CATÓN EL JOVEN
a | No caigo en el error común de juzgar al otro según lo que yo soy.[1] Me resulta fácil creer de él cosas diferentes a mí. c | No porque yo me sienta apegado a una forma, obligo al mundo a someterse a ella, como hacen todos; y creo y concibo mil maneras de vida contrarias. Y, al revés que a la mayoría, me cuesta menos admitir la diferencia que la semejanza entre nosotros. Libero al otro a su antojo de tener mis condiciones y principios, y le considero simplemente en sí mismo, sin relación, y lo visto según su propio modelo. Aun no siendo casto, no dejo de reconocer sinceramente la continencia de los fulienses y de los capuchinos, ni de percibir bien el aire de su modo de vida.[2] Me pongo muy bien en su lugar con la imaginación. Y los estimo y honro tanto más cuanto son diferentes de mí. Deseo singularmente que nos juzguen a cada uno por sí mismo, y que no me deduzcan de los ejemplos comunes.
a | Mi debilidad en modo alguno altera las opiniones que debo tener sobre la fuerza y el vigor de aquellos que lo merecen. c | Sunt qui nihil laudent, nisi quod se imitari posse confidunt.[3] [Algunos sólo alaban lo que confían en poder imitar]. a | Arrastrándome por el lodo del suelo, no dejo de reparar, hasta en las nubes, en la altura inimitable de algunas almas heroicas. Es mucho para mí poseer un juicio recto si las acciones no pueden serlo, y mantener por lo menos esa pieza maestra exenta de corrupción. Algo es algo, tener la voluntad buena cuando las piernas me flaquean. El siglo en el que vivimos es tan torpe, al menos en nuestra latitud, que falta, no digo la práctica, sino incluso la imaginación de la virtud; y parece que no se trate sino de jerga de colegio:
a | uirtutem uerba putant, ut
lucum ligna.[4]
[creen que la virtud es una palabra, como el bosque leña].
el Quam uereri deberent, etiamsi percipere non possent[5] [Deberían venerarla, aunque no puedan comprenderla]. Es un adorno para colgar en un gabinete, o en la punta de la lengua, como en la punta de la oreja, para hacer bonito.
a | No se reconoce ya ninguna acción virtuosa: las que tienen su aspecto, carecen, sin embargo, de su esencia, pues el provecho, la gloria, el temor, la costumbre y otras tantas causas externas nos llevan a producirlas. La justicia, la valentía, la bondad que ejercemos en ese momento pueden llamarse así según la consideración ajena y el aspecto que presentan en público, pero, en el propio artífice, no se trata en modo alguno de virtud. El fin propuesto es otro, c | la causa motriz es otra. a | Ahora bien, la virtud nada reconoce sino aquello que se hace sólo por ella y para ella.
c | En la gran batalla de Potidea que los griegos, bajo el mando de Pausanias, ganaron contra Mardonio y los persas, los vencedores, siguiendo su costumbre, se repartieron entre ellos la gloria de la hazaña, y atribuyeron a la nación espartana la preeminencia en cuanto al valor en el combate. Cuando los espartanos, excelentes jueces en materia de virtud, tuvieron que decidir sobre qué individuo debía recaer el honor de haber actuado mejor aquel día, vieron que Aristodemo se había expuesto con mayor valentía que nadie; pero, aun así, no le dieron premio alguno, pues su virtud había sido incitada por el deseo de librarse del reproche que se había ganado en los hechos de Termopilas, y por el anhelo de morir valerosamente para reparar su pasada vergüenza.[6]
Nuestros juicios están también enfermos, y siguen la depravación de nuestras costumbres. Veo que la mayoría de espíritus de estos tiempos se hacen los ingeniosos para oscurecer la gloria de las hermosas y nobles acciones antiguas, dándoles alguna interpretación vil e inventándoles motivos y causas vanas. b | ¡Qué gran sutileza! Que me den la acción más excelente y pura: le atribuiré, con total verosimilitud, cincuenta intenciones viciosas. Dios sabe la variedad de imágenes que tolera nuestra voluntad íntima a quien quiera extenderlas.[7] c | Cuando se las dan de ingeniosos con su maledicencia son más torpes y burdos que maliciosos.
