iugulum; sin tectus armis Vulcaniis, id, est fortitudine, resiste[329] [¿Punza el dolor? O acaso traspasa. Si estás desnudo, rinde el cuello; si estás cubierto con las armas de Vulcano, esto es, con la fortaleza, resiste]; y aquella sentencia de los comensales griegos, que aplican al asunto: Aut bibat, aut abeat[330] [Bebe o vete], que suena más adecuadamente en la lengua gascona, que suele cambiar la b en v, que en la de Cicerón—:[331]

a | Viuere si recte nescis, decede peritis;

lusisti satis, edisti satis atque bibisti;

tempus abire tibi est, ne potum largius aequo

rideat et pulset lasciua decentius aetas;[332]

[Si no sabes vivir bien, deja paso a los que saben; has gozado, comido y bebido de sobra; es hora de que partas, no sea que por beber más de la cuenta, se burlen de ti y la generación a la que conviene más la lascivia te eche];

¿qué otra cosa es sino una confesión de impotencia, y una entrega no ya a la ignorancia, para ponerse a salvo, sino a la inmovilidad misma, a la insensibilidad y al no ser?

Democritum postquam matura uetustas

admonuit memorem motus languescere mentis,

sponte sua leto caput obuius obtulit ipse.[333]

[Cuando la madura vejez advirtió a Demócrito que los movimientos de la memoria languidecían en su mente, salió él mismo por propia iniciativa a ofrecer su cabeza a la muerte].

Como decía Antístenes, era necesario proveerse de juicio para entender o de soga para colgarse; y lo alegaba Crisipo con las palabras del poeta Tirteo:

Acercarse a la virtud o a la muerte.[334]

c | Y Crates decía que el amor se curaba con el hambre, si no con el tiempo; y si a alguien no le gustaban estas dos maneras, con la soga.[335] b | Aquel Sextio del cual Séneca y Plutarco hablan tan elogiosamente, que se había entregado, dejándolo todo, al estudio de la filosofía, decidió arrojarse al mar cuando vio que el progreso de sus estudios era demasiado tardío y lento. Corría a la muerte a falta de la ciencia.[336] Éstas son las palabras de la ley sobre el asunto: Si por azar sobreviene algún gran contratiempo que no puede remediarse, el puerto está cercano;[337] y uno puede salvarse a nado abandonando el cuerpo como se abandona un esquife que hace agua, porque es el temor a la muerte, no el deseo de vivir, lo que mantiene al necio unido al cuerpo.

a | Así como la vida se vuelve más grata con la simplicidad, se vuelve también más inocente y mejor, según empezaba a decir hace un instante. Los simples y los ignorantes, dice san Pablo, se elevan y alcanzan el cielo; y nosotros, con todo nuestro saber, nos sumergimos en los abismos infernales.[338] No me detengo ni en Valentiniano, enemigo declarado de la ciencia y las letras, ni en Licinio, ambos emperadores romanos, que las llamaban veneno y peste de todo Estado;[339] ni en Mahoma, que, c | según he oído, a | prohíbe la ciencia a sus hombres. Pero el ejemplo del gran Licurgo, y su autoridad, deben ciertamente pesar mucho, y la reverencia del divino gobierno lacedemonio, tan grande, tan admirable y tanto tiempo floreciente en virtud y felicidad, sin ninguna enseñanza ni ejercicio de letras.[340] Quienes regresan del nuevo mundo descubierto en tiempos de nuestros padres por los españoles pueden atestiguarnos hasta qué punto estas naciones viven, sin magistrado y sin ley, más legítima y ordenadamente que las nuestras, donde hay más oficiales de justicia y más leyes que otros hombres y que acciones,

Di cittatorie piene e di libelli,

d’esamine e di carte, di procure,

hanno le mani e il seno, et gran fastelli

di chiose, di consigli e di letture:

per cui le facultà de poverelli

non sono mai ne le città sicure;

hanno dietro e dinanzi, e d’ambi i lati,

notai procuratori e advocati.[341]

[De citatorias y de solicitudes, de exámenes y de papeles, de procuraciones, tienen llenos la mano y el seno, y de grandes legajos de glosas, de consejos y de lecturas, por los cuales los bienes de los pobres no están nunca seguros en las ciudades; tienen notarios, procuradores y abogados por detrás y por delante y por los dos lados].

Lo decía un senador romano de los últimos siglos: que sus ancestros tenían el aliento que olía a ajo, y el pecho almizclado de buena conciencia; los de su época, en cambio, por fuera sólo olían a perfume, pero, por dentro, apestaban a toda suerte de vicios; es decir, pienso yo, que poseían mucho saber y mucha habilidad, y gran falta de honradez. La descortesía, la ignorancia, la simpleza, la rudeza suelen ir acompañadas de inocencia; la curiosidad, la sutileza, el saber arrastran consigo la malicia. La humildad, el temor, la obediencia, la bondad —que son las piezas principales para la conservación de la sociedad humana— exigen un alma vacía, dócil y que presuma poco de sí misma.[342]

Los cristianos disponen de un particular conocimiento de cómo la curiosidad es un mal natural y original en el hombre. El afán de progresar en sabiduría y en ciencia fue la primera ruina del género humano; es la vía por la cual se ha precipitado a la condena eterna.[343] El orgullo es su pérdida y su corrupción; el orgullo precipita al hombre fuera de las vías comunes, le lleva a abrazar las innovaciones, y a preferir ser cabeza de una tropa errante y desviada por el sendero de la perdición, a elegir ser maestro y preceptor del error y la mentira, antes que discípulo en la escuela de la verdad, dejándose llevar y conducir de la mano de otro por la vía trillada y recta. Tal vez sea esto lo que dice aquella antigua sentencia griega según la cual la superstición sigue al orgullo y le obedece como a su padre: ἡ δεισιδαιμονία κατάπερ πατρὶ τῷ τυφῷ πείθεται.[344]

c | ¡Oh presunción, cuántas trabas nos pones! Después que advirtieron a Sócrates de que el dios de la sabiduría le había atribuido el nombre de sabio, se quedó asombrado; y, examinándose y removiéndose por todas partes, no halló fundamento alguno para esta divina sentencia. Conocía a justos, templados, valientes, doctos como él, y más elocuentes, y más bellos, y más útiles al país. Al final, resolvió que le distinguían de los demás y era sabio tan sólo porque no se consideraba tal; y que su dios consideraba singular necedad en el hombre la opinión de ser docto y sabio; y que su mejor ciencia era la ciencia de la ignorancia, y su mejor sabiduría, la simplicidad.[345]