LOS CABALLOS DESTREROS
a | Heme aquí convertido en gramático, yo que no aprendí nunca lengua alguna sino por rutina,[1] y que aún no sé qué son el adjetivo, el conjuntivo y el ablativo. Me parece haber oído decir que los romanos tenían unos caballos a los que llamaban funales o dextrarios, que se llevaban a la derecha o como relevo, para tenerlos bien frescos en caso de necesidad;[2] y de ahí viene que llamemos «destreros» a los caballos de servicio. Y nuestros romances suelen decir «adestrar» por acompañar.[3] Llamaban también desultorios equos a los caballos que estaban adiestrados de tal manera que, corriendo con toda su fuerza a la misma altura el uno del otro, sin brida ni silla, los gentilhombres romanos, incluso completamente armados, saltaban una y otra vez, en plena carrera, del uno al otro. c | Los soldados númidas llevaban de la mano un segundo caballo para cambiar en lo más arduo de la pelea: quibus, desultorum in modum, binos trahentibus equos, inter acerrimam saepe pugnam in recentem equum ex fesso armatis transsultare mos erat: tanta uelocitas ipsis, tamque docile equorum genus[4] [los cuales tenían la costumbre, al modo de los jinetes de relevos, de llevar dos caballos y de saltar a menudo, completamente armados, en lo más duro del combate, del caballo cansado al fresco: tanta era su agilidad y tan dócil aquella raza de caballos].
Hay muchos caballos que están adiestrados para socorrer a su dueño, perseguir al que les muestra una espada desenvainada, arrojarse con pezuñas y dientes contra quienes los atacan y hacen frente; pero dañan con más frecuencia a los amigos que a los enemigos. Además, una vez han entablado batalla, no puedes soltarlos a tu antojo; y quedas a la merced de su combate. Montar un caballo adiestrado en esta escuela perjudicó gravemente a Artibio, general del ejército persa, cuando luchaba contra Onésilo, rey de Salamis, en combate personal. Le causó, en efecto, la muerte: el escudero de Onésilo lo recibió con una guadaña entre los dos hombros cuando el caballo se encabritó contra su amo.[5] Y lo que cuentan los italianos, que en la batalla de Fornovo el caballo del rey Carlos se deshizo, a coces y patadas, de los enemigos que le acosaban, y que sin eso estaba perdido, fue un gran golpe de suerte, en caso de ser cierto.[6] Los mamelucos se ufanan de poseer los caballos de guerra más diestros del mundo. Y se dice que, por naturaleza y por costumbre, están habituados a reconocer y a distinguir al enemigo, contra el cual deben abalanzarse con dientes y patas de acuerdo con la voz o la señal que se les da. Y, asimismo, a levantar con la boca las lanzas y los dardos en medio de la plaza, y a ofrecérselos al amo con arreglo a sus órdenes.[7]
a | Se dice de César, y también de Pompeyo el Grande, que, entre otras excelentes cualidades, eran muy buenos jinetes; y de César, que en su juventud, montado a pelo y sin brida en un caballo, lo hacía lanzarse al galope con las manos entrelazadas detrás de la espalda.[8] Así como la naturaleza quiso hacer de este personaje y de Alejandro sendos milagros en el arte militar, dirías que se esforzó también por proveerlos de manera extraordinaria. Todo el mundo sabe, en efecto, del caballo de Alejandro, Bucéfalo, que tenía la cabeza semejante a la de un toro, que no soportaba ser montado por nadie que no fuera su amo ni pudo domarlo nadie sino él, y que recibió honores tras su muerte y se construyó una ciudad con su nombre.[9] César poseía también uno que tenía los pies de delante como un hombre, y con los pesuños hendidos en forma de dedos, al cual nadie sino él pudo montar ni domar; a su muerte, le dedicó una estatua suya a la diosa Venus.[10]
No me gusta desmontar cuando voy a caballo, porque es la posición en la que mejor me encuentro, tanto sano como enfermo. c | Platón la recomienda para la salud;[11] a | dice también Plinio que es saludable para el estómago y para las articulaciones.[12] Prosigamos, pues, ya que estamos en ello. En Jenofonte se lee una ley[13] que prohibía viajar a pie al hombre que tenía caballo.[14] Trogo y Justino dicen que los partos tenían la costumbre de hacer a caballo no sólo la guerra, sino también todos sus asuntos públicos y privados: comerciar, parlamentar, conversar y pasearse; y que la diferencia más notable entre libres y siervos en ellos es que los unos van a caballo, los otros a pie,[15] c | institución que procede del rey Ciro.
