HAY QUE DEDICARSE POCO
A JUZGAR LAS REGLAS DIVINAS
a | El verdadero campo y objeto de la impostura son las cosas desconocidas. Porque, en primer lugar, la misma extrañeza proporciona autoridad, y, además, al no estar sometidas a nuestros razonamientos comunes, nos privan del medio de combatirlas. c | Por tal motivo, dice Platón, es mucho más fácil responder cuando se habla sobre la naturaleza de los dioses que cuando se hace sobre la naturaleza de los hombres. En efecto, la ignorancia de los oyentes brinda una bella y amplia carrera, y plena libertad, al manejo de una materia oculta.[1] a | Sucede, así, que nada se cree tan firmemente como aquello que menos se sabe, y que no hay gente tan convencida como quienes nos cuentan fábulas, al modo de alquimistas, adivinos, judiciarios,[2] quiromantes, médicos, id genus omne[3] [todo ese género]. A los que me gustaría añadir, si me atreviera, una caterva de gente, intérpretes y examinadores ordinarios de los designios de Dios, que se ufanan de hallar las causas de cada acontecimiento, y de ver en los secretos de la voluntad divina los motivos incomprensibles de sus obras. Y, aunque la variedad y la discordancia continuas de los hechos los rechazan de una esquina a otra, y de Oriente a Occidente, aun así no dejan de ir tras de la pelota, ni de pintar, con el mismo lápiz, blanco y negro.
b | En una nación india se sigue una regla encomiable. Cuando un enfrentamiento o una batalla les resultan adversos, piden perdón públicamente al sol, que es su dios, como si se tratara de una acción injusta —remiten su ventura o desventura a la razón divina, y le someten su juicio y razonamiento—.[4] a | A un cristiano le basta con creer que todas las cosas proceden de Dios, acogerlas con reconocimiento de su divina e inescrutable sabiduría, y, en consecuencia, aceptarlas favorablemente, sea cual fuere el aspecto con que se le envíen. Pero me parece mala esta práctica que veo de pretender afianzar y apoyar nuestra religión con el éxito y la prosperidad de nuestras empresas. Nuestra creencia dispone de otros fundamentos suficientes sin haber de autorizarla con los sucesos. Una vez que el pueblo se acostumbra a tales argumentos plausibles y propiamente de su gusto, se corre, en efecto, el peligro, cuando llega el turno de los sucesos contrarios y desfavorables, de que su fe se quebrante. Así, en nuestras guerras por la religión, quienes vencieron en el enfrentamiento de La Roche-L’Abeille festejaron grandemente el acontecimiento, y se sirvieron del éxito como de una aprobación segura a su partido; cuando después excusan sus fracasos de Montcontour y Jarnac diciendo que se trata de golpes y castigos paternales, a menos que tengan al pueblo por completo a su merced, le dan a entender con suficiente claridad que eso es sacar dos molidas del mismo saco y soplar lo caliente y lo frío con la misma boca.[5] Más valdría alimentarlo con los fundamentos ciertos de la verdad. Es una hermosa batalla naval la que se ha ganado hace unos meses contra los turcos, bajo el mando de don Juan de Austria;[6] pero en otras ocasiones Dios ha tenido a bien mostrar otras semejantes a nuestras expensas. En suma, es difícil reducir las cosas divinas a nuestra balanza sin que sufran menoscabo.
Y si alguien quisiera dar razón del hecho que Arriano y su papa León, jefes principales de una herejía, murieron en momentos distintos con muertes muy semejantes y muy extrañas —pues se apartaron de una discusión por culpa de un dolor de vientre para ir al retrete, y ambos rindieron el alma de manera súbita en él—, y exagerar esta venganza divina por la circunstancia del lugar,[7] podría también añadir la muerte de Heliogábalo, que murió asimismo en un excusado.[8] Pero, ¡cómo!, Ireneo participa de la misma suerte.[9] c | Dios, queriendo enseñarnos que los buenos han de esperar otra cosa y los malos temer otra cosa que los éxitos o fracasos de este mundo, maneja y aplica éstos según su oculta disposición, y nos priva del medio de aprovecharnos neciamente de ellos. Y se burlan quienes pretenden sacarles partido según la razón humana. Nunca aciertan un golpe sin recibir dos. San Agustín lo prueba muy bien contra sus adversarios.[10] Es éste un conflicto que se decide con las armas de la memoria más que con las de la razón. a | Hay que contentarse con la luz que al sol le place comunicarnos por medio de sus rayos; y si alguien alza los ojos para tomar una más grande de su cuerpo mismo, que no encuentre extraño que, como castigo por su arrogancia, pierda la vista.[11] c | Quis hominem potest scire consilium dei? Aut quis poterit cogitare quid uelit dominus?[12] [¿Qué hombre puede conocer el designio de Dios, y quién podrá concebir lo que quiere el Señor?].[13]