CAPÍTULO II

LA EMBRIAGUEZ

a | El mundo no es más que variedad y diversidad. Todos los vicios son iguales en el hecho de ser todos vicios, y así lo entienden tal vez los estoicos.[1] Pero, aun siendo vicios por igual, no son vicios iguales. Y que uno que haya transgredido los límites en cien pasos,

Quos ultra citraque nequit consistere rectum,[2]

[Ni más allá ni más acá de los cuales no puede estar lo bueno],

no sea de peor condición que uno que se encuentra sólo a diez pasos de ellos,[3] no es creíble, ni lo es que un sacrilegio no sea peor que robar una col de nuestro huerto:

Nec uincet ratio, tantumdem ut peccet idemque

qui teneros caules alieni fregerit horti,

et qui nocturnus diuum sacra legerit.[4]

[Y la razón no podrá demostrar que comete la misma falta quien rompe las tiernas coles del huerto del vecino y quien de noche roba los objetos sagrados de los dioses].

Hay tanta diversidad en esto como en cualquier otra cosa. b | La confusión del orden y la medida de los pecados es peligrosa. Asesinos, traidores y tiranos sacan demasiado provecho de ello. No es razonable que su conciencia se alivie porque tal otro es ocioso o lascivo o menos asiduo a la devoción. Todo el mundo agrava el pecado del compañero y aligera el propio. Incluso los maestros, en mi opinión, muchas veces los ordenan mal. c | Así como Sócrates decía que la principal obligación de la sabiduría era distinguir los bienes de los males,[5] nosotros, en quienes lo mejor es todavía vicioso, debemos decir que es la ciencia de distinguir los vicios. Sin ésta, y muy exacta, el virtuoso y el malvado se mantienen mezclados e incógnitos.

a | Ahora bien, la embriaguez me parece, entre los demás, un vicio zafio y brutal. El espíritu participa más en otros; y algunos vicios tienen un no sé qué de noble, si hay que decirlo así. En otros intervienen la ciencia, la aplicación, la valentía, la prudencia, la destreza y la astucia. Éste es plenamente corporal y terrestre. Además, la nación más grosera que existe hoy en día es la única que le da crédito.[6] Los demás vicios alteran el entendimiento; éste lo trastorna, b | y aturde el cuerpo:

cum uinis uis penetrauit,

consequitur grauitas membrorum, praepediuntur

crura uacillanti, tardescit lingua, madet mens,

nant oculi; clamor, singultus, iurgia gliscunt.[7]

[una vez que la fuerza del vino ha penetrado en nosotros, se sigue la pesadez de los miembros, las piernas quedan entumecidas y vacilantes, la lengua se traba, la mente se sofoca, los ojos se anegan; empiezan los gritos, los hipidos, las disputas].

c | El peor estado del hombre es aquel en el cual pierde el conocimiento y el gobierno de sí mismo.[8] a | Y se dice de él, entre otras cosas, que así como el mosto que hierve dentro de un recipiente hace que vaya hacia arriba todo lo que yace en el fondo, el vino saca al descubierto los secretos más íntimos de quienes han bebido más de la cuenta:[9]

b | tu sapientium

curas et arcanum iocoso

consilium retegis Lyaeo.[10]

[tú descubres los afanes y los secretos de los sabios con el jocoso Lieo].

a | Josefo cuenta que tiró de la lengua a cierto embajador que le habían enviado los enemigos, haciéndole beber copiosamente.[11] Sin embargo, Augusto confió a Lucio Pisón, que conquistó Tracia, sus asuntos más privados, y éste jamás le decepcionó,[12] y tampoco Coso a Tiberio, que le revelaba todos sus planes, aunque sabemos que fueron tan propensos al vino que con frecuencia hubo que llevárselos del senado a los dos porque estaban borrachos:[13]

Hesterno inflatum uenas de more Lyaeo.[14]

[Las venas hinchadas, como de costumbre, por el vino absorbido].

c | Y a Cimbro, pese a que se embriagaba a menudo, le confiaron el plan para matar a César con la misma confianza que a Casio, que bebía agua. De ahí que respondiera graciosamente: «¡Cómo voy a soportar a un tirano si no puedo soportar el vino!».[15] a | A nuestros alemanes los vemos anegados en vino y acordarse, sin embargo, de su cuartel, de la contraseña y de su rango:[16]

b | nec facilis uictoria de madidis, et

blaesis, atque mero titubantibus.[17]

[y no resulta fácil vencerlos, repletos de vino,

con la lengua trabada y las piernas vacilantes].