a | En la historia romana hay numerosos ejemplos —y Suetonio lo señala más en particular de César— de capitanes que ordenaban a su caballería poner pie a tierra cuando tenían dificultades, para privar así a los soldados de toda esperanza de huida,[16] c | y por la ventaja que esperaban obtener de esta forma de combate —quo haud dubie superat Romanus [en la cual sin lugar a dudas el romano es superior], dice Tito Livio—.[17] Sin embargo, la primera precaución que empleaban para atajar la rebelión de los pueblos recién conquistados era privarlos de armas y caballos. Por eso vemos tantas veces en César: Arma proferri, iumenta produci, obsides dari iubet[18] [Ordena que entreguen las armas, que traigan los caballos, que dejen rehenes]. El Gran Señor no permite hoy en día, ni a los cristianos ni a los judíos que están bajo su imperio, poseer un caballo.[19]
a | Nuestros antepasados, sobre todo en la época de la guerra de los ingleses,[20] en los combates solemnes y las batallas campales, permanecían todos casi siempre a pie, porque no se fiaban sino de la propia fuerza y del vigor de su ánimo y de sus miembros en asunto tan precioso como el honor y la vida. c | Diga lo que diga Crisanto en Jenofonte,[21] a | ligas tu valor y tu fortuna a los de tu caballo; sus heridas y su muerte comportan la tuya como consecuencia; su miedo o su fogosidad te hacen arrojado o cobarde; si no obedece al freno o a la espuela, tu honor pagará por ello. Así pues, no me extraña que esos combates fuesen más firmes y más furiosos que los que se efectúan a caballo:
b | cedebant pariter, pariterque ruebant
uictores uictique, neque his fuga nota neque illis.[22]
[vencedores y vencidos retrocedían juntos o avanzaban
juntos; ni unos ni otros conocían la huida].
c | Sus batallas se ven mucho más disputadas; hoy en día no hay sino derrotas: primus clamor atque impetus rem decernit[23] [el primer clamor y el primer ataque deciden la lucha]. a | Y todo aquello que llamamos a compartir un riesgo tan grande, ha de estar en nuestro poder en la medida de lo posible. Por tanto, yo aconsejaría optar por las armas más cortas, y aquellas de las que podamos estar más seguros. Es mucho más razonable confiar en la espada que empuñamos que hacerlo en la bala que escapa de nuestra pistola, en la cual hay numerosas piezas, la pólvora, la piedra, la rueda, y en la cual cualquier fallo de cualquiera de ellas hará fallar a tu fortuna. b | El golpe que traslada el aire lo asestas con poca seguridad:
Et quo ferre uelint permittere uulnera uentis:
ensis habet uires, et gens quaecunque uirorum est,
bella gerit gladiis.[24]
[Y confían a los vientos llevar los proyectiles donde les plazca; la espada tiene su propia fuerza y cualquier nación de hombres hace la guerra con ella].
a | Pero hablaré de este arma con más amplitud allí donde me ocuparé de comparar las armas antiguas con las nuestras.[25]
Y salvo el aturdimiento de oídos, al que todo el mundo está ya acostumbrado, creo que es un arma muy poco efectiva, y espero que algún día[26] abandonemos su empleo.[27]
c | Aquella que empleaban los italianos, arrojadiza y de fuego, era más terrible. Llamaban phalarica a cierta clase de jabalina cuya punta estaba armada con un hierro de tres pies de largo para que pudiera traspasar de parte a parte a un hombre con armadura; y se lanzaba a veces con la mano en el campo de batalla, y a veces por medio de máquinas en la defensa de lugares asediados. El asta, revestida de estopa untada con pez y aceitada, se encendía con el movimiento, y, al clavarse en el cuerpo o en el escudo, impedía el empleo de armas y miembros.[28] Me parece, sin embargo, que en la lucha cuerpo a cuerpo era un obstáculo también para el atacante, y que el campo de batalla, cubierto de tales lanzas ardientes, ocasionaba una molestia general a los combatientes:
magnum stridens contorta phalarica uenit
fulminis acta modo.[29]
[disparada con gran estruendo, la falárica cae como un rayo].
