CAPÍTULO V

LA CONCIENCIA

a | Un día, en un viaje que efectuábamos mi hermano, el señor de La Brousse, y yo durante nuestras guerras civiles, nos encontramos con un gentilhombre de buen aspecto.[1] Era del bando contrario al nuestro, pero yo lo ignoraba, porque se hacía pasar por algo distinto. Y lo peor de estas guerras es que las cartas están tan mezcladas, pues el enemigo no se distingue de ti por ninguna señal clara ni de lengua ni de apariencia, criado en las mismas leyes, costumbres y ambiente, que es difícil evitar la confusión y el desorden. Por este motivo yo mismo albergaba el temor de toparnos con nuestras tropas en algún sitio donde no me conocieran, por no verme forzado a decir mi nombre y tal vez a algo peor. b | Me había sucedido así en otra ocasión. Porque en una confusión similar perdí hombres y caballos, y me mataron miserablemente, entre otros, a un paje gentilhombre italiano al que educaba con el mayor cuidado, y extinguieron en él una infancia muy hermosa y prometedora. a | Pero éste sufría un pavor tan desquiciado, y le veía tan muerto cada vez que encontrábamos hombres a caballo y que cruzábamos ciudades favorables al rey, que acabé por adivinar que eran alarmas producidas por su conciencia. Le parecía al pobre hombre que, a través de su máscara y de las cruces de su casaca, iban a leerle hasta el interior del corazón sus secretas intenciones.[2] ¡Tan extraordinaria es la fuerza de la conciencia! Hace que nos traicionemos, acusemos y opongamos a nosotros mismos, y, a falta de otro testigo, nos hace comparecer en contra nuestro:

Occultum quatiens animo tortore flagellum.[3]

[Agitando un látigo oculto con ánimo torturador].

El cuento está en boca de los niños. Le reprocharon a Beso el Peonio haber destruido deliberadamente un nido de gorrioncillos y haberles dado muerte. Replicó que lo había hecho con razón porque los pajarillos no cesaban de acusarlo falsamente del asesinato de su padre. El parricidio hasta entonces había permanecido oculto e ignorado; pero las furias vengadoras de la conciencia hicieron que lo descubriera el mismo que debía cumplir penitencia por él.[4] Hesíodo corrige aquel dicho de Platón según el cual el castigo sigue muy de cerca al pecado, pues dice que surge en el mismo instante y a la vez que el pecado.[5] Quien espera el castigo, lo sufre; y quien lo ha merecido, lo espera.[6] La maldad fabrica tormentos contra sí misma:[7]

Malum consilium consultori pessimum.[8]

[La mala decisión perjudica más a quien la toma].

Así, la avispa pica y hace daño a otros, pero más a sí misma, pues pierde el aguijón y la fuerza para siempre:

uitasque in uulnere ponunt.[9]

[y pierden sus vidas con la herida].

Las cantáridas albergan cierta cualidad que sirve como antídoto contra su propio veneno por oposición natural.[10] Igualmente, a la vez que uno se complace en el vicio, se engendra una desazón contraria en la conciencia, que nos atormenta con muchas fantasías penosas, despiertos y dormidos:

b | Quippe ubi se multi, per somnia saepe loquentes,

aut morbo delirantes, protraxe ferantur,

et celata diu in medium peccata dedisse.[11]

[Porque se dice de muchos que, hablando a menudo en sueños o delirando por la enfermedad, se han denunciado a sí mismos y han descubierto delitos mucho tiempo ocultos].

a | Apolodoro soñaba que los escitas le desollaban y luego le cocían en una marmita, y que su corazón murmuraba diciendo: «Yo te he causado todos estos males».[12] Ningún escondrijo sirve a los malvados, decía Epicuro, porque no pueden confiar en estar ocultos siendo así que la conciencia los descubre a sí mismos:[13]

prima est haec ultio, quod se

iudice nemo nocens absoluitur.[14]

[el primer castigo es que ningún culpable

se absuelve a sí mismo si es su propio juez].

Igual que nos colma de temor, nos llena también de seguridad y confianza. b | Y puedo decir que he andado a través de numerosos peligros con paso mucho más firme gracias a la secreta certeza que tenía de mi voluntad y a la inocencia de mis intenciones:

a | Conscia mens ut cuique sua est, ita concipit intra

pectora pro facto spemque metumque suo.[15]

[Cada cual según su conciencia concibe en

su corazón esperanza y temor por sus actos].

