LAS ARMAS DE LOS PARTOS
a | Es una mala costumbre de la nobleza de nuestro tiempo, y llena de molicie, no tomar las armas sino en el momento de máximo apremio, y deshacerse de ellas tan pronto se tiene la mínima impresión de que el peligro se ha alejado. Éste es el origen de muchos trastornos. En efecto, cuando todo el mundo grita y se apresta a coger las armas en el instante del ataque, algunos están todavía abrochándose la coraza, y sus compañeros han caído ya derrotados. Nuestros padres hacían llevar el casco, la lanza y las manoplas, y no abandonaban el resto de su equipo, mientras duraba el servicio. Hoy en día nuestras tropas se ven completamente alteradas y deformadas por la confusión del bagaje y los criados, que no pueden alejarse de sus amos a causa de las armas. c | Dice Tito Livio, hablando de los nuestros: «Intolerantissima laboris corpora uix arma humeris gerebant»[1] [Cuerpos completamente incapaces de soportar la fatiga, apenas podían llevar las armas sobre sus hombros].
a | Muchas naciones acuden todavía y acudían antiguamente a la guerra sin protegerse; o se protegían con defensas inútiles:
b | Tegmina queis capitum raptus de subere cortex.[2]
[Se protegen la cabeza con la corteza de una alcina].
Alejandro, el más arriesgado capitán que jamás ha existido, se armaba en muy raras ocasiones.[3] a | Y aquellos de entre nosotros que las desprecian no por eso empeoran mucho su situación. Si se produce alguna muerte por falta de arnés, apenas son menos quienes han caído por el estorbo de las armas, atrapados bajo su pesadez, o magullados y exhaustos, o por la repercusión de un golpe o de otro modo. Porque, en verdad, al ver el peso de las nuestras y su espesor, da la impresión de que sólo buscamos defendernos; c | y vamos más cargados que protegidos. a | Bastante trabajo tenemos con sostener el fardo, trabados y oprimidos, como si sólo tuviésemos que luchar con el choque de nuestras armas, a2 | y como si no tuviésemos la misma obligación de defenderlas que ellas de defendernos. b | Tácito describe graciosamente a unos guerreros de nuestros antiguos galos, armados de esta manera, sólo para defenderse, sin medios ni para causar heridas, ni para recibirlas, ni para levantarse si los abatían.[4] Lúculo, al ver a ciertos guerreros medos que formaban la primera línea del ejército de Tigranes, pesada e incómodamente armados, como en una prisión de hierro, fundó en este punto la opinión de que los derrotaría fácilmente, y empezó por ellos su ataque y su victoria.[5]
a | Y ahora que nuestros mosqueteros gozan de prestigio creo que se encontrará alguna invención que nos emparede para protegernos de ellos, y que nos haga arrastrar a la guerra encerrados en bastiones, como aquellos que los antiguos hacían llevar a sus elefantes. Esta inclinación se aleja mucho de la de Escipión el Joven, que acusó acerbamente a sus soldados por haber esparcido abrojos bajo el agua, en el lugar del foso por donde los de una ciudad a la que tenía sitiada podían hacer salidas contra él. Les dijo que los asaltantes debían pensar en atacar, no en tener miedo,[6] c | y temía con razón que esta precaución relajara su vigilancia para protegerse. b | Dijo también a un joven que le mostraba su hermoso escudo: «Es en verdad bello, hijo mío; pero un soldado romano debe confiar más en la mano derecha que en la izquierda».[7]
a | Ahora bien, sólo la costumbre nos hace insoportable la carga de nuestras armas:[8]
L’hushergo in dosso haveano, e l’elmo in testa,
due di quelli guerrier d’i quali io canto.
Nè notte o dì dopo ch’entraro in questa
stanza, gli haveano mai messi da canto,
che facile a portar comme la vesta
era lor, perché in uso l’avean tanto.[9]
[Llevaban la cota de malla a la espalda y el yelmo en la cabeza los dos guerreros que canto. Ni de noche ni de día, después que entraron en la estancia, los habían dejado de lado. Les era tan fácil llevarlos como el vestido, tan acostumbrados estaban].
c | El emperador Caracalla marchaba por el país a pie, armado con todas sus piezas, al frente de su ejército.[10] a | La infantería romana no sólo llevaba el casco, la espada y el escudo —pues, en cuanto a las armas, dice Cicerón, estaban tan habituados a tener que cargarlas que no les estorbaban más que sus propios miembros: c | arma enim membra militis esse dicunt[11] [dicen, en efecto, que las armas son los miembros del soldado]—, sino también, al mismo tiempo, los víveres necesarios para quince días y cierta cantidad de estacas para levantar sus fortificaciones, b | hasta sesenta libras de peso. Y los soldados de Mario, así cargados, marchando en formación, estaban acostumbrados a andar cinco leguas en cinco horas, y seis si había prisa.[12] a | Su disciplina militar era mucho más dura que la nuestra; también producía efectos muy distintos. c | Escipión el Joven, al reformar a su ejército en España, ordenó a sus soldados que comieran siempre de pie, y nada cocido.[13] a | Sobre esto se cuenta un rasgo extraordinario: se le reprochó a un soldado lacedemonio que, formando parte de una expedición militar, le habían visto refugiado en una casa. Estaban tan acostumbrados al sufrimiento que era vergonzoso ser visto bajo otro techo que el del cielo, hiciese el tiempo que hiciese. Nosotros no llevaríamos demasiado lejos a nuestra gente a este precio.
Por lo demás, Marcelino, hombre educado en las guerras romanas, observa minuciosamente el modo en que los partos se armaban, y lo observa mucho más en la medida que difería de la romana.[14] Tenían, dice, unas corazas tejidas como con pequeñas plumas, que no estorbaban el movimiento de los cuerpos. Y, sin embargo, eran tan fuertes que nuestros dardos rebotaban al golpearlas[15] —son las escamas que nuestros antepasados estaban muy acostumbrados a utilizar—. Y en otro sitio cuenta que poseían unos caballos fuertes y rudos, cubiertos de espeso cuero; y ellos estaban armados, de la cabeza a los pies, con gruesas lamas de hierro, ordenadas con tal arte que en el lugar de la articulación de los miembros cedían al movimiento. Se habría dicho que eran hombres de hierro, pues llevaban unos atavíos en la cabeza tan perfectamente ajustados y que reproducían tan al natural la forma y las partes de la cara, que no había manera de herirles sino por los pequeños orificios redondos que correspondían a los ojos, que dejaban pasar un poco de luz, y por las hendiduras que llevaban en el lugar de las narices, por donde respiraban con no poca dificultad:[16]
b | Flexilis, inductis animatur lamina membris,
horribilis uisu; credas simulacra moueri
ferrea, cognatoque uiros spirare metallo.
Par uestitus equis: ferrata fronte minantur,
ferratosque mouent, securi uulneris, armos.[17]
[La lama flexible se anima con los miembros que recubre, horrible visión; creerías que se mueven estatuas de hierro y que respiran hombres unidos al metal. Los caballos están revestidos de la misma manera: son amenazantes con su frente guarnecida de hierro y se mueven invulnerables con sus flancos de hierro].
a | Es ésta una descripción que recuerda mucho al equipo de un hombre de armas francés con sus armaduras. Plutarco dice que Demetrio mandó hacer para él y para Alcino, el mejor guerrero que tenía a su lado, sendos arneses completos que pesaban ciento veinte libras, cuando los arneses comunes sólo pesaban sesenta.[18]