LA CRUELDAD
a | Me parece que la virtud es algo diferente y más noble que las inclinaciones a la bondad que nos son innatas. Las almas de suyo rectas y bien nacidas siguen el mismo camino y presentan el mismo rostro en sus acciones que las virtuosas, pero la virtud suena a no sé qué de más grande y más activo que este dejarse llevar suave y apaciblemente tras la razón, merced a un temperamento feliz. Si alguien, por dulzura y facilidad natural, desdeña las ofensas sufridas, actuará de una manera muy bella y loable. Pero quien, irritado e indignado hasta lo vivo por una ofensa, se arme, con las armas de la razón, contra un furioso deseo de venganza, y, tras un gran conflicto, llegue al fin a dominarlo, hará sin duda mucho más. El primero actuará bien; el segundo, virtuosamente. La primera acción podrá ser llamada bondad; la segunda, virtud. Parece, en efecto, que el nombre de la virtud presupone dificultad y contraste, y que no puede ejercerse sin oposición.[1] Tal vez por eso llamamos a Dios bueno, fuerte y generoso y justo; pero no le llamamos virtuoso. Sus acciones son todas naturales y exentas de esfuerzo.[2]
Entre los filósofos, no sólo estoicos sino también epicúreos —y esta puja la tomo prestada de la opinión común, que es falsa, c | (diga lo que diga la sutil ocurrencia de Arcesilao, ante uno que le reprochaba que muchos pasaban de su escuela a la epicúrea, pero jamás al contrario: «¡Ya lo creo! Bastantes gallos se convierten en capones, pero ningún capón se convierte nunca en gallo»),[3] a | pues, a decir verdad, en cuanto a firmeza y rigor de opiniones y preceptos la escuela epicúrea en nada cede a la estoica;[4] y un estoico que demuestra tener mejor fe que estos polemistas que, para enfrentarse a Epicuro y ponérselo fácil, le hacen decir lo que jamás pensó, deformando sus palabras torcidamente, concluyendo por la ley gramatical otro sentido de su manera de hablar, y otra creencia que la que saben que impregnaba su alma y su comportamiento, dice que dejó de ser epicúreo por la consideración, entre otras, de que su camino le parecía demasiado elevado e inaccesible; el et ii qui φιλήδονοι uocantur, sunt φιλόκαλοι et φιλοδίκαιοι, omnesque uirtutes et colunt et retinent[5] [y ésos a los que llaman amantes del placer, son amantes del honor y de la justicia, y veneran y cumplen todas las virtudes]—. Entre los filósofos estoicos y epicúreos, digo, muchos han pensado que no bastaba con poseer un alma bien asentada, bien ordenada y bien dispuesta a la virtud; no bastaba que nuestras resoluciones y razonamientos estuvieran por encima de los embates de la fortuna, sino que era necesario, además, buscar ocasiones para ponerse a prueba. Pretenden ir a la búsqueda del dolor, de la indigencia y del menosprecio, para enfrentarse a ellos y para mantener su alma en vilo. c | Multum sibi adiicit uirtus lacessita[6] [La virtud se hace mucho más fuerte cuando está herida].
a | Ésta es una de las razones por las cuales Epaminondas, adepto de una tercera escuela,[7] rehúsa las riquezas que le brinda la fortuna por vía muy legitima, para haber de esgrimirse, dice, contra la pobreza, bajo cuya forma extrema se mantuvo siempre.[8] Me parece que Sócrates se ponía a prueba con mayor rudeza aún, conservando para su ejercicio la malignidad de su mujer —que es una prueba hecha con el filo de la espada—.[9] Metelo fue el único, entre todos los senadores romanos, que intentó, por medio del esfuerzo de su virtud, resistir a la violencia de Saturnino, tribuno del pueblo de Roma, que a toda costa quería hacer aprobar una ley injusta en favor del pueblo. Y, como por este motivo incurrió en los castigos capitales establecidos por Saturnino en contra de sus opositores, charlaba con quienes, en tal trance extremo, le conducían a la plaza con estas palabras: que obrar mal era cosa demasiado fácil y demasiado cobarde, y que obrar bien cuando no había peligro alguno era una cosa vulgar, pero que obrar bien con peligro era el deber propio de un hombre virtuoso.[10] Las palabras de Metelo nos muestran muy claramente lo que pretendía demostrar: que la virtud rehúsa la compañía de la facilidad, y que esa cómoda, suave e inclinada vía, por la cual avanzan los pasos ordenados de una buena tendencia natural, no es la de la verdadera virtud. Ésta exige un camino áspero y espinoso; quiere tener o dificultades ajenas contra las cuales luchar, como la de Metelo, por cuyo medio la fortuna se complace en frenar el ardor de su avance, o aquellas dificultades internas que surgen de los deseos desordenados y de las imperfecciones de nuestra condición.
