CAPÍTULO I

LA INCONSTANCIA
DE NUESTRAS ACCIONES

a | Quienes se dedican a examinar las acciones humanas, en nada encuentran tantas dificultades como en asociarlas y en presentarlas bajo el mismo lustre. Suelen, en efecto, contradecirse[1] de forma tan extrema que parece imposible que surjan del mismo lugar. Mario el Joven tan pronto resulta ser hijo de Marte como hijo de Venus.[2] El papa Bonifacio VIII asumió el cargo, según se cuenta, como un zorro, lo ejerció como un león, y murió como un perro.[3] Y ¿acaso alguien creería que fue Nerón, la verdadera imagen de la crueldad, quien respondió, cuando le presentaron para la firma, como de costumbre, la sentencia de un criminal condenado: «¡Ojalá nunca hubiese aprendido a escribir!»? Hasta ese punto oprimía su corazón la condena a muerte de un hombre.[4] Tales ejemplos abundan tanto —más aún, cada uno puede proporcionarse tantos a sí mismo— que encuentro extraño ver a veces cómo la gente de juicio se esfuerza por ajustar las piezas. Porque la irresolución me parece el vicio más común y evidente de nuestra naturaleza. Lo atestigua el famoso versecillo de Publilio el Cómico:

Malum consilium est, quod mutari non potest.[5]

[Mala decisión es aquella que no puede cambiarse].

b | Tiene cierta verosimilitud juzgar a un hombre por los rasgos más comunes de su vida; pero, dada la natural inestabilidad de nuestros comportamientos y opiniones, me ha parecido a menudo que hasta los buenos autores yerran obstinándose en forjar una firme y sólida contextura sobre nosotros. Eligen un aire general y, en consonancia con esa imagen, se dedican a ordenar e interpretar todas las acciones del personaje, y, si no las pueden torcer bastante, las endosan al disimulo. Augusto se les ha escapado. Porque en este hombre hay una variedad de acciones tan evidente, súbita y continua, a lo largo de toda su vida, que logra que los jueces más audaces le dejen ir íntegro e indefinido. En nada creo con tanta dificultad como en la constancia de los hombres, y en nada creo más fácilmente que en su inconstancia. Quien los juzgara al detalle, c | y distintamente, pieza a pieza, b | se encontraría[6] diciendo la verdad con mayor frecuencia. a | En toda la Antigüedad, apenas distinguimos a una docena de hombres que hayan conducido su vida por un camino cierto y seguro, en lo cual radica el objetivo principal de la sabiduría. En efecto, para encerrarla toda en una palabra, dice un antiguo, y para resumir en una todas las reglas de nuestra vida, consiste en querer y no querer siempre las mismas cosas. No me molestaría, dice, en añadir: con tal de que la voluntad sea justa, porque, si no es justa, es imposible que sea siempre la misma.[7] En verdad, he aprendido hace tiempo que el vicio no es otra cosa que desorden y falta de medida, y, por lo tanto, es imposible asociarle la constancia. Es sentencia de Demóstenes, según se dice, que el inicio de toda virtud es la reflexión y la deliberación, y que su fin y perfección es la constancia.[8] Si adoptásemos una vía cierta por razonamiento, tomaríamos la más hermosa; pero nadie ha pensado en ello:

Quod petiit, spernit; repetit quod nuper omisit;

aestuat, et uitae disconuenit ordine toto.[9]

[Lo que ha buscado, lo rechaza; busca de nuevo lo que acaba

de dejar; se agita y contradice el orden entero de su vida].

Nuestra forma común es seguir las inclinaciones del deseo, a la izquierda, a la derecha, hacia arriba, hacia abajo, según nos arrastre el viento de las ocasiones. Sólo pensamos lo que queremos en el instante que lo queremos,[10] y cambiamos como ese animal que adopta el color del sitio donde lo ponen.[11] Lo que nos hemos propuesto ahora, lo cambiamos poco después, y poco después volvemos sobre nuestros pasos;[12] no es sino oscilación e inconstancia:

Ducimur ut neruis alienis mobile lignum.[13]

[Somos conducidos por hilos ajenos como marionetas de madera].