c | No habría dado crédito a una embriaguez tan profunda, tan sofocada y sepultada si no hubiera leído lo siguiente en los libros de historia: Átalo invitó a cenar, para inferirle una notable infamia, a Pausanias, aquel que, a propósito de este mismo asunto, mató después a Filipo, rey de Macedonia —rey que demostraba, con sus bellas cualidades, la crianza que había recibido en casa y al lado de Epaminondas—, y le hizo beber tanto, que pudo entregar su belleza, insensiblemente, como si fuera el cuerpo de una puta montaraz, a los muleros y a buen número de viles servidores de la casa.[18]

Y lo que me explicó una dama a la que honro y aprecio de manera singular:[19] que cerca de Burdeos, hacia Castres, donde está su casa, una mujer de pueblo, viuda, con reputación de castidad, sintiendo las primeras sombras de un embarazo, decía a sus vecinas que habría pensado que estaba encinta de tener marido. Pero, al crecer de día en día el motivo de sospecha, y al fin hasta la evidencia, llegó al punto de hacer declarar en el sermón dominical de su iglesia que si alguien admitía el hecho y lo confesaba, ella prometía perdonárselo y, si él estaba de acuerdo, desposarlo. Uno de sus mozos de labranza, animado por tal proclama, declaró haberla encontrado, un día de fiesta en el que había bebido abundante vino, dormida cerca de su chimenea de modo tan profundo y tan indecente que había podido valerse de ella sin despertarla. Todavía viven juntos casados.

a | Es cierto que la Antigüedad apenas censuró este vicio. Aun los escritos de numerosos filósofos hablan de él con mucha indulgencia; e incluso entre los estoicos, algunos aconsejan tomarse de vez en cuando la licencia de beber en abundancia y de embriagarse para relajar el alma:[20]

b | Hoc quoque uirtutum quondam certamine, magnum

Socratem palmam promeruisse ferunt.[21]

[Cuentan que también en este certamen de

virtudes el gran Sócrates se llevó la palma].

a | A Catón, c | censor y corrector de los demás,[22] a | le reprocharon que bebía mucho:

b | Narratur et prisci Catonis

saepe mero caluisse uirtus.[23]

[Se dice también del viejo Catón que a

menudo encendía su virtud con el vino].

a | Ciro, rey tan renombrado, alega, para anteponerse a su hermano Artajerjes, entre otras loas, que sabía beber mucho mejor que él.[24] Y en las naciones mejor ordenadas y regidas, la prueba de rivalizar en la bebida era muy usual. He oído decir a Silvio, excelente médico de París,[25] que, para impedir que las fuerzas del estómago holgazaneen, es bueno despertarlas una vez al mes con este exceso, y provocarlas para evitar que se entumezcan.[26] b | Y, según se escribe, los persas deliberaban sobre los asuntos más importantes después de tomar vino.[27]

a | Mi gusto y mi temperamento son más hostiles a este vicio que mi razón. Porque, aparte de que cautivo fácilmente mis creencias bajo la autoridad de las opiniones antiguas,[28] me parece un vicio cobarde y estúpido, pero menos malicioso y nocivo que los demás, los cuales chocan casi todos de manera más directa con la sociedad pública. Y si no podemos procurarnos placer sino pagando algún precio, tal como se dice, me parece que este vicio le sale más barato a nuestra conciencia que los restantes; además, sus preparativos son sencillos, y no es difícil de encontrar, consideración no despreciable.

c | Un hombre de elevada dignidad, y muchos años, contaba éste entre los tres principales deleites que, según me decía, le quedaban en la vida; ¿y dónde se pretende hallarlos con más justicia que entre los naturales? Pero lo entendía mal. Es preciso evitar la delicadeza y la selección meticulosa del vino. Si fundas tu placer en beberlo agradable, te impones el dolor de beberlo de otra manera. Hay que tener un gusto más dócil y más libre. Para ser buen bebedor, no se requiere un paladar tan delicado. Los alemanes beben casi cualquier vino con el mismo placer. Su objetivo es engullirlo, más que paladearlo. Les resulta mucho más fácil así. Su placer es mucho más copioso y asequible. En segundo lugar, beber a la francesa, durante las dos comidas y con moderación,[29] es limitar en exceso los favores de este dios.[30] Se precisa más tiempo y constancia. Los antiguos reservaban noches enteras para este ejercicio, y en no pocas ocasiones les sumaban los días. Y, ciertamente, debe disponerse una medida más amplia y más firme. He visto a un gran señor de estos tiempos, personaje de altas empresas y célebres éxitos, que, sin esfuerzo, y en el curso de sus comidas ordinarias, apenas bebía menos de cinco cuartillas de vino, y, pese a todo, no se mostraba sino excesivamente sabio y hábil a costa de nuestros asuntos. Para que un placer tenga consideración en el curso de nuestra vida ha de ocupar más espacio. No debería rehusarse ninguna ocasión para beber, como hacen los mozos de taller y los trabajadores, y habría que tener siempre tal deseo en la cabeza. Parece que, todos los días, recortamos su uso, y que, en nuestras casas, como vi en mi infancia, desayunos, almuerzos y meriendas eran mucho más frecuentes y comunes que hoy en día. ¿Será acaso que mejoramos en algo? A decir verdad, no. Todo lo contrario; puede ser que nos hayamos entregado mucho más a la lujuria que nuestros padres. Son dos ocupaciones que, cuando cobran vigor, se estorban mutuamente. Por una parte, la lujuria ha debilitado nuestro estómago, y, por otra, la sobriedad sirve para volvernos más galantes, más cortejadores en el ejercicio del amor.