El mismo esfuerzo que se emplea en denigrar a estos grandes nombres, y la misma licencia, los emplearía yo de buena gana en echarles una mano para ensalzarlos. A estas figuras singulares y escogidas como ejemplo del mundo por acuerdo de los sabios, yo no vacilaría en aumentarles el honor, hasta donde alcanzara mi inventiva, en cuanto a interpretación y circunstancias favorables. Y debemos creer que los esfuerzos de nuestra invención quedan muy por debajo de su mérito. La gente de bien tiene la obligación de pintar la virtud con toda la belleza posible; y no dejaría de convenir que la pasión nos transportara al amparo de formas tan santas. Lo que hacen éstos, por el contrario, a | lo hacen o por malicia o por el vicio de no creer sino en aquello a su alcance, del que acabo de hablar, o, pienso más bien, porque su vista no es lo bastante fuerte ni lo bastante limpia, ni está dirigida, para concebir el esplendor de la virtud en su pureza genuina. Así, Plutarco dice que en su tiempo algunos atribuían la causa de la muerte de Catón el Joven a su miedo a César —lo cual le enoja con razón;[8] y puede juzgarse a partir de ahí cuánto más le habría ofendido que haya quienes la atribuyen a ambición—.[9] c | ¡Qué gente más necia! Este personaje habría preferido realizar una acción bella, noble y justa con ignominia a hacerla por la gloria. a | Fue verdaderamente un modelo elegido por la naturaleza para mostrar hasta dónde podían llegar la virtud y la firmeza humanas.
Pero ahora no estoy en disposición de tratar este rico argumento. Quiero tan sólo confrontar las agudezas de cinco poetas latinos al elogiar a Catón, c | en interés de Catón y también, incidentalmente, en el de ellos. Pues bien, cualquier muchacho bien educado encontrará a los dos primeros cansinos en comparación con los demás. Al tercero, más vigoroso, pero que se desploma por la extravagancia de su fuerza. Apreciará que habría sitio para uno o dos grados de invención aún hasta llegar al cuarto, a propósito del cual juntará las manos de admiración. En cuanto al último, primero a alguna distancia, pero distancia que jurará no poder ser colmada por ningún espíritu humano, se asombrará, quedará paralizado.
He aquí algo extraordinario. Tenemos muchos más poetas que jueces e intérpretes de poesía. Es más fácil hacerla que conocerla. En alguna escasa medida, es posible juzgarla por medio de los preceptos y el arte. Pero la buena, la suprema, la divina está por encima de reglas y razón. Cualquiera que distinga su belleza con una visión firme y segura, no la ve, como no ve el esplendor del relámpago. No ejercita nuestro juicio: lo arrebata y devasta. El furor que aguijonea a quien sabe penetrarla, hiere también a un tercero al oírsela tratar y recitar. Como el imán no sólo atrae a la aguja sino que le infunde además su facultad de atraer a otras.[10] Y en los teatros se ve más claramente que la inspiración sagrada de las Musas, que ha movido primero al poeta a la cólera, al dolor, al odio y, fuera de sí, a lo que quieran, hiere asimismo, por medio del poeta, al actor, y sucesivamente, por medio del actor, a todo un pueblo. Es el encadenamiento de nuestras agujas, las unas suspendidas de las otras.[11]
Desde mi primera infancia, la poesía me ha traspasado y transportado. Pero el vivísimo sentimiento que se da naturalmente en mí ha sido afectado diversamente por la diversidad de las formas, no tanto más altas y más bajas —pues eran siempre de las más altas en cada especie—, cuanto diferentes en color. Primero, una fluidez alegre e ingeniosa; después, una sutileza aguda y elevada; finalmente, una fuerza madura y constante. El ejemplo lo dirá mejor: Ovidio, Lucano, Virgilio.[12] Pero aquí están nuestros hombres en plena carrera:
a | Sit Cato, dum uiuit, sane uel Caesare major,[13]
[Que Catón sea, mientras viva, más grande aun que César],
dice uno.
Et inuictum, deuicta morte, Catonem,[14]
[Y el invicto Catón, vencida la muerte],
dice otro. Y otro más, hablando de las guerras civiles entre César y Pompeyo,
Victrix causa diis placuit, sed uicta Catoni.[15]
[Los dioses prefirieron la causa victoriosa,
pero Catón la vencida].
Y el cuarto, en torno a las alabanzas de César:
Et cuncta terrarum subacta,
praeter atrocem animum Catonis.[16]
[Y toda la tierra subyugada, salvo el fiero ánimo de Catón].
y el maestro del coro, tras desplegar los nombres de los más grandes romanos en su pintura, acaba de esta manera:
his dantem iura Catonem.[17]
[Catón, prescribiéndoles las leyes].