No andamos; nos arrastran, como a las cosas que flotan, a veces con suavidad, a veces con violencia, según esté el agua embravecida o calmada:[14]

b | nonne uidemus

quid sibi quisque uelit nescire, et quaerere semper,

commutare locum, quasi onus deponere possit?[15]

[¿no vemos que todos ignoran lo que quieren y buscan siempre

y cambian de sitio, como si pudiesen librarse de su carga?]

a | Cada día, una nueva fantasía, y nuestros humores se mueven con los movimientos del tiempo:

Tales sunt hominum mentes, quali pater ipse

luppiter auctifero lustrauit lumine terras.[16]

[Los pensamientos de los hombres son como la luz

fecundante que el mismo padre Júpiter ha derramado sobre la tierra].

c | Fluctuamos entre opiniones distintas; nada queremos con libertad, nada de manera absoluta, nada con constancia.[17]

a | Si alguien hubiese prescrito y establecido en su cabeza unas leyes ciertas, y un gobierno cierto, veríamos resplandecer a lo largo de toda su vida un comportamiento regular, y un orden y una correspondencia infalibles entre unas cosas y otras. c | Empédocles observaba esta deformidad en los agrigentinos: que se entregaban a las delicias como si tuviesen que morir al día siguiente, y construían edificios como si no hubieran de morir nunca.[18] a | Sería muy fácil dar razón de una vida así, como se ve en Catón el Joven. En él, quien ha tocado una tecla, lo ha tocado todo; es una armonía de sones muy acordes, que no admite desmentido. En nosotros, por el contrario, cada acto exige un juicio particular. Lo más seguro, a mi entender, sería referirlos a las circunstancias próximas, sin entrar en ulteriores indagaciones, ni deducir otras consecuencias.

Durante los tumultos de nuestro pobre Estado, me contaron que una joven que vivía muy cerca del lugar donde me encontraba se había arrojado desde lo alto de una ventana para evitar que la forzase un miserable soldado al que hospedaba. No murió de resultas de la caída, y, para rematar su acción, había intentado clavarse un cuchillo en la garganta, pero se lo habían impedido. Sin embargo, tras herirse gravemente, ella misma confesó que el soldado no la había aún sino instado con peticiones, ruegos y regalos, pero que había temido que al final recurriera a la fuerza. Y, sobre esto, las palabras, el gesto y la sangre son prueba de su virtud, en verdad como si se tratara de otra Lucrecia.[19] Pues bien, he sabido a ciencia cierta que, antes y después, había sido una muchacha de no tan difícil acceso. Como dice el cuento, por apuesto y honorable que seas, si tu tentativa no ha tenido éxito, no concluyas en el acto la castidad inviolable de tu amada; eso no quiere decir que el mulatero no encuentre una ocasión propicia.[20]

Antígono, que había tomado aprecio por uno de sus soldados, a causa de su virtud y valentía, ordenó a sus médicos que lo trataran de una enfermedad larga e interna que le había atormentado durante mucho tiempo. Tras su curación, se percató de que se aplicaba mucho más fríamente a la tarea, y le preguntó quién le había cambiado y acobardado de esa manera: «Vos mismo, Majestad», le respondió, «al librarme de los males por los que menospreciaba mi vida».[21] Un soldado de Lúculo al que los enemigos desvalijaron les asestó, para tomarse la revancha, un buen golpe. Una vez resarcido de la pérdida, Lúculo, que se formó una buena opinión de él, le encargó una misión peligrosa con las más bellas exhortaciones que se le ocurrieron:

Verbis quae timido quoque possent addere mentem.[22]

[Con palabras que podían infundir ánimo aun al cobarde].

