CAPÍTULO XLII

LA DESIGUALDAD
QUE HAY ENTRE NOSOTROS

a | Dice Plutarco en algún sitio que no le parece que haya tanta distancia entre animal y animal como entre hombre y hombre.[1] Se refiere a la capacidad del alma y a las cualidades internas.[2] A decir verdad, me parece que es tan largo el trecho que separa a Epaminondas, tal y como yo lo imagino, de alguno que conozco, quiero decir entre los capaces de sentido común,[3] que de buena gana iría más allá de Plutarco, y diría que hay más distancia de tal a cual hombre que de tal hombre a tal animal:[4]

c | Hem uir uiro quid praestat;[5]

[¡Ah, qué superior es un hombre a otro!];

y que existen tantos grados de espíritu como brazas hay de aquí al cielo, y tan innumerables.

a | Pero, en cuanto a la valoración de los hombres, es asombroso que nada salvo nosotros se valore sino por sus cualidades propias. Alabamos un caballo porque es vigoroso y diestro,

b | uolucrem

sic laudamus equum, facili cui plurima palma

feruet, et exultat rauco uictoria circo,[6]

[Así, alabamos el caballo rápido que logra fácilmente múltiples triunfos y que exulta de victoria en el fervoroso circo],

a | no por su arnés; un lebrero, por su velocidad, no por su collar; un ave, por sus alas, no por sus correas y cascabeles. ¿Por qué no valoramos también al hombre por aquello que le pertenece? Posee una gran servidumbre, un hermoso palacio, tanto prestigio, tanta renta; todo ello está en torno suyo, no en él.[7] Nadie compra un gato dentro de un saco. Si quieres comprar un caballo, le quitas la albarda, lo miras desnudo y al descubierto;[8] o, si está tapado, como se los presentaban antiguamente a los príncipes para su venta, lo está por las partes menos necesarias, para que no te distraigas con la belleza del pelaje o con la anchura de la grupa, y para que te detengas principalmente en examinar las piernas, los ojos y los pies, que son los miembros más útiles:

Regibus hic mos est: ubi equos mercantur, opertos

inspiciunt, ne si facies, ut saepe, decora

molli fulta pede est, emptorem inducat hiantem,

quod pulcrae clunes, breue quod caput, ardua ceruix.[9]

[Los reyes tienen la costumbre, cuando compran caballos, de examinarlos tapados, no sea que si, como sucede a menudo, un hermoso aspecto reposa sobre una pata blanda, el comprador se deje llevar admirado por la bella grupa, la cabeza pequeña, la cerviz erguida].

¿Por qué, al valorar a un hombre, lo valoras completamente envuelto y empaquetado? Nos exhibe sólo aquellas partes que en absoluto le pertenecen, y nos esconde las únicas por las cuales puede enjuiciarse de verdad su valía. Buscas lo que vale la espada, no lo que vale la vaina; acaso no darás un céntimo por ella cuando la desenvaines. Es preciso juzgarla por sí misma, no por sus adornos.[10] Y, como dice muy graciosamente un antiguo: ¿Sabes por qué lo estimas grande? Tienes en cuenta la altura de las suelas. El pedestal no forma parte de la estatua. Mídelo sin los zancos; que deje de lado riquezas y honores, que se muestre en cueros. ¿Posee un cuerpo apropiado para sus funciones, sano y vivaz? ¿Cómo es su alma?, ¿es bella, capaz, y está felizmente provista de todas las cualidades? ¿Es rica de suyo o por lo ajeno?, ¿la fortuna no tiene que ver? Si aguarda con los ojos abiertos las espadas desnudas, si no le importa por dónde se le escape la vida, por la boca o por la garganta, si es serena y constante y está satisfecha:[11] esto es lo que debe verse, y deben juzgarse por ello las extremas diferencias que se dan entre nosotros. ¿Es

sapiens, sibique imperiosus,

quem neque pauperies, neque mors, neque uincula terrent.

Responsare cupidinibus, contemnere honores

fortis, et in seipso totus teres atque rotundus,

externi ne quid ualeat per laeue morari,

in quem manca ruit semper fortuna?[12]

[un sabio, dueño de sí mismo, que no se asusta ni con la pobreza ni con la muerte ni con las cadenas, valiente para resistir a los deseos, para desdeñar los honores, y todo en sí mismo, cabal y liso, para que nada ajeno pueda adherírsele, contra el cual la fortuna siempre fracasa?].

