HUIR DE LOS PLACERES
A COSTA DE LA VIDA
a | Había reparado en que la mayoría de las opiniones antiguas convienen en esto: cuando vivir tiene más de mal que de bien, es hora de morir, y conservar la vida para nuestro sufrimiento y malestar se opone a las leyes mismas de la naturaleza. Así lo dicen estos viejos preceptos:
ἢ ζῆν ἀλύπως, ἢ θάνειν εὐδαιμόνως,
Καλόν θνήσκειν οἷς ὓβριν τὸ ζῆν φέρει:
Κρεῖσσον τὸ μὴ ζῆν ἐστίν, ἢ ζῆν ἀθλίως.[1]
[O una vida sin pesar, o una muerte feliz.
Es bello morir cuando vivir es penoso.
Es mejor no vivir que vivir en el dolor].
Pero lo que no había visto, ni prescribir ni poner en práctica, hasta que cayó en mis manos cierto pasaje de Séneca, es que se lleve el desprecio de la muerte hasta el extremo de emplearla para apartarse de honores, riquezas, grandezas y demás favores y bienes que llamamos de fortuna —como si la razón no tuviese bastante trabajo persuadiéndonos de que los abandonemos, sin añadirle una nueva sobrecarga—.[2] En dicho pasaje, Séneca aconseja a Lucilio, personaje poderoso y de gran autoridad ante el emperador, que cambie su vida de placer y pompa, y que se retire de la ambición mundana a una vida solitaria, tranquila y filosófica, a lo cual éste alega algunas dificultades, le dice: «Soy del parecer de que debes renunciar o a este tipo de vida o a la vida por entero. Te aconsejo, claro está, que sigas el camino más suave y que desates lo que has anudado mal sin llegar a cortarlo, con la condición de que, si no puede desatarse de otro modo, lo cortes. Nadie es tan cobarde que no prefiera caer de una vez a permanecer siempre colgando». Habría encontrado este consejo acorde con la rudeza estoica, pero me extraña más que esté tomado de Epicuro, que escribe cosas muy parecidas sobre el asunto a Idomeneo.[3]
Con todo, creo haber observado cierto rasgo semejante entre nuestra gente, pero con moderación cristiana. San Hilario,[4] obispo de Poitiers, el famoso enemigo de la herejía arriana, fue advertido mientras se encontraba en Siria de que Abra, su hija única, a quien había dejado aquí con su madre, era pretendida en matrimonio por los señores más insignes del país en tanto que hija muy bien criada, hermosa, rica y en la flor de la edad. Le escribió, según vemos, que apartara su afecto de cuantos placeres y ventajas le presentaban; que él le había hallado en el curso de su viaje un partido mucho más grande y más digno, el de un esposo de mucho mayor poder y magnificencia, que le regalaría vestidos y joyas de valor inestimable. Su propósito era hacerle perder el deseo y el uso de los placeres mundanos para unirla enteramente a Dios. Pero le parecía que el medio más rápido y más seguro para ello era la muerte de su hija, de manera que no cesó de pedirle a Dios, mediante votos, plegarias y oraciones, que la arrancase de este mundo y la llamara junto a Él. Así sucedió. En efecto, al poco de su regreso, se le murió, por lo cual mostró singular alegría.
Éste parece ir más allá que los otros,[5] pues se dirige desde el inicio a un medio que aquéllos adoptan sólo subsidiariamente, y, además, lo hace a propósito de su hija única. Pero no quiero omitir el final de la historia, aunque no corresponda a mi asunto. La esposa de san Hilario supo por él que la muerte de su hija se había producido por su designio y voluntad, y que ella era mucho más feliz fuera de este mundo que en él. Entonces sintió una impresión tan viva de la beatitud eterna y celeste que pidió a su marido, con extrema insistencia, que hiciera lo mismo por ella. Y cuando, ante sus plegarias comunes, Dios se la llevó a su seno, muy poco después, fue una muerte abrazada con una singular satisfacción compartida.