Disponían de otros medios, a los cuales los instruía la costumbre, y que a nosotros nos parecen increíbles por falta de experiencia; con ellos suplían la carencia de nuestra pólvora y nuestras balas. Lanzaban sus jabalinas con tanta fuerza que a menudo ensartaban dos escudos y dos hombres armados, y los cosían. Los disparos de sus hondas no eran menos certeros ni tenían menos alcance: Saxis globosis funda, mare apertum incessentes: coronas modici circuli, magno ex interuallo loci, assueti traiicere: non capita modo hostium uulnerabant, sed quem locum destinassent[30] [Acostumbrados a lanzar con su honda guijarros a alta mar y a atravesar a gran distancia estrechas coronas, herían a los enemigos no sólo en la cabeza sino en cualquier lugar al que apuntaban]. Sus piezas de artillería reproducían tanto el efecto como el estruendo de las nuestras: Ad ictus moenium cum terribili sonitu editos, pauor et trepidatio cepit[31] [Ante los disparos lanzados con terrible fragor contra la muralla, el pavor y la agitación se adueñaron de ellos]. Los gálatas, nuestros primos asiáticos, aborrecían estas armas traicioneras y arrojadizas, acostumbrados como estaban a luchar cuerpo a cuerpo con más valor. Non tam patentibus plagis mouentur: ubi latior quam altior plaga est, etiam gloriosius se pugnare putant: iidem, cum aculeus sagittae aut glandis abditae introrsus tenui uulnere in speciem urit, tum, in rabiem et pudorem tan paruae perimentis pestis uersi, prosternunt corpora humi[32] [No se conmueven por heridas tan amplias: cuando la herida es más extensa que profunda, consideran también que el combate es más glorioso; pero si les quema la punta de una flecha o un proyectil de honda oculto en su interior, con una leve herida aparente, entonces, llenos de rabia y vergüenza por la pequeñez del mal que les da muerte, echan sus cuerpos al suelo]; la descripción es muy próxima a la de un arcabuzazo.
Los diez mil griegos, en su larga y famosa retirada, toparon con una nación que les ocasionó extraordinarios estragos a fuerza de golpearlos con grandes y fuertes arcos, y con saetas tan largas que si las cogían con la mano podían arrojarlas a modo de lanzas, y traspasaban de parte a parte un escudo y un hombre con armadura.[33] Los ingenios que Dionisio inventó en Siracusa para disparar grandes proyectiles macizos y piedras de enorme tamaño, con tanto alcance y tanto ímpetu, reflejaban muy de cerca nuestras invenciones.[34]
a | Tampoco debe olvidarse la graciosa posición en la que montaba su mula el maestro Pierre Pol, doctor en Teología, quien, según cuenta Monstrelet, solía pasearse por la ciudad de París sentado de lado, como las mujeres.[35] Dice también, en otro sitio, que los gascones tenían unos caballos terribles, habituados a girar a la carrera, que maravillaban a franceses, picardos, flamencos y brabanzones, que no estaban acostumbrados a verlo —éstas son sus palabras—.[36] Dice César, hablando de los suecos: «En los enfrentamientos a caballo a menudo desmontan para luchar a pie, pues han adiestrado a sus caballos para que mientras tanto no se muevan del sitio, y recurren a ellos rápidamente si los necesitan; y, según su costumbre, nada es tan vil y cobarde como emplear sillas y albardillas, y desprecian a quienes las usan, de suerte que, muy escasos en número, no temen atacar a muchos».[37]
b | Una cosa que he admirado alguna vez, ver un caballo adiestrado para moverse en todas direcciones con una vara, con la brida caída sobre las orejas, era común entre los masilios, que se servían de sus caballos sin silla ni brida:
Et gens quae nudo residens Massilia dorso
ora leui flectit, fraenorum nescia, uirga.[38]
[Y el pueblo que habita Masilla, que, montando a pelo e
ignorando la brida, dirige con una pequeña vara sus caballos].
c | Et Numidae infraeni cingunt.[39]
[Y los númidas montan sin freno].