Un hombre así está quinientas brazas por encima de reinos y ducados. Él mismo es su propio imperio:

c | Sapiens pol ipse fingit fortunam sibi.[13]

[El sabio, por Pólux, se forja su propia fortuna].

a | ¿Qué más puede desear?

nonne uidemus

nil aliud sibi naturam latrare, nisi ut qui

corpore seiunctus dolor absit, mente fruatur,

iucundo sensu cura semotus metuque?[14]

[¿no vemos que la naturaleza no reclama otra cosa sino que el dolor se aleje del cuerpo y que goce en el espíritu, libre de inquietud y de miedo, un sentimiento placentero?].

Compara con él la turba de los hombres de nuestro tiempo, estúpida, baja, servil, inestable y fluctuando continuamente en la tempestad de las diversas pasiones, que la trasiegan hacia aquí y hacia allá; dependiente por completo de lo ajeno. Hay más distancia que del cielo a la tierra; y, aun así, tan grande es la ceguera de nuestra costumbre que la tomamos poco o nada en cuenta. En cambio, si examinamos a un campesino y a un rey, c | a un noble y a un villano, a un magistrado y a un particular, a un rico y a un pobre, a | se ofrece en el acto a nuestros ojos una disparidad extrema, entre ellos que sólo difieren, por decirlo así, en los calzones. c | En Tracia el rey se distinguía del pueblo de una manera graciosa y muy altiva. Tenía una religión aparte, un Dios sólo para él que sus súbditos no podían adorar —era Mercurio—; y él desdeñaba los suyos, Marte, Baco, Diana.[15] Éstas no son, sin embargo, sino apariencias que no constituyen ninguna diferencia esencial.

a | Así como a los cómicos les ves en la tarima aspecto de duque y emperador, pero, un instante después, se han convertido en criados y mozos miserables, que es su condición genuina y original,[16] también al emperador, cuya pompa te deslumbra en público,

b | Scilicet et grandes uiridi curn luce smaragdi

auro includuntut, teriturque Thalassina uestis

assidue, et Veneris sudorem exercita potat,[17]

[Y grandes esmeraldas con su resplandor verde engastadas en oro, y los vestidos de púrpura se rozan incesantemente y se impregnan del sudor de Venus],

a | míralo detrás de la cortina: no es otra cosa que un hombre común, y tal vez más vil que el menor de sus súbditos.[18] c | Ille beatus introrsum est. Istius bracteata felicitas est[19] [Aquél es feliz en su interior. La felicidad de éste es superficial]. a | La cobardía, la indecisión, la ambición, el despecho y la envidia lo agitan como a cualquiera:

Non enim gazae neque consularis

summouet lictor miseros tumultus

mentis et curas laqueata circum

tecta uolantes;[20]

[Pues ni los tesoros ni el lictor consular libran de las miserables turbaciones del espíritu ni de las inquietudes que revolotean bajo el techo artesonado];

b | y la inquietud y el temor le saltan al cuello en medio de sus ejércitos:

Re ueraque metus hominum, curaeque sequaces,

nec metuunt sonitus armorum, necfera tela;

audacterque inter reges, rerumque potentes

uersantur, neque fulgorem reuerentur ab auro.[21]

[Lo cierto es que los miedos de los hombres y las inquietudes que les persiguen no temen ni el fragor de las armas ni los fieros dardos; y se mueven audazmente entre reyes y poderosos, y no respetan el fulgor del oro].

a | ¿Le evitan la fiebre, la migraña y la gota más que a nosotros? Cuando la vejez le caiga sobre las espaldas, ¿le librarán de ella los arqueros de su guardia? Cuando el terror a la muerte le paralice, ¿se serenará con la asistencia de sus gentilhombres de cámara? Cuando le aquejen celos y caprichos, ¿le restablecerán nuestros sombrerazos? Un dosel henchido de oro y perlas no posee virtud alguna para calmar los ataques de un cólico vigoroso:[22]

Nec calidae citius decedunt corpore febres,

textilibus si in picturis ostroque rubenti

iacteris, quam si plebeia in ueste cubandum est.[23]

[Y las fiebres ardientes no abandonan antes el cuerpo si uno se acuesta en tejidos bordados y en púrpura roja que si ha de hacerlo en ropa plebeya].

