CAPÍTULO LIII

UNA SENTENCIA DE CÉSAR

a | Si nos dedicáramos de vez en cuando a examinarnos, y el tiempo que utilizamos en fiscalizar a otros y en conocer las cosas exteriores a nosotros, lo empleásemos en sondear en nuestro interior, nos percataríamos fácilmente de hasta qué punto toda nuestra contextura se compone de piezas débiles y deficientes. ¿No es singular prueba de imperfección que no podamos fijar nuestra satisfacción en cosa alguna, y que ni siquiera con el deseo y la imaginación seamos capaces de elegir aquello que nos conviene? Tenemos una buena prueba de ello en la gran discusión que ha habido siempre entre los filósofos para encontrar el bien supremo del hombre, que todavía dura y durará eternamente sin solución y sin acuerdo:[1]

b | dum abest quod auemus, id exuperare uidetur

caetera; post aliud cum contigit illud auemus,

et sitis aequa tenet.[2]

[mientras nos falta lo que deseamos, esto parece que supera a todo lo demás; cuando lo conseguimos, deseamos otra cosa tras ésta, y la misma sed nos atenaza].

a | Sentimos que nada de lo que cae en nuestro conocimiento y posesión nos satisface, y andamos embobados tras las cosas futuras y desconocidas, pues las presentes no nos sacian —a mi juicio no porque no tengan bastante con que saciarnos, sino porque la manera en que nos apropiamos de ellas es enfermiza y desordenada—:

b | Nam, cum uidit hic, ad usum quae flagitat usus,

omnia iam ferme mortalibus esse parata,

diuitiis homines et honore et laude potentes

affluere, atque bona natorum excellere fama,

nec minus esse domi cuiquam tamen anxia corda,

atque animum infestis cogi seruire querelis:

intellexit ibi uitium uas efficere ipsum,

omniaque illius uitio corrumpier intus,

quae collata foris et commoda quaeque uenirent.[3]

[Pues cuando vio que los mortales disponían de casi todo lo necesario, que los poderosos estaban colmados de riquezas, honor y gloria, y destacaban por la buena fama de sus hijos, pero que, en su intimidad, nadie dejaba de sentir angustia en su corazón, ni de tener el alma sumida en quejas, comprendió que el mal provenía del vaso mismo y que éste corrompía con su mal todo aquello que, recogido fuera, se introducía en él, incluso los bienes].

a | Nuestro deseo es indeciso e incierto; nada sabe poseer y nada sabe gozar rectamente. El hombre, considerando que se debe al vicio de las cosas que posee, se llena y nutre de otras cosas que ni sabe ni conoce, a las cuales aplica deseos y esperanzas, y a las cuales rinde honor y reverencia. Como dice César: «Communi fit uitio naturae ut inuisis, latitantibus atque incognitis rebus magis confidamus, uehementiusque exterreamur».[4]