Son asombrosos los relatos que oí hacer a mi padre sobre la castidad de su época. Podía hablar del asunto, ya que, por arte y por naturaleza, tenía un trato muy fácil con las damas. Hablaba poco y bien; y, además, mezclaba en su lenguaje algún ornamento extraído de los libros en lengua vulgar, sobre todo españoles —y, entre los españoles, le era familiar el que llaman Marco Aurelio—.[31] Su gesto poseía una gravedad suave, humilde y modestísima. Tenía singular cuidado por la decencia y el decoro de su persona y de sus ropas, tanto a pie como a caballo; una prodigiosa lealtad a las palabras dadas y una conciencia y un escrúpulo generales que tendían más hacia la superstición que hacia el otro extremo. Para ser hombre de pequeña talla, estaba lleno de vigor y era de estatura recta y bien proporcionada. De semblante agradable, tirando a moreno; diestro y excelente en cualquier ejercicio noble. He visto todavía unas cañas rellenas de plomo con las cuales según dicen, ejercitaba los brazos al efecto de prepararse para lanzar la barra o la piedra, o para la esgrima; y unos zapatos con las suelas emplomadas para ganar agilidad en la carrera y en el salto. En el salto ha dejado en la memoria pequeños milagros. Le he visto con más de sesenta años reírse de nuestras alegrías, lanzarse con su ropa forrada sobre un caballo, dar la voltereta sobre la mesa apoyándose en un pulgar, no subir casi nunca a su estancia sino con zancadas de tres o cuatro escalones a la vez. Con respecto a mi asunto, decía que en toda una provincia apenas había una mujer de calidad que tuviese mala reputación. Refería intimidades asombrosas, en especial suyas, con mujeres honestas sin sospecha alguna.

Y en cuanto a sí mismo, juraba santamente haber llegado virgen al matrimonio; y, sin embargo, esto fue tras participar durante mucho tiempo en las guerras ultramontanas, sobre las cuales nos dejó un diario de su mano que sigue punto por punto los acontecimientos, tanto públicos como privados. Además, se casó a edad muy avanzada, en 1528, a los treinta y tres años, en el camino de vuelta de Italia.[32]

Volvamos a nuestras botellas. a | Los inconvenientes de la vejez, que precisan cierto apoyo y refuerzo, podrían, con razón, suscitarme el deseo de tal facultad, dado que es casi el último placer que el curso de los años nos arrebata. El calor natural, dicen los camaradas festivos, empieza primero por los pies —esto atañe a la infancia—. De ahí sube a la región media, donde se establece durante mucho tiempo y produce los que a mi juicio son los únicos placeres verdaderos de la vida corporal c | —los demás placeres, comparados con éste, duermen—. a | Al final, al modo de un vapor que asciende y se exhala, llega a la garganta, donde hace su última parada.

b | No alcanzo a entender, sin embargo, cómo es posible prolongar el deleite de la bebida más allá de la sed, y forjarse en la imaginación un deseo artificial y contrario a la naturaleza. Mi estómago no llegaría hasta ese punto. Bastante trabajo tiene con acabar lo que toma por necesidad. c | Mi constitución me lleva a no hacer caso de la bebida sino después de comer; y por eso el último trago que bebo es casi siempre el mayor. Y dado que en la vejez nuestro paladar está obturado por el reúma o alterado por cualquier otra mala constitución, el vino nos parece mejor a medida que abrimos y limpiamos nuestros poros. Al menos, yo casi nunca aprecio bien el sabor la primera vez.[33] Anacarsis se asombraba de que los griegos bebiesen, al final de la comida, en vasos mayores que al principio.[34] Lo hacían, creo yo, por la misma razón que los alemanes, que empiezan entonces la disputa por ver quién bebe más.