Los aduladores del gran Alejandro le hicieron creer que era hijo de Júpiter. Un día le hirieron y, al tiempo que miraba manar la sangre de la herida, les espetó: «Y bien, ¿qué decís?, ¿no es sangre roja y meramente humana? No tiene el temple de aquella que Homero hace manar de la herida de los dioses».[24] El poeta Hermódoto había compuesto unos versos en honor de Antígono en los cuales le llamaba hijo del Sol; y él, por el contrario, dijo: «El que vacía mi retrete sabe bien que no hay nada de eso».[25] Se trata de un hombre en todo y por todo; y si de suyo es alguien mal nacido, el imperio del universo no podrá mejorarlo:

b | puellae

hunc rapiant; quicquid calcauerit hic, rosa fiat,[26]

[que las muchachas se lo disputen, que

una rosa nazca allí donde pise],

¿y qué con eso, si es un alma burda y estúpida? Ni siquiera el placer y la felicidad se experimentan sin vigor y sin espíritu:

haec perinde sunt, ut illius animus qui ea possidet,

qui uti scit, ei bona; illi qui non utitur recte, mala.[27]

[valen tanto como el alma de quien las posee; son buenas

para quien sabe usarlas; malas para quien no las usa bien].

a | Incluso para saborear los bienes de la fortuna tales como son, se requiere tener una sensibilidad apropiada. Es el gozar, no el poseer, lo que nos hace felices:

Non domus et fundus, non aeris aceruus et auri

aegroto domini deduxit corpore febres,

non animo curas: ualeat possessor oportet,

qui comportatis rebus bene cogitat uti.

Qui cupit aut metuit, iuuat illum sic domus aut res,

ut lippum pictae tabulae, fomenta podagram.[28]

[Ni la casa ni las tierras ni un montón de bronce y oro libran de fiebres al cuerpo enfermo del amo, ni de inquietudes al alma; el propietario debe gozar de buena salud si piensa utilizar bien las riquezas atesoradas. A quien alberga deseos o temores, casa y riqueza le aprovechan tanto como un cuadro a un legañoso o las cataplasmas a la gota].

Es un necio, tiene el gusto romo y obtuso; no se deleita con la dulzura del vino griego más que lo haría uno resfriado, o que un caballo con la riqueza del arnés con el cual lo han guarnecido; c | de la misma manera que, según dice Platón, salud, belleza, fuerza, riquezas y todo lo que se llama bien es igualmente un mal para el injusto que un bien para el justo, y el mal a la inversa.[29]

a | Y, además, allí donde cuerpo y espíritu se hallan en mal estado, ¿de qué sirven esas ventajas externas si el menor pinchazo de alfiler y la menor pasión del alma bastan para arrebatarnos el placer de la monarquía del mundo? A la primera punzada que le depare la gota, b | por más Señor y Majestad que sea,

Totus et argento conflatus, totus et auro,[30]

[Todo forjado de plata y de oro],

a | ¿no se olvida de sus palacios y sus grandezas? Si está enfurecido, ¿evita su principado que enrojezca, que se ponga pálido, que le rechinen los dientes como a un loco? En cambio, si es hombre capaz y bien nacido, la realeza añade poco a su felicidad:

Si uentri bene, si lateri est pedibusque tuis, nil

diuitiae poterunt regales addere maius;[31]

[Si tu vientre, tus pulmones y tus pies están bien,

nada te aportarán las riquezas reales];

ve que no es sino ficción y engaño. Sí, tal vez opinará, como el rey Seleuco, que de conocer el peso del cetro, no se dignaría recogerlo si lo hallara en el suelo;[32] lo decía por las grandes y penosas cargas que recaen sobre un buen rey. Ciertamente, no es poco tener que gobernar a otros habida cuenta de que para gobernarnos a nosotros mismos se presentan tantas dificultades. En cuanto al mando, que parece tan dulce, considerando la flaqueza del juicio humano y la dificultad de elegir en cosas nuevas y dudosas, estoy muy convencido de que es mucho más fácil y más grato seguir que guiar, y de que constituye un gran descanso para el espíritu poder limitarse a mantener la vía trazada y a responder de uno mismo:

b | Vt satius multo iam sit parere quietum,

quam regere imperio res uelle.[33]

[De manera que es mucho mejor obedecer

tranquilamente que ambicionar la dirección del imperio].

Aparte de que, según decía Ciro, sólo le corresponde mandar al hombre que vale más que aquéllos a los cuales manda.[34]

a | Pero el rey Hierón, en Jenofonte, dice más: que aun en el disfrute de los placeres su condición es peor que la de los particulares, pues la comodidad y facilidad le priva de la punzada agridulce que nosotros encontramos:[35]

b | Pinguis amor nimiumque potens, in taedia nobis

uertitur, et stomacho dulcis ut esca nocet.[36]

[Un amor satisfecho y demasiado feliz nos conduce al

tedio y es nocivo para el corazón, como la dulzura del azúcar].