Equi sine frenis, deformis ipse cursus, rigida ceruice et extento capite currentium[40] [De un caballo sin brida, la carrera misma es deforme, con el cuello rígido y la cabeza estirada al correr].
a | El rey Alfonso, el que formó en España la orden de los caballeros de la Banda o de la Escarpa, les dio, entre otras reglas, la de no montar ni mula ni mulo, bajo la pena de un marco de plata de multa, según acabo de aprender en las Cartas de Guevara, de las cuales quienes las han llamado «doradas» juzgaban de modo muy distinto que yo.[41] c | Dice el Cortesano que en tiempos anteriores se reprochaba a los gentilhombres que los montaran.[42] Los abisinios, todo lo contrario. A medida que progresan ante su amo, el Preste Juan, intentan, por mor de la dignidad y la pompa, montar grandes mulas.[43] Jenofonte refiere que los asirios tenían siempre los caballos sujetos en casa, tan difíciles y salvajes eran, y que se necesitaba tanto tiempo para soltarlos y enjaezarlos que, para que la demora no les resultara perjudicial si los enemigos les atacaban de improviso, no acampaban nunca sin rodearse de fosos y parapetos.[44] Su Ciro, gran maestro de equitación, incluía a sus caballos en su parte, y no mandaba que les dieran de comer sin que se lo hubiesen ganado con el sudor de algún ejercicio.[45]
b | Los escitas, cuando les urgía la necesidad en la guerra, extraían sangre de sus caballos y bebían y se alimentaban de ella:
Venit et epoto Sarmata pastus equo.[46]
[Viene también el sármata alimentado de sangre de caballo].
Los cretenses, sitiados por Metelo, se encontraron en tal escasez de cualquier otra bebida que tuvieron que emplear la orina de sus caballos.[47] c | Para probar hasta qué punto los ejércitos turcos se comportan y mantienen de manera más razonable que los nuestros se dice que, además de que los soldados no beben sino agua y no comen sino arroz y carne salada triturada —cosas de las que todos llevan fácilmente encima provisión para un mes—, saben también vivir de la sangre de sus caballos, como los tártaros y los moscovitas, y la salan.[48]
b | Los nuevos pueblos de las Indias, cuando llegaron los españoles, pensaron que tanto hombres como caballos eran dioses o animales de naturaleza más noble que la suya. Algunos, tras ser vencidos, al acudir a pedir paz y perdón a los hombres, y a llevarles oro y manjares, no dejaron de ofrecerles otro tanto a los caballos, con una arenga del todo semejante a la de los hombres, tomando sus relinchos como un lenguaje de compromiso y de tregua.[49] En las Indias de este lado antiguamente el honor principal y real era cabalgar un elefante, el segundo ir en un carruaje tirado por cuatro caballos, el tercero montar un camello, el grado último y más vil, ser llevado o acarreado por un solo caballo.[50] c | Uno de nuestra época escribe haber visto en esa región países donde se monta a los bueyes con pequeños bastos, estribos y bridas, y haber encontrado grato ese modo de transporte.
Quinto Fabio Máximo Rutiliano, contra los samnitas, al ver que su caballería, después de tres o cuatro cargas, había fracasado en su intento de arrollar el batallón de los enemigos, tomó la resolución de que desembridasen a sus caballos y los picasen a todo trance con las espuelas. Nada pudo detenerlos y, a través de las armas y los hombres derribados, abrieron paso a su infantería, que completó una derrota muy sangrienta.[51] Otro tanto ordenó Quinto Fulvio Flaco contra los celtíberos: «Id cum maiore ui equorum facietis, si effrenatos in hostes equos immittitis; quod saepe romanos equites cum laude fecisse sua, maemoriae proditum est. Detractisque frenis, bis ultro citroque cum magna strage hostium, infractis omnibus hastis transcurrerunt»[52] [Los caballos cobrarán más fuerza si los lanzáis contra los caballos enemigos a rienda suelta. Los caballeros romanos lo han hecho así a menudo con honor, según refiere la tradición. Sueltas las bridas, pasaron dos veces a través de los enemigos, adelante y atrás, con gran estrago y rompiendo todas las lanzas].