Platón prohíbe que los niños beban vino antes de los dieciocho años, y que se embriaguen antes de los cuarenta. Pero a quienes han pasado de los cuarenta, les perdona que disfruten de este modo, y que mezclen un poco generosamente[35] en sus banquetes la influencia de Dionisio, el buen dios que devuelve a los hombres la alegría, y la juventud a los ancianos, que suaviza y ablanda las pasiones del alma, al modo que el hierro se reblandece con el fuego.[36] Y, en sus Leyes, considera útiles tales reuniones para beber —con tal de que haya un jefe de grupo que las contenga y regule—, [37] porque la embriaguez constituye una prueba válida y segura de la naturaleza de cada cual,[38] y sirve al mismo tiempo para dar a las personas mayores el valor de divertirse con las danzas y con la música, cosas útiles y que no se atreven a acometer cuando se encuentran serenas;[39] y que el vino es capaz de procurar templanza al alma, salud al cuerpo.[40] Pese a todo, le complace fijar ciertas restricciones, tomadas en parte de los cartagineses: que se evite durante las campañas militares; que magistrados y jueces se abstengan de él mientras desempeñan su cargo y deliberan sobre asuntos públicos; que no se le dedique el día, tiempo debido a otras ocupaciones, ni la noche que se destina a concebir hijos.[41] Dicen que el filósofo Estilpón, abrumado por la vejez, adelantó su fin a propósito bebiendo vino puro.[42] La misma causa, aunque no por propia voluntad, extinguió también las fuerzas, abatidas por la edad, del filósofo Arcesilao.[43]

a | Pero es una vieja y amena cuestión si el alma del sabio puede llegar a rendirse a la fuerza del vino:[44]

Si munitae adhibet uim sapientiae.[45]

[Si éste puede violentar una sabiduría bien armada].

¡A cuánta vanidad nos empuja nuestra buena opinión sobre nosotros! Bastante trabajo le cuesta ya, al alma más ordenada y más perfecta del mundo, mantenerse en pie y evitar arrastrarse por el suelo a causa de la propia flaqueza. Entre un millar, no hay una que sea recta y sensata un instante de su vida; y podría ponerse en duda si, conforme a su condición natural, puede serlo jamás. Pero añadirle la constancia, es su extrema perfección; es decir, si nada se opusiera a ella, cosa que mil accidentes pueden hacer. Por mucho que Lucrecio, el gran poeta, filosofe y se esfuerce, ahí tenéis cómo un brebaje amoroso le lleva a la locura.[46] ¿Creen acaso que una apoplejía no aturdiría a Sócrates igual que a un mozo de cuerda? Algunos han olvidado su propio nombre por la fuerza de una enfermedad, y una leve herida ha hecho perder el juicio a otros. Todo lo sabio que quiera, pero al fin y al cabo es un hombre: ¿qué hay más caduco, más miserable y más nulo? La sabiduría no fuerza nuestras condiciones naturales:

b | Sudores itaque et pallorem existere toto

corpore, et infringi linguam, uocemque aboriri,

caligare oculos, sonere aures, succidere artus,

denique concidere ex animi terrore uidemus.[47]

[Y así vemos que, por culpa del terror que sufre el ánimo, todo el cuerpo se vuelve sudoroso y empalidece, y la lengua se quiebra, la voz se apaga, la vista se enturbia, los oídos zumban, los miembros desfallecen y todo se desmorona].

a | No tiene más remedio que parpadear ante el golpe que le amenaza, que estremecerse al borde de un precipicio, c | como un niño. La naturaleza ha querido reservarse estos leves signos de su autoridad, inexpugnables a nuestra razón y a la virtud estoica, para darle a conocer su mortalidad y nuestra inepcia. a | Empalidece de miedo, se sonroja de vergüenza; se queja del cólico, si no con una voz desesperada y clamorosa, al menos con una voz quebrada y enronquecida:

Humani a se nihil alienum putet.[48]

[Que piense que nada humano le es ajeno].

Los poetas, c | que lo imaginan todo a su antojo, a | no se atreven siquiera a librar a sus héroes de lágrimas:[49]

Sic fatur lachrymans, classique immittit habenas.[50]

[Así habla, envuelto en lágrimas, y suelta las riendas de la flota].