He llegado hasta aquí a mis anchas. Pero, al término de este razonamiento, me viene a la cabeza que el alma de Sócrates, que es la más perfecta de la cual tengo noticia, sería, según esta consideración, un alma poco digna de alabanza, pues no puedo concebir en este personaje ningún impulso de viciosa concupiscencia. En el camino de su virtud, no puedo imaginar dificultad alguna ni coerción alguna; sé que su razón era tan poderosa y tan dominante en él que jamás le habría dejado a un deseo vicioso ni siquiera la posibilidad de surgir. A una virtud tan elevada como la suya, nada puedo enfrentarle. Me parece verla andar con paso victorioso y triunfante, con toda la pompa y a sus anchas, sin obstáculo ni estorbo. Si la virtud no puede brillar más que gracias al combate de los deseos contrarios, ¿diremos entonces que no puede arreglárselas sin la asistencia del vicio, y que le debe a éste gozar de autoridad y de honor? ¿Qué sería también de ese excelente y noble placer epicúreo que hace profesión de alimentar blandamente en su regazo, y de hacer retozar en él, a la virtud, dándole como juguetes la infamia, las fiebres, la pobreza, la muerte y las torturas? Si presupongo que la virtud perfecta se conoce en que combate y afronta pacientemente el dolor, en que resiste los ataques de gota sin perder la calma; si le doy como objeto necesario la dureza y la dificultad, ¿qué será de la virtud que se haya elevado hasta el punto no ya de desdeñar el dolor, sino de alegrarse con él y de complacerse en las punzadas de un fuerte cólico, como es aquella que los epicúreos han establecido, y de la cual muchos entre ellos nos han dejado con sus acciones certísimas pruebas? También lo han hecho muchos otros, que a mi entender han superado en efecto aun las reglas de su disciplina. La prueba está en Catón el Joven. Cuando le veo morir y desgarrarse las entrañas,[11] no puedo contentarme con creer simplemente que en ese momento tuvo el alma totalmente exenta de turbación y de miedo, no puedo creer que se limitó a mantenerse en la disposición que las reglas de la escuela estoica le prescribían, serena, sin emoción e impasible. En la virtud de este hombre había, me parece, demasiada gallardía y vigor para detenerse ahí. Creo sin duda alguna que sintió placer y gozo en una acción tan noble, y que se complació en ella más que en cualquiera otra de su vida. c | Sic abiit e uita ut causam moriendi nactum se esse gauderet[12] [Salió de la vida de tal manera que se alegraba de haber hallado un motivo para morir]. a | Lo creo hasta tal punto que tengo dudas de si habría querido que la ocasión de una hazaña tan bella le fuese arrebatada. Y si la bondad que le llevaba a abrazar los intereses públicos más que los suyos no me contuviera, caería fácilmente en la opinión de que agradecía a la fortuna haber sometido su virtud a tan hermosa prueba, y haber secundado a ese bandido para que pisoteara la antigua libertad de su patria.[13] Me parece leer en esa acción no sé qué regocijo de su alma, y una emoción de placer extraordinario y de gozo viril, cuando consideraba la nobleza y la elevación de su empresa:
b | Deliberata morte ferocior.[14]
[Más intrépido por la muerte deliberada].
a | No avivado por ninguna esperanza de gloria, como han creído los juicios populares y afeminados de ciertos hombres, pues tal consideración es demasiado baja para afectar a un corazón tan noble, tan elevado y tan vigoroso, sino por la belleza de la cosa misma —que él, que tocaba sus resortes, veía con mucha mayor claridad y más en su perfección de lo que podemos hacerlo nosotros—.[15] c | La filosofía me ha complacido juzgando que un acto tan hermoso se habría alojado indecorosamente en cualquier otra vida que no fuese la de Catón, y que sólo a la suya le correspondía acabar así. Por eso tuvo razón al ordenar a su hijo y a los senadores que le acompañaban que buscasen otra solución. Catoni cum incredibilem natura tribuisset grauitatem, eamque ipse perpetua constantia roborauisset, semperque in proposito consilio permansisset, moriendum potius quam tyranni uultus aspiciendus erat[16] [Dado que la naturaleza había atribuido a Catón una increíble gravedad, y que la había reforzado con una firmeza perpetua, y siempre había permanecido tenaz en su propósito, debía morir antes que ver el rostro del tirano]. Toda muerte debe acomodarse a su vida. No nos hacemos distintos para morir. Yo interpreto siempre la muerte por la vida. Y si me refieren alguna en apariencia vigorosa, ligada a una vida débil, considero que ha sido producida por una causa débil y conforme a su vida.
