LAS ORACIONES
a2 | Yo propongo fantasías informes e indecisas, como hacen quienes publican cuestiones dudosas para debatirlas en las escuelas: no con objeto de establecer la verdad sino para buscarla. Y las someto al juicio de aquellos a quienes atañe regir no sólo mis acciones y mis escritos sino también mis pensamientos. Tan aceptable y útil me resultará la condena como la aprobación.[1] c | Y considero absurda e impía cualquier cosa que se encuentre ignorante o inadvertidamente contenida en esta rapsodia que sea contraria a las santas resoluciones y prescripciones de[2] la Iglesia católica, apostólica y romana, en la cual muero y en la cual nací.[3] a2 | Y, sin embargo, remitiéndome siempre a la autoridad de su censura, que lo puede todo sobre mí, me inmiscuyo a la ligera en toda suerte de asuntos como lo hago aquí.
a | No sé si me equivoco, pero, puesto que por un favor particular de la bondad divina cierta forma de oración nos ha sido prescrita y dictada palabra a palabra por boca de Dios, siempre me ha parecido que deberíamos emplearla con más frecuencia de lo que lo hacemos.[4] Y, de creerme a mí, al comienzo y al final de nuestras comidas, al levantarnos y al acostarnos, y en todas las acciones particulares en las que se tiene por costumbre mezclar alguna plegaria, querría que los cristianos emplearan el padrenuestro, c | si no exclusivamente, al menos siempre. a | La Iglesia puede extender y variar las oraciones según la necesidad de nuestra instrucción; no ignoro que se trata siempre de la misma sustancia y la misma cosa. Pero debería dársele a ésta el privilegio de que el pueblo la tenga continuamente en los labios,[5] pues a buen seguro dice cuanto se requiere y es muy apropiada para todas las ocasiones. c | Es la única oración de la que me sirvo por todas partes, y la repito en vez de cambiar. Razón por la cual tampoco tengo otra en la memoria sino ésta.
a | Estaba ahora mismo pensando de dónde nos viene el error de recurrir a Dios en todos nuestros propósitos y empresas, b | y de llamarlo a toda suerte de cometidos y dondequiera nuestra debilidad pretenda ayuda, sin considerar si la ocasión es justa o injusta; y de proclamar su nombre, y su poder en cualquier situación y acción, por más viciosa que sea. a | Él es nuestro solo y único protector, c | y lo puede todo para ayudarnos; a | pero, aunque se digne honrarnos con esta dulce alianza paterna, es, sin embargo, tan justo como es bueno c | y como es poderoso. Pero emplea con mucha mayor frecuencia su justicia que su poder, a | y nos favorece con arreglo a ésta, no según nuestras demandas. c | Platón, en sus leyes, establece tres clases de creencias injuriosas acerca de los dioses: que no existen, que no se ocupan de nuestros asuntos, que nada rehúsan a nuestros votos, ofrendas y sacrificios. El primer error, a su juicio, no se ha mantenido inmutable en nadie desde la infancia hasta la vejez. Los dos restantes son susceptibles de constancia.[6] a | Su justicia y su poder son inseparables. En vano imploramos su fuerza en una mala causa. Se requiere tener el alma limpia, al menos en el momento en que le rezamos, y exenta de pasiones viciosas;[7] de lo contrario, nosotros mismos le ofrecemos las varas con que castigarnos. En vez de reparar nuestra falta, la redoblamos al presentarle, a aquel a quien hemos de pedirle perdón, un sentimiento lleno de irreverencia y odio. Éste es el motivo por el que no suelo alabar a quienes veo que rezan a Dios más a menudo y más habitualmente, si las acciones próximas a la oración no prueban alguna enmienda y reforma,
b | si, nocturnus adulter,
tempora sanctonico uelas adoperta cucullo.[8]
[si tú, adúltero nocturno, escondes tu rostro bajo la capucha santónica].