Que le baste con contener y moderar sus inclinaciones, porque suprimirlas no está a su alcance. Incluso nuestro Plutarco, tan perfecto y excelente juez de las acciones humanas, al ver a Bruto y a Torcuato matando a sus hijos, empezó a dudar sobre si la virtud podía llegar hasta ese punto, y sobre si a esos personajes no los habría movido más bien otra pasión.[51] Cualquier acción que rebase los límites comunes está expuesta a una interpretación desfavorable, pues nuestro gusto no se aviene mejor con lo que tiene por encima que con lo que tiene por debajo.

c | Dejemos la otra escuela, que hace expresa profesión de orgullo.[52] Pero cuando, incluso en la escuela considerada más blanda,[53] oímos las jactancias de Metrodoro: «Occupaui te fortuna, atque cepi: omnesque aditus tuos interclusi, ut ad me aspirare non posses»[54] [Te he ocupado, Fortuna, y te he conquistado; y he cerrado todos tus accesos, para que no puedas acercarte a mí]; cuando Anaxarco, arrojado a una cuba de piedra, y molido a golpes de mazo de hierro por orden de Nicocreonte, tirano de Chipre, no cesa de exclamar: «¡Golpead, romped, no machacáis a Anaxarco sino a su estuche!»;[55] a | cuando oímos a nuestros mártires gritar al tirano en medio de las llamas: «Esta parte ya está bastante asada, pícala, cómetela, está guisada, vuelve a empezar por la otra»;[56] cuando oímos en Josefo que un niño totalmente desgarrado por las tenazas cortantes, y perforado por las leznas de Antíoco, le reta todavía, gritando con voz firme y segura: «Tirano, pierdes el tiempo, mira cómo sigo feliz; ¿dónde está el dolor, dónde están los tormentos con que me amenazabas?, ¿no sabes hacer otra cosa? Es mayor la pena que te produce mi firmeza que la que siento yo por tu crueldad. ¡Oh cobarde bellaco, tú te rindes y yo me fortalezco; haz que me lamente, haz que me doblegue, haz que me rinda, si puedes; alienta a tus esbirros y verdugos, están desanimados, no pueden más, ármalos, enardécelos!»,[57] ciertamente, debe confesarse que en tales almas se produce cierta alteración y cierto furor, por santo que sea. Cuando llegamos a estos arrebatos estoicos: «Prefiero volverme loco antes que sentir placer», c | una sentencia de Antístenes, a | —Μανείειν μᾶλλον ἢ ἡσθείειν—;[58] cuando Sextio nos dice que prefiere ser atravesado por el dolor a serlo por el placer;[59] cuando Epicuro intenta hacerse acariciar por la gota, y, rehusando el descanso y la salud, desafía deliberadamente a las enfermedades, y, despreciando los dolores menos violentos, desdeñando luchar contra ellos y combatirlos, invoca y ansía los fuertes, agudos y dignos de él,[60]

Spumantemque dari pecora inter inertia uotis

optat aprum, aut fuluum descendere monte leonem,[61]

[Y espera encontrar, entre el plácido ganado, un jabalí

espumeante, o un fiero león que descienda de la montaña],

¿quién no piensa que se trata de arranques de un ánimo elevado más allá de su morada? Nuestra alma no podría llegar tan alto desde su sede. Debe abandonarla y elevarse, y, cogiendo el freno con los dientes, arrastrar y arrebatar a su hombre tan lejos que, después, él mismo se asombre de lo que ha hecho.[62] Así, en las hazañas de la guerra, a menudo el ardor del combate empuja a los soldados nobles a vencer obstáculos tan peligrosos que, al volver en sí, son ellos los primeros en sobrecogerse de asombro; y también los poetas quedan muchas veces prendados de admiración por sus propias obras, y no reconocen ya el camino por el cual han efectuado una carrera tan hermosa.[63] En ellos esto se denomina también ardor y manía. Y, así como Platón dice que el hombre sereno llama en vano a la puerta de la poesía, Aristóteles afirma que no hay alma excelente que esté libre de alguna mezcla de locura.[64] Y tiene razón cuando llama locura a cualquier elevación, por muy loable que sea, que supere nuestro propio juicio y raciocinio. Porque la sabiduría es la conducción ordenada del alma, y actúa con medida y proporción, y responde de ella. c | De esta suerte, Platón argumenta que la facultad de profetizar está por encima nuestro, que hemos de salir de nosotros mismos al usarla. Nuestra prudencia ha de estar ofuscada por el sueño, o por alguna enfermedad, o arrebatada de su sede por un rapto celeste.[65]