a | Así pues, la sencillez de esta muerte, y la facilidad que había adquirido merced a la fuerza de su alma, ¿diremos que deba rebajar en algo el lustre de su virtud? Y ¿a quién que tenga el cerebro siquiera un poco teñido por la verdadera filosofía puede bastarle imaginar a Sócrates simplemente libre de temor y de pasión en el infortunio de la cárcel, de los hierros y de la condena? Y ¿quién no reconoce en él no sólo firmeza y entereza —ésta era su disposición habitual—, sino también no sé qué nueva satisfacción y una alegría regocijada en sus últimas palabras y actitudes? c | Cuando se estremece por el placer que siente al rascarse la pierna una vez que le han quitado los hierros,[17] ¿no delata la misma dulzura y alegría en el alma por haberse librado de las incomodidades pasadas y estar a punto de conocer las cosas futuras? a | Catón me hará el favor de perdonarme; su muerte es más trágica y más intensa, pero ésta es, no sé cómo, todavía más hermosa. c | Aristipo dijo a quienes la lamentaban: «¡Que los dioses me envíen una así!».[18]
a | Vemos en las almas de estos dos personajes y de sus incitadores —porque semejantes dudo mucho que haya habido— un hábito tan perfecto en la virtud que ésta se ha convertido en su temperamento. No se trata ya de una virtud penosa, ni de los preceptos de la razón, para cuyo mantenimiento sea necesario endurecer el alma. Es la esencia misma de su alma; es su curso natural y ordinario. La han vuelto así merced a una larga práctica de los preceptos de la filosofía, que se ha unido a una naturaleza bella y rica. Las pasiones viciosas que nacen en nosotros no encuentran ya manera de introducirse en ellos. La fuerza y dureza de su alma sofoca y extingue las concupiscencias en cuanto empiezan a tomar impulso.
Ahora bien, no creo que pueda ponerse en duda que sea más bello impedir el nacimiento de las tentaciones, mediante una alta y divina determinación, y haberse formado en la virtud de manera que las propias semillas de los vicios se desarraiguen, que impedir a viva fuerza sus progresos y, tras haberse dejado sorprender por las primeras emociones de las pasiones, armarse y tensarse para atajar su curso y vencerlas; ni tampoco que esta segunda acción sea asimismo más bella que estar simplemente provisto de una naturaleza fácil y bondadosa, que aborrezca por sí misma el desenfreno y el vicio. Porque esta tercera y última forma parece que vuelve al hombre inocente, pero no virtuoso; exento de obrar mal, pero no lo bastante apto para obrar bien.[19] Además, tal condición se aproxima tanto a la imperfección y a la debilidad, que no sé muy bien cómo desenredar y distinguir sus confines. Los nombres mismos de «bondad» e «inocencia» son por ello, en cierta medida, nombres despreciativos.
Observo que muchas virtudes, como la castidad, la sobriedad y la templanza, pueden llegar a nosotros gracias a la declinación del cuerpo. La firmeza frente a los peligros —si debe llamarse firmeza—, el desdén ante la muerte, la resistencia frente a los infortunios, pueden surgir, y se hallan a menudo en los hombres, por la ausencia de un juicio correcto sobre tales accidentes, y por no entenderlos como son. La falta de comprensión y la estupidez remedan en ocasiones las acciones virtuosas. Así, he visto con frecuencia dedicar elogios a unos hombres por aquello que los hacía merecedores de censura. Un señor italiano pronunció una vez estas palabras en mi presencia, en detrimento de su nación: que la sutileza de los italianos y la vivacidad de sus concepciones eran tan grandes que preveían los peligros y los infortunios que les podían suceder desde muy lejos; y que, por lo tanto, no era de extrañar que se les viera a menudo, en la guerra, atendiendo a su seguridad incluso antes de haber reconocido el peligro; que nosotros y los españoles, que no éramos tan sutiles, íbamos más allá, y que era preciso nos pusieran ante los ojos y nos hiciesen tocar con la mano el peligro antes de asustarnos, y que entonces tampoco resistíamos más; pero que los alemanes y los suizos, más burdos y torpes, carecían de juicio para cambiar de opinión casi ni siquiera cuando los golpes les abrumaban.[20] No era quizá sino una broma. Con todo, es bien cierto que, en el oficio de la guerra, los aprendices se arrojan muchas veces a los peligros con más ligereza que una vez escarmentados:
b | haud ignarus quantum noua gloria in armis,
et praedulce decus primo certamine possit.[21]
[sin ignorar cuánto pueden, en el primer combate,
la nueva gloria en las armas, y el dulcísimo honor].
a | Así que, por tal motivo, cuando se enjuicia una acción particular, han de tenerse en cuenta muchas circunstancias, y el hombre entero que la ha producido, antes de bautizarla.