Hay mil ejemplos de esto; bastará con que alegue tres del mismo personaje. Una vez, acusado ante el pueblo romano de un cargo importante, Escipión, en lugar de excusarse o de adular a los jueces, les dijo: «Será muy pertinente que pretendáis llevar a juicio a aquel gracias al cual tenéis la autoridad de juzgar a todo el mundo».[16] Y en otra ocasión, como única respuesta a las imputaciones que le lanzaba un tribuno del pueblo, en vez de abogar por su causa, dijo: «Vayamos, conciudadanos, vayamos a dar gracias a los dioses por la victoria que me concedieron ante los cartagineses tal día como hoy». Y empezó a andar el primero hacia el templo, y todos los reunidos, aun el acusador, le siguieron.[17] Y cuando Petilio, instigado por Catón, le pidió cuentas por el dinero administrado en la provincia de Antioquía, Escipión, que acudió al Senado a tal efecto, mostró el libro de cuentas que llevaba bajo la toga y dijo que ese libro contenía en verdad los ingresos y los gastos; pero, al pedírselo para depositarlo en el tribunal, se negó aduciendo que no quería cometer tal deshonra consigo mismo, y con sus propias manos, en presencia del Senado, lo rompió e hizo pedazos.[18] No creo que un alma encallecida fuese capaz de fingir semejante seguridad. c | Su corazón era demasiado grande por naturaleza y estaba acostumbrado a una fortuna demasiado alta, dice Tito Livio, para saber ser reo y descender a la bajeza de defender su inocencia.[19]

a | La de las torturas es una peligrosa invención, y parece tener más de prueba de resistencia que de prueba de verdad.[20] c | Y aquel que puede soportarlas, oculta la verdad, y también quien no las puede soportar.[21] a | En efecto, ¿por qué el dolor ha de hacerme confesar lo que es en vez de forzarme a decir lo que no es? Y a la inversa, si alguien que no ha hecho aquello de que se le acusa tiene suficiente resistencia para soportar estos tormentos, ¿por qué no va a tenerla quien lo ha hecho cuando se le propone un galardón tan hermoso como la vida? Creo que el fundamento de esta invención radica en la consideración de la fuerza de la conciencia. Porque en el culpable parece que secunda a la tortura para llevarle a confesar el delito, y que le debilita; y, por otra parte, que refuerza al inocente contra la tortura.[22] A decir verdad, es un medio lleno de incertidumbre y peligro. b | ¿Qué no diría uno, qué no haría para escapar a dolores tan graves?:

c | Etiam innocentes cogit mentiri dolor.[23]

[El dolor fuerza a mentir también a los inocentes].

Por eso, si el juez tortura a alguien para no hacerle morir siendo inocente, le hace morir inocente y torturado.[24] b | Miles y miles han cargado su cabeza con falsas confesiones. Entre ellos incluyo a Filotas, considerando las circunstancias del proceso al que Alejandro le sometió y el desarrollo de su tortura.[25]

a | Pero, con todo, es, c | según se dice, a | lo menos malo[26] que la debilidad humana ha podido inventar.[27] c | A mi juicio, muy inhumanamente, sin embargo, y con suma inutilidad. Muchas naciones, menos bárbaras en esto que la griega y la romana, que las llaman así, estiman horrible y cruel atormentar y despedazar a un hombre de cuya culpa albergas todavía dudas.[28] ¿Es él acaso el responsable de tu ignorancia? ¿No eres injusto si, para no matarlo sin motivo, le haces algo peor que matarlo? Observa, como prueba de que es así, cuántas veces prefiere morir sin razón a afrontar esa averiguación más penosa que el suplicio,[29] y que a menudo, por su violencia, se adelanta al suplicio y lo ejecuta. No sé de dónde he sacado este cuento, pero representa con total exactitud la conciencia de nuestra justicia: una mujer de pueblo acusaba a un soldado ante el general de un ejército, gran justiciero, de haber arrancado a sus hijuelos la escasa papilla que le restaba para sustentarlos, pues el ejército lo había devastado todo. Pruebas, no había ninguna. El general, tras conminar a la mujer a mirar bien lo que decía, porque sería culpable de su acusación si mentía, y habida cuenta su persistencia, hizo abrir el vientre del soldado para esclarecer la verdad del hecho. Y resultó que la mujer tenía razón.[30] La condena fue a la vez instrucción.