c | Y la posición del hombre que mezcla la devoción con una vida execrable parece ser en cierto modo más digna de condena que la del hombre conforme a sí mismo y disoluto en todo. Por eso, nuestra Iglesia rehúsa todos los días el favor de su admisión y sociedad a las conductas obstinadas en alguna insigne malicia. a | Rezamos por hábito y por costumbre, o, mejor dicho, leemos o pronunciamos nuestras oraciones. A fin de cuentas, no se trata sino de apariencia. b | Y me desagrada ver que se hacen tres señales de la cruz en el benedícite y otras tantas en la acción de gracias[9] c | —y me desagrada tanto más porque es un signo que yo venero, y que empleo continuamente, sobre todo al bostezar—, b | y ver, sin embargo, las restantes horas del día dedicadas al odio, a la avaricia, a la injusticia.[10] Una hora para los vicios; otra hora para Dios —como en compensación y por compromiso—. Es milagroso ver cómo acciones tan distintas se suceden con un tenor tan semejante que ni siquiera en sus confines y en el paso de una a otra se percibe interrupción ni alteración alguna. c | ¿Qué prodigiosa conciencia puede hallar descanso cuando da de comer en el mismo albergue, tan concorde y apaciblemente unidos, al crimen y al juez? Un hombre cuya cabeza está permanentemente dominada por la lascivia, y que la considera muy aborrecible a ojos divinos, ¿qué le dice a Dios cuando le habla de ello? Se recupera, pero al instante recae. Si la objeción de la justicia divina y su presencia le golpearan y castigaran el alma como dice, por breve que fuese la penitencia, el temor mismo rechazaría tan a menudo su pensamiento que de inmediato domeñaría los vicios que son habituales y están arraigados en él. Pero ¿qué decir de quienes asientan una vida entera en el fruto y el provecho del pecado que saben mortal? ¿Cuántos oficios y ocupaciones que aceptamos poseen una esencia viciosa? Y aquel que se me confesó y me contó que toda la vida había profesado y practicado una religión para él condenable y contraria a la que tenía en el corazón, por no perder su reputación y el honor de sus cargos, ¿de qué manera acomodaba este razonamiento en su ánimo?[11] ¿Con qué lenguaje hablan de este asunto a la justicia divina? Dado que su arrepentimiento consiste en una reparación visible y palpable, pierden la posibilidad de alegarla ante Dios y ante nosotros. ¿Acaso se atreven a pedir perdón sin satisfacción ni arrepentimiento?[12] Considero que sucede con los primeros igual que con éstos;[13] pero su obstinación no es tan fácil de demostrar. Esta contrariedad y volubilidad de opinión tan repentina, tan violenta, que simulan ante nosotros, a mí me parece un milagro. Nos muestran una situación de lucha indigerible. ¡Qué fantasiosa me parecía la imaginación de quienes, estos últimos años, solían reprochar a cualquiera en quien brillara cierta claridad mental, y que profesara la religión católica, que estaba fingiendo! ¡Sostenían incluso, en honor suyo, que, dijera lo que dijese de puertas afuera, era seguro que por dentro había reformado su creencia según la medida de ellos! ¡Qué enfermedad más fastidiosa creerse fuerte hasta el extremo de estar convencido de que es imposible creer lo contrario! ¡Y más fastidiosa todavía estar convencido con un espíritu tal que se prefiera no sé qué diferencia de fortuna presente a las esperanzas y amenazas de la vida eterna! Pueden creerme: si algo hubiera debido tentar a mí juventud, la ambición del riesgo y la dificultad que comportaba esta reciente empresa habría tenido gran participación en ello.[14]
a | Es muy razonable, me parece, que la Iglesia prohíba el uso promiscuo, a la ligera e indiscreto de las santas y divinas canciones que el Espíritu Santo dictó a David.[15] No debemos mezclar a Dios en nuestras acciones sino con una reverencia y atención llenas de honor y respeto. Esa voz es demasiado divina para que se emplee sólo en ejercitar los pulmones y en recrear los oídos; ha de surgir de la conciencia y no de la lengua. No es razonable permitir que un mozo de taller, entre vanos y frívolos pensamientos, se ocupe y entretenga con ellas.