Para decir una palabra sobre mí mismo, b | he visto alguna vez que mis amigos llaman prudencia en mí aquello que es fortuna, y estiman superioridad en osadía y resistencia lo que es superioridad en juicio y opinión, y me atribuyen un título por otro, a veces a mi favor, a veces en mi detrimento. A fin de cuentas, a | tan lejos estoy de haber alcanzado ese grado primero y más perfecto de excelencia, en el cual la virtud se vuelve hábito, que ni siquiera he dado apenas pruebas del segundo. No he hecho grandes esfuerzos por atajar los deseos que me han acuciado. Mi virtud es una virtud, o una inocencia, para decirlo mejor, accidental y fortuita. Si hubiese nacido con un temperamento más desordenado, me temo que mi caso habría sido deplorable. En efecto, no he experimentado firmeza en el alma para resistir a las pasiones, a poco vehementes que hubieran sido. Soy incapaz de alimentar querellas ni debates dentro de mí. Por lo tanto, no puedo en absoluto estarme muy reconocido por hallarme exento de muchos vicios:
si uitiis mediocribus et mea paucis
mendosa est natura, alioqui recta, uelut si
egregio inspersos reprehendas corpore naeuos.[22]
[si mi naturaleza falla por vicios medianos y escasos, y en lo demás es recta, es como si recriminaras unas cuantas pecas dispersas por un cuerpo magnífico].
Lo debo más a mi fortuna que a mi razón. Me ha hecho nacer de una estirpe famosa por su probidad y de un padre muy bueno. No sé si ha vertido en mí parte de sus humores, o bien si los ejemplos domésticos y la buena formación de mi infancia han ayudado insensiblemente; o si he nacido así de otro modo:
b | Seu Libra, seu me Scorpius aspicit
formidolosus, pars uiolentior
natalis horae, seu tyrannus
Hesperiae Capricornus undae.[23]
[Me mire Libra o el terrible Escorpión, como elemento más violento de mi hora natal, o Capricornio, el tirano de la mar hespérida].
a | Pero, en cualquier caso, aborrezco la mayoría de los vicios por mí mismo. c | La respuesta de Antístenes a uno que le preguntaba por el mejor aprendizaje: «Desaprender el mal»,[24] parece detenerse en esta imagen. Los aborrezco, digo, a | por una opinión tan natural y tan mía, que el mismo instinto e impresión que me infundió mi nodriza lo he conservado sin que ningún motivo me lo haya podido hacer alterar. Ni siquiera mis propios razonamientos, que, por haberse desviado en algunas cosas de la ruta común, me darían fácilmente licencia para acciones que esa inclinación natural me lleva a detestar.
b | Diré algo monstruoso, pero lo diré de todos modos. Encuentro en muchas cosas más contención y orden en mi comportamiento que en mi opinión, y mi concupiscencia menos desenfrenada que mi razón. c | Aristipo estableció opiniones tan audaces a favor del placer y de las riquezas que hizo murmurar a toda la filosofía en su contra. Pero, en lo que concierne a su comportamiento, cuando el tirano Dionisio le mostró tres hermosas muchachas para que eligiera una, respondió que las elegía a las tres, y que le había parecido mal que Paris hubiese preferido una a sus compañeras. Pero, tras llevárselas a casa, las despidió sin tocarlas.[25] En cierta ocasión que su sirviente iba muy cargado con el dinero que acarreaba con él por el camino, le mandó arrojar y tirar allí mismo aquello que le estorbara.[26] Y Epicuro, cuyas opiniones son irreligiosas y blandas, llevó una vida muy devota y esforzada. Escribe a un amigo que vive sólo de pan moreno y agua, le ruega que le envíe un poco de queso para cuando quiera hacer alguna comida suntuosa.[27] ¿Será cierto que, para ser del todo bueno, hayamos de serlo por una propiedad oculta, natural y universal, sin ley ni razón ni ejemplo?[28]
a | Los desenfrenos en los que me he visto envuelto no son a Dios gracias de los peores. Los he condenado para mis adentros como lo merecen, pues mi juicio no ha sufrido su infección. Al contrario, los censuro con más rigor en mí que en otro. Pero eso es todo, porque, por lo demás, ofrezco muy poca resistencia, y me dejo inclinar con excesiva facilidad hacia el otro lado de la balanza, salvo para ordenarlos y para impedir su mezcla con otros vicios, la mayoría de los cuales, si uno no vigila, se entrelazan y entreveran. Los míos, los he delimitado y contenido tan solos y simples como he podido:
a | Porque, en cuanto a la opinión de los estoicos, que dicen que el sabio actúa, cuando actúa, con todas las virtudes a la vez, aunque una de ellas sea más ostensible según la naturaleza de la acción[30] —y en esto les podría servir en cierto modo la semejanza con el cuerpo humano, pues la acción de la ira no puede ejercerse sin que todos los humores nos ayuden, aunque la ira predomine—, si de ahí pretenden inferir la consecuencia similar de que, cuando uno comete una falta la comete en todos los vicios a la vez,[31] no les creo así simplemente, o no les entiendo, pues experimento de hecho lo contrario. c | Se trata de sutilezas agudas, insustanciales, en las que la filosofía se detiene a veces. Yo sigo algunos vicios, pero evito otros en la misma medida que lo haría un santo. También los peripatéticos reprueban tal conexión y lazo indisoluble; y Aristóteles sostiene que un hombre prudente y justo puede ser desenfrenado e incontinente.[32]
a | Sócrates confesaba a quienes reconocían en su fisonomía cierta inclinación al vicio, que ésa era en verdad su propensión natural, pero que la había corregido merced a la educación.[33] c | Y los amigos del filósofo Estilpón decían que, aun siendo inclinado por nacimiento al vino y a las mujeres, se había vuelto gracias a su esfuerzo muy abstinente en lo uno y en lo otro.[34] a | Lo que en mí es bueno, lo es en cambio por la suerte de mi nacimiento. No lo es ni por ley, ni por precepto u otro aprendizaje. b | La inocencia que hay en mí es una inocencia nativa: poco vigor y ningún arte. a | Aborrezco cruelmente, entre otros vicios, la crueldad, por naturaleza y por juicio, como el súmmum de todos los vicios. Pero esto con una blandura tal que no puedo ver cómo degüellan un pollo sin disgusto, y no soporto oír cómo una liebre gime bajo los dientes de mis perros, por más que la caza sea un violento placer.
Quienes tienen que oponerse al placer, para mostrar que se trata de algo por completo vicioso e irracional, suelen recurrir al argumento de que, cuando se halla en su punto álgido, nos domina de tal manera que la razón no puede acceder a nosotros. Y alegan la experiencia que sentimos al unirnos con las mujeres,
cum iam praesagit gaudia corpus,
atque in eo est Venus ut muliebria conserat arua;[35]
[cuando el cuerpo ya presiente el placer y Venus está en él para sembrar el campo de la mujer];
momento en el cual, a su juicio, el goce nos transporta con tanta fuerza fuera de nosotros que nuestra razón no puede ejercer su función, impedida y arrebatada como está por el placer.[36] Yo sé que puede ocurrir de otro modo, y que a veces, si así se quiere, es posible proyectar el alma, en ese mismo instante, hacia otros pensamientos. Pero hay que tensarla y endurecerla con atención. Sé que el empuje de este placer puede dominarse; c | lo conozco bien, y Venus no me ha parecido divinidad tan imperiosa como muchos, y más reformados que yo,[37] la declaran. a | No considero milagro, como hace la reina de Navarra en uno de los cuentos de su Heptamerón —que es un libro gentil para su materia—, ni como cosa extremadamente difícil pasar noches enteras, con plena comodidad y libertad, junto a una amante deseada durante mucho tiempo, manteniendo la palabra empeñada de contentarse con besos y simples caricias.[38] Creo que el ejemplo del placer de la caza sería más apropiado —el goce es menor, pero el arrebato y la sorpresa, mayores, de modo que nuestra aturdida razón no tiene el tiempo de prepararse para el encuentro—, cuando tras una larga persecución el animal aparece de repente en el sitio donde acaso menos lo esperábamos. La sacudida y el ardor de los gritos nos causan tanta impresión que les sería difícil, a los que aman esta clase de caza menor, retirar en ese instante el pensamiento a otra cosa. Y los poetas describen a Diana victoriosa sobre la antorcha y las flechas de Cupido:
Quis non malarum, quas amor curas habet,
haec inter obliuiscitur?[39]
[¿Quién no olvida, en medio de tales cosas, las crueles cuitas del amor?]