a | ¿Creemos que los monaguillos se deleitan mucho con la música? La saciedad hace que les resulte más bien enojosa. Festines, danzas, mascaradas y torneos regocijan a quienes no los ven a menudo y han ansiado verlos; pero a quien hace de ellos un hábito, el gusto se le vuelve insensible y desagradable. Tampoco las damas excitan al que goza de todas las que desea. Quien no se concede tiempo para tener sed, no podrá deleitarse al beber. Las farsas de los titiriteros nos regocijan, pero para los cómicos son como un tributo. Y la prueba de que es así está en que para los príncipes son sus delicias, es una fiesta, poder de vez en cuando disfrazarse y entregarse a la manera de vivir baja y popular:

Plerumque gratae principibus uices,

mundaeque paruo sub lare pauperum

cenae, sine aulaeis et ostro,

sollicitam explicuere frontem.[37]

[A menudo al príncipe le gusta el cambio, y comidas simples en un hogar humilde, sin tapices ni púrpuras, han desfruncido un ceño preocupado].

c | Nada entorpece tanto, nada es tan desganado como la abundancia. ¿Qué deseo no se desalentaría viendo a trescientas mujeres a su merced, como las tiene el Gran Señor en su serrallo?[38] ¿Y qué deseo y tipo de caza se había reservado aquel ancestro suyo que nunca salía al campo con menos de siete mil halconeros?[39] a | Y, además, creo que este fulgor de grandeza comporta no ligeros inconvenientes para el disfrute de los placeres más dulces. Están demasiado iluminados y demasiado expuestos. b | Y, no sé cómo, a ellos se les exige más que escondan y encubran su falta. Porque aquello que para nosotros es falta de juicio, en su caso el pueblo lo considera tiranía, desprecio y desdén de las leyes. Y, aparte de la inclinación al vicio, parece que ellos le añaden también el placer de maltratar y pisotear los usos públicos. c | Lo cierto es que Platón, en su Gorgias, define al tirano como aquel que, en una ciudad, tiene licencia para hacer todo lo que se le antoja.[40] b | Y a menudo, por este motivo, la manifestación y exhibición de su vicio hiere más que el vicio mismo. Todo el mundo teme ser espiado y controlado. Ellos lo son hasta en los gestos y en los pensamientos; el pueblo entero se considera provisto del derecho y del interés de juzgarlo. Además que las manchas se agrandan según la eminencia y la claridad del lugar en el cual están situadas, y que una señal y una verruga en la frente se ven más que una cicatriz en otro sitio.[41] a | Ésta es la razón por la cual los poetas imaginan que los amores de Júpiter fueron consumados con otro aspecto que el suyo; y, entre tantas relaciones amorosas como le atribuyen, sólo en una, me parece, se presenta con su grandeza y majestad.[42]

Pero volvamos a Hierón. Refiere también cuánta incomodidad siente en su realeza por no poder moverse y viajar en libertad, pues está poco menos que prisionero en los límites de su país; y que en todas sus acciones se ve rodeado por una enojosa multitud.[43] La verdad es que viendo a los nuestros, solos a la mesa, asediados por tantos desconocidos que les hablan y miran, he sentido a menudo más piedad que envidia. b | Decía el rey Alfonso que en esto la condición de los asnos era mejor que la de los reyes: sus dueños los dejan pacer a sus anchas, mientras que los reyes no pueden obtener esto de sus servidores.[44] a | Y nunca se me ha pasado por la imaginación que sea una ventaja notable para la vida de un hombre de entendimiento tener una veintena de vigilantes en el retrete; ni que los servicios de un hombre que posee diez mil libras de renta, o que ha conquistado Casal, o defendido Siena, le sean más beneficiosos y aceptables que los de un criado bueno y bien experimentado.[45]

b | Las ventajas principescas son casi ventajas imaginarias. Cada grado de fortuna posee cierta imagen del principado. César llama reyezuelos a todos los señores que impartían justicia en la Francia de su tiempo.[46] Lo cierto es que, salvo el nombre de majestad, acompañamos a nuestros reyes hasta muy lejos. Y ved en las provincias distantes de la corte, digamos Bretaña por ejemplo, la servidumbre, los súbditos, los oficiales, las ocupaciones, el servicio y la ceremonia de un señor retirado y casariego, criado entre sus sirvientes; y ved también el vuelo de su imaginación: nada posee más realeza. Oye hablar de su señor una vez al año, como del rey de Persia, y no lo reconoce sino por un viejo parentesco que su secretario tiene registrado. En verdad, nuestras leyes son bastante libres, y el peso de la soberanía afecta a un gentilhombre francés apenas un par de veces a lo largo de su vida. La sujeción sustancial y efectiva no atañe entre nosotros más que a quienes se invitan a ella y gustan de honrarse y enriquecerse mediante tal servicio. Porque quien opta por agazaparse en su hogar, y sabe gobernar su casa sin querella ni proceso, es tan libre como el dux de Venecia. c | Paucos seruitus, plures seruitutem tenent[47] [La servidumbre retiene a pocos, muchos son los que la retienen a ella].