b | Ciertamente, tampoco es razonable que veamos llevar de un lado a otro, por salas y cocinas, el Santo Libro de los sagrados misterios de nuestra creencia. c | En otros tiempos eran misterios; ahora son juegos y distracciones.[16]
b | Un estudio tan serio y venerable no puede tocarse de paso y desordenadamente. Ha de ser una acción premeditada y reposada, a la cual debe añadírsele siempre el prefacio de nuestro oficio: «Sursum corda» [Arriba los corazones], y en la cual debe llevarse aun el cuerpo dispuesto en una actitud que atestigüe particular atención y reverencia.[17] c | No es un estudio para todo el mundo; es el estudio propio de aquellas personas que se dedican a él, que son llamadas a él por Dios. Los malvados y los ignorantes empeoran con él. No se trata de una historia para contarla; es una historia para venerarla, temerla y adorarla.[18] ¡Qué graciosos son quienes piensan haberla hecho manejable para el pueblo por haberla vertido a la lengua popular![19] ¿Se debe sólo a las palabras que no entiendan todo lo que encuentran escrito? ¿Diré más? Por acercarla este poco, la alejan. La ignorancia pura y plenamente confiada a otros era mucho más salutífera y más docta que esta ciencia verbal y vana que alimenta la presunción y la ligereza.
b | Creo también que la libertad de todos de difundir[20] una palabra tan religiosa e importante en tantas suertes de idiomas es mucho más peligrosa que útil.[21] Los judíos, los mahometanos y casi todos los demás han abrazado y veneran la lengua en la cual sus misterios fueron originalmente proclamados; y su alteración y cambio están prohibidos, no sin razón plausible. ¿Estamos seguros de que en el País Vasco y en Bretaña hay jueces suficientes para verificar la traducción hecha en su lengua?[22] A la Iglesia universal no le atañe juicio más arduo ni más solemne. Al predicar y al hablar, la interpretación es vaga, libre y mudable y afecta a una parte; aquí, no es lo mismo.
c | Uno de nuestros historiadores griegos acusa con justicia a su siglo de que los secretos de la religión cristiana estaban esparcidos por la plaza pública, en manos de los más humildes artesanos; de que todo el mundo podían debatir y hablar sobre ellos según su propio juicio;[23] y de que debería causarnos gran vergüenza, a nosotros que por la gracia de Dios gozamos de los puros misterios de la piedad, dejarlos profanar en boca de personas ignorantes y de condición popular, habida cuenta de que los gentiles prohibían a Sócrates, a Platón y a los más sabios preguntar y hablar sobre las cosas confiadas a los sacerdotes de Delfos. Dice también que a las facciones de los príncipes a propósito de la teología no las arma el celo sino la ira; que el celo depende de la razón y de la justicia divinas si se conduce con orden y moderación, pero se transforma en odio y envidia, y produce, en lugar de trigo y uva, cizaña y ortigas, cuando es conducido por una pasión humana. Y también estaba justificado aquel otro que, aconsejando al emperador Teodosio, decía que las discusiones no adormecen sino despiertan los cismas de la Iglesia y alientan las herejías;[24] que, por lo tanto, había que evitar todas las polémicas y argumentaciones dialécticas, y simplemente remitirse a las prescripciones y a las fórmulas de fe establecidas por los antiguos. Y el emperador Andrónico, al encontrar en su palacio a dos hombres principales que se enfrentaban verbalmente a Lopadio sobre uno de nuestros puntos de gran importancia, los reprendió hasta amenazarlos con echarlos al río si persistían.[25]
En nuestros días, muchachos y mujeres aleccionan a los hombres más viejos y experimentados sobre las leyes eclesiásticas. En cambio, la primera de Platón les prohíbe incluso preguntar por la razón de las leyes civiles, que deben valer como mandatos divinos; y cuando permite a los viejos hablar de ellas entre sí y con el magistrado, añade: «con tal de que no sea en presencia de jóvenes y de personas profanas».[26]