Para regresar a mi asunto,[40] compadezco con gran ternura las aflicciones de los demás, y lloraría fácilmente en su compañía, si fuera capaz de llorar por algún motivo. c | Nada tienta tanto mis lágrimas como las lágrimas, no sólo las verdaderas sino de cualquier clase, fingidas o pintadas. a | A los muertos apenas los compadezco, y más bien los envidiaría; pero compadezco muchísimo a los moribundos. Los salvajes no me ofenden tanto, al asar y comerse los cuerpos de los fallecidos, como aquellos que los atormentan y persiguen vivos.[41] Ni siquiera puedo ver con mirada firme los ajusticiamientos, por razonables que sean. Alguien, obligado a dar testimonio de la clemencia de Julio César, contó: «Era benévolo en sus venganzas; cuando forzó la rendición de los piratas que, tiempo atrás, le habían hecho prisionero e impuesto rescate, los condenó a la crucifixión, porque así los había amenazado, pero fue tras mandarlos estrangular». A Filemón, su secretario, que había querido envenenarle, no le castigó con otra violencia que la de la simple muerte.[42] Sin decir quién es el autor latino que osa aducir, como prueba de clemencia, limitarse a matar a aquellos de quienes se ha sufrido ofensa, es fácil adivinar que está bajo la impresión de los ejemplos abyectos y horribles de crueldad que los tiranos romanos convirtieron en costumbre.[43] En cuanto a mí, aun en la justicia, todo aquello que va más allá de la simple muerte, me parece pura crueldad, y especialmente en nosotros, que deberíamos preocuparnos por enviar las almas en buena situación; cosa imposible cuando se las ha agitado y desesperado con tormentos insoportables.[44]
c | Estos últimos días, un soldado prisionero, al advertir desde la torre donde se hallaba que el pueblo se reunía en la plaza y que unos carpinteros preparaban sus construcciones, creyó que la cosa iba por él. Resuelto a matarse, no encontró nada que pudiera auxiliarlo sino un viejo clavo herrumbroso de carreta que la fortuna le presentó. Con él se dio primero dos grandes golpes en torno a la garganta. Pero, viendo que no surtían efecto, un poco después se dio un tercero en el vientre, donde dejó el clavo hincado. El primer guardia que entró en el lugar donde estaba, le encontró en tal situación, todavía vivo, pero abatido y muy debilitado por los golpes. Para aprovechar el tiempo antes de que desfalleciera, se apresuraron a pronunciarle la sentencia. Una vez oída y dado que le condenaban sólo a cortarle la cabeza, pareció recobrar nuevos ánimos; aceptó el vino que había rehusado, dio las gracias a sus jueces por la inesperada benevolencia de su condena. Dijo que se había decidido a llamar a la muerte por miedo a una muerte más dura e insoportable, pues se había formado la opinión, por los preparativos que había visto hacer en la plaza, de que pretendían atormentarle con algún suplicio atroz; y pareció haberse librado de la muerte por haberla cambiado.
a | Yo aconsejaría que estos ejemplos de rigor, mediante los cuales se pretende contener al pueblo en el deber, se aplicasen contra los cadáveres de los criminales. Porque, ver que se les priva de sepultura, se les hierve y descuartiza, afectaría casi tanto al vulgo como las penas que se hace sufrir a los vivos, aunque en realidad sea poca cosa o nada, c | como dice Dios: «Qui corpus occidunt, et postea non habent quod faciant»[45] [Los que matan el cuerpo y después no tienen qué hacer]. Y los poetas realzan de manera singular el horror de esta imagen, e incluso por encima de la muerte:
Heu! reliquias semiassi regis, denudatis ossibus,
per terram sanie delibutas foede diuexarier.[46]
[¡Ay!, esparcirán ignominiosamente por el suelo los restos
cubiertos de icor de un rey medio quemado, con los huesos desnudos].
a | Me encontré un día en Roma en el lugar donde ejecutaron a Catena, un ladrón insigne. Le estrangularon sin ninguna emoción de la asistencia; pero, cuando empezaron a descuartizarlo, el pueblo seguía cada golpe que daba el verdugo con un grito lastimoso y una exclamación, como si todos hubiesen prestado su sentimiento a aquella carroña.[47] b | Estos excesos inhumanos deben ejercerse contra la corteza, no contra lo vivo. Artajerjes suavizó, en un caso en cierto modo semejante, la dureza de las antiguas leyes de Persia. Ordenó que a los señores que hubiesen fallado en su misión, en lugar de azotarles como era habitual, se les desnudase, y se azotara a sus vestimentas por ellos; y que, en lugar de arrancarles el cabello como solía hacerse, se les privara solamente de su gorro alto.[48] c | Los egipcios, tan devotos, consideraban dar plena satisfacción a la justicia divina sacrificándole figuras y reproducciones de cerdos[49] —audaz invención, pretender satisfacer con imágenes y sombras a Dios, sustancia tan real.