a | Pero ante todo Hierón considera que se ve privado de toda amistad y compañía mutua, en la cual radica el fruto más perfecto y más dulce de la vida humana.[48] Pues ¿qué prueba de afecto y simpatía puedo obtener de quien me debe, lo quiera o no, todo su poder? ¿Puedo tomar en cuenta su lenguaje humilde y su veneración cortés si no está en sus manos rehusármelos? El honor que recibimos de quienes nos temen no es honor; esos saludos respetuosos se deben a la realeza, no a mí:

b | maximum hoc regni bonum est,

quod facta domini cogitur populus sui

quam ferre tam laudare.[49]

[La culminación de la realeza es que el pueblo esté obligado no sólo a soportar sino a elogiar las acciones de su señor].

a | ¿No veo acaso que el rey malo y el bueno, el aborrecido y el amado, tienen lo mismo? Mi predecesor era servido con las mismas apariencias, con la misma ceremonia, y lo será mi sucesor. Que mis súbditos no me ofendan no prueba ningún buen sentimiento. ¿Por qué voy a entenderlo de ese modo, si aunque quisieran ofenderme no podrían? Nadie me sigue porque entre él y yo haya amistad, pues no puede trabarse amistad donde existe tan poca relación y correspondencia. Mi elevación me ha arrebatado el trato con los hombres; la disparidad y la desproporción son demasiado grandes.[50] Me siguen por fingimiento y por costumbre, o, más que a mí, a mi fortuna, para aumentar la suya. Todo lo que me dicen y hacen no es sino disfraz. Dado que mi gran poder sobre ellos frena su libertad por todos lados, nada veo en torno mío que no esté oculto y enmascarado. Un día los cortesanos loaban al emperador Juliano por su buen desempeño de la justicia: «De buena gana me enorgullecería de estas alabanzas», dijo, «si procediesen de personas que osaran denunciar o reprobar mis acciones cuando fueran contrarias».[51] b | Todas las verdaderas ventajas de que gozan los príncipes, las comparten con los hombres de mediana fortuna —montar caballos alados y alimentarse de ambrosía es propio de dioses—. No tienen otro sueño y otro apetito que el nuestro; su acero no es de mejor temple que aquél con el cual nos armamos nosotros; la corona no les protege ni del sol ni de la lluvia. Diocleciano, que era portador de una tan venerada y dichosa, renunció a ella para retirarse en el placer de una vida privada; y cuando, cierto tiempo después, la necesidad de los asuntos públicos exigía de él volver a asumir el cargo, respondió a quienes se lo pedían: «No trataríais de convencerme si hubierais visto el hermoso orden de los árboles que yo mismo he plantado en mi casa, y los hermosos melones que he sembrado».[52] En opinión de Anacarsis, el estado más feliz de una sociedad sería aquel en el cual, siendo las demás cosas iguales, la primacía se midiera por la virtud, y la bajeza por el vicio.[53]

a | Cuando el rey Pirro intentaba pasar a Italia, Cineas, su sabio consejero, queriéndole hacer notar la vanidad de su ambición, le preguntó: «¡Y bien!, Majestad, ¿con qué fin preparáis esta gran empresa?». «El de adueñarme de Italia», respondió de inmediato. «¿Y después, cuando lo hayáis logrado?», prosiguió Cineas. «Pasaré a la Galia y a España», dijo el otro. «¿Y después?». «Iré a subyugar África; y, al final, cuando tenga el mundo en mi poder, descansaré y viviré satisfecho y feliz». «Por Dios, Majestad», atacó entonces de nuevo Cineas, «decidme, ¿qué os impide estar desde ahora mismo, si lo queréis, en esa situación?, ¿porqué no os dedicáis desde este momento a aquello a lo que decís aspirar, y os ahorráis todo el esfuerzo y riesgo que ponéis en medio?».[54]

Nimirum quia non bene norat quae esset habendi

finis, et omnino quoad crescat uera uoluptas.[55]

[Sin duda porque no sabía cuál era el límite de la posesión,

y hasta dónde puede alcanzar el verdadero placer].

Voy a cerrar este capítulo con un versillo antiguo que me parece singularmente hermoso a este propósito:

Mores cuique sui fingunt fortunam.[56]

[Cada cual forja su fortuna con su comportamiento].