Un obispo ha dejado escrito que en el otro extremo del mundo hay una isla, llamada por los antiguos Dioscórida, propicia por la fertilidad de toda suerte de árboles y frutos, y por la salubridad de su aire, cuyo pueblo es cristiano, tiene iglesias y altares ornados sólo con la cruz, sin más imágenes, es gran observante de ayunos y fiestas, paga rigurosamente los diezmos a los sacerdotes y es tan casto que nadie puede conocer más de una sola mujer a lo largo de su vida. Por lo demás, está tan satisfecho de su fortuna que, rodeado de mar, ignora el uso de las naves, y es tan simple que no entiende ni una sola palabra de la religión que observa con tanto esmero.[27] Es cosa increíble para quien no sepa que los paganos, tan devotos idólatras, no conocían de sus dioses otra cosa que simplemente el nombre y la estatua. El antiguo inicio de Menalipe, tragedia de Eurípides, decía así:
Oh Júpiter, pues de ti no conozco
nada más que el mero nombre.[28]
b | He visto también, en estos tiempos, denunciar ciertos escritos por el hecho de ser puramente humanos y filosóficos, sin mezcla de teología.[29] No le faltaría algo de razón, sin embargo, a quien dijera lo contrario: que la doctrina divina mantiene mejor su rango aparte, como reina y dominadora; que debe ser preeminente en todo, no sufragánea ni subsidiaria; y que sería tal vez más apropiado tomar los ejemplos para la gramática, la retórica y la lógica de otra parte que de una materia tan santa, lo mismo que los argumentos para teatros, juegos y espectáculos públicos; que las razones divinas se consideran más venerable y reverentemente solas y en su estilo que asociadas a los discursos humanos; que vemos más a menudo la falta de que los teólogos escriban demasiado humanamente que la falta de que los humanistas escriban demasiado poco teológicamente —la filosofía, dice san Crisóstomo, está hace mucho desterrada de la santa escuela, como sirviente inútil y estimada indigna de ver, siquiera de paso, desde la entrada, el sagrario de los santos tesoros de la doctrina celeste—;[30] que el habla humana tiene sus formas más bajas, y no debe valerse de la dignidad, majestad y autoridad del habla divina. Yo, por mi parte, le dejo decir, c | uerbis indisciplinatis[31] [con palabras no aprobadas], b | «fortuna», «destino», «accidente», «ventura y desventura» y «los dioses» y otras expresiones, a su manera.[32]
c | Propongo estas fantasías humanas y mías simplemente como fantasías humanas y tomadas particularmente, no como decretadas y reguladas por mandato celestial, no susceptible de duda y polémica —materia de opinión, no materia de fe; lo que discurro por mí mismo, no lo que creo según Dios, de una manera laica, no clerical, pero siempre muy religiosa—, al modo que los niños proponen sus ensayos: para ser instruidos, no para instruir. b | ¿Y no podría decirse, también verosímilmente, que el mandato de no escribir, sino con mucha reserva, sobre religión, salvo en el caso de quienes hagan expresa profesión de ella, no carece de cierta apariencia de utilidad y de justicia? —¿y que yo, por eso mismo, tal vez sea mejor que me calle?
a | Me han dicho que incluso quienes no son de los nuestros prohíben entre ellos, sin embargo, el uso del nombre de Dios en las conversaciones comunes. No quieren que se utilice a modo de interjección o exclamación, ni como testimonio, ni como comparación: en esto me parece que tienen razón.[33] Y, sea cual fuere la manera en que invocamos a Dios para nuestro trato y compañía, es preciso que lo hagamos seria y religiosamente. Hay, me parece, en Jenofonte un discurso en el que muestra que debemos rezar a Dios más raramente porque no es fácil poder restablecer tan a menudo nuestra alma en esa situación ordenada, reformada y devota en la que debe hallarse para hacerlo;[34] de lo contrario, nuestras oraciones son no sólo vanas e inútiles sino viciosas. «Perdónanos», decimos, «como perdonamos a quienes nos han ofendido».[35] ¿Qué otra cosa decimos con ello sino que le ofrecemos nuestra alma libre de venganza y de rencor? Aun así, invocamos a Dios y su auxilio para conspirar a favor de nuestras faltas, c | y lo incitamos a la injusticia:
b | Quae, nisi seductis, nequeas committere diuis.[36]
[Lo que no serías capaz de confiar a los dioses sino haciendo un aparte].
a | El avaricioso le reza por la vana y superflua conservación de sus tesoros; el ambicioso, por sus victorias y por el progreso de su fortuna;[37] el ladrón lo emplea en su auxilio para salvar el peligro y las dificultades que se oponen a la ejecución de sus malvadas empresas, o le agradece la facilidad que ha encontrado para degollar a uno que pasaba. c | Hacen sus oraciones al pie de la casa que van a asaltar o a volar, con una intención y esperanza llenas de crueldad, de lujuria y de avaricia.