«Encargásela», respondió, «a algún miserable soldado desvalijado»,

quantumuis rusticus: ibit,

ibit eo, quo uis, qui zonam perdidit, inquit;[23]

[aunque rústico, dijo: irá allí donde se

te antoje quien haya perdido la bolsa];

y rehusó resueltamente ir.[24] c | Leemos que Mahomet maltrató de manera ultrajante a Chasán, jefe de sus jenízaros porque veía su tropa arrollada por los húngaros y que él se comportaba cobardemente en la lucha. Como única respuesta, Chasán se abalanzó lleno de furia, solo, en la situación en que estaba, con las armas empuñadas, contra el primer cuerpo de enemigos que apareció, donde fue al instante engullido.[25] Acaso no se trata tanto de una justificación como de un cambio de parecer, no se trata tanto de bravura natural como de irritación sobrevenida.

a | Aquél a quien ayer viste tan osado, no te extrañe verlo mañana muy cobarde. La cólera, o la necesidad, o la compañía, o el vino, o el sonido de una trompeta le habían infundido un gran valor; no se trata de un ánimo formado así por razonamiento. Las circunstancias se lo fortalecieron; no es extraordinario que lo veamos transformado en otro[26] por otras circunstancias contrarias. c | La variación y contradicción que se ve en nosotros, tan veleidosa, ha hecho que algunos nos supongan dos almas,[27] y otros, dos potencias que nos acompañan y mueven, cada una a su modo, una hacia el bien, otra hacia el mal, pues no se podía ajustar bien una variedad tan brusca a un objeto simple. b | No sólo el viento de los accidentes me mueve según su inclinación, sino que además me muevo y agito yo mismo por la inestabilidad de mi postura; y aquel que se observa minuciosamente, apenas se descubre dos veces en el mismo estado. Le doy a mi alma tan pronto un semblante como otro, según el lado al que la inclino. Si hablo diversamente de mí, es porque me miro diversamente. Todas las oposiciones se encuentran en ella según algún giro y de alguna manera: tímido, insolente; c | casto, lujurioso; b | charlatán, callado; sufrido, delicado; ingenioso, obtuso; huraño, amable; mentiroso, veraz; c | docto, ignorante; y generoso y avaro y pródigo. b | Todo lo veo en mí de algún modo según donde me vuelvo; y cualquiera que se estudie con suficiente atención encuentra en sí mismo, aun en su propio juicio, esa volubilidad y discordancia. Nada puedo decir de mí entera, simple y sólidamente, sin confusión y sin mezcla, ni en una sola palabra. «Distinguo» es el componente más universal de mi lógica.[28]

a | Aunque sea siempre partidario de hablar bien del bien, y de preferir interpretar favorablemente las cosas que pueden serlo,[29] sin embargo la extrañeza de nuestra condición comporta que sea muchas veces el propio vicio el que nos empuja a obrar bien, si el obrar bien no se juzgara sólo por la intención.[30] Por lo tanto, un hecho valeroso no debe llevar a inferir que se trata de un hombre valiente; quien lo fuera por entero, lo sería siempre y en cualquier ocasión. Si se tratara de un hábito de virtud, y no de un arrebato, haría a un hombre igualmente resuelto en todos los azares, tanto a solas como en compañía, tanto en un duelo como en una batalla. Porque, dígase lo que se diga, no hay un valor en la calle y otro en la guerra. Soportaría con el mismo valor una enfermedad en la cama que una herida en la guerra, y no temería más la muerte en casa que en un ataque. No veríamos al mismo hombre acometer una brecha con valerosa seguridad, y atormentarse después, como una mujer, por la pérdida de un juicio o de un hijo. c | Cuando, cobarde en la infamia, es firme en la pobreza; cuando, blando frente a las navajas de los cirujanos, es duro frente a las espadas de los enemigos, la acción es loable, pero no el hombre.[31] Muchos griegos, dice Cicerón, no soportan ver a los enemigos, y se muestran firmes frente a las enfermedades; los cimbros y los celtíberos, todo lo contrario.[32] Nihil enim potest esse aequabile, quod non a certa ratione proficiscatur[33] [Porque nada que no parta de una razón cierta puede permanecer igual]. b | No hay valentía más extrema en su especie que la de Alejandro; pero es sólo una valentía particular, ni bastante plena por todos lados ni general. c | Aun siendo incomparable, tiene también, pese a todo, sus máculas. b | Por eso le vemos alterarse tan perdidamente ante las más leves sospechas de maquinaciones de los suyos contra su vida, y comportarse en sus indagaciones con una injusticia tan violenta e insensata, y con un temor que trastorna su razón natural.[34] Además, la superstición, a la cual estaba tan sujeto, comporta cierta imagen de pusilanimidad. c | Y la excesiva penitencia que llevó a cabo por el asesinato de Clito es otra prueba del desorden de su ánimo.[35]