b | El duque de Moscovia debía antiguamente a los tártaros la veneración de que, cuando le enviaban sus embajadores, acudiera ante ellos a pie y les ofreciera un cubilete de leche de yegua —brebaje que les deleita—, y si al beber caía alguna gota sobre la crin de sus caballos, estaba obligado a lamerla con la lengua.[53] En Rusia, el ejército que había enviado el emperador Bayazeto se vio abrumado por una tormenta de nieve tan atroz que, para ponerse a cubierto y zafarse del frío, muchos tuvieron la ocurrencia de matar y destripar los caballos, para meterse dentro y gozar de su calor vital.[54] c | Bayazeto, tras el duro combate en el que Tamerlán le derrotó, se salvaba a toda velocidad montado en una yegua árabe, salvo que se vio obligado a dejarla beber a su antojo al cruzar un arroyo. Esto la dejó tan débil y apagada que, después, sus perseguidores le atraparon con suma facilidad. Se dice con razón que dejarlos orinar los ablanda; pero, en cuanto al beber, yo más bien habría creído que la hubiera reforzado.[55] Creso, al cruzar la ciudad de Sardes, encontró unos pastizales donde había gran cantidad de serpientes, que los caballos de su ejército se comían con buen apetito, lo cual fue un mal presagio para sus intereses, según dice Heródoto.[56] b | Llamamos caballo entero al que tiene crines y orejas; y los demás no son admitidos en las exhibiciones. Cuando los lacedemonios derrotaron a los atenienses en Sicilia, al volver de la victoria con gran pompa a la ciudad de Siracusa, entre otras bravuconadas hicieron rasurar a los caballos vencidos y los llevaron así en triunfo.[57] Alejandro combatió a una nación, Dahas, en la que iban armados a caballo a la guerra de dos en dos; pero, en la pelea, uno descendía a tierra, y luchaban a pie o a caballo, el uno tras el otro.[58]
c | No creo que en habilidad y gracia montando a caballo nos supere nación alguna. «Buen caballero», según el uso de nuestra lengua, parece referirse más al valor que a la destreza. El más docto, el más seguro y el más acorde para adiestrar un caballo al que he conocido fue, a mi juicio, el señor de Carnavalet, que servía a nuestro rey Enrique II.[59] He visto a un hombre ir al galope con los dos pies sobre la silla, desmontar la silla y, a la vuelta, levantarla, reacomodarla y sentarse de nuevo en ella, sin dejar de correr a rienda suelta; pasar por encima de un gorro y dispararle por detrás certeros dardos con un arco; coger cualquier cosa, echando un pie al suelo y manteniendo el otro en el estribo; y otras futilidades semejantes, de las que vivía.[60] b | En mis tiempos han visto, en Constantinopla, a dos hombres sobre un caballo que, en plena carrera, se lanzaban alternativamente al suelo y luego sobre la silla. Y a uno que embridaba y enjaezaba a su caballo sólo con los dientes. A otro que, entre dos caballos, con un pie sobre una silla y el otro sobre la otra, llevando a un segundo encima, corría a rienda suelta; el segundo, de pie sobre él, disparaba en plena carrera flechas muy certeras con su arco. A muchos que, con las piernas al aire, iban al galope con la cabeza puesta sobre las sillas, entre las puntas de unas cimitarras atadas al arnés.[61] Cuando yo era niño, el príncipe de Sulmona, en Nápoles, manejando un caballo difícil en todo tipo de movimientos, sostenía bajo las rodillas y bajo los dedos de los pies unos reales, como si estuviesen clavados, c | para mostrar la firmeza de su equilibrio.[62]