CAPÍTULO XLV

LA BATALLA DE DREUX

a | En nuestra batalla de Dreux hubo una gran cantidad de acontecimientos singulares.[1] Pero, quienes no son muy favorables a la reputación del señor de Guisa, suelen destacar que no hay excusa para que se detuviera y contemporizara con las fuerzas a su mando, mientras el condestable, jefe del ejército, era arrollado por la artillería; y que hubiera sido mejor arriesgarse, cogiendo al enemigo por el flanco, que sufrir una pérdida tan grave por esperar a tener la ventaja de verle la espalda.[2] Pero, aparte de lo que demostró el resultado,[3] si alguien discute sobre el asunto sin pasión, a mi juicio me reconocerá fácilmente que el objetivo y el fin, no ya de un capitán, sino de cada soldado, ha de mirar por la victoria general, y que ninguna circunstancia particular, por grande que sea su interés, debe desviarle de ese punto.

En un enfrentamiento contra Macánidas, Filopemen envió por delante, para hacer una escaramuza, a un nutrido grupo de arqueros y lanceros, y el enemigo, tras desbaratarlos, se puso a perseguirlos a rienda suelta y se deslizó en pos de la victoria bordeando el cuerpo del ejército, donde se encontraba Filopemen. Éste, pese a la agitación de sus soldados, no quiso moverse de su sitio, ni ofrecerse al enemigo para auxiliar a los suyos. Al contrario, dejó que los cazaran y destrozaran ante sus ojos, y después inició la carga contra los enemigos por el batallón de su infantería, cuando vio que su caballería la había abandonado por completo. Y aunque eran lacedemonios, al cogerlos en el momento en que, por tenerlo todo ganado, empezaban a desordenarse, terminó fácilmente con ellos y, hecho esto, se dedicó a perseguir a Macánidas.[4] Este caso es hermano de aquel del señor de Guisa.

b | En la violenta batalla que Agesilao libró contra los beocios, según Jenofonte, que fue testigo de ella, la más dura que jamás vio, Agesilao rehusó la ventaja que la fortuna le ofrecía de dejar pasar el batallón de los beocios y atacarlos por la cola, aunque preveía una victoria segura. Consideraba que en tal cosa había más arte que valor; y, para mostrar la bravura de su extraordinario ardor de ánimo, prefirió atacarlos de frente. Pero en realidad cayó derrotado y herido, y finalmente se vio en la obligación de apartarse de la pelea y tomar el partido que había rehusado al comienzo. Mandó abrirse a sus hombres para dejar paso al torrente de beocios; luego, una vez éstos hubieron pasado, viendo que avanzaban desordenados como si creyesen no correr peligro alguno, mandó seguirlos y atacarlos por los flancos. Pero de este modo no pudo ahuyentarlos y derrotarlos totalmente, sino que se retiraron poco a poco, sin dejar nunca de enseñar los dientes, hasta que se pusieron a salvo.[5]