a | Nuestra acción no es más que un agregado de piezas;[36] y queremos granjearnos honor con falsos pretextos. La virtud sólo quiere ser seguida por sí misma; y si a veces tomamos prestada su máscara por otro motivo, al instante nos la arranca de la cara. Una vez que el alma se impregna de ella, es una tintura viva y fuerte, y que no se desprende sin arrancar toda la pieza. Por eso, para enjuiciar a un hombre, hay que seguirle larga y atentamente la huella; si la firmeza no se mantiene sólo por su propio fundamento —c | cui uiuendi uia considerata atque prouisa est[37] [aquel que ha considerado y previsto una manera de vivir]—, a | si la variedad de los acontecimientos le hace cambiar de paso —quiero decir, de ruta, porque el paso puede acelerarse o hacerse más lento—,[38] déjale correr. A ése se lo lleva el viento, como dice la divisa de nuestro Talbot.[39]

No es extraordinario, dice un antiguo, que el azar pueda tanto sobre nosotros habida cuenta que nuestra vida se debe al azar.[40] A quien no haya dirigido el conjunto de su vida hacia un objetivo cierto, le resulta imposible disponer bien las acciones particulares. Le resulta imposible poner las piezas en orden a quien no tiene una forma del conjunto en la cabeza. ¿Para qué proveer de colores a quien no sabe lo que ha de pintar? Nadie se hace un propósito cierto sobre su vida, y sólo decidimos de ella por parcelas. El arquero debe saber primero adonde apunta, y después ajustar mano, arco, cuerda, flecha y movimientos. Nuestros planes se extravían porque carecen de dirección y de objetivo. No hay viento propicio para quien no se dirige a ningún puerto.[41]

No comparto el juicio que se hizo favorable a Sófocles, cuando se argumentó que estaba capacitado para el manejo de los asuntos domésticos, en contra de la acusación de su hijo, por haber visto una de sus tragedias.[42] c | Tampoco la conjetura de los parios, enviados con el fin de reformar a los milesios, me parece suficiente para la consecuencia que sacaron de ella. Al visitar la isla, observaron qué tierras eran las mejor cultivadas y qué casas de campo las mejor administradas; y una vez registrado el nombre de sus amos, cuando reunieron la asamblea de los ciudadanos en la villa, nombraron a esos propietarios nuevos gobernadores y magistrados. Pensaban, en efecto, que si eran diligentes en sus asuntos privados, lo serían en los públicos.[43]

a | Estamos por entero hechos de pedazos, y nuestra contextura es tan informe y variada[44] que cada pieza, cada momento, desempeña su papel. Y la diferencia que hay entre nosotros y nosotros mismos es tanta como la que hay entre nosotros y los demás. c | Magnam rem puta unum hominem agere[45] [Considera que es un asunto difícil ser siempre el mismo hombre]. a | La ambición puede enseñar a los hombres a ser valientes, templados y generosos, incluso justos; la avaricia puede infundir, en el corazón de un aprendiz criado a la sombra y en el ocio, confianza para arrojarse lejos del hogar familiar, en un frágil barco a merced del oleaje y de Neptuno enfurecido, y enseña también sensatez y prudencia; y aun Venus otorga resolución y audacia a la juventud que está todavía sometida a la disciplina y la vara, y endurece el tierno corazón de las doncellas en el regazo de sus madres:

b | Hac duce, custodes furtim transgressa iacentes,

ad iuuenem tenebris sola puella uenit.[46]

[Bajo su guía, la muchacha, pasando furtivamente entre

vigilantes dormidos, llega sola en la oscuridad hasta el joven].

a | Por lo tanto, no es un giro propio de un entendimiento sosegado juzgarnos simplemente por nuestras acciones externas; debe explorarse hasta el interior, y ver por qué motivos se produce el movimiento. Pero, dado que es una empresa arriesgada y alta, me gustaría que se dedicaran a ello menos personas.