a | Vivo en una época en la cual menudean los ejemplos increíbles de este vicio, debido a la licencia de nuestras guerras civiles; y nada se ve en las antiguas historias más extremo que aquello que nosotros experimentamos todos los días. Pero de ninguna manera me he acostumbrado. A duras penas podía persuadirme, antes de haberlo visto, de que hubiese almas tan feroces[50] que, por el simple placer de matar, quisieran hacerlo, despedazar y segar los miembros de alguien, aguzar el ingenio para inventar tormentos insólitos y nuevas muertes, sin enemistad, sin provecho y sin otro objeto que gozar del agradable espectáculo de los gestos y los movimientos lastimeros, de los gemidos y los gritos quejumbrosos de un hombre que muere lleno de angustia. Éste es, en efecto, el punto máximo al que puede llegar la crueldad. c | Ut homo hominem, non iratus, non timens, tantum spectaturus, occidat[51] [Que un hombre sin ira, sin temor, mate a otro hombre sólo por el espectáculo].
a | Por mi parte, ni siquiera he sido capaz de ver sin disgusto perseguir y matar un animal inocente que carece de defensa y que no nos causa ningún mal. Y, como sucede con frecuencia, que el ciervo, sintiéndose sin aliento y sin fuerzas, privado ya de cualquier otro remedio, se nos entregue y rinda, a nosotros mismos que lo perseguimos, implorándonos piedad con sus lágrimas,
b | quaestuque, cruentus
atque imploranti similis,[52]
[y con lamentos, ensangrentado, como si implorase],
a | me ha parecido siempre un espectáculo muy desagradable. b | Apenas capturo ningún animal vivo al que no devuelva la libertad. Pitágoras los compraba a los pescadores y a los pajareros para hacer lo mismo:[53]
a | primoque a caede ferarum
incaluisse puto maculatum sanguine ferrum.[54]
[creo que la matanza de los animales encendió
por primera vez el hierro manchado de sangre].
Los temperamentos sanguinarios con los animales prueban una propensión natural a la crueldad. b | En Roma, tras haberse acostumbrado a los espectáculos de matanzas de animales, pasaron a los hombres y a los gladiadores.[55] La propia naturaleza —me temo— ha atribuido al hombre cierto instinto para la inhumanidad.[56] Nadie se recrea viendo jugar y acariciarse a los animales entre ellos, y nadie deja de encontrar recreo viéndolos desgarrarse y despedazarse.
a | Y para que nadie se burle de la simpatía que les profeso, la teología misma nos ordena cierto favor hacia ellos; y, considerando que un mismo amo nos ha alojado en este palacio para su servicio, y que son, como nosotros, de su familia, nos impone con razón cierto respeto y afecto hacia ellos.[57] Pitágoras adoptó la metempsicosis de los egipcios; pero, después, la aprobaron numerosas naciones, y en particular nuestros druidas:[58]
Morte carent animae; semperque, priore relicta
sede, nouis domibus uiuunt, habitantque receptae.[59]
[Las almas están exentas de la muerte; y siempre, tras dejar su vieja morada, son recibidas en nuevos domicilios donde viven y habitan].
La religión de nuestros antiguos galos comportaba que las almas, al ser eternas, se movían y desplazaban incesantemente de un cuerpo a otro. Añadía además a esta fantasía cierta consideración de la justicia divina. Porque, según cual hubiera sido el comportamiento del alma mientras había estado en Alejandro, decían que Dios le atribuía otro cuerpo en el cual alojarse, más o menos penoso, y acorde con su condición:
b | muta ferarum
cogit uincla pati, truculentos ingerit ursis,
praedonesque lupis, fallaces uulpibus addit;
atque ubi per uarios annos, per mille figuras
egit, lethaeo purgatos flumine, tandem
rursus ad humanae reuocat primordia formae.[60]
[las fuerza a sufrir la muda prisión de las bestias, hace entrar a los feroces en osos y a los ladrones en lobos, asigna los mentirosos a los zorros, y cuando las ha llevado durante muchos años a través de mil formas, al fin, purificadas en la corriente del Leteo, las devuelve a su forma humana original].
a | Si había sido valiente, la alojaban en el cuerpo de un león; si voluptuosa, en el de un cerdo; si cobarde, en el de un ciervo o una liebre; si maliciosa, en el de un zorro, y así sucesivamente, hasta que, purificada por el castigo, retomaba el cuerpo de otro hombre:
Ipse ego, nam memini, Troiani tempore belli
Panthoides, Euphorbus eram.[61]
[Yo mismo, pues lo recuerdo, en los tiempos de
la guerra de Troya era Euforbo, hijo de Panteo].