b | Hoc ipsum quo tu Iouis aurem impellere tentas,
dic agedum, Staio, pro Iuppiter, o bone clamet,
Iuppiter, at sese non clamet Iuppiter ipse.[38]
[Esto mismo con lo que intentas llamar la atención de Júpiter, díselo a Estayo. «¡Oh, Júpiter, oh, buen Júpiter!», exclamará. Pero ¿no se exclamará aun el mismo Júpiter a sí mismo?].
a | La reina de Navarra, Margarita, cuenta de un joven príncipe —y, aunque no lo nombra, la grandeza lo ha hecho fácilmente reconocible— que, cuando acudía a una cita amorosa y a acostarse con la esposa de un abogado de París, dado que le caía una iglesia de camino, jamás pasaba por ese santo lugar sin hacer sus rezos y oraciones a la ida o a la vuelta de su empresa.[39] Os dejo que juzguéis en qué empleaba el favor divino con el alma henchida de ese bello pensamiento; sin embargo, ella lo alega como testimonio de singular devoción. Pero no es la única prueba por la que podríamos certificar que las mujeres no son muy aptas para tratar los asuntos teológicos.[40]
La verdadera oración y nuestra reconciliación religiosa con Dios no pueden darse en un alma impura y sujeta, en ese preciso momento, al dominio de Satanás.[41] Quien llama a Dios en su auxilio mientras permanece en el sendero del vicio hace como el ratero que llama a la justicia en su ayuda, o como quienes presentan el nombre de Dios como testigo de una mentira:
a | Pocos hombres osarían manifestar sus demandas secretas a Dios,
Haud cuiuis promptum est murmurque humilesque susurros
tollere de templis, et aperto uiuere uoto.[43]
[No todos pueden suprimir los murmullos y los viles
susurros de los templos, y vivir según el ruego declarado].
por eso los pitagóricos querían que fuesen públicas y oídas por todos, para que nadie le pidiera una cosa indecente e injusta,[44] como aquél:
clare cum dixit: Apollo!
Labra mouet, metuens audiri: pulchra Lauerna
da mihi fallere, da iustum sanctumque uideri.
Noctem peccatis et fraudibus obiice nubem.[45]
[cuando ha dicho en voz alta «¡Oh, Apolo!», mueve los labios, temiendo que le oigan: «Hermosa Laverna, concédeme el poder de engañar, concédeme parecer justo y santo, cubre mis pecados con la noche y mis fraudes con una nube»].
c | Los dioses castigaron gravemente los inicuos votos de Edipo concediéndoselos. Había pedido que sus hijos dirimieran entre ellos la herencia de su cargo mediante las armas. Tan desdichado fue, que le tomaron la palabra. No hay que pedir que las cosas se conformen a nuestra voluntad, sino que se acomoden a la prudencia.[46]
a | A decir verdad, parece que nos sirvamos de nuestras oraciones c | como de una jerigonza y a | como quienes emplean las palabras santas y divinas en brujerías y actos mágicos; y que demos por hecho que su resultado depende de la disposición, del sonido, del orden de las palabras o de nuestro gesto. Con el alma llena de concupiscencia, no tocada de arrepentimiento ni de ninguna reciente reconciliación con Dios, le presentamos, en efecto, las palabras que la memoria presta a la lengua, y esperamos obtener la expiación de nuestras faltas.[47] Nada es tan fácil, tan suave y tan favorable como la ley divina: nos llama a sí aun siendo tan falibles y detestables como somos; nos tiende los brazos y acoge en su seno, por más viles que seamos y por más sucios y enfangados que estemos y vayamos a estarlo en el futuro. Pero también, a cambio, hay que mirarla con buenos ojos.[48] Asimismo, debemos recibir el perdón con acción de gracias; y, al menos en el instante en que nos dirigimos a ella, tener el alma disgustada de sus faltas y hostil a las pasiones que nos han empujado a ofenderla. c | Ni los dioses ni la gente de bien, dice Platón, aceptan el don de un malvado.[49]
b | Immunis aram si tetigit manus,
non somptuosa blandior hostia
molliuit auersos Penates,
farre pio et saliente mica.[50]
[Si la mano que toca el ara es inocente, la piadosa harina y la crepitante sal aplacarán a los Penates adversos, no menos que el sacrificio suntuoso].