En cuanto a tal parentesco entre nosotros y los animales, no lo tengo muy en cuenta; ni tampoco el hecho de que numerosas naciones, sobre todo entre las más antiguas y nobles, no sólo admitieron a los animales en su sociedad y compañía, sino que les atribuyeron un rango muy superior al suyo, pues a veces los consideraban íntimos y favoritos de sus dioses, y les profesaban un respeto y una reverencia más que humanos; y en otras ocasiones no reconocían más dios ni más divinidad que ellos. c | Belluae a barbaris propter beneficium consecrate[62] [Animales consagrados por los bárbaros para lograr un beneficio]:
b | crocodilon adorat
pars haec, illa pauet saturam serpentibus Ibin;
effigies hic nitet aurea cercopitheci;
hic piscem fluminis, illic
oppida tota canem uenerantur.[63]
[unos adoran al cocodrilo, otros temen al ibis saciado de serpientes; aquí brilla la estatua de oro de un mono de larga cola; allí veneran al pez de río, en otro sitio ciudades enteras veneran al perro].
a | Y aun la interpretación que Plutarco realiza de tal error, que está muy bien concebida, les resulta también honorable. Dice, en efecto, que los egipcios no adoraban, por ejemplo, el gato o el buey, sino cierta imagen de las facultades divinas en estos animales. En uno, la paciencia y la utilidad, en el otro la viveza;[64] c | o, como nuestros vecinos los borgoñones, junto a toda Alemania, la incapacidad de soportar verse encerrados, mediante lo cual se representaban la libertad que amaban y veneraban por encima de toda otra facultad divina; y lo mismo con los demás. a | Pero, cuando encuentro entre las opiniones más moderadas, los discursos que tratan de mostrar nuestra estrecha semejanza con los animales, y cómo participan en nuestros mayores privilegios, y con cuánta verosimilitud los asocian a nosotros,[65] ciertamente rebajo en mucho nuestra presunción, y renuncio de buena gana a la imaginaria realeza que se nos atribuye sobre las restantes criaturas.[66]
Aunque todo esto no fuera así, nos obliga cierto respeto, y un deber general de humanidad, no sólo para con los animales, dotados de vida y sentimiento, sino incluso para con árboles y plantas.[67] Debemos la justicia a los hombres, y la gracia y la benignidad a las demás criaturas que son susceptibles de ellas.[68] Existe cierta relación entre ellas y nosotros, y cierta obligación mutua. c | No temo decir que la ternura de mi naturaleza es tan pueril que ni siquiera puedo rehusarle a mi perro la fiesta que me ofrece o me pide inoportunamente. a | Los turcos b | disponen de limosnas y hospitales para los animales. a | Los romanos se cuidaban públicamente de la alimentación de las ocas, gracias a cuya vigilancia se había salvado el Capitolio; los atenienses ordenaron que las mulas y los mulos que habían servido en la construcción del templo llamado Hecatompedon quedasen libres, y que los dejaran pacer por todas partes sin impedimento alguno.[69] c | Los agrigentinos tenían la costumbre ordinaria de enterrar dignamente a los animales que habían estimado, como caballos con algún mérito singular, perros y pájaros útiles, o incluso que habían servido de pasatiempo a sus hijos. Y la magnificencia que les era habitual en todo lo demás se evidenciaba también de manera singular en la suntuosidad y en el número de monumentos alzados con este fin, que han permanecido expuestos hasta muchos siglos después.[70] Los egipcios enterraban a lobos, osos, cocodrilos, perros y gatos en lugares sagrados, embalsamaban sus cuerpos y llevaban luto por ellos a su muerte.[71] c | Cimón dio honorable sepultura a las yeguas con las que había ganado tres veces el premio de la carrera en los juegos olímpicos.[72] Jantipo el Viejo hizo enterrar a su perro en un cabo en la costa que después ha conservado su nombre.[73] Y Plutarco tenía, según dice, escrúpulos de vender y enviar a la carnicería, por un ligero beneficio, a un buey que le había servido durante mucho tiempo.[74]